Ojos vendados fuertemente, todo era oscuridad. Sus sentidos se exacerbaron de inmediato. Intentó moverse, pero se encontraba atada de pies y manos. Al menos su captor tuvo la gentileza de amarrarla a una silla. La posibilidad de movimiento era casi nula. Comenzó a desesperarse; frío, sudor y la respiración agitada
“¿¡Qué es esto!? Contrólate, concéntrate” pensó, pero no pudo.
-¡Ayuda!- gritó con fuerza, sintiendo su cabeza palpitar por el esfuerzo.- ¡Déjenme ir, bastardos!- soltó con rabia.
Se retorcía violentamente sobre la silla, pero no conseguía liberarse. “¡Demonios!”.
Unos pasos la pusieron en alerta.
-¡¿Quién anda ahí?! ¿Acaso no sabes con quién soy? Pagaras- silencio.- ¡Haré que te hagan mierda, ni siquiera llegarás a la cárcel! ¡Imbécil!- no obtuvo respuesta, sólo se escuchaban los pasos que se sentían cada vez más cerca. “Eres una maldita Leagan, no se te ocurra mostrar debilidad Eliza” elevó su perfil tratando de dar una señal, ella no temía, aunque mentía.
Los pasos se detuvieron frente a ella. Cada terminación nerviosa de su cuerpo se puso en alerta. El perfume del hombre invadió sus sentidos, era exquisito: una mezcla de tierra, tabaco y madera. Por alguna razón suponía que el tipo delante de ella era fuerte, muy masculino. Inhalo su esencia calmando sus nervios. Su mente se dio una indulgencia, en medio de la tensa situación, fantaseando con lo que podría hacerle ese hombre. Otra vez un escalofrío, la respiración se aceleró, sintiendo que el cuerpo comenzaba a sudar, pero esta vez de calor. Sacudió su cabeza “Esto no puede estar pasándome, me estoy volviendo loca” No, ella se sabía cuerda. Pero cómo explicar la reacción física y mental que un simple perfume, que un simple hombre, le provocaba.
Él caminó a su alrededor hasta quedar en su espalda, sus manos se posaron sobre sus hombros. Calor, sus manos eran grandes y cálidas, con parsimonia comenzaron a recorrerle los brazos, de arriba hacia abajo, una y otra vez. Podía sentir como el aliento le quemaba la nuca. Sus manos volvieron a sus hombros, para luego deslizarlas por su pecho. El hombre era un maldito, dibujó el contorno de estos, sin tomarlos de lleno, al igual que con sus brazos, se paseo a gusto por su contorno una y otra vez. Eliza desvariaba, quería que el desconocido la tocara por completo, quería chillar de excitación, pero no se atrevía. Sin poder contenerse se removió en el asiento, juntando las piernas, sentía esa necesidad no resuelta.
Suspiraba con los labios ligeramente separados mientras su cabeza caía un poco hacia atrás sin poder evitarlo. Quería contenerse pero el cuerpo no reaccionaba, solo respondía a las osadas manos de ese hombre. Trataba de pensar con claridad, esta escena escapaba de toda lógica, ella estaba vendada, por tanto desconocía quién era su atacante, no lo había escuchado hablar, no sabía cómo podían ser las tonalidades de su voz ¿Cómo podía sentir semejante atracción hacia este desconocido?
Lo sintió acomodar la boca detrás de su oído.
-¿Qué estás dispuesta a hacer para ser libre?-
La voz de ese hombre llegó hasta ella con un ronco susurro. Imágenes de terciopelo de color negro invadieron su mente “Lo que quieras” quiso decir, pero su orgullo la mantenía en silencio.
-Orgullosa la nena- dijo el extraño jalando sus cabellos para acercar aún más su boca al oído de ella.-¿Estas incomoda, verdad? Si te portas bien, podría desatarte las piernas- y al decir esto agárralo el lóbulo de su oreja.
Solo gemidos salían de su boca “¿Qué mierda me pasa?... Bebí demasiado en esa fiesta, seguro es eso…” Era su única respuesta, una excusa perfecta para su errático comportamiento. Porque ella no era así, era fría, calculadora. Esto nunca había ocurrido antes, nadie había logrado colocarla así de… No quería pensar en la palabra, pero era un hecho.
No se percató en qué minuto él se había movido para ahora estar en frente desatando sus piernas, subiendo atrevidamente sus manos por ellas. Eliza se apoyó en el respaldo de la silla. A la mierda los convencionalismos, ella quería más, y se lo iba a demostrar. Abrió sus piernas de par en par, mientras sonreía traviesa. No podía ver su cara, pero escuchaba su respiración, y esta se había vuelto irregular. Ahora lo sentía entre medio de sus piernas, sentía su aliento en la boca haciendo que la sonrisa la abandonara de cuajo. La anticipación se acrecentaba de una forma exasperante, sentía que el tiempo pasaba lento, comenzaba a desesperarse, si él no lo hacía, seguro ella lo besaba. Pero no fue necesario, él la tomó nuevamente de la cabellera, obligándola a abrir la boca, llenándola de manera contundente. Su lengua era un invasor fuerte y certero. Rodeo con las piernas el cuerpo caliente de aquel desconocido, quería sentir su miembro palpitando en su centro. No podía, ni quería controlarse, movía sus caderas hacia adelante, necesitaba el rose, necesitaba desfogarse.
