Terry Grandchester despertó aquella mañana de Navidad, a causa de la alarma que su esposa había puesto a las 7 am en punto.
El actror, con sueño atrasado tras varias noches de funciones; tomó el despertador con una mano, y lo arrojó, haciendo canasta perfecta, al tacho de la ropa sucia…
- Arriba… - murmuró su esposa, desperezándose y apretando a su marido en un cálido abrazo – párate, que vas a llegar tarde a ensayar.
- Mmsslpttpelmmom… - masculló él, mientras se hacía ovillo en el edredón.
- ¿¡Qué cosa!?- exclamó ella, incorporándose al ver que el marido le robaba las cobijas.
- ¡Que me sé el puto papel de memoria! … déjame dormir otro ratiiiiiito...
- ¡Terry…!
- Diez minutitos… Candy ¡tuve función hasta las 2 am!
- ¡Vago! – exclamó ella al final, dándole una nalgada que lo hizo refunfuñar.
Ella le estampó un beso en la mejilla y se levantó; porque aunque no tenía absolutamente nada qué hacer ese día, sabía que cuando él decidiera levantarse, iba a estar todo apurado porque ya se le hacía tarde.
No, si ya se lo conocía ¡Campeón para andar todo el día a las prisas, y sin desayunar! Luego ella, intentando sanarle las agruras con limón y bicarbonato. ¡Es que no entiende!
- ¿Café negro o con leche? – dijo ella desde la cocina, mientras se recogía el cabello alborotado.
- Por millonésima vez en esta vida, mi amor ¡Té! – exclamó él, aún desde la cama – Y no seas mala ya, déjame dormir diez minutitos más, anda.
Ella soltó una risita maliciosa; bien lo sabía ¡Es inglés por favor, claro que bebe té en el desayuno! Y al medio día, y a la tarde, y en la cena, y antes de dormir…
Solo quería molestarlo, a ver si se levantaba y, por una vez, no andaba a las carreras como siempre.
- ¿Te apetece un omelet?
- ¡Grrr…!
- Sólo preguntaba…
Candy tomó la tetera, la llenó de agua y la puso a hervir; separó unas cuantas rebanadas de queso, untó mantequilla en un par de tostadas, quebró tres huevos en un plato, dispuesta a batirlos para el omelet que le ofreciera a su esposo; pero de pronto sintió ese malestar que llevaba ya un par de días molestándola…
Terry se incorporó de golpe sobre la cama, con los ojos cerrados, el ceño fruncido y el cabello puntiparado.
Había llegado molido la noche anterior y no había tenido alma ni para ducharse; se metió a la cama como estaba; aún llevaba gomina de la noche anterior en el cabello y ahora mismo, bien emulaba un puercoespín.
- ¡…Chesumadre! – murmuró, levantándose de mal modo, al escuchar el potente pitido de al tetera que había comenzado a hervir. - ¿¡Qué mierda suena...!? ¿Qué hora es?... ¡Candy! – dijo elevando la voz - ¿Qué hora es?
- No sé – respondió ella - ¡Tarde! Llevo rato levantada.
- ¿Ya está el desayuno, mi amor?
- ¿¡Por qué no alzas el poto y vas sirviendo el té…!? Mi amor. – exclamó ella – Estoy ocupada… estoy, en el baño.
- Vea señora… - comenzó a decir él, mientras se levantaba, y recogía de por ahí una camiseta cualquiera y se la ponía – cuando yo acepté casarme con usted, fue bajo la condición de que me tratara bonito. Como que está incumpliendo su parte del contrato, Señora Granchester…
- ¡Apaga la tetera por lo menos! Vamos a despertar a todo el edificio… - respondió ella.
- No se han quejado por otro tipo de ruidos, no creo que les moleste la tetera… - dijo para sí Terry, mientras retiraba el aparato del fuego.
- Sí te oí, eh.
- ¡Ups! – exclamó él, irónico. – ¿Qué, no hay “Stilton”?- preguntó él, haciéndole muecas al queso en la bandeja.
