Desde la alta colina de Terryland, desde los escritorios de la biblioteca del Monasterryo, y la pluma de la Novicia Guardiana de los Pergaminos Sagrados...
- ¡Ya no te pongas dramática y postea!
- ¡Uiiiiiishh! ¡Pollifrodi no seas metiche!
- Es que estás ahí nomás perdiendo el tiempo, poniéndote moños y...
- ¡No son "moños"! Es mi rango en el Monasterryo, es un honor ser novicia.
- ¿Y mi rango cuál es?
- Tú no tienes ¡Eres un Pollo emplumado!
- ¡Pero soy un Pollo emplumado muy lindo! Anda, también di algo bonito de mí, no seas mala.
- ¡No me estés zarandeando que me arrugas la túnica! Ya ya... déjame pensar...
... Y en colaboración con la talentosa POLLIFRODI (Jeanette Loayza) en la edición de imágen; les presentamos:
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En el amplio salón, donde desde un ventanal entraba a raudales la luz del sol de primavera; él se deleitaba escuchando la interpretación de la joven rubia.
Sentado en una elegante y cómoda butaca, dejaba que las notas llegaran a él y le acariciaran el oído.
No era una perfecta ejecutante, había avanzado muchísimo en pocos meses pero todavía tenía mucho que aprender; había demostrado que contaba con las ganas necesarias, y él estaba dispuesto a seguir educándola.
Sus ojos verdiazules, se deleitaban con la cadencia de la ondulada melena rubia de la joven que tocaba, de espaldas a él.
Con su mirada recorrió los hombros blanquísimos, los delicados brazos, y la porción descubierta de la espalda ¡llena de pecas!
La nostalgia lo invadió un momento.
Ya no supo si por la música, por la luz que, desde el ventanal, envolvía el salón; o por el agradable clima primaveral… Todo siempre se confabulaba.
Se vio a sí mismo, tomado de la mano del amor de su vida, corriendo colina arriba, vestidos de Romeo y Julieta; como si fueran los mismos de la legendaria historia shakesperiana, huyendo talvez de algún cruel Montesco, o un vengativo Capuleto, agraviados por su pasión juvenil.
La música sonaba dentro de su mente, donde estos recuerdos se iban formando.
Sus manos, entrelazadas sobre el regazo, se empuñaron, delicadamente; y es que le parecía sentir el calor de aquella cintura adolescente entre ellas.
El calor de ese dulce aliento sobre su rostro, aquella sonrisa, mientras danzaban un vals invisible que de cierta manera les marcó la vida.
Sonrió levemente, mientras observaba los inevitables movimientos rítmicos de la rubia frente a sí, y las pecas de sus hombros parecían bailar para él. Incitándolo, llamándolo a que las contabilizara lentamente, beso a beso.
Se puso de pie, y sin hacer sonido gracias a la alfombra, se acercó paso a paso hasta estar detrás de ella, los destellos de sus rizos dorados, refractando la luz que llenaba el salón, lo hipnotizaban.
El aroma de su blanca y pecosa piel, lo envolvía. Aroma a flores, a frutas de estación.
Aquel aroma a rosas.
-----------------
La pianista detuvo su ejercicio al notar la presencia de su maestro detrás de ella.
Ese perfume varonil, que la envolvía cuando lo tenía cerca, esa sensualidad masculina que despedía de manera natural.
Ese magnetismo, que le hacía acelerar el pulso con su presencia.
Tenerlo cerca, siempre hacía que en la joven rubia despertaran deseos y sensaciones que, a decir verdad, nunca había sentido con nadie más que con él.
Se volteó lentamente y levantó el rostro, para mirarlo desde donde estaba sentada. ¡Cómo es que este hombre podía ser tan hermoso!
¡Cómo es que podía ponerse así, de pie frente a ella, sin notar cómo cada uno de los poros de su piel se erizaba con su sola cercanía!
