- Bonjour mes beaux amies… Nuevamente me toca la ofensiva este día; y como prometimos, es mi turno con el tercer capítulo de este fic en conjunto que las Amazonas estamos escribiendo y que a todas nos encanta. -
Observa a su hermoso Liath que está muy concentrado estudiando un libreto, y que sospechosamente no la interrumpe. Ella arquea la ceja, pero continúa.
- Como ya saben, el primer capítulo lo trajo mon adorée Maia, y el segundo la encantadora Luana, aquí el enlace a ambos:
Cpítulo 1
Capítulo 2
- Al menos hoy no traes a ventilar mis actividades con ustedes tres, Bruja. – Hace un reclamo desde su sitio Terry, todavía un poco ofuscado. La amazona ríe alegre yendo a sentarse a su lado y recargando la barbilla en el dorso su mano izquierda, mismo codo que posó en la mesita de té.
- Allez mon amour, si lo disfrutas tanto como nosotras, n’est ce pas? – le sonríe de lado con total picardía.
Él cierra los ojos sonriendo de forma idéntica a ella…
- Lo sabía ¡ja, ja! Bien, entonces ahora sí voy yo con mi ataque… J'espère que vous l’apprécierez des beaux combattants!! (¡¡Espero que les agrade bellas combatientes!!)
By: Maia Moretti (Gissa), Luana Hoffman (Sundarcy) y Andreia Letellier (AyameDV)
Parte tres: Una jugada maestra… o algo así
By: Andreia Letellier (AyameDV)
Para las horas de la tarde en que la primera fase del plan “arreglar el error” fue llevada a cabo, Terrence mayor se enteró de que no había ingerido bocado alguno en prácticamente todo el día, y menos tomado un descanso. Claro, considerando los recientes acontecimientos y emociones, poco y nada de cansancio sentía; la adrenalina estaba al tope.
- “De todos modos sí debes dormir un poco Terrence, por el momento no puedes hacer más” – escuchó la voz de su abuelo hablándole.
- Ahora sí me hablas… - se quejó el bello castaño en voz alta y arqueando una ceja; recordando que un rato antes le pidió consejo y lo dejó botado.
Nada, otra vez silencio. El actor suspiró resignado y se dirigió rumbo a un hotel cercano al Central Park; cansado no estaba, pero sí tenía un poco de hambre. Por un momento pensó en ir a su camerino del teatro y quedarse ahí, pero la idea de estar en ese sitio específico nuevamente, justo en los días en que inició su oscuro sufrimiento, le hizo estremecer. Así que mejor fue al hotel y pasó la noche dándole vueltas a sus siguientes movimientos.
- Pasado mañana pecosa… - fue su último pensamiento antes de sucumbir finalmente al hechizo del sueño, sabiendo que en un par de días la dueña de su corazón, alma y pensamientos llegaría.
…
Los primeros y suaves rayos del sol se colaron por la ventana para posarse juguetones sobre la alabastrina tez del impresionante joven que todavía dormía. Unos mechones de castañas hebras cubrían parte del bello rostro que no estaba sobre la almohada, y la ligera curva de sus labios parecía insinuar una breve sonrisa.
Con las manos y antebrazos metidos bajo la almohada también, Terry se removió un poco en su lugar; azuzado por la calidez de la luz del astro rey que insistía en hacerlo abrir los párpados para admirar una vez más esos ojos maravillosos que por ahora, seguían ocultos. Finalmente, entre el sol y una cada vez más imperiosa llamada de la naturaleza, el apuesto británico se despertó, mostrando a medias por entre las espesas y largas pestañas, los zafiros que hacían suspirar a todas.
Se giró para quedar mirando el techo en lo que terminaba de despertar…
- Qué sueño más extraño tuve – susurró al tiempo que se levantaba y quedaba sentado al borde de la cama.
De pronto, y gracias a las horas de descanso que obtuvo, creyó que todo lo acontecido antes lo había vivido en una de esas visitas al mundo onírico. Su cabello lucía totalmente alborotado gracias al montón de vueltas que dio en la cama (despierto y también dormido), y se frotó la cara con desgano, negándose a abrir las ventanas de su alma por completo. Ni siquiera se percataba de que no había amanecido donde debería.
- ¿Qué horas son estas de levantarse muchachito? – le espetó de pronto una autoritaria y reconocida voz.
Cuando la escuchó, Terrence ahora sí se terminó de despertar, casi se cayó de la cama abriendo los ojos a todo lo que le daban; pues frente a él estaba de nuevo la elegante y sobria figura de Henry, su “querido” abuelo.
- Anda a darte una ducha que no estás para perder el tiempo. Tienes mucho qué hacer todavía – volvió a hablar el caballero, señalándolo con su bastón.
Terry seguía con la vista fija en el caballero, medio pasmado. El aletargamiento previo dio paso a una bella sonrisa, ¡no lo había soñado! ¡En realidad había vuelto en el tiempo!
- No cabe duda de que eres hombre de pocas palabras – habló medio burlón el abuelo – pero con un gusto en cuanto a alojamiento que deja bastante que desear. – Agregó, examinando el sitio con curiosidad y notable displicencia.
- Disculpe su gracia, pero por si lo ha olvidado, usted me trajo de vuelta en el tiempo sin previo aviso y no traía suficiente dinero conmigo. – Contestó el actor con evidente sarcasmo - Así que si no le agrada mi selección, lo invito a hacerme un préstamo para que pueda ir a un sitio que usted apruebe – y dicho esto se cruzó de brazos.
Su abuelo se volvió y clavó su mirada gris oscuro en los ojos de su nieto, antes de sonreír de lado en un típico gesto Grandchester.
- Creo que el viaje en el tiempo te mató unas cuantas neuronas, estoy muerto niño; no tengo dinero. – Y la ironía y el sarcasmo de Terrence al parecer los había heredado del viejo.
- Entonces deja de opinar. – Fue la ácida respuesta del menor de los nobles; para luego cuestionar con más entusiasmo - ¿Viniste a ayudarme? -
- No… Solamente vine para que no fueras a hacer otra tontería creyendo que estabas soñando. Esto lo tienes que hacer tú; así que usa tu ingenio, que sé que tienes bastante. – concluyó, arreglando las solapas de su saco y colocándose su chistera.
Terry arqueó la ceja y se dio la vuelta para dirigirse al cuarto de baño, pero antes de entrar se viró de nuevo, solamente para ver que el mayor ya no estaba, parpadeó un par de veces... ese abuelo suyo sí que era el padre de Richard.
Cuando terminó su aseo y salió, se vino a dar cuenta de que tendría que usar la misma ropa del día anterior y eso no le hizo ni poquita gracia… frunciendo el ceño tuvo que callar de un zape a su aristocrático yo interno y volver a colocarse sus prendas; decidiendo que lo primero que haría luego de desayunar algo, sería ir a comprar ropa. Ni modo, no sabía cuánto más estaría en ese tiempo, pero esperaba que no fuera mucho pues Henry claramente le había advertido que no podría regresar a su época si no corregía sus errores. Mejor se apresuraba.
La mañana pasó algo bastante lenta para su gusto; luego de conseguir fondos de la cuenta que afortunada y previsoramente abriera desde que empezó su carrera como actor, se fue por un par de trajes y accesorios necesarios; y de ahí se dirigió a su antiguo departamento. Escondido tras un poste en la esquina que daba justo frente a su ventana, se quedó fingiendo que leía un periódico, cual espía de película graciosa; con medio rostro cubierto por una bufanda gris, un ojo por el fleco y además traía un elegante sombrero fedora y una gabardina negra. Esperaba que su mini-mí saliera para ir hacia allá, la segunda fase de su plan incluía dejarle una pista extra a su yo más joven; y de paso, regalarse unos minutos en aquél sitio donde recibiera a su amada enfermera, y donde se sintió libre por última vez…
…
Dentro del departamento, Terrence de 18 seguía su rutina acostumbrada, un poco más animado debido a la decisión que había tomado de hablar con Candy y pedirle que juntos resolvieran el problema. El penúltimo ensayo general era hasta en la tarde, por lo que se tomó las cosas con calma. Se fue a sentar a la azotea del edificio para tocar su preciada armónica un momento; pensando en la mejor manera de hablar con su pecosa. Se había llevado el narciso que la pequeña del día anterior le obsequiara, para darse valor; pues de pronto el peso de las palabras dichas por Susana lo hacían flaquear bajo el amargo yugo de la culpa… “la envidio, puede correr libremente y es amada por ti…” se repetían una y otra vez en su mente, taladrando su pecho y minando su determinación por ratos.
Mientras tanto, Terry de 23 se apoyaba sobre un pie y luego sobre el otro, y hasta tuvo que cambiarse de lugar porque la gente que entraba y salía del edificio y casas cercanas ya lo veía con sospecha. ¡Si hasta una sonora risa de su abuelo escuchó en su cabeza! De seguro el viejito se estaba divirtiendo bastante a sus costillas ¬¬
Suspirando, trató de hacer memoria de lo que había hecho exactamente el día anterior a que Tarzán Pecosa llegara; tuvo que esforzarse pues lo que ocurriese luego del famoso accidente estaba cubierto por una bruma espesa que nublaba sus recuerdos. A decir verdad, no tenía mucha idea de cómo había sobrevivido a partir de entonces.
