Legados de Sangre
Escrito realizado por: Anialeen82 & Saadesa
Capitulo cinco
En segundos el “jeep” se había impactado contra la gran montaña. Albert, había replegado su espada contra el asiendo, tal y como se le habían enseñado en la academia de conducción. Pero el impacto había sido más fuerte, que el tensor que mantenía en el cuerpo. Sin poderlo evitarlo, el cuerpo del magnate sufrió un implacable sacudón y su frente se impactó contra el volante.
La bolsa de aire no se abrió, así que no tuvo la protección para aminorar el golpe. Recibiendo en seco el impacto en su frente. Al instante, Albert perdió el conocimiento.
Después de un tiempo él, abrió sus ojos aun se encontraba aturdido. No podía enfocar bien su mirada, la desestabilizada visión que mantenía se lo impedía y la oscuridad de la noche no le ayuda en nada – ¿cuánto tiempo habrá pasado? – se preguntaba, mientras masajeaba su adolorida frente.
El camino para la casa de Ayira, se le difuminaba entre, Los senderos eran casi imperceptibles entre la oscuridad. Solo la escasa luz de la luna, le acompañaba en esos momentos. Bajo de “Jeep” necesitaba cerciorarse que su cuerpo, no hubiese sufrido mas que el simple golpe en su cuerpo. Sus movientes mantenían la cognición adecuada y no sentía mas dolor que el de su cabeza.
Se guió a la parte delantera del carro. Solo había unos mínimos dobleces, en las protecciones metálicas del auto. Se condujo hacia la parte trasera del vehículo, su mirada se enfocó en lo alto de las nubes. Deslumbrado se quedó, al mirar tan bello cielo azul lleno de estrellas, como jamás nunca sus ojos; había podido visualizar la magnitud de la luna, que cercana se sentía a ella. Diferentes tonalidades se entremezclaban entre, el negro de las nubes con el azulado resplandor de astro.
Respiro alivio, al mirar que no había rastro alguno de, haberle hecho daño a la cebra, que se había cruzado en camino. Volvió su vista al mágico cielo que, lo acompañaría hasta la casa donde se hospedaba – que corto es el instante que te regala la vida antes de morir. Yo apenas y pude distinguir el bello rostro de mi pequeña y el de… ¡Ayira! – el aun aturdimiento que mantenía, lo llevo a justificar el que Ayira, viniera a su pensamiento; encontrándose a milésimas de morir.
Vaya que se había enamorada del resplandor de esa bella luna. Como ansiaba ser uno de los romeros de aquellos altos monte, que tal vez le pudiesen besar; mientras las estrellas se distraen, con algunas cuantas despistadas, que tropieza a su paso, cayendo como mágicos luceros fugases; dejando tras ellas un camino lleno de destellos.
Renuente a dejar de admirad ese bello panorama, subió al “Jeep” y lo echo en marcha. Por el retrovisor, pudo visualizar un par de inquietantes e iluminantes destellos, que lo miraban desde una distancia prudente [Luciérnaga] pensó. Pero al ver, como de entre la maleza se movía un hermoso pelaje: color pardo amarillento, el cual se podía camuflaje con la oscuridad, gracias a sus rosales negros que emanan entre su pastizal de oro, llamo su atención.
Apago el motor del “Jeep” y quito el freno. La camioneta se deslizo suavemente por el asfalto, logrando acomodarla a un lado del camino. Zapeo del “Jeep” y sigilosamente se adentro en la oscuridad del bosque, tomando rumbo por donde veía moverse con delicadeza, aquel fino pastizal.
De vez en vez, aquellos felinos y bellos ojos, viraban hacia él, con un suave ronroneo lo invitaban a seguir. Albert, poseído por una valentía inhumana, no cortaba sus pasos… no retrocedía…, ni los estruendosos relámpagos que anunciaban la llegada de la lluvia, lo hacían retroceder.
“La Tribu Maasai” se estremeció al escuchar, como desde lo más alto de la montaña de Kenia, emanaba un gruñido cargado de furia.
- “La Guerras Floridas” han vuelto a renacer – dijo el “Jefe Abad” –“Ñda ch´ayvu rapéi” (“No hay un camino para mi palabra”)
- “¿Kunasa, Kunasa? - (¿Qué es…, que es…?) los más jóvenes de la tribu. El miedo se le reflejaba en su rostro.
