- Madmoiselle Annie, le acaba de llegar esto…
La mucama francesa de la madre de Annie entraba a la habitación trayendo un delicado arreglo de rosas rosas; entregando la notita que las acompañaba, en las delicadas manos de la joven.
- Merci Charlotte. – dijo Annie, acercándose a la ventana mientras su madre tomaba el arreglo y lo acomodaba por ahí, alabando el buen gusto del remitente.
Annie abrió el pequeño sobre, y leyó lo que la nota decía. Una sólo línea, tres palabras nada más…
- ¿Quién lo envía? – preguntó su madre.
- Es de Neil Leagan, mamá… - respondió la joven con una ligera sonrisa.
- ¡Ah! – exclamó la señora, mientras acomodaba las rosas – Vaya, no me imaginé que ese muchacho pudiera ser tan delicado. Nunca me ha caído muy bien ¿sabes, Annie? Pero, parece que sabe ser acertado en las ocasiones correctas.
- Sí madre… tremendamente acertado. – dijo la joven, tratando de ocultar el dejo de ironía en su voz mientras se miraba en el espejo de cuerpo entero de su habitación.
- ¡Te ves preciosa, hija! – le dijo su madre acercándose por la espalda.
Y era cierto.
El vestido blanco que llevaba, había sido ordenado a una prestigiosísima casa de alta costura de París, y la fina tiara de brillantes que llevaba, era una antigüedad que había pasado de generación en generación en la familia de la Sra. Britter.
La mujer se alejó un instante, y volvió de inmediato; colocando el largo y delicado velo de tul bordado con ligerísimas perlas, asegurándolo con la tiara que la joven portaba.
¡Annie lucía maravillosa! Nunca pensó ella que este día llegaría.
Durante años sinceramente esperó que no pasaría; que Archie simplemente un buen día le diría que lo suyo ya no iba más; que debían dejarlo y seguir cada uno por su camino. Ella en realidad lo creía.
Al principio de su relación, ella realmente tenía miedo de que algo así sucediera; y pasaba las noches en vela martirizándose, creando diversos escenarios en los cuales, antes o después, Archie la dejaba definitivamente.
Pero luego, ya no tuvo más temor. Era como si se hubiera resignado a que sucediera, y solamente estaba esperando que pasara.
Cada vez que le anunciaban que Archie Cornwell había llegado a visitarla; ella bajaba de su habitación, preparándose mentalmente.
“Hoy será”; se decía a sí misma. “Hoy, Archie terminará conmigo. Este es el día”.
Pero luego lo veía, esperándola en el salón, siempre con algún detalle para ella; y así, pasaron varios años. Fue un noviazgo largo, y un compromiso que duró lo que debía durar, según los cánones de su círculo social.
Cuando Archie la pidió en matrimonio, Annie ni siquiera tuvo los arrestos para emocionarse o volverse loca de felicidad, como algún día pensó que sería. Simplemente le preguntaba una y otra vez si estaba seguro de eso.
Pero aun así, ella no terminaba de convencerse. Seguía segura de que Archie un buen día se daría cuenta de que no podían casarse solamente por solidaridad, y terminaría con ella.
Sin siquiera saber cómo, una amistad fue naciendo entre ella y Neil.
Al principio, no fueron más que sus comentarios irónicos cada vez que coincidían en algún evento de sociedad. ¡Realmente la molestaba! Y él, parecía disfrutar haciéndolo.
Pero con el tiempo, esos molestos encuentros, comenzaron a volverse un divertido juego.
Un juego donde Neil le tiraba alguna indirecta, y Annie, diestramente iba aprendiendo a cogerlas como al vuelo, para responder con cada vez mejor ingenio.
Cuando se dieron cuenta; en vez de enojarse, se reían divertidos de las cosas que se inventaban para molestarse mutuamente; y así, fueron forjando una extraña amistad.
Neil comenzó a simpatizar cada vez más con ella; incluso llegando a molestarse con su tristeza y su inseguridad; y ella, comenzó a entender sus majaderías y extravagancias de niño rico, como una buena cortina donde ocultar una gran soledad.
