El amor es…
Capítulo II
Capítulo II
Se encontraba en su alcoba, recostado en su cama con la mirada azul perdida en el techo. La tenue luz que entraba por su ventana en ese día nevado era una excelente compañía para su melancolía.
Un día nevado en nueva York, perfecto para permanecer en casa y simplemente descansar y ¿por qué no? Reflexionar un poco sobre lo que hasta ese momento era su vida.
Terrence Graham, reconocido actor de Brodway, un hombre solitario, taciturno, con una vida aparentemente centrada en su trabajo. Era reconocido como un actor talentoso y extremadamente profesional.
Y es que, después de los meses de ausencia que hubo tenido de los escenarios con un paradero desconocido, nadie supo cómo, ni porqué, pero regresó a las tablas con mayor madurez histriónica, con una sensibilidad a flor de piel que trasmitía al público a través de los personajes a quienes daba vida, personajes que al igual que él vivían tristeza, miedo, celos y experimentaban el valor por seguir avante en la vida pese a las pérdidas…
“Pérdidas”, esa sola palabra, aún hacía que le ardiera el corazón y es que realmente si lo pensaba bien su vida estaba construida a base de ellas: primero su madre, vivir una infancia privado de su cariño, cuidado y protección para pasarlo bajo el yugo de una mujer que lo único que hacía era desquitar en él su frustración, esa que le dio vivir un amor no correspondido y que fue incrementada, por el hecho de ver día a día la imagen de su rival reflejada en él.
Esa época había sido dura, vivió realmente abandonado incluso de la protección de su padre quien no hacía más que recordarle todos los días lo que debía aprender y la imagen que debía cuidar para convertirse en el próximo Duque… “el próximo Duque”… y recordó en voz alta: “¿Quién demonios me preguntó si yo quería ser el siguiente Duque?, a nadie le importaba lo que yo pensara o quisiera, ni siquiera ayudarme a dilucidar lo que esa sola decisión traería a mi vida, seguir y hacer valer una serie de protocolos absurdos con tal de honrar el nombre de mi familia”.
Lo cierto es que en esos tiempos, aún a pesar del sacrificio y de no encontrar sentido alguno en el camino que Richard se empeñaba que yo siguiera, hice mi esfuerzo por encajar y aceptar ese rol… ¿por qué?... hoy puedo reconocer que es porque buscaba un poco de amor de su parte, alguna palabra de reconocimiento, una mirada suya que me hiciera sentir que yo existía y que podía convertirme en alguien lo suficientemente digno, para ser amado por mi padre…
No niego, que aún a pesar del tiempo que ha transcurrido esto aún me duele… pero ahora puedo reconocer el hecho, el sentimiento y además puedo decirlo; supongo que son los beneficios de ser un actor, de trabajar con las emociones y también de la madurez que dan los años.
Además he podido hablar con Richard en su pasada visita a Nueva York, esa tarde que al finalizar la presentación de Hamlet entró hasta mi camerino haciendo uso de sus influencias en pos de recriminarme la serie de decisiones que he tomado a partir de que abandoné Londres para perseguir mis sueños y para convencerme de volver con su benia a nuestra patria, para retomar lo que dejé inconcluso, porque en sus palabras: “ahora que ya experimenté lo que es ser un simple actor que a duras penas tiene recursos para vivir, seguro con gusto cambiaría mi modesto estilo de vida, por uno desahogado y acorde a mi status, ese que había conocido desde mi niñez hasta mi adolescencia”.
Al no acceder a su “invitación” argumentando frente a él a cerca del valor que el teatro tiene para mí como mi forma de vida. Se detonó la guerra entre él y yo nuevamente, pudo desahogarse por fin tachándome de desagradecido, estúpido y rebelde sin causa.
Una vez que él término de insultarme y dando un respiro profundo antes, pude desahogarme también a pesar de los toquidos insistentes en mi puerta por parte del personal del teatro para saber si todo estaba bien, menudos gritos debimos pegar ambos, pero en verdad era necesario para sanar... por Dios, cuánto anhelaba mi corazón gritarle sobre el abandono al que me sometió al llevarme con él, el maltrato que viví en su casa frente a sus ojos, todas las veces que rompí las reglas para ganarme un castigo y al menos de esa manera llamar su atención, pero no, hasta esa posibilidad me fue anulada incluso por el peso de su nombre, jamás nadie, a parte de la “Duquesa” se atrevió a poner queja en contra mía ante el Duque.
