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[size=18]SEGUNDO APORTE EN SOLITARIO DE ADRIANA
Después de la sorpresiva historia que fue dedicada a un personaje polémico en el Candy-mundo y que por cierto gustó mucho, ahora Adriana se enfrentaba a un sinfín de reproches por parte de cierta personita.
En sí, estos reclamos no habían parado desde que se enteró y continuaban a lo largo y ancho acatarrando a más de uno que se acercara a escucharlo.
"¿Y se puede saber cuándo subirás mi aporte? Preguntó Terry por millonésima vez.
Adriana solamente puso los ojos en blanco.
Cruzada de brazos sentada en el sofá, ya ni siquiera respondía a las quejas de su amigo. Estaba más que cansada después de repetirle una y otra vez que no había sido su decisión. 
Ante su silencio, por fin Terry se dio cuenta de que no lograría nada con su actitud.
"Por lo que veo, no quieres responderme".
Ella solamente soltó un suspiro. "¿Y qué quieres que te diga? ¿Que soy una malvada y que lo hice a propósito para dejarte sin aporte? Ya te dije mil veces que no fui yo la que lo decidió".
"No te creo". Comentó él entrecerrando los ojos.
"¿Cómo es que de buenas a primeras se decide subir un aporte sobre alguien que ni siquiera está aquí y hasta donde sé, no es muy querida que digamos. Para mí, hay gato encerrado en este asunto". 
"Ahora que lo mencionas... tienes razón. Eso es lo que debe estar pasando".
"¡Aha! ¡Lo sabía!" Dijo Terry con una sonrisa de triunfo.
"Sí, hay que ir a buscar a los gatitos...
Igual los tienen por ahí encerrados y por eso no hemos podido encontrarlos. O tal vez los traviesos se estén escondiendo". 
"¿Gatos? ¿De qué estás hablando? Yo hablo de mi aporte que todavía no subes y..."
"¡Hay que ir a buscarlos de inmediato!
Ya decía yo que no era normal que los pequeños Lucifer y Misifús no aparecieran a pesar de que Suno no ha parado de buscarlos. Estoy segura de que alguien debe tenerlos". 
Y poniéndose de pie, Adriana se dirigió a toda prisa a su habitación, para luego salir de ahí con una pequeña maleta de mano.
"¿Se puede saber adónde vas? En lugar de hacerte la desentendida deberías trabajar en mi aporte para el deleite de mis miles de admiradoras y..."
"Ya, ya... no te ofusques, Terry. Mira, si tanto quieres un aporte, te sugiero que hables con el Alto Mando y te arregles con la Tía. Como te he dicho hasta el cansancio, las decisiones las toma ella y pues, ¿quién la puede contradecir? ¡Yo no!"
"Con que esas tenemos. Si es así, ahora mismo iré a hablar con ella".
"Buena suerte".
"Para tu información no le tengo miedo a tu Tía".
"No lo digo por eso".
"¿Entonces?"
"¡Ya lo verás! No quisiera arruinarte la sorpresa".
Y diciendo esto, Adriana llamó a Albert que luego salió de la habitación.
"¿Qué sucede?" Preguntó el rubio que miraba curioso a su sobrina con maleta.
"Creo saber dónde tienen a los mininos, Tío. Tal vez alguien se los llevó a una de las trincheras y los tengan ahí o el par anda de juguetón por ahí. De todas maneras hay que ir a checar".
"Si es así, deja voy por mi mochila y salimos de inmediato al Foro Rosa".
Albert pronto salió con mochila en mano, listo para ir en busca de los gatitos. Mientras tanto, Terry miraba la escena, preguntándose porque simplemente lo ignoraban. Sus amigos estaban por salir cuando los detuvo.
"Un momento". Tanto Adriana como Albert se volvieron a mirarlo. "¿Qué acaso me ignoran por un par de gatos? ¿Se van a ir tan campantes sin siquiera subir un aporte? No lo permitiré, no si no se trata de uno mío".
Adriana se volvió a mirar a Albert confundida al tiempo que el rubio hacia lo mismo.
"Ya le dije a Terry que pude ir a hablar con la Tía, pero ya sabes, no me hace caso". Le dijo ella encogiendo los hombros.
"Bueno, no lo culpes. Aunque tal vez no sea tan buena idea dejarlo hacer eso porque..."
Terry los interrumpió. "¿Acaso ustedes piensan que le tengo miedo a su Tía? Yo, que soy conocido como el 'Rebelde del San Pablo', el que se enfrentó a la mismísima Hermana Gray, el que..."
"¿Cómo ves, Tío? No nos cree".
"Bueno, no quisiera contradecirte en lo que nos dices, Terry, pero una cosa es la monja directora del colegio y una muy distinta la Tía". Le quiso explicar Albert.
"¿Ah, sí? Pues si no me creen, ahora mismo se los probaré. ¿Dónde está?"
"Si yo fuera tú no la interrumpiría en este momento porque..."
"¿Dónde está?"
"¡Ah, qué genio! Bueno, que conste que te lo advertí. La puedes encontrar en la terraza".
"Ahora verán de lo que soy capaz o me dejo de llamar Terry". Y diciendo esto fue a toda prisa en busca de la Tía.
Tanto Adriana como Albert se miraron por un momento y encogiéndose de hombros, ella se soltó a reír.
"No sabe la que le espera".
"Pobre... si supiera". Comentó Albert preocupado.
"En fin, ya sabes qué dicen por ahí que por su gusto muere... hasta la muerte le sabe. Esperemos que no le vaya tan mal y consiga su aporte".
"Por cierto, ahora que lo mencionas, quisiera saber qué pasará con el siguiente de nuestros aportes".
"Bueno, eso ya está arreglado, pero te lo cuento en el camino. ¡Veámonos ya que Suno nos espera allá para poder encontrar a los gatitos!"
En eso, se abrió la puerta. Se trataban de Stear y Anthony.
"¡Hola Amorcito.... quiero decir Anthony!"
Adriana embobada se sonrojaba al verlo. 
"¿Van a algún lado?" Preguntó Stear al verlos con maletas en mano.
"Vamos al Café de Archie en el Foro Rosa". Respondió Albert. "Parece que los gatitos han desaparecido y queremos comprobar que no les ha pasado nada".
"¿Lucifer y Misifús? Pero, ¿no estaban con Suno y Archie?" Stear se veía confundido.
"Pues no estoy muy seguro, Adriana es la que me dijo y..."
Albert se volvió a mirar a su sobrina que seguía en la nube rosa sonriéndole a Anthony que hacía exactamente lo mismo. 
"¡Ehem!" Trató Stear de llamar su atención.
"¡Olvídalo, Stear! Cuando se pone así, solamente sacudiéndola o quitándole a Anthony de enfrente, reacciona".
Y diciendo esto, Albert jaló a su sobrino poniéndolo atrás de él y fue entonces que su sobrina reaccionó.
"¡Hey! ¿Por qué hiciste eso, Tío?"
"Si no lo hago nos quedamos aquí hasta mañana. Normalmente te dejaría que flotaras en tu nube, pero hay dos pequeños perdidos nos necesitan".
"Ah, sí, tienes razón.
Entonces veámonos. Amorcito... quiero decir Anthony, se quedan los dos a cargo y cuidan a los dos berrinchudos".
Viendo la inminente responsabilidad, tanto Stear como Anthony dijeron al unísono. "Será mejor que vayamos con ustedes". Y sin dar tiempo a que Albert o Adriana se negaran, los dos entraron rápidamente a la habitación y salieron con sus maletas listos.
"Oigan, no les pace que fue muy rápido esa empacada. ¡Ni que fueran sobrecargos o pilotos entrenados!"
