Buenas noches chicas, hoy vengo a dejarles el primer aporte para esta fiesta, esperando que sea de su agrado y que les guste tanto como me ha gustado a mí, les mando un abrazo y que siga la fiesta.
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PREFACIO
La fragilidad del ser humano muchas veces se disfraza de arrogancia e ira. La vulnerabilidad hace que las personas tomen decisiones equivocadas de las cuales pueden arrepentirse por el resto de su vida. Seguir las reglas para salvaguardar el buen nombre de una familia ante una sociedad que solo te valora por lo que tienes y no por lo que realmente eres, una sociedad que te hace traicionar a la única persona que puede salvarte de la soledad… a ti mismo.
INTRODUCIÓN
El peculiar olor del césped recién cortado se podía oler en hermoso jardín de la imponente casa señorial que se encontraba en los alrededores de Londres, rodeada de varias hectáreas de bosque privado y campos de cultivo, era una de las más espectaculares e importantes dentro de la sociedad inglesa ya que ahí habitaba uno de los más altos nobles de Inglaterra. El sol del mediodía bañaba el rostro de aquel hombre, estaría rondando entre los cuarenta y tantos años, algunos cabellos platinados se asomaban en su oscura cabellera, llevaba puesta una camisa de manga larga en un tono blanco, impecable, un pantalón gris Oxford, con botas altas y una boina del mismo color; caminaba por el pequeño campo de golf que había mandado construir a un kilometró de la casa, a su lado un jovencito cargaba un bolso con los palos de golf, el hombre andaba erguido con un imponente porte de elegancia, llevaba un palo en la mano, sus ojos azules se enfocaron en una pequeña bola blanca que estaba junto al arbusto a un costado del lago artificial, rodeo la pelota y enfoco el lugar a donde tenía que lanzarla, acomodó su cuerpo para hacer su tiro, estaba tan concentrado que parecía incluso no respirar, en el momento que soltó el golpe fue interrumpido.
- Richard, necesito hablar contigo – dijo una joven voz, el duque miró como la pelota se desvió por los aires muy alejada del punto a donde él quería que llegara, volteó hacia su izquierda, junto aún árbol se encontraba un joven de apenas unos diecisiete años.
- ¿No se supone que deberías estar en el colegio? – cuestionó casi ignorándolo, giró el palo de golf y clavó sus fríos ojos grises en la cabeza de este.
- ¡Necesito hablar contigo! – volvió a repetir, el joven ignoró la pregunta de su padre – o ¿acaso tengo que concertar una cita con el duque de Grandchester?
- Terence, no tengo tiempo para atender tus berrinches – respondió el hombre, quien comenzó caminar para retirarse.
- Papá… – Terry se mordió el labio inferior, el hombre detuvo su andar, volvió la mirada al chico, algo grave estaba pasando ya que pocas veces lo nombraba de esa manera – por favor necesito de tu ayuda – el volumen de su voz fue bajando al igual que su cabeza. ¡Terry se estaba doblegando!, ¿en verdad está pasando eso?, pensó Richard para sus adentros, el chico tenía la mirada fija en el suelo, sumiso.
- Morgan dile a tu madre que lleve un poco de té a la terraza de la biblioteca – el duque se dirigió de modo amable al chico, este de inmediato obedeció, llevaba al hombro el pesado bolso con los palos de golf.
