Cuatro de la tarde y mi día habría sido la misma rutina de siempre, si no fuera por la aparición de mi informante. Un tipo que contraté para espiar a mis adversarios, para adelantarme cuando una posibilidad de negocio se abría. Lo tenía también para tener un ojo sobre mi familia, pues cuando se ostenta tanto poder como el que tengo, no se puede confiar en nadie, menos en mi adorada hermana que mucho dice quererme, pero si me atravieso en uno de sus planes, sería capaz de venderme al mejor postor. Aunque, convengamos que yo haría lo mismo, una cosa son los sentimientos y otras los negocios.
Despaché a mi secretaria para quedarme a solas con el chivato. Como siempre, la información dada de forma concisa y sin aspavientos, no es un asunto social. Sin embargo, en esta ocasión, no pude ocultar mi asombro una vez que hubo terminado. Me entregó la carpeta, yo el fajo bien ganado de billetes, y partió. Cerrada la puerta, giró mi sillón hacia el enorme ventanal que tenía a mis espaldas y miró hacia el cielo analizando mis posibilidades con base en la información entregada. Estoy totalmente cagado, no me creerá jamás. Volví la vista a la calle, desde mi posición las personas no eran más que hormigas… inevitablemente observando desde las alturas, me siento una especie de Dios… quien no es más que un niño caprichoso que juega a los dados con sus creaciones.
No necesito mejor ejemplo que ella, pues sólo era cosa de evocar a la mujer que consume mi mente día y noche. Irónicamente, siendo ella una devota creyente, ha sufrido lo indecible. Abandonada a corta edad, entregada en adopción a una familia, y no cualquiera, sino que mi propia familia, para terminar siendo parte del servicio. Sin mencionar el dolor que tuvo que sufrir de mi mano y de los míos. Una vida de mierda para una creyente del Señor... en comparación con la mía, yo, un verdadero hijo de puta por acción y convicción, que ha hecho uso de todos los recursos que tuve a mano… y de los que no, también. Robé, maté, tomé, compré. Hice a una ciudad arder. No sólo sigo impune, sino que además recompensado, me volví un hombre de prestigio, considerado el empresario más joven y sagaz de la industria hotelera. Lo tengo todo…
-Salvo una cosa- me recordé.
Volví la vista a las fotos que me dejara el informante, en ellas mi respetado tío con una actriz de poca monta y en posiciones que escandalizarían a nuestra puritana familia. Debía admitir, sentía envidia de este hijo de perra, la sola vista de esa voluptuosa mujer, gozando de todo lo que mi pariente le prodigaba, me ponía duro. Sólo que, en mi salvaje imaginación, yo estaba en su lugar con otra mujer, justamente con la que desposaría. ¿Quién diría que entre este bastardo y yo habría algo más en común que el amor prodigábamos hacia la misma chica? La Dominación. Lo que me lleva a pensar…
¿Se mostrará tal cual es a su futura cónyuge?
La pregunta de por si era absurda, este maricón era un excelente actor… Lo que me recuerda mi segundo problema. El duquesito del infierno está libre de la lisiada. Si esta información, como sea que fuere, llegaba a ella, le dejaba el camino libre para reencontrarse con este imbécil. Y yo la quería libre, pero para mí. La cabeza llega a dolerme de tanto barajar las posibles opciones y no encontrar la puta salida. Me giro para ver el reloj en la sala. Las seis con seis.
-No tengas miedo...
Una voz me distrae. ¡¿Qué mierda?! Recorro la habitación con la mirada, pero no logró ver absolutamente nada extraño o fuera de lugar.
-Es falso lo que te han contado los sacerdotes de mí- vuelvo a escuchar esa oscura voz.
Esto no debe ser más que una mala broma. Decidí seguirle el juego, a ver qué quería este imbécil de mí. -Conozco tus trucos, además no hay nada que puedas ofrecerme. Vete y búscate a otro- solté al aire. Tarde reaccioné.
¿Quién dejó pasar a este…?
-Puedo darte el cielo que sueñas.
De la nada se presenta ante mi un hombre de traje gris, no puedo evitar sobresaltarme ante su aparición. Trato de mantener la compostura, controlar mi respiración, pero siento mi palpitar disparado y retumbando en mis oídos.
Con un gesto de su mano, me llevó a una habitación… ¡Mi habitación! Pude verme en la cama embistiendo fuertemente a una mujer, los jadeos eran fuertes y sus gemidos me sonaron a gloria. Estoy de pie, sólo a unos metros, me acerqué a la cama para poder ver mejor, necesitaba saber con quien estaba compartiendo el lecho. Las pulsaciones vuelven a subir, la excitación recorre mi cuerpo cual corriente, y no es a causa del deseo...es la expectativa que me tiene al borde.
¡Era ella! Candy gritaba mi nombre, arqueando su espalda, clavando sus uñas en mis nalgas, mientras yo acababa. La imagen me dejó frío. No daba crédito a lo que estaba ocurriendo.
Me volví a mirarlo. Este hombre sin rostro, que por cierto no se había molestado en presentarse, venía a mis aposentos buscando provocarme. Todo este montaje era innecesario, no necesitaba de un nombre para saber quién era. Él sabía de mi obsesión, de mi único anhelo. No era necesario ser un genio para saber que una vez muerto sí o sí me iba al infierno, entonces ¿Para qué todo esto?
-Qué sacas con tentarme, tu bien sabes que estoy listo para irme al puto infierno. Esto es absu…
-¿Absurdo...?- Su risa era macabra. -Hasta el más grande de los bastardos tiene derecho a la redención ¿lo sabías?. Verás, mis arcas están bajas y yo prefiero jugar sobre seguro, mi estimado amigo- Tomó asiento frente a mí, al borde de la cama. -Como sabrás, para Él - dijo apuntando a los cielos - ustedes son su debilidad, el cabrón les perdona hasta las atrocidades más grandes con tal sólo pedírselo. O mejor dicho, con tan sólo rogarle. La verdad, sería una lástima verte lloriqueando, pidiendo perdón…- podía ver cómo en ese rostro vació se dibujaba una sonrisa.
Estaba mudo. Por primera vez en mi vida.
-¡Vamos! Tú bien sabes que no podrás tenerla nunca.- Se puso de pie señalando hacia la cama. -Al menos, no de otra forma.- Su voz era baja y muy persuasiva… maldito cabrón.
-¡Mierda!- No podía apartar la mirada de la visión de ella, rendida a mis caricias y anhelante de más. -De acuerdo- le dije muy serio.
Entonces un trueno, que resonó en mis oídos como una sonrisa. Desperté como de una pesadilla, agitado, sudando helado, el corazón latiéndome tan rápido como el de un potro desbocado. Estaba aún sentado en el sillón de mi oficina, la que ahora se encontraba a oscuras. Encendí una luz y miré nuevamente el reloj. Las diez y un cuarto. -Mejor será que me vaya- fui por el abrigo y miré por última vez a mi alrededor, como buscando una prueba.
-Pero qué mierda de sueño…
Si alguien me hubiera dicho la sorpresa que me llevaría esa misma noche, no le creería.
Continuará...