Amor es…
Capítulo I
Capítulo I
Caminaba por las calles nevadas de Nueva York, con el dolor en el pecho que le recordaba lo vivido hace seis años. Esa noche, también caminaba bajo la nieve con la esperanza oculta de que él la detuviera, de que le pidiera que se quedara.
Caminaba y miraba sin mirar, pensando en que debió hacer caso a su corazonada y evitar pisar esta ciudad que tantos recuerdos dolorosos le traía.
Las mismas calles, el mismo sentimiento y la misma mujer… no, ella ya no era la misma. En todo este tiempo había aprendido a reconocer su fortaleza y su valor, había pasado por tanto en la vida, no había sido fácil vivir tantas pérdidas. Parecía que el destino se ensañaba con arrebatarle a aquellos que le regalaban felicidad, o que… ¿Quién sabe?... pudieran haberle dado amor sincero y aportarle alegría.
Para empezar su madre y su padre, nunca los conoció y se conformó con un recuerdo que ella misma elaboró en su mente pensando en que habían sido realmente cuidadosos al elegir el orfanato donde la dejaron… sí, quizá habían buscado un buen hogar donde no le faltara nada, alimento, techo, educación y amor.
Después Anthony, ternura, amistad y la enorme felicidad de sentir que alguien pensaba en ella, que se interesaba por acercarse, conocerla, alguien que la aceptaba por ser quien era y que siempre guardaba una dulce sonrisa que la reconfortaba y la hacía sentir valiosa, única y querida. Pero un día sin mayor razón el mismo destino que se lo presentó, se lo arrancó en medio de un mar de llanto.
Aunque es verdad que ahora para ella, Anthony dejó de ser un recuerdo doloroso y cuando pensaba en él podía ver luz y descubrir en ella, en la mujer que es hoy día, que él había trascendido en su vida y ella había incorporado a su ser lo que aprehendió de él. Estaba con ella, estaba en su corazón, en su memoria y se veía más bello que nunca.
Por consecuencia, apareció en su corazón el recuerdo de su querido Stear “mi amigo, mi guardián, uno de mis paladines”, pensaba absorta. Aquella vez, en esta misma ciudad pensaba en la cara que él haría cuando le reclamara de frente porque su cajita de la felicidad no había servido igual que todos sus inventos.
Aunque, por otro lado, si lo pensaba bien podía reconocer que en su vida había habido momentos de felicidad plena, había aprendido que la felicidad no es algo que traen los demás, sino que ella la genera y los demás la complementan y comparten; sin duda bastantes lágrimas le había costado aprender aquello, ciertamente no había sido fácil.
Pero y luego… su profesión. De pronto un día a “alguien” se le ocurrió vetarla de todos los hospitales de Chicago, pensando que con esa simple acción ella se dejaría caer y renunciaría; pero qué poco la conocían porque no lo hizo, ser enfermera es su misión de vida, servir a los otros con amor. Casi rió para sí misma con sarcasmo ¿quién podría quitarle su vocación a otra persona?
Y entonces lo recordó… porque él también reía y era sarcástico… él… no, no podía ni decir su nombre en este momento, en esta ciudad que fue testigo de su unión anhelante y luego de su separación. No era que ella no pudiera recordarlo con amor, porque sí lo hacía, de manera constante y con una sonrisa lo recordaba con gratitud “por los viejos tiempos querido amigo”, lo bendecía en su interior al recordarlo y en verdad deseaba con todo su corazón que él estuviera pleno y feliz, pero era el lugar, era el hecho de recordarlo justo en esta ciudad.
Y su conciencia le gritó “a él tú lo abandonaste, ni siquiera le preguntaste si quería separarse de ti”… y es que en ese entonces creía que alejándose les evitaba un daño a ambos y que sacrificarse por un tercero, pensar en su bienestar, era por amor. Pensaba que le hubiera gustado tener la certeza de que alejándose no solucionaría nada, ni el dolor que vivió por tantos años… quizás debía haberse quedado, ser egoísta y por una vez en su vida luchar por lo que ella quería antes de pensar en la felicidad de otra persona, quizás…
Pero aquí estaba hoy, dando un paseo, gastando el tiempo, recordando y esperando la hora de abordar un tren hacia … “un nuevo comienzo” se repetía emocionada una y otra vez, sintiendo cada vez como su corazón latía más y más fuerte, porque estaba viva, porque siempre que estemos vivos habrá esperanza y porque… mirándose contra el espejo de un aparador veía frente a ella el reflejo de una mujer hecha de pérdidas, de abandonos y reencuentros, de olvidos, de perdón, de valentía y fortaleza; sí, una mujer viváz, fuerte, sensible, alegre, auténtica, y ¿porqué no decirlo?, hermosa. No pudo evitar sonreírse, se guiñó un ojo, acomodó su bufanda para cubrir con ella su boca y nariz, ajustó su boina, levantó la vista al cielo y notó como nuevamente empezaba a nevar; respiró hondo, dio media vuelta con energía y la actitud alegre que la caracterizaba, para chocar fuertemente con alguien.
De tal impacto ambos fueron a dar al suelo, ella se sobó la cadera y antes de incorporarse buscó por el suelo su boina que había salido volando, mientras no paraba de pedir disculpas sintiéndose muy avergonzada. Sin embargo notó que su interlocutor en lugar de darle una respuesta, le extendió la mano para ayudarle a incorporarse y encontrarse de frente para mirarse en unos ojos azules inolvidables.