Comenzaron a salir juntos al teatro y a cenas cuando Archie no podía acompañarla; y una noche, en un baile de caridad al que Annie había ido particularmente bella, y del brazo de Archie, Neil no le pudo quitar la mirada de encima en toda la noche, sintiendo que debía ser él y no su primo quien la llevara del brazo.
Entonces supo lo que estaba sucediéndole; y maldijo su suerte tan maldita…
Porque no podía ser sino una maldición, que primero se enamorara de una huérfana, y ahora, de la otra.
Al principio él intentó alejarse, ocupar su mente en otras cosas para no pensar en ella, y en sus hermosos ojos azules, y en su delicada piel de porcelana, y en la seda de su cabello tan negro… pero simplemente no podía.
Se le declaró. Así, sin más, una tarde cualquiera. Le dijo sin anestesia y sin aviso, y sin siquiera estar seguro del todo, que la amaba.
Annie, pensó que sería algún tipo de broma suya; pero supo que no, al ver la seriedad de su rostro, y la sinceridad al fondo de sus profundos ojos castaños.
Se fue… ella dio media vuelta y se alejó de él. No porque le hubiera ofendido, ni porque no le creyera; al contrario.
Se iba porque, si no lo hacía, terminaría besándolo ahí mismo.
Neil le estaba diciendo cosas que nunca nadie le había dicho; y desde mucho antes, había tenido con ella tratos y maneras que nadie había tenido.
Porque Archie era amable, y caballero, y delicado; pero nada más.
Le había pedido matrimonio, pero simplemente como si fuera un paso más a seguir después de tanto tiempo; como un mero formalismo. Como si estuvieran cumpliendo con lo que se esperaba de ellos, y nada más.
Jamás le había dicho que la amaba…
Fue inevitable que desde ese día, Annie pensara en Neil todo el día, y fue inevitable que volvieran a encontrarse, y que expresaran más que en palabras lo que estaban comenzando a sentir el uno por el otro.
Fue inevitable también, que Annie terminara cayendo ante sus propios deseos reprimidos, y los de él, que no se reprimían para nada.
Estaba hecho; se había vuelto mujer antes de tiempo y con el hombre equivocado ¿O no?
¿Qué iba a hacer ahora? ¿Terminaría el compromiso? ¿Terminaría con Archie?
Y si lo hacía ¿Cómo iba a explicarlo? ¿Qué iba a decir para justificarlo?
Tendría que decir que se había enamorado de alguien más, y se vería obligada a decir, de quién… ¿Alguien iba a entenderlo? ¿Alguien iba a aceptarlo? ¿O le darían todos la espalda? ¡Quizá, hasta la misma Candy lo hiciera! Considerando su historial con Neil Leagan…
Fue entonces la primera vez que Neil le dijo las mismas tres palabras que ella acababa de leer en aquella notita… “No te cases…”
- No te cases, Annie… no con él. Nos iremos lejos si es necesario; donde nadie nos conozca. Donde las familias no nos juzguen. No te cases.
Y en ese momento ella se dio cuenta, de que no podía hacer eso.
Así que siguió adelante.
Su madre le dijo que debían viajar a Europa, para comprar allá todas las cosas necesarias para su matrimonio. Su ajuar ¡su vestido!
Ella aceptó; pensó que era ideal poner distancia y tiempo, para olvidarse mutuamente.
Sí, Neil también lo pensó así.
Pero cuando seis meses después, ella y su madre volvieron de París, cargadas de fruslerías hasta los dientes; al volver a verse ambos supieron que no esa distancia y ese tiempo, no habían servido de nada.
Annie no podía más; si había algo que ella en su vida había lamentado era ser mentirosa, ocultar cosas. No ser fiel a su propia realidad; así que visitó a Archie y le dijo la verdad.
¡Se lo contó todo! Incluso fue capaz de revelarle, no con poca vergüenza, que había cometido el terrible error de entregarse a otro hombre antes que a él. Annie lo dijo todo, excepto el nombre del hombre.
Archie, con los puños apretados, la escuchaba lleno de estupor y de rabia; pero su rabia no era contra ella, sino contra sí mismo.
