Lo único que me ayuda seguir adelante con esta locura era saberla mía, aunque sólo fuera en encuentros furtivos y sin que nadie supiera. Sabía que iba a casarse, que no había forma de evitarlo… pues la verdad era que simplemente no tenía el carácter para enfrentarse a William. Y si alguna vez tuvo la intención, el muy maricón le daba la vuelta con dulces palabras, enrostrándole no sólo su pasado, sino también su papel de “salvador”. Recordándole su primer encuentro que parecía de cuentos, su paupérrima infancia, como intercedió por petición de sus sobrinos. Le sacaba a palestra a mi primo el difunto ¡el muy maldito! ¡Anthony les bendecía! ¡Ja!. Y no es que yo me haga el santo, porque no podría asegurar que no me atrevería a tanto, pues soy mucho peor, pero ¿él? Cara vemos… bueno, es cosa de recordar el archivo que tengo en la caja fuerte. Según mi tío, el pelmazo de Anthony desde el cielo glorificaba su amor. Ellos eran destinados. Hilos invisibles que de siempre les unían. Y ella caía en su trampa, yo no le decía nada, sólo le escuchaba. Últimamente habla y habla, me confiesa demasiadas cosas, quizás esperando que le dijera algo, que la alentara a algo... Pero yo no iba a hacer nada, el escándalo sería demasiado grande, los negocios se irían a la mierda. Mejor dejar todo así, total de todas formas íbamos a ser una familia, ellos emulando ser felices mientras el cabeza de familia criaba a mis hijos, porque al menos uno sería mío. Yo no me cuidaba, eso se lo dejaba a ella, de algo ha de servirle que sea una enfermera.
La tarde está particularmente cálida, sofocante. Hace dos noches que no sé de Candy, y confieso que esto me tiene inquieto, tengo que estar despierto y alerta para la toma de decisiones, pero tanto silencio no es algo bueno.
-¿Señor?- mi secretaria toca la puerta. Como no tengo cabeza para nada más, le permito entrar. Me recuerda a la Britter, tan tímida. Me gusta molestarla, es la pequeña diversión del día cuando estoy muy sumergido en mierda. Nunca me ve a los ojos, como ahora.
-Disculpe las molestias… Su señora madre...- hizo otra pausa. Si hay alguien que gusta más de torturarla que yo, es precisamente ella. Le hago un gesto con la mano para que continúe, antes que me saque de quicio. -Ha intentado comunicarse con usted varias veces, pero como usted me ordenó que no estaba para nadie, yo le hice caso ¿vio? Pero ahora su madre quiere matarme, no sé qué hacer, señor.
-Puedes comenzar por darme el recado- mi paciencia pende de un delgado hilo. Ella nota mi molestia.
-Que vaya con urgencia a la mansión… no quiso decirme nada más- agacho la cabeza.
-Gracias Martha, te puedes ir a casa, yo haré lo propio- un timbre de alerta se enciende en mi cabeza.
Ordené mi escritorio en un fútil intento de retrasar lo que se venía. Acto seguido me coloqué la chaqueta, estaba por apagar las luces de la oficina, pero no llegué a hacerlo, pues se apagaron solas. Una luz carmesí, olor a azufre... Me gire automáticamente, ahí estaba, sentado en mi sillón, pies sobre el escritorio.
-Tanto tiempo…- me miró socarrón.
Quedé paralizado.
-No, no era un sueño…- Olvidaba que era capaz de leer mis pensamientos. Se levanta del asiento para caminar hasta donde me encuentro. -Claro que puedo hacerlo ¿Cómo crees que sabía cuáles eran tus deseos?
-¿Qué haces aquí?- siseo molesto.
-Vengo por ti- sonrió.
Comencé a sudar frío, cierro los ojos buscando frenéticamente en el fondo de mi mente aquello que me pareció un sueño. Si todo esto era cierto, yo firmé ese puto contrato. Pero lo leí, tuve cuidado ya que suelo hacerle esto al resto, incauto no soy… Ahora yo sonreí. - Imposible- le desafié.
-¿Ah siii?- arrastró la última sílaba cual serpiente.
Su risa estridente llenó el ambiente, acto seguido todo había vuelto a la normalidad. Caí de rodillas al suelo, requirió de todo mi esfuerzo mostrarme sereno. Pero su carcajada al final... ¿Qué significaba eso? ¿él se sabe triunfante? Puedo sentirlo y yo, no puedo creerlo. Abrí el botón de la camisa que estrangula mi cuello, me faltaba el aire. Está jugando, sólo vino a martirizarme. Después de unos minutos, recupere mi usual calma. Era hora de ir a casa de mis padres a ver qué pasaba.
