PRIMER APORTE EN SOLITARIO DE ADRIANA
Después de salir corriendo para el Foro Rosa para entregarle su regalo a Geza , todos se volvieron a casa más tranquilos. ¿Y cómo no? La cumpleañera había dicho que por el momento no volaría en miles de pedazos el Foro Rosa... Ufff, eso sí que era un alivio.
Así pues, los viajeros por fin llegaron al departamento. Volar más de treinta horas no había sido fácil. Sin embargo, llegaron con bien y al entrar todos se dejaron caer en el sillones totalmente exhaustos.
"¡Vaya que este es un viaje largo!" Comentó la Tía, relajándose y abanicándose en el sofá.
"¡Ay, Tía! ¿De qué quejas?" Exclamó Adriana sorprendida. "Si fuiste la única que viajó en Primera Clase mientras que los demás tuvimos..."
"Ahem..." Interrumpió la aludida.
"Adriana tiene razón". Comentó Candy, "como tuvimos que conseguir boletos de último minuto, solamente nos alcanzaba el presupuesto para uno en clase Privilegiada".
"Así es, Tía". De inmediato agregó Terry, mientras ella lo miraba seria. "Imagínese a todos nosotros sumamente incómodos atrás mientras que usted disfrutaba y la hiper consentían adelante. Es más, yo tuve que compartir el pasillo con una mujer tan grande que más bien parecía un 'mastodonte'... con decirle que una vez sentados no pude moverme por horas, ya que ella se dedicó a roncar y ¡no hubo poder humano para despertarla!"
"¿Entonces fue por eso que no te vimos en todo el vuelo? Ya se me hacía raro que no anduvieras como alma en pena por todo el avión". Agregó Adriana.
"Bien sabes que no puedo dormir". Terry rezongó mientras se cruzaba de brazos.
Todos se volvieron a mirar a la Tía que simplemente se hizo la occisa y carraspeando, se dedicó a miró hacia los lados. "Me pregunto dónde estarán los demás".
En eso, la puerta se abrió dando paso a Archie, Stear y Neal. Al ver a los recién llegados, las preguntas no se hicieron esperar.
"¿Se puede saber en dónde estaban?" De inmediato cuestionó Neal.
"¡Pero qué modales son esos, Neal! Primero saluda y..."
"¡Hola, Tía! ¿Dónde rayos se metieron? Los hemos estado buscando por horas. No saben la que pasamos. Parece que por alguna razón nos quedamos encerrados en la habitación y estuvimos ahí por casi un día".
La Tía, solamente meneó la cabeza y se volvió a mirar a Adriana que se estaba haciendo la desentendida.
"¿Y cómo pudieron salir?" Terry preguntó sarcásticamente mirando también de reojo a Adriana con una sonrisa.
"Afortunadamente traía conmigo un par de clips y bueno, después de horas de estar intentándolo pude abrir la puerta". Respondió Stear.
"Pues a mí me gustaría saber quién fue el gracioso que nos tuvo encerrados ahí." Replicó Archie.
Terry tan sólo soltó una risilla. "Esto se va a poner bueno".
"¡Ah! ¿Con qué fuiste tú? ¿Te das cuenta de lo que nos hiciste pasar? Y eso sin contar los miles de problemas que he tenido con el Café. Ser el dueño y el administrador requiere mucha responsabilidad... pero claro, tú qué sabes de eso". Obviamente Archie estaba muy molesto.
"Para tú información, Elegante, yo no tuve nada que ver con eso". Respondió Terry con toda calma.
"¡Y acaso lo niegas!"
"¡Claro que sí!"
Todo esto se estaba saliendo de control. Terry y Archie estaban a punto de darse muestras de cariño y lo peor de todo era que lo estaban haciendo frente a la Tía Abuela. Había que hacer algo.
"Chicos, tranquilos..." Trató Adriana de calmarlos, sería desastroso verlos pelar con la Tía como audiencia.
"No trates de defenderlo, Adriana. Esta vez sí que me las va a pagar y..."
"¡Basta!"
Se escuchó una voz autoritaria. Ese timbre de voz hizo que todos se congelaran donde estaban y volviéndose a mirarla, fueron testigo de cómo la Tía poniéndose de pie, se acercó hasta ellos.
"Archibald, es una vergüenza que trates de arreglar las cosas de esta manera".
"Ya escuchaste, 'Archibald'. Esas no son maneras de comportarse". Dijo Terry casi riendo.
"¡Terriuce Grandchester!"
A Terry casi le da el soponcio. Si no supiera que era la Tía Abuela quien le estaba hablando, hubiera jurado que se trataba de la mismísima Hermana Gray.
Y así, los dos comenzaron a escuchar un sermón que parecía no tener fin. Por lo que aprovechando la conmoción, Adriana se escabulló lentamente hacia la computadora y comenzó a teclear. En eso Stear lo notó y se acercó a ella.
"¿Acaso estás trabajando en nuestro primer aporte? Mira que ya un tercio del mes ha pasado y..."
"¡Shhhhh! No tal alto Stear". Adriana susurró. "Mientras todos se entretienen con la Tía, voy a subir el aporte que por una cosa u otra no había podido terminar. ¿Acaso crees que solamente me la paso cotorreando con ustedes sin hacer nada?"
"Bueno, a decir verdad..." Stear se tocó el mentón y comenzó a analizar lo que ella le decía.
"¡Stear!"
"No te enojes, sólo bromeaba. Y dime, ¿de quién se trata el aporte?"
"Uhhhh, creo que no te gustará ni tantito saberlo".
"¿A qué te refieres?"
"Que conste que son órdenes del Alto Mando y no mías". Y acercándose a Stear le susurró muy bajito el nombre. Por supuesto Stear abrió los ojos como plato de la sorpresa no creyendo lo que escuchaba.
"¡Santo cielo! ¡La que se va a armar!"
"Shhhhhh...." Lo volvió a callar Adriana. "Anda, vé y entretiene a los 'gemelitos peleoneros' de Archie y Terry mientras subo esto. Una vez en el Foro, no podrán hacer nada".
"Bueno, si tú lo dices". Respondió Stear no muy convencido y preocupado se fue a calmar a Archie que para entonces seguía insultando por lo alto y bajo a Terry que hacía exactamente lo mismo.
Vaya que esos dos tenían agallas. ¡Mira que estarse insultando enfrente de la mismísima Tía! Pero gracias a esta distracción, el Primer aporte estaba en camino.
¡Hola a todos! Espero que sigan disfrutando de este mes por acá. Lo siento mucho, pero la vida diaria nos absorbe y sin darme cuenta, ya ha transcurrido un tercio del mes desde que empezamos.
Como se habrán dado cuenta, la Tía decidió que en esta ocasión se hiciera un aporte con un personaje polémico en el Candy-mundo. Yo en lo personal no la odio, es más, me gusta su manera directa y sin hipocresía de decir las cosas. Por esa razón, creo que se merece una historia.
Además, tuve la oportunidad de comprar una celda con ella que me gustó mucho y de inmediato me vino la idea de la historia. Así que sin más preámbulos, aquí está mi primer aporte.
Espero y les guste.
Abrazos
Adriana
LA ILUSIÓN EN UNAS LÍNEAS
Candy regresaba a toda prisa a su habitación. Aún sintiendo furia, sus ojos mostraban la humedad de unas lágrimas que amenazaban con rodar por sus mejillas. Sin embargo, haciendo uso de su habitual fortaleza, se controló lo mejor que pudo hasta llegar a su destino.
Una vez que cerró la puerta se recargó en ésta y levantando la mirada fue ahí que se dejó llevar. Pese al control que deseaba demostrar, comenzó a llorar amargamente.