Un destello de memoria se le aclaró, como trozos de una dolorosa historia de esas que harían palidecer de envidia a las tragedias griegas o shakesperianas; se recordó a sí mismo como fantasma, aturdido, pero dispuesto a salir a cumplir su supuesto e impuesto deber de ir a ver a Susana unos momentos, después del ensayo.
Calculó entonces que en unos minutos más su yo menor saldría, y entonces él tendría tiempo suficiente para estar un rato en el apartamento y para hacer una muy interesante visita después; una ligera sonrisa llena de picardía apareció en sus muy antojables labios.
…
El bello ojiazul de 18 tomó sus llaves y dejó el narciso sobre la mesa, y arrastrando los pies prácticamente, salió de su casa y lentamente bajó la escalera que lo conducía a la calle para alcanzar su coche, al cual se subió y arrancó rumbo al hospital… despacio, sin nada de prisa.
Cuando su mini-yo salió, el castaño del futuro esperó unos minutos y luego se coló al edificio, esperando no toparse con la Sra. Flanagan; quién fungía como administradora y portera del mencionado edificio, y periódico oficial de la cuadra. Desgraciadamente sus ruegos no fueron escuchados, o tal vez sí y justamente por eso es que de pronto recordó que ya no tenía llaves para entrar al departamento. Así que con todo el berrinche de su alma tuvo que ir directamente a buscarla y pedirle si le podía prestar su copia de las llaves, argumentando que se le habían quedado dentro cuando salió.
La buena y entrometida señora se le quedó viendo con total extrañeza, y lo observaba sin recato alguno de pies a cabeza.
- Sí que acabo de verlo salir, pero… su ropa era distinta – dijo la mujer, sin terminar de darle las dichosas llaves y hasta achicando los ojos con sospecha, “¿Hoy camina menos encorvado o está más desarrollado y apetecible que ayer?” pensó para sí la metida y pervertida señora.
“Ahora a ver cómo sales de esta muchacho” Escuchó que Henry se burlaba de él en su cabeza. El actor rodó los ojos y murmuró un “no molestes abuelo”, para mayor desconcierto de madame Flanagan.
La mirada de la mujer, que lo recorría entero como si estuviera decidiendo por dónde morder primero, le provocó un escalofrío del terror que le recorrió toda la columna, dio un paso atrás y puso cara de susto antes de hablar.
- Debe haberse confundido – fue lo único que su maravilloso (y asustado) ingenio le dictó; casi le arrebató el llavero a la dama musitando un rápido “gracias, se las devuelvo al salir”, y subió las escaleras de dos en dos, maldiciendo en los varios idiomas que sabía.
Cuando llegó a su destino, se detuvo y respiró con calma, luego abrió la puerta casi como si fuese un ritual; hacía más de tres años que él había desalojado este sitio, cuando compró aquélla casa por la que tanto presionaron las Marlowe.
Al entrar, reconoció cada mueble y cada espacio como el suyo, su refugio… caminó lentamente y cerró despacio. El aroma de su loción flotaba todavía en el aire y sonrió casi imperceptiblemente; al día siguiente Candy, su hermosa Candy estaría ahí… sabía que la primera vez que eso sucedió, él moría por besarla y estrecharla entre sus brazos para no volver a dejarla ir; pero sus temores y culpa lo detuvieron. Casi se iba a recriminar una vez más por sus indecisiones, pero entonces se acordó que estaba ahí ahora precisamente para corregir esos errores, así que se le pasó; y tomando aire, fue a su pequeño escritorio y sacó papel y pluma, para dejar una corta nota a su otro yo:
*El verdadero camino hacia el amor, es la verdad y la confianza…
Con el brillo que la travesura y la emoción de poder cambiar su miserable vida le daban a sus preciosos zafiros, buscó el mejor lugar para dejar la nota en aparente descuido, pero donde el otro castaño pudiese verla a tiempo. El triunfó asomó en sus perfectas facciones al ir a dejar el papel justo bajo el sobre de la última carta de la pecosa enfermera. Sabía de sobra que esa noche, antes de dormir, el joven Terrence tomaría esas cartas para leerlas nuevamente. Era una costumbre que adquirió desde que recibiera la primera.
Salió del sitio casi renuente, pero con la esperanza floreciendo cada vez más en su corazón. Buscó a regañadientes a la Sra. Acosadora, digo, Flanagan, para devolverle las llaves. Para su suerte no la encontró, pero sí al esposo, quién recibió el vuelto sin hacerse dramas o suspicacias de que si el inquilino se veía mejor que ayer o no.
- Ahora sí Grandchester, el pobre de tu yo pequeño ya debe haber cumplido el suplicio de hoy… es tu turno… -
…
En el hospital, mientras el Terry de 23 años se enfrentaba a la casera y husmeaba por su departamento, Terry más joven tenía su propio día extraño. Con los ojos como platos observaba cómo la odiosa señora Marlowe lo miraba con ¿miedo? Y algo más de respeto que el día anterior, si hasta creía que se había vuelto loca, pues cuando llegó no le hizo su reclamo de costumbre, ¡ni siquiera le habló! Y solamente fingiendo una dignidad que estaba muy lejos de poseer lo miró con altanería y lo dejó seguir su camino.
Terrence creía que estaba soñando, se quedó quieto mirándola como si de repente le hubiese salido un ojo atrás de la cabeza…
- ¿Pero qué le pasa al mundo hoy? – se preguntó a sí mismo. Ya que antes de ir al nosocomio, fue al banco por algo de dinero pues luego no tendría oportunidad, y necesitaba hacer la reservación de la habitación para Candy y tener suficiente para invitarla.
Y es que en el banco se dio una escena muy peculiar para su gusto, y del de cualquiera de hecho. La normalmente seria y malhumorada asistente que siempre lo atendía, lo saludó ahora muy efusiva diciéndole que era muy agradable recibirlo nuevamente tan pronto y batiéndole las pestañas como queriendo echarle aire; pero él no recordaba haber ido a la institución desde al menos una semana antes, cuando fue a hacer un depósito. Y lo peor fue cuando la señorita en un muy inusual despliegue de coquetería le había dicho que su sonrisa era maravillosa y que debería mostrarla más a menudo. El castaño se quedó frío con semejante declaración, ¿desde cuándo era que él andaba por la vida sonriéndole a cualquiera? Y menos esos últimos días… pensó que la mujer estaba un poco chiflada y decidió omitir el tema, por salud mental sobre todo, limitándose a mirarla con cara de circunstancias esperando que le entregaran su dinero.
Sí… Terry mayor esa mañana había usado sus encantos (esos que tanto enorgullecían a su abuelo), para conseguir que le entregaran el efectivo que deseaba retirar sin mostrar su identificación; porque claro, la que él traía ahora era de años futuros y ni modo de presentar eso ¿verdad?
Sacudiendo la cabeza un poco, el mini-mí de Terry se sacó esos pensamientos, ya que debía ir a cumplir su obligación de saludar a Susana. Tomó aire y se encaminó hacia la habitación de la pelilacia, caminando como si se dirigiera al cadalso más que a una visita de cortesía; eso sí, el porte majestuoso no lo perdía ni aunque quisiera.
…
Mientras que en Illinois, una rubia y pecosa enfermera de vivos ojos verdes estaba muy emocionada, ajena por completo a la cantidad de vicisitudes que las dos versiones de su precioso novio estaban atravesando justo en esos momentos. El de su tiempo, fatigado, muy preocupado y triste; y el del futuro buscando deshacer lo que su mini-yo, él mismo y Candy habían hecho, pero ambos amándola intensamente…
Candy canturreaba y bailaba al tiempo que buscaba las prendas que empacaría; siempre ligera de equipaje, aunque a decir verdad era un verdadero milagro que en semejante pequeñez de maleta cupiera su calzado, vestidos, abrigo y demás, pero bueno… buscaba llevar sólo lo necesario, pues la invitación al estreno de Romeo y Julieta había llegado solamente con el boleto de ida; sospechaba lo que eso significaba y por ello es que estaba también incluyendo en su valija sus tesoros, el resto no le importaba demasiado; siempre podía hacerse de más cosas cuando estuviese instalada en Nueva York.
Así era como feliz e ilusionada como nunca, la señorita Andley preparaba su viaje, el cual sentía que cambiaría su vida…
…
De regreso en el hospital, la escena que vivía el joven Grandchester con la otra rubia no era muy diferente a la del día anterior, ella con sus sollozos lastimeros y mirándolo con tal adoración que rayaba en lo inverosímil; y él no sabiendo si mirar el suelo o tirarse por la ventana. Una vez más ella le preguntó si su Tarzán Pecosa ya había llegado, con ese tono tan dulzón que el pobre casi sentía que le daría diabetes, pero con mirada acusatoria y “dolida”. No más de 10 minutos después, estaba huyendo de ahí rumbo al teatro para el ensayo. No quería quedarse en ese lugar más tiempo, su determinación de hablar con la pecosa podría flaquear si seguía sometiéndose a la manipulación de su verdugo; disfrazada claro, de amor y bondad que hasta ese momento él creía verdaderos.
