QUERIDO STEAR
Por Zanya Granchester
Por Zanya Granchester
Hoy he despertado con un dolor en el pecho, siento que me falta el aire, un mal presentimiento me invade el alma, qué daría por saber de ti en este preciso momento, no soporto este nudo en mi garganta, mis ojos quieren derramar lágrimas de desconsuelo. Hoy mas que nunca me siento sola, como que me hace falta algo, como si me lo quitaran de una manera abrupta sin compasión.
Me dirijo al baño para darme una ducha y relajarme, no lo logro, ni siquiera tengo apetito, tengo ataques de ansiedad. He decidido ir al mejor lugar para encontrar paz para mi espíritu y alma. Le pido a mi chofer que me lleve a la Catedral del Santo Nombre de Chicago para poder orar por ti, necesito hacerlo, por ti, por mí.
El chofer me ayuda a bajar, me da la mano, desciendo del vehículo, el majestuoso edificio del estilo de Renacimiento Neogótico me da la bienvenida, subo pausadamente las escaleras, siento un gran pesar. Llego y me dirijo hacia el santísimo, no tengo más fuerzas, caigo apoyada sobre mis piernas, me suelto a llorar y empiezo a balbucear tu nombre repetidamente: “¡Stear, Stear, Stear!”.
Empiezo a hablar con Dios lo que nadie sabe de mis sentimientos desde que te fuiste a la guerra, ni siquiera tú lo sabes querido Stear. Fue muy duro tu partida, me sentí abandonada, como si huyeras de mí, todavía no comprendo como tu sentimiento patriótico fue mas fuerte que nuestro amor, o; ¿será que no fue tan fuerte tu amor hacia a mí? ¿por qué Stear? ¿acaso tampoco fue suficiente el haberte suplicado que no lo hicieras cuando me lo confiaste?, No, claro que no, porque, sin embargo, lo hiciste.
Ni siquiera te despediste de mí… ¿Acaso se puede pensar en el hubiera? No, tampoco se puede, nada te hubiera hecho cambiar de opinión, tus deseos de poder inventar el polvo de la paz y esparcirlo por todo el cielo para que ésta amenaza no llegue a tu país y así proteger a los que mas quieres es lo que te hace diferente de los demás. Eres único, siempre pensando en los demás sin importar tu condición social. A veces entiendo tus sentimientos del servicio a la patria y aunque suene egoísta no quería que te fueras y me cuestiono el si hay otra razón por el cual partiste. ¿Acaso un día me lo podrás decir?
Una mano toca mi hombro mientras sigo llorando, levanto mi rostro, volteo hacia atrás con la esperanza de ver un rostro amigo, es Candy, se pone frente a mí, se agacha y me abraza, ambas lloramos, no sé si por las mismas penas, pero lo hacemos, lloramos hasta que se nos acaban las lágrimas.
Cuando estamos más tranquilas, hacemos una oración a nuestro Padre Celestial por Stear, por la gente que va a luchar por una paz que al parecer no habrá a corto plazo… Por la paz, por tu pronto regreso.
Salimos y nos sentamos en una banca que da frente a la Catedral, platicamos de ti, de tus últimos momentos con nosotras, desconocía que sin decirlo fuiste a despedirte de Candy, no sabes lo que sucedió con ella posteriormente, pero tu ingenio y creatividad hizo que le inventaras y regalaras la cajita de la felicidad y ahora ella lo lleva consigo a todas partes para nunca sentirse triste.
Entre tantas anécdotas, llegamos a la parte por la cual nos encontramos en la Catedral del Santo Nombre. No pude evitarlo y vuelvo a llorar… Ella me regala una sonrisa y me dice: -“Patty, a Stear no le hubiera agradado verte llorar, recuerda que eres mas linda cuando ríes que cuando lloras, ten, te voy a prestar la cajita de la felicidad en lo que él regresa, vas a ver que jamás vas a estar triste nuevamente, mírame, ¿acaso no se me ve que irradio felicidad?- -¡Oh, Candy, muchas gracias!- un presagio me invadió cuando la caja no sonó en cuanto la abrí.
Querido Stear, llegó a la mansión de Chicago tus pertenencias… Intenté suicidarme, no soporto tu ausencia y cada vez mas me cuestiono los motivos por el cual decidiste marcharte, me siento culpable por no haber hecho nada para impedirlo, por no abrir mis sentimientos a causa de las normas sociales, de no haber gozado, aunque sea de un solo beso, moriría por un beso tuyo en este momento. Soy una cobarde, pero mi vida ya no tiene sentido. Candy me salvó de no hacerlo. Ahora debo tomar las riendas de mi vida y curarme de ti, de tu recuerdo, de tu amor. He decidido regresar con la abuela Martha a Florida y cuando me sienta mejor, volveré a visitar el lugar donde simbólicamente descansas.