"Es que ya te conocemos, en cuanto llega abril los viajes relámpago no se hacen esperar y por un motivo u otro salimos siempre corriendo como 'atarantados' para alcanzar el avión. Por esa razón, decidimos estar listos".
"Ya veo. ¿Qué de plano me conocen bien y soy tan predecible?"
"¡Aha!" Respondieron los tres al unísono.
"Bueno, pues como nadie se quedará a cuidar a nuestros 'nenes', entonces dejémosles una nota para que nos alcancen en el aeropuerto, mientras tanto nosotros hagamos los arreglos para un vuelo especial. Ni modo, Tío, a usar la tarjeta de crédito". Albert tan solo la miró preocupado sabiendo lo que le costará el chistecito.
Confundido, Stear no puedo evitar preguntar "¿Y por qué no les decimos ahora? ¿No será más fácil si vamos todos juntos?"
"Neal creo que está durmiendo y por nada del mundo quisiera interrumpir al 'señorito durmiente'.
Además, Terry tiene una cita con la Tía y por nada del mundo pienso interrumpirla, así que ándale y vámonos que el taxi nos espera". 
Y diciendo esto los tres chicos y Adriana salieron del lugar a toda prisa después de dejarle una nota a Neal y Terry.
Sin embargo, algo más estaba sucediendo no lejos de ahí. Después de deslizar el ventanal que conducía a la terraza, Terry estaba decidido a confrontar a la temible anciana y pedirle que se le dedicara un aporte. En eso, pudo ver a la Tía que estaba recostada en la cama de sol que Stear le construyó.
Conforme se fue acercando, pudo distinguir algo inusual ya que ella estaba quieta sin moverse, aún cuando claramente ella podía escucharlo. Ya de cerca pudo verlo con claridad: la Tía estaba en plena sesión de facial y tenía una mascarilla verde en la cara.
Con una sonrisa burlona, Terry se acercó a ella para verla un poco más de cerca. Como pensó que estaría durmiendo, ya que ella no se había ni inmutado, trató de hacerse el chistoso e inspeccionarla más de cerca. Se veía tan graciosa con un gorrito en la cabeza y dos pepinos cubriéndole los ojos.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no soltar una carcajada al tiempo que se inclinaba aún más para mirarla. No obstante, cuando decidió que no era el momento de alegar con la 'Tía' y estaba a punto de salir de ahí, una mano lo tomó por sorpresa de la muñeca.
"¿Eres tú, hijo?"
Terry se congeló ahí mismo y no sabiendo qué hacer, solamente respondió con un 'uhum'. Seguramente que ella lo estaba confundiendo con Albert.
"Por favor, necesito tu ayuda. Me faltan todavía quince minutos para quitarme la mascarilla de aguacate que Adriana me recomendó, pero tengo calor. Como no veo, no sé dónde está mi abanico, ¿podrías ayudarme a alcanzarlo?"
Terry sintió que si no lo hacía, ella se daría cuenta de que la había estado fisgoneando y entonces si que se le iba a armar. Buscó a su alrededor y ahí estaba lo que buscaba. El problema es que la Tía estaba sentada en él.
Con pánico, no supo qué hacer, si hablaba ella se daría cuenta de todo. 
Sudando, Terry trataba de jalar con cuidado el abanico, pero con horror, vio cómo un par de plumas quedaron en su mano. Tragó en seco de sólo pensar en la mirada fría y autoritaria, pero ante todo el largo sermón que la Tía Abuela le daría al descubrir que su fino ornamento se quedaba sin plumaje. ¡Ahora sí que se le iba a armar! Se trataba nada más ni nada menos que de su favorito. 
Entonces se le ocurrió una idea, se acercó por atrás y tomando una revista que estaba al lado, empezó a abanicarla. Al sentir la suave brisa, la Tía se relajó.
"!Ahhhhh! Eso está mejor. !Qué bueno eres, hijo! Y alzando al mano, buscó el rostro de quién pensaba era Albert para acariciarlo.
Terry de sólo pensar que ella lo tocaría, hizo un gesto de disgusto y se inclinó hacia atrás evitándola.
En eso, se escuchó que alguien más deslizaba el ventanal y volviéndose, Terry vio con pánico que era Neal el que se acercaba. Al ver la escena con Terry abanicando a la Tía, Neal no pudo contenerse y se soltó a reír.
"Jajajajajaja... vaya, ¿pero qué tenemos aquí?"
Terry solamente lo vio con ojos amenazadores.
"¿Eres tú, Neal?" Preguntó ella.
"Sí, Tía. ¿Se le ofrece algo?"
"No, gracias. Albert ya me está ayudando..."
Neal se cruzó de brazos con una risa burlona. "Ya veo, Tío Albert es muy acomedido". Terry le lanzó una mirada que tranquilamente lo hubiera podido golpear si pudiera.
"¡Sí, es un encanto! Mira que abanicarme cuando yo sólo le pedí que me ayudara a encontrar mi abanico. ¡Es tan lindo!"
"¡Sí, muy lindo!" Neal respondió burlonamente mientras que Terry le susurraba que luego se las vería con él.
Neal tan sólo soltó una risilla y alejándose de ahí, comentó. "Si es así, no los interrumpo más. Adriana nos dejó una carta, pero luego se la comentó a 'mi Tío'. La dejo en manos de quien de seguro cuidara muy bien de usted, Tía".
Una vez que Neal estuvo dentro del departamento, Terry pudo escuchar claramente la gran carcajada que el señorito soltó. Poniendo los ojos en blanco, suspiró frustrado mientras seguía dándole 'airecito' a la Tía.
Seguramente que para Terry, estos serían los quince minutos más largos de su vida.
¡Hola a todos! Espero que sigan disfrutando de los bellísimos aportes que hemos visto este mes. Ante todo, me gustaría disculparme. Sé que a muchas de ustedes les hubiera gustado ver más aportes y aventuras de nuestra parte acá en Malasia, pero por desgracia no nos será posible. Como sabes, la vida diaria nos absorbe y aunque me hubiera gustado compartirles más historias y celdas, me ha sido casi imposible.
En fin, espero que disfruten esta que escribí con mucho cariño pensando en la hermosa celda que recién he adquirido de una gran coleccionista. Como saben, yo compro estos tesoros y les doy un hogar con muchísimo cariño.
Como algunas de ustedes ya se habrán dado cuenta, tengo un aporte en conjunto con Suno. Pronto, las dos estaremos dándoles pistas para encontrar a ese par de traviesos, ¡así que están pendientes!
Así que sin más, espero poder darles algo más, sino es así, tan sólo escribiré un aporte más para despedirnos a fin de mes. Les mando un abrazo en dondequiera que se encuentren y espero sus comentarios.
Besos
Adriana
MEMORIAS LEJANAS
De pie junto al ventanal, una alta y delgada figura contemplaba distraída el jardín al frente. Su mirada parecía estar perdida en los recuerdos que le llegaron como un alud, envolviéndolo por completo.
Albert se sentía un poco extraño. A decir verdad aún no se acostumbraba a la nueva rutina que apenas hacía unos días había comenzado.
De pronto, una voz que se escuchó en el estudio donde se encontraba, lo trajo de nuevo a la realidad.
"Señor, todo está listo como lo había ordenado".
"¿A qué hora estarán aquí?" Preguntó sin volverse y aún con su mirada fija al exterior.
"Llegarán en cualquier momento. ¿Desea algo más?"
"No, gracias. Puedes retirarte".
Y al decir esto, el hombre se inclinó en reverencia despidiéndose para luego abandonar el lugar.