El otro Terry a su vez, igual tuvo que hacer acopio de toda su tolerancia cuando arribó nuevamente al nosocomio. Todavía le provocaba náuseas entrar ahí, no solamente por el aroma a antiséptico, al cual se juraba alérgico; sino por la cantidad de emociones que viviera dentro de esas paredes, en su pasado que en este instante era su repetido presente, y ahora en este presente que era su trágico pasado y que estaba dispuesto a corregir…
- Qué confuso… - se dijo a sí mismo apretándose el puente de la nariz. – Además esto de perseguirme a mí mismo y evitando verme a la vez, es más cansado de lo que pensé. –
Y ahí estaba, de nuevo haciendo como que leía el periódico sentado en la sala de espera, escondido además tras su proverbial bufanda y sombrero; calculando el tiempo que recordaba haberse demorado en la visita de ese día en particular a la Marlowe.
De pronto le cayó el veinte, ¡era muy temprano y él solía ver a Susana después del ensayo! Y él esperando a que su mini-mí saliera para “repetir” la visita…
- ¡Por todos los cielos! – exclamó poniendo su mano en la frente.
Se levantó dispuesto a retirarse, pues si veía a la ex Julieta antes que su otro yo, todo lo que esperaba decirle podría perder efecto si después llegaba mini Terry con su original culpabilidad. Dando grandes zancadas y dándose zapes mentales iba a toda prisa rumbo a la salida para retirarse y volver más tarde, pero tuvo que detenerse patinando y girar 180° a toda velocidad más pálido que un muerto, pues casi chocaba de frente con su yo de 18 años, que iba justamente saliendo. “Si lo bueno es que iba cabizbajo y ‘enmimismado’” pensó...
De un salto estuvo detrás de un pilar y mirando por encima del hombro a ver si el taciturno ojiazul ya había terminado de irse; cuando estuvo seguro de que así fue, liberó el aire retenido poniendo su mano derecha en el pecho y soltando un aliviado “¡Qué susto!” con los ojos cerrados. Cuando los abrió, un pequeño niño lo observaba fijamente, examinándolo como si fuese un espécimen de laboratorio. Terry arqueó una ceja, y casi decía algo pero entonces el jovencito decidió que el pobre señor este no era un loco peligroso, sino nada más loquito, y se alejó de ahí, ante la mirada desconcertada del británico.
- ¿Pero qué…? Sé perfecto que yo siempre venía después de los ensayos… - se decía el actor, extrañado y sorprendido a partes iguales; para luego mesarse la barbilla en actitud pensativa – Supongo que los acontecimientos empiezan a modificarse ligeramente – dedujo rápidamente y con un atisbo de sonrisa de triunfo.
“Ese es mi nieto, siempre tan inteligente” decía orgulloso Henry Grandchester a sus acompañantes allá arriba… y el castaño abajo estornudó ligeramente.
Dejando de lado sus brillantes deducciones y encantado de darle prisa a sus planes, se encaminó a la dichosa habitación del mal… digo, de Susana.
Antes de abrir la puerta respiró profundamente tres veces, como siempre hacía antes de entrar a escena, sacudiéndose los nervios; aunque en este caso y para ser honesto, lo que se quería sacudir de encima era a la enferma en cuestión.
Tocó un par de veces y cuando escuchó la vocecita dando el pase, sopló con fuerza y entró.
Los ojos de la pelilacia se agrandaron por la sorpresa al ver quién había ingresado, y le brillaron intensamente; lo veía fascinada, como una niña al juguete nuevo y que ansiaba con fuerzas, antes de torcer la expresión en una mueca de total confusión, frunciendo el ceño con la boca abierta. Se veía tan cómica que Terry mayor estuvo a dos rayitas de soltar una sonora carcajada.
- ¿Terry? – fue la ilógica pregunta que salió de sus labios en puchero.
- No Susy, soy un fantasma – la respuesta sarcástica no se hizo esperar. Ante la mirada atónita que le dirigieron se exasperó - ¡Por supuesto que soy Terrence! – levantó la voz, provocando un respingo en la chica.
- No seas rudo conmigo Terry… yo te amo tanto… – y él rodó los ojos. – Además es que acabas de irte y… - lo miraba de arriba abajo frunciendo más el ceño y enchinando los ojos – traes ropa diferente, y… y te ves algo más alto – hablaba con la voz temblorosa.
Por supuesto que el castaño en su entusiasmo otra vez no se percató de esos pequeños detalles, así que tragó seco buscando una buena excusa. De pronto sonrió torcido… Era una oportunidad de oro que no iba a desaprovechar.
- ¿De qué estás hablando? Debes haberlo soñado, yo acabo de llegar – y se cruzó de brazos. Se dio cuenta de que su otro yo no había llevado el diario ramo de rosas ese día, ¡vaya que sí estaban cambiando las cosas! Esto le renovó los bríos.
- Pe… pero… - balbuceaba la ojiazul, totalmente confundida – Es, es que yo… -
Terry estaba disfrutando esto, llevaba cinco años soportando niñerías, caprichos, manipulaciones, chantajes y un laaargo etcétera por parte de esta mujercita; y desprecios, exigencias y malos tratos por parte de la madre; era momento de decir algunas cosas.
- Deberíamos decirle al médico que te cambie los medicamentos, parece que los que tienes te hacen alucinar… Susy – el nombre lo acentúo con ironía.
- ¿Qué sucede contigo Terry? Estás actuando extraño –
Susana tenía miedo, no entendía por qué su vícti… perdón, su prospecto de novio se portaba tan diferente a los días anteriores; y de hecho, podría jurar que acababa de estar ahí, con sus usuales silencios, con sus preciosos ojos zafiro llenos de culpa e indecisión… ¡con ropa y apariencia distinta! ¿Sería que de verdad estaba alucinando? Tembló ante la perspectiva…
- ¿Extraño dices? – la sonrisa ladeada de él se amplió un poquito; Terrence de 23 cerró los ojos y metió las manos a los bolsillos – Para nada, siempre he sido de este modo, lo que sucede es que estaba un poco aturdido antes, además tú no me conoces ¿sabes? –
Y al mostrar sus azules estos destellaron en algo que su interlocutora no supo interpretar…
- Yo… yo sí te conozco… sé que eres un hombre generoso y de buen corazón, gentil, pero sobre todo honorable y responsable… - ella intentaría por todos los medios aferrarse a manipular la culpabilidad que sabía que el joven sentía, y no desperdiciaba ni una oportunidad de remarcárselo. Eso sí, usaba su tono de voz más tierno y amable, y una mirada encantada que tenía bien ensayada.
Las palabras de la chica dieron en el blanco, pero no en el que ella pretendía. El actor de dos pasos ya estaba frente a ella, se inclinó para que sus rostros quedaran lo suficientemente cerca como para que Susana viera los destellos de furia que surgían de esos increíbles ojos que él poseía. Se aferró a la sábana que la cubría, era la primera vez que lo tenía tan cerca sin estar actuando, y a pesar de su éxtasis, sintió temor de él, de su energía alterada y de su mirada terrible.
- Tú no tienes la menor idea de quién o cómo soy, y ya es hora de que tengas al menos una poca, señorita Marlowe. – Habló con volumen bajo, amenazante, siseando. Ella se hizo hacia atrás y él se retiró a su vez, irguiéndose cuan alto y atlético era. – No confundas el agradecimiento que siento por ti, con algo que no es. –
- ¿Algo que no es? – quiso saber la chica…
El actor caminó hasta el jarrón donde estaban las flores que su mini-yo seguramente había llevado un día antes. Se recriminó a sí mismo por haber elegido entonces rosas rojas para regalarle, cuando esos ramos debieron ser únicamente para Candy, a quién jamás le obsequió ninguna.
Como se quedara en silencio, la rubia aprovechó para animarse a hacer un reclamo… de paso desviar la conversación.
- Hoy no trajiste rosas para mí Terry… sabes que me encantan, y más si eres tú quién me las obsequia –
- A eso me refiero cuando te digo que confundes… las flores son por agradecimiento, pero nada más. –
- No seas cruel Terry, yo lo único que digo es que… -
- ¡Silencio! – Tronó la profunda voz de él, estaba francamente harto de esta mujer y su madre, aunque en ese tiempo ellas todavía no mostraban su verdadero carácter; él ya había tenido más que suficiente. Ella temblaba como una hoja y los ojos se le llenaron de lágrimas, buscando provocar una vez más la culpabilidad en él, por causarlas.
- ¿Por qué te portas así conmigo? ¿Es porque ella viene? ¿Qué tiene que no tenga yo? ¡Ella no ha hecho nada por ti, no se ha sacrificado como yo! –
Sí… era justo lo que Terrence buscaba, hacerla sacar su verdadera personalidad, egoísta y vanidosa, esa que él conocía tan bien. Sonrió triunfante, cosa que descolocó todavía más a la enferma, haciéndola enojar al creer que se burlaba de ella; pues efectivamente, no lo conocía en lo más mínimo…
- ¡Te burlas! ¿Cómo te atreves? Después de lo que hice por ti… - nuevamente derramaba llanto quejoso.
- ¡No me impongas el agradecimiento! – vociferó él, furioso; hastiado de lo mismo hasta decir basta, asustando de muerte de paso a la rubia - ¿Ves que no me conoces Susana…? – habló él de nuevo, mirándola fijamente, con dos trozos de hielo en lugar de sus zafiros; logrando que el ligero temblor de ella se hiciera más visible - Se acabó la dulce Susy ¿eh? Es tan fácil hacer que te muestres tal como eres – agregó con tono cansado.