¿Cuál habrá sido tu último pensamiento amor mío?
Desde donde quiera que estés te mando un beso y mi corazón. Te amo.
PATRICIA O’ BRIAN
Me dirijo al baño para darme una ducha y relajarme, no lo logro, ni siquiera tengo apetito, tengo ataques de ansiedad. He decidido ir al mejor lugar para encontrar paz para mi espíritu y alma. Le pido a mi chofer que me lleve a la Catedral del Santo Nombre de Chicago para poder orar por ti, necesito hacerlo, por ti, por mí.
El chofer me ayuda a bajar, me da la mano, desciendo del vehículo, el majestuoso edificio del estilo de Renacimiento Neogótico me da la bienvenida, subo pausadamente las escaleras, siento un gran pesar. Llego y me dirijo hacia el santísimo, no tengo más fuerzas, caigo apoyada sobre mis piernas, me suelto a llorar y empiezo a balbucear tu nombre repetidamente: “¡Stear, Stear, Stear!”.
Empiezo a hablar con Dios lo que nadie sabe de mis sentimientos desde que te fuiste a la guerra, ni siquiera tú lo sabes querido Stear. Fue muy duro tu partida, me sentí abandonada, como si huyeras de mí, todavía no comprendo como tu sentimiento patriótico fue mas fuerte que nuestro amor, o; ¿será que no fue tan fuerte tu amor hacia a mí? ¿por qué Stear? ¿acaso tampoco fue suficiente el haberte suplicado que no lo hicieras cuando me lo confiaste?, No, claro que no, porque, sin embargo, lo hiciste.
Ni siquiera te despediste de mí… ¿Acaso se puede pensar en el hubiera? No, tampoco se puede, nada te hubiera hecho cambiar de opinión, tus deseos de poder inventar el polvo de la paz y esparcirlo por todo el cielo para que ésta amenaza no llegue a tu país y así proteger a los que mas quieres es lo que te hace diferente de los demás. Eres único, siempre pensando en los demás sin importar tu condición social. A veces entiendo tus sentimientos del servicio a la patria y aunque suene egoísta no quería que te fueras y me cuestiono el si hay otra razón por el cual partiste. ¿Acaso un día me lo podrás decir?
Una mano toca mi hombro mientras sigo llorando, levanto mi rostro, volteo hacia atrás con la esperanza de ver un rostro amigo, es Candy, se pone frente a mí, se agacha y me abraza, ambas lloramos, no sé si por las mismas penas, pero lo hacemos, lloramos hasta que se nos acaban las lágrimas.
Cuando estamos más tranquilas, hacemos una oración a nuestro Padre Celestial por Stear, por la gente que va a luchar por una paz que al parecer no habrá a corto plazo… Por la paz, por tu pronto regreso.
Salimos y nos sentamos en una banca que da frente a la Catedral, platicamos de ti, de tus últimos momentos con nosotras, desconocía que sin decirlo fuiste a despedirte de Candy, no sabes lo que sucedió con ella posteriormente, pero tu ingenio y creatividad hizo que le inventaras y regalaras la cajita de la felicidad y ahora ella lo lleva consigo a todas partes para nunca sentirse triste.
Entre tantas anécdotas, llegamos a la parte por la cual nos encontramos en la Catedral del Santo Nombre. No pude evitarlo y vuelvo a llorar… Ella me regala una sonrisa y me dice: -“Patty, a Stear no le hubiera agradado verte llorar, recuerda que eres mas linda cuando ríes que cuando lloras, ten, te voy a prestar la cajita de la felicidad en lo que él regresa, vas a ver que jamás vas a estar triste nuevamente, mírame, ¿acaso no se me ve que irradio felicidad?- -¡Oh, Candy, muchas gracias!- un presagio me invadió cuando la caja no sonó en cuanto la abrí.
Querido Stear, llegó a la mansión de Chicago tus pertenencias… Intenté suicidarme, no soporto tu ausencia y cada vez mas me cuestiono los motivos por el cual decidiste marcharte, me siento culpable por no haber hecho nada para impedirlo, por no abrir mis sentimientos a causa de las normas sociales, de no haber gozado, aunque sea de un solo beso, moriría por un beso tuyo en este momento. Soy una cobarde, pero mi vida ya no tiene sentido. Candy me salvó de no hacerlo. Ahora debo tomar las riendas de mi vida y curarme de ti, de tu recuerdo, de tu amor. He decidido regresar con la abuela Martha a Florida y cuando me sienta mejor, volveré a visitar el lugar donde simbólicamente descansas.
¿Cuál habrá sido tu último pensamiento amor mío?
Desde donde quiera que estés te mando un beso y mi corazón. Te amo.
PATRICIA O’ BRIAN