- ¡Sólo hay cheddar!
- ¿Ni “Cheshire” aunque sea?
- ¡Cheddar, y del que viene envuelto en plástico! – exclamó ella en mal tono – déjame quieta un ratito ¿quieres?
- ¡Candy…! ¿Dónde hay cebollino? – preguntó Terry, batiendo los huevos que ella había dejado en el plato.
- Cebolla, mi vida ¡y de la morada! –respondió ella – Lo siento, no pude hacer mercado ayer.
- ¡Joder, Candy! – exclamó él, con una cebolla en la mano - ¡¡Voy a tener que lavarme los dientes con agua oxigenada!!
- Hay bastante en el botiquín… ¡cállate un rato!
Candy, sentada sobre la tapa del el retrete, se sujetaba la cabeza entre las manos, al borde de las lágrimas.
Apenas llevaban tres meses de casados.
Se habían casado a las carreras; como si después de tantos años separados, ninguno de los dos quisiera perder ni un minuto más… Dios y los vecinos saben que, definitivamente, no lo perdieron.
Pero ni siquiera habían podido tener una luna de miel apropiada; pues Terry se encontraba en medio de una temporada de funciones que culminaría con las representaciones decembrinas.
Incluso, ni siquiera habían tenido espacio de buscar un departamento para ambos; estaban viviendo en un pequeño mono ambiente al que Terry se había mudado de manera provisional, luego del fallecimiento de su anterior compañera.
Así que esperaban, después de Navidad, tener un momento para ellos; pero poco tiempo ha, le habían avisado a Terry que les contrataban para una gira por el estado.
El actor, siendo estrella principal, no podía dejar tirada a su “crew”.
Candy, por supuesto que lo entendía; y si no conseguía trabajo estable hasta febrero, por supuesto que lo acompañaría. Así que estaban bastante ocupados; este definitivamente, no era un buen momento…
Unos toquecitos en la puerta llamaron su atención.
- ¿Está todo bien ahí dentro?
- Estoy ocupada…
- Obviamente – respondió él – pero parece que lo que te “ocupa” te ha puesto de malas, pecosa ¿estás enferma? ¡No me digas que te cayó mal la cena en el teatro!
- No, nada de eso… ya salgo, espera un par de minutos por favor. Ya te dejo el baño libre.
Terry se retiró, extrañado. Corrió hacia la cocina, pues ya percibía el inconfundible olor de las cebollas en el omelet, tostándose demasiado.
Candy salió del baño, y no pudo evitar colocarse la mano en la cara, cubriendo su nariz. No olía mal pero, ese mismo olor atacó su olfato, como si la golpearan.
- ¿Desayunaste, Terry? – le preguntó a su marido, que reposaba en la cama, leyendo el periódico.
- No mi amor, estoy esperándote – dijo él, señalándole una bandeja en el escritorio, con todo servido.
- Ya te dejé el baño libre, para que no se te haga más tarde...
- Pecosa, mira – dijo él, mientras le mostraba la fecha en el periódico - 25 de diciembre ¡es la mañana de Navidad! – dijo él con una sonrisa – nadie trabaja la mañana de Navidad. Ven, acompáñame y desayunamos.
- ¿O sea que, no tienes que salir?
- No; nos equivocamos, pusimos la alarma sin necesidad. Me quedo aquí contigo todo el día. – dijo él, palmeando la cama y haciéndose a un lado para que ella se siente.
- ¿Sabes qué? – dijo ella, sentándose mientras le daba la espalda – Como que no tengo mucha hambre.
- ¿¡Tú, no tienes hambre!? – exclamó él aparatosamente - ¡diablos, creo que sí estás enferma, mi vida!
- No Terry, no estoy enferma – dijo ella, y luego, apretando los labios y sin mirarlo, le extendió lo que llevaba ella apretado en las manos.
- ¿Qué es esto? – preguntó él tomando lo que ella le daba.