Mi madre festejaba, ¿su única intención ante su insistencia? Hacerme partícipe de la feliz noticia. La huérfana había huido, dejando con los crespos hechos a mi tío. Sarah no olvidaba nuestra fallida fiesta de compromiso, y como el abuelo William había contribuido al escándalo de ese día. Le odiaba tanto o más que yo, pero ella disimulaba como la mejor actriz, en cambio a mí... se me notaba en la cara. Me dio una copa de Champagne.
-¡Festejemos, hijo querido!- no cabía en ella. -¡Por fin William está probando de su propia medicina!... Eso le pasó por adoptar a esa rata.
Me picaba la palma de la mano, bien la hubiera cacheteado por hablar así de mí rata. Pero, a su favor, ella no estaba enterada de nada. Menos podía imaginarse a lo que había llegado mi obsesión por ella. Mi madre parecía llevar ya algunas copas, seguía compuesta pero más desinhibida, brindaba y reía. Yo, por mi parte, no estaba de ánimo después de lo vivido, ni menos al escuchar que ella se había ido. Me excusé alegando cansancio y me fui a mi cuarto. No puedo mentir al decir que cierta paz me da saber que se fue lejos, seguro se fue a refugiar con esas viejas de campo. Eso me daba la certeza que toda esa escena no era más que un juego, el imbécil ese quería verme fuera de mis casillas. Muy rápido descubrí que él no mentía…
Me era difícil respirar, podía sentir como perdía la razón. Una pequeña parte dentro de mí rasgaba las paredes de mi mente, tratando de sostenerme y no dejarme caer en la absoluta locura. Tercianas, sudor frío. No quería abrir los ojos, no quería saber dónde estaba o que tenía deparado para mí. Su risa taladraba mis oídos, quería cubrirlos, pero no podía, inmóvil, indefenso, cual ciervo frente a su cazador. De un instante a otro sentí mi cuerpo liberado, cayendo de bruces al suelo. Dolor, más allá del físico. Quería llorar mas estaba seco por dentro. Me agarré de mis rodillas en busca de consuelo. Un toque en la espalda me sobresalta sacándome por un momento de mi desesperanza. Frente a mí se encuentra mi padre. ¿Todo fue un mal sueño? Me da su mano.
-¿Dónde estamos?- observo a mi alrededor, juro que sufro demencia, de otra forma cómo explicar estar de pie en esta colina, en las inmediaciones de Lakewood.
-En el juzgado.
Ahora comprendo… -Tú… No eres Raymond.- respira.
-No. Verás, el jefe no quiere verte hecho mierda, no todavía…
Hablaba como mi padre, olía como tal... pero esa risa de mueca, esos ojos brillantes, no eran los suyos. Me indicó con su mano al final de la colina, donde se encontraban el mausoleo del clan Andrew, seguí con mis ojos hacia donde apuntaba. Una tumba específica. Raymond me empujó mientras miraba distraído, nuevamente de bruces, mi cuerpo rodando, él riendo. Rodaba sin parar, esto no era normal. El choque de mi espalda con una tumba detuvo mi andar. Creo que grité, pues sentí quebrarme. Con cuidado me giré, buscando apoyarme en la enorme estructura. No pude pararme. El suelo tiembla, la sepultura se quiebra, se abre. Me cubro la boca y nariz, pestilencia alrededor. Mis orbes quieren salirse de órbita con lo que ven, de entre los escombros Anthony se alza. Me tiro las greñas, comprobando si podía despertar. Al parecer todo es real. Mi mandíbula cae mientras él se levanta. No es que sea maricón, pero su faz, las flores, eran de una belleza sin par. Me mira con ojos sin vida y sonríe, pues me odia. Levanta lentamente una mano.
-¿Reconoces esto?- su boca no se abre, no obstante puedo oirle. Abre la palma, en ella éter brillante.
-Mi alma- contestó apesadumbrado. Cagué…
Observó con burla dentro de ella, yo sólo esperaba la sentencia, tratando de no perder mi cordura. -Deseaste la mujer de tu prójimo, mataste, robaste, ostentaste el dinero de otros en bacanales… Primo… ¿Tenías que romper cada uno de sus mandamientos?- apuntó hacia los cielos.
-Dame un respiro- le rogué. - de todos nosotros, tú eras el mejor... el más querido, el más bueno.
-¿Me vas a pedir ayuda?- fingió asombro.
-Debe haber una forma de salir de aquí…
-¡JAJAJAJAJAJAJA…! No… Debes pagar, por cada pecado, vivirás un infierno, uno muy personal… ya lo verás.