No, él lo sabía; ella estaba segura de que él lo sabía. No hay manera de que un hombre como él no sepa lo que provoca en las mujeres; lo que provocaba en ella.
Con aquel pecho ancho que invita al abrazo, aquel rostro anguloso que parece esculpido, aquella plata en las sienes que lo hacían todavía más atractivo que cuando era más joven; y esos ojos ¡Ah sí! Esos dos zafiros que miran con la potencia de un mar embravecido…
Ella siempre se quedaba presa de ellos cuando la miraba como la estaba mirando ahora.
----------------
Cuando la vio voltear hacia él, quiso arrojarse sobre ella, tomarla salvajemente por la cintura; besarla apasionadamente. Pero no lo hizo.
Se quedó mirando, desde su altura, aquel rostro hermoso y juvenil, aquel cuello de cisne, ese pecho blanco como la leche, salpicado de delicadas pecas que parecían guiar un camino hacia el nacimiento de sus pechos que se asomaban levemente por el escote.
Sus ojos se posaron en los de la muchacha que, anhelante, lo miraba; y fue entonces como despertar de un sueño; cuando, cual si fuera en un espejo, logró verse a sí mismo en el diáfano cristalino de esos ojos, celestes como el cielo...
Entonces fue como si alguien explotara la burbuja de fantasía en la que se hubiera encerrado.
Esos ojos, que no eran verdes, que no eran los de ella… Los del amor de su vida.
Sintió que había estado a punto a de cometer una locura, bajó la mirada y lentamente, se retiró de la adolecente que se quedó con la sonrisa congelada, sabiendo que, sea cual sea el embrujo que provocaba que su maestro de piano la mirara así en ocasiones, esta vez también se había roto, sin cumplirse su deseo de ser besada, por primera vez, por aquel hombre al que en secreto amaba y admiraba.
El maestro decidió que no volvería a impartir su clase y así se lo comunicó a los padres.
Su clase había llegado al límite de su conocimiento; ella había avanzado mucho en poco tiempo pero aún tenía mucho por aprender, sin embargo ya él no podría continuar educándola; tenía otros proyectos, otras cosas que estaban llamando su atención.
Ya los comunicaría con algún colega más experimentado, que pudiera enseñarle a la joven lo que él ya no le podía entregar… Pretextos.
Meros pretextos para cubrir el hecho de que, si continuaba un día más cerca de ella, terminaría cometiendo alguna estupidez, de la que ni siquiera podría hacerse responsable.
Porque se había jurado a sí mismo que jamás volvería a encadenar su vida a una mujer que no amara, y mucho menos por un error. ¡Nunca más!
Por eso vivía como lo hacía; por eso había abandonado su carrera hace tantos años; para que nadie diera con él. Para que nadie lo conociera, para que nadie le recordara ese pasado, que él mismo no lograba olvidar.
Había encontrado en su talento en el piano, el modo de subsistencia impartiendo clases particulares; en su bien educado francés, la oportunidad de empezar de cero en un país donde nadie lo conociera.
No le había ido mal, tenía una vida digna y tranquila, aunque no fuera la que había soñado.
Pero lo prefería así, a tener que vivir encadenado a una roca que pesaba demasiado... y la tentación, demasiado cercana, del deseo frustrado.
Salió de aquella mansión provenzana, sin mirar atrás, sin darse cuenta que, desde el ancho ventanal del salón de música, la graciosa adolescente pecosa de rizada cabellera rubia, lloraba amargamente su partida.
¡Qué había hecho mal! ¿Era su culpa? ¿Había hecho algo que lo ofendiera?
“¡No se vaya Professeur Grandchester! Por favor… si usted supiera…”
Pero él no sabía, y si sabía no quería darse por enterado.
No volvería más, esa había sido su última lección de piano.
Fin.
QUIERO AGRADECER A MI BUENA AMIGA POLLIFRODI (Jeanette Loayza) POR SU COLABORACIÓN CON LA HERMOSA EDICIÓN DE LA JOVEN RUBIA EN EL PIANO ¡¡GRACIAS POLLO ERES UN 7,5!!