- ¿Q… qué dices? – ella tarde se dio cuenta de su error
- No eres mala actriz lo admito, hasta ayer me sentía en un agujero negro de desolación, pero al menos hoy ya veo lo que pretendes. Mejor me voy, y piensa bien lo que harás ahora, porque no seré tu marioneta, eso tenlo por seguro. –
Ella abrió grandes los ojos, ¿él hablaba de lo que pensaba? No… ¡no lo permitiría!
- Terry no te vayas así… por favor… - la dulzura que empleó llegó a él como hiel.
- Adiós – no tenía deseos de hablar más con ella.
- ¡Terry sin ti prefiero morirme! – gritó Susana desesperada, y él recordó la escena de la azotea, el tremendo peso en sus brazos y en su corazón… la mirada desolada de Candy, el terror de la certeza de perderla…
- No te atrevas Susana, no permitiré que hagas una locura que arruine tu vida y de paso la mía. – Su voz fue clara, contundente, firme. Ella pensó que lo tenía…
- ¿Te quedarás entonces conmigo? – volvió a dulcificar su expresión, mostrando una sonrisa tan tierna como manipuladora, pensó él.
- Por supuesto que no – y no dijo nada más, se encaminó a la puerta y ante el grito histérico de la rubia de que se mataría si él la dejaba, solamente se giró un poco hacia ella para obsequiarle una mirada de absoluta lástima y molestia; antes de sonreírle con una mueca entre cínica y traviesa…
Salió de ahí con la sensación de estar dejando atrás poco a poco sus pesadas cadenas… Hasta ahora había sido bastante sutil y cauteloso en su proceder, pero su impetuoso y decidido carácter de antaño estaba volviendo a despertar; así que su siguiente paso fue enfrentar a Susana. Tal vez su yo de 18 años se sintiera todavía en deuda con ella porque todo era muy reciente, y sobre todo no deseaba lastimarla ni ser quien provocara su dolor y lágrimas, pero en ese tiempo él todavía no la conocía de verdad; ni había tenido que convivir con ella y su madre durante cinco años, que a él le parecieron exactamente cinco, pero bajo el agua… No, él ya sabía hacia dónde se dirigía si seguía con esa actitud pasiva, con ese honor mal entendido, con esa culpabilidad que no le correspondía sentir.
Imposible olvidar todo el tormento que vivió esos días, y los días y años después… la agonía de ver partir a Candy por no haber hablado con ella, el infierno en vida que había sido su existencia a partir de entonces. No… Dios y su abuelo le habían dado la oportunidad de corregir el error, ¡pues bien! Tocaba hacer algo más contundente, sólo en caso de que su mini-yo flaqueara en contarle todo a la pecosa, o que ella de todos modos se plantara en su plan de “santa Candy”; y lo primero había sido dejarle bien claro a “Susy”, que no podría manipularlo… ahora iría a por un seguro extra, su jugada maestra.
Fue directo a buscar al médico que la atendía; tuvo que sonreír un par de veces tanto a la enfermera como a la asistente del matasanos para que lo dejaran pasar, pero haciendo uso del bien llamado “encanto Grandchester” consiguió lo que se proponía, entrar a hablar con el susodicho.
- Buenas tardes doctor – educado pero impersonal saludó Terry al galeno. Éste lo miró con bastante interés de arriba abajo y levantó las cejas, invitándolo a tomar asiento.
- Buenas tardes Terrence – y al actor lo sorprendió que se dirigiera de ese modo a él, pero decidió dejarlo pasar. - ¿En qué puedo ayudarte? – ¿Y ahora lo tuteaba? O.o
- Es sobre la señorita Marlowe como ha de imaginarse; estoy… muy preocupado por ella – y puso cara de angustia total, haciendo gala de su increíble talento en la actuación.
- Cuéntame Terry, si está en mis manos ayudarte… perdón, ayudarla, con gusto lo haré. – habló con entusiasmo el tipo.
“¡Jajajaja! Parece que le agradaste bastante al doctor muchacho” se carcajeó el abuelo Henry en su cabeza… Y el castaño que casi se atragantó con su propia saliva… carraspeó incómodo por el trato; pero decidió que con tal de lograr su objetivo, bien valía la pena soportar al confianzudo médico.
- Hace un momento fui a visitarla y tengo la impresión de que está realmente perturbada. Entiendo que sea normal estar triste por lo que le sucedió, pero… - se detuvo un momento, pensando en la mejor manera de decir lo que quería. – Pero pienso que a ella le ha afectado demasiado, de hecho amenaza con suicidarse – y al final no usó ningún filtro ¬¬
El sujeto se lo quedó viendo, y decidió hacer un par de preguntas para considerar todas las variables.
- ¿Te ha dicho si tiene razones además de lo de su pierna? –
- No directamente – el británico pretendió pensarlo detenidamente – Pero obvio es por eso, y porque ya no podrá dedicarse a la actuación. Pasado mañana es el estreno de la obra de la que era protagonista, y temo que intente atentar contra su vida en estos días. – Miró al suelo pensativo, ahora no actuaba su confusión; el saber que realmente la chica había intentado suicidarse lo afectaba. En su momento pensó que ella de verdad lo necesitaba a él para seguir con vida, pero ahora sabía que esa fragilidad no era más que una fachada para seguir manipulándolo, y por supuesto, que siguiera manteniendo como reinas a ella y a su madre.
- ¿No hay alguna otra razón? – insistió el médico, y es que él había sido mudo testigo de cómo la ex-actriz hablaba con su madre sobre el muy gallardo joven que ahora tenía enfrente; para él, la admiración que la enferma sentía por Grandchester estaba demasiado cerca de la obsesión, y aunque no había realmente tratado con él antes de manera directa y personal, sí pudo identificar que el inglés se turbaba bastante al estar con ella, y hasta tenía la idea de que era algo inseguro. Ahora que hablaba con él, pensó en lo equivocado que había estado al respecto, y que muy probablemente la anterior actitud casi sumisa del actor, era debido a la culpa que de seguro sentía.
- No entiendo su pregunta ¿qué otra razón podría haber? – cuestionó Terrence a su vez, estaba renuente a tocar el tema real con ese fulanito. Además lo que decía era bastante cierto.
- Me refiero a la obsesión que la Srta. Marlowe ha demostrado tener hacia ti –
Directo al grano, fue el pensamiento del aristócrata; eso sí le agradó; pero nada más eso… Fijó un instante sus azules ojos en los marrones del galeno, meditando en su respuesta. ¿Qué decirle?
- Puede ser que eso también influya es correcto… pero lo cierto es que me preocupa que cumpla su amenaza. – Concluyó con firmeza y sin encontrarle ya razón a negar lo obvio.
- Entiendo – el doctor se mesó la barbilla. De hecho a él también le parecía que la chica estaba algo trastornada, y no únicamente lo que podría esperarse en esos casos y que sería normal, si no más allá de eso. – La tendremos vigilada permanentemente a partir de hoy si te parece. –
- Lo agradecería mucho doctor. Creo, si me permite el atrevimiento, que tal vez sería prudente, si usted así lo aprueba por supuesto, – y sonrió levemente, tuvo que hacer uso de su educación y encanto, pese al repelús que el matasanos este le causaba, y a las carcajadas de su abuelo – que le administren alguna especie de tranquilizante, ha estado bastante alterada en mi reciente visita, y… - dudó un momento, o más bien actuó como que dudaba.
- ¿Y…? – lo alentaron a continuar
- Bueno ella aseguraba haberme visto minutos antes de mi arribo, dijo que con ropa distinta y más pequeño… hasta parecía asustada de verme nuevamente y temblaba visiblemente; ¿las alucinaciones son signo de desequilibrio mental o emocional? – el toque final…
- Vaya, es más delicado de lo que pensé – el doctor suspiró, tomando una decisión. – Sí Terry,- ¡Ahora ya es “Terry”! - las alucinaciones no son buen síntoma. Incluso si no tiene un trastorno mental, eso significa que está bajo demasiada presión y si además amenaza con quitarse la vida, es mejor que la mantengamos tranquila y que la revise un especialista más adelante. –
- Comprendo; por favor doctor, no escatimen recursos para atenderla; y si logran que se tranquilice lo apreciaría mucho. Los gastos corren por mi cuenta. – Agregó. Eso sí no pensaba cambiarlo de momento, al final sí era por Susana que él seguía vivo y completo.
- Descuida, en ahora mismo daré las instrucciones de que siempre haya una enfermera en su habitación y le prescribiré sedantes, la mantendrán dormida la mayor parte del tiempo, así que no te preocupes. – El doctor le sonrió condescendiente.
- Entonces no podrá recibir visitas ¿verdad? – el precioso castaño fingió entristecerse por ello.
- No, lo siento; al menos en estos días no sería prudente, debemos evitar que su delicada mente se altere más. – Terry sonrió de lado un segundo…
- Ya veo, agradezco su tiempo y comprensión doctor, debo irme ahora pues los ensayos esperan por mí. – Y se levantó dispuesto a retirarse.
El galeno le extendió la mano, y Romeo no tuvo más remedio que estrechársela, aunque sintió otro de esos feos escalofríos recorrerle la espalda cuando lo hizo. Ni modo, todo fuera por arreglar las cosas.
Salió de ahí con una sonrisa triunfal, ahora esperaba que su mini-mí de 18 años no arruinara todo y realmente hablara con la pecosa.
- Candy… - murmuró con mirada brillante y enamorada, - mañana… todo será distinto. –
Y se fue a su hotel, mirando al cielo con esperanza y ardiendo de deseos de verla otra vez…
*Frase encontrada en la red, no me pertenece; créditos a su autor.
