Ya casi se termina la fiesta, pero mientras eso pasa hay que seguir festejando.
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CAPÍTULO 8
AHOGANDOME
¡Que sublime es estar enamorado!, pero causa más felicidad saberse correspondido con la misma intensidad. Fue un solo beso el que Eleonor y yo nos dimos antes de que ella abordara el tren, pero no había duda alguna, mi alma entera le pertenecía, aun siento mi piel erizarse de solo recordar la suavidad de sus labios, espero que el tiempo pase volando para poder verla de nuevo, esa mañana cuando íbamos camino al hotel, Robert me contó su plan para que yo pudiera permanecer más tiempo en los Estados Unidos, su idea me pareció descabellada, ya que desde que llegamos me había reusado a utilizar la frase “heredero al título de Duque de Grandchester”, ya que como en todas las sociedades, fuesen inglesas o estadounidenses el tener un título nobiliario era lanzar un anzuelo a un lago lleno de peces voraces, pero por ahora, codearme con los ricos americanos era el único modo de mantenerme cerca de Eleonor, mientras buscaría la manera y el valor para decirle a mí padre sobre mí relación con una joven actriz norteamericana y también, para confesarle a Eleonor mi posición dentro de la nobleza inglesa. Han pasado cuatro días y ahora me encuentro en el muelle despidiendo a Thomas y Jeremy, ellos parten a Inglaterra.
- ¡Te envidio! – Jeremy se acercó a mí, afligido – que suerte tener el apellido Grandchester – bufó.
- ¿Lo crees? – entorné los ojos, si Jeremy supiera lo que pesa en la espalda ese apellido.
- Ahora sí, te comportarás como lo que eres – replicó Thomas, quien parecía incómodo, aunque fue él quien decidió por voluntad propia regresar con Jeremy a Inglaterra – diviértete Grandchester – palmeó mi espalda.
- ¿Estas molesto? – no pude evitar preguntar.
- ¡Claro que lo está! – Jeremy lo delató – y no solo molesto, si no decepcionado – comenzó a dramatizar llevándose la mano al pecho.
- ¿De verdad? – sonreí ante la pésima interpretación de mí amigo.
- ¡Ya cállate! – Thomas trató de detener a Jeremy.
- No lo niegues – lo confrontó – no puedes con la frustración del rechazo de esa joven actriz – mi corazón se detuvo al escuchar eso – ¿Cómo se llama?¡Ah sí!, Eleonor Smith – traté de no mostrar interés, aunque por dentro empezaba a punto de enardecer – hace dos días la fue a buscar a su casa – murmuró Jeremy, ¿cómo supo dónde vivía?, me cuestioné preocupado – pero resulta que ella partió a una gira – volteé a ver a Thomas, apretaba los labios al igual que los puños – así que perdió la oportunidad de llevarse a la cama – se mofó.
- Eres un imbécil – Thomas le propinó un empujón a Jeremy.
- ¡Basta! – Robert llegó a tiempo para impedir una pelea y me alegro porque si no hubiera intervenido me les habría ido a los golpes a ambos – no quiero que lleguen en pedazos a Southampton – mi amigo calmó los ánimos.
- ¡Qué fácil es para ti! – Thomas le reclamó – no serás tú quien tenga que dar la cara y muchas explicaciones – lo señaló con el dedo índice.
- Lamento mucho esto, pero yo ya le expliqué a mí padre… – Robert trató de hablar, pero Thomas lo interrumpió.
- Tu mejor que nadie conoces a ese viejo, nos exiliara por tu culpa – la respiración de Thomas era agitada, por unos segundos todo fue silencio hasta que este se rompió por la bocina del barco – lo siento – bajó la mirada – no es mi mejor momento – se excusó.
- Es hora de abordar – Jeremy intervino, “¿en qué punto nuestra amistad se fisuró?”
- ¡No veremos en Londres!, mientras pon en alto el apellido Grandchester – Thomas se despidió, sentí su voz cargada ironía – hasta pronto Richard, hasta nunca Robert – fueron sus últimas palabras antes de desparecer de nuestra vista, Robert y yo no miramos, incómodos.
- No se lo tomen personal – Jeremy se disculpó por nuestro amigo – ya se le pasará – se encogió de hombros – hasta pronto amigos – se acercó a Robert – te deseo mucho éxito – le dio un fuerte abrazo – y tú, no hagas tanto alarde de tu apellido – me guiñó el ojo – te veré después – subió a la plataforma.