Su dulce Annie… ¿qué tan desgraciado ha podido ser con ella? ¿Cuánto la había abandonado y descuidado, como para que algo como esto sucediera?
Era su culpa, sin duda alguna; suya, por descuidado, por confiado; por dar todo por sentado y estar tan seguro de su amor, que ni siquiera se ocupó de cultivarlo; así que la culpa era toda suya.
Suya, y del desgraciado que se había aprovechado de su inocencia; pero de ella no… de ella no.
Ella solamente era la perjudicada.
Perjudicada en sus sentimientos, perjudicada en su honra, y también en su ingenuidad.
Pero no tenía de qué preocuparse, pues esas cosas a él no le importaban en lo absoluto. Ciertamente él tampoco había sido un santo, y había sabido comportarse como todo varón tanto de su época como de su círculo, que busca satisfacer sus necesidades carnales prematrimoniales, lejos de donde se dispone a formar a su familia.
No tenía nada que reprocharle, y sí mucho por lo que disculparse, pues nunca había sido con ella el novio que se merecía. En ese momento cayó en cuenta Archie, de que ni siquiera le había dicho nunca que la amaba; cuando ese sentimiento había nacido en él desde hace mucho tiempo, y ahora mismo ni siquiera era para él una opción el terminar su relación, no solo porque estaban a nada del matrimonio; sino porque definitivamente, ya no podía ver su vida sin Annie a su lado.
Ella lo escuchaba sin poder dar crédito a lo que oía. Había esperado aquellas palabras desde hace años, y ahora que las estaba escuchando; no sabía ni siquiera qué sentir al respecto.
Archie la abrazó a su pecho, conteniendo sus lágrimas; diciéndole que se olvidarían de todo, que lo sucedido no hacía mella en ellos. Que se casarían como si nunca nada hubiera sucedido, y serían muy felices.
Ahora ella estaba ahí, frente al espejo de su habitación que pronto abandonaría; observando lo bella que lucía con el mejor vestido de novia que una Britter podría pagar; esperando solamente el instante en que llegara el auto para llevarla a la iglesia; mientras la notita que había llegado con las rosas se incrustaba, hecha un bulto, en medio de su mano empuñada.
Cuando el auto llegó a verla; toda la casa se volvió un revuelo.
Ella comenzó a bajar la escalera, ayudada por su mucama y su madre, que le sujetaban la cola y el velo.
Subió al auto y una vez dentro, ella volvió a mirar la notita que llevaba en su mano… “No te cases, Annie...”. Volvió a empuñarla haciéndola una bolita que rodó por la vaporosa falda de su vestido hasta perderse por el piso del automóvil.
Al llegar a la iglesia, su padre le abrió la puerta y la envolvió en un cálido abrazo, brindándole su brazo para conducirla al altar, mientras su madre le acomodaba el velo, sobre el rostro.
Al entrar, un cuarteto de cuerdas comenzó a interpretar el Canon de Pachelbel como marcha nupcial.
Ella pudo ver en el altar a Candy y a Patty ¡radiantes y sonrientes! vestidas como sus damas de honor, y a su derecha a Archie, elegantísimo, esperándola con una gran sonrisa.
Al ir caminando por el pasillo, ella miraba hacia uno y otro lado, a los asistentes y logró ver a Neil, sentado al lado de su madre y su hermana en las bancas “del lado del novio”, observándola fijamente.
Ella no pudo quitarle la vista, sino hasta que pasaron justamente a su lado. Cuando la ceremonia comenzó, ella solamente podía pensar en que, si se le antojaba, Neil podría destruirlo todo diciendo ahí mismo lo que había sucedido entre ellos.
Cuando el sacerdote hizo la pregunta de rigor “¿hay alguien de los presentes que no esté de acuerdo con este matrimonio? Si lo hay, que hable ahora o que calle, para siempre…” y Annie clavó sus ojos al piso, esperando, temblando; segura de que Neil no se callaría, y que lo diría todo.
