Empezando el mes de abril, no sin un dejo de tristeza nostalgiosa, me dije a mí misma que en esta oportunidad y debido a obligaciones no podría venir sino de tanto en tanto a mirar. Pero cierto “alguien”, que me conoce como pocas personas, supo de mis ánimos y tímidamente lanzó una propuesta: “Y si vamos juntas?”. Claro que la respuesta positiva ¡no se hizo esperar! Y hoy, con toda la emoción que me embarga desde ese mismo momento, ha llegado el gran día. Por eso, en compañía de mi gran amiga Citlalli y en representación de nuestras bellísimas ladies, quienes conforman “In my world, Terry Grandchester and you!”, lanzo mi grito de guerra por Terry y para Terry… Femme Fatales, QUE EMPIECE LA BATALLA!
CAPÍTULO I
by
LADY GRAHAM & MILSER G.
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LADY GRAHAM & MILSER G.
Tal parecía que todo ese ajetreo de la celebración del partido político, no sólo la tenía cansada sino enojada. No obstante, a la perfección sabía lo que el nuevo puesto de su esposo significaría en sus vidas. Sin embargo, un hecho la hacía reclamar a su acompañante:
– ¿No pudiste haber reservado en otro lugar?
– ¿Qué tiene de malo este? – el Hotel Royal
– ¡Que…! – la esposa calló su verdadero pensar para comentar: – esta dirección queda lejísimos de la Mansión Andrew. Recuerda que la tía abuela Elroy ya no puede desplazarse tan fácilmente y...
– Querida, tú también recuerda que desde hoy, yo debo ser independiente. Y mi puesto tampoco va a ser aquí sino en Albany – capital del estado neoyorkino. – Hoy lo estamos porque…
– Sí, sí, lo entiendo, pero…
– Vamos, linda – el esposo se acercó a su mujer; – ¿por qué mejor no me dices cuál es tu verdad?... Será acaso… ¿lo cerca que estamos de Broadway?
– ¿Por qué dices eso? – ella, incómoda, se zafó de su agarre. Entonces…
– ¿De verdad quieres oírlo? ¿También que no has podido olvidarlo?
– ¡No digas tonterías! – la futura primera dama estatal sonó molesta; y convincente diría: – Aquello hace mucho que pasó.
– Sin embargo, desde que te dije que nos mudaríamos aquí, has venido mostrándote muy irritada.
– Chicago también te hubiera aceptado como candidato.
– Pero allá tenía las de perder por…
– ¿Tus malos comportamientos? Sólo espero que éstos no te traigan aquí las consecuencias.
– ¿Por qué lo dices?
– ¿De verdad quieres oírlo? – la mujer lo imitó en una sentencia similar. Y él no se quedaría atrás al replicar:
– Siendo así, te diré… aquello hace mucho que pasó.
Debido al evidente remedo…
– Está bien – alguien se rindió – no voy a discutir más. Sólo quiero pedirte que para la próxima, tomes en consideración mi opinión.
– Te juro que ya no había tiempo para preguntártelo – él respondió a la necedad; y ella…
– Sí, sí, por supuesto – y la esposa fue en busca del privado donde frente a un espejo fue a pararse. Pero en lugar de mirar su reflejo, se miró un dedo anular. También los anillos matrimoniales que hacía poco le habían colocado.
Para no fallar a la promesa dada, la fémina los quitó y puso en el tocador, levantando la cabeza para mirar su rostro que lucía pálido y sí… molesto. Mismo tono que usaría en sus palabras al preguntarse:
– ¡¿Qué diablos te tiene de malas?! ¡¿Acaso no estabas segura de esto?!... ¡Sí! – se contestó –. Más no que sería Nueva York –. En cambio su yo interno le respondería:
– Yo más bien diría que te estás mintiendo, porque de sobra sabías que aquí vendrían… ¡Vamos, mujer, reconócelo! Quisiste hacerlo porque tienes deseos de verlo.
– ¿Y si él no?
– ¡¿Qué más te da?! ¡Ya te casaste! porque alguien te sugirió olvidar, y hete aquí con la oportunidad de volver a reencontrarte con él. Aunque ahora que lo hagas… el amor que se han ganado, ¿será más fuerte que el que tuviste por él?
