AVISO: La siguiente historia tiene contenido fuerte. Se solicita discreción.
Ni una sola palabra más, no mas besos al alba...
Así me dije ese día que te volví a ver después de tantos meses lejos de ti, es inaudito como el tiempo horada recuerdos, erosiona promesas y te convence de que lo que creías era el amor más grande se disipó ante la irrefutable realidad de lo que se es, todas esas ilusiones que en algún momento te convencen de que puedes volar aun cuando no tengas alas se esfuman... Regresé a América decidido a romper con todo lo que alguna vez, por inmaduro e ingenuo, dejé sin resolver. Las fotos, las cartas, los recuerdos... todo se diluyó para mi y con esa certeza me armé de valor decidido a terminar con lo que me convencí que había sido el peor error de mi vida. Pero cuando te vi de pie en el muelle, con el brillo centelleante de tu mirada y la calidez de tu sonrisa, con la deslumbrante hermosura de tu rostro y la perfecta majestuosidad de tu cuerpo, no pude cumplir con lo que juré haría al verte. Me prometí poner distancia, sentarme ante ti con absoluta frialdad para decirte de una manera impersonal y objetiva que lo nuestro era imposible, que te liberaría del compromiso de cuidar de nuestro hijo para que rehicieras tu vida sin esa carga, que yo me haría responsable de criarlo, y que a ti te recompensaría monetariamente por los inconvenientes que mi mala cabeza te habían ocasionado. Estaba dispuesto a tragarme tu decepción, estaba consciente de que no lo podrías tomar de una manera racional que me dejara bien librado. No quería extenderme en explicaciones, simplemente informarte que no podía cumplir con mis promesas de hacer vida juntos por que mi familia y mi responsabilidad como miembro de la aristocracia eran inaplazables e ineludibles.
¿Que podía decirte que fuera lo suficientemente convincente para justificar la canallada que estaba a punto de cometer?
Mis amigos me dijeron una y otra y otra vez que no había nada que justificara la destrucción del legado de mis antepasados, que la tierra y la historia no valían ninguna falda, que cuando el sopor del deseo se acabara y recobrara la cordura terminaría odiando a la misma que con tanta terquedad quería seguir en un absurdo deseo de creer que el amor estaba por encima del honor. Y peor aún después de lo que pasó cuando quise enfrentar a mis padres y comunicarles mi decisión. Mi padre al escucharme se enfureció tanto que se dobló con un gesto de dolor y cayó cuan alto es al piso azotándose la cabeza contra el duro mármol bajo el ataque de la embolia que le cercenó el cerebro, el escándalo que siguió con mi madre gritando histérica y los sirvientes intentando hacerlo reaccionar, como su cuerpo se convulsionaba y espuma salía de su boca. En ese momento me dí cuenta que yo no podría destruirlos, que romper con ellos sería romper con todo lo que me hacía hombre. No podía ser suficientemente cobarde para que me valiera un rábano llevarme entre las patas las vidas de todos los que resultarían perjudicados por cumplir con mis sueños, ni suficientemente valiente para luchar por aquello que yo en algún momento creí amar.
-Si no te casas con Margarita, tu padre, estando postrado como está, perderá su lugar en el parlamento y sus enemigos nos robarán todo, Richard, TODO! Me quedaré en la calle, me moriré de dolor y tú serás responsable ante Dios y ante los hombres de nuestra desgracia y la ignominia de nuestro buen nombre!