- “¿Kunapachasa? Pulli ch’aohi – (¿Qué será? La planta de la espina) “Él Jefe Abad” sabia el motivo de la furia de aquella bestia. Los legados habían cruzado montañas, destruyendo en sus tierras todo aquel pacto.
****
- Cuídate mucho, hermana – dijo Albert, cortando la vídeo llamada [no le pude decir] se reprochaba Albert, internamente. Ocultar su vida personal no era algo anormal en él, pero esta vez era diferente.
Casi nueve meses ya habían pasado, los proyectos para resguardar la reserva animal, iban a la perfección. En Albert, se había despertado un inexplicable sentimiento. Deseaba proteger a Ayira. Ambos de habían acoplado uno al otro. Se sentía enamorado de ella, de su mundo y de todo lo que la rodeaba.
Albert, subió al “Jeep” y recargo su cabeza en el respaldo del asiento. Entrecerró sus ojos y una bella sonrisa, se pintó en su rostro al recordar: el vigésimo quinto beso que, le había robado a Ayira. El solo hecho de unir sus labios hacia que, la respiración se le cortara y su corazón bailara de alegría.
Sentía conocerla “no” por lo honesta y transparente que Ayira era para él. No… era la sensación de haber vivido con ella, mil vidas y todas rodeadas de bellas golondrinas cantando a su alrededor.
Para él, aún era confuso… “inexplicable” para ser exacto. ¿Por qué en su cuerpo mantenía el cálido olor a Ayira? Todo su ser, se sentía parte de una misma esencia. Olores que dejaban en el deja vu. Instantes opacados en su mente. Silencios en sus palabras que, no se atrevía a preguntar. Estaba consciente de la respuesta. Su subconsciente… escondía las respuestas que, su consiente le exigía.
Pero renuente a romper con la magia del amor. Decidió acallar a su impertinente y sabio consiente. Le mantendría segado, engañado, lo alimentaria de falsas justificaciones y nunca aceptaría ante el… el más bello recuerdo, de su secreto.
- dueño de mi vida. Amare por toda una eternidad – musito apenas audible para él. Con su mirada apuntado al bello sol del atardecer, echo a andar el auto.
Sentía un lleno total en su corazón. No se podía comparar con la satisfacción de sus grandes negociaciones, ese sentimiento solo enardecía su poder. “¡¡NO!!” esta era una pasión que corría por sus venas, tan enardecerte como las brasas de un carbón.
- ¡Hola! - Saludo Albert desde el lumbar de la puerta
- Hola – Ayira regreso el saludo desde su cama.
Él, intento acercarse. Pero ella le indico con un dedo “que no”. El mirara a Ayira echa un ovillo sobre su cama, envuelta en sus mantas y solo iluminada por una lámpara de tenue luz, lo angustiaba en demasía. Hacia una semana que el semblante de la joven, se había tornado demacrado y hoy, se le reflejaba un dolor en su rostro.
El cansancio en el cuerpo de Ayira, se había acrecentado. Albert, tenía la percepción de que, la joven había perdido el entusiasmo, por el proyecto de la reserva. Al igual que el interés por él, que un par de meses atrás le había demostrado, con gran entusiasmo.
[El romance más puro y desinteresado que jamás había tedio, pero del que mas se había enamorado y entregado, como un chico inexperto en plena pubertad. Ahora seria el que, le enseñaría el dolor de un corazón hecho añicos, por no ser correspondido] pensaba Albert, con un pesar melancólico.
En cuanto miro que su hermana paso tras de él, se levantó a toda prisa y fue tras ella.
- Enami… tu hermana… ¿podemos hablar de ella? – dijo Albert y la chica solo asintió con la cabeza – No la veo bien. Esta demasiado decaída
- Ya lo había notado Albert – dijo Enami, ocultando su mirada
- Yo considero, que la debemos llevar a un doctor. Por…
Ayira sintió una fuerte punzada en su vientre, contuvo la respiración. En cuanto sintió que el dolor disminuyo, se condujo al baña. Sentía una fuerte necesidad de ir al inodoro.
Tanto Enami como Albert, se había enfrascado en la conversación, sobre el estado de salud de Ayira, que ningunos de los dos miraron cuando la joven atravesó la sala, para llegar al baño.
Dentro de la oscuridad del baño, se escuchó un fuerte grito, combinado con severo gruñido animal.
Enami y Albert, desforestados se miraron y salieron a toda prisa de la cocina, con dirección al baño. Albert corrió a encender la luz. Ayira se encontraba tirada en el suelo, de entre sus piernas comenzaba a salir liquido blanquecino, mezclado con sangre.