"¿Por qué me odia tanto?" Se preguntaba al tiempo que su cuerpo parecía no soportar más y deslizándose lentamente, finalmente terminó recargada contra la puerta.
Doblando las rodillas, se abrazó para tratar de encontrar cierto consuelo en sí misma.
No había sido fácil para Candy. Primero había dejado su patria, su querido hogar de Pony y amigos para viajar hasta el otro lado del Atlántico y todo, ¿para qué? Para llegar a un colegio en donde todos se mostraban fríos y sin sentimientos.
Y lo peor de todo era el haberse topado con ella. ¡Diantres! ¿Cómo una persona como ella se encontraba ahí también? Candy suspiró.
Luego de calmarse un poco y cambiarse, se acercó al balcón y meditaba en todo lo ocurrido y en las palabras de Eliza.
Lo que ella no sabía era que no muy lejos de ahí, a tan sólo unas cuantas puertas más, una escena similar se estaba dando de la misma manera.
Después de su encuentro con Candy, Eliza se encontraba muy alterada. Verla por primera vez después de la muerte de Anthony había sido mucho para ella. Los tristes recuerdos se fueron dando paso hasta embargarla por completo.
Azotando la puerta, Eliza se dejó caer sobre la cama y comenzó a llorar.
Una vez que se calmó un poco, se sentó al borde y mirando hacia la ventana, su mirada se perdió en el los matices que el cielo presentaba al caer la tarde.
"¡Esa huérfana! Parece que aún aquí no puedo estar en paz y librarme de su presencia... ¡Rayos!"
El sentimiento de rencor y enojo la invadieron de nuevo, sintiendo una gran furia. Sus ojos reflejaban perfectamente lo que sentía: un odio infinito. Con los puños cerrados, su cuerpo comenzó a temblar tratando de dar escape a lo que parecía estar hirviendo en su interior.
No obstante, después de unos minutos toda esa furia dio paso a un gran sentimiento de nostalgia. Sus ojos se llenaron esta vez de lagrimas de dolor... uno que pensó ya había superado, pero que en realidad no fue así.
Limpiándose las lagrimas con el dorso de su mano, Elisa se dirigió hasta la gaveta del armario. Hurgando entre su ropa revolvió todo hasta encontrar lo que buscaba: una pequeña caja que al abrir reveló numerosas cartas atadas con cintas de colores.
Ella fue siempre una asidua escritora de correspondencia y por esa razón, siempre estaba en constante contacto con amigos y familiares.
Aunque en esta ocasión, su atención fue llevada a un sobre en particular.
Se trataba de uno que en realidad no contenía una carta, sino más bien una nota en él. Aún así, ella lo tomó con delicadeza y llevándoselo a su pecho, dejó soltar un gran suspiro. Después se dirigió hasta el escritorio y ahí, con todo el cariño que pudiera expresar, desató la cinta color roja carmín que la rodeaba.
Se trataba del único recuerdo tangible que tenía sobre aquella persona a la que quiso tanto, una que desgraciadamente ya nunca volvería a ver.
“Anthony”. Suspiró mientras recordaba a aquel muchacho.
Pasando con delicadeza sus dedos por la tinta que formaba aquellas palabras, Eliza comenzó a leer por millonésima vez lo que estaba escrito ahí. Sin poder contenerlo, sus ojos se llenaron de lágrimas al expresar la nostalgia que la invadió.
En realidad no decía mucho, sino más bien eran unas cuantas líneas que el joven Brown alguna vez dejó para ella cuando fue a buscarla y no la encontró.
Ella suspiró de nuevo al pensar en esos días y cerrando los ojos al tiempo que sus labios dibujan una leve sonrisa, pudo recordarlo perfectamente.
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Los meses que precedieron a la llegada de Candy, fueron para Eliza los mejores de su vida y todo esto dio comienzo cuando la mansión de Lakewood recibió de nueva cuenta a sus antiguos ocupantes. Se trataba de los jóvenes Ardley a los que su familia no había visto por años.
Al principio, a Eliza esto no le importó en absoluto. Es más, la sola idea de que tendría que interactuar con la familia política de su madre, le fastidiaba de sobremanera. Aparte de la Tía Abuela no conocía o tan siquiera recordaba a los demás. Sin embargo, en aquella ocasión cuando su madre la forzó a que la acompañara para saludar a los recién llegados, su percepción de los chicos Ardley cambiaría completamente.
¡Cómo olvidar el día que lo conoció! Para ella, se trataba de uno de los mejores días de su vida.
Esa tarde el automóvil de los Leagan arribó hasta la puerta principal de la mansión que había permanecido cerrada por mucho tiempo y que por primera vez en muchos años, volvía a tener vida.
Descendiendo, Eliza miró a su alrededor. Jamás había entrado en un lugar tan hermoso y no era de extrañarse que fuera mucho más sobrio y elegante que la mansión a la que llamaba hogar.
Su madre interrumpiendo sus pensamientos al colocar una mano sobre el hombro, con un leve asentimiento le animó a entrar. Así, ambas se dirigieron al salón principal y de ahí, hasta la terraza donde se les esperaba.
Eliza siempre había tenido una buena relación con la Tía Elroy desde pequeña. También se frecuentaban, ya que la dama había sido invitada en varias ocasiones a eventos organizados por su madre. Por lo que al verla, se acercó junto con su madre para que con una leve reverencia, la saludaran.
La estoica mujer al verlas, sonrío y de inmediato las invitó a sentarse.
"Me alegra verla después de tanto tiempo, Tía Abuela". Eliza no pudo contener la alegría de ver a la anciana.
"El gusto es mío. No saben lo mucho que me alegra encontrarnos aquí, había extrañado tanto este lugar". Sus ojos y sonrisa denotaban la sinceridad de sus palabras.
"¿Es cierto que pronto volverá a vivir acá con nosotros?" Sarah Leagan preguntó al querer confirmar los rumores que había escuchado.
La Tía Elroy carraspeó. "No tan pronto como quisiera. Aún hay mucho por hacer y tengo muchas más responsabilidades ahora que pronto nuestro patriarca tomará las riendas de la familia".
"¿Eso quiere decir que pronto conoceremos al Tío Abuelo Williams?"
Sarah de inmediato se volvió a mirar a su hija. Parecía que la pequeña no se inmutaba a la hora de expresar sus ideas y con la mirada trató de decirle que no interrumpiera, pero muy al contrario de lo que ella pensaba, la matriarca veía esto con buenos ojos.
"En efecto, me parece que muy pronto podrás conocerlo". La anciana sonrió de sólo pensarlo. Con el té en sus manos, le dio un sorbo y con los pensamientos en ese feliz acontecimiento, entonces dirigió su mirada hacia el majestuoso jardín.
Pronto todos sus anhelos se verían cumplidos.
En eso, se escucharon voces y mirando hacia la entrada, se volvió a mirar a los recién llegados. Se trataba de dos de sus sobrinos.
"¡Archie, Stear!" Los llamó la matriarca emocionada, "me alegra mucho de que pudieran acompañarnos".
Ambos jóvenes se acercaron a las damas y con una caballerosa reverencia saludaron a las invitadas. Ambos miraron primero a Sarah, pero pronto su curiosidad los llevó a mirar con detenimiento a la pequeña jovencita a su lado.
"Niños, ¿recuerdan a Sarah Leagan?" Preguntó la Sra. Elroy.
"Sí, tía". Respondió de inmediato Stear. Sin embargo, Archie parecía no estar tan seguro.
"¿Y tú, Archibald?"
