CASUALIDADES
En su vida había ido a un lugar tan rural como aquel, odiaba hacerlo pero debía por su hija, por su felicidad y sosiego. No podía creer que había llegado hasta ese lugar después de varios días de viajes tan solo para buscar a la mujer que de alguna forma había salvado a su hija pero al mismo tiempo la había hecho tan infeliz. Sin embargo Susana le había pedido que la buscase, necesitaba hablar con ella, necesitaba que la convenciera de ir a verla puesto que debía no solo pedirle perdón si no pedirle que ayudara a Terry una vez más para que el pudiera ser feliz.
Mucho se había negado Nora Marlowe, para ella las desgracias de Susana tenían que ver con la Srita. White pero con tal de verla tranquila accedió a ir hasta el fin del mundo después de que aquella carta enviada por Susana no había tenido respuesta.
- Bah, seguro ni siquiera llego a sus manos, este lugar está en el fin del mundo. –se dijo mientras bajaba del tren, no era Chicago, no era una gran ciudad, no era siquiera un pueblo decente.
Ella siempre había vivido en Nueva York y aunque no había tenido grandes lujos, a plena vista aquel lugar le parecía pobre y de baja categoría.
Su elegancia contrastaba con las pueblerinas y se sentía un tanto ridícula al haberse arreglado tanto pero al parecer no pasó desapercibida de aquel hombre enorme que se posó frente a ella.
- Mi hermosa dama, le puedo ayudar en algo?
Nora se asustó al ver al sujeto tosco que tenía frente a ella, temió ser asaltada y pego un grito. El hombre se puso nervioso e intento calmarla haciéndole señas de que guardara silencio, él no le haría nada.
- Lo siento, lo siento, conozco a mucha gente de aquí y me pareció que usted viene de otro lado, permítame presentarme soy Víctor Stevens, dueño del rancho Stevens, puede preguntar todos me conocen.
Nora lo vio y pensó que realmente el hombre no se veía como alguien que tuviera dinero, era tosco, rudo y sus ropas… suspiro y trato de tranquilizarse, igual no conocía a nadie y era mejor que ir preguntando en todas partes.
- Así que conoce a todo el mundo aquí.
- Si claro, pregunte y yo mismo la acompañare.
- Busco a la srita. Candy White Andley, vine desde…
- Aaaah, Candy, ah esa chiquilla es casi como mi hija, no se diga más, suba, suba a mi carreta que yo mismo la llevare al hogar de Ponny.
Carreta? La mujer no supo que decir puesto que el hombre ya estaba con las maletas cargadas caminando a zancadas para guiarla. Era una carreta realmente, un armatoste rustico y rudimentario, no tenía ni siquiera un techo o un asiento decente pero el sin preguntarle más la cargo cual muñeca y la subió a la parte trasera sin preguntar más.
Ella se quedó pasmada y no supo que más hacer, se agarró fuertemente y comenzó a sufrir de aquella tortura de caminos de tierra, viento e insectos en el rostro y la plática de aquel sujeto que hablaba de historias sobre Candy y su hijo Tom durante el camino.
Al llegar al hogar la mujer bajo con el estómago sumamente revuelto, el sr. Stevens fue recibido con una algarabía en el lugar, siempre que iba los niños estaban felices de verle, en medio de sus náuseas y mareos la Sra. Marlowe vio algo que simplemente la dejo impactada, en su vida había visto un recibimiento tal, una sonrisa tan sincera y gente tan sencilla como sincera en su actuar.
La hermana María y la Srita. Ponny se asomaron para ver a los visitantes y el hombre camino hasta ellas para saludarlas con su escandalosa voz indicándoles que aquella mujer buscaba a Candy.
- No le pregunte su nombre.
- Nora Marlowe, mucho gusto hermanas.
- Sra. Este hombre tan bruto no sabe tratar con mujeres, debe estar mareada del viaje, vamos, pase, tome algo, usted también Víctor.
Ahí Nora se enteró que Candy había salido por unos días a Chicago, una semana tardaría en volver y para su buena o mala suerte el Sr. Stevens ofreció su casa para hospedarla a pesar de la renuencia de ella a aceptar, las hermanas también contribuyeron de alguna forma a que ella se quedara a esperar ahí, era el mejor lugar y además le servirían unos días de descanso.
