Aclaracion: no soy experta en lemon, lealo bajo su propia responsabilidad.
Día y noche
De día es solo su tutor: William Albert Ardlay, su benefactor y el cabeza de familia de los Ardlay. Un hombre agobiado más.
Porque después de cumplir los veinte años todo el peso de más de una generación cae sobre sus hombros, William o Albert, (según le quieran llamar), se gasta noches en vela planeando juntas y asistiendo a cerrar tratos con diferentes socios en diferentes ciudades, comienza por aceptar los puros que le ofrecen en las reuniones de los banqueros en Nueva York, o con esos políticos lambiscones que solo quieren quedar bien para después pedir su apoyo, y un poco de ayuda económica de parte del clan Ardlay.
Y claro, también se bebe una copa de whisky… o dos, en dichos eventos.
Aún tiene dos cursos de la universidad atrasados que toma por correspondencia a falta de tiempo. Aunque en realidad eso es más su culpa que de otros, pues Albert se ha sacado la carrera de veterinaria tan pronto termino el colegio, y los Ardlay no poseen circos o tiendas de animales que atender, todo lo contrario, la elección ha sido a gusto personal.
La tía Elroy le ha dejado, pero solo porque siempre se ha permitido ser un poco más indulgente con él a comparación del resto.
Aunque después tuvo que volver a matricularse en ciencias económicas para cumplir con su deber. Y si bien no le molestaba la idea, pues el joven Ardlay siempre fue un buen estudiante, hubiese preferido no ser el quien tuviera que tomar el mando de las empresas de los Ardlay.
El pobre hombre siente que se sofoca en las oficinas y los bailes de caridad, a veces también siente que está envejeciendo prematuramente…
Entonces esta Candy tambaleándose en la barca de su sobrino Stear, Albert escucha los gritos divertidos de los chicos afuera en el jardín.
No obstante, Albert no tiene mucho tiempo para verla retozar sobre la hierba mientras sus sobrinos la imitan para así estar más cerca de ella, su despacho en Lakewood tiene una vista perfecta para mirar la diversión de la que él nunca gozó, a veces cuando se encuentra trabajando en la mansión, puede tomarse un descanso o dos y le gusta mirar lo alegres que están. Pero sobre todo le gusta verla a ella.
Es verano y la escuela termino y sus sobrinos no volverán dentro de dos meses más, en ese tiempo Candy se pierde de vista de los chicos, aludiendo cansancio o aburrimiento, cuando en realidad solo se escabulle en la oficina del tío abuelo más joven de la historia.
Nadie sospecha de ellos, claro que no, la camaradería que tienen en público es la misma que la que Candy podría tener con Stear o Anthony.
Un día ella entra a su despacho de puntillas y sin zapatos, con dos tenedores y con una tarta de cerezas que ha robado de la cocina, Albert suelta una risotada y ambos se ponen a comer sobre su escritorio.
En otras ocasiones cuando está más ocupado la pone a revisar las firmas de una pila de carpetas y la brujilla le mira de reojo cuando no se da cuenta.
Por accidente, Candy también ha contestado las llamadas del teléfono y siempre le excusa diciendo que el señor William Albert Ardlay está muy ocupado, pero muchas gracias por llamar.
Albert no le regaña por sus diabluras, todo lo contrario, le parecen graciosas, y es que solo cuando esta con Candy que vuelve a tener quince años, le hace sentir joven, sin tantas preocupaciones, es… complicado de explicar.
En los últimos días Candy deja de visitarle y Albert se pregunta qué ha pasado para que esto ocurra.
¿Se habría enojado con él? ¿La tía Elroy la descubrió y le prohibió volver a visitarle? ¿Estará enferma?
Lo más probable es que su pequeña Candy se ha aburrido y ha vuelto con los chicos, con los muchachos de su edad que no tienen un montón de trabajo aburrido para una señorita como Candice, tan llena de vida y de coquetería.