"Vagamente. A quien sí recuerdo es al Sr. Leagan. De todos modos, me alegra mucho volver a verla". Archie volvió a inclinarse para mostrar su acostumbrada caballerosidad.
"Bien, pues quiero que ahora conozcan a Eliza, su hija. Me imagino que apenas y deben recordarla, fue en aquella ocasión que nos visitaron en Chicago. Todos eran muy pequeños entonces".
En ese momento ambos jóvenes se volvieron a mirar a la jovencita que les sonreía amablemente. Eliza había quedado sorprendida. Ella había oído escuchar mucho acerca de los hermanos Cornwell. Es más, hasta había conocido a sus padres, pero no a ellos.
De inmediato su mirada se fijó en aquel fino y gallardo joven, el menor de los hermanos. Sin embargo, pronto la atención de todos se concentró en la llegada de uno más de los Ardley.
"Siento llegar tarde, tía Abuela".
En cuanto vio llegar al deslumbrante rubio, Eliza sintió que su corazón dejó de latir por un instante. Aquel hermoso joven de ojos tan azules como el cielo, parecía en sí un ángel.
"No te preocupes, hijo. Por favor, saluda a Sarah Leagan y su hija Eliza".
De inmediato, el joven Rubio se acercó hasta ellas y haciendo una reverencia saludó a la dama, pero en cuanto vio a Eliza, simplemente dibujó una encantadora sonrisa. Una que a la chica le pareció la más hermosa que había visto hasta entonces.
Ahí junto a quienes sabía que eran sus primos, se encontraba aquel chico del que había oído hablar, pero del que nunca tuvo oportunidad de conocer en persona. Se trataba del hijo de la única sobrina de la Tía Elroy y que era por supuesto, el segundo en línea de sucesión de la familia después del Tío Abuelo Williams.
Sin pensarlo dos veces, Eliza ante la sorpresa de todos, lo invitó a sentarse a su lado y acaparó su atención de inmediato. .
Como las damas se sentaron a charlar después de la llegada de los chicos, Eliza tuvo la atención de todos ellos para sí misma. En especial la de Anthony que permaneció a su lado todo el tiempo.
Esa noche al regresar, la joven Leagan se sentía como si flotara en las nubes. Algo que su hermano Neal notó de inmediato. Así que cuando su madre se despidió dejándolos solos, no tardó en preguntarle.
"¿Se puede saber por qué estás tan de buen humor, Eliza? No me digas que es por la visita a la Tía Abuela".
Eliza no pudo contener su alegría y con una gran sonrisa, le contestó de singular manera. "Dime, ¿recuerdas a los sobrinos de la Tía Elroy?"
Neal se quedó pensativo unos momentos antes de responder. "Sí, ¿por qué lo preguntas?" Su curiosidad lo hizo fijarse más en los gestos de su hermana.
Fue ahí donde notó cierto cambio, uno muy sutil y casi imperceptible para otros, pero no para él que la conocía bien.
"Pues, te diré. ¡Hoy he conocido al más hermoso y caballeroso chico que jamás he visto en mi vida!"
Extrañado, de inmediato quiso conocer su identidad. "¿Te refieres a uno de los chicos Cornwell? Que yo recuerde Stear es mayor que nosotros, aunque es un tanto despistado..." Con la mano en el mentón y con la mirada fija en el techo trataba de recordarlo.
"¡Por supuesto que no!" De inmediato ella lo desmintió.
"¿No me digas que es Archie? Hermanita, no sabía que ese presumido fuera de tu agrado".
En este caso Neal lo recordaba bien por un pequeño altercado que tuvo con Archie hacia unos años cuando todavía eran muy pequeños y en donde el chico Cornwell se mostró caprichoso ante él cuando se conocieron.
"Bueno, he de admitir que Archie es muy atractivo, pero no se trata de él".
De inmediato Neal supo la respuesta y dibujando una gran sonrisa de lado, se acercó a su hermana y colocando ambas manos en esos hombros, le expresó lo que sentía.
"¡Vaya! Mi pequeña hermana sí que tiene ambiciones. Parece que se ha entusiasmado nada más y nada menos que con uno de los herederos de la familia".
Totalmente tomada por sorpresa y sonrojada por saberse descubierta, Eliza de inmediato protestó.
"No es lo que piensas". Neal en ese momento empezó a reír a carcajadas. "¡Te lo digo en serio!" Ella se cruzó de brazos en una pose indignada, mirando hacia un lado.
"Ya, ya... no te enojes. Si te gusta Anthony, por mí está bien". Dijo encogiendo los hombros.
Eliza se volvió a mirarlo y con la mirada arrogante y dominante que siempre tuvo para con su hermano, supo que tendría que guardarse lo que sentía y pensaba. Por lo menos, por el momento.
"¡Uhmp!" Fue su respuesta.
Así que sin mencionar o comentar nada más sobre los acontecimientos de ese día, dio la media vuelta para dirigirse a su habitación.
Una vez ahí, tomando la gran muñeca que descansaba sobre la cama, la abrazó emocionada recordando aquella mágica sonrisa que acompañaba a esos bellos ojos azules. Suspiró emocionada y no podía esperar para poder volver a verlo de nuevo.
Después de varios encuentros, Eliza casi de inmediato quedó más que encantada con las gentiles maneras de aquel joven rubio. Aparte de ser el más apuesto de los tres jóvenes, Anthony se distinguía por tener cierto aire de autosuficiencia que simplemente le robaba el aliento.
De inmediato, Eliza no perdió la oportunidad para acercarse más a él y conocerlo mejor.
Con el paso de los días, la vida de Eliza dio un giro por completo, ya que con la llegada de los herederos de tan prestigiosa familia, llegaría también la ilusión de sentirse atraída por uno de ellos. Ese sutil y delicado despertar que experimentó fue aquello que alguna vez llegó a leer en aquellos libros románticos de los que era tan asidua y con lo que constantemente soñaba.
Sin darse cuenta, eventualmente un tierno sentimiento se fue alojando en lo más profundo de su interior y eso hacía que se sintiera muy feliz. En especial cuando se encontraba con él.
De esta manera, entre los dos nació una especie de compañerismo que se fue profundizando al descubrir que ambos tenían algo en común: la pasión por cabalgar y los caballos.
Por esa razón y sin proponérselo, entre ellos surgió una amistad.
Al descubrirlo, Eliza no perdió la oportunidad y cada vez que podía, se dirigía a la mansión Lakewood para ir en busca de Anthony.
Obviamente ese entusiasmo no pasó desapercibido para su familia. La Sra. Leagan era la que miraba con buenos ojos el prospecto que esto auguraba: su pequeña podría llegar a ser algún día parte de los Ardley y nada menos que con uno de los principales herederos. Esto sí que eran buenas nuevas.
Por su parte, su padre se mostraba un tanto distante al no darle tanta importancia a las ilusiones de su esposa, es más, lo consideraba tan sólo una amistad infantil. Para el Sr. Leagan su hija era en sí casi una niña y pensar en lo que probablemente pasaría en unos años más, lo veía como algo muy prematuro. En fin, siendo un hombre práctico, lo llevaba a pensar así.
En contraste con su padre, las cosas eran un tanto diferentes para su hermano Neal. Aunque se trataba de su hermano mayor, Eliza sabía controlar y manipular a quien era su único confidente y amigo.
Debido a eso, muy pronto Neal tuvo que aceptar la realidad de las cosas: el mundo de Eliza giraba alrededor de Anthony y todo lo demás le era secundario.
Así, durante muchas tardes y a veces hasta por las noches, su hermana se dedicaba a narrarle con lujo de detalle todo lo ocurrido con sus encuentros con el joven Brown.