Viendo a mi madre llorar como desquiciada, oír sus gritos por la mansión, la lúgubre realidad de mi irresponsabilidad finalmente me alcanzó y me partió a la mitad. Tu última carta me rompió el corazón, leerte tan emocionada, tan firme e inamovible en tu amor por mi, como compartías con tanta dulzura los detalles del crecimiento de nuestro hijo, me sentí un gusano indigno y merecedor de arder en el averno por ser un maldito traidor. Me fui a la capilla que esta cercana a mi hogar y postrado en las escalinatas le rogué a Dios me ayudara a pasar el trago amargo que estaba a punto de tomar. Lloré como tenía años y años que no lo hacía, la soledad de la madrugada y la intimidad de ese lugar de oración me cubrieron en mi momento mas vergonzoso. Al levantarme después de lo que me parecieron horas interminables, la resignación ya me había transformado por completo en otro hombre, ahora era un cascarón sin emociones ni sentimientos, vi mi reflejo en un ventanal de la iglesia antes de salir y mi cabello estaba lleno de canas. Me fui a un burdel donde busqué a la prostituta que más me recordó a ti y dejando correr toda mi brutalidad, egoísmo y vileza, la poseí diciéndole la clase de basura que ella era. Que todas eran iguales, que así como te había encontrado entre las candilejas de las noches bohemias de Nueva York, así habías hallado a otros tantos antes que yo por que me constaba, que muy probablemente estarías ocupando mi lugar con otros y que por ello no merecías que destruyera mi vida ni la de mis padres por ti, una comediante cualquiera. Salí de ahí vomitando la poca dignidad y tristeza que aun había en mi corazón.
Hablé con mi madre frente a mi padre postrado en cama, le juré en nombre del Altísimo que iría por mi hijo para apartarlo de ti y corregir el gran error que había cometido, le pedí perdón con la vista clavada en el piso mientras que ella me decía que no debía preocuparme, que ella ya había hablado con Margarita y que mi prometida era tan noble, que aceptaría desposarme y hacerse cargo de cuidar a mi hijo como suyo. Que se podía registrar al niño con nuestros contactos en el gobierno para que no cargara con la deshonra de ser un bastardo de la familia Grandchester. No al menos de una forma legal.
El viaje hacia América lo realicé alcoholizado y alimentando mis pensamientos de cuanta justificación vana se me ocurrió -¨ella tuvo la culpa, ella debió cuidarse, ella se embarazó para atraparme, ella es una mujerzuela, seguramente el niño ni mío es, ella no merece que arruine mi vida, ella, ella, ELLA!¨-
Mirarte fue un golpe en la boca del estómago, pero la soberbia y el orgullo fueron más fuertes que el amor que alguna vez había sentido. Me abrazaste y besaste y me convencí de que en cuanto estuviésemos solos pondría las cartas sobre la mesa. Cuando vi al niño cualquier duda de mi paternidad quedó desechada, era como verme en un espejo, hay algo demasiado cierto en ese dicho ¨LA SANGRE LLAMA¨, tan sólo verlo sentí un deseo irracional de abrasarlo, lo tomé en mis brazos y sus ojos azul profundos se clavaron en los míos y supe que él era mi hijo, que no podría abandonarlo por ningún motivo.
En la distancia puedo decir miles de razones por las que actué como lo hice, para ser un completo maldito no se requiere ciencia ni habilidad ni valor. Simplemente dejé aflorar todo mi temor y mi egoísmo. Nunca te dije que llevaba un boleto redondo, pero tampoco te dije que venía a quedarme definitivamente contigo, nunca te dije que nos casaríamos, pero tampoco que me llevaría a nuestro hijo ni que ya no te amaba, simplemente evadía hablar contigo acerca de cualquier tema relacionado con nuestro futuro y mis promesas, así que me convencí de que no te estaba mintiendo, tu eras quien no se quería dar cuenta de que lo nuestro era imposible. Cuando me pediste hablar yo sólo evadí el tema y te besé movido por la impotencia, la forma como me correspondiste avivó mi lujuria y te hice el amor sintiéndome un miserable mientras veía tus ojos que derramaban su amor y confianza por mi, quise creer que si tu no te dabas cuenta de que no te amaba, era por que tú no querías verlo, me convencí de ello... Esa semana que me diste como una prueba de la vida que podríamos haber compartido si hubiera tenido el valor de romper el juramento que le hice a mi madre me la pasé buscándote defectos para convencerme de que no valías la pena. Pero cuando te vi llorar, gritar y correr como loca presa de la incredulidad mientras me iba como un ladrón malnacido con el hijo que me habías engendrado con tanta devoción, me hubiera lanzado con gusto de cabeza de ese barco si no hubiera llevado al niño entre los brazos. Ahí quedó cualquier trazo de humanidad que aun quedaba de mi. Como me arrepentí de no haberte dicho en la ridiculez de nota que dejé en tu departamento que no era culpa tuya la vileza que estaba cometiendo, que no tendría nunca paz ni un pedacito de alegría en la vida por mi ruindad, pero en realidad, eso no importaba ya ni importaría nunca más.