Aquel hombre tomó sus rodillas para abrirla más de piernas. La cabeza de Eliza comenzaba a dar vueltas. Él comenzó a besar su cuello, siguiendo un camino por la clavícula. Con una mano, sacó la envoltura de tela que resguardaba uno de sus pechos, para luego atacarlo con la lengua. A esas alturas Eliza rogaba sin tapujos que le diera más. Él, cual chico obediente, siguió por el camino ya trazado y ella gimió al sentir el tacto de su lengua, en esa húmeda calidez entre sus piernas. La devoró como un hambriento, mientras ella se abría aún más, si era posible, para que su lengua la invadiera de forma completa.
-¿Quieres que pare?- dijo burlón alejándose
-¿Quieres que mande a matarte?- dijo desesperada.
Sonriendo él volvió al ataque. La hizo gemir, rogar, lloriquear, retorcerse hasta llegar al orgasmo.
Desarmada en la silla con las manos aún atadas y los ojos vendados Eliza sentía que quería llorar. Él volvió a colocarse a sus espaldas, soltando las amarras de ojos y manos. Dulcemente comenzó a acariciar el rostro con una mano, mientras con otra tomaba el mismo seno que antes atacara, en señal de posesión.
-¿Qué pasa?- preguntó el hombre
-Nada
-No eres muy buena actriz- podía verlo sonriendo.- Si lo fueras quizás andarías de gira con otro, y no aquí conmigo.
“bastardo”
-Mira quién habla- contravino.
-Yo interprete muy bien mi papel de raptor- sonrió.
-Si fueras tan bueno, serías del total gusto de la huérfana… primito- “Que te den, por imbécil”
-Acordamos que no hablaríamos de ellos, menos hoy- dijo triste.
-¿Tienes que irte?- la voz de Eliza mostró preocupación.
-Es mi deber- le aseguró.
-Me sentiré tan sola- dijo haciendo un puchero.- ¿ahora con quien jugare estos juegos?
Él le tomó el rostro para que lo mirara.
-Te prometo, cuando vuelva de la guerra, repetiremos.
Selló la promesa con un beso…
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“¿¡Qué es esto!? Contrólate, concéntrate” pensó, pero no pudo.
-¡Ayuda!- gritó con fuerza, sintiendo su cabeza palpitar por el esfuerzo.- ¡Déjenme ir, bastardos!- soltó con rabia.
Se retorcía violentamente sobre la silla, pero no conseguía liberarse. “¡Demonios!”.
Unos pasos la pusieron en alerta.
-¡¿Quién anda ahí?! ¿Acaso no sabes con quién soy? Pagaras- silencio.- ¡Haré que te hagan mierda, ni siquiera llegarás a la cárcel! ¡Imbécil!- no obtuvo respuesta, sólo se escuchaban los pasos que se sentían cada vez más cerca. “Eres una maldita Leagan, no se te ocurra mostrar debilidad Eliza” elevó su perfil tratando de dar una señal, ella no temía, aunque mentía.
Los pasos se detuvieron frente a ella. Cada terminación nerviosa de su cuerpo se puso en alerta. El perfume del hombre invadió sus sentidos, era exquisito: una mezcla de tierra, tabaco y madera. Por alguna razón suponía que el tipo delante de ella era fuerte, muy masculino. Inhalo su esencia calmando sus nervios. Su mente se dio una indulgencia, en medio de la tensa situación, fantaseando con lo que podría hacerle ese hombre. Otra vez un escalofrío, la respiración se aceleró, sintiendo que el cuerpo comenzaba a sudar, pero esta vez de calor. Sacudió su cabeza “Esto no puede estar pasándome, me estoy volviendo loca” No, ella se sabía cuerda. Pero cómo explicar la reacción física y mental que un simple perfume, que un simple hombre, le provocaba.
Él caminó a su alrededor hasta quedar en su espalda, sus manos se posaron sobre sus hombros. Calor, sus manos eran grandes y cálidas, con parsimonia comenzaron a recorrerle los brazos, de arriba hacia abajo, una y otra vez. Podía sentir como el aliento le quemaba la nuca. Sus manos volvieron a sus hombros, para luego deslizarlas por su pecho. El hombre era un maldito, dibujó el contorno de estos, sin tomarlos de lleno, al igual que con sus brazos, se paseo a gusto por su contorno una y otra vez. Eliza desvariaba, quería que el desconocido la tocara por completo, quería chillar de excitación, pero no se atrevía. Sin poder contenerse se removió en el asiento, juntando las piernas, sentía esa necesidad no resuelta.