- Morgan – Terry detuvo al muchacho – yo llevare esto – le sonrió, el chico miró al duque, este asintió con la cabeza, fue entonces que el muchacho se marchó en una efusiva carrera. El duque reinició su andar hacia la casa, Terry tomó el bolso, se lo puso en el hombro y en silencio caminó detrás de su padre, quien aún seguía incrédulo por la actitud de su hijo, sabía que no sería un platica amigable por la pésima relación que ambos tenían desde siempre. Durante la caminata hacia la casa ambos guardaron silencio, de vez en vez el duque miraba de reojo a Terry, este observaba el paisaje. “¿Qué pasará por tu mente?”, se cuestionó para sí mismo el hombre, quedándose con las ganas de preguntar. En cuanto entraron a la casa el duque se dirigió a la gran biblioteca que estaba en el ala norte. Terry camino hacia una puerta cerca de la entrada, la abrió y dejó el bolso con los palos de golf para después unírsele a su padre en la biblioteca, cerró la puerta en cuanto estuvo dentro del imponente lugar, grandes libreros de madera rojiza incrustados en las paredes las adornaban, todos repletos de libros con distintos temas, desde el árbol genealógico de la familia hasta política, leyes y arte. Terry volteó a la vitrina que estaba entre el ventanal que daba a la terraza y una hermosa pintura dentro de un marco artístico hecho de madera y pan de oro, la pintura retrataba un cielo azul en sus tonalidades claras, con nubes blancas iluminadas por la resplandeciente luz del solar, además de unas cuantas gaviotas volando, estaba colocada de manera específica que cuando enfocabas la vista hacia ella, parecía que en verdad mirabas el cielo. Los ojos del joven volvieron a la vitrina donde se estaba la colección completa de las obras de Shakespeare, todas en pasta dura y de cuero, hechas de manera artesanal
- ¡Ven, siéntate! – el duque sacó a Terry de sus pensamientos; el joven se dirigió a la terraza, el hombre ya lo esperaba, le ofreció sentarse en una de las sillas blancas de hierro forjado con asientos acojinados en una tela floreada de tonalidades blancas y celestes.
- ¡Gracias! – Terry se sentó frente a su padre – bueno yo… – estaba por hablar cuando llamaron a la puerta golpeando de manera sutil un par de veces.
- Adelante – dijo el duque con tono sereno, una mujer de unos treinta y cinco años entró a la biblioteca, llevaba en las manos una charola de plata con un hermoso juego de té de fina porcelana, la mujer dejó la charola en una mesa de esquina y se dispuso a servir la infusión en la tazas que iban sobre un pequeño plato, dejó la azucarera con los terrones, cucharas cafeteras y un plato con galletas caseras – gracias Joselyn, puede retirarse – ordenó el duque, la mujer obedeció, hizo una ligera reverencia y se marchó, no sin antes mirar de reojo a Terry, el duque tomó el plato con la taza y la llevó a sus labios para dar un sorbo.
- Te vendría bien un poco de azúcar – Terry al fin se decidió a hablar y lo hizo con sarcasmo, su padre lo miró con frialdad – no deberías de tratar a las personas tan fríamente – parecía reclamar.
- Si viniste solo a criticar mi comportamiento en mí propia casa – dejó el plato sobre la mesa – será mejor que te vayas – lo invito a salir señalándole la puerta, Terry cerró los ojos para aguantarse las ganas de responderle.
- Papá, necesito que me ayudes – el joven fue directo al punto.
- ¿En qué problema te has metido ahora? – el duque analizaba cada gesto de su hijo.
- No se trata de mí – explicó nervioso, mientras lanzaba un suspiro que había contenido desde que llegó. El duque enarcó una ceja interrogante, Terry recargó los codos en la orilla de la mesa y se llevó las manos a la cabeza, pasó los dedos por su larga cabellera – tengo una… amiga – le costaba trabajo hablar, el duque permaneció inmóvil como estatua – y… está en problemas por mí culpa – al fin se atrevió a decirlo.
- ¿La embarazaste? – Cuestionó el duque con un tono gélido, Terry le lanzó una mirada fulminante, su padre comprendió que no se trataba de eso – entonces ¿cuál es el problema? – le preguntó sin perder el temple y la compostura.
- La otra noche… – Terry tomó aire para darse el valor y la tranquilidad de seguir hablando – las monjas, nos encontraron juntos en el establo – confesó, por unos segundos el silenció reino entre ellos.
- Entonces, tú y ella…– el hombre fue interrumpido.
- ¡No!, ella es una dama – Terry no permitiría que su padre pensará algo malo sobre Candy – alguien nos tendió una trampa – comenzó a explicar – y ahora quieren expulsarla del colegio – añadió tratando de no estallar por la rabia que sentía.
- ¿Quién es tu amiga? – el duque siguió con el interrogatorio ya que era algo que le interesaba saber puesto que su hijo nunca había mostrado interés por algún compañero del colegio, mucho menos por una chica, al menos no como lo estaba haciendo en ese momento, de hecho, en algún punto pensó que su hijo tenía otro tipo de preferencias. Terry desvió la mirada, como queriendo ocultar algo a los ojos de su padre.
- Se llama, Candice White Ardley – la expresión en el rostro del joven era de desolación, los ojos del duque se llenaron de sorpresa – ella es una buena chi… – Terry estaba por hablarle sobre Candy.
