Introducción.
[img][/img]
CAPÍTULO 1
EL AZUL DE LA LIBERTAD
Cuando abrí los ojos y miré cielo tan azul de ese medio día quedé impresionado, en Inglaterra nunca había visto algo parecido, las nubes, el sol, el viento, incluso el aroma salino y un par de gaviotas volando al rededor del barco, eso nos indicaba que nuestro destino estaba cerca, era la primera vez que yo visitaba el continente americano, en específico los Estados Unidos, conocía los países más cercanos al mío, como miembro de la nobleza Británica era un deber tener una buena relación con los nobles de otros países, pero, “norte américa, ¿qué puede ofrecerme?”, de no haber sido por la locura de mí amigo, jamás me habría atrevido a hacer un viaje tan largo, tan cansado y tan poco productivo. Él tiene un sueño, un anhelo y ha decidido luchar por él, pero yo, ¿qué hago aquí?, ¡sí, me estoy arrepintiendo!
- ¡Richard! – una voz conocida me llamó haciendo que salga de mis pensamientos – ¿ya viste eso? – con su dedo índice señalo hacia la izquierda a lo lejos se veía un punto el cual conforme iba avanzando el barco, se fue acrecentando, mis ojos se abrieron tan grandes por la impresión, una majestuosa estatua de bronce sobre una pequeña isla en medio del mar nos daba la bienvenida a estas tierras, una mujer con una túnica y una antorcha en mano, también una corona sobre sus sienes.
- ¿Así que esta es la famosa estatua? – le cuestioné a mí amigo, traté de sonar serio, no quería que él notara mi asombro.
- ¡Es impresionante!, ¿no lo crees? – dijo emocionado, me dio una palmada en el hombro, sabía que estaba sorprendido, me conocía bien, aunque quisiera ocultárselo estoy seguro que adivinó mis pensamientos con solo observar mis ojos.
- No es gran cosa – dije de modo desenfadado – no tan impresionante como la torre de París – me encogí de hombros.
- ¡Richard! – mi amigo se recargó en la baranda mientras yo visualizaba la ciudad en el fondo– gracias por acompañarme – mordió su labio inferior – tu eres el único que sabe que este viaje para mí ya no tiene retorno – lanzó un suspiro largo.
- Robert, ¿estás seguro de esto? – no puede evitar preguntar por enésima vez, él asintió de manera afirmativa – cuando tu padre se entere, se morirá – expresé contrariado de imaginarme la cara de Lord Harvey y la de mí mismo padre, el duque Arnold Grandchester, cuando ambos se enterarán de lo que mi amigo Robert iba a hacer y de que yo fui partícipe de esto, nos matarían con sus propias manos.
- Vamos Richard, ya no somos unos chiquillos, casi cumplimos los veinticuatro, ya somos adultos, además mi padre está muy ocupado en Irlanda y tu padre está atendiendo su rol de duque en Mónaco – Robert me guiñó el ojo – tu sabes que cuando venía de vacaciones a los Estados Unidos era para tomar cursos de actuación en Broadway – rodeó mi cuello con su brazo, pronto veras mi nombre en las marquesinas del distrito de teatros.
- ¡Ja!, claro – dije antipático, solo para hacerlo enojar – y ¿cómo te presentarás?, como Robert Harvey tercero – me burlé.
- ¡No!, claro que no – Robert levantó la mirada y pareció observar algún punto fijo en el cielo – jamás utilizaría el apellido de mí padre para mí nombre artístico – suspiró – de hoy en adelante mi nombre será, ¡Robert Hathaway! – sonrió glorioso.
- ¿Cómo la esposa de Shakespeare? – no me sorprendió que decidiera tomar el apellido de algún famoso escritor o de alguien que tuviera que ver con la literatura británica – suena bien – hice una mueca.
- Ese gesto tuyo dice lo contrario – Robert no pudo evitar refutar a mí expresión.
- No dejo de pensar en las consecuencias que traerá todo esto – en el fondo yo deseaba que mi amigo se arrepintiera de su decisión, cosa que sabía bien que no iba a pasar, ya que Robert tenía definido lo que quería hacer de su vida, en pocas palabras tenía mucho más carácter que yo, que solo me dedicaba a seguir órdenes de mí padre, desde que tengo memoria me han educado para comportarme en sociedad y me han instruido académicamente lo suficiente para poder relacionarme con gente de mí estatus social. Mi padre me dejó hacer este viaje como regalo por haber concluido mis estudios universitarios, y de eso ya han pasado dos años, lo pensó mucho tiempo hasta que finalmente su buen amigo Lord Harvey lo convenció, un viaje de hombres había dicho el padre de Robert, además veníamos con otros amigos.