Una de las manos de Ayira, se encontraba sobre su abultado vientre, era como si con ella quisiera hacer un rígido escudo para, proteger lo que palpitaba dentro de ella. El fuerte punzón que sintió en su bajo vientre, hizo que la joven volviera a soltar un grito cargado de dolor. Su mano se deslizo hasta esa parte, donde sentía la dolorosa rigidez de sus músculos.
La lluvia, que horas antes había anunciado su llegada, con estruendosos e iluminantes rayos, comenzó a caer. No era una suave y relajante llovizna. “¡NO!” era una fuerte tormenta, con severos ventarrones, que atemorizaban asta los mismos romeros del valle y hacían crujir las chozas de los aldeanos.
La tormenta se estaba transformando a un desastroso diluvio, acompañado de la fuerza de su vendaval, amenazaba con hacer crecer los ríos. Dejando incomunicada la aldea, como ya hacia cientos de años atrás.
- ¿¡Qué te sude Ayira!? – Enami, no comprendía como es que su hermana, tenía los síntomas de una mujer a punto de dar a luz.
Albert, con paso apresurado se posiciono a un lado de la joven, ella que se estremecía por el intenso dolor que le causaban las contracciones
- Tranquila hermosa. Serás valiente y me ayudaras – dijo Albert, y movió el cuerpo de Ayira, dejándola boca arriba. Con suavidad retiro la mano la mano de la joven, ella misma se apretaba con fuerza su cadera.
- ¡¡No!! – dijo ella al momento de soltar su cadera – se me partirá en dos. Albert, ¡¡por favor!! Ella que siempre había dado fe de su buena salud y su valentía para afrontar la vida. Ahora, solo se sentía como un pesado trozo de carne, tan doliente y magullada.
La naturaleza del cuerpo de la mujer es sabia y si la mezclamos con un puro “Mestizaje” los instintos animales se despiertan. Creando una energía cósmica, que alumbrando el camino de ese peque ser, que llega a cambiar todo pacto. Donde seres inocentes se dan a la orden una ofrenda.
El cuerpo de Ayira, no estaba listo para sentir ese dolo que, la tenia al limite de la ferocidad
Albert dijo a Ayira: “hermosa, voy a contar uno, dos, tres… tu inhalaras y exhalaras. Llegando a tres, pujaras tan fuerte como puedas. No tardara la cabecita ya es visible. Vamos cariño uno… dos… tres… ¡empuja cariño!...
La bolsa de aire no se abrió, así que no tuvo la protección para aminorar el golpe. Recibiendo en seco el impacto en su frente. Al instante, Albert perdió el conocimiento.
Después de un tiempo él, abrió sus ojos aun se encontraba aturdido. No podía enfocar bien su mirada, la desestabilizada visión que mantenía se lo impedía y la oscuridad de la noche no le ayuda en nada – ¿cuánto tiempo habrá pasado? – se preguntaba, mientras masajeaba su adolorida frente.
El camino para la casa de Ayira, se le difuminaba entre, Los senderos eran casi imperceptibles entre la oscuridad. Solo la escasa luz de la luna, le acompañaba en esos momentos. Bajo de “Jeep” necesitaba cerciorarse que su cuerpo, no hubiese sufrido mas que el simple golpe en su cuerpo. Sus movientes mantenían la cognición adecuada y no sentía mas dolor que el de su cabeza.
Se guió a la parte delantera del carro. Solo había unos mínimos dobleces, en las protecciones metálicas del auto. Se condujo hacia la parte trasera del vehículo, su mirada se enfocó en lo alto de las nubes. Deslumbrado se quedó, al mirar tan bello cielo azul lleno de estrellas, como jamás nunca sus ojos; había podido visualizar la magnitud de la luna, que cercana se sentía a ella. Diferentes tonalidades se entremezclaban entre, el negro de las nubes con el azulado resplandor de astro.
Respiro alivio, al mirar que no había rastro alguno de, haberle hecho daño a la cebra, que se había cruzado en camino. Volvió su vista al mágico cielo que, lo acompañaría hasta la casa donde se hospedaba – que corto es el instante que te regala la vida antes de morir. Yo apenas y pude distinguir el bello rostro de mi pequeña y el de… ¡Ayira! – el aun aturdimiento que mantenía, lo llevo a justificar el que Ayira, viniera a su pensamiento; encontrándose a milésimas de morir.
