EL SOLITARIO
Albert miraba con adustos ojos la llama de la fogata. Esa era la última noche que pasaba al aire de libre antes de regresar a Lakewood para hacerse cargo de sus obligaciones como cabeza de la familia Andley. Tenía horas que finalmente había recobrado la memoria y después de haber salido sin decirle nada a Candy del departamento que compartían, buscó la forma de comunicarse con George, su mano derecha, para reportarse con él después de pasar meses sin contacto. La alegría en la voz de su secretario personal que casi se escuchó como un llanto ahogado fue mas que evidente por la certeza de que todos quienes le conocían como William Albert Andley, creían con absoluta certeza que había fallecido en el accidente de tren en el cual perdieron su rastro, el buen hombre poco pudo creer que todo ese tiempo estuvo al cuidado de su protegida, y menos le pareció creíble que hubiera estado amnésico en el periodo.
"Sr. Andley, creímos, dimos por hecho que usted había fallecido ante la imposibilidad de encontrarlo, hasta su tía abuela lo dio por perdido, la pobre Señora está pasando por una depresión muy fuerte, con la muerte de Stear tan reciente, no tener idea de su suerte para ella era algo imposible de superar. Ella sin duda recibirá esta noticia con toda la alegría del mundo...¨
Ahora que todo regresaba a su mente, los hechos que enfrentaba ante la inevitable realidad de su postergado rol familiar le seguían repeliendo como el primer día que se fue de su casa siendo un adolescente, cuando se le dijo después de la muerte de su hermana Rose, que él debería asumir su papel como patriarca del clan. Vestido con su traje tradicional escoces, escuchó a su tía informarle sus planes para su futuro sin que en ningún momento le preguntara su opinión, dando por sentado que él habría de seguir sus ordenes como cualquier subordinado suyo, siendo que él tenía sueños desde muy pequeño de viajar por el mundo y trabajar con los animales que era algo que tanto le gustaba. Alguna vez le comentó a su amada hermana que quería estudiar veterinaria. Pero con la nueva perspectiva, veía sus aspiraciones imposibles de realizarse.
Ese día en silencio salió de su mansión campestre y caminó y caminó, llevando su gaita entre los brazos como intentando alejarse de ese panorama que no era capaz de aceptar, y tanto caminó dejándose llevar por la brisa y el rumor de los arboles del bosquecillo de los alrededores, que no se dio cuenta en que instante terminó frente a una niña pequeña que lloraba desconsolada, le enterneció su voz y sus dulces ojos verdes que tanto le recordaron los de Rose. No pudo evitar tratar de consolarla e incluso le dejó su prendedor el cual dejó caer de forma ¨accidental¨cerca de ella. ¡Que sorprendente era el destino! Esa misma pequeñita ahora era la maravillosa mujer que le había cuidado con tanta devoción y desinterés sin saber su historia ni importarle su aparente mendicidad. Ahora que recobró la conciencia, se dio cuenta del gran error que estuvo a punto de cometer.
Cuando ella regresó de su malaventurada historia de amor, y aun ignorando su identidad propia, le había dicho a ella que compartieran todo, que se hicieran compañía, con la idea de vivir una historia común, trascender la mera amistad hacia algo mas que el simple cariño, tan feliz se sentía al lado de Candy, tan cercana y necesitada como él de tener una familia y alguien con quien no padecer la soledad. Que feliz creyó sentirse cuando la miró sonreír despues de escucharlo y compartir ese emparedado. Si tan sólo las cosas no hubieran cambiado, si tan sólo él no fuera quien era.
Pero no podía seguir huyendo de lo que tenía que enfrentar, su responsabilidad y su realidad. Candy era su hija, la pequeña que adoptó por ternura, por empatía, por admiración. Por ver que un ser tan maravilloso y único era maltratado por personas malvadas que se habían comprometido a hacerla parte de su familia y que sin embargo la torturaron de todas las formas que estuvo en sus manos. Y mas cuando recibió las cartas de sus amados sobrinos pidiéndole ayuda para ella. En esa jovencita honraría la memoria de su amada hermana.
Atrás quedarían los días y noches de libertad en la sabana y los bosques del mundo, atrás quedarían las aventuras y la certeza de que no habría de rendirle cuentas a nadie. No se arrepentía de nada, pero si le dolía marcharse en esas circunstancias y dejar a Candy sin una adecuada explicación. ¿Que podía decirle que no la hiriera? Le había mentido al ocultarle quien era en verdad desde la primera vez que la conoció en la cabaña del bosque. Y mas aún estando en Londres cuando ella ya era parte de la familia adoptada legalmente por él. Siguió fingiendo ser un don nadie. ¿Cuantas veces vio al león del pequeño zoológico y se sintió identificado con él? No importaba cuanto corriera, su apellido y las obligaciones que venían con él lo encontraban de una forma u otra, aun cuando partió hacia África debía seguir en contacto para lidiar con los compromisos que a él no le interesaban. Curiosamente, el tiempo que vivió con su perdida de memoria fue el que mas libre se sintió. Bueno, ahora eso se había acabado para él, y tenía que tomar el toro por los cuernos por que ya se había acabado el tiempo de escapar en un intento rebelde de que se respetara su deseo de estar sólo, por confundir este deseo con el de ser libre.
Miró las estrellas sobre él, y de pronto entendió que no necesitaba huir de nada ni nadie, que él siempre sería el mismo aventurero, amante de la naturaleza y la libertad, pero que también amaba con furia y pasión a su familia y a sus amigos. Con ternura le dijo adiós a ese incipiente sentimiento producto de la confusión y el olvido y se prometió a si mismo que sería el mejor padre, el mejor sobrino, el mejor tío y el mejor amigo que sus seres queridos necesitaban y que él estaba dispuesto a ser.
Ya habría tiempo para bordonear por el mundo, ya habría nuevos horizontes que descubrir y disfrutar. Ahora era tiempo de rescatar lo que sus ancestros con tanto esfuerzo habían construido.