– No – se respondió – eso jamás.
– Entonces prepárate, porque estás en su ciudad y en cualquier momento puedes toparte con su persona. Y cuando lo hagas, ¿vas a decirle por qué te casaste con Neil Legan?
– Te aseguro que si eso llegara a pasar y le cuento, Terry lo entenderá.
– ¿Estás segura?
Y es que, un tiempo atrás, durante los primeros minutos del nuevo año, en algún lugar del Atlántico Norte…
***Flashback***
Aparentemente, el hecho de haber tenido que pasar los últimos seis meses internada en la villa Escocesa de la familia Andley no había sido suficiente castigo. Como si no hubiera tenido suficiente con intentar en vano mantener a raya los recuerdos y la nostalgia, ahora esto. Y es que no había podido negarse en ninguna de las dos ocasiones: la primera de ellas, cuando Albert, preocupado por el evidente deterioro de la ya entrada en años Tía Abuela Elroy, le había casi rogado que la acompañara a su tierra natal y cuidara de ella tanto en calidad de enfermera como en calidad de familiar. La segunda, una semana atrás, cuando la anciana, deseosa de ver y compartir el tiempo que le quedara con sus queridos sobrinos, había insistido en regresar ¡sin más demoras! a Chicago.
- ¿Es que no podía haber elegido otra fecha? – murmuró Candy, con su verde mirada perdida en la oscuridad oceánica. Su voz, amortiguada por el oleaje golpeando rítmicamente el casco y también por la música y la algarabía proveniente del salón de fiestas del transatlántico que la transportaba de vuelta a casa. - Como sea… - suspiró. – Por más que los años hayan pasado, jamás lo olvido. Feliz año nuevo – el nombre de aquél a quien le hablaba imaginariamente, lo agregó para sus adentros. Ya hacía tiempo que no lo nombraba. No se atrevía a hacerlo, a riesgo de terminar por derrumbarse.
- Feliz año nuevo, Candy.
- Piérdete, Neil – respondió injustamente agresiva hacia quien había hablado a sus espaldas. – No estaba hablándote a ti.
- Lo sé – admitió él, sin amilanarse ante el despliegue de malos modos. – Sólo que pensé que quizás, por una vez, deberías decírselo a alguien real y no a alguien que, pasado tanto tiempo, sólo vive en tus fantasías.
- Déjame en paz, Neil – insistió la muy terca, sin voltear siquiera a mirarlo. – No sabes nada…
- Oh, pero sí que sé. Sé que, desde que William tomó su lugar como cabeza de la familia Andley, hemos pasado cada año nuevo juntos. Y aunque no nos dirigiéramos la palabra hasta hace muy poco, sólo un ciego no hubiera notado que, año a año, haces siempre lo mismo: te alejas y, cuando crees que nadie te ve, saludas a un recuerdo. Sólo que yo te vi, Candy. Todas y cada una de las veces. Y te sigo viendo…
- Oh, qué bien. Corre a contárselo a Eliza y, como siempre, búrlense de mí. Honestamente, no me hará la diferencia. ¡Adelante!
- Mi hermana no está en este barco y ya hace tiempo que no corro a ella para contarle nada. Mucho menos de ti y lo sabes.
- Ay, está bien – cedió finalmente Candy, con tono fastidiado, aunque sin quitar ni por un momento la mirada del océano frente a ella. – Ve al grano. ¿Qué es lo que quieres?
- En primer lugar – aprovechando que la rubia acababa de demostrar una leve baja en sus defensas, se acercó a su lado, justo junto a la baranda – que me mires, si no es mucho pedir.
- Ajá – absolutamente a regañadientes, Candy abandonó su contemplación oceánica y se giró para sorprenderse al encontrar justo frente a su cara con una burbujeante copa de champán que el moreno le ofrecía con una deslumbrante sonrisa dibujada en su habitualmente cínico rostro.
- Brinda conmigo, Candy. Por una vez, hazlo con alguien real. Hazlo con alguien a quien realmente le importas.