Si te sirve de consuelo, caro he pagado mi ignominia y mi cobardía. Te estoy viendo por la ventana de mi residencia, en la cual si el mundo fuera un lugar justo, tú deberías estar como señora mía y en lugar de ello, por obligación con mi apellido y conveniencia, están mi madre y otra mujer haciéndose cargo del niño que yo te robé. Te vi en catedral y como todo un maldito cínico fingí no reconocerte, y tu con toda dignidad me viste pasar estoicamente sin decir nada aunque tenías todo el derecho desde tu indignación y justa cólera hacer un escándalo y exhibirme ante toda esa gente como el perro malagradecido que era. Mientras te veo a lo lejos con tu vestido negro y tu sombrilla, cual viuda ante la tumba de un ser amado, así te veo perderte en la oscuridad que te va cubriendo mientras el día llega a su fin. Me doy cuenta de que la única persona con honor y dignidad en este drama, esa eres tú, Eleanor.
Yo me quedó desde la comodidad de mi sepulcro blanqueado, lamentando mi pobre naturaleza y deseando que ojalá algún día puedas ser capaz de perdonarme para que no vivas envenenada por el odio, por que yo no podré perdonarme nunca.
PERDONAME
Ni una sola palabra más, no mas besos al alba...
Así me dije ese día que te volví a ver después de tantos meses lejos de ti, es inaudito como el tiempo horada recuerdos, erosiona promesas y te convence de que lo que creías era el amor más grande se disipó ante la irrefutable realidad de lo que se es, todas esas ilusiones que en algún momento te convencen de que puedes volar aun cuando no tengas alas se esfuman... Regresé a América decidido a romper con todo lo que alguna vez, por inmaduro e ingenuo, dejé sin resolver. Las fotos, las cartas, los recuerdos... todo se diluyó para mi y con esa certeza me armé de valor decidido a terminar con lo que me convencí que había sido el peor error de mi vida. Pero cuando te vi de pie en el muelle, con el brillo centelleante de tu mirada y la calidez de tu sonrisa, con la deslumbrante hermosura de tu rostro y la perfecta majestuosidad de tu cuerpo, no pude cumplir con lo que juré haría al verte. Me prometí poner distancia, sentarme ante ti con absoluta frialdad para decirte de una manera impersonal y objetiva que lo nuestro era imposible, que te liberaría del compromiso de cuidar de nuestro hijo para que rehicieras tu vida sin esa carga, que yo me haría responsable de criarlo, y que a ti te recompensaría monetariamente por los inconvenientes que mi mala cabeza te habían ocasionado. Estaba dispuesto a tragarme tu decepción, estaba consciente de que no lo podrías tomar de una manera racional que me dejara bien librado. No quería extenderme en explicaciones, simplemente informarte que no podía cumplir con mis promesas de hacer vida juntos por que mi familia y mi responsabilidad como miembro de la aristocracia eran inaplazables e ineludibles.
¿Que podía decirte que fuera lo suficientemente convincente para justificar la canallada que estaba a punto de cometer?