Al principio, no le encontraba pies ni cabeza a aquella pequeña barrita de plástico blanco que ella le entregara; pero al ver las dos rayitas dibujadas, comenzó a entender.
- Candy… esto...- balbuceó.
- Sí, lo sé – lo interrumpió ella – ya sé que lo conversamos, y que esperaríamos un año o dos… ¡te juro que no sé cómo pudo pasar!
- ¿Tú, no sabes cómo pudo pasar? – preguntó él – pues, yo puedo darte cierta luz porque se me vienen una o dos ideas a la cabeza…
- ¡Ay Terry, esto es serio!
- Perdón pero, riéndome precisamente, no estoy…
- Lo siento, Terry ¡Lo siento mucho, de verdad! Sé que las cosas no están como para meternos en esto, y que se te viene una gira encima, y yo…
En ese momento, ella sintió un tirón que la plantó en la cama, y un apasionado beso le cerró la boca por un par de maravillosos minutos.
- Quiero que te calles un momento, que tú para hablar hasta por los codos sí eres buena…
- ¡Terry…!
- Shh shhh shh… cierra los ojos… ¡Ciérralos!... y piensa por un momento que esto no estuviera sucediendo así. Que no estamos en este cuchitril donde te he venido a meter. Que no traigo los pelos parados, que no llevo una camiseta sucia. Que huelo a “aftershave” caro, y que no me hiede la boca a cebolla morada…
Ella no pudo evitar reírse con ganas. Sí, le hedía.
- Imagina, que por fin me han contratado en la Royal Shakespeare Company, que vivimos allá en aquel pueblecito al pie del río donde queríamos ir de luna de miel, en Inglaterra; piensa que no estamos con la calefacción mala, sino en un campo precioso, lleno de narcisos amarillos. Y de pronto hoy, te despiertas, sexy y maravillosa ¡como siempre! tomas esta barrita blanca, le echas una meadita y ¡pum! Las rayitas rosadas aparecen. En ese escenario idílico, donde todo está bonito y perfecto, donde no tienes absolutamente ningún motivo para pensar que esto, de alguna manera, puede ser una mala noticia ¿Qué es lo que me dirías al entregarme esto para que sepa que estás embarazada de mí?
Candy, con los ojos cerrados; realmente pretendió por un instante que estaba allá junto al río Avon, que su marido era el actor más cotizado entre los nobles británicos; que su habitación (y él) no tenía encerrado el aroma a cebolla frita, sino que le llegaba el perfume de los narcisos del campo cercano, mientras ella descubría que esperaba un bebé.
De pronto la cabeza dejó de dolerle, y el malestar general desaparecía.
Candy sonrió, y abrió sus hermosos ojos verdes posándolos profundamente en las estrellas azules del hombre que amaba…
- Feliz Navidad, mi amor. – dijo ella, mientras le daba un dulce beso en los labios.
- Esta, – dijo él, mostrándole la prueba casera que tenía en la mano – es la mejor noticia que me puedes dar, y el mejor regalo que puedo recibir en una mañana de Navidad.
- No tenemos nada… - Terry negó con la cabeza.
- ¡Lo tenemos todo! Estamos juntos por fin, después de haber padecido tanto, nos tenemos mutuamente. Eso, nuestro amor y nuestras ganas de superación, es todo lo que necesitamos para mirar hacia adelante, con todo lo que venga.
- ¡Te amo, Terry!
- Mentira – respondió él, besando su cuello – puros cuentos tuyos… yo sé bien que estás conmigo por el dinero que los actores de teatro ganamos, a sacos…
Ella una vez más, rió con ganas, ya sin malestar alguno que le estragara el cuerpo, o el alma. Segura de ese amor que nunca se había marchitado, y que ahora mismo estaba dando sus hermosos frutos.
El desayuno, se enfriaría; y quizá más tarde algún vecino vendría a tocar la puerta, molesto, por esa pareja de desconsiderados recién casados, que no perdonaban ni siquiera la mañana de Navidad…
Gracias por leer...