Titubeante, la rubia enfermera aceptó lo ofrecido. No podía decir que esta faceta de Neil la sorprendiera. De hecho, en los últimos seis meses que habían convivido bajo el mismo techo, había notado un cambio radical respecto de aquel muchachito desagradable, cobarde, egoísta, mentiroso y maquinador que otrora hubiera conocido. Si bien ella misma se había encargado de mantener la distancia a fuerza de pura desconfianza, en más de una ocasión se había hallado a sí misma manteniendo con él alguna charla cordial; aceptando sus ofrecimientos de quedarse al cuidado de la tía abuela por algunas horas para que ella pudiera darse un respiro; o, incluso, trabajando conjuntamente codo a codo para rescatar a dos cachorros traviesos que, en una aventura, se habían caído al arroyo. Sí, definitivamente, los años, el alejamiento de Eliza a causa de su conveniente y rimbombante matrimonio con un noble inglés y vaya a saber qué otras circunstancias, habían hecho del disoluto Neil de antaño un hombre completamente nuevo.
- Feliz año nuevo, Neil Leagan – habiendo pensado todo lo anterior en menos de lo que dura un suspiro y, profundamente conmovida por aquella nueva muestra de preocupación que el señorito ponía frente a ella, Candy, finalmente, aceptó lo ofrecido con una sonrisa.
- Feliz año nuevo, Candice Andley – aunque le estallaba el corazón ante la inesperada respuesta positiva, Neil logró mantener la compostura. Había cambiado, era cierto. Como también era cierto que, gran parte de su cambio, se había debido a su firme determinación de ser merecedor, si no del amor, al menos, del aprecio de la mujer parada frente a él. Mujer de la que sí, efectivamente, se había enamorado siendo apenas un adolescente. Y no porque le salvara la vida, sino porque ella era única. “La” única. La chica por la que se había arriesgado a perder el respeto de su hermana y su madre, sólo por ofrecerle matrimonio. Aunque claro, siendo la clase de tipo que era en aquel entonces, había errado completamente el camino y, en lugar de enamorarla, sólo había conseguido espantarla. Pero ya no más. ¡Claro que no! – Y gracias por el gran honor que me concedes – agregó misteriosamente, luego de beber un sorbo de su champán.
- ¿Y qué honor es ese, si se puede saber?
- El honor de ser el primero, en mucho mucho tiempo que consigue dibujar una sonrisa en tu rostro una noche de año nuevo. Eso me da esperanzas de que, quizás dentro de no mucho, sea también el que, por fin, te haga olvidar.
Tomando ventaja del estado estupefacto en que había dejado a su interlocutora, Neil, con rapidez, dejó un beso plantado en la mejilla pecosa. Y, tan silenciosamente como había llegado, también partió, perdiéndose entre la bruma de cubierta, dejando atrás a Candy quien, ahora, tenía mucho más para pensar.
***Fin del Flashback***
– ¿No pudiste haber reservado en otro lugar?
– ¿Qué tiene de malo este? – el Hotel Royal
– ¡Que…! – la esposa calló su verdadero pensar para comentar: – esta dirección queda lejísimos de la Mansión Andrew. Recuerda que la tía abuela Elroy ya no puede desplazarse tan fácilmente y...
– Querida, tú también recuerda que desde hoy, yo debo ser independiente. Y mi puesto tampoco va a ser aquí sino en Albany – capital del estado neoyorkino. – Hoy lo estamos porque…
– Sí, sí, lo entiendo, pero…
– Vamos, linda – el esposo se acercó a su mujer; – ¿por qué mejor no me dices cuál es tu verdad?... Será acaso… ¿lo cerca que estamos de Broadway?
– ¿Por qué dices eso? – ella, incómoda, se zafó de su agarre. Entonces…
– ¿De verdad quieres oírlo? ¿También que no has podido olvidarlo?
– ¡No digas tonterías! – la futura primera dama estatal sonó molesta; y convincente diría: – Aquello hace mucho que pasó.
– Sin embargo, desde que te dije que nos mudaríamos aquí, has venido mostrándote muy irritada.
– Chicago también te hubiera aceptado como candidato.
– Pero allá tenía las de perder por…
– ¿Tus malos comportamientos? Sólo espero que éstos no te traigan aquí las consecuencias.
– ¿Por qué lo dices?
– ¿De verdad quieres oírlo? – la mujer lo imitó en una sentencia similar. Y él no se quedaría atrás al replicar:
– Siendo así, te diré… aquello hace mucho que pasó.