Suspirando al pensar en esto, Albert por fin dio la vuelta y tirando un poco del cuello de la camisa a la que no estaba acostumbrado a llevar, por fin se fue a sentar en el único sillón que se encontraba en el medio del salón.
"Muy pronto estará aquí". Se dijo como en un suspiro.
Le gustase o no, Albert estaba a punto de develar el más grande secreto que tanto él como George y la Tía Abuela, habían guardado tan celosamente por años. Muy pronto, el mundo sabría un aspecto importante de su vida y con ello, cambiaría por completo su destino.
De sólo pensar en esto, Albert sintió cómo un gran peso se iba depositando lenta pero gradualmente sobre sus hombros. Al hacerlo, cerró los ojos para poder escapar por lo menos por un momento de su realidad.
Curiosamente, su mente lo llevó a una época en su vida en la que no sabía a ciencia cierta quién era y qué es lo que debía hacer. Esos fueron tiempos confusos, pero que en la oscuridad de la incertidumbre, encontró una luz que guió a través de la niebla que lo rodeaba.
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Por los pasillos del hospital varios doctores y enfermeras trasladaban a toda prisa a un hombre que estaba inconsciente. Sedado, el hombre alto y rubio llevaba la cabeza vendada y para sorpresa de todos, al desconocerse su identidad, era tratado nada menos que como un espía.
Sin embargo, la conmoción no se detuvo ahí. Aparte de los rumores y cuchicheos que se daban alrededor suyo a su paso, se escucharon entonces gritos de sorpresa por parte de algunas mujeres que a su encuentro con una mofeta que corría desesperada tras de la camilla, dejaban escapar asustadas.
"¡Rápido! Alguien saque a este animal de aquí". Fueron las órdenes de uno de los médicos.
Sin embargo, el escurridizo animalito era más rápido que cualquiera que intentara atraparlo y no fue sino que hasta una chica la tomó en sus brazos, que la pequeña mofeta por fin pudo tranquilizarse.
"¡¿Pouppe?!"
Se trataba de Candy, una de las estudiantes de enfermería, la que al parecer reconoció al animalito.
"¿Dónde está Albert?" Preguntó confundida mirando hacia todos lados.
Ese mismo día, Albert y Candy tuvieron un encuentro. Sin embargo, él ni siquiera pudo recordar a la chica que insistía en llamarlo por un nombre que le era totalmente ajeno y extraño.
La realidad de las cosas era que había perdido la memoria.
Sin saberlo o siquiera sospecharlo, Candy estaba frente a un importante capítulo de su vida que estaba por comenzar. Uno que cambiaría el curso de vida.
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De vuelta al presente, Albert frunció el ceño al pensar en esos angustiantes momentos. El no saber ni siquiera su nombre, resultó en una gran frustración que literalmente lo llevó al borde de la desesperanza.
En más de una ocasión trató de alejarse de la chica que insistía en cuidarlo. No era que le disgustara las atenciones y cuidados que con tanto esmero ella le daba, sino que era algo más.
En su interior Albert sentía un desconocido llamado, uno que le decía que debía irse cuanto antes de ahí antes de ser descubierto.
¿Descubierto?
En efecto, desde que recobró el sentido, esa sensación no lo dejaba tranquilo. Pero, por más que lo pensaba, no encontraba la razón para ello. Tal vez en su antigua vida él había sido una especie de estafador o hasta un ladrón. Era difícil saberlo.
Aún así, hizo a un lado estos pensamientos y poco a poco fue aprendiendo a confiar en la dulce chica que insistía en llamarlo por un nombre que le era en esos momentos un tanto ajeno y que hasta le resultaba extraño: 'Albert'.
Así, con el paso de los días, aquel joven desconocido comenzó una nueva etapa en su vida, no sabiendo que tarde o temprano su pasado volvería para traerle una de las más importantes disyuntivas que alguna vez pudiera haber tenido.
Todo comenzó ese día que al parecer iba a ser como cualquier otro en su ya establecida rutina. En definitiva, no estaba preparado para encontrarse cara a cara con su verdadero yo.
La solitaria figura de Albert sentado en el sillón, recordaba perfectamente ese día.
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Esa mañana, el joven rubio había ido a trabajar como siempre. El haber podido conseguir un empleo aunque fuera modesto, fue para él una buena señal. Desde ese momento él podría tener un poco de la tan ansiada independencia que el tener un ingreso estable podía darle, pero sobre todo, se trataba del secreto anhelo que tenía: el de cuidar y proteger del ángel que lo había sacado de la oscuridad de su mente.
Sí, Albert deseaba ser quien cuidara de ella... de su dulce Candy.
Así que mientras sus manos lavaban ágil y rápidamente los platos al frente, en su mente hacia planes para el siguiente día libre que ya se aproximaba.
"Tal vez podríamos ir de picnic. Sí, creo que a Candy le gustará mucho y el lago me parece un buen lugar..." Sonreía gustoso de nada más pensarlo.
Entonces fue que sin aviso alguno, una fuerte migraña vino a él y lo fue al punto de hacerlo perder el balance. El plato que se encontraba en sus manos fue a dar contra el piso rompiéndose en mil pedazos. No pudiendo soportarlo, se arrodilló tratando con sus manos de sujetar la cabeza que parecía estallarle.
En eso, escuchó un tren. Abriendo los ojos de par en par, buscaba su origen... luego, el murmullo de voces que después se escucharon dieron paso a un estruendo como si algo explotara a su alrededor. Poco después su vista se nubló y todo quedó en silencio.
Había perdido el conocimiento.
No sabiendo a ciencia cierta qué es lo que había sucedido, horas después Albert fue poco a poco recobrando el conocimiento. Al abrir sus ojos, trató de enfocar el lugar en donde se encontraba, no lo reconoció. Como su cabeza se sentía pesada y la sensación era como si fuera a explotarle, se quedó recostado por unos momentos más.
Fue ahí que miles de pensamientos desfilaron por su mente. Lentamente, todos los recuerdos y vivencias que tuvo a lo largo de su vida vinieron paulatinamente a él. Así como si se tratase de una corriente de agua cristalina, a todos los veía vividos y claros. Sonrió al saber lo que esto significaba.
Había recobrado la memoria.
Despacio y poco a poco, fue retrocediendo en sus recuerdos y por suerte, todos ellos se encontraban ahí, intactos como si nunca se hubiesen perdido.
Sin embargo, al sentarse y mirar a su alrededor descubrió que se encontraba en algún lugar del restaurante donde trabajaba. Fue entonces que un recuerdo vino como una repentina ráfaga de viento helado: Candy.
Contrario a lo que se hubiese pensado, un sentimiento de angustia y preocupación se fue apoderando de él. Gotas de sudor comenzaron a formarse en su frente.
"Candy". Se dijo con preocupación.
De inmediato entendió lo delicado de su situación y de las posibles consecuencias. Tragó en seco y levantando la cabeza al tiempo que su mano apretaba con fuerza el entrecejo, cerró los ojos.
"¿Qué es lo voy a hacer?"
Dejando escapar un suspiro, Albert supo que por el momento debía ocultar el hecho de lo que había sucedido y decidió hacerlo por una simple razón: su identidad le impedía el seguir a su lado.
Sin embargo, en su interior había un sólo y único anhelo... deseaba pasar más tiempo con ella. Aunque era consciente de que lo más probable que sucediera, fuera que debía aprisionar y hasta enterrar en lo más profundo de su ser, aquello que sutilmente y sin querer había surgido entre ellos mientras estaban viviendo juntos en el departamento.