Por un tiempo, Neal hasta llegó a pensar que se trataba tan sólo de otro capricho de Eliza y que pronto al aburrirse, todo eso pasaría. Sin embargo, pronto se daría cuenta de la seriedad de las cosas.
Una tarde en la que su madre y hermana habían ido al pueblo de compras, Neal se encontraba en la terraza leyendo cuando distinguió un caballo blanco acercándose a la entrada. De inmediato reconoció al jinete que llegó hasta la entrada.
"Eliza no está". Le dijo secamente, poniendo su libro a un lado y acercándose a la baranda.
El otro joven desmontando, se acercó hasta él. "¿Sabes a qué hora va a regresar?"
"Creo que hasta tarde". Dijo desinteresadamente.
Anthony se volvió a mirar a su caballo y acariciando su crin, le preguntó a Neal si podía darle un recado.
"Si quieres, puedes dejarle una nota". Y dirigiéndose a una de las mucamas, pidió que le trajeran tinta y papel.
Así que mientras Anthony escribía la breve nota, Neal lo miraba curioso. No podía entender el por qué de tanto barullo de parte de su hermana. Para él, el chico que tenía al frente le parecía tan común como cualquier otro.
"Aquí tienes". Dijo Anthony interrumpiendo sus pensamientos, al tiempo que doblaba el papel con el mensaje. "Por favor, dile a Eliza que vine a verla antes de mi partida para despedirme".
Neal abrió los ojos sorprendido. "¿Partida?"
Para entonces Anthony ya había montado de nuevo en su corcel. "Así es. Partimos esta tarde hacia Chicago y no volveremos sino hasta la primavera. ¡Gracias y hasta pronto!"
Diciendo esto y sin darle oportunidad a Neal de indagar más, Anthony tiró de las riendas y pronto se alejó cabalgando de ahí.
Sorprendido, Neal no pudo más que verlo desaparecer por la entrada.
Esa noche a su regreso, Eliza estaba incontrolable. La frustración de no haberse podido despedir de Anthony la llevó a un ataque de ira que obviamente fue a parar a quien fuera el mensajero de tan malas noticias: el mismo Neal.
"No puedo creerlo, ¿por qué no le dijiste que me esperara?" Estaba realmente furiosa.
"Ya te lo he dicho mil veces, Eliza. Anthony tenía prisa porque estaban a punto de partir, ¡no seas necia!"
Finalmente, las palabras la convencieron de lo inevitable: que no volvería a encontrarse con Anthony sino varios meses después, en sí más de medio año. Esto era realmente desesperante para ella. Y de sólo pensar que no pudo despedirse de él, le hizo sentir que algo en su interior se desmoronaba.
Por eso, de inmediato salió corriendo, no queriendo que su hermano se diera cuenta de las lágrimas que amenazaban con salir.
Neal solamente suspiró meneando la cabeza. No podía entenderla.
Una vez que llegó a su habitación, Eliza comenzó a tirar todo a su alrededor y una vez que la furia interna fuera liberada, se dejó caer sobre el almohadón que abrazó con fuerza al tiempo que lloraba amargamente.
Horas después y ya más tranquila, contemplaba aquellas líneas. La nota que Anthony dejó era breve y no decía mucho, pero para ella significaban mucho más.
Con el transcurso de los meses, Eliza quiso entablar correspondencia con Anthony y hasta le envió una carta. No obstante, su madre intervino diciéndole que los chicos se encontraban muy ocupados con sus tutores particulares, ya que la Tía Elroy había decidido educarlos ella misma para prepararlos para el futuro. Por lo tanto, no tendrían tiempo para responder a sus misivas.
Eliza desistió al no recibir nunca respuesta.
Curiosamente, lo que nunca supo es que Anthony jamás recibió esa carta debido a que por una jugarreta del destino, se perdió entre los muchos documentos que llegaban a la mansión de los Ardley en Chicago.
Sería una larga espera hasta la primavera.
Meses después, Eliza se admiraba ante el espejo. Acababa de regresar de compras con un hermoso vestido. De sólo pensar que lo vería de nuevo la hacía sentir un sinnúmero de emociones que extrañamente le daban la sensación de ser miles de mariposas que revoloteaban sin cesar en el estómago.
Suspiraba sin parar y por las noches soñaba con el dulce encuentro.
Esa tarde, en cuanto llegaron a la mansión Lakewood, Eliza no pudo esperar más y salió corriendo en su búsqueda. Sin embargo, las cosas habían cambiado y Anthony se sentía distinto, es más, hasta pareciera que la ignoraba. Y todo por la presencia de alguien más en escena: Candy.
Esa chiquilla huérfana sin querer interfería en los planes y sueños que la joven Leagan había albergado por varios meses.
Esa noche, tan sólo bailó una vez con él y para su desgracia descubrió que él no tenía ojos para nadie que no fuera aquella intrusa que no hacía mucho había llegado a su casa.
Si antes no la quería, ahora con todo lo que sucedía, la odiaba. Sin embargo, para su desgracia, eso fue tan sólo el comienzo.
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De nuevo en el presente, Eliza continuaba perdida en sus memorias. Ver de nuevo a esa huérfana le trajo dolorosos recuerdos. Especialmente cuando pensaba que si ella hubiera insistido un poco más en cabalgar con él, tal vez Anthony no hubiera tenido el trágico accidente y él aún siguiera con vida.
La nostalgia de un amor perdido y no correspondido hizo que en su interior creciera aún más el sentimiento de odio y rencor que sentía por Candy.
"¿Crees que fuiste la única que realmente lo quiso? ¡Te equivocas! Nunca te perdonaré, Candy. Me lo arrebataste y pagarás por haberlo dejado morir. Por tu culpa Anthony se ha ido para siempre..."
En su furia, Eliza se puso de pie y sin darse cuenta, la nota en sus manos fue presa de su coraje. Para cuando se dio cuenta, ésta estaba completamente arrugada y apenas se podía leer lo que estaba escrito. Aquello que había sido su único recuerdo de quien fuera su primera ilusión, parecía estar desvaneciéndose sin poder evitarlo.
Mirándola en sus manos, entonces fue consciente de lo que acababa de perder: su único tesoro. Furiosa, se juró con amargura.
"¡Maldita, me las pagarás!" Se dijo entre dientes.
Tristemente, lo que alguna vez sintió por Anthony, esas tiernas y sublimes sensaciones, no solamente se habían ido con él, sino que ahora en su mano misma, también estaban desapareciendo para siempre.
Quien fuera su primera ilusión se desvaneció sin poder evitarlo en los recuerdos del pasado que no volverían jamás. Su corazón que alguna vez albergó el más sublime sentimiento, daba paso a algo oscuro y hasta siniestro.
Obviamente, esto trajo como consecuencia que un gran vacío se formara en su interior. Uno que con el tiempo la transformaría en alguien totalmente diferente de lo que alguna vez soñó ser.
Sin embargo, por el momento, lo que ella no sabía era que ese odio y rencor la pondrían de nueva cuenta en un enfrentamiento con Candy. Hasta parecía que ellas estaban destinadas a estar en extremos opuestos como eternas rivales y enemigas.
Ahí de pie, Eliza maquinaba ya su siguiente plan. Así que muy pronto cobraría su venganza y de eso, no había duda alguna.
Candy eventualmente comprendería de la manera más cruel, de aquello de lo que Eliza Leagan era capaz. Algo que sin duda llevaría a cabo a pesar de las consecuencias.
Sí, ya todo había sido puesto en marcha y no habría vuelta atrás.