Al siguiente día sus maletas están en el coche de los Ardlay a horas muy tempranas de la mañana para llevarle a la estación de tren, tiene que hacer un breve viaje a Filadelfia, es tan de improviso que a la única que le notifica de su partida es a la tía Elroy.
Su estancia de dos días termina alargándose a una semana, en ese lapso no tiene mucho tiempo para que su mente divague y le haga recordar a cierta mocosa de quince años en la que piensa todas las noches.
El, un hombre adulto de veintiocho años, que debería interesarse más por las señoritas casaderas que no están muy lejos de ser otras niñatas de las que sus padres se quieren deshacer.
O su secretaria de veinticinco años que al fin se ha rendido en la conquista del heredero Ardlay, porque este es muy despistado o más bien no tiene interés y a consecuencia prefirió conformarse con tirarle los tejos a su asistente George Johnson, quien parece más proclive a caer en sus encantos.
Pero no le interesa nadie, solo ella…
Cuando vuelve a Lakewood está muy cansado, el auto de los Ardlay le recoge por la mañana de la estación de tren junto a George, a quien le delega algunas tareas, pero el señor Johnson se apresura en recordarle que habían acordado que el tomaría unas vacaciones después de dicho viaje.
«Siento importunarte, William, pero mis vacaciones empiezan justo ahora», Le dijo George mirando su reloj de pulsera mientras salían del auto que ya había aparcado afuera de Lakewood.
De repente Albert sintió como un torbellino casi lo tiraba al suelo, un cuerpo pequeño, suave y femenino se pegaba a él sin reparo, el mismo George carraspeo abochornado mirando a cualquier parte donde pudiera escapar y eventualmente lo hace.
Su Candy le abrazaba sin dar señales de querer soltarle, la muchacha esconde su rostro en la chaqueta de Albert mientras inhala el suave olor a sándalo que le caracteriza, el rubio se ruboriza de inmediato.
No es que no lo disfrutara, solo esperaba que no estuvieran dando un espectáculo a la familia y al personal de servicio.
En la hora de la comida Candy hace todo para sentarse a su lado, pero de inmediato la tía abuela la reprende y la manda a sentarse lo más lejos posible de él.
— ¡Y cuida tus maneras en la mesa! — chilla Elroy algo cabreada — Esta chica me va a sacar canas verdes…
Albert enseguida intercede por su pupila, mientras sus otros sobrinos ven como el combate de palabras llenas de respeto se pierde por un recordatorio de como William Albert Ardlay es la cabeza de familia, y Candy solo está siendo Candy.
Después de eso, Elroy pone los ojos en blanco y le lanza una mirada fulminante a la chiquilla, ella sola ha sellado su destino, al final del verano no partirá con el resto de sus primos, no señor, Candy se va a un internado de señoritas sin opción de regresar en vacaciones.
Albert se encierra en su despacho, con más trabajo que nunca gracias a la ausencia del buen George, y comienza a pensar que probablemente tiene que contratar más personal o jamás llegara vivo a los cuarenta.
Se ve interrumpido cuando la puerta se entre abre y es Candy con lágrimas en los ojos.
La chica llora a raudales y Albert se queda de piedra, lo peor pasa por su mente mientras se para enseguida de su silla y se acerca con ella a tratar de consolarle y preguntarle que la tiene así.
— Candy…— le llama mientras acaricia su cabellera dorada, pero esta no responde y solo escucha como se suena la nariz en una manga del vestido. — Candy, ¿Qué pasa?
Candy coloca su cabeza sobre su pecho y solloza en silencio mojándole la camisa, aquello está estresando un poco al rubio y por ello decide tomar a la muchacha por los hombros y la obliga a mirarle a los ojos para que de una buena vez le diga lo que le sucede.
Candy tartamudea y después le dice que la tía abuela Elroy la mandara a un internado de chicas en California.