Frustrado sin saber la respuesta, Albert se preguntaba el por qué las cosas entre ellos se habían complicado de esa manera. Y lo había sido hasta llegar a un punto en el que cualquier decisión que se tomara, traería graves consecuencias.
Las horas transcurrieron y llegó el momento de encontrarse de nuevo con su pasado y había una sola cosa por hacer. Así que dándose valor, con decisión se puso de pie para luego abandonar el restaurante y dirigirse hasta unas conocidas oficinas en el centro de la ciudad.
La hora de volver a donde pertenecía y con los suyos, había llegado.
Después de unas horas, todo estaba listo. Ahora que George ya se sabía su paradero, había algo más por hacer. Era el momento de encontrarse con ella.
Afortunadamente para ambos y a pesar de que ella estuvo desaparecida por horas, esa noche se volvieron a encontrar. Para su sorpresa, al parecer Candy había tenido un desagradable encuentro con Neal y eso los distrajo momentáneamente a ambos.
Lo delicado de su situación tendría que resolverse después.
Aún así y aunque Candy continuaba absorta con los eventos de esa noche con Neal, en esos momentos ella ignoraba que Albert había recobrado su pasado y que ahora la cuenta regresiva para volver a separarse, había comenzado.
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De vuelta a la mansión de Lakewood en el presente, Albert se encontraba ya listo para un encuentro que a decir verdad, él hubiera preferido posponer un poco más... por lo menos hasta su presentación en sociedad.
Sin embargo, sin que él mismo lo supiese entonces, aquel incidente con Neal que nunca pensó que sería de trascendencia y que hasta creyó que había quedado atrás, se había salido totalmente de control y era ahora precisamente lo que forzaba un encuentro entre ellos.
En efecto, era el momento de volver a verse cara a cara con aquella persona que había llegado a ser tan importante para él. Pero muy al contrario de lo que pudiera haberse imaginado, la presencia inminente de Candy estaba produciendo cierto nerviosismo en él y es que todo se debía al sentimiento que nació por su parte al convivir con ella.
Por esa razón, Albert no estaba seguro de lo que debía hacer. Por una parte, su deber hacia la familia como el heredero y patriarca, lo ponía en una situación complicada y en extremo delicada. Especialmente cuando en su interior albergaba algo que sabía bien debía controlar a toda costa y hasta celosamente guardar.
Con William de regreso, volvieron a él varios roles que habían permanecido como 'durmientes' por meses, al tiempo que su mente permaneció en el limbo. No obstante, ahora que había recobrado su verdadera identidad, aquellos roles de Patriarca, cabeza de familia y una que... bueno, había una más de la que no quería ni acordarse. Era precisamente esa última la que le sería más difícil de superar, ya que involucraba directamente a Candy.
¡Vaya dilema!
De cierta manera, todo esto le resultaba irónico. Albert entonces recordó que por meses se esforzó en vano por recuperar la memoria y ahora, parte de él se decía que hubiese sido mejor no hacerlo. No si la perdía.
En sí, nunca se imaginó o siquiera llegó a pensar que algo así nacería en su interior.
Pero, ¿qué tanto podrían cambiar las cosas entre ellos?
Esa era en verdad la pregunta que parecía no tener respuesta. Por lo menos no una que él mismo quisiera escuchar. Aunque a decir verdad, lo más probable era que mucho estaba en juego. En especial cuando ella supiese sobre aquello que realmente los unía.
"Tal vez si yo pudiera... o si ella me dejara explicarle... no, esto no se puede resolver tan sólo con conjeturas". Se dijo a sí mismo.
Estaba claro que nada podía hacer ahora y cualquier intento por hacerlo, continuaría sin respuesta.
No, era mejor dejarlo así por el momento.
Todo resultaba un tanto irónico y parecía que una de las mayores decisiones que tomó en el pasado, ahora resultaba ser una gran sombra que oscurecía el horizonte, no dejándole ver con claridad lo que estaba por delante.
Sentado ahí, se giró para mirar hacia el gran ventanal, Albert o mejor dicho William Albert Ardley aguardaba a su visitante que estaba por llegar y mientras tanto, su mente argumentaba al tiempo que su corazón suplicaba.
Las opciones eran pocas. Así que dejando escapar un gran suspiro, tomó la decisión de no resolver esta cuestión que parecía ahogarlo, sino dejarlo a un lado... para el momento en que estuviera listo. Era muy probable que una vez que se encontrase de nueva cuenta con ella, pero esta vez sin nada que ocultar y de frente a la verdad, que él pudiera saber de una vez por todas cuáles eran sus propios sentimientos y lo que podría hacer.
Sí, su corazón lo guiaría.
Sin embargo, pensaba en otra posibilidad, ya que era probable que una vez que se supiese toda la verdad, hasta era posible que los sentimientos de ella también saliesen a la luz. Tal vez, sólo tal vez, ella se decidiera a darle una oportunidad, no importando el gran peso que su verdadera identidad representaba.
En efecto, parecía haber aún un débil rayo de esperanza.
Por lo que pensando en eso, una sutil sensación de paz lo fue invadiendo y por fin pudo respirar aliviado. Todo estaba claro ahora, su amor mismo hacia Candy le haría saber qué decisión tomar una vez que estuvieran frente a frente.
Sí, eso era lo mejor.
No obstante, todo esto tendría que hacerse como William, como la verdadera persona que él era y no como el fantasma que Albert llegó a ser en su vida.
De esta manera y haciendo uso de toda su fortaleza interior, William en esos momentos no tuvo otra opción y decidió que era el momento de despedirse para siempre de Albert, de su alter ego... precisamente de aquel joven sin pasado que sin querer se había enamorado perdidamente de ella.
Tomando un gran suspiro, la lucha interna que había tenido desde que recuperó la memoria estaba llegando a su fin, y lo hacía ahora al haber tomado él una decisión: la de comprobar que si como William, realmente la amaba o no.
En eso, se escuchó un llamado a la puerta y sin volverse a mirar, una voz masculina se escuchó.
"Ya han llegado, señor".
William dibujó una pequeña sonrisa. "Estoy listo".
Fueron éstas sus palabras no sólo para el hombre, sino para él mismo.
De esta manera, todo estaba preparado para recibirla. Tan sólo quedaba su verdadero yo al haberse despedido de Albert para siempre, dejando en su lugar a quien se supone nunca debió esconderse.
En efecto, muy pronto el presidente de los Ardley y patriarca de su familia, estaba a punto de develar el más grande secreto del clan. Y es que eventualmente, Candy misma no creería lo que estaba a punto de descubrir. Se trataba de algo que sacudiría su mundo desde lo más profundo.
En definitiva, aquella verdad que la había estado acompañado a Candy en una aventura singular por los últimos diez años, estaba a punto de sacudir y cimbrar hasta lo más profundo su mundo, cambiándolo para siempre. La hora de conocer el secreto de aquel misterioso vagabundo que tan sólo llegó a conocer como Albert, había llegado.
A pesar de esto y de otros asuntos más que ambos compartieron ese día, aún faltaba algo más por aclarar.
Después de aquel emotivo encuentro, aquella jovencita también se volvería a topar con aquel joven que tan sólo vio una vez. Aquel que literalmente cambió su vida y que sin saberlo, la estuvo acompañando siempre en silencio sin apartarse nunca de su lado.
Por esa razón y otras más, Candy estaba al filo de tomar la mayor decisión de su vida. El momento de la verdad tanto para uno como el otro, había llegado y no habría marcha atrás.
"Y de repente, si de repente, apareció en mi vida. Y sí, se fue... así como llegó, de repente. Y me dejo como recuerdo miles de insomnios..."[/size]
Después de la sorpresiva historia que fue dedicada a un personaje polémico en el Candy-mundo y que por cierto gustó mucho, ahora Adriana se enfrentaba a un sinfín de reproches por parte de cierta personita.