“Perdonar es liberar a un prisionero y descubrir… que el prisionero eras tú”
Después de salir corriendo para el Foro Rosa para entregarle su regalo a Geza , todos se volvieron a casa más tranquilos. ¿Y cómo no? La cumpleañera había dicho que por el momento no volaría en miles de pedazos el Foro Rosa... Ufff, eso sí que era un alivio.
Así pues, los viajeros por fin llegaron al departamento. Volar más de treinta horas no había sido fácil. Sin embargo, llegaron con bien y al entrar todos se dejaron caer en el sillones totalmente exhaustos.
"¡Vaya que este es un viaje largo!" Comentó la Tía, relajándose y abanicándose en el sofá.
"¡Ay, Tía! ¿De qué quejas?" Exclamó Adriana sorprendida. "Si fuiste la única que viajó en Primera Clase mientras que los demás tuvimos..."
"Ahem..." Interrumpió la aludida.
"Adriana tiene razón". Comentó Candy, "como tuvimos que conseguir boletos de último minuto, solamente nos alcanzaba el presupuesto para uno en clase Privilegiada".
"Así es, Tía". De inmediato agregó Terry, mientras ella lo miraba seria. "Imagínese a todos nosotros sumamente incómodos atrás mientras que usted disfrutaba y la hiper consentían adelante. Es más, yo tuve que compartir el pasillo con una mujer tan grande que más bien parecía un 'mastodonte'... con decirle que una vez sentados no pude moverme por horas, ya que ella se dedicó a roncar y ¡no hubo poder humano para despertarla!"
"¿Entonces fue por eso que no te vimos en todo el vuelo? Ya se me hacía raro que no anduvieras como alma en pena por todo el avión". Agregó Adriana.
"Bien sabes que no puedo dormir". Terry rezongó mientras se cruzaba de brazos.
Todos se volvieron a mirar a la Tía que simplemente se hizo la occisa y carraspeando, se dedicó a miró hacia los lados. "Me pregunto dónde estarán los demás".
En eso, la puerta se abrió dando paso a Archie, Stear y Neal. Al ver a los recién llegados, las preguntas no se hicieron esperar.
"¿Se puede saber en dónde estaban?" De inmediato cuestionó Neal.
"¡Pero qué modales son esos, Neal! Primero saluda y..."
"¡Hola, Tía! ¿Dónde rayos se metieron? Los hemos estado buscando por horas. No saben la que pasamos. Parece que por alguna razón nos quedamos encerrados en la habitación y estuvimos ahí por casi un día".
La Tía, solamente meneó la cabeza y se volvió a mirar a Adriana que se estaba haciendo la desentendida.
"¿Y cómo pudieron salir?" Terry preguntó sarcásticamente mirando también de reojo a Adriana con una sonrisa.
"Afortunadamente traía conmigo un par de clips y bueno, después de horas de estar intentándolo pude abrir la puerta". Respondió Stear.
"Pues a mí me gustaría saber quién fue el gracioso que nos tuvo encerrados ahí." Replicó Archie.
Terry tan sólo soltó una risilla. "Esto se va a poner bueno".
"¡Ah! ¿Con qué fuiste tú? ¿Te das cuenta de lo que nos hiciste pasar? Y eso sin contar los miles de problemas que he tenido con el Café. Ser el dueño y el administrador requiere mucha responsabilidad... pero claro, tú qué sabes de eso". Obviamente Archie estaba muy molesto.
"Para tú información, Elegante, yo no tuve nada que ver con eso". Respondió Terry con toda calma.
"¡Y acaso lo niegas!"
"¡Claro que sí!"
Todo esto se estaba saliendo de control. Terry y Archie estaban a punto de darse muestras de cariño y lo peor de todo era que lo estaban haciendo frente a la Tía Abuela. Había que hacer algo.
"Chicos, tranquilos..." Trató Adriana de calmarlos, sería desastroso verlos pelar con la Tía como audiencia.
"No trates de defenderlo, Adriana. Esta vez sí que me las va a pagar y..."
"¡Basta!"
Se escuchó una voz autoritaria. Ese timbre de voz hizo que todos se congelaran donde estaban y volviéndose a mirarla, fueron testigo de cómo la Tía poniéndose de pie, se acercó hasta ellos.
"Archibald, es una vergüenza que trates de arreglar las cosas de esta manera".
"Ya escuchaste, 'Archibald'. Esas no son maneras de comportarse". Dijo Terry casi riendo.
"¡Terriuce Grandchester!"
A Terry casi le da el soponcio. Si no supiera que era la Tía Abuela quien le estaba hablando, hubiera jurado que se trataba de la mismísima Hermana Gray.
Y así, los dos comenzaron a escuchar un sermón que parecía no tener fin. Por lo que aprovechando la conmoción, Adriana se escabulló lentamente hacia la computadora y comenzó a teclear. En eso Stear lo notó y se acercó a ella.
"¿Acaso estás trabajando en nuestro primer aporte? Mira que ya un tercio del mes ha pasado y..."
"¡Shhhhh! No tal alto Stear". Adriana susurró. "Mientras todos se entretienen con la Tía, voy a subir el aporte que por una cosa u otra no había podido terminar. ¿Acaso crees que solamente me la paso cotorreando con ustedes sin hacer nada?"
"Bueno, a decir verdad..." Stear se tocó el mentón y comenzó a analizar lo que ella le decía.
"¡Stear!"
"No te enojes, sólo bromeaba. Y dime, ¿de quién se trata el aporte?"
"Uhhhh, creo que no te gustará ni tantito saberlo".
"¿A qué te refieres?"
"Que conste que son órdenes del Alto Mando y no mías". Y acercándose a Stear le susurró muy bajito el nombre. Por supuesto Stear abrió los ojos como plato de la sorpresa no creyendo lo que escuchaba.
"¡Santo cielo! ¡La que se va a armar!"
"Shhhhhh...." Lo volvió a callar Adriana. "Anda, vé y entretiene a los 'gemelitos peleoneros' de Archie y Terry mientras subo esto. Una vez en el Foro, no podrán hacer nada".
"Bueno, si tú lo dices". Respondió Stear no muy convencido y preocupado se fue a calmar a Archie que para entonces seguía insultando por lo alto y bajo a Terry que hacía exactamente lo mismo.
Vaya que esos dos tenían agallas. ¡Mira que estarse insultando enfrente de la mismísima Tía! Pero gracias a esta distracción, el Primer aporte estaba en camino.
¡Hola a todos! Espero que sigan disfrutando de este mes por acá. Lo siento mucho, pero la vida diaria nos absorbe y sin darme cuenta, ya ha transcurrido un tercio del mes desde que empezamos.
Como se habrán dado cuenta, la Tía decidió que en esta ocasión se hiciera un aporte con un personaje polémico en el Candy-mundo. Yo en lo personal no la odio, es más, me gusta su manera directa y sin hipocresía de decir las cosas. Por esa razón, creo que se merece una historia.
Además, tuve la oportunidad de comprar una celda con ella que me gustó mucho y de inmediato me vino la idea de la historia. Así que sin más preámbulos, aquí está mi primer aporte.
Espero y les guste.
Abrazos
Adriana
LA ILUSIÓN EN UNAS LÍNEAS
Candy regresaba a toda prisa a su habitación. Aún sintiendo furia, sus ojos mostraban la humedad de unas lágrimas que amenazaban con rodar por sus mejillas. Sin embargo, haciendo uso de su habitual fortaleza, se controló lo mejor que pudo hasta llegar a su destino.
Una vez que cerró la puerta se recargó en ésta y levantando la mirada fue ahí que se dejó llevar. Pese al control que deseaba demostrar, comenzó a llorar amargamente.