Vaya que se había enamorada del resplandor de esa bella luna. Como ansiaba ser uno de los romeros de aquellos altos monte, que tal vez le pudiesen besar; mientras las estrellas se distraen, con algunas cuantas despistadas, que tropieza a su paso, cayendo como mágicos luceros fugases; dejando tras ellas un camino lleno de destellos.
Renuente a dejar de admirad ese bello panorama, subió al “Jeep” y lo echo en marcha. Por el retrovisor, pudo visualizar un par de inquietantes e iluminantes destellos, que lo miraban desde una distancia prudente [Luciérnaga] pensó. Pero al ver, como de entre la maleza se movía un hermoso pelaje: color pardo amarillento, el cual se podía camuflaje con la oscuridad, gracias a sus rosales negros que emanan entre su pastizal de oro, llamo su atención.
Apago el motor del “Jeep” y quito el freno. La camioneta se deslizo suavemente por el asfalto, logrando acomodarla a un lado del camino. Zapeo del “Jeep” y sigilosamente se adentro en la oscuridad del bosque, tomando rumbo por donde veía moverse con delicadeza, aquel fino pastizal.
De vez en vez, aquellos felinos y bellos ojos, viraban hacia él, con un suave ronroneo lo invitaban a seguir. Albert, poseído por una valentía inhumana, no cortaba sus pasos… no retrocedía…, ni los estruendosos relámpagos que anunciaban la llegada de la lluvia, lo hacían retroceder.
“La Tribu Maasai” se estremeció al escuchar, como desde lo más alto de la montaña de Kenia, emanaba un gruñido cargado de furia.
- “La Guerras Floridas” han vuelto a renacer – dijo el “Jefe Abad” –“Ñda ch´ayvu rapéi” (“No hay un camino para mi palabra”)
- “¿Kunasa, Kunasa? - (¿Qué es…, que es…?) los más jóvenes de la tribu. El miedo se le reflejaba en su rostro.
- “¿Kunapachasa? Pulli ch’aohi – (¿Qué será? La planta de la espina) “Él Jefe Abad” sabia el motivo de la furia de aquella bestia. Los legados habían cruzado montañas, destruyendo en sus tierras todo aquel pacto.
****
- Cuídate mucho, hermana – dijo Albert, cortando la vídeo llamada [no le pude decir] se reprochaba Albert, internamente. Ocultar su vida personal no era algo anormal en él, pero esta vez era diferente.
Casi nueve meses ya habían pasado, los proyectos para resguardar la reserva animal, iban a la perfección. En Albert, se había despertado un inexplicable sentimiento. Deseaba proteger a Ayira. Ambos de habían acoplado uno al otro. Se sentía enamorado de ella, de su mundo y de todo lo que la rodeaba.
Albert, subió al “Jeep” y recargo su cabeza en el respaldo del asiento. Entrecerró sus ojos y una bella sonrisa, se pintó en su rostro al recordar: el vigésimo quinto beso que, le había robado a Ayira. El solo hecho de unir sus labios hacia que, la respiración se le cortara y su corazón bailara de alegría.
Sentía conocerla “no” por lo honesta y transparente que Ayira era para él. No… era la sensación de haber vivido con ella, mil vidas y todas rodeadas de bellas golondrinas cantando a su alrededor.
Para él, aún era confuso… “inexplicable” para ser exacto. ¿Por qué en su cuerpo mantenía el cálido olor a Ayira? Todo su ser, se sentía parte de una misma esencia. Olores que dejaban en el deja vu. Instantes opacados en su mente. Silencios en sus palabras que, no se atrevía a preguntar. Estaba consciente de la respuesta. Su subconsciente… escondía las respuestas que, su consiente le exigía.
Pero renuente a romper con la magia del amor. Decidió acallar a su impertinente y sabio consiente. Le mantendría segado, engañado, lo alimentaria de falsas justificaciones y nunca aceptaría ante el… el más bello recuerdo, de su secreto.
- dueño de mi vida. Amare por toda una eternidad – musito apenas audible para él. Con su mirada apuntado al bello sol del atardecer, echo a andar el auto.
Sentía un lleno total en su corazón. No se podía comparar con la satisfacción de sus grandes negociaciones, ese sentimiento solo enardecía su poder. “¡¡NO!!” esta era una pasión que corría por sus venas, tan enardecerte como las brasas de un carbón.
- ¡Hola! - Saludo Albert desde el lumbar de la puerta
- Hola – Ayira regreso el saludo desde su cama.