En sí, estos reclamos no habían parado desde que se enteró y continuaban a lo largo y ancho acatarrando a más de uno que se acercara a escucharlo.
"¿Y se puede saber cuándo subirás mi aporte? Preguntó Terry por millonésima vez.
Adriana solamente puso los ojos en blanco.
Cruzada de brazos sentada en el sofá, ya ni siquiera respondía a las quejas de su amigo. Estaba más que cansada después de repetirle una y otra vez que no había sido su decisión. Ante su silencio, por fin Terry se dio cuenta de que no lograría nada con su actitud.
"Por lo que veo, no quieres responderme".
Ella solamente soltó un suspiro. "¿Y qué quieres que te diga? ¿Que soy una malvada y que lo hice a propósito para dejarte sin aporte? Ya te dije mil veces que no fui yo la que lo decidió".
"No te creo". Comentó él entrecerrando los ojos.
"¿Cómo es que de buenas a primeras se decide subir un aporte sobre alguien que ni siquiera está aquí y hasta donde sé, no es muy querida que digamos. Para mí, hay gato encerrado en este asunto". "Ahora que lo mencionas... tienes razón. Eso es lo que debe estar pasando".
"¡Aha! ¡Lo sabía!" Dijo Terry con una sonrisa de triunfo.
"Sí, hay que ir a buscar a los gatitos...
Igual los tienen por ahí encerrados y por eso no hemos podido encontrarlos. O tal vez los traviesos se estén escondiendo". "¿Gatos? ¿De qué estás hablando? Yo hablo de mi aporte que todavía no subes y..."
"¡Hay que ir a buscarlos de inmediato!
Ya decía yo que no era normal que los pequeños Lucifer y Misifús no aparecieran a pesar de que Suno no ha parado de buscarlos. Estoy segura de que alguien debe tenerlos". Y poniéndose de pie, Adriana se dirigió a toda prisa a su habitación, para luego salir de ahí con una pequeña maleta de mano.
"¿Se puede saber adónde vas? En lugar de hacerte la desentendida deberías trabajar en mi aporte para el deleite de mis miles de admiradoras y..."
"Ya, ya... no te ofusques, Terry. Mira, si tanto quieres un aporte, te sugiero que hables con el Alto Mando y te arregles con la Tía. Como te he dicho hasta el cansancio, las decisiones las toma ella y pues, ¿quién la puede contradecir? ¡Yo no!"
"Con que esas tenemos. Si es así, ahora mismo iré a hablar con ella".
"Buena suerte".
"Para tu información no le tengo miedo a tu Tía".
"No lo digo por eso".
"¿Entonces?"
"¡Ya lo verás! No quisiera arruinarte la sorpresa".
Y diciendo esto, Adriana llamó a Albert que luego salió de la habitación."¿Qué sucede?" Preguntó el rubio que miraba curioso a su sobrina con maleta.
"Creo saber dónde tienen a los mininos, Tío. Tal vez alguien se los llevó a una de las trincheras y los tengan ahí o el par anda de juguetón por ahí. De todas maneras hay que ir a checar".
"Si es así, deja voy por mi mochila y salimos de inmediato al Foro Rosa".
Albert pronto salió con mochila en mano, listo para ir en busca de los gatitos. Mientras tanto, Terry miraba la escena, preguntándose porque simplemente lo ignoraban. Sus amigos estaban por salir cuando los detuvo.
"Un momento". Tanto Adriana como Albert se volvieron a mirarlo. "¿Qué acaso me ignoran por un par de gatos? ¿Se van a ir tan campantes sin siquiera subir un aporte? No lo permitiré, no si no se trata de uno mío".
Adriana se volvió a mirar a Albert confundida al tiempo que el rubio hacia lo mismo.
"Ya le dije a Terry que pude ir a hablar con la Tía, pero ya sabes, no me hace caso". Le dijo ella encogiendo los hombros.
"Bueno, no lo culpes. Aunque tal vez no sea tan buena idea dejarlo hacer eso porque..."
Terry los interrumpió. "¿Acaso ustedes piensan que le tengo miedo a su Tía? Yo, que soy conocido como el 'Rebelde del San Pablo', el que se enfrentó a la mismísima Hermana Gray, el que..."
"¿Cómo ves, Tío? No nos cree".
"Bueno, no quisiera contradecirte en lo que nos dices, Terry, pero una cosa es la monja directora del colegio y una muy distinta la Tía". Le quiso explicar Albert.
"¿Ah, sí? Pues si no me creen, ahora mismo se los probaré. ¿Dónde está?"
"Si yo fuera tú no la interrumpiría en este momento porque..."
"¿Dónde está?"
"¡Ah, qué genio! Bueno, que conste que te lo advertí. La puedes encontrar en la terraza".
"Ahora verán de lo que soy capaz o me dejo de llamar Terry". Y diciendo esto fue a toda prisa en busca de la Tía.
Tanto Adriana como Albert se miraron por un momento y encogiéndose de hombros, ella se soltó a reír.
"No sabe la que le espera".
"Pobre... si supiera". Comentó Albert preocupado.
"En fin, ya sabes qué dicen por ahí que por su gusto muere... hasta la muerte le sabe. Esperemos que no le vaya tan mal y consiga su aporte".
"Por cierto, ahora que lo mencionas, quisiera saber qué pasará con el siguiente de nuestros aportes".
"Bueno, eso ya está arreglado, pero te lo cuento en el camino. ¡Veámonos ya que Suno nos espera allá para poder encontrar a los gatitos!"
En eso, se abrió la puerta. Se trataban de Stear y Anthony.
"¡Hola Amorcito.... quiero decir Anthony!"
Adriana embobada se sonrojaba al verlo. "¿Van a algún lado?" Preguntó Stear al verlos con maletas en mano.
"Vamos al Café de Archie en el Foro Rosa". Respondió Albert. "Parece que los gatitos han desaparecido y queremos comprobar que no les ha pasado nada".
"¿Lucifer y Misifús? Pero, ¿no estaban con Suno y Archie?" Stear se veía confundido.
"Pues no estoy muy seguro, Adriana es la que me dijo y..."
Albert se volvió a mirar a su sobrina que seguía en la nube rosa sonriéndole a Anthony que hacía exactamente lo mismo. "¡Ehem!" Trató Stear de llamar su atención.
"¡Olvídalo, Stear! Cuando se pone así, solamente sacudiéndola o quitándole a Anthony de enfrente, reacciona".
Y diciendo esto, Albert jaló a su sobrino poniéndolo atrás de él y fue entonces que su sobrina reaccionó.
"¡Hey! ¿Por qué hiciste eso, Tío?"
"Si no lo hago nos quedamos aquí hasta mañana. Normalmente te dejaría que flotaras en tu nube, pero hay dos pequeños perdidos nos necesitan".
"Ah, sí, tienes razón.
Entonces veámonos. Amorcito... quiero decir Anthony, se quedan los dos a cargo y cuidan a los dos berrinchudos". Viendo la inminente responsabilidad, tanto Stear como Anthony dijeron al unísono. "Será mejor que vayamos con ustedes". Y sin dar tiempo a que Albert o Adriana se negaran, los dos entraron rápidamente a la habitación y salieron con sus maletas listos.
"Oigan, no les pace que fue muy rápido esa empacada. ¡Ni que fueran sobrecargos o pilotos entrenados!"
"Es que ya te conocemos, en cuanto llega abril los viajes relámpago no se hacen esperar y por un motivo u otro salimos siempre corriendo como 'atarantados' para alcanzar el avión. Por esa razón, decidimos estar listos".
