*LENGUAJE EXPLICITO, MAYORES DE EDAD*
Apenas despuntaba el alba, la habitación permanecía en penumbras, mas ella, diligente, se arreglaba. Ama de llaves, sonrió con satisfacción mientras acomodaba su uniforme.
Como muchas de las mucamas de la mansión, ella sufrió los horrores de servir a los señoritos Leagan. Sus constantes bromas, su trato vejatorio y humillante. Ella había decidido soportarlos con estoicismo, pues nadie la vería quebrada. Sacudió su cabeza tratando de borrar los dolorosos recuerdos que se agolpaban en su mente, caminó hacía la ventana buscando calmar el picor de sus ojos con la brisa fresca de la mañana. Llenó sus pulmones cerrando los ojos. para luego abrirlos de golpe. Rosas, recordó a la desmarañada chiquilla que llegó a ocupar su lugar en los castigos y malos tratos, sintiendo como una extraña mezcla de gratitud y odio se apoderaban de ella.
Vidrios se quebraban, sobresaltándole. Corrió por los pasillos, que de memoria conocía, hasta llegar a la entrada. Y ahí estaba, como venía ocurriendo hace muchas semanas. El hombre frente a ella trataba de levantarse, torpemente, mientras maldecía.
“¡Hija de tu puta madre…!” soltó al caer nuevamente. “¡LEVÁNTAME!” Le ordenó fuera de sus cabales. Raelana dio un brinco ante el grito para luego correr solicita en su ayuda. Neal era un peso muerto, y ella no tenía la suficiente fuerza. No era la primera vez que lo veía en mal estado, pero nunca como para no poder mantenerse en pie. Molesta, comenzó a tironearlo mientras él seguía lanzando inteligibles maldiciones. “¡AYÚDAME CARAJO! ¿¡No ves que no puedo contigo!?” El joven le miró atónito para luego dejarse caer mientras se carcajeaba. Ella le observaba sin saber cómo sobrellevar la situación, mientras él la miraba divertido. “…yudame” dijo estirando los brazos y haciendo un puchero. No pudo evitar recordar al chiquillo mimado que se escondía en las faldas de su madre cada vez que se peleaba con su hermana. Suspirando resignada, se inclinó para salir al encuentro de las manos de su señor. Al contacto lo lamentó, pudo reconocer su mirada brillante, risa torcida, la había engañado. Él era más fuerte, y ella estaba en muy mala posición, no pudo evitar caer estrepitosamente sobre su pecho. “¡Crishssto! ¡Como pesas!” reía mientras le palmoteaba una nalga. Indignada Raelana intentó incorporarse, pero él no la soltaba. La agarró fuertemente de la cintura, girando sobre sí mismo hasta acomodarlos en el suelo. “¿Cómo stass bonita?” dijo mientras acariciaba torpemente el rostro desencajado de la joven. Al no haber respuesta comenzó a montar en cólera “¡CONTES…!” No pudo terminar, la delicada mano de su ama de llaves le cubría la boca. Aprovechó la situación, apretándola contra sí, dejando torpes y húmedos besos en su palma.
Su adolescencia se volvió dolorosa cuando fue consciente de los sentimientos que despertaban en ella el joven de la casa. El niño de mamá había crecido para convertirse en un apuesto hombre. Alto, de espalda ancha, voz profunda, piel canela. Ella solía recoger sus ropas sucias para llevarlas al lavado. Hundía el rostro en las camisas tratando de llenar sus pulmones con su esencia. ¿Cómo fue que se vio envuelta en estos sentimientos? No lo sabía, no lo entendía, cómo era posible amar a un ser que había sido tan vil con ella. Pero desde que dejara de molestarla para prodigar su atención en aquella pecosa, la tranquilidad adquirida le molestaba. Solía pedir a la otrora ama de llaves las tareas que le permitieran estar cercas de los señoritos. Cada vez que abría la puerta para llevarle un refrigerio y veía la decepción en aquellos ojos… Esos brillantes ojos, que durante años habían permanecido apagados ahora, a razón del alcohol, parecían refulgir. Retiró su mano para reemplazarla con su boca. ¿Cuántas veces? Pensó. ¿Demasiadas? ¿Suficientes? Su cabeza no daba tregua, así como las manos y la lengua del amo de su corazón. “Ahhh” sus manos eran torpes, pero conocían el camino, y con cada toque a su intimidad su cordura se perdía.
Ruidos, rápidamente se apartó de él, ayudándole a incorporarse. Miró a todos lados. La mañana había llegado, como muchas otras veces, como muchas otras borracheras. Cargó con él hasta llevarle a su cama. “Graciass bonita… sabes que te quiero, ¿verdad?” le sonrió por última vez antes de caer entre las cómodas almohadas.
Cerró la puerta apoyándose contra ella ¿Cuántas veces? ¿Demasiadas? ¿Suficientes? Descorazonada, se arreglo el uniforme. El ama de llaves debía parecer perfecta, estoica, intacta...
