POR YURIKO YOKINAWA
Aquel chico meticuloso con su porte y elegancia se había perdido, ahora lucía una incipiente barba, sus ojerosos ojos provocados por las noches de insomnio revelaba que vivía el recuerdo de dos amores, el cual, uno de ellos deseaba recuperar, pero la dueña de sus pensamientos ya no quería darle una segunda oportunidad y todo, por ser un completo idiota.
Albert le había aconsejado que no se ilusionara con su prima adoptiva, más, sin embargo, el joven Conrwell mal interpretó sus palabras: -Lo que sucede es que la quieres para ti. - Le dijo retadoramente. -Entonces, asume las consecuencias de tus actos, no hay peor ciego que no quiera ver ni sordo que no quiera escuchar. Suerte en tu nueva campaña de conquista. - Con toda serenidad le contestó a su sobrino, no quería verlo sufrir, pero si era la única forma de que se diera cuenta que estaba cometiendo un error lo dejaría equivocarse para que aprendiera la lección. Lo sentía también por Annie, pero a la vez se alegraba, ella no merecía estar con alguien que no la valoraba ni tantito.
Animado se dirigió a las tiendas de prestigio a las que frecuentaba y compró ropa de diversas tallas y modelos para bebés, niños, perfumes para las buenas mujeres del orfanato y un diario para que Candy escribiera de ahora en adelante lo que sería los inicios de su nuevo amor, también, no podía faltar los libros para colorear y sus respectivas pinturas para que los niños se entretuvieran cuando él la fuera a visitar. Imaginaba que ella en un futuro lo aceptaría, así que apostó toda su seguridad y el amor incondicional de su actual novia, porque, si la rubia lo rechazaba Annie siempre estaría dispuesta a perdonarlo y a recibirlo con los brazos abiertos.
Debía hacer las cosas correctamente, ante todo era un caballero y no era un don Juan cómo para jugar con los sentimientos de las dos, así que fue a la residencia Britter a darle fin a un noviazgo de varios años. Llamó por teléfono para concertar una cita para decirle algo importante. Él la visitaba ciertos días con horarios establecidos, por lo tanto, la pelinegra creyó que al fin llegaría ese momento tan soñado. Entusiasmada buscó a su madre para informarle lo que acontecería. Entre las dos escogieron su vestido y accesorios. La señora Britter se encargó personalmente de ayudarla con el arreglo de su única hija. El suave maquillaje resaltaba su timidez e inocencia. Mandó a preparar los platillos favoritos de su casi segundo hijo y acondicionó la estancia de visitas con rosas y tulipanes para que el momento fuera más emotivo e inolvidable. La propuesta de matrimonio debía ser perfecto, ellos lo merecían, sobre todo, su hija.
Archibald Conrwell llegó puntual a la mansión Britter. El aroma de las flores inundó su olfato, se preguntaba si tendrían alguna visita en particular, conocía de antemano que la familia de Annie arreglaba con esmero el lugar cuando tenían invitados. Una rosa caída cubría el rostro sonriente de ellos, con cuidado intentó retirar la flor tomándolo por el tallo, no pudo evitar espinarse ocasionando que accidentalmente cayera el portarretrato al suelo. Maldijo por una segunda vez antes de levantar los vidrios fragmentados.
-Hola Archie, disculpa la demora, espero no haberte hecho esperar tanto. – La recatada sonrisa se desvaneció por su rostro por uno de preocupación, Archibald no se volteó ni siquiera a mirarla, parecía que era más importante lo que sucedía en el jardín. Con sus manos dentro de las bolsas del pantalón le dijo: -Salgamos de aquí, siento que me ahogo, necesito hablar contigo. - La intuición de la pelinegra le indicaba que no era para nada bueno la visita de su novio. Trató de guardar la calma, con la mirada buscó la fotografía de ellos pero estaba boca abajo, para la chica era como un amuleto el cual, podía mirar por horas en sus ratos de suspiros amorosos cada que bordaba pañuelos con las iniciales de él.
Annie ya no quiso seguir caminando, ahora era ella la que se ahogaba entre los rosales de su jardín. -Archie, será mejor que nos sentemos aquí, imagino que lo importante que me tienes que decir ya no puede esperar. – Segura de sí misma esperó que él le tomara la palabra pero no lo hizo. -Dime, muero por saber. - -Annie, sabes que te aprecio y que te quiero, pero lo nuestro no puede seguir siendo. – Sintió desfallecer, no tuvo el tacto para decirle que luego de todos estos años apenas se había dado cuenta que la quería pero que no la amaba. Un nudo se le hizo en la garganta, no quería mostrar su vulnerabilidad emocional pero no lo logró, torrenciales lágrimas se escurrían por sus mejillas. No necesitaba explicaciones y él no se las daría, había sido demasiado claro y contundente. Tiraba a la borda una relación de muchos años, de comprensión, paciencia para conquistar su cariño, de un amor que nunca existió.