- ¡Es una huérfana! – Richard Grandchester expresó tajante, Terry lo volvió a mirar, ahora con recelo y reproche – ¡no cuentes con mí ayuda! – tomó el periódico que había sobre la mesa de centro, lo abrió e ignoró a su hijo.
- ¿Cómo puedes hacerme esto? – Terry se puso de pie y arrebató de las manos el periódico que sostenía su padre, el duque se quedó boquiabierto.
- No voy a permitir que vengas a gritarme a mí propia casa – Richard se levantó y se irguió tal cual alto era, miró a su hijo con frialdad – y mucho menos que te involucres con una chica como esa – alzó la voz.
- ¡La juzgas por ser una huérfana! – también alzó la voz – pero te aseguro que es mucho mejor persona que tú y toda la nobleza de mierda junta a la cual pertenecemos – Terry estaba desesperado por la situación de Candy, ya que si no hacía algo rápido ella sería expulsada de la escuela y la familia Ardley.
- ¡Basta ya, Terence! – gritó el duque mientras le soltaba una bofetada a su hijo, este se tambaleó por el brusco golpe que había recibido en la mejilla – no voy a soportar más tus caprichos – sus ojos parecían echar fuego – no pienso mover un solo dedo para ayudar a esa chica – aseguró – ya me habían advertido que estabas involucrado con alguien que no era de tu clase – Terry lo miraba con resentimiento – si es para divertirte, está perfecto, lo apruebo – agregó mientras trataba de volver a tomar la compostura – pero no voy a permitir que mi hijo, el heredero al título nobiliario de la familia Grandchester termine con una chica de quién sabe que procedencia – dijo escandalizado – así que ahora mismo iras al colegio y te comportaras como lo que eres – ordenó – lo que le pase a esa plebeya no es tu problema y mucho menos mío – apretó los puños de las manos.
- Es que yo… – la expresión de tensión en el rostro de Terry ahora se volvía melancólica – ¡yo la amo! – confesó a su padre tomándolo por sorpresa.
- No me vengas con sentimentalismos – parecía que el duque no cambiaría su decisión sobre Candy.
- ¡Claro, se me olvidaba con quien estoy hablando! – Terry dijo con arrogancia e ironía – nada más y nada menos que con el hombre que enamoró a una joven actriz norte americana – el duque lo volteó a ver con recelo – y luego la dejó para casarse con otra, ¡sí!, tienes razón, eres un hombre que no conoce de sentimentalismos, tan es así que para hacer sufrir a esa mujer le arrebataste a su hijo de los brazos – le recordó, la tensión se notaba en el rostro de Richard Grandchester. Al ver que su padre no accedería ante su petición de ayuda, Terry no se guardaría las ganas de todo aquello que siempre le quiso decir – eres igual o peor mierda que el viejo decrepito de tu padre, y te odio tanto o más de lo que tú lo odiabas a él – Terry caminó hacia el interior de la biblioteca – no sé cómo pude creer me ayudarías – le reclamó – pero no se preocupe “Duque de Grandchester” – hizo énfasis en esas palabras – veré como saco a mí “novia” de este problema – recalcó la palabra “novia”, Terry se detuvo cuando llegó a donde estaba el cuadro de las gaviotas – este cuadro no tendría por qué estar aquí – el duque miró a su hijo – tanta belleza y luz, no deberían pertenecer a un lugar tan lúgubre, no deberían estar manos de alguien como tú, alguien que todo lo que toca lo llena de putrefacción – fueron las últimas palabras del joven antes de salir de la biblioteca y azotar la puerta. El duque se quedó inerte por unos instantes mientras desde la terraza miraba la silueta de su hijo alejarse por el camino que conducía hacia bosque, cuando el joven se perdió entre los árboles el hombre se adentró a la biblioteca, se paró frente a la pintura.
- ¡Ay, Terry! – lanzó un suspiro que había contendido – si tú supieras lo que esta pintura significa para mí – sus ojos grises parecieron cristalizarse por un instante – si tú supieras que es la única luz que hay en mí vida desde entonces… Richard Grandchester fijó su mirada en el cielo azul de esa pintura luego cerró los ojos, sintiendo como si su alma se disolviese con el viento que se colaba por el ventanal llevándolo a remontar una historia vivida muchos años atrás.
CONTINUARÁ...