Él, intento acercarse. Pero ella le indico con un dedo “que no”. El mirara a Ayira echa un ovillo sobre su cama, envuelta en sus mantas y solo iluminada por una lámpara de tenue luz, lo angustiaba en demasía. Hacia una semana que el semblante de la joven, se había tornado demacrado y hoy, se le reflejaba un dolor en su rostro.
El cansancio en el cuerpo de Ayira, se había acrecentado. Albert, tenía la percepción de que, la joven había perdido el entusiasmo, por el proyecto de la reserva. Al igual que el interés por él, que un par de meses atrás le había demostrado, con gran entusiasmo.
[El romance más puro y desinteresado que jamás había tedio, pero del que mas se había enamorado y entregado, como un chico inexperto en plena pubertad. Ahora seria el que, le enseñaría el dolor de un corazón hecho añicos, por no ser correspondido] pensaba Albert, con un pesar melancólico.
En cuanto miro que su hermana paso tras de él, se levantó a toda prisa y fue tras ella.
- Enami… tu hermana… ¿podemos hablar de ella? – dijo Albert y la chica solo asintió con la cabeza – No la veo bien. Esta demasiado decaída
- Ya lo había notado Albert – dijo Enami, ocultando su mirada
- Yo considero, que la debemos llevar a un doctor. Por…
Ayira sintió una fuerte punzada en su vientre, contuvo la respiración. En cuanto sintió que el dolor disminuyo, se condujo al baña. Sentía una fuerte necesidad de ir al inodoro.
Tanto Enami como Albert, se había enfrascado en la conversación, sobre el estado de salud de Ayira, que ningunos de los dos miraron cuando la joven atravesó la sala, para llegar al baño.
Dentro de la oscuridad del baño, se escuchó un fuerte grito, combinado con severo gruñido animal.
Enami y Albert, desforestados se miraron y salieron a toda prisa de la cocina, con dirección al baño. Albert corrió a encender la luz. Ayira se encontraba tirada en el suelo, de entre sus piernas comenzaba a salir liquido blanquecino, mezclado con sangre.
Una de las manos de Ayira, se encontraba sobre su abultado vientre, era como si con ella quisiera hacer un rígido escudo para, proteger lo que palpitaba dentro de ella. El fuerte punzón que sintió en su bajo vientre, hizo que la joven volviera a soltar un grito cargado de dolor. Su mano se deslizo hasta esa parte, donde sentía la dolorosa rigidez de sus músculos.
La lluvia, que horas antes había anunciado su llegada, con estruendosos e iluminantes rayos, comenzó a caer. No era una suave y relajante llovizna. “¡NO!” era una fuerte tormenta, con severos ventarrones, que atemorizaban asta los mismos romeros del valle y hacían crujir las chozas de los aldeanos.
La tormenta se estaba transformando a un desastroso diluvio, acompañado de la fuerza de su vendaval, amenazaba con hacer crecer los ríos. Dejando incomunicada la aldea, como ya hacia cientos de años atrás.
- ¿¡Qué te sude Ayira!? – Enami, no comprendía como es que su hermana, tenía los síntomas de una mujer a punto de dar a luz.
Albert, con paso apresurado se posiciono a un lado de la joven, ella que se estremecía por el intenso dolor que le causaban las contracciones
- Tranquila hermosa. Serás valiente y me ayudaras – dijo Albert, y movió el cuerpo de Ayira, dejándola boca arriba. Con suavidad retiro la mano la mano de la joven, ella misma se apretaba con fuerza su cadera.
- ¡¡No!! – dijo ella al momento de soltar su cadera – se me partirá en dos. Albert, ¡¡por favor!! Ella que siempre había dado fe de su buena salud y su valentía para afrontar la vida. Ahora, solo se sentía como un pesado trozo de carne, tan doliente y magullada.
La naturaleza del cuerpo de la mujer es sabia y si la mezclamos con un puro “Mestizaje” los instintos animales se despiertan. Creando una energía cósmica, que alumbrando el camino de ese peque ser, que llega a cambiar todo pacto. Donde seres inocentes se dan a la orden una ofrenda.
El cuerpo de Ayira, no estaba listo para sentir ese dolo que, la tenia al limite de la ferocidad
Albert dijo a Ayira: “hermosa, voy a contar uno, dos, tres… tu inhalaras y exhalaras. Llegando a tres, pujaras tan fuerte como puedas. No tardara la cabecita ya es visible. Vamos cariño uno… dos… tres… ¡empuja cariño!...
Continuara...