Una página de mi diario para Stear
Me escabullo al laboratorio.
Ya sé que no debo buscarlo ni en la cafetería ni en el jardín ni en el auditorio ni en la biblioteca. Mi corazón late acelerado, porque, allí, al fondo, brilla la única lucecita que delata su presencia.
Lo veo inclinado sobre cualquier cosa que sea, con sus gafas resbalándosele por la nariz. ¡Lo que daría yo por quitárselas y lanzarlas al aire para poder ver el brillo de sus vibrantes pupilas y mi propia imagen reflejada en él!
Tararea mientras trabaja. Y sus manos se mueven ágiles sobre el cacharro que acaricia con su destornillador. ¡Si tan sólo me acariciara a mí de la misma forma! Me daría lo mismo el destornillador que una pluma de pavorreal, ¡porque sé que sus manos son suaves como la seda y delicadas como el cristal y dulces como algodón de azúcar!
Habla consigo mismo y se ríe y sonríe. Casi podría asegurar que ese montón de fierros obtiene más atención de él, que mi propia figura desnuda como la Venus saliendo de las aguas, pero no me importa. Si fuera necesario, me cubriría de engranes, remaches, rondanas y tuercas para que las fuera quitando una a una, hasta descubrir que debajo, yace mi cuerpo desnudo esperando un solo roce de su piel.
Paso de largo de los galanes de película, paso de largo de los atletas con músculos hasta en el cerebo, pero me derrito cuando sus suaves y gentiles ojos, se posan en los míos, sin imaginar, siquiera, las ganas que tengo de arrojarme en sus brazos, impelida por un resorte imaginario.
Y quedarme allí, entre su asombro y su risa contenida. Entre su sorpresa y su extrañez. Porque aunque él no lo sepa, es mío. Es mi Stear. Mi dulce y apasionado Stear. Mío para abrazarlo y besar su frente llena de ideas geniales y disparatadas y para meter mis dedos en sus cabellos fragantes a inventiva.
Lo veo llegar en su chatarra con ruedas y motor y sólo tengo ganas de llenarlo de caricias. Veo su boina desteñida y quisiera alborotar su cabello mientras el sol crea magníficos reflejos en cada una de sus hebras y todo un universo de arcoíris se contempla en su cabeza.
Y saltaría hacia él, cada vez que lo viera y ya podría llamarme “su ranita”. Viviría saltando hacia donde él estuviera, sin importar cuán lejos se encontrara. Me quedaría quietecita para observarlo perderse en los engranes y tuercas de sus armatrostes que sólo él sabe para qué sirven, como lo hago ahora.
La oscuridad me protege y me hunde en un anonimato difícil de soportar. Pero es la misma oscuridad que me hunde cada día, aunque el sol brille en todo su esplendor. Porque toda su luz, toda su alegría y toda su canción, es mi amiga Patricia.
Ya sé que no debo buscarlo ni en la cafetería ni en el jardín ni en el auditorio ni en la biblioteca. Mi corazón late acelerado, porque, allí, al fondo, brilla la única lucecita que delata su presencia.
Lo veo inclinado sobre cualquier cosa que sea, con sus gafas resbalándosele por la nariz. ¡Lo que daría yo por quitárselas y lanzarlas al aire para poder ver el brillo de sus vibrantes pupilas y mi propia imagen reflejada en él!
Tararea mientras trabaja. Y sus manos se mueven ágiles sobre el cacharro que acaricia con su destornillador. ¡Si tan sólo me acariciara a mí de la misma forma! Me daría lo mismo el destornillador que una pluma de pavorreal, ¡porque sé que sus manos son suaves como la seda y delicadas como el cristal y dulces como algodón de azúcar!
Habla consigo mismo y se ríe y sonríe. Casi podría asegurar que ese montón de fierros obtiene más atención de él, que mi propia figura desnuda como la Venus saliendo de las aguas, pero no me importa. Si fuera necesario, me cubriría de engranes, remaches, rondanas y tuercas para que las fuera quitando una a una, hasta descubrir que debajo, yace mi cuerpo desnudo esperando un solo roce de su piel.
Paso de largo de los galanes de película, paso de largo de los atletas con músculos hasta en el cerebo, pero me derrito cuando sus suaves y gentiles ojos, se posan en los míos, sin imaginar, siquiera, las ganas que tengo de arrojarme en sus brazos, impelida por un resorte imaginario.
Y quedarme allí, entre su asombro y su risa contenida. Entre su sorpresa y su extrañez. Porque aunque él no lo sepa, es mío. Es mi Stear. Mi dulce y apasionado Stear. Mío para abrazarlo y besar su frente llena de ideas geniales y disparatadas y para meter mis dedos en sus cabellos fragantes a inventiva.
Lo veo llegar en su chatarra con ruedas y motor y sólo tengo ganas de llenarlo de caricias. Veo su boina desteñida y quisiera alborotar su cabello mientras el sol crea magníficos reflejos en cada una de sus hebras y todo un universo de arcoíris se contempla en su cabeza.
Y saltaría hacia él, cada vez que lo viera y ya podría llamarme “su ranita”. Viviría saltando hacia donde él estuviera, sin importar cuán lejos se encontrara. Me quedaría quietecita para observarlo perderse en los engranes y tuercas de sus armatrostes que sólo él sabe para qué sirven, como lo hago ahora.
La oscuridad me protege y me hunde en un anonimato difícil de soportar. Pero es la misma oscuridad que me hunde cada día, aunque el sol brille en todo su esplendor. Porque toda su luz, toda su alegría y toda su canción, es mi amiga Patricia.