Aquel encuentro desde un inicio había cambiado su destino, el llegar a ese Rancho primero le pavoroso, pero después de un par de días empezó a disfrutar la estadía, aquellos sirvientes la empezaron a tratar como la dueña del rancho, tal vez la confundieron como la querida del patrón pero contrario a lo que imagino al inicio eso no le molesto, al tercer día se vio de pronto tomando las riendas y eligiendo la comida o la decoración de su habitación.
- Si no le gusta su cuarto usted pida, aquí se hace lo que sea para que se sienta cómoda. –le dijo Víctor a quien desde que la había visto la mujer le había agradado de sobremanera.
Por las tardes no había día que él no llegara para invitarla a algún paseo, para que conozca mi propiedad, le había dicho, intentando tal vez impresionarla con su dinero y funciono pues la mujer empezó a ver a aquel ranchero de forma diferente, paseaba como una pareja comprometida y reían y disfrutaban juntos de los paseos, ya fuera a pie o a caballo. Él le consiguió ropa cómoda y pantalones, cosa que en su vida ella había usado, le consiguió una yegua que puso a su disposición cuando quisiera y la enseño a montarla y ella cuando llego el momento de conocer a Candy ya había olvidado el motivo de su presencia ahí.
Hizo su tarea, le dijo a Candy que la había llevado ahí, le dio el mensaje de su hija y le pidió volver con ella a Nueva York, todos los gastos correrían por su cuenta (a pesar de no ser ricas habían tomado todas las precauciones) y al momento de partir ella ya extrañaba aquel lugar.
- Puedes volver cuando quieras, trae a tu hija el aire limpio, la naturaleza le hará bien. –le dijo el Sr. Stevens.
Nora asintió y prometió volver pronto, de alguna forma había quedado prendada de aquel hombre pero tener que cuidar a su hija le impedía aceptar de inmediato.
Ella supo que aquel hombre lo decía en serio, pero ella no estaba sola, su hija dependía de ella ahora que se encontraba en aquella silla de ruedas. No se dio cuenta que por un par de semanas su hija se habia podido valer por si misma, con ayuda si, pero prácticamente Susana habia tenido la oportunidad de saber lo que era no depender de ella al menos por esos dias.
Por su parte el sr. Stevens habia tenido oportunidad de conocer una buena esposa en aquel lugar y nunca lo habia hecho porque en realidad no lo habia necesitado, era algo que lo tenia sin cuidado, aunque en esos dias se dio cuenta que una mujer en el rancho habia traido alegría a su vida, cuando ella partio el volvió a sus deberes y ya no se sintio a gusto, el rancho definitivamente le quedaba grande.
Se sentaba en las tardes en la entrada de la puerta a fumar su pipa, a mirar todo aquello que tenia y que habia logrado con esfuerzo y trabajo. De que le servia si al final estaba solo. Era cierto que Tom habia llenado cierto vacio en algun momento de su vida pero ahora su hijo estaba demasiado ocupado para hacerle compañía y a la larga se dio cuenta que no era ese tipo de compañía la que necesitaba.
Cuando ella regreso a Nueva York las cosas le parecieron horribles, la gente, la ciudad, todo para ella había cambiado tanto en tan solo un par de semanas que se sintió acorralada y en soledad. Susana lo noto, su madre nunca le hablaría de lo que pasaba.
No paso ni el mes cuando el se levanto de golpe de aquella mecedora y a zancadas camino hasta el interior para tomar tan solo un par de cambios, sacar un atado de billetes e ir directamente a la estación de tren para ir por ella. No le importo que tuvo que esperar durante la noche en la estación pues el tren salía hasta el dia siguiente, por alguna razón creyo que si se quedaba ahí mas pronto llegaría. Apenas tenia indicio de donde buscarla pero eso no le impediría encontrarla. Efectivamente pronto la encontró, sabia que su hija habia sido actriz asi que fue de teatro en teatro preguntando por ella y cuando al fin encontró alguien que le diera razón de su dirección no dudo en ir. A pesar de la época era raro ver en Nueva York a un hombre de su categoría y su forma golpeada de hablar atemorizaba a unos cuantos.
Aquel día que aquel hombre tosco se presentó en su puerta, Susana entendió que su madre había estado sola demasiado tiempo y que seguramente su mirada taciturna se debía a él. Le parecio un poco descabellado, divertido, pero no imposible.