Historias de Mucamas: Raelana
Apenas despuntaba el alba, la habitación permanecía en penumbras, mas ella, diligente, se arreglaba. Ama de llaves, sonrió con satisfacción mientras acomodaba su uniforme.
Como muchas de las mucamas de la mansión, ella sufrió los horrores de servir a los señoritos Leagan. Sus constantes bromas, su trato vejatorio y humillante. Ella había decidido soportarlos con estoicismo, pues nadie la vería quebrada. Sacudió su cabeza tratando de borrar los dolorosos recuerdos que se agolpaban en su mente, caminó hacía la ventana buscando calmar el picor de sus ojos con la brisa fresca de la mañana. Llenó sus pulmones cerrando los ojos. para luego abrirlos de golpe. Rosas, recordó a la desmarañada chiquilla que llegó a ocupar su lugar en los castigos y malos tratos, sintiendo como una extraña mezcla de gratitud y odio se apoderaban de ella.
Vidrios se quebraban, sobresaltándole. Corrió por los pasillos, que de memoria conocía, hasta llegar a la entrada. Y ahí estaba, como venía ocurriendo hace muchas semanas. El hombre frente a ella trataba de levantarse, torpemente, mientras maldecía.
“¡Hija de tu puta madre…!” soltó al caer nuevamente. “¡LEVÁNTAME!” Le ordenó fuera de sus cabales. Raelana dio un brinco ante el grito para luego correr solicita en su ayuda. Neal era un peso muerto, y ella no tenía la suficiente fuerza. No era la primera vez que lo veía en mal estado, pero nunca como para no poder mantenerse en pie. Molesta, comenzó a tironearlo mientras él seguía lanzando inteligibles maldiciones. “¡AYÚDAME CARAJO! ¿¡No ves que no puedo contigo!?” El joven le miró atónito para luego dejarse caer mientras se carcajeaba. Ella le observaba sin saber cómo sobrellevar la situación, mientras él la miraba divertido. “…yudame” dijo estirando los brazos y haciendo un puchero. No pudo evitar recordar al chiquillo mimado que se escondía en las faldas de su madre cada vez que se peleaba con su hermana. Suspirando resignada, se inclinó para salir al encuentro de las manos de su señor. Al contacto lo lamentó, pudo reconocer su mirada brillante, risa torcida, la había engañado. Él era más fuerte, y ella estaba en muy mala posición, no pudo evitar caer estrepitosamente sobre su pecho. “¡Crishssto! ¡Como pesas!” reía mientras le palmoteaba una nalga. Indignada Raelana intentó incorporarse, pero él no la soltaba. La agarró fuertemente de la cintura, girando sobre sí mismo hasta acomodarlos en el suelo. “¿Cómo stass bonita?” dijo mientras acariciaba torpemente el rostro desencajado de la joven. Al no haber respuesta comenzó a montar en cólera “¡CONTES…!” No pudo terminar, la delicada mano de su ama de llaves le cubría la boca. Aprovechó la situación, apretándola contra sí, dejando torpes y húmedos besos en su palma.
Su adolescencia se volvió dolorosa cuando fue consciente de los sentimientos que despertaban en ella el joven de la casa. El niño de mamá había crecido para convertirse en un apuesto hombre. Alto, de espalda ancha, voz profunda, piel canela. Ella solía recoger sus ropas sucias para llevarlas al lavado. Hundía el rostro en las camisas tratando de llenar sus pulmones con su esencia. ¿Cómo fue que se vio envuelta en estos sentimientos? No lo sabía, no lo entendía, cómo era posible amar a un ser que había sido tan vil con ella. Pero desde que dejara de molestarla para prodigar su atención en aquella pecosa, la tranquilidad adquirida le molestaba. Solía pedir a la otrora ama de llaves las tareas que le permitieran estar cercas de los señoritos. Cada vez que abría la puerta para llevarle un refrigerio y veía la decepción en aquellos ojos… Esos brillantes ojos, que durante años habían permanecido apagados ahora, a razón del alcohol, parecían refulgir. Retiró su mano para reemplazarla con su boca. ¿Cuántas veces? Pensó. ¿Demasiadas? ¿Suficientes? Su cabeza no daba tregua, así como las manos y la lengua del amo de su corazón. “Ahhh” sus manos eran torpes, pero conocían el camino, y con cada toque a su intimidad su cordura se perdía.
Ruidos, rápidamente se apartó de él, ayudándole a incorporarse. Miró a todos lados. La mañana había llegado, como muchas otras veces, como muchas otras borracheras. Cargó con él hasta llevarle a su cama. “Graciass bonita… sabes que te quiero, ¿verdad?” le sonrió por última vez antes de caer entre las cómodas almohadas.
Cerró la puerta apoyándose contra ella ¿Cuántas veces? ¿Demasiadas? ¿Suficientes? Descorazonada, se arreglo el uniforme. El ama de llaves debía parecer perfecta, estoica, intacta...
Última edición por cilenita79 el Jue Abr 16, 2020 9:50 pm, editado 1 vez