- ¡Ya no te pongas dramática y postea!
- ¡Uiiiiiishh! ¡Pollifrodi no seas metiche!
- Es que estás ahí nomás perdiendo el tiempo, poniéndote moños y...
- ¡No son "moños"! Es mi rango en el Monasterryo, es un honor ser novicia.
- ¿Y mi rango cuál es?
- Tú no tienes ¡Eres un Pollo emplumado!
- ¡Pero soy un Pollo emplumado muy lindo! Anda, también di algo bonito de mí, no seas mala.
- ¡No me estés zarandeando que me arrugas la túnica! Ya ya... déjame pensar...
... Y en colaboración con la talentosa POLLIFRODI (Jeanette Loayza) en la edición de imágen; les presentamos:
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LA ÚLTIMA LECCIÓN
En el amplio salón, donde desde un ventanal entraba a raudales la luz del sol de primavera; él se deleitaba escuchando la interpretación de la joven rubia.
Sentado en una elegante y cómoda butaca, dejaba que las notas llegaran a él y le acariciaran el oído.
No era una perfecta ejecutante, había avanzado muchísimo en pocos meses pero todavía tenía mucho que aprender; había demostrado que contaba con las ganas necesarias, y él estaba dispuesto a seguir educándola.
Sus ojos verdiazules, se deleitaban con la cadencia de la ondulada melena rubia de la joven que tocaba, de espaldas a él.
Con su mirada recorrió los hombros blanquísimos, los delicados brazos, y la porción descubierta de la espalda ¡llena de pecas!
La nostalgia lo invadió un momento.
Ya no supo si por la música, por la luz que, desde el ventanal, envolvía el salón; o por el agradable clima primaveral… Todo siempre se confabulaba.
Se vio a sí mismo, tomado de la mano del amor de su vida, corriendo colina arriba, vestidos de Romeo y Julieta; como si fueran los mismos de la legendaria historia shakesperiana, huyendo talvez de algún cruel Montesco, o un vengativo Capuleto, agraviados por su pasión juvenil.
La música sonaba dentro de su mente, donde estos recuerdos se iban formando.
Sus manos, entrelazadas sobre el regazo, se empuñaron, delicadamente; y es que le parecía sentir el calor de aquella cintura adolescente entre ellas.
El calor de ese dulce aliento sobre su rostro, aquella sonrisa, mientras danzaban un vals invisible que de cierta manera les marcó la vida.
Sonrió levemente, mientras observaba los inevitables movimientos rítmicos de la rubia frente a sí, y las pecas de sus hombros parecían bailar para él. Incitándolo, llamándolo a que las contabilizara lentamente, beso a beso.
Se puso de pie, y sin hacer sonido gracias a la alfombra, se acercó paso a paso hasta estar detrás de ella, los destellos de sus rizos dorados, refractando la luz que llenaba el salón, lo hipnotizaban.
El aroma de su blanca y pecosa piel, lo envolvía. Aroma a flores, a frutas de estación.
Aquel aroma a rosas.
-----------------
La pianista detuvo su ejercicio al notar la presencia de su maestro detrás de ella.
Ese perfume varonil, que la envolvía cuando lo tenía cerca, esa sensualidad masculina que despedía de manera natural.
Ese magnetismo, que le hacía acelerar el pulso con su presencia.
Tenerlo cerca, siempre hacía que en la joven rubia despertaran deseos y sensaciones que, a decir verdad, nunca había sentido con nadie más que con él.
Se volteó lentamente y levantó el rostro, para mirarlo desde donde estaba sentada. ¡Cómo es que este hombre podía ser tan hermoso!
¡Cómo es que podía ponerse así, de pie frente a ella, sin notar cómo cada uno de los poros de su piel se erizaba con su sola cercanía!
No, él lo sabía; ella estaba segura de que él lo sabía. No hay manera de que un hombre como él no sepa lo que provoca en las mujeres; lo que provocaba en ella.