— Ya no les voy a ver nunca, Albert, dile que no quiero ir… — dijo alzando la mirada para poder verle con ojos suplicantes.
Albert frunce el entrecejo y pierde casi una hora tratando de negociar con su tía en el salón de dibujo donde la matriarca está tomando el té, quien le convence que es lo mejor para la chica, las notas de Candy en el San Pablo son bajísimas, aunado que es una muchacha muy distraída y le han llegado rumores de cierto acercamiento con el hijo bastardo de un duque que estudia en la misma institución y que este no deja de perseguirla.
Si se tratara de otra muchacha a Albert le daría risa y trataría de ayudar a la tunanta, pero es Candy…
William Albert Ardlay no se opone más, Lakewood está lleno de drama en esos días y muy pronto tendrá que viajar a Atlantic City por negocios, después viajara fuera del país con George para visitar algunas empresas filiales de los Ardlay y quiere que sus últimos días sean tranquilos.
Pero después de esto pierde la amistad de Candy, la muchacha deja de dirigirle la palabra y jamás le vuelve a visitar a su despacho, o donde quiera que se encuentre.
Ahora solo la ve desde el jardín divertirse con sus sobrinos, quienes no tienen ni idea. En la hora de la comida Candy se sienta junto a Elroy y es la mejor portada de todos los chicos, incluso actúa con más propiedad que la misma Eliza Leagan, una muchachita muy desagradable.
Elroy está que no puede con el asombro.
Aquello vuelve a la vieja suave como un budín, y decide llevarla de compras a los almacenes más costosos de todo Chicago, donde Candy pide un montón de lazos para sus coletas, un par de zapatos Oxford, botines y sombreros casuales, pero a escondidas de tía Elroy… compra un negligé de encaje.
Cuando vuelve a casa, Candy decide visitar la habitación de Albert y deja una breve nota sobre su cama, nadie podrá descubrirle pues Dorothy limpia en las mañanas y ya es medio día.
En el día actúa como una señorita ejemplar e ignora a los chicos Cornwell y Anthony a pesar de sus protestas, también les visita Neil Leagan, quien trata de hacerla salir de sus casillas, pero Candy le mira con la más grande indiferencia y se larga al cuarto de dibujo junto a tía Elroy, ya adentro se lamenta de su decisión pues la tía abuela la obliga a que le lea el éxodo.
Candy obedece sin rechistar.
— Entonces Jehová se enojó contra Moisés, y dijo: ¿No conozco yo a tu hermano Aarón, levita, y que él habla bien? Y he aquí que él saldrá a recibirte, y al verte se alegrará en su corazón.
La tía abuela la escucha y le mira atenta, «a este paso le leeré la biblia entera», piensa la muchacha con horror, cuando dos toquidos en la puerta les interrumpen y aparece Albert que ha vuelto temprano de una reunión con el consejo.
El hombre saluda a su tía y a Candy, la vieja dama le pide a la chica que los deje solos y Candy se despide mirando al rubio de reojo, quien también la mira y en su mano derecha estruja un pequeño papel haciéndole saber que ha leído su nota.
Candy cierra la puerta no sin antes sonreír de oreja a oreja.
De día se porta fría con él…
Un total embuste, eso es lo que es, finge seguir enojada porque ya no podrá volver a la real academia San Pablo con el resto de los chicos, pero sabe que a Candy eso no le importa mucho.
Cuando ha vuelto a Lakewood lo primero que se le ocurrió fue ir a su habitación a cambiarse el traje y he ahí en su cama que fue a encontrar un pedazo de papel mal doblado con una caligrafía muy conocida y un mensaje bastante escandaloso:
«Te quiero, te quiero. Déjame entrar a tu habitación esta noche, tengo una sorpresa para ti...»