Observa a su hermoso Liath que está muy concentrado estudiando un libreto, y que sospechosamente no la interrumpe. Ella arquea la ceja, pero continúa.
- Como ya saben, el primer capítulo lo trajo mon adorée Maia, y el segundo la encantadora Luana, aquí el enlace a ambos:
Cpítulo 1
Capítulo 2
- Al menos hoy no traes a ventilar mis actividades con ustedes tres, Bruja. – Hace un reclamo desde su sitio Terry, todavía un poco ofuscado. La amazona ríe alegre yendo a sentarse a su lado y recargando la barbilla en el dorso su mano izquierda, mismo codo que posó en la mesita de té.
- Allez mon amour, si lo disfrutas tanto como nosotras, n’est ce pas? – le sonríe de lado con total picardía.
Él cierra los ojos sonriendo de forma idéntica a ella…
- Lo sabía ¡ja, ja! Bien, entonces ahora sí voy yo con mi ataque… J'espère que vous l’apprécierez des beaux combattants!! (¡¡Espero que les agrade bellas combatientes!!)
Besos Del Pasado
By: Maia Moretti (Gissa), Luana Hoffman (Sundarcy) y Andreia Letellier (AyameDV)
Parte tres: Una jugada maestra… o algo así
By: Andreia Letellier (AyameDV)
Para las horas de la tarde en que la primera fase del plan “arreglar el error” fue llevada a cabo, Terrence mayor se enteró de que no había ingerido bocado alguno en prácticamente todo el día, y menos tomado un descanso. Claro, considerando los recientes acontecimientos y emociones, poco y nada de cansancio sentía; la adrenalina estaba al tope.
- “De todos modos sí debes dormir un poco Terrence, por el momento no puedes hacer más” – escuchó la voz de su abuelo hablándole.
- Ahora sí me hablas… - se quejó el bello castaño en voz alta y arqueando una ceja; recordando que un rato antes le pidió consejo y lo dejó botado.
Nada, otra vez silencio. El actor suspiró resignado y se dirigió rumbo a un hotel cercano al Central Park; cansado no estaba, pero sí tenía un poco de hambre. Por un momento pensó en ir a su camerino del teatro y quedarse ahí, pero la idea de estar en ese sitio específico nuevamente, justo en los días en que inició su oscuro sufrimiento, le hizo estremecer. Así que mejor fue al hotel y pasó la noche dándole vueltas a sus siguientes movimientos.
- Pasado mañana pecosa… - fue su último pensamiento antes de sucumbir finalmente al hechizo del sueño, sabiendo que en un par de días la dueña de su corazón, alma y pensamientos llegaría.
…
Los primeros y suaves rayos del sol se colaron por la ventana para posarse juguetones sobre la alabastrina tez del impresionante joven que todavía dormía. Unos mechones de castañas hebras cubrían parte del bello rostro que no estaba sobre la almohada, y la ligera curva de sus labios parecía insinuar una breve sonrisa.
Con las manos y antebrazos metidos bajo la almohada también, Terry se removió un poco en su lugar; azuzado por la calidez de la luz del astro rey que insistía en hacerlo abrir los párpados para admirar una vez más esos ojos maravillosos que por ahora, seguían ocultos. Finalmente, entre el sol y una cada vez más imperiosa llamada de la naturaleza, el apuesto británico se despertó, mostrando a medias por entre las espesas y largas pestañas, los zafiros que hacían suspirar a todas.
Se giró para quedar mirando el techo en lo que terminaba de despertar…
- Qué sueño más extraño tuve – susurró al tiempo que se levantaba y quedaba sentado al borde de la cama.
De pronto, y gracias a las horas de descanso que obtuvo, creyó que todo lo acontecido antes lo había vivido en una de esas visitas al mundo onírico. Su cabello lucía totalmente alborotado gracias al montón de vueltas que dio en la cama (despierto y también dormido), y se frotó la cara con desgano, negándose a abrir las ventanas de su alma por completo. Ni siquiera se percataba de que no había amanecido donde debería.
- ¿Qué horas son estas de levantarse muchachito? – le espetó de pronto una autoritaria y reconocida voz.
Cuando la escuchó, Terrence ahora sí se terminó de despertar, casi se cayó de la cama abriendo los ojos a todo lo que le daban; pues frente a él estaba de nuevo la elegante y sobria figura de Henry, su “querido” abuelo.
- Anda a darte una ducha que no estás para perder el tiempo. Tienes mucho qué hacer todavía – volvió a hablar el caballero, señalándolo con su bastón.
Terry seguía con la vista fija en el caballero, medio pasmado. El aletargamiento previo dio paso a una bella sonrisa, ¡no lo había soñado! ¡En realidad había vuelto en el tiempo!
- No cabe duda de que eres hombre de pocas palabras – habló medio burlón el abuelo – pero con un gusto en cuanto a alojamiento que deja bastante que desear. – Agregó, examinando el sitio con curiosidad y notable displicencia.
- Disculpe su gracia, pero por si lo ha olvidado, usted me trajo de vuelta en el tiempo sin previo aviso y no traía suficiente dinero conmigo. – Contestó el actor con evidente sarcasmo - Así que si no le agrada mi selección, lo invito a hacerme un préstamo para que pueda ir a un sitio que usted apruebe – y dicho esto se cruzó de brazos.
Su abuelo se volvió y clavó su mirada gris oscuro en los ojos de su nieto, antes de sonreír de lado en un típico gesto Grandchester.
- Creo que el viaje en el tiempo te mató unas cuantas neuronas, estoy muerto niño; no tengo dinero. – Y la ironía y el sarcasmo de Terrence al parecer los había heredado del viejo.
- Entonces deja de opinar. – Fue la ácida respuesta del menor de los nobles; para luego cuestionar con más entusiasmo - ¿Viniste a ayudarme? -
- No… Solamente vine para que no fueras a hacer otra tontería creyendo que estabas soñando. Esto lo tienes que hacer tú; así que usa tu ingenio, que sé que tienes bastante. – concluyó, arreglando las solapas de su saco y colocándose su chistera.
Terry arqueó la ceja y se dio la vuelta para dirigirse al cuarto de baño, pero antes de entrar se viró de nuevo, solamente para ver que el mayor ya no estaba, parpadeó un par de veces... ese abuelo suyo sí que era el padre de Richard.
Cuando terminó su aseo y salió, se vino a dar cuenta de que tendría que usar la misma ropa del día anterior y eso no le hizo ni poquita gracia… frunciendo el ceño tuvo que callar de un zape a su aristocrático yo interno y volver a colocarse sus prendas; decidiendo que lo primero que haría luego de desayunar algo, sería ir a comprar ropa. Ni modo, no sabía cuánto más estaría en ese tiempo, pero esperaba que no fuera mucho pues Henry claramente le había advertido que no podría regresar a su época si no corregía sus errores. Mejor se apresuraba.
La mañana pasó algo bastante lenta para su gusto; luego de conseguir fondos de la cuenta que afortunada y previsoramente abriera desde que empezó su carrera como actor, se fue por un par de trajes y accesorios necesarios; y de ahí se dirigió a su antiguo departamento. Escondido tras un poste en la esquina que daba justo frente a su ventana, se quedó fingiendo que leía un periódico, cual espía de película graciosa; con medio rostro cubierto por una bufanda gris, un ojo por el fleco y además traía un elegante sombrero fedora y una gabardina negra. Esperaba que su mini-mí saliera para ir hacia allá, la segunda fase de su plan incluía dejarle una pista extra a su yo más joven; y de paso, regalarse unos minutos en aquél sitio donde recibiera a su amada enfermera, y donde se sintió libre por última vez…
…
Dentro del departamento, Terrence de 18 seguía su rutina acostumbrada, un poco más animado debido a la decisión que había tomado de hablar con Candy y pedirle que juntos resolvieran el problema. El penúltimo ensayo general era hasta en la tarde, por lo que se tomó las cosas con calma. Se fue a sentar a la azotea del edificio para tocar su preciada armónica un momento; pensando en la mejor manera de hablar con su pecosa. Se había llevado el narciso que la pequeña del día anterior le obsequiara, para darse valor; pues de pronto el peso de las palabras dichas por Susana lo hacían flaquear bajo el amargo yugo de la culpa… “la envidio, puede correr libremente y es amada por ti…” se repetían una y otra vez en su mente, taladrando su pecho y minando su determinación por ratos.
Mientras tanto, Terry de 23 se apoyaba sobre un pie y luego sobre el otro, y hasta tuvo que cambiarse de lugar porque la gente que entraba y salía del edificio y casas cercanas ya lo veía con sospecha. ¡Si hasta una sonora risa de su abuelo escuchó en su cabeza! De seguro el viejito se estaba divirtiendo bastante a sus costillas ¬¬
Suspirando, trató de hacer memoria de lo que había hecho exactamente el día anterior a que Tarzán Pecosa llegara; tuvo que esforzarse pues lo que ocurriese luego del famoso accidente estaba cubierto por una bruma espesa que nublaba sus recuerdos. A decir verdad, no tenía mucha idea de cómo había sobrevivido a partir de entonces.
Un destello de memoria se le aclaró, como trozos de una dolorosa historia de esas que harían palidecer de envidia a las tragedias griegas o shakesperianas; se recordó a sí mismo como fantasma, aturdido, pero dispuesto a salir a cumplir su supuesto e impuesto deber de ir a ver a Susana unos momentos, después del ensayo.
