La pregunta lo dejó aturdido. No sabía qué responder. Stear no era de aquellos que no supieran qué hacer o qué decir. El siempre sabía y si no sabía...¿inventaba...?
Ciertamente que había sido Anthony quien, con ese encanto tan suyo, los había sacado de toda clase de problemas cuando chicos, pero Stear era el de las ideas... ¿brillantes? ¡Pues claro que brillantes, faltaba más! Pero ahora, ¿qué responder?
La anciana que le había hecho la pregunta, lo veía fijamente con esos ojillos brillantes como cuentas de anís y mientras su corazón latía a mil por hora, él buscaba desesperado una respuesta que ocultara la respuesta que su corazón ya sabía.
"¿Qué es lo más cercano a la magia verdadera?", le había preguntado la mujer.
Stear volvió a pensarlo, pero lo único que se le venía a la mente, eran un par de ojos verdes que lo conquistaron desde antes de verlos. Ella era lo más cercano a la magia verdadera. Ella, que lo estremecía con cada sonrisa que le daba. Ella, que lo enamoraba con cada mirada que le entregaba. Ella, era ella quien, sin varita ni sombrero, sacaba conejitos blancos del fondo de su corazón.
La viejilla supo cuando él encontró la respuesta. Se dio media vuelta y se fue. Y Stear supo también que, con cada uno de los conejitos blancos que saltaban en su corazón cuando Candy lo veía y le sonreía, él haría una cajita llena de felicidad que los contuviera para siempre, para que cuando ella los escuchara saltar, pudiera comprender que, para él, ella era lo más cercano a la magia verdadera.
Ciertamente que había sido Anthony quien, con ese encanto tan suyo, los había sacado de toda clase de problemas cuando chicos, pero Stear era el de las ideas... ¿brillantes? ¡Pues claro que brillantes, faltaba más! Pero ahora, ¿qué responder?
La anciana que le había hecho la pregunta, lo veía fijamente con esos ojillos brillantes como cuentas de anís y mientras su corazón latía a mil por hora, él buscaba desesperado una respuesta que ocultara la respuesta que su corazón ya sabía.
"¿Qué es lo más cercano a la magia verdadera?", le había preguntado la mujer.
Stear volvió a pensarlo, pero lo único que se le venía a la mente, eran un par de ojos verdes que lo conquistaron desde antes de verlos. Ella era lo más cercano a la magia verdadera. Ella, que lo estremecía con cada sonrisa que le daba. Ella, que lo enamoraba con cada mirada que le entregaba. Ella, era ella quien, sin varita ni sombrero, sacaba conejitos blancos del fondo de su corazón.
La viejilla supo cuando él encontró la respuesta. Se dio media vuelta y se fue. Y Stear supo también que, con cada uno de los conejitos blancos que saltaban en su corazón cuando Candy lo veía y le sonreía, él haría una cajita llena de felicidad que los contuviera para siempre, para que cuando ella los escuchara saltar, pudiera comprender que, para él, ella era lo más cercano a la magia verdadera.