Debido al evidente remedo…
– Está bien – alguien se rindió – no voy a discutir más. Sólo quiero pedirte que para la próxima, tomes en consideración mi opinión.
– Te juro que ya no había tiempo para preguntártelo – él respondió a la necedad; y ella…
– Sí, sí, por supuesto – y la esposa fue en busca del privado donde frente a un espejo fue a pararse. Pero en lugar de mirar su reflejo, se miró un dedo anular. También los anillos matrimoniales que hacía poco le habían colocado.
Para no fallar a la promesa dada, la fémina los quitó y puso en el tocador, levantando la cabeza para mirar su rostro que lucía pálido y sí… molesto. Mismo tono que usaría en sus palabras al preguntarse:
– ¡¿Qué diablos te tiene de malas?! ¡¿Acaso no estabas segura de esto?!... ¡Sí! – se contestó –. Más no que sería Nueva York –. En cambio su yo interno le respondería:
– Yo más bien diría que te estás mintiendo, porque de sobra sabías que aquí vendrían… ¡Vamos, mujer, reconócelo! Quisiste hacerlo porque tienes deseos de verlo.
– ¿Y si él no?
– ¡¿Qué más te da?! ¡Ya te casaste! porque alguien te sugirió olvidar, y hete aquí con la oportunidad de volver a reencontrarte con él. Aunque ahora que lo hagas… el amor que se han ganado, ¿será más fuerte que el que tuviste por él?
– No – se respondió – eso jamás.
– Entonces prepárate, porque estás en su ciudad y en cualquier momento puedes toparte con su persona. Y cuando lo hagas, ¿vas a decirle por qué te casaste con Neil Legan?
– Te aseguro que si eso llegara a pasar y le cuento, Terry lo entenderá.
– ¿Estás segura?
Y es que, un tiempo atrás, durante los primeros minutos del nuevo año, en algún lugar del Atlántico Norte…
***Flashback***
Aparentemente, el hecho de haber tenido que pasar los últimos seis meses internada en la villa Escocesa de la familia Andley no había sido suficiente castigo. Como si no hubiera tenido suficiente con intentar en vano mantener a raya los recuerdos y la nostalgia, ahora esto. Y es que no había podido negarse en ninguna de las dos ocasiones: la primera de ellas, cuando Albert, preocupado por el evidente deterioro de la ya entrada en años Tía Abuela Elroy, le había casi rogado que la acompañara a su tierra natal y cuidara de ella tanto en calidad de enfermera como en calidad de familiar. La segunda, una semana atrás, cuando la anciana, deseosa de ver y compartir el tiempo que le quedara con sus queridos sobrinos, había insistido en regresar ¡sin más demoras! a Chicago.
- ¿Es que no podía haber elegido otra fecha? – murmuró Candy, con su verde mirada perdida en la oscuridad oceánica. Su voz, amortiguada por el oleaje golpeando rítmicamente el casco y también por la música y la algarabía proveniente del salón de fiestas del transatlántico que la transportaba de vuelta a casa. - Como sea… - suspiró. – Por más que los años hayan pasado, jamás lo olvido. Feliz año nuevo – el nombre de aquél a quien le hablaba imaginariamente, lo agregó para sus adentros. Ya hacía tiempo que no lo nombraba. No se atrevía a hacerlo, a riesgo de terminar por derrumbarse.
- Feliz año nuevo, Candy.
- Piérdete, Neil – respondió injustamente agresiva hacia quien había hablado a sus espaldas. – No estaba hablándote a ti.
- Lo sé – admitió él, sin amilanarse ante el despliegue de malos modos. – Sólo que pensé que quizás, por una vez, deberías decírselo a alguien real y no a alguien que, pasado tanto tiempo, sólo vive en tus fantasías.
- Déjame en paz, Neil – insistió la muy terca, sin voltear siquiera a mirarlo. – No sabes nada…
- Oh, pero sí que sé. Sé que, desde que William tomó su lugar como cabeza de la familia Andley, hemos pasado cada año nuevo juntos. Y aunque no nos dirigiéramos la palabra hasta hace muy poco, sólo un ciego no hubiera notado que, año a año, haces siempre lo mismo: te alejas y, cuando crees que nadie te ve, saludas a un recuerdo. Sólo que yo te vi, Candy. Todas y cada una de las veces. Y te sigo viendo…
- Oh, qué bien. Corre a contárselo a Eliza y, como siempre, búrlense de mí. Honestamente, no me hará la diferencia. ¡Adelante!