- Debes ser Susana. Soy Víctor Stevens, vengo por tu madre. –dijo sin reparo, en ese momento Nora salía al recibidor y sin quererlo una sonrisa se dibujó en su rostro y al mismo tiempo se sintio apenada para con su hija.
Fue Susana quien lo hizo pasar, los dejo solos con el pretexto de preparar un te mientras ellos se saludaban, el no tuvo reparo en decirle que debía irse con el, que le ofrecia una vida si no con lujos, al menos comoda para ella y su hija, el pagaría tratamientos, el las cuidaría a ambas.
- Pienselo Nora, le ofrezco matrimonio, ya no somos jóvenes y estar de novios no es lo mio, nada nos lo impide usted es viuda y yo tambien, ya sabemos que es el matrimonio. He estado solo por mucho tiempo y es tiempo de sentar cabeza.
Susana entro con una charola sobre sus piernas sonriendo, habia escuchado esto ultimo y sonreía ampliamente.
- Es lo que le he dicho a mi madre, hay que sentar cabeza, uno no vive de recuerdos y debiera pensar en su futuro, no es lindo envejecer sola.
- Pero te tengo a ti hija, tu me necesitas.
- Y siempre te tendre pero algun dia tendre que casarme. -dijo tratando de convencer a su madre que ella era lo suficientemente fuerte para salir adelante. – si es por mi no te detengas.
- Ves, tu hija lo aprueba. Además ya te lo dije, le hara bien el aire limpio del campo.
- Oh, pero claro, me gustaría yo nunca he salido de la ciudad. –dijo intentando convencer a su madre.
- Bien dicho hija. –dijo sin pensarlo el sr. Stevens, dando por hecho que igual se las llevaría.
No tardo en convencerla, en realidad ella estaba convencida desde que lo vio entrar pero el ser respaldada por su hija la animo a continuar.
Fue una gran boda, una que duro varios días y que jamás olvidarían en los alrededores, de alguna forma Nora Marlowe se adaptó tan bien a aquel hombre que ambos se volvieron inseparables, ella trajo orden a la vida del viejo y el estabilidad a la vida de ella.
Fin
En su vida había ido a un lugar tan rural como aquel, odiaba hacerlo pero debía por su hija, por su felicidad y sosiego. No podía creer que había llegado hasta ese lugar después de varios días de viajes tan solo para buscar a la mujer que de alguna forma había salvado a su hija pero al mismo tiempo la había hecho tan infeliz. Sin embargo Susana le había pedido que la buscase, necesitaba hablar con ella, necesitaba que la convenciera de ir a verla puesto que debía no solo pedirle perdón si no pedirle que ayudara a Terry una vez más para que el pudiera ser feliz.
Mucho se había negado Nora Marlowe, para ella las desgracias de Susana tenían que ver con la Srita. White pero con tal de verla tranquila accedió a ir hasta el fin del mundo después de que aquella carta enviada por Susana no había tenido respuesta.
- Bah, seguro ni siquiera llego a sus manos, este lugar está en el fin del mundo. –se dijo mientras bajaba del tren, no era Chicago, no era una gran ciudad, no era siquiera un pueblo decente.
Ella siempre había vivido en Nueva York y aunque no había tenido grandes lujos, a plena vista aquel lugar le parecía pobre y de baja categoría.
Su elegancia contrastaba con las pueblerinas y se sentía un tanto ridícula al haberse arreglado tanto pero al parecer no pasó desapercibida de aquel hombre enorme que se posó frente a ella.
- Mi hermosa dama, le puedo ayudar en algo?
Nora se asustó al ver al sujeto tosco que tenía frente a ella, temió ser asaltada y pego un grito. El hombre se puso nervioso e intento calmarla haciéndole señas de que guardara silencio, él no le haría nada.
- Lo siento, lo siento, conozco a mucha gente de aquí y me pareció que usted viene de otro lado, permítame presentarme soy Víctor Stevens, dueño del rancho Stevens, puede preguntar todos me conocen.
Nora lo vio y pensó que realmente el hombre no se veía como alguien que tuviera dinero, era tosco, rudo y sus ropas… suspiro y trato de tranquilizarse, igual no conocía a nadie y era mejor que ir preguntando en todas partes.
- Así que conoce a todo el mundo aquí.