"Ya veo. ¿Qué de plano me conocen bien y soy tan predecible?"
"¡Aha!" Respondieron los tres al unísono.
"Bueno, pues como nadie se quedará a cuidar a nuestros 'nenes', entonces dejémosles una nota para que nos alcancen en el aeropuerto, mientras tanto nosotros hagamos los arreglos para un vuelo especial. Ni modo, Tío, a usar la tarjeta de crédito".
Albert tan solo la miró preocupado sabiendo lo que le costará el chistecito. Confundido, Stear no puedo evitar preguntar "¿Y por qué no les decimos ahora? ¿No será más fácil si vamos todos juntos?"
"Neal creo que está durmiendo y por nada del mundo quisiera interrumpir al 'señorito durmiente'.
Además, Terry tiene una cita con la Tía y por nada del mundo pienso interrumpirla, así que ándale y vámonos que el taxi nos espera". Y diciendo esto los tres chicos y Adriana salieron del lugar a toda prisa después de dejarle una nota a Neal y Terry.
Sin embargo, algo más estaba sucediendo no lejos de ahí. Después de deslizar el ventanal que conducía a la terraza, Terry estaba decidido a confrontar a la temible anciana y pedirle que se le dedicara un aporte. En eso, pudo ver a la Tía que estaba recostada en la cama de sol que Stear le construyó.
Conforme se fue acercando, pudo distinguir algo inusual ya que ella estaba quieta sin moverse, aún cuando claramente ella podía escucharlo. Ya de cerca pudo verlo con claridad: la Tía estaba en plena sesión de facial y tenía una mascarilla verde en la cara.
Con una sonrisa burlona, Terry se acercó a ella para verla un poco más de cerca. Como pensó que estaría durmiendo, ya que ella no se había ni inmutado, trató de hacerse el chistoso e inspeccionarla más de cerca. Se veía tan graciosa con un gorrito en la cabeza y dos pepinos cubriéndole los ojos.
Tuvo que hacer un gran esfuerzo para no soltar una carcajada al tiempo que se inclinaba aún más para mirarla. No obstante, cuando decidió que no era el momento de alegar con la 'Tía' y estaba a punto de salir de ahí, una mano lo tomó por sorpresa de la muñeca.
"¿Eres tú, hijo?"
Terry se congeló ahí mismo y no sabiendo qué hacer, solamente respondió con un 'uhum'. Seguramente que ella lo estaba confundiendo con Albert.
"Por favor, necesito tu ayuda. Me faltan todavía quince minutos para quitarme la mascarilla de aguacate que Adriana me recomendó, pero tengo calor. Como no veo, no sé dónde está mi abanico, ¿podrías ayudarme a alcanzarlo?"
Terry sintió que si no lo hacía, ella se daría cuenta de que la había estado fisgoneando y entonces si que se le iba a armar. Buscó a su alrededor y ahí estaba lo que buscaba. El problema es que la Tía estaba sentada en él.
Con pánico, no supo qué hacer, si hablaba ella se daría cuenta de todo. Sudando, Terry trataba de jalar con cuidado el abanico, pero con horror, vio cómo un par de plumas quedaron en su mano.
Tragó en seco de sólo pensar en la mirada fría y autoritaria, pero ante todo el largo sermón que la Tía Abuela le daría al descubrir que su fino ornamento se quedaba sin plumaje. ¡Ahora sí que se le iba a armar! Se trataba nada más ni nada menos que de su favorito. Entonces se le ocurrió una idea, se acercó por atrás y tomando una revista que estaba al lado, empezó a abanicarla. Al sentir la suave brisa, la Tía se relajó.
"!Ahhhhh! Eso está mejor. !Qué bueno eres, hijo! Y alzando al mano, buscó el rostro de quién pensaba era Albert para acariciarlo.
Terry de sólo pensar que ella lo tocaría, hizo un gesto de disgusto y se inclinó hacia atrás evitándola.
En eso, se escuchó que alguien más deslizaba el ventanal y volviéndose, Terry vio con pánico que era Neal el que se acercaba. Al ver la escena con Terry abanicando a la Tía, Neal no pudo contenerse y se soltó a reír.
"Jajajajajaja... vaya, ¿pero qué tenemos aquí?"
Terry solamente lo vio con ojos amenazadores.
"¿Eres tú, Neal?" Preguntó ella.
"Sí, Tía. ¿Se le ofrece algo?"
"No, gracias. Albert ya me está ayudando..."
Neal se cruzó de brazos con una risa burlona.
"Ya veo, Tío Albert es muy acomedido". Terry le lanzó una mirada que tranquilamente lo hubiera podido golpear si pudiera. "¡Sí, es un encanto! Mira que abanicarme cuando yo sólo le pedí que me ayudara a encontrar mi abanico. ¡Es tan lindo!"
"¡Sí, muy lindo!"
Neal respondió burlonamente mientras que Terry le susurraba que luego se las vería con él. Neal tan sólo soltó una risilla y alejándose de ahí, comentó. "Si es así, no los interrumpo más. Adriana nos dejó una carta, pero luego se la comentó a 'mi Tío'. La dejo en manos de quien de seguro cuidara muy bien de usted, Tía".
Una vez que Neal estuvo dentro del departamento, Terry pudo escuchar claramente la gran carcajada que el señorito soltó.
Poniendo los ojos en blanco, suspiró frustrado mientras seguía dándole 'airecito' a la Tía. Seguramente que para Terry, estos serían los quince minutos más largos de su vida.
¡Hola a todos! Espero que sigan disfrutando de los bellísimos aportes que hemos visto este mes. Ante todo, me gustaría disculparme. Sé que a muchas de ustedes les hubiera gustado ver más aportes y aventuras de nuestra parte acá en Malasia, pero por desgracia no nos será posible. Como sabes, la vida diaria nos absorbe y aunque me hubiera gustado compartirles más historias y celdas, me ha sido casi imposible.
En fin, espero que disfruten esta que escribí con mucho cariño pensando en la hermosa celda que recién he adquirido de una gran coleccionista. Como saben, yo compro estos tesoros y les doy un hogar con muchísimo cariño.
Como algunas de ustedes ya se habrán dado cuenta, tengo un aporte en conjunto con Suno. Pronto, las dos estaremos dándoles pistas para encontrar a ese par de traviesos, ¡así que están pendientes!
Así que sin más, espero poder darles algo más, sino es así, tan sólo escribiré un aporte más para despedirnos a fin de mes. Les mando un abrazo en dondequiera que se encuentren y espero sus comentarios.
Besos
Adriana
MEMORIAS LEJANAS
De pie junto al ventanal, una alta y delgada figura contemplaba distraída el jardín al frente. Su mirada parecía estar perdida en los recuerdos que le llegaron como un alud, envolviéndolo por completo.
Albert se sentía un poco extraño. A decir verdad aún no se acostumbraba a la nueva rutina que apenas hacía unos días había comenzado.
De pronto, una voz que se escuchó en el estudio donde se encontraba, lo trajo de nuevo a la realidad.
"Señor, todo está listo como lo había ordenado".
"¿A qué hora estarán aquí?" Preguntó sin volverse y aún con su mirada fija al exterior.
"Llegarán en cualquier momento. ¿Desea algo más?"
"No, gracias. Puedes retirarte".
Y al decir esto, el hombre se inclinó en reverencia despidiéndose para luego abandonar el lugar.
Suspirando al pensar en esto, Albert por fin dio la vuelta y tirando un poco del cuello de la camisa a la que no estaba acostumbrado a llevar, por fin se fue a sentar en el único sillón que se encontraba en el medio del salón.