Calculó entonces que en unos minutos más su yo menor saldría, y entonces él tendría tiempo suficiente para estar un rato en el apartamento y para hacer una muy interesante visita después; una ligera sonrisa llena de picardía apareció en sus muy antojables labios.
…
El bello ojiazul de 18 tomó sus llaves y dejó el narciso sobre la mesa, y arrastrando los pies prácticamente, salió de su casa y lentamente bajó la escalera que lo conducía a la calle para alcanzar su coche, al cual se subió y arrancó rumbo al hospital… despacio, sin nada de prisa.
Cuando su mini-yo salió, el castaño del futuro esperó unos minutos y luego se coló al edificio, esperando no toparse con la Sra. Flanagan; quién fungía como administradora y portera del mencionado edificio, y periódico oficial de la cuadra. Desgraciadamente sus ruegos no fueron escuchados, o tal vez sí y justamente por eso es que de pronto recordó que ya no tenía llaves para entrar al departamento. Así que con todo el berrinche de su alma tuvo que ir directamente a buscarla y pedirle si le podía prestar su copia de las llaves, argumentando que se le habían quedado dentro cuando salió.
La buena y entrometida señora se le quedó viendo con total extrañeza, y lo observaba sin recato alguno de pies a cabeza.
- Sí que acabo de verlo salir, pero… su ropa era distinta – dijo la mujer, sin terminar de darle las dichosas llaves y hasta achicando los ojos con sospecha, “¿Hoy camina menos encorvado o está más desarrollado y apetecible que ayer?” pensó para sí la metida y pervertida señora.
“Ahora a ver cómo sales de esta muchacho” Escuchó que Henry se burlaba de él en su cabeza. El actor rodó los ojos y murmuró un “no molestes abuelo”, para mayor desconcierto de madame Flanagan.
La mirada de la mujer, que lo recorría entero como si estuviera decidiendo por dónde morder primero, le provocó un escalofrío del terror que le recorrió toda la columna, dio un paso atrás y puso cara de susto antes de hablar.
- Debe haberse confundido – fue lo único que su maravilloso (y asustado) ingenio le dictó; casi le arrebató el llavero a la dama musitando un rápido “gracias, se las devuelvo al salir”, y subió las escaleras de dos en dos, maldiciendo en los varios idiomas que sabía.
Cuando llegó a su destino, se detuvo y respiró con calma, luego abrió la puerta casi como si fuese un ritual; hacía más de tres años que él había desalojado este sitio, cuando compró aquélla casa por la que tanto presionaron las Marlowe.
Al entrar, reconoció cada mueble y cada espacio como el suyo, su refugio… caminó lentamente y cerró despacio. El aroma de su loción flotaba todavía en el aire y sonrió casi imperceptiblemente; al día siguiente Candy, su hermosa Candy estaría ahí… sabía que la primera vez que eso sucedió, él moría por besarla y estrecharla entre sus brazos para no volver a dejarla ir; pero sus temores y culpa lo detuvieron. Casi se iba a recriminar una vez más por sus indecisiones, pero entonces se acordó que estaba ahí ahora precisamente para corregir esos errores, así que se le pasó; y tomando aire, fue a su pequeño escritorio y sacó papel y pluma, para dejar una corta nota a su otro yo:
*El verdadero camino hacia el amor, es la verdad y la confianza…
Con el brillo que la travesura y la emoción de poder cambiar su miserable vida le daban a sus preciosos zafiros, buscó el mejor lugar para dejar la nota en aparente descuido, pero donde el otro castaño pudiese verla a tiempo. El triunfó asomó en sus perfectas facciones al ir a dejar el papel justo bajo el sobre de la última carta de la pecosa enfermera. Sabía de sobra que esa noche, antes de dormir, el joven Terrence tomaría esas cartas para leerlas nuevamente. Era una costumbre que adquirió desde que recibiera la primera.
Salió del sitio casi renuente, pero con la esperanza floreciendo cada vez más en su corazón. Buscó a regañadientes a la Sra. Acosadora, digo, Flanagan, para devolverle las llaves. Para su suerte no la encontró, pero sí al esposo, quién recibió el vuelto sin hacerse dramas o suspicacias de que si el inquilino se veía mejor que ayer o no.
- Ahora sí Grandchester, el pobre de tu yo pequeño ya debe haber cumplido el suplicio de hoy… es tu turno… -
…
En el hospital, mientras el Terry de 23 años se enfrentaba a la casera y husmeaba por su departamento, Terry más joven tenía su propio día extraño. Con los ojos como platos observaba cómo la odiosa señora Marlowe lo miraba con ¿miedo? Y algo más de respeto que el día anterior, si hasta creía que se había vuelto loca, pues cuando llegó no le hizo su reclamo de costumbre, ¡ni siquiera le habló! Y solamente fingiendo una dignidad que estaba muy lejos de poseer lo miró con altanería y lo dejó seguir su camino.
Terrence creía que estaba soñando, se quedó quieto mirándola como si de repente le hubiese salido un ojo atrás de la cabeza…
- ¿Pero qué le pasa al mundo hoy? – se preguntó a sí mismo. Ya que antes de ir al nosocomio, fue al banco por algo de dinero pues luego no tendría oportunidad, y necesitaba hacer la reservación de la habitación para Candy y tener suficiente para invitarla.
Y es que en el banco se dio una escena muy peculiar para su gusto, y del de cualquiera de hecho. La normalmente seria y malhumorada asistente que siempre lo atendía, lo saludó ahora muy efusiva diciéndole que era muy agradable recibirlo nuevamente tan pronto y batiéndole las pestañas como queriendo echarle aire; pero él no recordaba haber ido a la institución desde al menos una semana antes, cuando fue a hacer un depósito. Y lo peor fue cuando la señorita en un muy inusual despliegue de coquetería le había dicho que su sonrisa era maravillosa y que debería mostrarla más a menudo. El castaño se quedó frío con semejante declaración, ¿desde cuándo era que él andaba por la vida sonriéndole a cualquiera? Y menos esos últimos días… pensó que la mujer estaba un poco chiflada y decidió omitir el tema, por salud mental sobre todo, limitándose a mirarla con cara de circunstancias esperando que le entregaran su dinero.
Sí… Terry mayor esa mañana había usado sus encantos (esos que tanto enorgullecían a su abuelo), para conseguir que le entregaran el efectivo que deseaba retirar sin mostrar su identificación; porque claro, la que él traía ahora era de años futuros y ni modo de presentar eso ¿verdad?
Sacudiendo la cabeza un poco, el mini-mí de Terry se sacó esos pensamientos, ya que debía ir a cumplir su obligación de saludar a Susana. Tomó aire y se encaminó hacia la habitación de la pelilacia, caminando como si se dirigiera al cadalso más que a una visita de cortesía; eso sí, el porte majestuoso no lo perdía ni aunque quisiera.
…
Mientras que en Illinois, una rubia y pecosa enfermera de vivos ojos verdes estaba muy emocionada, ajena por completo a la cantidad de vicisitudes que las dos versiones de su precioso novio estaban atravesando justo en esos momentos. El de su tiempo, fatigado, muy preocupado y triste; y el del futuro buscando deshacer lo que su mini-yo, él mismo y Candy habían hecho, pero ambos amándola intensamente…
Candy canturreaba y bailaba al tiempo que buscaba las prendas que empacaría; siempre ligera de equipaje, aunque a decir verdad era un verdadero milagro que en semejante pequeñez de maleta cupiera su calzado, vestidos, abrigo y demás, pero bueno… buscaba llevar sólo lo necesario, pues la invitación al estreno de Romeo y Julieta había llegado solamente con el boleto de ida; sospechaba lo que eso significaba y por ello es que estaba también incluyendo en su valija sus tesoros, el resto no le importaba demasiado; siempre podía hacerse de más cosas cuando estuviese instalada en Nueva York.
Así era como feliz e ilusionada como nunca, la señorita Andley preparaba su viaje, el cual sentía que cambiaría su vida…
…
De regreso en el hospital, la escena que vivía el joven Grandchester con la otra rubia no era muy diferente a la del día anterior, ella con sus sollozos lastimeros y mirándolo con tal adoración que rayaba en lo inverosímil; y él no sabiendo si mirar el suelo o tirarse por la ventana. Una vez más ella le preguntó si su Tarzán Pecosa ya había llegado, con ese tono tan dulzón que el pobre casi sentía que le daría diabetes, pero con mirada acusatoria y “dolida”. No más de 10 minutos después, estaba huyendo de ahí rumbo al teatro para el ensayo. No quería quedarse en ese lugar más tiempo, su determinación de hablar con la pecosa podría flaquear si seguía sometiéndose a la manipulación de su verdugo; disfrazada claro, de amor y bondad que hasta ese momento él creía verdaderos.
El otro Terry a su vez, igual tuvo que hacer acopio de toda su tolerancia cuando arribó nuevamente al nosocomio. Todavía le provocaba náuseas entrar ahí, no solamente por el aroma a antiséptico, al cual se juraba alérgico; sino por la cantidad de emociones que viviera dentro de esas paredes, en su pasado que en este instante era su repetido presente, y ahora en este presente que era su trágico pasado y que estaba dispuesto a corregir…
- Qué confuso… - se dijo a sí mismo apretándose el puente de la nariz. – Además esto de perseguirme a mí mismo y evitando verme a la vez, es más cansado de lo que pensé. –
Y ahí estaba, de nuevo haciendo como que leía el periódico sentado en la sala de espera, escondido además tras su proverbial bufanda y sombrero; calculando el tiempo que recordaba haberse demorado en la visita de ese día en particular a la Marlowe.