- Chicos, es mejor que vayamos a nuestro camarote a preparar nuestras pertenencias – Thomas se acercó a nosotros, él es parte de nuestro grupo, Robert y yo nos miramos y nos retiramos, mi amigo no dejo de hablar en ningún momento mientras yo permanecía nervioso, por no saber que me depararía mi estadía en esa ciudad de la cual se rumoraba mucho y no siempre de la mejor manera. En cuanto el barco atracó en el gran muelle, los pasajeros comenzaron a descender, tomé las pocas cosas que llevaba a la mano, nuestro demás equipaje llegaría al hotel donde nos hospedaríamos, caminamos por los largos pasillos del interior del barco hasta que finalmente llegamos a la plataforma por la que descenderíamos, mis amigos estaban eufóricos por estar en estas tierras, pero yo seguía dudoso, bajé con cierto temor antes de poner un pie en este país, exhalé largo y tendido, en cuanto pisé esta tierra sentí una extraña descarga en mí cuerpo, fue como si se formara un nudo en mí entrañas, jamás me había pasado algo así.
- ¿Cómo se siente? – Robert preguntó al tiempo que me daba una palmada en el hombro.
- ¿Qué? – no comprendí de qué hablaba ya que aún me encontraba “aturdido”.
- Sí, ¿qué se sientes pisar tierra americana? – me volvió a preguntar.
- ¡Nada! – dije lo más serio posible y encogiéndome de hombros, tratando de mostrar indiferencia, aunque lo que en realidad quería era ocultar esas sensaciones que habían invadido todo el cuerpo.
- Eres imposible – Robert se río de mí, miré en todas direcciones, había demasiada gente, no me gustaba estar entre el tumulto así que decidí que era hora de marcharnos.
- Sera mejor que nos vayamos, los chicos nos esperan – dije casi ordenando, le señalé con la mirada el coche de caballos que aguardaba por nosotros, di la vuelta y caminé aprisa, cuando volteé me percaté de que Robert no se había movió ni un milímetro, de hecho parecía haberme ignorado, al observarlo pude notar que buscaba algo de manera desesperada, al fin volteó a verme – vamos – repetí, sus ojos cafés se abrieron como platos y una gran sonrisa se dibujó en su rostro, parecía como si hubiera visto una radiante luz que lo estaba envolviendo en… felicidad. Robert soltó el bolso de cuero que llevaba en su mano, al igual que el saco que sostenía con la otra, se echó a correr hacia donde me encontraba, me sentí un poco asustado de tanta efusividad, noté como abría los brazos, creía que me envolvería en ellos como si fuese su damisela, sentí los músculos de mí cara tensarse y postré mis manos frente a mí, para detenerlo, mis ojos se llenaron de asombro al ver que mi amigo se siguió de largo, volteé en su dirección, fue ahí que me di cuenta de lo que estaba pasando, una hermosa chica de cabello castaño se lanzó a su encuentro en un efusivo abrazo, por algunos segundos permanecieron así hasta que la dama postró sus manos sobre el rostro de Robert, él le plantó un beso en los labios, muchas de las personas los miraban escandalizados. En ningún momento Robert me habló de esta joven, ahora entiendo su decisión de quedarse en este país, me mordí el labio y di la vuelta, a decir verdad, sentí un poco de envidia, a pesar de que yo era un joven muy apuesto, educado e instruido, tenía estrictamente prohibido exhibirme con alguna mujer, fuese quien fuese, ya que mi padre había arreglado mi matrimonio con la hija de un Conde, una mujer a la cual yo no conocía en persona, “ojalá que alguien corriera así a un encuentro conmigo”, pensé para mis adentros, me reí de ese extraño deseo que me había invadido por un instante, decidí dejar a Robert con su enamorada, mire de nueva cuenta el inmenso océano que ahora me separaba de mis obligaciones como el hijo del más alto noble inglés, volví mis ojos al cielo, creo que nunca había visto un azul tan vibrante en toda mi vida, “el azul de la libertad”, pensé y solté el aire que había contenido en mis pulmones. Di la vuelta para irme al coche donde aguardaban mis amigos, el tumulto de gente había disminuido así que me fue más fácil transitar por el muelle, antes de marcharme quise echarle un vistazo a mí amigo, solo que… mis ojos se clavaron en una radiante cabellera rubia que se ondeaba con el suave viento apenas perceptible, en mi vida había visto un cabello tan brillante como si fuese el mismo sol, la dama en cuestión me daba la espalda, era alta y delgada, su vestido celeste se ceñía a su diminuta cintura, me sentí tan indignado de mis propios pensamientos que me recriminé, desvié la mirada y me dispuse a irme, solo que sentí algo en mí interior que me hizo volver la vista a la joven como si yo fuese un simple pedazo de metal y ella una imán atrayéndome, no sé qué tan cierto sea eso de la intuición femenina, pero como si le hubiesen dicho que volteara, ella giró su rostro y me miró sobre su hombro, en ese instante sentí un golpe en el pecho y volvió a mí esa misma sensación que tuve cuando descendí del barco, el nerviosismo me invadió y lo único que pude hacer fue echarme a correr al carruaje, como el cobarde que muy en el fondo era.
CONTINUARÁ…