Cumpliendo el reto impuesto por hermosa madre: Cilenita79
A su mente llegaba la perfecta imagen de ella envuelta en aquel extenso e inmaculado vestido. Se veía preciosa. Malditamente bella, como si hubiera nacido para ser de la realeza y no para plebeya, con esa belleza al natural. Ante sus ojos se mostraba como una reina, su amor así la idealizaba sin importar la edad que tuvieran.
Sus codos estaban sobre el mostrador de aquel opulento bar, con ambas adoloridas manos ocupadas: una con el trago ambarino que le servía para bajar por momento ese nudo que crecía en su pecho, y en la otra llevaba el cigarro que le daba cierta liberación a las palabras que, vertiginosas, bullían en su mente.
Estaba destrozado, hecho añicos; aunque la materia de su exterior se viera intacta, por dentro era nada. Se sentía como una especie de recipiente errante que llevaba trozos de vidrios, trozos de algo. ¿La razón? El amor de su vida se casó ese día, y el amor de sus horas ya no lo quería, había preferido a su primo ¡A Neal!
Al recordar aquello una mueca que más parecía de dolor que una divertida se hizo ver, y negó fuertemente con la cabeza, como si quisiera deshacer ese humillante recuerdo.
Había perdido las cuentas de las veces que se había propuesto que la dejaría ir, que seria feliz con Annie, que le devolvería a la pelinegra ese amor que ella le prodigaba; pero ahí volvía el mendigo a mendigar por un amor que nunca seria correspondido.
—Soy un tonto al quererte como lo hago, Candice White—su voz se escuchó ronca, fría, se sintió pesada. Llevaba horas fumando y tomando en ese bar, su orgullo no dejó que se martirizara viendo que el enlace finiquitara; así que, llevaba todo un día ahí plantado, la revelación de la luna que podía ver a través de los cristales que tenia el lugar se lo decía.
Era increíble que no hiciera caso a la voz dentro de su cabeza que le gritó que no fuera, que se inventara algo que excusara su ausencia en la boda de su prima adoptiva; pero no, el muy idiota de su amor esperanzador, de su orgullo como varón lo llevó al precipicio de donde fue lanzado en el momento de topar su mirada con la de su ex prometida, quien con gestos le gritaba «per-de-dor». Y se mofaba, ¡se reía abiertamente la muy descarada! Archie se levantó del asiento, y en el preciso momento que la banda sonora anunciaba la entrada de la novia y que las puertas para revelarla se abrían, él, sin proponérselo, había decidido marcharse.
Pero en su intento de escapar de allí se topó con ella, quien, al verlo, había abandonado aquel gesto de felicidad que adornaba su blanco rostro y había adoptado uno de consternación, de preocupación y se acercó a él. Grandisimo error, pues Archie, cabizbajo, al sentirla tan cerca no pudo evitar hacer aquello; es cierto, fue una locura, pero debía saciar esa sed que por años había padecido sus labios: la besó. Fue tan solo un tope que duró ¿Cuántos? ¿Dos segundos, tal vez? Hubiera durado mas si Albert no se hubiera entrometido.
A partir de ahí todo fue una locura «¿Todo por buscar un beso que no puede ser solo para mí? ¿Hubieras preferido ser tú?», le había dicho a su tio, al gran e intachable tío-abuelo, que, como él, también se moría por aquella mujer, aunque se empeñara en negarlo. Un golpe que tomó por sorpresa al elegante y orgulloso muchacho, que este devolvió casi de inmediato.
Nunca había sido un dejado, siempre había peleado sus batallas con elegancia y astucia, no sería la excepción ahora, menos por guardarle respeto a ese que venia a ocupar un lugar que había dejado abandonado por estar por allí jugando al aventurero.
Una pelea se hubiera dado lugar si la intervención del joven Leagan, a quien Annie envió porque Albert estaba durando bastante y era quien debía entregar a la novia. Ambos hombres se sostenían de la solapa de sus elegantes trajes, desafiándose con la mirada, pero Neal los desapartó y aconsejó en no armar un escándalo de esa magnitud en tal lugar.
Archie se retiró porque también le tenia ganas a ese otro desgraciado, que al igual que el galeno con Candy, le había quitado a otra pieza importante en su vida, misma que había dejado consecuencia. Subió a su elegante auto y se retiró de allí con rumbo desconocido.
Y ahora helo ahí, borracho, con la mirada pedida, los ojos escocidos que mostraban la batalla que se libraba en su interior.
—¿Tú no eres de por aquí, verdad? —una suave voz se hizo escuchar.
—¿Qué haces aquí, Eliza?—preguntó el hombre exasperado y con voz pastosa.
La pelirroja, rápidamente, le quito de las manos el vaso que contenía un poco con whisky y el cigarrillo, pues este no parecía tener la fuerza de continuar sosteniéndolo.
—aquí suelo venir de vez en cuando—colocándose los mechones de su cabello detrás de las orejas y apoyando el cuerpo en el mostrador. —Veo que tal enlace te afectó mas de lo que imaginé.
—Lárgate, Eliza—decía el hombre enterrando su rostro en las manos, su cuerpo ya no aguantaba ni un poco más de alcohol, pero no quería dejar de tomar.
—Mereces algo mejor, no sé como ustedes se han enamorado de alguien que al primer desconocido le entrega todo: primero Terry y ahora este…
—¡lárgate, te he dicho! No entenderías…en que la necesito—se echo a llorar cual niño.
Las palabras de su prima, cargadas de razón, le habian herido. Era bastante cierto que todos eran merecedores del amor sincero de Candy sin hacer esfuerzo alguno— primero fue Anthony, luego Terry, y ahora Michael—, menos los que si hacían algo genuino por ella, los que si estuvieron ahí para ella.
Eliza sintió cierta preocupación por el dolor que emanaba su primo, daba pena tan solo ver como estaba. Se había acercado con la intención de molestarlo un poco, estaba aburrida, no tenia a nadie con quien compartir esa noche porque todos decidieron ir a la fastidiosa boda de la huérfana aquella con su doctorcito.
Ella si había sido invitada, pero no era una maldita hipócrita como su madre y hermano, como el resto de la familia; ella si poseía orgullo y sentido común.
—Archie—posó sus manos en la temblorosa espalda del castaño quien levantó apenas la mirada para mirarla. —Lo siento, yo no…no quería decir eso.
—Si querías—hablaba arrastrando las palabras, se levantó con la intención de decirle algo, pero su cuerpo arrollado por las botellas de alcohol ingerida lo hizo trastabillar y caer sobre su prima. —Eliza, tú…—las palabras se deshicieron al igual que sus intenciones de mandarla al carajo, mientras que su mirada retadora miraba fijo la miel de su prima.
—¿Quieres besarme o qué? — decía con gesto divertido la pelirroja.
—Si—dijo en un siseo acompañado con un movimiento de cabeza, y no lo pensó más e hizo aquello que nunca se imaginó, tomó la barbilla de su insoportable prima y degustó aquellos voluptuosos y malcriados labios.
Eliza no hizo amago siquiera de apartarlo, al fin y al cabo, inconscientemente, estaba buscando aquel beso.
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