De pronto le cayó el veinte, ¡era muy temprano y él solía ver a Susana después del ensayo! Y él esperando a que su mini-mí saliera para “repetir” la visita…
- ¡Por todos los cielos! – exclamó poniendo su mano en la frente.
Se levantó dispuesto a retirarse, pues si veía a la ex Julieta antes que su otro yo, todo lo que esperaba decirle podría perder efecto si después llegaba mini Terry con su original culpabilidad. Dando grandes zancadas y dándose zapes mentales iba a toda prisa rumbo a la salida para retirarse y volver más tarde, pero tuvo que detenerse patinando y girar 180° a toda velocidad más pálido que un muerto, pues casi chocaba de frente con su yo de 18 años, que iba justamente saliendo. “Si lo bueno es que iba cabizbajo y ‘enmimismado’” pensó...
De un salto estuvo detrás de un pilar y mirando por encima del hombro a ver si el taciturno ojiazul ya había terminado de irse; cuando estuvo seguro de que así fue, liberó el aire retenido poniendo su mano derecha en el pecho y soltando un aliviado “¡Qué susto!” con los ojos cerrados. Cuando los abrió, un pequeño niño lo observaba fijamente, examinándolo como si fuese un espécimen de laboratorio. Terry arqueó una ceja, y casi decía algo pero entonces el jovencito decidió que el pobre señor este no era un loco peligroso, sino nada más loquito, y se alejó de ahí, ante la mirada desconcertada del británico.
- ¿Pero qué…? Sé perfecto que yo siempre venía después de los ensayos… - se decía el actor, extrañado y sorprendido a partes iguales; para luego mesarse la barbilla en actitud pensativa – Supongo que los acontecimientos empiezan a modificarse ligeramente – dedujo rápidamente y con un atisbo de sonrisa de triunfo.
“Ese es mi nieto, siempre tan inteligente” decía orgulloso Henry Grandchester a sus acompañantes allá arriba… y el castaño abajo estornudó ligeramente.
Dejando de lado sus brillantes deducciones y encantado de darle prisa a sus planes, se encaminó a la dichosa habitación del mal… digo, de Susana.
Antes de abrir la puerta respiró profundamente tres veces, como siempre hacía antes de entrar a escena, sacudiéndose los nervios; aunque en este caso y para ser honesto, lo que se quería sacudir de encima era a la enferma en cuestión.
Tocó un par de veces y cuando escuchó la vocecita dando el pase, sopló con fuerza y entró.
Los ojos de la pelilacia se agrandaron por la sorpresa al ver quién había ingresado, y le brillaron intensamente; lo veía fascinada, como una niña al juguete nuevo y que ansiaba con fuerzas, antes de torcer la expresión en una mueca de total confusión, frunciendo el ceño con la boca abierta. Se veía tan cómica que Terry mayor estuvo a dos rayitas de soltar una sonora carcajada.
- ¿Terry? – fue la ilógica pregunta que salió de sus labios en puchero.
- No Susy, soy un fantasma – la respuesta sarcástica no se hizo esperar. Ante la mirada atónita que le dirigieron se exasperó - ¡Por supuesto que soy Terrence! – levantó la voz, provocando un respingo en la chica.
- No seas rudo conmigo Terry… yo te amo tanto… – y él rodó los ojos. – Además es que acabas de irte y… - lo miraba de arriba abajo frunciendo más el ceño y enchinando los ojos – traes ropa diferente, y… y te ves algo más alto – hablaba con la voz temblorosa.
Por supuesto que el castaño en su entusiasmo otra vez no se percató de esos pequeños detalles, así que tragó seco buscando una buena excusa. De pronto sonrió torcido… Era una oportunidad de oro que no iba a desaprovechar.
- ¿De qué estás hablando? Debes haberlo soñado, yo acabo de llegar – y se cruzó de brazos. Se dio cuenta de que su otro yo no había llevado el diario ramo de rosas ese día, ¡vaya que sí estaban cambiando las cosas! Esto le renovó los bríos.
- Pe… pero… - balbuceaba la ojiazul, totalmente confundida – Es, es que yo… -
Terry estaba disfrutando esto, llevaba cinco años soportando niñerías, caprichos, manipulaciones, chantajes y un laaargo etcétera por parte de esta mujercita; y desprecios, exigencias y malos tratos por parte de la madre; era momento de decir algunas cosas.
- Deberíamos decirle al médico que te cambie los medicamentos, parece que los que tienes te hacen alucinar… Susy – el nombre lo acentúo con ironía.
- ¿Qué sucede contigo Terry? Estás actuando extraño –
Susana tenía miedo, no entendía por qué su vícti… perdón, su prospecto de novio se portaba tan diferente a los días anteriores; y de hecho, podría jurar que acababa de estar ahí, con sus usuales silencios, con sus preciosos ojos zafiro llenos de culpa e indecisión… ¡con ropa y apariencia distinta! ¿Sería que de verdad estaba alucinando? Tembló ante la perspectiva…
- ¿Extraño dices? – la sonrisa ladeada de él se amplió un poquito; Terrence de 23 cerró los ojos y metió las manos a los bolsillos – Para nada, siempre he sido de este modo, lo que sucede es que estaba un poco aturdido antes, además tú no me conoces ¿sabes? –
Y al mostrar sus azules estos destellaron en algo que su interlocutora no supo interpretar…
- Yo… yo sí te conozco… sé que eres un hombre generoso y de buen corazón, gentil, pero sobre todo honorable y responsable… - ella intentaría por todos los medios aferrarse a manipular la culpabilidad que sabía que el joven sentía, y no desperdiciaba ni una oportunidad de remarcárselo. Eso sí, usaba su tono de voz más tierno y amable, y una mirada encantada que tenía bien ensayada.
Las palabras de la chica dieron en el blanco, pero no en el que ella pretendía. El actor de dos pasos ya estaba frente a ella, se inclinó para que sus rostros quedaran lo suficientemente cerca como para que Susana viera los destellos de furia que surgían de esos increíbles ojos que él poseía. Se aferró a la sábana que la cubría, era la primera vez que lo tenía tan cerca sin estar actuando, y a pesar de su éxtasis, sintió temor de él, de su energía alterada y de su mirada terrible.
- Tú no tienes la menor idea de quién o cómo soy, y ya es hora de que tengas al menos una poca, señorita Marlowe. – Habló con volumen bajo, amenazante, siseando. Ella se hizo hacia atrás y él se retiró a su vez, irguiéndose cuan alto y atlético era. – No confundas el agradecimiento que siento por ti, con algo que no es. –
- ¿Algo que no es? – quiso saber la chica…
El actor caminó hasta el jarrón donde estaban las flores que su mini-yo seguramente había llevado un día antes. Se recriminó a sí mismo por haber elegido entonces rosas rojas para regalarle, cuando esos ramos debieron ser únicamente para Candy, a quién jamás le obsequió ninguna.
Como se quedara en silencio, la rubia aprovechó para animarse a hacer un reclamo… de paso desviar la conversación.
- Hoy no trajiste rosas para mí Terry… sabes que me encantan, y más si eres tú quién me las obsequia –
- A eso me refiero cuando te digo que confundes… las flores son por agradecimiento, pero nada más. –
- No seas cruel Terry, yo lo único que digo es que… -
- ¡Silencio! – Tronó la profunda voz de él, estaba francamente harto de esta mujer y su madre, aunque en ese tiempo ellas todavía no mostraban su verdadero carácter; él ya había tenido más que suficiente. Ella temblaba como una hoja y los ojos se le llenaron de lágrimas, buscando provocar una vez más la culpabilidad en él, por causarlas.
- ¿Por qué te portas así conmigo? ¿Es porque ella viene? ¿Qué tiene que no tenga yo? ¡Ella no ha hecho nada por ti, no se ha sacrificado como yo! –
Sí… era justo lo que Terrence buscaba, hacerla sacar su verdadera personalidad, egoísta y vanidosa, esa que él conocía tan bien. Sonrió triunfante, cosa que descolocó todavía más a la enferma, haciéndola enojar al creer que se burlaba de ella; pues efectivamente, no lo conocía en lo más mínimo…
- ¡Te burlas! ¿Cómo te atreves? Después de lo que hice por ti… - nuevamente derramaba llanto quejoso.
- ¡No me impongas el agradecimiento! – vociferó él, furioso; hastiado de lo mismo hasta decir basta, asustando de muerte de paso a la rubia - ¿Ves que no me conoces Susana…? – habló él de nuevo, mirándola fijamente, con dos trozos de hielo en lugar de sus zafiros; logrando que el ligero temblor de ella se hiciera más visible - Se acabó la dulce Susy ¿eh? Es tan fácil hacer que te muestres tal como eres – agregó con tono cansado.
- ¿Q… qué dices? – ella tarde se dio cuenta de su error
- No eres mala actriz lo admito, hasta ayer me sentía en un agujero negro de desolación, pero al menos hoy ya veo lo que pretendes. Mejor me voy, y piensa bien lo que harás ahora, porque no seré tu marioneta, eso tenlo por seguro. –
Ella abrió grandes los ojos, ¿él hablaba de lo que pensaba? No… ¡no lo permitiría!