Al fin pude gritarle a la cara que maldecía el estúpido ejemplo que me dio sobre el honor y renunciar a quien se ama de verdad, por el “peso de algo más grande”: el miedo, el deber, la responsabilidad, el qué dirán, el nombre de la familia.. yo que sé, por todo y nada.
Y ahí en medio de mi arranque de ira, me cayó un balde de agua fría y me reflejé en sus ojos, en su vida.. recordé a un Terry que alguna vez en voz alta dijo: “no quiero amar como mi padre, solo quiero ser yo toda mi vida”.. me sentí abofeteado por mis propias palabras, reconocí que el destino me había alcanzado, hasta ahora he vivido y he ofrecido la única forma de amar que conozco.. con la diferencia de que ahora ya no estaba dispuesto a poner toda la responsabilidad en Richard sobre esta situación y me encontraba dispuesto a asumir la parte que me tocaba.
Me desahogué bañado en lágrimas por todo el enojo, la frustración y tristeza que había en mi existencia hasta ese momento, vi a Richard como un ser humano y pude comprenderlo… reconocer que este sentimiento va más allá de justificar el daño que me ha hecho, solo me identifiqué, me dejé sentir y entendí que hasta ahora, me he dedicado a repetir patrones por no conocer otra manera de vivir.
Para mi sorpresa, Richard también comenzó a llorar y a su manera se disculpó. Desde entonces no he vuelto a verlo pero nos escribimos con frecuencia, aún no me nace llamarlo padre pero estoy dispuesto a descubrir y aprender una nueva forma de relacionarme con él, con todos los sinsabores que ello implica.
De mi madre aprendí que el amor es reconocer el daño que se causa a la otra persona y que es necesario ser honesto y pedir perdón; de mi padre que mi forma de amar necesita que tome conciencia y responsabilidad para romper ciclos, de Susana que el amor y la gratitud no son lo mismo y que pueden co-existir el uno sin el otro y de Candy, que amar es compartir, que te ayuda a fluir por la vida y no hace falta renunciar al otro esperando su felicidad. De todos, que los grandes sacrificios en nombre del bien de la otra persona, no son amor, porque cada persona es responsable de encontrar la suya y ésta es la que se comparte con el ser amado.
Entornó los ojos hacia un sobre que yacía en su mesa de noche, con el remitente de la Srita. Candice W. Andely, en Chicago, entonces alargó una mano para tomarlo y expresar en voz alta:
“Candy, algún día podré decirte que este tiempo he estado aprendiendo y cerrando mis heridas porque deseo ser un hombre libre de los fantasmas del pasado para entonces poder ir por ti, aprender a amarte como lo mereces y recibir de la misma manera y con gratitud el amor que me des…. Ojalá que no sea muy tarde Candy… sé que me entenderás cuando pueda compartir esto contigo, por ahora bastará con esta nota que con pocas palabras y a mi manera te expresa que nada ha cambiado en mí”.
Se asomó por la ventana de su apartamento para echar un vistazo hacia el cielo y descubrió que continuaban cayendo pequeños y delicados copos de nieve, pensó que este sería un excelente momento para salir a caminar un poco para recorrer las calles de la ciudad que justamente ahora debían estar casi desiertas.
Tomó su boina y su abrigo, en cuya bolsa guardó la carta, con la esperanza de entregarla en el servicio postal.
Salió de su casa y comenzó a caminar en dirección al centro de la ciudad, absorto en sus pensamientos acariciando la carta al interior de su abrigo, llenándola con los dulces recuerdos que le había regalado una niña rubia traviesa y pecosa de gran corazón, evocando sus sentimientos y creyendo firmemente que esta carta llegaría a su destinaria para expresarle con total honestidad lo que él sentía.
Y de pronto, resbaló un poco en su paso y antes de que pudiera recobrar el equilibrio, un gran impacto lo llevó a dar directo al pavimento y mientras acomodaba su abrigo aún confundido, escuchaba y miraba a una pequeña rubia que se esforzaba en disculparse, mientras buscaba apurada algo en el suelo.
Él se reincorporó rápidamente y le extendió la mano para ayudarla a hacer lo mismo, preocupado porque ella no se hubiera hecho daño y al contacto de su mano con la suya percibió un calor conocido, un sutil aroma a rosas que lo dejó mudo, las emociones se le agolparon de repente y entonces la vio a los ojos…. Esos añorados ojos verdes, sí, su corazón no le mentía, era ella… su Candy y estaba frente a él.
