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Me duele un poco la cabeza. El olor a queso rancio y guardado me provoca náuseas.
Abro los ojos y recuerdo que no estoy trabajando o durmiendo en mi cama, sino que he sido secuestrada por un ser cruel, un ser que ha jurado matarme sin consideración.
Miro hacia el rededor y noto que no estoy precisamente en lo que se puede llamar una pocilga, sino, en un dormitorio lujoso y brillante.
Pero por más lujo que me rodee, el olor a podrido no cuadra con el lujo de este lugar, al contrario, la putrefacción se está haciendo más fuerte.
Giro lentamente hacia el lado derecho tratando de ubicar alguna puerta de salida, pero mis ojos enfocan un sillón y a uno de los guardias que observa en silencio cada uno de mis movimientos.
Me siento intimidada.
-Debo ir al baño- anuncio con voz retraída.- ¿Me puede decir dónde se encuentra ubicado?
Sin decir palabra el guardia se pone en pie, coge una de mis manos y me lleva delante de una puerta blanca, la abre y me hace ingresar.
-Necesito privacidad.- digo al ver que no se mueve de la entrada y no me quita el ojo de encima.
-No me moveré.- responde con voz grave.-Órdenes del señor.
-¡Ay, pero esto es el colmo! ¡Demasiado incómodo!-me quejo exasperada.- ¿Qué tiene que hacer una mujer adulta para que no la acosen en el baño? Al menos gírese un poco, que no quiero que me vea usar el retrete.
El guardia enarca una ceja pero se voltea un poco renuente.
Entonces aprovecho ese momento para desabotonar un poco la blusa manchada que aún tengo puesta y saco bajo de ella el pendiente que uso como collar.
Cierro mis ojos y aprieto con todas mis fuerzas tratando de enfocar mi concentración lo más lejos de este lugar.
-¿Qué cree que hace?-Grita el guardia mientras en un par de zancadas estira la mano y arranca el collar bruscamente de mis manos.- El señor tenía razón. Usted solo es símbolo de problemas, pero no va a lograr que me quiten el trabajo que tanto tiempo he luchado por mantener.
En tanto yo, estoy confusa. Quedo estática sin poder creer que mi pendiente por alguna razón no ha podido activarse.
-¿Por qué no funcionó?-murmuro lastimosamente con la mirada perdida.- Esa era mi única salida.
-Ahora entiendo porque se quería quedar sola.-refunfuña el guardia.- Pero el señor es más astuto, y por eso, cuando se entere que usted quiso hacer una llamada externa, se va a enfurecer y no tenga duda que le quebrará el cuello ni bien la vea.
Trago saliva en seco y una gota de sudor recorre mi sien. Ni siquiera trato de dar una explicación, porque sin el talismán en mi mano, yo no puedo huir de ahí, y tampoco se me ocurre excusa alguna para justificar por qué en mi medalla ahora brilla una luz verde.
-¿Ya terminó de ocupar el baño?- pregunta sarcástico el guardia al ver que sigo sentada sobre el retrete sin levantar la tapa.
-Quiero lavarme el rostro.- respondo sintiéndome más mareada. El olor a queso repugnante se incrementa por ratos.¡Iug! – Voy a vomitar si sigo toda sucia y pegajosa.
-Haga lo que tenga que hacer, niña.- indica el hombre hacia el lavabo.- No me moveré de aquí.
Con la resignación en el rostro, abro el grifo y dejo correr el agua un poco antes de colocarla sobre mi rostro.
Evito al principio mirar en el espejo, pero finalmente me rindo ante la magnificencia de la pieza labrada en oro y cristal, toda una belleza debo admitir, pero esto no me ayuda en nada a disimular la agonía interna de mis ojos.
-Toalla a su mano izquierda.-indica con un poco de prisa.- Venga ya al dormitorio.
- Ya voy. – Respondo controlando mis movimientos.- Tal vez si tuviese una taza de café…
-No se pase de listilla. No voy a dejar de vigilarla ni un solo momento.- aclara el tipo rudo extendiéndome una tela blanca.- Ahora cámbiese esa blusita y póngase esta ropa. No puede presentarse ante el señor, toda sucia.
-Le agradezco su gentil y “desinteresado” gesto, señor rudo, pero no me voy a desnudar en su presencia. Me niego rotundamente.
-Hágalo o me veré obligado a romperle la ropa.- insiste tratando de abrir uno de los botones de mi ropa.
-¡No!- Grito indignada cruzando con fuerza las manos en mi pecho.- No se atreva o le muerdo.
-Menuda fiera es ¿verdad?-escucho una voz divertida en el umbral de la puerta.
Tanto el guardia como yo, damos un sobresalto. No nos hemos percatado de la presencia de alguien más.
Es el salvaje de la mañana llegando a su guarida. No sé por qué, pero siento alivio inmediato. Pronto moriré a manos de ese bruto. No me importa. Si tengo que morir para ser libre, que así sea.
-¡Señor, no es lo que parece!-trata de explicar el guardia quien ahora se presenta dócil y obediente como una mascota.
-Mario.- sisea con seriedad el "bruto salvaje".- Ya puedes irte.
-Sí, señor.
-¿Y, Mario?- señala con su dedo índice sin miramientos hacia mí.-Para que lo sepas, el privilegio de desnudar a esta pequeña fierecilla, es exclusivamente mío. ¿Capito?