- Mi hermana no está en este barco y ya hace tiempo que no corro a ella para contarle nada. Mucho menos de ti y lo sabes.
- Ay, está bien – cedió finalmente Candy, con tono fastidiado, aunque sin quitar ni por un momento la mirada del océano frente a ella. – Ve al grano. ¿Qué es lo que quieres?
- En primer lugar – aprovechando que la rubia acababa de demostrar una leve baja en sus defensas, se acercó a su lado, justo junto a la baranda – que me mires, si no es mucho pedir.
- Ajá – absolutamente a regañadientes, Candy abandonó su contemplación oceánica y se giró para sorprenderse al encontrar justo frente a su cara con una burbujeante copa de champán que el moreno le ofrecía con una deslumbrante sonrisa dibujada en su habitualmente cínico rostro.
- Brinda conmigo, Candy. Por una vez, hazlo con alguien real. Hazlo con alguien a quien realmente le importas.
Titubeante, la rubia enfermera aceptó lo ofrecido. No podía decir que esta faceta de Neil la sorprendiera. De hecho, en los últimos seis meses que habían convivido bajo el mismo techo, había notado un cambio radical respecto de aquel muchachito desagradable, cobarde, egoísta, mentiroso y maquinador que otrora hubiera conocido. Si bien ella misma se había encargado de mantener la distancia a fuerza de pura desconfianza, en más de una ocasión se había hallado a sí misma manteniendo con él alguna charla cordial; aceptando sus ofrecimientos de quedarse al cuidado de la tía abuela por algunas horas para que ella pudiera darse un respiro; o, incluso, trabajando conjuntamente codo a codo para rescatar a dos cachorros traviesos que, en una aventura, se habían caído al arroyo. Sí, definitivamente, los años, el alejamiento de Eliza a causa de su conveniente y rimbombante matrimonio con un noble inglés y vaya a saber qué otras circunstancias, habían hecho del disoluto Neil de antaño un hombre completamente nuevo.
- Feliz año nuevo, Neil Leagan – habiendo pensado todo lo anterior en menos de lo que dura un suspiro y, profundamente conmovida por aquella nueva muestra de preocupación que el señorito ponía frente a ella, Candy, finalmente, aceptó lo ofrecido con una sonrisa.
- Feliz año nuevo, Candice Andley – aunque le estallaba el corazón ante la inesperada respuesta positiva, Neil logró mantener la compostura. Había cambiado, era cierto. Como también era cierto que, gran parte de su cambio, se había debido a su firme determinación de ser merecedor, si no del amor, al menos, del aprecio de la mujer parada frente a él. Mujer de la que sí, efectivamente, se había enamorado siendo apenas un adolescente. Y no porque le salvara la vida, sino porque ella era única. “La” única. La chica por la que se había arriesgado a perder el respeto de su hermana y su madre, sólo por ofrecerle matrimonio. Aunque claro, siendo la clase de tipo que era en aquel entonces, había errado completamente el camino y, en lugar de enamorarla, sólo había conseguido espantarla. Pero ya no más. ¡Claro que no! – Y gracias por el gran honor que me concedes – agregó misteriosamente, luego de beber un sorbo de su champán.
- ¿Y qué honor es ese, si se puede saber?
- El honor de ser el primero, en mucho mucho tiempo que consigue dibujar una sonrisa en tu rostro una noche de año nuevo. Eso me da esperanzas de que, quizás dentro de no mucho, sea también el que, por fin, te haga olvidar.
Tomando ventaja del estado estupefacto en que había dejado a su interlocutora, Neil, con rapidez, dejó un beso plantado en la mejilla pecosa. Y, tan silenciosamente como había llegado, también partió, perdiéndose entre la bruma de cubierta, dejando atrás a Candy quien, ahora, tenía mucho más para pensar.
***Fin del Flashback***
Última edición por Milser el Lun Abr 17, 2017 7:39 pm, editado 1 vez