Pero la ceremonia continuó, y cuando llegó el esperado “…los declaro marido y mujer”; ella recibió el beso de su nuevo esposo; pero era un beso completamente diferente. Un beso nuevo ¡Un beso de amor!
Un beso como ella siempre lo había deseado de Archie, y que solamente lo había recibido de Neil, hasta ahora.
Y habiendo recibido el beso que siempre había deseado, y de quien siempre lo había deseado; Annie, no sintió nada.
Le pareció que caía en un profundo abismo frío, donde las voces de las personas a su alrededor, y hasta la música, sonaban lejanas y apagadas.
Al salir, cayeron sobre ellos la lluvia de pétalos y granos de arroz, y Annie sintió que la luz del exterior le hería la vista, como si estuviera saliendo de un sitio sumamente oscuro.
Entonces lo vio, alejado de la multitud que los felicitaba; y su mirada, llena decepción y dolida resignación, se lo dijo todo.
Le habría gustado salir corriendo de donde estaba, ¡arrancarse el velo, tirar el ramo y correr hacia Neil…! Pero el brazo de Archie la tenía bien sujeta a su costado.
Volteó a mirar a su ahora esposo, y en su mirada dulce, leyó que él lo sabía todo. Archie le sonrió dulcemente, como queriéndole decir que todo estaba bien, y le dio un tierno beso en la mejilla.
Annie sintió que se desmayaba, y en ese instante supo que lo había vuelto a hacer.
Que una vez más, había sido cobarde; que de nuevo se había dejado vencer por sus inseguridades y sus miedos, y nuevamente había cometido el error de huir hacia donde se sentía segura, en lugar de atreverse a correr hacia donde quizá podría ser feliz.
Como cuando en el colegio negó a su hermana del alma, por miedo al qué dirán ¡lo había vuelto a hacer ahora con Neil!
Lo vio dar media vuelta y entrar al automóvil, junto a su madre y su hermana y alejarse de ahí, mientras ella terminaba de convencerse que estaba donde no debía estar; y que había cometido un terrible error que, aunque podría tener vuelta atrás; ella sabía muy bien que ese, era un paso que jamás se iba a atrever a dar...
Gracias por leer...
La mucama francesa de la madre de Annie entraba a la habitación trayendo un delicado arreglo de rosas rosas; entregando la notita que las acompañaba, en las delicadas manos de la joven.
- Merci Charlotte. – dijo Annie, acercándose a la ventana mientras su madre tomaba el arreglo y lo acomodaba por ahí, alabando el buen gusto del remitente.
Annie abrió el pequeño sobre, y leyó lo que la nota decía. Una sólo línea, tres palabras nada más…
- ¿Quién lo envía? – preguntó su madre.
- Es de Neil Leagan, mamá… - respondió la joven con una ligera sonrisa.
- ¡Ah! – exclamó la señora, mientras acomodaba las rosas – Vaya, no me imaginé que ese muchacho pudiera ser tan delicado. Nunca me ha caído muy bien ¿sabes, Annie? Pero, parece que sabe ser acertado en las ocasiones correctas.
- Sí madre… tremendamente acertado. – dijo la joven, tratando de ocultar el dejo de ironía en su voz mientras se miraba en el espejo de cuerpo entero de su habitación.
- ¡Te ves preciosa, hija! – le dijo su madre acercándose por la espalda.
Y era cierto.
El vestido blanco que llevaba, había sido ordenado a una prestigiosísima casa de alta costura de París, y la fina tiara de brillantes que llevaba, era una antigüedad que había pasado de generación en generación en la familia de la Sra. Britter.
La mujer se alejó un instante, y volvió de inmediato; colocando el largo y delicado velo de tul bordado con ligerísimas perlas, asegurándolo con la tiara que la joven portaba.
¡Annie lucía maravillosa! Nunca pensó ella que este día llegaría.
Durante años sinceramente esperó que no pasaría; que Archie simplemente un buen día le diría que lo suyo ya no iba más; que debían dejarlo y seguir cada uno por su camino. Ella en realidad lo creía.
Al principio de su relación, ella realmente tenía miedo de que algo así sucediera; y pasaba las noches en vela martirizándose, creando diversos escenarios en los cuales, antes o después, Archie la dejaba definitivamente.