- Si claro, pregunte y yo mismo la acompañare.
- Busco a la srita. Candy White Andley, vine desde…
- Aaaah, Candy, ah esa chiquilla es casi como mi hija, no se diga más, suba, suba a mi carreta que yo mismo la llevare al hogar de Ponny.
Carreta? La mujer no supo que decir puesto que el hombre ya estaba con las maletas cargadas caminando a zancadas para guiarla. Era una carreta realmente, un armatoste rustico y rudimentario, no tenía ni siquiera un techo o un asiento decente pero el sin preguntarle más la cargo cual muñeca y la subió a la parte trasera sin preguntar más.
Ella se quedó pasmada y no supo que más hacer, se agarró fuertemente y comenzó a sufrir de aquella tortura de caminos de tierra, viento e insectos en el rostro y la plática de aquel sujeto que hablaba de historias sobre Candy y su hijo Tom durante el camino.
Al llegar al hogar la mujer bajo con el estómago sumamente revuelto, el sr. Stevens fue recibido con una algarabía en el lugar, siempre que iba los niños estaban felices de verle, en medio de sus náuseas y mareos la Sra. Marlowe vio algo que simplemente la dejo impactada, en su vida había visto un recibimiento tal, una sonrisa tan sincera y gente tan sencilla como sincera en su actuar.
La hermana María y la Srita. Ponny se asomaron para ver a los visitantes y el hombre camino hasta ellas para saludarlas con su escandalosa voz indicándoles que aquella mujer buscaba a Candy.
- No le pregunte su nombre.
- Nora Marlowe, mucho gusto hermanas.
- Sra. Este hombre tan bruto no sabe tratar con mujeres, debe estar mareada del viaje, vamos, pase, tome algo, usted también Víctor.
Ahí Nora se enteró que Candy había salido por unos días a Chicago, una semana tardaría en volver y para su buena o mala suerte el Sr. Stevens ofreció su casa para hospedarla a pesar de la renuencia de ella a aceptar, las hermanas también contribuyeron de alguna forma a que ella se quedara a esperar ahí, era el mejor lugar y además le servirían unos días de descanso.
Aquel encuentro desde un inicio había cambiado su destino, el llegar a ese Rancho primero le pavoroso, pero después de un par de días empezó a disfrutar la estadía, aquellos sirvientes la empezaron a tratar como la dueña del rancho, tal vez la confundieron como la querida del patrón pero contrario a lo que imagino al inicio eso no le molesto, al tercer día se vio de pronto tomando las riendas y eligiendo la comida o la decoración de su habitación.
- Si no le gusta su cuarto usted pida, aquí se hace lo que sea para que se sienta cómoda. –le dijo Víctor a quien desde que la había visto la mujer le había agradado de sobremanera.
Por las tardes no había día que él no llegara para invitarla a algún paseo, para que conozca mi propiedad, le había dicho, intentando tal vez impresionarla con su dinero y funciono pues la mujer empezó a ver a aquel ranchero de forma diferente, paseaba como una pareja comprometida y reían y disfrutaban juntos de los paseos, ya fuera a pie o a caballo. Él le consiguió ropa cómoda y pantalones, cosa que en su vida ella había usado, le consiguió una yegua que puso a su disposición cuando quisiera y la enseño a montarla y ella cuando llego el momento de conocer a Candy ya había olvidado el motivo de su presencia ahí.
Hizo su tarea, le dijo a Candy que la había llevado ahí, le dio el mensaje de su hija y le pidió volver con ella a Nueva York, todos los gastos correrían por su cuenta (a pesar de no ser ricas habían tomado todas las precauciones) y al momento de partir ella ya extrañaba aquel lugar.
- Puedes volver cuando quieras, trae a tu hija el aire limpio, la naturaleza le hará bien. –le dijo el Sr. Stevens.
Nora asintió y prometió volver pronto, de alguna forma había quedado prendada de aquel hombre pero tener que cuidar a su hija le impedía aceptar de inmediato.
Ella supo que aquel hombre lo decía en serio, pero ella no estaba sola, su hija dependía de ella ahora que se encontraba en aquella silla de ruedas. No se dio cuenta que por un par de semanas su hija se habia podido valer por si misma, con ayuda si, pero prácticamente Susana habia tenido la oportunidad de saber lo que era no depender de ella al menos por esos dias.