"Muy pronto estará aquí". Se dijo como en un suspiro.
Le gustase o no, Albert estaba a punto de develar el más grande secreto que tanto él como George y la Tía Abuela, habían guardado tan celosamente por años. Muy pronto, el mundo sabría un aspecto importante de su vida y con ello, cambiaría por completo su destino.
De sólo pensar en esto, Albert sintió cómo un gran peso se iba depositando lenta pero gradualmente sobre sus hombros. Al hacerlo, cerró los ojos para poder escapar por lo menos por un momento de su realidad.
Curiosamente, su mente lo llevó a una época en su vida en la que no sabía a ciencia cierta quién era y qué es lo que debía hacer. Esos fueron tiempos confusos, pero que en la oscuridad de la incertidumbre, encontró una luz que guió a través de la niebla que lo rodeaba.
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Por los pasillos del hospital varios doctores y enfermeras trasladaban a toda prisa a un hombre que estaba inconsciente. Sedado, el hombre alto y rubio llevaba la cabeza vendada y para sorpresa de todos, al desconocerse su identidad, era tratado nada menos que como un espía.
Sin embargo, la conmoción no se detuvo ahí. Aparte de los rumores y cuchicheos que se daban alrededor suyo a su paso, se escucharon entonces gritos de sorpresa por parte de algunas mujeres que a su encuentro con una mofeta que corría desesperada tras de la camilla, dejaban escapar asustadas.
"¡Rápido! Alguien saque a este animal de aquí". Fueron las órdenes de uno de los médicos.
Sin embargo, el escurridizo animalito era más rápido que cualquiera que intentara atraparlo y no fue sino que hasta una chica la tomó en sus brazos, que la pequeña mofeta por fin pudo tranquilizarse.
"¡¿Pouppe?!"
Se trataba de Candy, una de las estudiantes de enfermería, la que al parecer reconoció al animalito.
"¿Dónde está Albert?" Preguntó confundida mirando hacia todos lados.
Ese mismo día, Albert y Candy tuvieron un encuentro. Sin embargo, él ni siquiera pudo recordar a la chica que insistía en llamarlo por un nombre que le era totalmente ajeno y extraño.
La realidad de las cosas era que había perdido la memoria.
Sin saberlo o siquiera sospecharlo, Candy estaba frente a un importante capítulo de su vida que estaba por comenzar. Uno que cambiaría el curso de vida.
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De vuelta al presente, Albert frunció el ceño al pensar en esos angustiantes momentos. El no saber ni siquiera su nombre, resultó en una gran frustración que literalmente lo llevó al borde de la desesperanza.
En más de una ocasión trató de alejarse de la chica que insistía en cuidarlo. No era que le disgustara las atenciones y cuidados que con tanto esmero ella le daba, sino que era algo más.
En su interior Albert sentía un desconocido llamado, uno que le decía que debía irse cuanto antes de ahí antes de ser descubierto.
¿Descubierto?
En efecto, desde que recobró el sentido, esa sensación no lo dejaba tranquilo. Pero, por más que lo pensaba, no encontraba la razón para ello. Tal vez en su antigua vida él había sido una especie de estafador o hasta un ladrón. Era difícil saberlo.
Aún así, hizo a un lado estos pensamientos y poco a poco fue aprendiendo a confiar en la dulce chica que insistía en llamarlo por un nombre que le era en esos momentos un tanto ajeno y que hasta le resultaba extraño: 'Albert'.
Así, con el paso de los días, aquel joven desconocido comenzó una nueva etapa en su vida, no sabiendo que tarde o temprano su pasado volvería para traerle una de las más importantes disyuntivas que alguna vez pudiera haber tenido.
Todo comenzó ese día que al parecer iba a ser como cualquier otro en su ya establecida rutina. En definitiva, no estaba preparado para encontrarse cara a cara con su verdadero yo.
La solitaria figura de Albert sentado en el sillón, recordaba perfectamente ese día.
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Esa mañana, el joven rubio había ido a trabajar como siempre. El haber podido conseguir un empleo aunque fuera modesto, fue para él una buena señal. Desde ese momento él podría tener un poco de la tan ansiada independencia que el tener un ingreso estable podía darle, pero sobre todo, se trataba del secreto anhelo que tenía: el de cuidar y proteger del ángel que lo había sacado de la oscuridad de su mente.
Sí, Albert deseaba ser quien cuidara de ella... de su dulce Candy.
Así que mientras sus manos lavaban ágil y rápidamente los platos al frente, en su mente hacia planes para el siguiente día libre que ya se aproximaba.
"Tal vez podríamos ir de picnic. Sí, creo que a Candy le gustará mucho y el lago me parece un buen lugar..." Sonreía gustoso de nada más pensarlo.
Entonces fue que sin aviso alguno, una fuerte migraña vino a él y lo fue al punto de hacerlo perder el balance. El plato que se encontraba en sus manos fue a dar contra el piso rompiéndose en mil pedazos. No pudiendo soportarlo, se arrodilló tratando con sus manos de sujetar la cabeza que parecía estallarle.
En eso, escuchó un tren. Abriendo los ojos de par en par, buscaba su origen... luego, el murmullo de voces que después se escucharon dieron paso a un estruendo como si algo explotara a su alrededor. Poco después su vista se nubló y todo quedó en silencio.
Había perdido el conocimiento.
No sabiendo a ciencia cierta qué es lo que había sucedido, horas después Albert fue poco a poco recobrando el conocimiento. Al abrir sus ojos, trató de enfocar el lugar en donde se encontraba, no lo reconoció. Como su cabeza se sentía pesada y la sensación era como si fuera a explotarle, se quedó recostado por unos momentos más.
Fue ahí que miles de pensamientos desfilaron por su mente. Lentamente, todos los recuerdos y vivencias que tuvo a lo largo de su vida vinieron paulatinamente a él. Así como si se tratase de una corriente de agua cristalina, a todos los veía vividos y claros. Sonrió al saber lo que esto significaba.
Había recobrado la memoria.
Despacio y poco a poco, fue retrocediendo en sus recuerdos y por suerte, todos ellos se encontraban ahí, intactos como si nunca se hubiesen perdido.
Sin embargo, al sentarse y mirar a su alrededor descubrió que se encontraba en algún lugar del restaurante donde trabajaba. Fue entonces que un recuerdo vino como una repentina ráfaga de viento helado: Candy.
Contrario a lo que se hubiese pensado, un sentimiento de angustia y preocupación se fue apoderando de él. Gotas de sudor comenzaron a formarse en su frente.
"Candy". Se dijo con preocupación.
De inmediato entendió lo delicado de su situación y de las posibles consecuencias. Tragó en seco y levantando la cabeza al tiempo que su mano apretaba con fuerza el entrecejo, cerró los ojos.
"¿Qué es lo voy a hacer?"
Dejando escapar un suspiro, Albert supo que por el momento debía ocultar el hecho de lo que había sucedido y decidió hacerlo por una simple razón: su identidad le impedía el seguir a su lado.
Sin embargo, en su interior había un sólo y único anhelo... deseaba pasar más tiempo con ella. Aunque era consciente de que lo más probable que sucediera, fuera que debía aprisionar y hasta enterrar en lo más profundo de su ser, aquello que sutilmente y sin querer había surgido entre ellos mientras estaban viviendo juntos en el departamento.
Frustrado sin saber la respuesta, Albert se preguntaba el por qué las cosas entre ellos se habían complicado de esa manera. Y lo había sido hasta llegar a un punto en el que cualquier decisión que se tomara, traería graves consecuencias.
