Tus labios, mis labios... Apocalipsis...
Terry se levantó de la cama rascándose un hombro mientras se dirigía a la cocina por un vaso de agua,las horas de amor físico lo tenían con la sensación de deliciosa deshidratación. La penumbra del ocaso le hizo golpearse la rodilla con la esquina de un mueble que separaba la habitación de la pequeña estancia de su departamento. y desde el lecho escuchó esa misma carcajada que desde hacía tanto le parecía una canción imposible de olvidar. Por la que había sido capaz de mandar al carajo todo lo que se le había enseñado y todo lo que había creído y jurado haría de acuerdo al honor y la decencia.
-Vuelve a reírte de mi y veras la zurra que te daré, malvada...
-Ven y castígame, soy una niña muy mala.
La vio tendida entre las sabanas de seda revueltas, extendida y sinuosa cual gata en celo, con su lechosa piel blanca resplandeciendo como un pedazo de luna que se había colado por una rendija de la ventana. Mientras se servía el vaso y se lo empinaba y la miraba de reojo, se tomó con la mano libre su sexo para acariciarlo mientras sentía como volvía a palpitar del deseo y le envió una mirada centelleante, que ella disfrutó y tomó como un reto para azuzarlo cual presa al depredador hambriento. Fingiendo inocencia, arqueo la espalda mostrando impudorosamente el trasero y recogiéndose los rizos dorados para dejar al descubierto la curvatura de su cuello, la que ella sabía lo enloquecía y hacía perder cualquier rastro de cordura. El aguantó decidido a seguir el juego de seducción, y en lugar de regresar a la cama, se dirigió con su desnuda humanidad y su vaso a la mitad hacia el piano y se sentó a tocar la melodía que a ella tanto le gustaba. Mientras la música sonaba en el instrumento recordó la noche en la que ambos perdieron su batalla contra el decoro y las buenas costumbres...
-No te vayas... le dijo, abrazándola por la espalda y aunque ella le había pedido le dejara marchar, su terror a perder lo que tanto había deseado en la vida fue mas fuerte. No podía pensar en nada ni en nadie, sólo que no quería que esa cabellera volviera a apartarse de él, y la sujetó fuerte mientras metió sus labios entre los mechones y le dio un cálido beso en la nuca. Ella sintió la tibieza de sus labios, y la humedad de lo que con seguridad eran sus lagrimas en su temblorosa piel. Ese toque, ese beso, eso bastó para que se olvidara de la promesa que había hecho unos instantes atrás. La soledad de esa sala, a los pies de esa escalinata, hicieron que la respiración de ambos resonara como si tuvieran un micrófono que amplificaba sus sollozos y latidos al unisono. Ella volteó y sus bocas quedaron a milímetros de distancia. Oh, que delicioso olor de ese aliento viril, el aroma de la lavanda se le coló hasta la mismísima glándula pineal y hasta allí llegó la virginal señorita White Andley. Ella lo besó rodeando su cuello con ambos brazos. El tomó su nuca con la mano izquierda y con la derecha le rodeó la cintura cual cerrojo. Los chasquidos de sus besos y la violencia con la que sus corazones latieron acompasados los movieron hasta un rincón debajo de esas infames escaleras, ella bajó sus manos hasta meterlas debajo del saco y tocó con deleite las costillas y los músculos firmes del muchacho que gimió de dolor y placer, cuando él en un momento de lucidez la miró a los ojos.
-Vamonos...
-A donde? Ella clavó su mirada vidriosa en los ojos azules, él no sonrió, la tomó de la mano y salieron de la clínica hacia el lugar donde estaba su auto. Ella cual automota, se dejó llevar y bloqueó todo pensamiento congruente, solo el latir violento en su pecho y su vientre la mantenían consciente. Con suma caballerosidad abrió la puerta y la ayudó a subir como si fuera una reina de un antiguo imperio, hecha de oro y piedras preciosas. El frío y la nieve parecían no existir, iban en una llamarada que no se extinguió ni al momento de bajar e ingresar al apartamento que estaba relativamente cerca de ahí. El la levantó en los brazos para subir las escaleras al segundo piso mientras se besaban con intensidad entre un escalón y otro. En silencio, sin palabras. hasta que ella le dijo.
-Crucé el océano por ti... susurró casi sin aliento
-Lo se, y yo lo crucé por ti... perdóname.
Las ropas cayeron al cerrarse la puerta, no podían pensar, no quisieron meditar en el puente del que estaban a punto de saltar. Lo único que alcanzaban a elaborar en sus cabezas era que ya no querían estar separados.
-Has estado aquí encerrada conmigo, siempre, Candy... No quiero que te vayas...
-Yo se que me deseas, ven y acechame, Terry...
Sin contratos, sin fiestas ni bendiciones, compartieron sus secretos como cuando eran niños y las carnes y las vísceras se fundieron entre dolor, culpa y un placer enloquecedor.
Cuando despertaron, se sentaron en la mesa a tomar té cual dos niños que veían ante sus ojos el valioso jarrón que habían roto jugando. Ella con serenidad le dijo que él tenía una obligación que cumplir con Susanah. El le tomó de la mano y le dijo con la dulzura de un infante.
-Yo podré cuidar de ella, pero nunca podré amarla ni mentirle. No puedes ayudarme en esto sin que por ello tengamos que hacernos trizas ni sufrir por algo que no es nuestra culpa?
Ella miró con sosegada serenidad su taza la cual tenía sobre la mesa acunada con ambas manos e inhalaba el olor de las hierbas aromáticas de su té. Dirigió su mirada hacia los ojos azules que tanto amaba y que desde esa noche eran los dueños enteros de su ser.
-Oh, cuando estés solo, yo te alcanzaré. Cuando te sientas triste, yo estaré para ti. Siempre. Se quitó del cuello la medalla que llevaba desde su infancia y se la dio acariciando su mejilla, -Para que duermas con ella entre tus manos y me sientas junto a ti cuando te sientas triste y me extrañes. Siempre estaré junto a ti.
Se besaron sentados en esa mesa, y ese día después de él ir un momento al hospital, regresó a volver a enredarse en una entrega apasionada, hasta que llegó el momento de regresar a la estación, donde se despidieron entre besos arrebatados y la mirada escrutadora de la gente que los rodeaba.
Así, una vez al mes ella iba a su cubil donde él le dedicaba un fin de semana donde la amaba, mimaba, atendía y le tocaba y cantaba las poesías y las melodías que su recuerdo le habían inspirado durante su separación. Susanah hacía la rutina de no saber lo que su prometido hacía, ella simplemente necesitaba esa ilusión de tenerlo atado para poder sentirse tranquila, y él era muy prudente de no decir ni hacer nada que la alterara.
Mientras tocaba con cierta distracción, regresando de sus recuerdos recientes, volvió a mirar su musa, que lo miraba con un duende en sus ojos. La sonrisa de Candy le dijo que todo era posible si estaban juntos, aunque no estuvieran cerca.
Última edición por Maga Cafi el Lun Abr 06, 2020 1:30 am, editado 2 veces