Ella lo amaba, era evidente, pero algo había aprendido de Archie y eso era tener amor propio, pero antes de darle su libertad le haría una sola pregunta y, con base en su respuesta le haría saber algunos de sus deseos. Con palabras entrecortadas lo cuestionó: - ¿Es …por… ella, verdad? No.. la has… olvidado. – El rubio de ojos color miel fue sincero. - Annie, sería un mentiroso si te dijera lo contario. Me enamoré de Candy desde que la vi por primera vez y ahora que Granchester está lejos de su vida quiero…- - ¡Cállate por favor! No quería escuchar más. Debía aguantar, solo quería confirmar su sospecha. -Archie, está bien, acepto darte tu libertad, no hay nada que nos una y no tenemos mucho qué perder, solo daremos de qué hablar por un tiempo. Solo quiero decirte que Candy no te dará el amor que te di, las alegrías que compartimos, no estará a tu lado cuando la necesites, jamás te esperará, al contrario, tú lo harás, no escuchará las veces que le hables de amor porque su corazón pertenece a Terry y a todo pronóstico y sin temor a equivocarme, ella vive de su recuerdo aunque le duela, porque eso es Archie, el amor duele, no solo son mariposas en el estómago. No importa con quien rehace su vida, para Candy su universo será él hasta el final de sus días. –
Para Archie, las palabras de la que pensaba era una tímida y miedosa era producto de la envidia que le tenía aún a pesar de llamarla hermana de cuna. Se sintió ofendido y queriendo intimidarla se puso frente a ella. - Tú no sabes nada Annie Britter, no conoces a Candy, ella jamás haría algo así, ella ha estado para todos cuando la necesitamos, te voy a demostrar todo lo contrario, con amor y paciencia haré que me ame y cuando acepte ser mi esposa serás la primera en felicitarnos y no te negarás en ser su dama de honor. - La joven se recompuso, escuchar lo equivocado que estaba le indicaba que tenía una guerra perdida antes de entrar en combate. Nadie más conocía a Candy que ella misma. No deseaba retenerlo, solo quiso advertirle que ella jamás le correspondería.
Annie dio un paso adelante, estaban a unos centímetros cerca uno del otro, se puso de puntillas y levantó su rostro para mirarlo retadoramente y decirle: - Es un hecho Archibald Conrwell, podemos apostar que así será, pero no creo que suceda, pero de mientras…- Le decía entre dientes con toda la rabia que jamás había sentido. – deseo que sufras más de lo que voy a sufrir, que mendigues por ahí amor y calor, que te quiten lo que más quieras, que toda alegría te vuelva la espalda, que nunca consigas ser feliz… - El muchacho se irguió para mostrarse más alto, comenzaba a enojarse, no esperaba esa reacción por parte de ella, si hubiera mostrado ese carácter tendría un concepto diferente y quizá no habría razón para dejarla, para él ella era una conformista que estaba a la merced de todos. La dejó terminar, sería su desahogo y así ambos estarían tranquilos para no hablarse nunca más. – Quiero que sepas que volverás a buscarme y cuando eso pase pasarás las noches en vela, sabrás lo horrible y cruel que es la espera… Quiero… quiero, que duela en tu carne tu propia condena, te he de ver llorando, golpeando mi puerta, y es entonces dónde le pediré a Dios que me dé fuerzas para no abrir. – Amenazaban las lágrimas con volver a aparecer. Aquella joven jamás lloraría ni rogaría por él ni por nadie. Ese fue su adiós y despedida. Con las fuerzas que le quedaban se marchó dejando a su ex amor solo con sus pensamientos.
Esas palabras de profeta se hicieron realidad un año y meses después de que terminó su relación con Annie. No había vuelto a saber de ella. Albert respetó la decisión de su sobrino, y la tía abuela, aunque era una persona demasiado longeva se encontraba fuerte y lúcida como para mostrar su descontento, mil veces era aceptar a una huérfana con clase que a una que ponía en vergüenza a la familia al vivir en medio de la campiña sin aspiración alguna. Los Leagan, sobre todo Neal, le auguraba que solo jugaría con él así cómo le había sucedido. El que no supiera la historia cualquiera se lo compraría, pero no él. Al contrario, daba por hecho que algún día sería correspondido, por mientras, se conformaba con que la rubia hubiera aceptado tratarlo cómo a un pretendiente hasta que le diera una respuesta.