- Ten un buen regreso – dije antes de que se perdiera entre la multitud. Thomas y Jeremy partieron entre un ambiente hostil, dejando un mal sabor de boca en Robert y en mí, pero no había marcha atrás, yo tendría que hacer tiempo hasta la llegada de Eleonor, después la convencería de acompañarme a Inglaterra para formalizar nuestra relación. Esa misma noche me presentaría como el hijo del Duque De Grandchester en una fiesta donde se reunirían la crema y nata de la sociedad Neoyorquina, me alisté con mis mejores galas, me miré en el espejo una y otra vez, a pesar de mí porte y elegancia, detrás de esta imagen sentía una pesada carga en la espalda.
- ¿Estás listo? – Robert tocó a mí puerta.
- ¡Sí! – me acomodé el corbatín.
- ¡Tranquilo!, todo estará bien – sentí su mano sobre mí hombro.
- Tengo miedo – le confesé – y no de esta sociedad – expliqué – si no de la reacción de Eleonor cuando se entere – me aterraba la idea de que ella no quisiera nada con el hijo de un noble inglés, nuestra sociedad es hermética y abrirle ese mundo a Eleonor me angustiaba debido a las normas que nos regían.
- Eleonor te ama, ella comprenderá – aseguró mi amigo – ¡vamos! – me animó a seguirlo. Partimos hacia la fiesta, en el trayecto mi mente voló a kilómetros de distancia, faltaba mucho tiempo para que ella volviera y yo ansiaba como un loco su regreso. No me fue muy difícil fingir una gran sonrisa cuando entramos en aquel salón, la sociedad estadounidense se esmera en resaltar su riqueza y posición social con grandes y lujosas construcciones, no son tan diferentes a nosotros. El salón tenía hermosas columnas que sostenían el techo todo muy al estilo renacentista, los pisos eran de mármol y las cortinas rojas lo hacían resaltar mucho más, y a nuestros pies había una escalera imperial adornada con un barandal de latón dorado, en ese momento sentí miles de ojos volteando a vernos y los murmullos no se hicieron esperar, sobre todo el de las jóvenes damas.
- ¡Creo que ya saben quién soy! – susurré mientras me armaba de valor y bajaba los escalones con la elegancia que me caracterizaba, los caballeros observaban expectantes.
- ¿A quién anuncio? – preguntó el hombre que estaba al pie de la escalera.
- Robert Hathaway y… – mi amigo iba decir mi nombre, pero lo detuve.
- Y Richard Grandchester, hijo del duque de Grandchester de Inglaterra.
- El joven Robert Hathaway y Richard Grandchester, hijo del duque de Grandchester de Inglaterra – el hombre dijo con su potente y gruesa voz nuestros nombres, la exclamación de asombro resonó en todo el salón. “Siempre es igual, admiración seguida de adulación cuando escuchan que pertenezco a la nobleza”, las sonrisas y halagos no se hicieron esperar, empezando por el anfitrión de la fiesta, la hipocresía y el interés casi se pueden respirar.
- Quita esa cara – Robert se acercó a mí y susurró en mí oído, en el fondo aun me preguntaba si era correcto esto que hacía, pero pensaba en Eleonor y en que esta era la única manera de anclarme aquí, a dónde ella pertenece. Buena parte de la noche se me fue en presentaciones con la gente más poderosa de la sociedad neoyorkina y de otros estados, entre ellos había una familia que migró de escocia e hicieron fortuna y poderío en Chicago Illinois, me llamó la atención la diferencia entre dos jóvenes de dicha familia, la primera era una joven rubia de ojos verdes, de aspecto dulce y la otra, una joven de cabellera castaña y mirada altiva no dejaba de observarme, a tal grado de incomodarme, junto con ellas una mujer madura con una expresión de dureza y hostilidad, no recuerdo su apellido solo que comenzaba con “A”, en fin, seguí con la larga fila de aduladores a mí alrededor.
- Permita presentarle a la señorita Gabriella Hubbell – el señor Loughty me habló, cuando volteé tenía frente a mí una joven mujer de cabellera rojiza.
- ¡Es un placer! – la chica sonrió coqueta – sus ojos verdes se iluminaron.
- Es placer es mío – ella extendió su mano y yo como todo el caballero galante que era, la sujeté y besé el dorso de su mano, el cual estaba cubierto por un guante color marfil. En ese momento un empleado del señor Loughty se acercó a él y le susurró algo al oído.
- Tengo que dejarlos solos por un minuto – se disculpó el hombre.
- No hay problema – sonreí.
- Lo dejo con una excelente compañía – miró a la chica, era una joven muy hermosa, aunque no tanto como mi querida Eleonor.
- ¿Así que viene de Inglaterra? – la joven cuestionó.
- ¡Sí! – me sacó de mis pensamientos.