El actror, con sueño atrasado tras varias noches de funciones; tomó el despertador con una mano, y lo arrojó, haciendo canasta perfecta, al tacho de la ropa sucia…
- Arriba… - murmuró su esposa, desperezándose y apretando a su marido en un cálido abrazo – párate, que vas a llegar tarde a ensayar.
- Mmsslpttpelmmom… - masculló él, mientras se hacía ovillo en el edredón.
- ¿¡Qué cosa!?- exclamó ella, incorporándose al ver que el marido le robaba las cobijas.
- ¡Que me sé el puto papel de memoria! … déjame dormir otro ratiiiiiito...
- ¡Terry…!
- Diez minutitos… Candy ¡tuve función hasta las 2 am!
- ¡Vago! – exclamó ella al final, dándole una nalgada que lo hizo refunfuñar.
Ella le estampó un beso en la mejilla y se levantó; porque aunque no tenía absolutamente nada qué hacer ese día, sabía que cuando él decidiera levantarse, iba a estar todo apurado porque ya se le hacía tarde.
No, si ya se lo conocía ¡Campeón para andar todo el día a las prisas, y sin desayunar! Luego ella, intentando sanarle las agruras con limón y bicarbonato. ¡Es que no entiende!
- ¿Café negro o con leche? – dijo ella desde la cocina, mientras se recogía el cabello alborotado.
- Por millonésima vez en esta vida, mi amor ¡Té! – exclamó él, aún desde la cama – Y no seas mala ya, déjame dormir diez minutitos más, anda.
Ella soltó una risita maliciosa; bien lo sabía ¡Es inglés por favor, claro que bebe té en el desayuno! Y al medio día, y a la tarde, y en la cena, y antes de dormir…
Solo quería molestarlo, a ver si se levantaba y, por una vez, no andaba a las carreras como siempre.
- ¿Te apetece un omelet?
- ¡Grrr…!
- Sólo preguntaba…
Candy tomó la tetera, la llenó de agua y la puso a hervir; separó unas cuantas rebanadas de queso, untó mantequilla en un par de tostadas, quebró tres huevos en un plato, dispuesta a batirlos para el omelet que le ofreciera a su esposo; pero de pronto sintió ese malestar que llevaba ya un par de días molestándola…
Terry se incorporó de golpe sobre la cama, con los ojos cerrados, el ceño fruncido y el cabello puntiparado.
Había llegado molido la noche anterior y no había tenido alma ni para ducharse; se metió a la cama como estaba; aún llevaba gomina de la noche anterior en el cabello y ahora mismo, bien emulaba un puercoespín.
- ¡…Chesumadre! – murmuró, levantándose de mal modo, al escuchar el potente pitido de al tetera que había comenzado a hervir. - ¿¡Qué mierda suena...!? ¿Qué hora es?... ¡Candy! – dijo elevando la voz - ¿Qué hora es?
- No sé – respondió ella - ¡Tarde! Llevo rato levantada.
- ¿Ya está el desayuno, mi amor?
- ¿¡Por qué no alzas el poto y vas sirviendo el té…!? Mi amor. – exclamó ella – Estoy ocupada… estoy, en el baño.
- Vea señora… - comenzó a decir él, mientras se levantaba, y recogía de por ahí una camiseta cualquiera y se la ponía – cuando yo acepté casarme con usted, fue bajo la condición de que me tratara bonito. Como que está incumpliendo su parte del contrato, Señora Granchester…
- ¡Apaga la tetera por lo menos! Vamos a despertar a todo el edificio… - respondió ella.
- No se han quejado por otro tipo de ruidos, no creo que les moleste la tetera… - dijo para sí Terry, mientras retiraba el aparato del fuego.
- Sí te oí, eh.
- ¡Ups! – exclamó él, irónico. – ¿Qué, no hay “Stilton”?- preguntó él, haciéndole muecas al queso en la bandeja.