"¿Por qué me odia tanto?" Se preguntaba al tiempo que su cuerpo parecía no soportar más y deslizándose lentamente, finalmente terminó recargada contra la puerta.
Doblando las rodillas, se abrazó para tratar de encontrar cierto consuelo en sí misma.
No había sido fácil para Candy. Primero había dejado su patria, su querido hogar de Pony y amigos para viajar hasta el otro lado del Atlántico y todo, ¿para qué? Para llegar a un colegio en donde todos se mostraban fríos y sin sentimientos.
Y lo peor de todo era el haberse topado con ella. ¡Diantres! ¿Cómo una persona como ella se encontraba ahí también? Candy suspiró.
Luego de calmarse un poco y cambiarse, se acercó al balcón y meditaba en todo lo ocurrido y en las palabras de Eliza.
Lo que ella no sabía era que no muy lejos de ahí, a tan sólo unas cuantas puertas más, una escena similar se estaba dando de la misma manera.
Después de su encuentro con Candy, Eliza se encontraba muy alterada. Verla por primera vez después de la muerte de Anthony había sido mucho para ella. Los tristes recuerdos se fueron dando paso hasta embargarla por completo.
Azotando la puerta, Eliza se dejó caer sobre la cama y comenzó a llorar.
Una vez que se calmó un poco, se sentó al borde y mirando hacia la ventana, su mirada se perdió en el los matices que el cielo presentaba al caer la tarde.
"¡Esa huérfana! Parece que aún aquí no puedo estar en paz y librarme de su presencia... ¡Rayos!"
El sentimiento de rencor y enojo la invadieron de nuevo, sintiendo una gran furia. Sus ojos reflejaban perfectamente lo que sentía: un odio infinito. Con los puños cerrados, su cuerpo comenzó a temblar tratando de dar escape a lo que parecía estar hirviendo en su interior.
No obstante, después de unos minutos toda esa furia dio paso a un gran sentimiento de nostalgia. Sus ojos se llenaron esta vez de lagrimas de dolor... uno que pensó ya había superado, pero que en realidad no fue así.
Limpiándose las lagrimas con el dorso de su mano, Elisa se dirigió hasta la gaveta del armario. Hurgando entre su ropa revolvió todo hasta encontrar lo que buscaba: una pequeña caja que al abrir reveló numerosas cartas atadas con cintas de colores.
Ella fue siempre una asidua escritora de correspondencia y por esa razón, siempre estaba en constante contacto con amigos y familiares.
Aunque en esta ocasión, su atención fue llevada a un sobre en particular.
Se trataba de uno que en realidad no contenía una carta, sino más bien una nota en él. Aún así, ella lo tomó con delicadeza y llevándoselo a su pecho, dejó soltar un gran suspiro. Después se dirigió hasta el escritorio y ahí, con todo el cariño que pudiera expresar, desató la cinta color roja carmín que la rodeaba.
Se trataba del único recuerdo tangible que tenía sobre aquella persona a la que quiso tanto, una que desgraciadamente ya nunca volvería a ver.
“Anthony”. Suspiró mientras recordaba a aquel muchacho.
Pasando con delicadeza sus dedos por la tinta que formaba aquellas palabras, Eliza comenzó a leer por millonésima vez lo que estaba escrito ahí. Sin poder contenerlo, sus ojos se llenaron de lágrimas al expresar la nostalgia que la invadió.
En realidad no decía mucho, sino más bien eran unas cuantas líneas que el joven Brown alguna vez dejó para ella cuando fue a buscarla y no la encontró.
Ella suspiró de nuevo al pensar en esos días y cerrando los ojos al tiempo que sus labios dibujan una leve sonrisa, pudo recordarlo perfectamente.
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Los meses que precedieron a la llegada de Candy, fueron para Eliza los mejores de su vida y todo esto dio comienzo cuando la mansión de Lakewood recibió de nueva cuenta a sus antiguos ocupantes. Se trataba de los jóvenes Ardley a los que su familia no había visto por años.
Al principio, a Eliza esto no le importó en absoluto. Es más, la sola idea de que tendría que interactuar con la familia política de su madre, le fastidiaba de sobremanera. Aparte de la Tía Abuela no conocía o tan siquiera recordaba a los demás. Sin embargo, en aquella ocasión cuando su madre la forzó a que la acompañara para saludar a los recién llegados, su percepción de los chicos Ardley cambiaría completamente.
¡Cómo olvidar el día que lo conoció! Para ella, se trataba de uno de los mejores días de su vida.
Esa tarde el automóvil de los Leagan arribó hasta la puerta principal de la mansión que había permanecido cerrada por mucho tiempo y que por primera vez en muchos años, volvía a tener vida.
Descendiendo, Eliza miró a su alrededor. Jamás había entrado en un lugar tan hermoso y no era de extrañarse que fuera mucho más sobrio y elegante que la mansión a la que llamaba hogar.
Su madre interrumpiendo sus pensamientos al colocar una mano sobre el hombro, con un leve asentimiento le animó a entrar. Así, ambas se dirigieron al salón principal y de ahí, hasta la terraza donde se les esperaba.
Eliza siempre había tenido una buena relación con la Tía Elroy desde pequeña. También se frecuentaban, ya que la dama había sido invitada en varias ocasiones a eventos organizados por su madre. Por lo que al verla, se acercó junto con su madre para que con una leve reverencia, la saludaran.
La estoica mujer al verlas, sonrío y de inmediato las invitó a sentarse.
"Me alegra verla después de tanto tiempo, Tía Abuela". Eliza no pudo contener la alegría de ver a la anciana.
"El gusto es mío. No saben lo mucho que me alegra encontrarnos aquí, había extrañado tanto este lugar". Sus ojos y sonrisa denotaban la sinceridad de sus palabras.
"¿Es cierto que pronto volverá a vivir acá con nosotros?" Sarah Leagan preguntó al querer confirmar los rumores que había escuchado.
La Tía Elroy carraspeó. "No tan pronto como quisiera. Aún hay mucho por hacer y tengo muchas más responsabilidades ahora que pronto nuestro patriarca tomará las riendas de la familia".
"¿Eso quiere decir que pronto conoceremos al Tío Abuelo Williams?"
Sarah de inmediato se volvió a mirar a su hija. Parecía que la pequeña no se inmutaba a la hora de expresar sus ideas y con la mirada trató de decirle que no interrumpiera, pero muy al contrario de lo que ella pensaba, la matriarca veía esto con buenos ojos.
"En efecto, me parece que muy pronto podrás conocerlo". La anciana sonrió de sólo pensarlo. Con el té en sus manos, le dio un sorbo y con los pensamientos en ese feliz acontecimiento, entonces dirigió su mirada hacia el majestuoso jardín.
Pronto todos sus anhelos se verían cumplidos.
En eso, se escucharon voces y mirando hacia la entrada, se volvió a mirar a los recién llegados. Se trataba de dos de sus sobrinos.
"¡Archie, Stear!" Los llamó la matriarca emocionada, "me alegra mucho de que pudieran acompañarnos".
Ambos jóvenes se acercaron a las damas y con una caballerosa reverencia saludaron a las invitadas. Ambos miraron primero a Sarah, pero pronto su curiosidad los llevó a mirar con detenimiento a la pequeña jovencita a su lado.
"Niños, ¿recuerdan a Sarah Leagan?" Preguntó la Sra. Elroy.
"Sí, tía". Respondió de inmediato Stear. Sin embargo, Archie parecía no estar tan seguro.
"¿Y tú, Archibald?"
"Vagamente. A quien sí recuerdo es al Sr. Leagan. De todos modos, me alegra mucho volver a verla". Archie volvió a inclinarse para mostrar su acostumbrada caballerosidad.