Continuará...
Un día nevado en nueva York, perfecto para permanecer en casa y simplemente descansar y ¿por qué no? Reflexionar un poco sobre lo que hasta ese momento era su vida.
Terrence Graham, reconocido actor de Brodway, un hombre solitario, taciturno, con una vida aparentemente centrada en su trabajo. Era reconocido como un actor talentoso y extremadamente profesional.
Y es que, después de los meses de ausencia que hubo tenido de los escenarios con un paradero desconocido, nadie supo cómo, ni porqué, pero regresó a las tablas con mayor madurez histriónica, con una sensibilidad a flor de piel que trasmitía al público a través de los personajes a quienes daba vida, personajes que al igual que él vivían tristeza, miedo, celos y experimentaban el valor por seguir avante en la vida pese a las pérdidas…
“Pérdidas”, esa sola palabra, aún hacía que le ardiera el corazón y es que realmente si lo pensaba bien su vida estaba construida a base de ellas: primero su madre, vivir una infancia privado de su cariño, cuidado y protección para pasarlo bajo el yugo de una mujer que lo único que hacía era desquitar en él su frustración, esa que le dio vivir un amor no correspondido y que fue incrementada, por el hecho de ver día a día la imagen de su rival reflejada en él.
Esa época había sido dura, vivió realmente abandonado incluso de la protección de su padre quien no hacía más que recordarle todos los días lo que debía aprender y la imagen que debía cuidar para convertirse en el próximo Duque… “el próximo Duque”… y recordó en voz alta: “¿Quién demonios me preguntó si yo quería ser el siguiente Duque?, a nadie le importaba lo que yo pensara o quisiera, ni siquiera ayudarme a dilucidar lo que esa sola decisión traería a mi vida, seguir y hacer valer una serie de protocolos absurdos con tal de honrar el nombre de mi familia”.
Lo cierto es que en esos tiempos, aún a pesar del sacrificio y de no encontrar sentido alguno en el camino que Richard se empeñaba que yo siguiera, hice mi esfuerzo por encajar y aceptar ese rol… ¿por qué?... hoy puedo reconocer que es porque buscaba un poco de amor de su parte, alguna palabra de reconocimiento, una mirada suya que me hiciera sentir que yo existía y que podía convertirme en alguien lo suficientemente digno, para ser amado por mi padre…
No niego, que aún a pesar del tiempo que ha transcurrido esto aún me duele… pero ahora puedo reconocer el hecho, el sentimiento y además puedo decirlo; supongo que son los beneficios de ser un actor, de trabajar con las emociones y también de la madurez que dan los años.
Además he podido hablar con Richard en su pasada visita a Nueva York, esa tarde que al finalizar la presentación de Hamlet entró hasta mi camerino haciendo uso de sus influencias en pos de recriminarme la serie de decisiones que he tomado a partir de que abandoné Londres para perseguir mis sueños y para convencerme de volver con su benia a nuestra patria, para retomar lo que dejé inconcluso, porque en sus palabras: “ahora que ya experimenté lo que es ser un simple actor que a duras penas tiene recursos para vivir, seguro con gusto cambiaría mi modesto estilo de vida, por uno desahogado y acorde a mi status, ese que había conocido desde mi niñez hasta mi adolescencia”.
Al no acceder a su “invitación” argumentando frente a él a cerca del valor que el teatro tiene para mí como mi forma de vida. Se detonó la guerra entre él y yo nuevamente, pudo desahogarse por fin tachándome de desagradecido, estúpido y rebelde sin causa.
Una vez que él término de insultarme y dando un respiro profundo antes, pude desahogarme también a pesar de los toquidos insistentes en mi puerta por parte del personal del teatro para saber si todo estaba bien, menudos gritos debimos pegar ambos, pero en verdad era necesario para sanar... por Dios, cuánto anhelaba mi corazón gritarle sobre el abandono al que me sometió al llevarme con él, el maltrato que viví en su casa frente a sus ojos, todas las veces que rompí las reglas para ganarme un castigo y al menos de esa manera llamar su atención, pero no, hasta esa posibilidad me fue anulada incluso por el peso de su nombre, jamás nadie, a parte de la “Duquesa” se atrevió a poner queja en contra mía ante el Duque.
Al fin pude gritarle a la cara que maldecía el estúpido ejemplo que me dio sobre el honor y renunciar a quien se ama de verdad, por el “peso de algo más grande”: el miedo, el deber, la responsabilidad, el qué dirán, el nombre de la familia.. yo que sé, por todo y nada.