- Terry no te vayas así… por favor… - la dulzura que empleó llegó a él como hiel.
- Adiós – no tenía deseos de hablar más con ella.
- ¡Terry sin ti prefiero morirme! – gritó Susana desesperada, y él recordó la escena de la azotea, el tremendo peso en sus brazos y en su corazón… la mirada desolada de Candy, el terror de la certeza de perderla…
- No te atrevas Susana, no permitiré que hagas una locura que arruine tu vida y de paso la mía. – Su voz fue clara, contundente, firme. Ella pensó que lo tenía…
- ¿Te quedarás entonces conmigo? – volvió a dulcificar su expresión, mostrando una sonrisa tan tierna como manipuladora, pensó él.
- Por supuesto que no – y no dijo nada más, se encaminó a la puerta y ante el grito histérico de la rubia de que se mataría si él la dejaba, solamente se giró un poco hacia ella para obsequiarle una mirada de absoluta lástima y molestia; antes de sonreírle con una mueca entre cínica y traviesa…
Salió de ahí con la sensación de estar dejando atrás poco a poco sus pesadas cadenas… Hasta ahora había sido bastante sutil y cauteloso en su proceder, pero su impetuoso y decidido carácter de antaño estaba volviendo a despertar; así que su siguiente paso fue enfrentar a Susana. Tal vez su yo de 18 años se sintiera todavía en deuda con ella porque todo era muy reciente, y sobre todo no deseaba lastimarla ni ser quien provocara su dolor y lágrimas, pero en ese tiempo él todavía no la conocía de verdad; ni había tenido que convivir con ella y su madre durante cinco años, que a él le parecieron exactamente cinco, pero bajo el agua… No, él ya sabía hacia dónde se dirigía si seguía con esa actitud pasiva, con ese honor mal entendido, con esa culpabilidad que no le correspondía sentir.
Imposible olvidar todo el tormento que vivió esos días, y los días y años después… la agonía de ver partir a Candy por no haber hablado con ella, el infierno en vida que había sido su existencia a partir de entonces. No… Dios y su abuelo le habían dado la oportunidad de corregir el error, ¡pues bien! Tocaba hacer algo más contundente, sólo en caso de que su mini-yo flaqueara en contarle todo a la pecosa, o que ella de todos modos se plantara en su plan de “santa Candy”; y lo primero había sido dejarle bien claro a “Susy”, que no podría manipularlo… ahora iría a por un seguro extra, su jugada maestra.
Fue directo a buscar al médico que la atendía; tuvo que sonreír un par de veces tanto a la enfermera como a la asistente del matasanos para que lo dejaran pasar, pero haciendo uso del bien llamado “encanto Grandchester” consiguió lo que se proponía, entrar a hablar con el susodicho.
- Buenas tardes doctor – educado pero impersonal saludó Terry al galeno. Éste lo miró con bastante interés de arriba abajo y levantó las cejas, invitándolo a tomar asiento.
- Buenas tardes Terrence – y al actor lo sorprendió que se dirigiera de ese modo a él, pero decidió dejarlo pasar. - ¿En qué puedo ayudarte? – ¿Y ahora lo tuteaba? O.o
- Es sobre la señorita Marlowe como ha de imaginarse; estoy… muy preocupado por ella – y puso cara de angustia total, haciendo gala de su increíble talento en la actuación.
- Cuéntame Terry, si está en mis manos ayudarte… perdón, ayudarla, con gusto lo haré. – habló con entusiasmo el tipo.
“¡Jajajaja! Parece que le agradaste bastante al doctor muchacho” se carcajeó el abuelo Henry en su cabeza… Y el castaño que casi se atragantó con su propia saliva… carraspeó incómodo por el trato; pero decidió que con tal de lograr su objetivo, bien valía la pena soportar al confianzudo médico.
- Hace un momento fui a visitarla y tengo la impresión de que está realmente perturbada. Entiendo que sea normal estar triste por lo que le sucedió, pero… - se detuvo un momento, pensando en la mejor manera de decir lo que quería. – Pero pienso que a ella le ha afectado demasiado, de hecho amenaza con suicidarse – y al final no usó ningún filtro ¬¬
El sujeto se lo quedó viendo, y decidió hacer un par de preguntas para considerar todas las variables.
- ¿Te ha dicho si tiene razones además de lo de su pierna? –
- No directamente – el británico pretendió pensarlo detenidamente – Pero obvio es por eso, y porque ya no podrá dedicarse a la actuación. Pasado mañana es el estreno de la obra de la que era protagonista, y temo que intente atentar contra su vida en estos días. – Miró al suelo pensativo, ahora no actuaba su confusión; el saber que realmente la chica había intentado suicidarse lo afectaba. En su momento pensó que ella de verdad lo necesitaba a él para seguir con vida, pero ahora sabía que esa fragilidad no era más que una fachada para seguir manipulándolo, y por supuesto, que siguiera manteniendo como reinas a ella y a su madre.
- ¿No hay alguna otra razón? – insistió el médico, y es que él había sido mudo testigo de cómo la ex-actriz hablaba con su madre sobre el muy gallardo joven que ahora tenía enfrente; para él, la admiración que la enferma sentía por Grandchester estaba demasiado cerca de la obsesión, y aunque no había realmente tratado con él antes de manera directa y personal, sí pudo identificar que el inglés se turbaba bastante al estar con ella, y hasta tenía la idea de que era algo inseguro. Ahora que hablaba con él, pensó en lo equivocado que había estado al respecto, y que muy probablemente la anterior actitud casi sumisa del actor, era debido a la culpa que de seguro sentía.
- No entiendo su pregunta ¿qué otra razón podría haber? – cuestionó Terrence a su vez, estaba renuente a tocar el tema real con ese fulanito. Además lo que decía era bastante cierto.
- Me refiero a la obsesión que la Srta. Marlowe ha demostrado tener hacia ti –
Directo al grano, fue el pensamiento del aristócrata; eso sí le agradó; pero nada más eso… Fijó un instante sus azules ojos en los marrones del galeno, meditando en su respuesta. ¿Qué decirle?
- Puede ser que eso también influya es correcto… pero lo cierto es que me preocupa que cumpla su amenaza. – Concluyó con firmeza y sin encontrarle ya razón a negar lo obvio.
- Entiendo – el doctor se mesó la barbilla. De hecho a él también le parecía que la chica estaba algo trastornada, y no únicamente lo que podría esperarse en esos casos y que sería normal, si no más allá de eso. – La tendremos vigilada permanentemente a partir de hoy si te parece. –
- Lo agradecería mucho doctor. Creo, si me permite el atrevimiento, que tal vez sería prudente, si usted así lo aprueba por supuesto, – y sonrió levemente, tuvo que hacer uso de su educación y encanto, pese al repelús que el matasanos este le causaba, y a las carcajadas de su abuelo – que le administren alguna especie de tranquilizante, ha estado bastante alterada en mi reciente visita, y… - dudó un momento, o más bien actuó como que dudaba.
- ¿Y…? – lo alentaron a continuar
- Bueno ella aseguraba haberme visto minutos antes de mi arribo, dijo que con ropa distinta y más pequeño… hasta parecía asustada de verme nuevamente y temblaba visiblemente; ¿las alucinaciones son signo de desequilibrio mental o emocional? – el toque final…
- Vaya, es más delicado de lo que pensé – el doctor suspiró, tomando una decisión. – Sí Terry,- ¡Ahora ya es “Terry”! - las alucinaciones no son buen síntoma. Incluso si no tiene un trastorno mental, eso significa que está bajo demasiada presión y si además amenaza con quitarse la vida, es mejor que la mantengamos tranquila y que la revise un especialista más adelante. –
- Comprendo; por favor doctor, no escatimen recursos para atenderla; y si logran que se tranquilice lo apreciaría mucho. Los gastos corren por mi cuenta. – Agregó. Eso sí no pensaba cambiarlo de momento, al final sí era por Susana que él seguía vivo y completo.
- Descuida, en ahora mismo daré las instrucciones de que siempre haya una enfermera en su habitación y le prescribiré sedantes, la mantendrán dormida la mayor parte del tiempo, así que no te preocupes. – El doctor le sonrió condescendiente.
- Entonces no podrá recibir visitas ¿verdad? – el precioso castaño fingió entristecerse por ello.
- No, lo siento; al menos en estos días no sería prudente, debemos evitar que su delicada mente se altere más. – Terry sonrió de lado un segundo…
- Ya veo, agradezco su tiempo y comprensión doctor, debo irme ahora pues los ensayos esperan por mí. – Y se levantó dispuesto a retirarse.
El galeno le extendió la mano, y Romeo no tuvo más remedio que estrechársela, aunque sintió otro de esos feos escalofríos recorrerle la espalda cuando lo hizo. Ni modo, todo fuera por arreglar las cosas.
Salió de ahí con una sonrisa triunfal, ahora esperaba que su mini-mí de 18 años no arruinara todo y realmente hablara con la pecosa.
- Candy… - murmuró con mirada brillante y enamorada, - mañana… todo será distinto. –
Y se fue a su hotel, mirando al cielo con esperanza y ardiendo de deseos de verla otra vez…
*Frase encontrada en la red, no me pertenece; créditos a su autor.