Mis amigos me dijeron una y otra y otra vez que no había nada que justificara la destrucción del legado de mis antepasados, que la tierra y la historia no valían ninguna falda, que cuando el sopor del deseo se acabara y recobrara la cordura terminaría odiando a la misma que con tanta terquedad quería seguir en un absurdo deseo de creer que el amor estaba por encima del honor. Y peor aún después de lo que pasó cuando quise enfrentar a mis padres y comunicarles mi decisión. Mi padre al escucharme se enfureció tanto que se dobló con un gesto de dolor y cayó cuan alto es al piso azotándose la cabeza contra el duro mármol bajo el ataque de la embolia que le cercenó el cerebro, el escándalo que siguió con mi madre gritando histérica y los sirvientes intentando hacerlo reaccionar, como su cuerpo se convulsionaba y espuma salía de su boca. En ese momento me dí cuenta que yo no podría destruirlos, que romper con ellos sería romper con todo lo que me hacía hombre. No podía ser suficientemente cobarde para que me valiera un rábano llevarme entre las patas las vidas de todos los que resultarían perjudicados por cumplir con mis sueños, ni suficientemente valiente para luchar por aquello que yo en algún momento creí amar.
-Si no te casas con Margarita, tu padre, estando postrado como está, perderá su lugar en el parlamento y sus enemigos nos robarán todo, Richard, TODO! Me quedaré en la calle, me moriré de dolor y tú serás responsable ante Dios y ante los hombres de nuestra desgracia y la ignominia de nuestro buen nombre!
Viendo a mi madre llorar como desquiciada, oír sus gritos por la mansión, la lúgubre realidad de mi irresponsabilidad finalmente me alcanzó y me partió a la mitad. Tu última carta me rompió el corazón, leerte tan emocionada, tan firme e inamovible en tu amor por mi, como compartías con tanta dulzura los detalles del crecimiento de nuestro hijo, me sentí un gusano indigno y merecedor de arder en el averno por ser un maldito traidor. Me fui a la capilla que esta cercana a mi hogar y postrado en las escalinatas le rogué a Dios me ayudara a pasar el trago amargo que estaba a punto de tomar. Lloré como tenía años y años que no lo hacía, la soledad de la madrugada y la intimidad de ese lugar de oración me cubrieron en mi momento mas vergonzoso. Al levantarme después de lo que me parecieron horas interminables, la resignación ya me había transformado por completo en otro hombre, ahora era un cascarón sin emociones ni sentimientos, vi mi reflejo en un ventanal de la iglesia antes de salir y mi cabello estaba lleno de canas. Me fui a un burdel donde busqué a la prostituta que más me recordó a ti y dejando correr toda mi brutalidad, egoísmo y vileza, la poseí diciéndole la clase de basura que ella era. Que todas eran iguales, que así como te había encontrado entre las candilejas de las noches bohemias de Nueva York, así habías hallado a otros tantos antes que yo por que me constaba, que muy probablemente estarías ocupando mi lugar con otros y que por ello no merecías que destruyera mi vida ni la de mis padres por ti, una comediante cualquiera. Salí de ahí vomitando la poca dignidad y tristeza que aun había en mi corazón.
Hablé con mi madre frente a mi padre postrado en cama, le juré en nombre del Altísimo que iría por mi hijo para apartarlo de ti y corregir el gran error que había cometido, le pedí perdón con la vista clavada en el piso mientras que ella me decía que no debía preocuparme, que ella ya había hablado con Margarita y que mi prometida era tan noble, que aceptaría desposarme y hacerse cargo de cuidar a mi hijo como suyo. Que se podía registrar al niño con nuestros contactos en el gobierno para que no cargara con la deshonra de ser un bastardo de la familia Grandchester. No al menos de una forma legal.