- ¡Sólo hay cheddar!
- ¿Ni “Cheshire” aunque sea?
- ¡Cheddar, y del que viene envuelto en plástico! – exclamó ella en mal tono – déjame quieta un ratito ¿quieres?
- ¡Candy…! ¿Dónde hay cebollino? – preguntó Terry, batiendo los huevos que ella había dejado en el plato.
- Cebolla, mi vida ¡y de la morada! –respondió ella – Lo siento, no pude hacer mercado ayer.
- ¡Joder, Candy! – exclamó él, con una cebolla en la mano - ¡¡Voy a tener que lavarme los dientes con agua oxigenada!!
- Hay bastante en el botiquín… ¡cállate un rato!
Candy, sentada sobre la tapa del el retrete, se sujetaba la cabeza entre las manos, al borde de las lágrimas.
Apenas llevaban tres meses de casados.
Se habían casado a las carreras; como si después de tantos años separados, ninguno de los dos quisiera perder ni un minuto más… Dios y los vecinos saben que, definitivamente, no lo perdieron.
Pero ni siquiera habían podido tener una luna de miel apropiada; pues Terry se encontraba en medio de una temporada de funciones que culminaría con las representaciones decembrinas.
Incluso, ni siquiera habían tenido espacio de buscar un departamento para ambos; estaban viviendo en un pequeño mono ambiente al que Terry se había mudado de manera provisional, luego del fallecimiento de su anterior compañera.
Así que esperaban, después de Navidad, tener un momento para ellos; pero poco tiempo ha, le habían avisado a Terry que les contrataban para una gira por el estado.
El actor, siendo estrella principal, no podía dejar tirada a su “crew”.
Candy, por supuesto que lo entendía; y si no conseguía trabajo estable hasta febrero, por supuesto que lo acompañaría. Así que estaban bastante ocupados; este definitivamente, no era un buen momento…
Unos toquecitos en la puerta llamaron su atención.
- ¿Está todo bien ahí dentro?
- Estoy ocupada…
- Obviamente – respondió él – pero parece que lo que te “ocupa” te ha puesto de malas, pecosa ¿estás enferma? ¡No me digas que te cayó mal la cena en el teatro!
- No, nada de eso… ya salgo, espera un par de minutos por favor. Ya te dejo el baño libre.
Terry se retiró, extrañado. Corrió hacia la cocina, pues ya percibía el inconfundible olor de las cebollas en el omelet, tostándose demasiado.
Candy salió del baño, y no pudo evitar colocarse la mano en la cara, cubriendo su nariz. No olía mal pero, ese mismo olor atacó su olfato, como si la golpearan.
- ¿Desayunaste, Terry? – le preguntó a su marido, que reposaba en la cama, leyendo el periódico.
- No mi amor, estoy esperándote – dijo él, señalándole una bandeja en el escritorio, con todo servido.
- Ya te dejé el baño libre, para que no se te haga más tarde...
- Pecosa, mira – dijo él, mientras le mostraba la fecha en el periódico - 25 de diciembre ¡es la mañana de Navidad! – dijo él con una sonrisa – nadie trabaja la mañana de Navidad. Ven, acompáñame y desayunamos.
- ¿O sea que, no tienes que salir?
- No; nos equivocamos, pusimos la alarma sin necesidad. Me quedo aquí contigo todo el día. – dijo él, palmeando la cama y haciéndose a un lado para que ella se siente.
- ¿Sabes qué? – dijo ella, sentándose mientras le daba la espalda – Como que no tengo mucha hambre.
- ¿¡Tú, no tienes hambre!? – exclamó él aparatosamente - ¡diablos, creo que sí estás enferma, mi vida!
- No Terry, no estoy enferma – dijo ella, y luego, apretando los labios y sin mirarlo, le extendió lo que llevaba ella apretado en las manos.
- ¿Qué es esto? – preguntó él tomando lo que ella le daba.