Las horas transcurrieron y llegó el momento de encontrarse de nuevo con su pasado y había una sola cosa por hacer. Así que dándose valor, con decisión se puso de pie para luego abandonar el restaurante y dirigirse hasta unas conocidas oficinas en el centro de la ciudad.
La hora de volver a donde pertenecía y con los suyos, había llegado.
Después de unas horas, todo estaba listo. Ahora que George ya se sabía su paradero, había algo más por hacer. Era el momento de encontrarse con ella.
Afortunadamente para ambos y a pesar de que ella estuvo desaparecida por horas, esa noche se volvieron a encontrar. Para su sorpresa, al parecer Candy había tenido un desagradable encuentro con Neal y eso los distrajo momentáneamente a ambos.
Lo delicado de su situación tendría que resolverse después.
Aún así y aunque Candy continuaba absorta con los eventos de esa noche con Neal, en esos momentos ella ignoraba que Albert había recobrado su pasado y que ahora la cuenta regresiva para volver a separarse, había comenzado.
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De vuelta a la mansión de Lakewood en el presente, Albert se encontraba ya listo para un encuentro que a decir verdad, él hubiera preferido posponer un poco más... por lo menos hasta su presentación en sociedad.
Sin embargo, sin que él mismo lo supiese entonces, aquel incidente con Neal que nunca pensó que sería de trascendencia y que hasta creyó que había quedado atrás, se había salido totalmente de control y era ahora precisamente lo que forzaba un encuentro entre ellos.
En efecto, era el momento de volver a verse cara a cara con aquella persona que había llegado a ser tan importante para él. Pero muy al contrario de lo que pudiera haberse imaginado, la presencia inminente de Candy estaba produciendo cierto nerviosismo en él y es que todo se debía al sentimiento que nació por su parte al convivir con ella.
Por esa razón, Albert no estaba seguro de lo que debía hacer. Por una parte, su deber hacia la familia como el heredero y patriarca, lo ponía en una situación complicada y en extremo delicada. Especialmente cuando en su interior albergaba algo que sabía bien debía controlar a toda costa y hasta celosamente guardar.
Con William de regreso, volvieron a él varios roles que habían permanecido como 'durmientes' por meses, al tiempo que su mente permaneció en el limbo. No obstante, ahora que había recobrado su verdadera identidad, aquellos roles de Patriarca, cabeza de familia y una que... bueno, había una más de la que no quería ni acordarse. Era precisamente esa última la que le sería más difícil de superar, ya que involucraba directamente a Candy.
¡Vaya dilema!
De cierta manera, todo esto le resultaba irónico. Albert entonces recordó que por meses se esforzó en vano por recuperar la memoria y ahora, parte de él se decía que hubiese sido mejor no hacerlo. No si la perdía.
En sí, nunca se imaginó o siquiera llegó a pensar que algo así nacería en su interior.
Pero, ¿qué tanto podrían cambiar las cosas entre ellos?
Esa era en verdad la pregunta que parecía no tener respuesta. Por lo menos no una que él mismo quisiera escuchar. Aunque a decir verdad, lo más probable era que mucho estaba en juego. En especial cuando ella supiese sobre aquello que realmente los unía.
"Tal vez si yo pudiera... o si ella me dejara explicarle... no, esto no se puede resolver tan sólo con conjeturas". Se dijo a sí mismo.
Estaba claro que nada podía hacer ahora y cualquier intento por hacerlo, continuaría sin respuesta.
No, era mejor dejarlo así por el momento.
Todo resultaba un tanto irónico y parecía que una de las mayores decisiones que tomó en el pasado, ahora resultaba ser una gran sombra que oscurecía el horizonte, no dejándole ver con claridad lo que estaba por delante.
Sentado ahí, se giró para mirar hacia el gran ventanal, Albert o mejor dicho William Albert Ardley aguardaba a su visitante que estaba por llegar y mientras tanto, su mente argumentaba al tiempo que su corazón suplicaba.
Las opciones eran pocas. Así que dejando escapar un gran suspiro, tomó la decisión de no resolver esta cuestión que parecía ahogarlo, sino dejarlo a un lado... para el momento en que estuviera listo. Era muy probable que una vez que se encontrase de nueva cuenta con ella, pero esta vez sin nada que ocultar y de frente a la verdad, que él pudiera saber de una vez por todas cuáles eran sus propios sentimientos y lo que podría hacer.
Sí, su corazón lo guiaría.
Sin embargo, pensaba en otra posibilidad, ya que era probable que una vez que se supiese toda la verdad, hasta era posible que los sentimientos de ella también saliesen a la luz. Tal vez, sólo tal vez, ella se decidiera a darle una oportunidad, no importando el gran peso que su verdadera identidad representaba.
En efecto, parecía haber aún un débil rayo de esperanza.
Por lo que pensando en eso, una sutil sensación de paz lo fue invadiendo y por fin pudo respirar aliviado. Todo estaba claro ahora, su amor mismo hacia Candy le haría saber qué decisión tomar una vez que estuvieran frente a frente.
Sí, eso era lo mejor.
No obstante, todo esto tendría que hacerse como William, como la verdadera persona que él era y no como el fantasma que Albert llegó a ser en su vida.
De esta manera y haciendo uso de toda su fortaleza interior, William en esos momentos no tuvo otra opción y decidió que era el momento de despedirse para siempre de Albert, de su alter ego... precisamente de aquel joven sin pasado que sin querer se había enamorado perdidamente de ella.
Tomando un gran suspiro, la lucha interna que había tenido desde que recuperó la memoria estaba llegando a su fin, y lo hacía ahora al haber tomado él una decisión: la de comprobar que si como William, realmente la amaba o no.
En eso, se escuchó un llamado a la puerta y sin volverse a mirar, una voz masculina se escuchó.
"Ya han llegado, señor".
William dibujó una pequeña sonrisa. "Estoy listo".
Fueron éstas sus palabras no sólo para el hombre, sino para él mismo.
De esta manera, todo estaba preparado para recibirla. Tan sólo quedaba su verdadero yo al haberse despedido de Albert para siempre, dejando en su lugar a quien se supone nunca debió esconderse.
En efecto, muy pronto el presidente de los Ardley y patriarca de su familia, estaba a punto de develar el más grande secreto del clan. Y es que eventualmente, Candy misma no creería lo que estaba a punto de descubrir. Se trataba de algo que sacudiría su mundo desde lo más profundo.
En definitiva, aquella verdad que la había estado acompañado a Candy en una aventura singular por los últimos diez años, estaba a punto de sacudir y cimbrar hasta lo más profundo su mundo, cambiándolo para siempre. La hora de conocer el secreto de aquel misterioso vagabundo que tan sólo llegó a conocer como Albert, había llegado.
A pesar de esto y de otros asuntos más que ambos compartieron ese día, aún faltaba algo más por aclarar.
Después de aquel emotivo encuentro, aquella jovencita también se volvería a topar con aquel joven que tan sólo vio una vez. Aquel que literalmente cambió su vida y que sin saberlo, la estuvo acompañando siempre en silencio sin apartarse nunca de su lado.
Por esa razón y otras más, Candy estaba al filo de tomar la mayor decisión de su vida. El momento de la verdad tanto para uno como el otro, había llegado y no habría marcha atrás.
"Y de repente, si de repente, apareció en mi vida. Y sí, se fue... así como llegó, de repente. Y me dejo como recuerdo miles de insomnios..."[/size]
Última edición por Adriana G el Lun Abr 22, 2019 4:04 pm, editado 3 veces
Excelente FIC de Albert, me gustó mucho gracias por compartir
me encantaron las bellas celdas. 
Gracias por compartir 
a tiempo 