- Yo estuve ahí, hace un tiempo – trató de captar mi atención, comenzamos una charla a la cual le presté interés por cortesía ya que lo único que yo deseaba en ese momento era irme de ahí, el haber olvidado pertenecer a una familia aristócrata por un tiempo me había dado un respiro… un alivio, y ahora volvía a mí realidad, esa que tanto me pesa, después de la cena, volvimos al salón principal, ahí un dueto de piano y chelo comenzaron armonizar la fiesta al sonido de Eleige OP. 24, demasiado dramático para mí gusto, pero fue a petición de la señorita Hubbell. De nuevo esos ojos verdes se postraron en mí, adiviné los deseos de la joven, pero no me acepté esa petición que me gritaba invitarla a bailar, no, esos derechos ahora le pertenecían a Eleonor, ojalá estuviera aquí.
- Robert, vámonos – dije en cuanto tuvimos un tiempo a solas.
- Se lo incomodo que es esto para ti – mi amigo comprendía mi sentir. En ese momento visualizamos al señor Loughty, Robert y yo nos acercamos a él.
- Señor Loughty – le habló antes de que alguien llegara a acaparar su conversación.
- Espero se estén divirtiendo – sonrió el hombre.
- La fiesta ha sido exquisita y de tan buen gusto – Robert sonreía, yo sabía que estaba fingiendo para nosotros había una enorme lista de desatinos en esta reunión, pero no íbamos a entrar en detalles – mi amigo y yo tenemos que retirarnos – explicó, el hombre puso cara de sorpresa – tenemos que descansar ya que mañana tenemos un compromiso por la mañana – se excusó.
- Entiendo – se quedó pensativo – espero volver a verlos pronto – se despidió de nosotros con el debido protocolo.
- Fue un gusto conocerlo – me animé a hablar, al fin terminaría este suplicio, ya no soportaba el traje y las mejillas me habían dolido debido al esfuerzo de mantener mi mejor cara, di la vuelta para ir a las escaleras que nos llevaría a la salida.
- Se va, ¡sin despedirse! – me topé de frente a la joven pelirroja... ¿Cómo se llama?, ¡Ah sí, Hubbel era su apellido!
- Lo siento – me disculpé – la perdí de vista – me molestaba tener que dar explicaciones y más cuando no eran ciertas.
- Espero tener el honor de volver a verlo – me miró coqueta y me sonrió.
- Tal vez señorita Hubbell– dije a secas.
- Llámeme Gabriella – me pidió y extendió su mano.
- Hasta pronto señorita Hubbell – no tuve más remedio que darle un beso en la mano por pura y mera cortesía, di la vuelta y salimos de aquel lugar que me asfixiaba, en cuanto pisamos la calle me aflojé el corbatín del cuello – pensé que este suplicio no terminaría – fue lo primero que dije mientras caminábamos a un costado de la avenida esperando encontrar un coche de caballos a estas horas.
- No estuvo tan mal – Robert se burló.
- ¿No estuvo tan mal? – entorné los ojos – la cena estaba fría y desabrida – me quejé – la música parecía un réquiem, me estaba durmiendo – me reí – la única melodía que me pareció aceptable fue la que pidió la señorita pelirroja – me reí.
- ¡La señorita Hubbell! – Robert recordó el nombre – muy hermosa, por cierto – afirmó, no iba a negarlo, tenía una belleza… exótica por así decirlo, pero nada que pudiese compararse con Eleonor.
- Siquiera me fijé en ella, la verdad no puedo sacarme de la mente a Eleonor – suspiré.
- Hablando de Eleonor, te tengo una sorpresa – Robert me guiñó el ojo y sonrió socarrón.
- ¿Sorpresa? – mi corazón se aceleró.
- ¡Sí!, y está esperándote sobre tu cama, no te dije antes porque si lo hacía muy probablemente te habrías negado a venir a la fiesta – parecía convencido de ello. Como no encontramos transporte que nos llevara a la casa, decidimos ir caminando y mientras hablábamos de los planes que teníamos con nuestras respectivas novias el tiempo se nos fue volando, cuando menos nos dimos cuenta ya estábamos entrando a la casa, de inmediato subí las escaleras para dirigirme a mí habitación, siquiera le deseé a Robert una noche placentera de descanso, en cuanto me adentré puse seguro, no quería que nadie me interrumpiera, me quité el saco y me serví un trago. Me acerqué a la cama sobre el edredón se encontraba un sobre de papel, dejé el vaso encima del buró, me senté en el borde de la cama, abrí los engomados de la hoja y saqué un pequeño papel, lo desdoblé.
Querido Richard: No ha pasado mucho desde que te vi y ya te extraño, ansió el tiempo vuele para abrazarte de nuevo. Te ama, Eleonor.
Mi querida Eleonor me había enviado un telegrama, eran pocas las palabras que había en él, pero para mí eran suficientes y certeras, sentí que mi alma se regocijaba. No sé cuántas veces leí ese telegrama, lo único que recuerdo es que lo dejé pegado a mí pecho antes de quedarme dormido.
CONTINUARÁ…