Albert Ardlay no sabe qué hacer con la nota, la ha estrujado en su mano por casi tres horas, pero no se le ocurre romperla, un hombre de su nivel debería ir a hablar con Candy y decirle que no habrá tales sorpresas, que ella es aún muy joven para comprender lo que pretende hacer.
Otra parte de él quiere que la chiquilla haga lo que quiera con el…
No lo comenta con nadie, sería estúpido, de día ella disimula muy bien, de día ella le ignora y no vuelve a visitarle incluida esa tarde.
Cuando cae la noche y él está a punto de ir a la cama, Albert decide hacer lo correcto, pone seguro a la puerta y se olvida de todo.
A medianoche escucha unos toquidos en su puerta y susurros, «Albert, ¿te has dormido?» «Albert, soy yo…»
Albert sabe que es Candy, pero si quiere ser un ser humano decente no le abrirá la puerta y dormirá pensando que todo ha sido un sueño, escucha un último toquido hasta que la chica deja de insistir y se marcha.
Candy mira para todos lados del pasillo, cuidando que nadie le este viendo y se tapa bien con la bata, el negligé es muy incómodo y admite para sí misma que ha sido una de las ideas más tontas que ha tenido. Derrotada y algo avergonzada, Candy camina de regreso a su habitación.
Pero esta ha de ser una noche lenta y dolorosa, de lamento por lo que pudo ser y que ha dejado ir…
Muy difícilmente William Albert Ardlay logra conciliar el sueño, por un momento piensa en pararse e ir al cuarto de baño para darse una ducha fría, pero tiene mucho trabajo mañana, y tiene que ir a las oficinas en Chicago, así que trata de olvidar todo este enredo.
Si ella fuera un poco mayor… sin duda las cosas podrían ser diferentes, no tendrían que esconder sus propios sentimientos y aparentar, podrían dejar este juego peligroso que tanto les atrae, como dos polillas a la luz, porque un día de estos pueden quemarse y no habrá vuelta atrás.
Tal vez después de todo solo ha sido su gran imaginación jugándole una mala pasada, a mitad de la noche y dando vueltas en la cama, escucha como alguien comienza a forzar la perilla y su puerta se abre.
Tiene una especie de visión porque le ve ahí parada frente a su cama, Candy con su bata blanca de algodón y su cabello dorado cayendo en cascadas. La luz de la luna que se filtra por su ventana le ayuda a ver la transparencia de su pijama y delinea las curvas juveniles de la chica.
Albert se queda sin habla, no entiende que truco ha usado para entrar a su alcoba y no lo quiere saber.
En vez de eso, el joven heredero extiende sus brazos invitándola a yacer con él y Candy obedece sonriente, la chiquilla sube a su cama y se deja abrazar por su apuesto tutor.
Ninguno de los dos habla, Candy le pone un dedo sobre los labios cuando el intenta preguntarle cosas, ahora y debido a las circunstancias es muy tarde ya para hacerla entrar en razón, ni el mismo puede pensar bien.
Todo empieza con un tímido beso que Candy deposita en su mejilla, después la brujilla rubia le besa en los labios y Albert le toma por las mejillas, sus manos están algo entumecidas y torpes cuando sus labios se vuelven a encontrar y el rubio le corresponde con fervor.
Su duendecillo travieso se sienta a horcajadas sobre él y le mira con las pupilas dilatadas, Albert está muy excitado para el momento que siente como Candy se frota contra su regazo haciendo que su masculinidad responda de inmediato.
Candy pone su pequeña mano en esa parte de sus pantalones y empieza a acariciarle sobre la tela con movimientos lentos y pausados. La chica le mira fijamente con los ojos entrecerrados y los labios húmedos y rojos.
Con más lucidez de su parte, Albert quita la mano femenina de su entrepierna y explora la boca de su Candy a su antojo, por un instante se le ocurre enredar sus dedos en esa melena dorada y guiar esa linda boquita a esa parte de su cuerpo que tanto la añora y que explotara si no puede estar dentro de su pequeña Candy.