"Bien, pues quiero que ahora conozcan a Eliza, su hija. Me imagino que apenas y deben recordarla, fue en aquella ocasión que nos visitaron en Chicago. Todos eran muy pequeños entonces".
En ese momento ambos jóvenes se volvieron a mirar a la jovencita que les sonreía amablemente. Eliza había quedado sorprendida. Ella había oído escuchar mucho acerca de los hermanos Cornwell. Es más, hasta había conocido a sus padres, pero no a ellos.
De inmediato su mirada se fijó en aquel fino y gallardo joven, el menor de los hermanos. Sin embargo, pronto la atención de todos se concentró en la llegada de uno más de los Ardley.
"Siento llegar tarde, tía Abuela".
En cuanto vio llegar al deslumbrante rubio, Eliza sintió que su corazón dejó de latir por un instante. Aquel hermoso joven de ojos tan azules como el cielo, parecía en sí un ángel.
"No te preocupes, hijo. Por favor, saluda a Sarah Leagan y su hija Eliza".
De inmediato, el joven Rubio se acercó hasta ellas y haciendo una reverencia saludó a la dama, pero en cuanto vio a Eliza, simplemente dibujó una encantadora sonrisa. Una que a la chica le pareció la más hermosa que había visto hasta entonces.
Ahí junto a quienes sabía que eran sus primos, se encontraba aquel chico del que había oído hablar, pero del que nunca tuvo oportunidad de conocer en persona. Se trataba del hijo de la única sobrina de la Tía Elroy y que era por supuesto, el segundo en línea de sucesión de la familia después del Tío Abuelo Williams.
Sin pensarlo dos veces, Eliza ante la sorpresa de todos, lo invitó a sentarse a su lado y acaparó su atención de inmediato. .
Como las damas se sentaron a charlar después de la llegada de los chicos, Eliza tuvo la atención de todos ellos para sí misma. En especial la de Anthony que permaneció a su lado todo el tiempo.
Esa noche al regresar, la joven Leagan se sentía como si flotara en las nubes. Algo que su hermano Neal notó de inmediato. Así que cuando su madre se despidió dejándolos solos, no tardó en preguntarle.
"¿Se puede saber por qué estás tan de buen humor, Eliza? No me digas que es por la visita a la Tía Abuela".
Eliza no pudo contener su alegría y con una gran sonrisa, le contestó de singular manera. "Dime, ¿recuerdas a los sobrinos de la Tía Elroy?"
Neal se quedó pensativo unos momentos antes de responder. "Sí, ¿por qué lo preguntas?" Su curiosidad lo hizo fijarse más en los gestos de su hermana.
Fue ahí donde notó cierto cambio, uno muy sutil y casi imperceptible para otros, pero no para él que la conocía bien.
"Pues, te diré. ¡Hoy he conocido al más hermoso y caballeroso chico que jamás he visto en mi vida!"
Extrañado, de inmediato quiso conocer su identidad. "¿Te refieres a uno de los chicos Cornwell? Que yo recuerde Stear es mayor que nosotros, aunque es un tanto despistado..." Con la mano en el mentón y con la mirada fija en el techo trataba de recordarlo.
"¡Por supuesto que no!" De inmediato ella lo desmintió.
"¿No me digas que es Archie? Hermanita, no sabía que ese presumido fuera de tu agrado".
En este caso Neal lo recordaba bien por un pequeño altercado que tuvo con Archie hacia unos años cuando todavía eran muy pequeños y en donde el chico Cornwell se mostró caprichoso ante él cuando se conocieron.
"Bueno, he de admitir que Archie es muy atractivo, pero no se trata de él".
De inmediato Neal supo la respuesta y dibujando una gran sonrisa de lado, se acercó a su hermana y colocando ambas manos en esos hombros, le expresó lo que sentía.
"¡Vaya! Mi pequeña hermana sí que tiene ambiciones. Parece que se ha entusiasmado nada más y nada menos que con uno de los herederos de la familia".
Totalmente tomada por sorpresa y sonrojada por saberse descubierta, Eliza de inmediato protestó.
"No es lo que piensas". Neal en ese momento empezó a reír a carcajadas. "¡Te lo digo en serio!" Ella se cruzó de brazos en una pose indignada, mirando hacia un lado.
"Ya, ya... no te enojes. Si te gusta Anthony, por mí está bien". Dijo encogiendo los hombros.
Eliza se volvió a mirarlo y con la mirada arrogante y dominante que siempre tuvo para con su hermano, supo que tendría que guardarse lo que sentía y pensaba. Por lo menos, por el momento.
"¡Uhmp!" Fue su respuesta.
Así que sin mencionar o comentar nada más sobre los acontecimientos de ese día, dio la media vuelta para dirigirse a su habitación.
Una vez ahí, tomando la gran muñeca que descansaba sobre la cama, la abrazó emocionada recordando aquella mágica sonrisa que acompañaba a esos bellos ojos azules. Suspiró emocionada y no podía esperar para poder volver a verlo de nuevo.
Después de varios encuentros, Eliza casi de inmediato quedó más que encantada con las gentiles maneras de aquel joven rubio. Aparte de ser el más apuesto de los tres jóvenes, Anthony se distinguía por tener cierto aire de autosuficiencia que simplemente le robaba el aliento.
De inmediato, Eliza no perdió la oportunidad para acercarse más a él y conocerlo mejor.
Con el paso de los días, la vida de Eliza dio un giro por completo, ya que con la llegada de los herederos de tan prestigiosa familia, llegaría también la ilusión de sentirse atraída por uno de ellos. Ese sutil y delicado despertar que experimentó fue aquello que alguna vez llegó a leer en aquellos libros románticos de los que era tan asidua y con lo que constantemente soñaba.
Sin darse cuenta, eventualmente un tierno sentimiento se fue alojando en lo más profundo de su interior y eso hacía que se sintiera muy feliz. En especial cuando se encontraba con él.
De esta manera, entre los dos nació una especie de compañerismo que se fue profundizando al descubrir que ambos tenían algo en común: la pasión por cabalgar y los caballos.
Por esa razón y sin proponérselo, entre ellos surgió una amistad.
Al descubrirlo, Eliza no perdió la oportunidad y cada vez que podía, se dirigía a la mansión Lakewood para ir en busca de Anthony.
Obviamente ese entusiasmo no pasó desapercibido para su familia. La Sra. Leagan era la que miraba con buenos ojos el prospecto que esto auguraba: su pequeña podría llegar a ser algún día parte de los Ardley y nada menos que con uno de los principales herederos. Esto sí que eran buenas nuevas.
Por su parte, su padre se mostraba un tanto distante al no darle tanta importancia a las ilusiones de su esposa, es más, lo consideraba tan sólo una amistad infantil. Para el Sr. Leagan su hija era en sí casi una niña y pensar en lo que probablemente pasaría en unos años más, lo veía como algo muy prematuro. En fin, siendo un hombre práctico, lo llevaba a pensar así.
En contraste con su padre, las cosas eran un tanto diferentes para su hermano Neal. Aunque se trataba de su hermano mayor, Eliza sabía controlar y manipular a quien era su único confidente y amigo.
Debido a eso, muy pronto Neal tuvo que aceptar la realidad de las cosas: el mundo de Eliza giraba alrededor de Anthony y todo lo demás le era secundario.
Así, durante muchas tardes y a veces hasta por las noches, su hermana se dedicaba a narrarle con lujo de detalle todo lo ocurrido con sus encuentros con el joven Brown.