Al principio, no le encontraba pies ni cabeza a aquella pequeña barrita de plástico blanco que ella le entregara; pero al ver las dos rayitas dibujadas, comenzó a entender.
- Candy… esto...- balbuceó.
- Sí, lo sé – lo interrumpió ella – ya sé que lo conversamos, y que esperaríamos un año o dos… ¡te juro que no sé cómo pudo pasar!
- ¿Tú, no sabes cómo pudo pasar? – preguntó él – pues, yo puedo darte cierta luz porque se me vienen una o dos ideas a la cabeza…
- ¡Ay Terry, esto es serio!
- Perdón pero, riéndome precisamente, no estoy…
- Lo siento, Terry ¡Lo siento mucho, de verdad! Sé que las cosas no están como para meternos en esto, y que se te viene una gira encima, y yo…
En ese momento, ella sintió un tirón que la plantó en la cama, y un apasionado beso le cerró la boca por un par de maravillosos minutos.
- Quiero que te calles un momento, que tú para hablar hasta por los codos sí eres buena…
- ¡Terry…!
- Shh shhh shh… cierra los ojos… ¡Ciérralos!... y piensa por un momento que esto no estuviera sucediendo así. Que no estamos en este cuchitril donde te he venido a meter. Que no traigo los pelos parados, que no llevo una camiseta sucia. Que huelo a “aftershave” caro, y que no me hiede la boca a cebolla morada…
Ella no pudo evitar reírse con ganas. Sí, le hedía.
- Imagina, que por fin me han contratado en la Royal Shakespeare Company, que vivimos allá en aquel pueblecito al pie del río donde queríamos ir de luna de miel, en Inglaterra; piensa que no estamos con la calefacción mala, sino en un campo precioso, lleno de narcisos amarillos. Y de pronto hoy, te despiertas, sexy y maravillosa ¡como siempre! tomas esta barrita blanca, le echas una meadita y ¡pum! Las rayitas rosadas aparecen. En ese escenario idílico, donde todo está bonito y perfecto, donde no tienes absolutamente ningún motivo para pensar que esto, de alguna manera, puede ser una mala noticia ¿Qué es lo que me dirías al entregarme esto para que sepa que estás embarazada de mí?
Candy, con los ojos cerrados; realmente pretendió por un instante que estaba allá junto al río Avon, que su marido era el actor más cotizado entre los nobles británicos; que su habitación (y él) no tenía encerrado el aroma a cebolla frita, sino que le llegaba el perfume de los narcisos del campo cercano, mientras ella descubría que esperaba un bebé.
De pronto la cabeza dejó de dolerle, y el malestar general desaparecía.
Candy sonrió, y abrió sus hermosos ojos verdes posándolos profundamente en las estrellas azules del hombre que amaba…
- Feliz Navidad, mi amor. – dijo ella, mientras le daba un dulce beso en los labios.
- Esta, – dijo él, mostrándole la prueba casera que tenía en la mano – es la mejor noticia que me puedes dar, y el mejor regalo que puedo recibir en una mañana de Navidad.
- No tenemos nada… - Terry negó con la cabeza.
- ¡Lo tenemos todo! Estamos juntos por fin, después de haber padecido tanto, nos tenemos mutuamente. Eso, nuestro amor y nuestras ganas de superación, es todo lo que necesitamos para mirar hacia adelante, con todo lo que venga.
- ¡Te amo, Terry!
- Mentira – respondió él, besando su cuello – puros cuentos tuyos… yo sé bien que estás conmigo por el dinero que los actores de teatro ganamos, a sacos…
Ella una vez más, rió con ganas, ya sin malestar alguno que le estragara el cuerpo, o el alma. Segura de ese amor que nunca se había marchitado, y que ahora mismo estaba dando sus hermosos frutos.
El desayuno, se enfriaría; y quizá más tarde algún vecino vendría a tocar la puerta, molesto, por esa pareja de desconsiderados recién casados, que no perdonaban ni siquiera la mañana de Navidad…
Gracias por leer...