El esta tan inflamado, pero ahí la tiene sobre su cama, vulnerable y dispuesta a darle todo y perderlo en una noche de insomnio. Esta vez la mano de su Candy se desliza por debajo de la cintura de sus pantalones hasta que le palpa sin ninguna barrera de por medio y no parece querer soltarle.
— ¡Candy…! — Albert suelta un gemido alto y desesperado cuando cree volverse loco, ella vuelve a poner un dedo sobre sus labios para que este en silencio, aunque es muy poco probable que alguien les oiga, ya que la mansión es muy grande, quien no conozca la casa tiene peligro de perderse por un buen rato.
— Candy… — la vuelve a llamar en un suspiro, pero para ese momento su Candy ya le tiene envuelto entre sus pequeñas manos, sus dulces manos que le manipulan a su gusto, con una lentitud desesperadamente dolorosa.
El hombre se relame los labios, está apunto de correrse cuando ella comienza con movimientos de arriba a abajo ayudada por un poco de los fluidos que comienzan a escapar de su sexo, Albert quiere quitarle la mano para poder sentirse dentro de su cuerpo como siempre ha deseado, pero la chica no le da opción, de repente siente como comienza a apretarle más y más como si quisiera exprimir la última gota en su ser, le pide que pare pues le empieza a doler, pero su Candy no responde y los movimientos de su mano se vuelven muy rápidos.
cuando al fin se viene, se ha corrido como nunca antes en su vida, al punto de tornar borrosa su visión y sentir espasmos por todo el cuerpo, mientras se derramaba en la mano de Candy, quien al fin le suelta y deposita un tímido beso en la mejilla masculina.
Las corrientes de aire fresco que entraban por su ventana desaparecen, de repente el aire se hizo húmedo y el ambiente sofocante.
— Lo siento…—. Susurro la joven con timidez, había una mirada extraña en los ojos de Candy, una que Albert no pudo descifrar.
El rubio volvió a besarle y la sentó en su regazo, la muchacha no llevaba más que la bata de dormir puesta, y Albert sin pudor alguno presiono su centro húmedo contra la palma de su mano hasta que se aventuró en probar introduciendo dos dedos largos y delgados en ella, moviéndolos de manera circular en su interior, haciendo a su Candy gimotear de placer, mientras esta le aprisionaba el cuello con sus brazos, estaba a punto de hacerla suya cuando alguien comenzó a tocar su puerta.
Los ojos de Candy le miraron aterrorizados.
No eran toquidos fuertes, pero si insistentes, probablemente era uno de sus sobrinos que quería contarle alguna cosa que por alguna razón creía que era de suma importancia y que no podía esperar para mañana.
No les importaba fastidiar su sueño, esas pocas horas de sueño que el tanto merecía, pero no estaba durmiendo, estaba a punto de tirarse a Candy...
La perilla nuevamente se comenzó a mover como si alguien estuviera introduciendo una llave, y cuando al fin se abrió, una sombra oscura comenzó a caminar dentro de su habitación en dirección a la pareja.
— William… — Candy le llamo sin separarse de el mientras ambos miraban fijamente a esta figura parada frente a ellos que les veía desde las sombras.
— William…
— ¡William! — y para su mayor horror, la voz de Candy se transformó en la voz de la tía Elroy.
El rubio despertó con el torso desnudo perlado en sudor y con la mirada perdida, la tía Elroy había encendido la lámpara de la mesita de noche y de su mano colgaban un montón de llaves que conservaba por cualquier cosa.
La vieja dama sabía que no estaba bien perturbar la privacidad de los demás, pero justo antes de dormir se había topado con una Candy que parecía muy nerviosa y que se veía muy sospechosa. Elroy Necesitaba Hablar con su sobrino de la educación de Candy y que ambos llegaran a un buen acuerdo y no podía esperar hasta mañana, las locuras de Candy la mortificaban desde siempre.