La tierra se cimbró… “¡eres tú!” pensaba, “¡Dios mío, en verdad eres tú!”....
Caminaba y miraba sin mirar, pensando en que debió hacer caso a su corazonada y evitar pisar esta ciudad que tantos recuerdos dolorosos le traía.
Las mismas calles, el mismo sentimiento y la misma mujer… no, ella ya no era la misma. En todo este tiempo había aprendido a reconocer su fortaleza y su valor, había pasado por tanto en la vida, no había sido fácil vivir tantas pérdidas. Parecía que el destino se ensañaba con arrebatarle a aquellos que le regalaban felicidad, o que… ¿Quién sabe?... pudieran haberle dado amor sincero y aportarle alegría.
Para empezar su madre y su padre, nunca los conoció y se conformó con un recuerdo que ella misma elaboró en su mente pensando en que habían sido realmente cuidadosos al elegir el orfanato donde la dejaron… sí, quizá habían buscado un buen hogar donde no le faltara nada, alimento, techo, educación y amor.
Después Anthony, ternura, amistad y la enorme felicidad de sentir que alguien pensaba en ella, que se interesaba por acercarse, conocerla, alguien que la aceptaba por ser quien era y que siempre guardaba una dulce sonrisa que la reconfortaba y la hacía sentir valiosa, única y querida. Pero un día sin mayor razón el mismo destino que se lo presentó, se lo arrancó en medio de un mar de llanto.
Aunque es verdad que ahora para ella, Anthony dejó de ser un recuerdo doloroso y cuando pensaba en él podía ver luz y descubrir en ella, en la mujer que es hoy día, que él había trascendido en su vida y ella había incorporado a su ser lo que aprehendió de él. Estaba con ella, estaba en su corazón, en su memoria y se veía más bello que nunca.
Por consecuencia, apareció en su corazón el recuerdo de su querido Stear “mi amigo, mi guardián, uno de mis paladines”, pensaba absorta. Aquella vez, en esta misma ciudad pensaba en la cara que él haría cuando le reclamara de frente porque su cajita de la felicidad no había servido igual que todos sus inventos.
Aunque, por otro lado, si lo pensaba bien podía reconocer que en su vida había habido momentos de felicidad plena, había aprendido que la felicidad no es algo que traen los demás, sino que ella la genera y los demás la complementan y comparten; sin duda bastantes lágrimas le había costado aprender aquello, ciertamente no había sido fácil.
Pero y luego… su profesión. De pronto un día a “alguien” se le ocurrió vetarla de todos los hospitales de Chicago, pensando que con esa simple acción ella se dejaría caer y renunciaría; pero qué poco la conocían porque no lo hizo, ser enfermera es su misión de vida, servir a los otros con amor. Casi rió para sí misma con sarcasmo ¿quién podría quitarle su vocación a otra persona?
Y entonces lo recordó… porque él también reía y era sarcástico… él… no, no podía ni decir su nombre en este momento, en esta ciudad que fue testigo de su unión anhelante y luego de su separación. No era que ella no pudiera recordarlo con amor, porque sí lo hacía, de manera constante y con una sonrisa lo recordaba con gratitud “por los viejos tiempos querido amigo”, lo bendecía en su interior al recordarlo y en verdad deseaba con todo su corazón que él estuviera pleno y feliz, pero era el lugar, era el hecho de recordarlo justo en esta ciudad.
Y su conciencia le gritó “a él tú lo abandonaste, ni siquiera le preguntaste si quería separarse de ti”… y es que en ese entonces creía que alejándose les evitaba un daño a ambos y que sacrificarse por un tercero, pensar en su bienestar, era por amor. Pensaba que le hubiera gustado tener la certeza de que alejándose no solucionaría nada, ni el dolor que vivió por tantos años… quizás debía haberse quedado, ser egoísta y por una vez en su vida luchar por lo que ella quería antes de pensar en la felicidad de otra persona, quizás…
Pero aquí estaba hoy, dando un paseo, gastando el tiempo, recordando y esperando la hora de abordar un tren hacia … “un nuevo comienzo” se repetía emocionada una y otra vez, sintiendo cada vez como su corazón latía más y más fuerte, porque estaba viva, porque siempre que estemos vivos habrá esperanza y porque… mirándose contra el espejo de un aparador veía frente a ella el reflejo de una mujer hecha de pérdidas, de abandonos y reencuentros, de olvidos, de perdón, de valentía y fortaleza; sí, una mujer viváz, fuerte, sensible, alegre, auténtica, y ¿porqué no decirlo?, hermosa. No pudo evitar sonreírse, se guiñó un ojo, acomodó su bufanda para cubrir con ella su boca y nariz, ajustó su boina, levantó la vista al cielo y notó como nuevamente empezaba a nevar; respiró hondo, dio media vuelta con energía y la actitud alegre que la caracterizaba, para chocar fuertemente con alguien.
De tal impacto ambos fueron a dar al suelo, ella se sobó la cadera y antes de incorporarse buscó por el suelo su boina que había salido volando, mientras no paraba de pedir disculpas sintiéndose muy avergonzada. Sin embargo notó que su interlocutor en lugar de darle una respuesta, le extendió la mano para ayudarle a incorporarse y encontrarse de frente para mirarse en unos ojos azules inolvidables.
La tierra se cimbró… “¡eres tú!” pensaba, “¡Dios mío, en verdad eres tú!”....
Última edición por Jan Graham el Jue Abr 04, 2019 2:48 pm, editado 3 veces