Con aquel pecho ancho que invita al abrazo, aquel rostro anguloso que parece esculpido, aquella plata en las sienes que lo hacían todavía más atractivo que cuando era más joven; y esos ojos ¡Ah sí! Esos dos zafiros que miran con la potencia de un mar embravecido…
Ella siempre se quedaba presa de ellos cuando la miraba como la estaba mirando ahora.
----------------
Cuando la vio voltear hacia él, quiso arrojarse sobre ella, tomarla salvajemente por la cintura; besarla apasionadamente. Pero no lo hizo.
Se quedó mirando, desde su altura, aquel rostro hermoso y juvenil, aquel cuello de cisne, ese pecho blanco como la leche, salpicado de delicadas pecas que parecían guiar un camino hacia el nacimiento de sus pechos que se asomaban levemente por el escote.
Sus ojos se posaron en los de la muchacha que, anhelante, lo miraba; y fue entonces como despertar de un sueño; cuando, cual si fuera en un espejo, logró verse a sí mismo en el diáfano cristalino de esos ojos, celestes como el cielo...
Entonces fue como si alguien explotara la burbuja de fantasía en la que se hubiera encerrado.
Esos ojos, que no eran verdes, que no eran los de ella… Los del amor de su vida.
Sintió que había estado a punto a de cometer una locura, bajó la mirada y lentamente, se retiró de la adolecente que se quedó con la sonrisa congelada, sabiendo que, sea cual sea el embrujo que provocaba que su maestro de piano la mirara así en ocasiones, esta vez también se había roto, sin cumplirse su deseo de ser besada, por primera vez, por aquel hombre al que en secreto amaba y admiraba.
El maestro decidió que no volvería a impartir su clase y así se lo comunicó a los padres.
Su clase había llegado al límite de su conocimiento; ella había avanzado mucho en poco tiempo pero aún tenía mucho por aprender, sin embargo ya él no podría continuar educándola; tenía otros proyectos, otras cosas que estaban llamando su atención.
Ya los comunicaría con algún colega más experimentado, que pudiera enseñarle a la joven lo que él ya no le podía entregar… Pretextos.
Meros pretextos para cubrir el hecho de que, si continuaba un día más cerca de ella, terminaría cometiendo alguna estupidez, de la que ni siquiera podría hacerse responsable.
Porque se había jurado a sí mismo que jamás volvería a encadenar su vida a una mujer que no amara, y mucho menos por un error. ¡Nunca más!
Por eso vivía como lo hacía; por eso había abandonado su carrera hace tantos años; para que nadie diera con él. Para que nadie lo conociera, para que nadie le recordara ese pasado, que él mismo no lograba olvidar.
Había encontrado en su talento en el piano, el modo de subsistencia impartiendo clases particulares; en su bien educado francés, la oportunidad de empezar de cero en un país donde nadie lo conociera.
No le había ido mal, tenía una vida digna y tranquila, aunque no fuera la que había soñado.
Pero lo prefería así, a tener que vivir encadenado a una roca que pesaba demasiado... y la tentación, demasiado cercana, del deseo frustrado.
Salió de aquella mansión provenzana, sin mirar atrás, sin darse cuenta que, desde el ancho ventanal del salón de música, la graciosa adolescente pecosa de rizada cabellera rubia, lloraba amargamente su partida.
¡Qué había hecho mal! ¿Era su culpa? ¿Había hecho algo que lo ofendiera?
“¡No se vaya Professeur Grandchester! Por favor… si usted supiera…”
Pero él no sabía, y si sabía no quería darse por enterado.
No volvería más, esa había sido su última lección de piano.
Fin.
QUIERO AGRADECER A MI BUENA AMIGA POLLIFRODI (Jeanette Loayza) POR SU COLABORACIÓN CON LA HERMOSA EDICIÓN DE LA JOVEN RUBIA EN EL PIANO ¡¡GRACIAS POLLO ERES UN 7,5!!