Pero luego, ya no tuvo más temor. Era como si se hubiera resignado a que sucediera, y solamente estaba esperando que pasara.
Cada vez que le anunciaban que Archie Cornwell había llegado a visitarla; ella bajaba de su habitación, preparándose mentalmente.
“Hoy será”; se decía a sí misma. “Hoy, Archie terminará conmigo. Este es el día”.
Pero luego lo veía, esperándola en el salón, siempre con algún detalle para ella; y así, pasaron varios años. Fue un noviazgo largo, y un compromiso que duró lo que debía durar, según los cánones de su círculo social.
Cuando Archie la pidió en matrimonio, Annie ni siquiera tuvo los arrestos para emocionarse o volverse loca de felicidad, como algún día pensó que sería. Simplemente le preguntaba una y otra vez si estaba seguro de eso.
Pero aun así, ella no terminaba de convencerse. Seguía segura de que Archie un buen día se daría cuenta de que no podían casarse solamente por solidaridad, y terminaría con ella.
Sin siquiera saber cómo, una amistad fue naciendo entre ella y Neil.
Al principio, no fueron más que sus comentarios irónicos cada vez que coincidían en algún evento de sociedad. ¡Realmente la molestaba! Y él, parecía disfrutar haciéndolo.
Pero con el tiempo, esos molestos encuentros, comenzaron a volverse un divertido juego.
Un juego donde Neil le tiraba alguna indirecta, y Annie, diestramente iba aprendiendo a cogerlas como al vuelo, para responder con cada vez mejor ingenio.
Cuando se dieron cuenta; en vez de enojarse, se reían divertidos de las cosas que se inventaban para molestarse mutuamente; y así, fueron forjando una extraña amistad.
Neil comenzó a simpatizar cada vez más con ella; incluso llegando a molestarse con su tristeza y su inseguridad; y ella, comenzó a entender sus majaderías y extravagancias de niño rico, como una buena cortina donde ocultar una gran soledad.
Comenzaron a salir juntos al teatro y a cenas cuando Archie no podía acompañarla; y una noche, en un baile de caridad al que Annie había ido particularmente bella, y del brazo de Archie, Neil no le pudo quitar la mirada de encima en toda la noche, sintiendo que debía ser él y no su primo quien la llevara del brazo.
Entonces supo lo que estaba sucediéndole; y maldijo su suerte tan maldita…
Porque no podía ser sino una maldición, que primero se enamorara de una huérfana, y ahora, de la otra.
Al principio él intentó alejarse, ocupar su mente en otras cosas para no pensar en ella, y en sus hermosos ojos azules, y en su delicada piel de porcelana, y en la seda de su cabello tan negro… pero simplemente no podía.
Se le declaró. Así, sin más, una tarde cualquiera. Le dijo sin anestesia y sin aviso, y sin siquiera estar seguro del todo, que la amaba.
Annie, pensó que sería algún tipo de broma suya; pero supo que no, al ver la seriedad de su rostro, y la sinceridad al fondo de sus profundos ojos castaños.
Se fue… ella dio media vuelta y se alejó de él. No porque le hubiera ofendido, ni porque no le creyera; al contrario.
Se iba porque, si no lo hacía, terminaría besándolo ahí mismo.
Neil le estaba diciendo cosas que nunca nadie le había dicho; y desde mucho antes, había tenido con ella tratos y maneras que nadie había tenido.
Porque Archie era amable, y caballero, y delicado; pero nada más.
Le había pedido matrimonio, pero simplemente como si fuera un paso más a seguir después de tanto tiempo; como un mero formalismo. Como si estuvieran cumpliendo con lo que se esperaba de ellos, y nada más.
Jamás le había dicho que la amaba…
Fue inevitable que desde ese día, Annie pensara en Neil todo el día, y fue inevitable que volvieran a encontrarse, y que expresaran más que en palabras lo que estaban comenzando a sentir el uno por el otro.
Fue inevitable también, que Annie terminara cayendo ante sus propios deseos reprimidos, y los de él, que no se reprimían para nada.