Enormes volutas de humo, mezcladas con un fuerte olor a azufre y putrefacción, tuve que cerrar los ojos por la picazón. Necesitaba concentrarme, llegar a él, de alguna forma. Debía ayudarme…
-Abre los ojos- volví a estremecerme. Con temor hice lo que tan querida voz me pedía. Estupor, es la única palabra que tengo para describir este momento. Mire mis ropas, cada parte de mi cuerpo. Anthony, o el que fuera, me había vuelto un niño. Alcé la vista para ver mi entorno, páramo desierto, ceniciento. “Ven a mí…” esa voz me llama en susurros, la busco asustado, como el niño que me había vuelto. Camino pero no avanzo, mis pequeños pies se cansan con facilidad. Siento que desfallezco, la fatiga y la sed pueden más. Pero no puedo caer, algo más poderoso me lleva, me arrastra, quiero gritar y no tengo voz. Cuando creo que voy a claudicar, la veo. Al final, una orilla, un río. Mi madre en una barca me espera…
Se que no es mi madre, esta mujer no es Sarah, pero no me importa, lo que me interesa es un lugar donde descansar, en este caso en esa barca. Corro ese último tramo y me lanzo como quien se zambulle, no alcancé a detenerme y caí directo en el féretro abierto. Sin embargo es tal mi estado mental, y dolor corporal, que ya no me molesta el estrecho ataúd. Siento la “barcaza” moverse, alzó la vista, ella es quien nos mueve y al hacerlo, el aire se llena de una pestilencia metálica. No debería mirar, pero no me contengo, no tengo voluntad en este lugar. A duras penas me giró para observar. Sangre, oscura, espesa y putrefacta. De ella comienzan a brotar partes de seres humanos, cabezas, torsos, brazos, manos. No quiero ver más, pero mis párpados no reaccionan “Abre bien los ojos” de nuevo su voz resuena, y a cuenta del nuevo hechizo, mi vista se concentra. Las manos que flotaban en la sangre se aferraban a la barcaza, como buscando auxilio, los rostros… era como si gritaran. Yo conocía esas caras. Todas y cada una, gente que mande a matar. Ahora vienen por mí. Siento sus manos sobre mí y yo… no me puedo mover, por más que intento, no puedo hacer nada. ¡BASTAAA!
Al choque de la barca con la orilla, las visiones desaparecen. He vuelto a mi forma natural y madre ya no está, sólo yo y el batel. Bajé como pude tratando de mantenerme en pie, me era casi imposible, pues fuertes olas de viento me movían a su voluntad. Un campo de flores del infierno, extrañamente inamovibles, a pesar de las fuertes ráfagas. Gemidos se oyen por doquier, no puedo ajustar mi visión, sólo distingo unas figuras. Pongo oposición al viento con los ojos clavados al suelo con tal de avanzar. Después de un momento, la ventolera se desvanece para transformarse en humedad, caliente, sofocante. Comienzo a sudar profusamente, al punto que mi camisa se humedece al instante pegándose a mi piel, el calor me sofoca, me cuesta respirar. Agua. Levantó los ojos en busca de las figuras… Sobre aplastadas flores estaba Archie de pie, desnudo, jugando con su verga, paseándola por el rostro de… ¡Eliza! Mi hermana bramaba cual animal, pidiendo el pene de ese infeliz y él, sonriendo, deja que ella lo tome con la boca. El bastardo gime de gozo. Mi hermana pasea su lengua, lo succiona como queriendo sacar de esa cosa hasta la última gota. Quiero avanzar y matar al perro a golpes. Las flores lo impiden amarrando mis pies, no puedo patearlas, no puedo romperlas. Fuertes, como si de fierro forjado fueran. Gritos de placer, vuelvo a mirar al frente. Mi hermana en el suelo se abre de piernas. El sarnoso se carcajea acomodándose entre ellas. Al momento del primer embiste, el primer grito de placer no fue de mi hermana, el cuerpo era el mismo, pero la amante era otra. Candy se retorcía bajo el cuerpo de Archie, abriendo la boca en busca de aire, su lengua como la de una serpiente, vibraba en el aire caliente. Se toca los pechos con frenesí, mientras el hijo de puta la embiste con brutal fuerza. Caigo de rodillas, impotente ante lo que mis ojos ven. Absolutamente empalmado ante la diabólica visión ante mí, busco mi verga con rabia y desesperación. Arriba, abajo; arriba, abajo. Por horas con la verga en la mano, viendo la una y mil formas que practicaban ante mí los fornicarios. Mis bolas, todo el cuerpo dolían. Yo no me venía, no podía correrme. Comencé a caer nuevamente, pero ahora no había suelo, todo se fue a negro.