Y ahí en medio de mi arranque de ira, me cayó un balde de agua fría y me reflejé en sus ojos, en su vida.. recordé a un Terry que alguna vez en voz alta dijo: “no quiero amar como mi padre, solo quiero ser yo toda mi vida”.. me sentí abofeteado por mis propias palabras, reconocí que el destino me había alcanzado, hasta ahora he vivido y he ofrecido la única forma de amar que conozco.. con la diferencia de que ahora ya no estaba dispuesto a poner toda la responsabilidad en Richard sobre esta situación y me encontraba dispuesto a asumir la parte que me tocaba.
Me desahogué bañado en lágrimas por todo el enojo, la frustración y tristeza que había en mi existencia hasta ese momento, vi a Richard como un ser humano y pude comprenderlo… reconocer que este sentimiento va más allá de justificar el daño que me ha hecho, solo me identifiqué, me dejé sentir y entendí que hasta ahora, me he dedicado a repetir patrones por no conocer otra manera de vivir.
Para mi sorpresa, Richard también comenzó a llorar y a su manera se disculpó. Desde entonces no he vuelto a verlo pero nos escribimos con frecuencia, aún no me nace llamarlo padre pero estoy dispuesto a descubrir y aprender una nueva forma de relacionarme con él, con todos los sinsabores que ello implica.
De mi madre aprendí que el amor es reconocer el daño que se causa a la otra persona y que es necesario ser honesto y pedir perdón; de mi padre que mi forma de amar necesita que tome conciencia y responsabilidad para romper ciclos, de Susana que el amor y la gratitud no son lo mismo y que pueden co-existir el uno sin el otro y de Candy, que amar es compartir, que te ayuda a fluir por la vida y no hace falta renunciar al otro esperando su felicidad. De todos, que los grandes sacrificios en nombre del bien de la otra persona, no son amor, porque cada persona es responsable de encontrar la suya y ésta es la que se comparte con el ser amado.
Entornó los ojos hacia un sobre que yacía en su mesa de noche, con el remitente de la Srita. Candice W. Andely, en Chicago, entonces alargó una mano para tomarlo y expresar en voz alta:
“Candy, algún día podré decirte que este tiempo he estado aprendiendo y cerrando mis heridas porque deseo ser un hombre libre de los fantasmas del pasado para entonces poder ir por ti, aprender a amarte como lo mereces y recibir de la misma manera y con gratitud el amor que me des…. Ojalá que no sea muy tarde Candy… sé que me entenderás cuando pueda compartir esto contigo, por ahora bastará con esta nota que con pocas palabras y a mi manera te expresa que nada ha cambiado en mí”.
Se asomó por la ventana de su apartamento para echar un vistazo hacia el cielo y descubrió que continuaban cayendo pequeños y delicados copos de nieve, pensó que este sería un excelente momento para salir a caminar un poco para recorrer las calles de la ciudad que justamente ahora debían estar casi desiertas.
Tomó su boina y su abrigo, en cuya bolsa guardó la carta, con la esperanza de entregarla en el servicio postal.
Salió de su casa y comenzó a caminar en dirección al centro de la ciudad, absorto en sus pensamientos acariciando la carta al interior de su abrigo, llenándola con los dulces recuerdos que le había regalado una niña rubia traviesa y pecosa de gran corazón, evocando sus sentimientos y creyendo firmemente que esta carta llegaría a su destinaria para expresarle con total honestidad lo que él sentía.
Y de pronto, resbaló un poco en su paso y antes de que pudiera recobrar el equilibrio, un gran impacto lo llevó a dar directo al pavimento y mientras acomodaba su abrigo aún confundido, escuchaba y miraba a una pequeña rubia que se esforzaba en disculparse, mientras buscaba apurada algo en el suelo.
Él se reincorporó rápidamente y le extendió la mano para ayudarla a hacer lo mismo, preocupado porque ella no se hubiera hecho daño y al contacto de su mano con la suya percibió un calor conocido, un sutil aroma a rosas que lo dejó mudo, las emociones se le agolparon de repente y entonces la vio a los ojos…. Esos añorados ojos verdes, sí, su corazón no le mentía, era ella… su Candy y estaba frente a él.
Continuará...
Última edición por Jan Graham el Dom Abr 07, 2019 11:01 pm, editado 1 vez