El viaje hacia América lo realicé alcoholizado y alimentando mis pensamientos de cuanta justificación vana se me ocurrió -¨ella tuvo la culpa, ella debió cuidarse, ella se embarazó para atraparme, ella es una mujerzuela, seguramente el niño ni mío es, ella no merece que arruine mi vida, ella, ella, ELLA!¨-
Mirarte fue un golpe en la boca del estómago, pero la soberbia y el orgullo fueron más fuertes que el amor que alguna vez había sentido. Me abrazaste y besaste y me convencí de que en cuanto estuviésemos solos pondría las cartas sobre la mesa. Cuando vi al niño cualquier duda de mi paternidad quedó desechada, era como verme en un espejo, hay algo demasiado cierto en ese dicho ¨LA SANGRE LLAMA¨, tan sólo verlo sentí un deseo irracional de abrasarlo, lo tomé en mis brazos y sus ojos azul profundos se clavaron en los míos y supe que él era mi hijo, que no podría abandonarlo por ningún motivo.
En la distancia puedo decir miles de razones por las que actué como lo hice, para ser un completo maldito no se requiere ciencia ni habilidad ni valor. Simplemente dejé aflorar todo mi temor y mi egoísmo. Nunca te dije que llevaba un boleto redondo, pero tampoco te dije que venía a quedarme definitivamente contigo, nunca te dije que nos casaríamos, pero tampoco que me llevaría a nuestro hijo ni que ya no te amaba, simplemente evadía hablar contigo acerca de cualquier tema relacionado con nuestro futuro y mis promesas, así que me convencí de que no te estaba mintiendo, tu eras quien no se quería dar cuenta de que lo nuestro era imposible. Cuando me pediste hablar yo sólo evadí el tema y te besé movido por la impotencia, la forma como me correspondiste avivó mi lujuria y te hice el amor sintiéndome un miserable mientras veía tus ojos que derramaban su amor y confianza por mi, quise creer que si tu no te dabas cuenta de que no te amaba, era por que tú no querías verlo, me convencí de ello... Esa semana que me diste como una prueba de la vida que podríamos haber compartido si hubiera tenido el valor de romper el juramento que le hice a mi madre me la pasé buscándote defectos para convencerme de que no valías la pena. Pero cuando te vi llorar, gritar y correr como loca presa de la incredulidad mientras me iba como un ladrón malnacido con el hijo que me habías engendrado con tanta devoción, me hubiera lanzado con gusto de cabeza de ese barco si no hubiera llevado al niño entre los brazos. Ahí quedó cualquier trazo de humanidad que aun quedaba de mi. Como me arrepentí de no haberte dicho en la ridiculez de nota que dejé en tu departamento que no era culpa tuya la vileza que estaba cometiendo, que no tendría nunca paz ni un pedacito de alegría en la vida por mi ruindad, pero en realidad, eso no importaba ya ni importaría nunca más.
Si te sirve de consuelo, caro he pagado mi ignominia y mi cobardía. Te estoy viendo por la ventana de mi residencia, en la cual si el mundo fuera un lugar justo, tú deberías estar como señora mía y en lugar de ello, por obligación con mi apellido y conveniencia, están mi madre y otra mujer haciéndose cargo del niño que yo te robé. Te vi en catedral y como todo un maldito cínico fingí no reconocerte, y tu con toda dignidad me viste pasar estoicamente sin decir nada aunque tenías todo el derecho desde tu indignación y justa cólera hacer un escándalo y exhibirme ante toda esa gente como el perro malagradecido que era. Mientras te veo a lo lejos con tu vestido negro y tu sombrilla, cual viuda ante la tumba de un ser amado, así te veo perderte en la oscuridad que te va cubriendo mientras el día llega a su fin. Me doy cuenta de que la única persona con honor y dignidad en este drama, esa eres tú, Eleanor.
Yo me quedó desde la comodidad de mi sepulcro blanqueado, lamentando mi pobre naturaleza y deseando que ojalá algún día puedas ser capaz de perdonarme para que no vivas envenenada por el odio, por que yo no podré perdonarme nunca.