Por un tiempo, Neal hasta llegó a pensar que se trataba tan sólo de otro capricho de Eliza y que pronto al aburrirse, todo eso pasaría. Sin embargo, pronto se daría cuenta de la seriedad de las cosas.
Una tarde en la que su madre y hermana habían ido al pueblo de compras, Neal se encontraba en la terraza leyendo cuando distinguió un caballo blanco acercándose a la entrada. De inmediato reconoció al jinete que llegó hasta la entrada.
"Eliza no está". Le dijo secamente, poniendo su libro a un lado y acercándose a la baranda.
El otro joven desmontando, se acercó hasta él. "¿Sabes a qué hora va a regresar?"
"Creo que hasta tarde". Dijo desinteresadamente.
Anthony se volvió a mirar a su caballo y acariciando su crin, le preguntó a Neal si podía darle un recado.
"Si quieres, puedes dejarle una nota". Y dirigiéndose a una de las mucamas, pidió que le trajeran tinta y papel.
Así que mientras Anthony escribía la breve nota, Neal lo miraba curioso. No podía entender el por qué de tanto barullo de parte de su hermana. Para él, el chico que tenía al frente le parecía tan común como cualquier otro.
"Aquí tienes". Dijo Anthony interrumpiendo sus pensamientos, al tiempo que doblaba el papel con el mensaje. "Por favor, dile a Eliza que vine a verla antes de mi partida para despedirme".
Neal abrió los ojos sorprendido. "¿Partida?"
Para entonces Anthony ya había montado de nuevo en su corcel. "Así es. Partimos esta tarde hacia Chicago y no volveremos sino hasta la primavera. ¡Gracias y hasta pronto!"
Diciendo esto y sin darle oportunidad a Neal de indagar más, Anthony tiró de las riendas y pronto se alejó cabalgando de ahí.
Sorprendido, Neal no pudo más que verlo desaparecer por la entrada.
Esa noche a su regreso, Eliza estaba incontrolable. La frustración de no haberse podido despedir de Anthony la llevó a un ataque de ira que obviamente fue a parar a quien fuera el mensajero de tan malas noticias: el mismo Neal.
"No puedo creerlo, ¿por qué no le dijiste que me esperara?" Estaba realmente furiosa.
"Ya te lo he dicho mil veces, Eliza. Anthony tenía prisa porque estaban a punto de partir, ¡no seas necia!"
Finalmente, las palabras la convencieron de lo inevitable: que no volvería a encontrarse con Anthony sino varios meses después, en sí más de medio año. Esto era realmente desesperante para ella. Y de sólo pensar que no pudo despedirse de él, le hizo sentir que algo en su interior se desmoronaba.
Por eso, de inmediato salió corriendo, no queriendo que su hermano se diera cuenta de las lágrimas que amenazaban con salir.
Neal solamente suspiró meneando la cabeza. No podía entenderla.
Una vez que llegó a su habitación, Eliza comenzó a tirar todo a su alrededor y una vez que la furia interna fuera liberada, se dejó caer sobre el almohadón que abrazó con fuerza al tiempo que lloraba amargamente.
Horas después y ya más tranquila, contemplaba aquellas líneas. La nota que Anthony dejó era breve y no decía mucho, pero para ella significaban mucho más.
Con el transcurso de los meses, Eliza quiso entablar correspondencia con Anthony y hasta le envió una carta. No obstante, su madre intervino diciéndole que los chicos se encontraban muy ocupados con sus tutores particulares, ya que la Tía Elroy había decidido educarlos ella misma para prepararlos para el futuro. Por lo tanto, no tendrían tiempo para responder a sus misivas.
Eliza desistió al no recibir nunca respuesta.
Curiosamente, lo que nunca supo es que Anthony jamás recibió esa carta debido a que por una jugarreta del destino, se perdió entre los muchos documentos que llegaban a la mansión de los Ardley en Chicago.
Sería una larga espera hasta la primavera.
Meses después, Eliza se admiraba ante el espejo. Acababa de regresar de compras con un hermoso vestido. De sólo pensar que lo vería de nuevo la hacía sentir un sinnúmero de emociones que extrañamente le daban la sensación de ser miles de mariposas que revoloteaban sin cesar en el estómago.
Suspiraba sin parar y por las noches soñaba con el dulce encuentro.
Esa tarde, en cuanto llegaron a la mansión Lakewood, Eliza no pudo esperar más y salió corriendo en su búsqueda. Sin embargo, las cosas habían cambiado y Anthony se sentía distinto, es más, hasta pareciera que la ignoraba. Y todo por la presencia de alguien más en escena: Candy.
Esa chiquilla huérfana sin querer interfería en los planes y sueños que la joven Leagan había albergado por varios meses.
Esa noche, tan sólo bailó una vez con él y para su desgracia descubrió que él no tenía ojos para nadie que no fuera aquella intrusa que no hacía mucho había llegado a su casa.
Si antes no la quería, ahora con todo lo que sucedía, la odiaba. Sin embargo, para su desgracia, eso fue tan sólo el comienzo.
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De nuevo en el presente, Eliza continuaba perdida en sus memorias. Ver de nuevo a esa huérfana le trajo dolorosos recuerdos. Especialmente cuando pensaba que si ella hubiera insistido un poco más en cabalgar con él, tal vez Anthony no hubiera tenido el trágico accidente y él aún siguiera con vida.
La nostalgia de un amor perdido y no correspondido hizo que en su interior creciera aún más el sentimiento de odio y rencor que sentía por Candy.
"¿Crees que fuiste la única que realmente lo quiso? ¡Te equivocas! Nunca te perdonaré, Candy. Me lo arrebataste y pagarás por haberlo dejado morir. Por tu culpa Anthony se ha ido para siempre..."
En su furia, Eliza se puso de pie y sin darse cuenta, la nota en sus manos fue presa de su coraje. Para cuando se dio cuenta, ésta estaba completamente arrugada y apenas se podía leer lo que estaba escrito. Aquello que había sido su único recuerdo de quien fuera su primera ilusión, parecía estar desvaneciéndose sin poder evitarlo.
Mirándola en sus manos, entonces fue consciente de lo que acababa de perder: su único tesoro. Furiosa, se juró con amargura.
"¡Maldita, me las pagarás!" Se dijo entre dientes.
Tristemente, lo que alguna vez sintió por Anthony, esas tiernas y sublimes sensaciones, no solamente se habían ido con él, sino que ahora en su mano misma, también estaban desapareciendo para siempre.
Quien fuera su primera ilusión se desvaneció sin poder evitarlo en los recuerdos del pasado que no volverían jamás. Su corazón que alguna vez albergó el más sublime sentimiento, daba paso a algo oscuro y hasta siniestro.
Obviamente, esto trajo como consecuencia que un gran vacío se formara en su interior. Uno que con el tiempo la transformaría en alguien totalmente diferente de lo que alguna vez soñó ser.
Sin embargo, por el momento, lo que ella no sabía era que ese odio y rencor la pondrían de nueva cuenta en un enfrentamiento con Candy. Hasta parecía que ellas estaban destinadas a estar en extremos opuestos como eternas rivales y enemigas.
Ahí de pie, Eliza maquinaba ya su siguiente plan. Así que muy pronto cobraría su venganza y de eso, no había duda alguna.
Candy eventualmente comprendería de la manera más cruel, de aquello de lo que Eliza Leagan era capaz. Algo que sin duda llevaría a cabo a pesar de las consecuencias.
Sí, ya todo había sido puesto en marcha y no habría vuelta atrás.
“Perdonar es liberar a un prisionero y descubrir… que el prisionero eras tú”
Última edición por Adriana G el Dom Abr 14, 2019 4:04 pm, editado 3 veces