Estaba hecho; se había vuelto mujer antes de tiempo y con el hombre equivocado ¿O no?
¿Qué iba a hacer ahora? ¿Terminaría el compromiso? ¿Terminaría con Archie?
Y si lo hacía ¿Cómo iba a explicarlo? ¿Qué iba a decir para justificarlo?
Tendría que decir que se había enamorado de alguien más, y se vería obligada a decir, de quién… ¿Alguien iba a entenderlo? ¿Alguien iba a aceptarlo? ¿O le darían todos la espalda? ¡Quizá, hasta la misma Candy lo hiciera! Considerando su historial con Neil Leagan…
Fue entonces la primera vez que Neil le dijo las mismas tres palabras que ella acababa de leer en aquella notita… “No te cases…”
- No te cases, Annie… no con él. Nos iremos lejos si es necesario; donde nadie nos conozca. Donde las familias no nos juzguen. No te cases.
Y en ese momento ella se dio cuenta, de que no podía hacer eso.
Así que siguió adelante.
Su madre le dijo que debían viajar a Europa, para comprar allá todas las cosas necesarias para su matrimonio. Su ajuar ¡su vestido!
Ella aceptó; pensó que era ideal poner distancia y tiempo, para olvidarse mutuamente.
Sí, Neil también lo pensó así.
Pero cuando seis meses después, ella y su madre volvieron de París, cargadas de fruslerías hasta los dientes; al volver a verse ambos supieron que no esa distancia y ese tiempo, no habían servido de nada.
Annie no podía más; si había algo que ella en su vida había lamentado era ser mentirosa, ocultar cosas. No ser fiel a su propia realidad; así que visitó a Archie y le dijo la verdad.
¡Se lo contó todo! Incluso fue capaz de revelarle, no con poca vergüenza, que había cometido el terrible error de entregarse a otro hombre antes que a él. Annie lo dijo todo, excepto el nombre del hombre.
Archie, con los puños apretados, la escuchaba lleno de estupor y de rabia; pero su rabia no era contra ella, sino contra sí mismo.
Su dulce Annie… ¿qué tan desgraciado ha podido ser con ella? ¿Cuánto la había abandonado y descuidado, como para que algo como esto sucediera?
Era su culpa, sin duda alguna; suya, por descuidado, por confiado; por dar todo por sentado y estar tan seguro de su amor, que ni siquiera se ocupó de cultivarlo; así que la culpa era toda suya.
Suya, y del desgraciado que se había aprovechado de su inocencia; pero de ella no… de ella no.
Ella solamente era la perjudicada.
Perjudicada en sus sentimientos, perjudicada en su honra, y también en su ingenuidad.
Pero no tenía de qué preocuparse, pues esas cosas a él no le importaban en lo absoluto. Ciertamente él tampoco había sido un santo, y había sabido comportarse como todo varón tanto de su época como de su círculo, que busca satisfacer sus necesidades carnales prematrimoniales, lejos de donde se dispone a formar a su familia.
No tenía nada que reprocharle, y sí mucho por lo que disculparse, pues nunca había sido con ella el novio que se merecía. En ese momento cayó en cuenta Archie, de que ni siquiera le había dicho nunca que la amaba; cuando ese sentimiento había nacido en él desde hace mucho tiempo, y ahora mismo ni siquiera era para él una opción el terminar su relación, no solo porque estaban a nada del matrimonio; sino porque definitivamente, ya no podía ver su vida sin Annie a su lado.
Ella lo escuchaba sin poder dar crédito a lo que oía. Había esperado aquellas palabras desde hace años, y ahora que las estaba escuchando; no sabía ni siquiera qué sentir al respecto.
Archie la abrazó a su pecho, conteniendo sus lágrimas; diciéndole que se olvidarían de todo, que lo sucedido no hacía mella en ellos. Que se casarían como si nunca nada hubiera sucedido, y serían muy felices.
Ahora ella estaba ahí, frente al espejo de su habitación que pronto abandonaría; observando lo bella que lucía con el mejor vestido de novia que una Britter podría pagar; esperando solamente el instante en que llegara el auto para llevarla a la iglesia; mientras la notita que había llegado con las rosas se incrustaba, hecha un bulto, en medio de su mano empuñada.