Desperté sobre mi espalda, estoy hundido en una especie de fango. Tengo el cuerpo entumecido. Si le doy una orden a mis pies, estos no se mueven, ni mis manos. Sólo el cuello y cara responden. Me quedo quieto en la fría oscuridad, esperando lo que vendrá. Algo, que no soy yo, se arrastra, lo siento chapotear. Está cerca, lo intuyo. Mi respiración se acelera. Un siseo, como el de una serpiente. Recuerdo la lengua de Candy y tiemblo. Un hormigueo me recorrió entero, levanto mi cabeza para ver mis pies. Ahí está ella, paseando su asquerosa lengua. Me ve y sonríe mientras sus garras me entierra, desgarrando mi piel. Grito desesperado a la nada, pero nadie viene. Ella muerde, destroza y poco a poco me devora. La siento en mi ingle, tengo miedo, pues intuía que mi cuerpo estaba como muerto. De su boca cae espuma de sangre, feliz por llegar hasta mi hombría, la cual toma con sus manos frías. Cuando abrió sus fauces, yo cerré mis ojos. Mi garganta se desgarra ante el alarido. Otra vez me vi perdiendo el sentido, mientras a duras penas suplicaba.
-Candy, por favor, para…
Cuántas veces he perdido el sentido, ya no lo sé. El maldito me mueve de escenario tras escenario. En todos ellos una Candy transformada, una súcubo, una doncella en apuros. Me engulle, o la devoran, o la torturan mientras clama por mi ayuda. La visión de la tía Elreoy parece ser su favorita, vestida de carnicero con hacha en mano va descuartizando a mi niña. Mis pies amarrados con grilletes que no son más que bolsas llenas de lingotes de oro. Lo único que tenía que hacer era avanzar, llegar donde la tía, robarle el arma, matarla y así poder salvarla. Pero ya perdí la cuenta, estoy cada vez más flaco, llagas por todos lados, pies ensangrentados. Sólo puedo llorar mientras mi tía, con risa siniestra, la despedaza.
O un campo lleno de Terrence y Candice. Se golpean con brutal fuerza. Recuerdo que en un principio corría a defenderla. Logrando con ello despertar la ira de ambos, me tiraban al suelo, me escupían, me pateaban. Una fuerza desconocida me levantaba, sólo para que llegaran cientos de ellos para molerme a golpes. De pie sin saber por qué. El cuerpo hecho pedazos, partes de mi colgando, pero no caía, no me desmayaba, no desfallecía. Todos ellos reían y al hacerlo, era como oír nuevamente el eco de ese hijo de perra el día que firme el puto contrato.
Pero el que a mí me producía más arcadas, era aquel en el que descanso de boca sobre una cama. Seda fría al tacto de mi piel cansada. Cuando recién desperté a este panorama, reí con ganas, tan molido y abatido que no caía en cuenta de que mis pies y manos estaban atados, una extremidad a cada extremo de la cama. Ni siquiera me sentí inquieto, hasta que la vi. Ella venía a mi desnuda, voluptuosa, y de entre las piernas colgaba una especie de anaconda. Mis ojos ya no podían salirse más de órbita. Me tocaba, me besaba mientras yo trataba de tirar de las cuerdas. Sabía que era inútil tratar de razonar con ella. Ella me violaba con fuerza mientras me ahorcaba , su aliento en mi oído.
-Si no tratas de relajarte, seguirá doliendo- usaba las mismas palabras que le dijera contra mí. -Estas tan húmedo- sangre, todo dentro de mí estaba roto. Y cuando se venía, prefería hacerlo en mi cara.
Son segundos, minutos, meses, años, centurias. Hasta que un día dejé de sentir. No podía importarme menos si Archie se la afilaba, simplemente no me producía nada, bien podía metérselo hasta por las orejas, y yo como si nada. Comencé a darle instrucciones a Elroy para que la descuartizara, ver su cara de pánico me provocaba un placer absoluto. Tomé palco en la guerra que tenía montada con Terry, si hubiera tenido armas, se las pasaba. ¡HÁGANSE MIERDA! Les gritaba. No lloraba, ni pedía clemencia cuando Candy me violaba, a modo de juego y para molestarla, repito las palabras con ella, como si de un eco se tratara. Últimamente guardó silencio, cosa que la saca de quicio. Ya nada me perturba, nada duele, nada importa.
¿Un día? Apareció ante mí mientras estaba viendo como tía se manchaba el mandil por millonésima vez. -Te felicito- me sonrió con los brazos abiertos, avanzando hacia mí, a su paso el escenario iba desapareciendo. Yo ni me moví, imperturbable permanecí en mi asiento en absoluto mutismo. -Pensé que perderías la cabeza en algún momento- palmoteó mi espalda. -Estás hecho del material que necesito… Te propongo un nuevo trato.
Continuará...