Suspiraba con los labios ligeramente separados mientras su cabeza caía un poco hacia atrás sin poder evitarlo. Quería contenerse pero el cuerpo no reaccionaba, solo respondía a las osadas manos de ese hombre. Trataba de pensar con claridad, esta escena escapaba de toda lógica, ella estaba vendada, por tanto desconocía quién era su atacante, no lo había escuchado hablar, no sabía cómo podían ser las tonalidades de su voz ¿Cómo podía sentir semejante atracción hacia este desconocido?
Lo sintió acomodar la boca detrás de su oído.
-¿Qué estás dispuesta a hacer para ser libre?-
La voz de ese hombre llegó hasta ella con un ronco susurro. Imágenes de terciopelo de color negro invadieron su mente “Lo que quieras” quiso decir, pero su orgullo la mantenía en silencio.
-Orgullosa la nena- dijo el extraño jalando sus cabellos para acercar aún más su boca al oído de ella.-¿Estas incomoda, verdad? Si te portas bien, podría desatarte las piernas- y al decir esto agárralo el lóbulo de su oreja.
Solo gemidos salían de su boca “¿Qué mierda me pasa?... Bebí demasiado en esa fiesta, seguro es eso…” Era su única respuesta, una excusa perfecta para su errático comportamiento. Porque ella no era así, era fría, calculadora. Esto nunca había ocurrido antes, nadie había logrado colocarla así de… No quería pensar en la palabra, pero era un hecho.
No se percató en qué minuto él se había movido para ahora estar en frente desatando sus piernas, subiendo atrevidamente sus manos por ellas. Eliza se apoyó en el respaldo de la silla. A la mierda los convencionalismos, ella quería más, y se lo iba a demostrar. Abrió sus piernas de par en par, mientras sonreía traviesa. No podía ver su cara, pero escuchaba su respiración, y esta se había vuelto irregular. Ahora lo sentía entre medio de sus piernas, sentía su aliento en la boca haciendo que la sonrisa la abandonara de cuajo. La anticipación se acrecentaba de una forma exasperante, sentía que el tiempo pasaba lento, comenzaba a desesperarse, si él no lo hacía, seguro ella lo besaba. Pero no fue necesario, él la tomó nuevamente de la cabellera, obligándola a abrir la boca, llenándola de manera contundente. Su lengua era un invasor fuerte y certero. Rodeo con las piernas el cuerpo caliente de aquel desconocido, quería sentir su miembro palpitando en su centro. No podía, ni quería controlarse, movía sus caderas hacia adelante, necesitaba el rose, necesitaba desfogarse.
Aquel hombre tomó sus rodillas para abrirla más de piernas. La cabeza de Eliza comenzaba a dar vueltas. Él comenzó a besar su cuello, siguiendo un camino por la clavícula. Con una mano, sacó la envoltura de tela que resguardaba uno de sus pechos, para luego atacarlo con la lengua. A esas alturas Eliza rogaba sin tapujos que le diera más. Él, cual chico obediente, siguió por el camino ya trazado y ella gimió al sentir el tacto de su lengua, en esa húmeda calidez entre sus piernas. La devoró como un hambriento, mientras ella se abría aún más, si era posible, para que su lengua la invadiera de forma completa.
-¿Quieres que pare?- dijo burlón alejándose
-¿Quieres que mande a matarte?- dijo desesperada.
Sonriendo él volvió al ataque. La hizo gemir, rogar, lloriquear, retorcerse hasta llegar al orgasmo.
Desarmada en la silla con las manos aún atadas y los ojos vendados Eliza sentía que quería llorar. Él volvió a colocarse a sus espaldas, soltando las amarras de ojos y manos. Dulcemente comenzó a acariciar el rostro con una mano, mientras con otra tomaba el mismo seno que antes atacara, en señal de posesión.
-¿Qué pasa?- preguntó el hombre
-Nada
-No eres muy buena actriz- podía verlo sonriendo.- Si lo fueras quizás andarías de gira con otro, y no aquí conmigo.
“bastardo”
-Mira quién habla- contravino.
-Yo interprete muy bien mi papel de raptor- sonrió.
-Si fueras tan bueno, serías del total gusto de la huérfana… primito- “Que te den, por imbécil”
-Acordamos que no hablaríamos de ellos, menos hoy- dijo triste.
-¿Tienes que irte?- la voz de Eliza mostró preocupación.
-Es mi deber- le aseguró.
-Me sentiré tan sola- dijo haciendo un puchero.- ¿ahora con quien jugare estos juegos?
Él le tomó el rostro para que lo mirara.
-Te prometo, cuando vuelva de la guerra, repetiremos.
Selló la promesa con un beso…
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