Por su parte el sr. Stevens habia tenido oportunidad de conocer una buena esposa en aquel lugar y nunca lo habia hecho porque en realidad no lo habia necesitado, era algo que lo tenia sin cuidado, aunque en esos dias se dio cuenta que una mujer en el rancho habia traido alegría a su vida, cuando ella partio el volvió a sus deberes y ya no se sintio a gusto, el rancho definitivamente le quedaba grande.
Se sentaba en las tardes en la entrada de la puerta a fumar su pipa, a mirar todo aquello que tenia y que habia logrado con esfuerzo y trabajo. De que le servia si al final estaba solo. Era cierto que Tom habia llenado cierto vacio en algun momento de su vida pero ahora su hijo estaba demasiado ocupado para hacerle compañía y a la larga se dio cuenta que no era ese tipo de compañía la que necesitaba.
Cuando ella regreso a Nueva York las cosas le parecieron horribles, la gente, la ciudad, todo para ella había cambiado tanto en tan solo un par de semanas que se sintió acorralada y en soledad. Susana lo noto, su madre nunca le hablaría de lo que pasaba.
No paso ni el mes cuando el se levanto de golpe de aquella mecedora y a zancadas camino hasta el interior para tomar tan solo un par de cambios, sacar un atado de billetes e ir directamente a la estación de tren para ir por ella. No le importo que tuvo que esperar durante la noche en la estación pues el tren salía hasta el dia siguiente, por alguna razón creyo que si se quedaba ahí mas pronto llegaría. Apenas tenia indicio de donde buscarla pero eso no le impediría encontrarla. Efectivamente pronto la encontró, sabia que su hija habia sido actriz asi que fue de teatro en teatro preguntando por ella y cuando al fin encontró alguien que le diera razón de su dirección no dudo en ir. A pesar de la época era raro ver en Nueva York a un hombre de su categoría y su forma golpeada de hablar atemorizaba a unos cuantos.
Aquel día que aquel hombre tosco se presentó en su puerta, Susana entendió que su madre había estado sola demasiado tiempo y que seguramente su mirada taciturna se debía a él. Le parecio un poco descabellado, divertido, pero no imposible.
- Debes ser Susana. Soy Víctor Stevens, vengo por tu madre. –dijo sin reparo, en ese momento Nora salía al recibidor y sin quererlo una sonrisa se dibujó en su rostro y al mismo tiempo se sintio apenada para con su hija.
Fue Susana quien lo hizo pasar, los dejo solos con el pretexto de preparar un te mientras ellos se saludaban, el no tuvo reparo en decirle que debía irse con el, que le ofrecia una vida si no con lujos, al menos comoda para ella y su hija, el pagaría tratamientos, el las cuidaría a ambas.
- Pienselo Nora, le ofrezco matrimonio, ya no somos jóvenes y estar de novios no es lo mio, nada nos lo impide usted es viuda y yo tambien, ya sabemos que es el matrimonio. He estado solo por mucho tiempo y es tiempo de sentar cabeza.
Susana entro con una charola sobre sus piernas sonriendo, habia escuchado esto ultimo y sonreía ampliamente.
- Es lo que le he dicho a mi madre, hay que sentar cabeza, uno no vive de recuerdos y debiera pensar en su futuro, no es lindo envejecer sola.
- Pero te tengo a ti hija, tu me necesitas.
- Y siempre te tendre pero algun dia tendre que casarme. -dijo tratando de convencer a su madre que ella era lo suficientemente fuerte para salir adelante. – si es por mi no te detengas.
- Ves, tu hija lo aprueba. Además ya te lo dije, le hara bien el aire limpio del campo.
- Oh, pero claro, me gustaría yo nunca he salido de la ciudad. –dijo intentando convencer a su madre.
- Bien dicho hija. –dijo sin pensarlo el sr. Stevens, dando por hecho que igual se las llevaría.
No tardo en convencerla, en realidad ella estaba convencida desde que lo vio entrar pero el ser respaldada por su hija la animo a continuar.
Fue una gran boda, una que duro varios días y que jamás olvidarían en los alrededores, de alguna forma Nora Marlowe se adaptó tan bien a aquel hombre que ambos se volvieron inseparables, ella trajo orden a la vida del viejo y el estabilidad a la vida de ella.
Fin