Nunca creyó que el destino le cobraría por partida doble sus acciones, todo por no escuchar consejos y no saber lo que realmente era el amor. Candy jamás lo vio como hombre, le rehuía cuando intentaba hacerle una caricia, nunca estuvieron solos, siempre había un, pero, una ocupación, falta de tiempo, no escuchaba sus palabras de amor, se perdía en la nada, le agradecía sus detalles y regalos para el hogar, pero los que le daba, ella no le prestaba el interés y significado que Annie siempre le ponía. ¡Qué diferencia había entre ellas dos! Entonces, comenzó a extrañarla. Estaba decidido, hablaría seriamente con su prima, le daría un ultimátum, la obligaría a sincerarse de ser necesario, casi dos años pretendiéndola y ella no le daba respuesta alguna. Si le daba una negativa, buscaría a esa mujer que realmente lo amaba para no dejarla nunca más.
Llegaría al hogar de Pony sin previo aviso, no era lo propio en él, pero si se anunciaba podría suceder lo mismo que con Annie, prefería llegar de sorpresa, la primera impresión de ella sería lo más importante para evaluar sus sentimientos hacia con él, pero, para su mala fortuna, él sería el sorprendido. Un automóvil se encontraba estacionado frente al orfanato. Se preguntó quién podría ser, demasiado lujo para ser un posible adoptante. Tocó con cierto nerviosismo, debía descartar que fuera alguien del pasado, si no la había buscado luego del deceso de la que fue su coprotagonista era porque ya no la amaba o porque no le importaba, no había razón para hacerlo ahora. La señorita Pony apoyada en un bastón abrió la puerta, amablemente lo invitó a pasar a tomar chocolate, pero declinó su oferta. Preguntó por Candy, la buena mujer le iba a pedir que era necesario que pasara para hablar sobre la rubia, pero una pequeña niña sin malicia alguna le dijo que se había ido a la colina con un príncipe. Forzó una sonrisa, Archibald Conrwell no sería otro juguete de su colección, a paso veloz se dirigió a la colina para hacerle frente y poner en su lugar al tipo que pretendía robarle sus atenciones.
Subió apresuradamente la colina para encontrarse con una escena que jamás olvidaría… Una pareja de enamorados abrazados luego de una larga separación lloraba haciéndose promesas de amor. No notaron su presencia. Derrotado se marchó del lugar recordando una a una las palabras de Albert y Annie. Se maldijo por ser un tonto. Ahora entendía lo que era el verdadero amor. No se interpondría, no podría hacerse pasar como un novio engañado porque nunca fue nada de ella. Les deseó dicha y felicidad. Ahora, le tocaba enmendar sus errores del pasado, tarde le daba el valor a aquella mujer que esperó para ser correspondida y que injustamente dejó por una ilusión. Volvería por ella, sabía que lo perdonaría.
Ella nunca lo recibió, las veces que se toparon en alguna fiesta lo ignoró, los regalos que le envió los mandó a regresar y las rosas terminaban en el cesto de basura. Ya no era aquella tímida y miedosa Annie Britter, era una mujer que había descubierto que valía mucho y que podría hacer lo que deseara si se lo proponía. Todo eso lo logró a los meses luego del rompimiento con Archie, alguien más había llegado a su vida y sin quererlo ni planearlo se enamoraron. La primicia de su compromiso lo dieron a conocer en la boda de Candy y Terry, ya no quería seguir ocultando su amor. El rubio de ojos color miel dejó caer su copa de champan ante la inminente noticia. Luego, tomó la palabra la pelinegra. – Hace dos años me presagiaron que sería la dama de honor de Candy, aposté que así sería, tal cual, sería la primera en felicitarla por su enlace, de antemano sabía que esa persona sería Terry, solo necesitaba decidirse para que buscara a mi hermana. Ahora, me toca pedirle que sea mi dama de honor y que su esposo sea nuestro padrino de anillos, tanto a William como a mi nos congratularía que así fuera.- El matrimonio Granchester aceptó inmediatamente. Archie no soportó estar un minuto más en el recinto, salió del lugar aplaudiendo su derrota.
Volvió a Chicago para firmar los documentos que William le había dado para ocupar la gerencia del consorcio en Londres. Era el momento de emigrar cómo aquellas aves que surcan el cielo buscando nuevos horizontes, solo que él no volvería nunca más a las tierras que lo vieron crecer.