Cuando el auto llegó a verla; toda la casa se volvió un revuelo.
Ella comenzó a bajar la escalera, ayudada por su mucama y su madre, que le sujetaban la cola y el velo.
Subió al auto y una vez dentro, ella volvió a mirar la notita que llevaba en su mano… “No te cases, Annie...”. Volvió a empuñarla haciéndola una bolita que rodó por la vaporosa falda de su vestido hasta perderse por el piso del automóvil.
Al llegar a la iglesia, su padre le abrió la puerta y la envolvió en un cálido abrazo, brindándole su brazo para conducirla al altar, mientras su madre le acomodaba el velo, sobre el rostro.
Al entrar, un cuarteto de cuerdas comenzó a interpretar el Canon de Pachelbel como marcha nupcial.
Ella pudo ver en el altar a Candy y a Patty ¡radiantes y sonrientes! vestidas como sus damas de honor, y a su derecha a Archie, elegantísimo, esperándola con una gran sonrisa.
Al ir caminando por el pasillo, ella miraba hacia uno y otro lado, a los asistentes y logró ver a Neil, sentado al lado de su madre y su hermana en las bancas “del lado del novio”, observándola fijamente.
Ella no pudo quitarle la vista, sino hasta que pasaron justamente a su lado. Cuando la ceremonia comenzó, ella solamente podía pensar en que, si se le antojaba, Neil podría destruirlo todo diciendo ahí mismo lo que había sucedido entre ellos.
Cuando el sacerdote hizo la pregunta de rigor “¿hay alguien de los presentes que no esté de acuerdo con este matrimonio? Si lo hay, que hable ahora o que calle, para siempre…” y Annie clavó sus ojos al piso, esperando, temblando; segura de que Neil no se callaría, y que lo diría todo.
Pero la ceremonia continuó, y cuando llegó el esperado “…los declaro marido y mujer”; ella recibió el beso de su nuevo esposo; pero era un beso completamente diferente. Un beso nuevo ¡Un beso de amor!
Un beso como ella siempre lo había deseado de Archie, y que solamente lo había recibido de Neil, hasta ahora.
Y habiendo recibido el beso que siempre había deseado, y de quien siempre lo había deseado; Annie, no sintió nada.
Le pareció que caía en un profundo abismo frío, donde las voces de las personas a su alrededor, y hasta la música, sonaban lejanas y apagadas.
Al salir, cayeron sobre ellos la lluvia de pétalos y granos de arroz, y Annie sintió que la luz del exterior le hería la vista, como si estuviera saliendo de un sitio sumamente oscuro.
Entonces lo vio, alejado de la multitud que los felicitaba; y su mirada, llena decepción y dolida resignación, se lo dijo todo.
Le habría gustado salir corriendo de donde estaba, ¡arrancarse el velo, tirar el ramo y correr hacia Neil…! Pero el brazo de Archie la tenía bien sujeta a su costado.
Volteó a mirar a su ahora esposo, y en su mirada dulce, leyó que él lo sabía todo. Archie le sonrió dulcemente, como queriéndole decir que todo estaba bien, y le dio un tierno beso en la mejilla.
Annie sintió que se desmayaba, y en ese instante supo que lo había vuelto a hacer.
Que una vez más, había sido cobarde; que de nuevo se había dejado vencer por sus inseguridades y sus miedos, y nuevamente había cometido el error de huir hacia donde se sentía segura, en lugar de atreverse a correr hacia donde quizá podría ser feliz.
Como cuando en el colegio negó a su hermana del alma, por miedo al qué dirán ¡lo había vuelto a hacer ahora con Neil!
Lo vio dar media vuelta y entrar al automóvil, junto a su madre y su hermana y alejarse de ahí, mientras ella terminaba de convencerse que estaba donde no debía estar; y que había cometido un terrible error que, aunque podría tener vuelta atrás; ella sabía muy bien que ese, era un paso que jamás se iba a atrever a dar...
Gracias por leer...