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Pondre esto por aqui y me ire lentamente...
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CAPITULO 1
CAPITULO 2
CAPITULO 3
CAPITULO 4
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[/img]CAPÍTULO 5
DESPERTAR
No sé porque, pero me he vuelto un poco perverso con mis amigos, me daba mucha gracia las expresiones de Thomas, durante más de diez días había estado yendo al teatro para poder conocer en persona a la bella actriz que encarna a la primavera, solo que todos sus intentos han sido fallidos, verlo rabiar por ser rechazado me divierte, pero también me preocupa, siento que está comenzando a obsesionarse y eso ya no me causa gracia, solo espero que el capricho se le pase pronto. Mientras él hace berrinche, yo disfruto de la compañía de Eleonor, me he dado cuenta de que cada día me gusta más, no solo por su belleza física, a pesar de ser tan joven, es muy inteligente, culta y con una conversación interesante, lo admito, me tiene cautivado, no sé a qué grado, pero me he convertido en presa de sus encantos.
- ¡Maldición! – Thomas entró a la estancia de la habitación, de inmediato se dirigió a la mesa donde se encontraban las licoreras, tomó un vaso se sirvió un poco de whisky, lo bebió de golpe, no quise preguntarle el motivo de su mal humor, sabía perfectamente bien a que se debía – esa chica, te juro que en cuanto la tenga enfrente lo primero que haré es… apretó el vaso con su mano tan fuerte que pensé que lo rompería.
- Deberías de olvidarte de ella – traté de sonar indiferente, aunque en el fondo eso era lo que más deseaba.
- Primero se negó a verme – volvió a servirse otro trago – y ahora no se presenta a la función – se sentó y recargó la cabeza en el respaldo del sofá.
- ¡No se presentó! – me sorprendió el comentario de mí amigo, el me volteó a ver confuso, creo que fue muy obvia mi reacción – tal vez mañana, puedas verla – intenté sonar desinteresado – o tal vez, deberías desistir – dije mientras seguía leyendo, esperaba que aceptara la segunda opción, así me haría las cosas más sencillas. Últimamente me desaparecía durante el día o en la noche.
- Quizás tengas razón – Thomas exhaló largo y tendido – no lo sé – dejó el vaso sobre la mesa de centro – pasa buena noche, amigo – me dio una palmada en el hombro y se retiró a su habitación.
- ¡Que descanses! – lo miré y le regalé una media sonrisa. En cuanto me quedé solo me dispuse a ir al hogar de Eleonor, esta mañana cuando la acompañé a hacer sus compras no me comentó nada de que faltaría a la función, me asegure de que nadie me viera salir a esta hora, abordé un coche de caballos, de inmediato le indiqué mi destino, quería pensar que todo estaba bien, tal vez se le hizo tarde para llegar a la función, o se le atravesó alguna visita, o qué se yo, busqué miles de situaciones que pudieron pasar para que se ausentara. En cuanto llegué al edificio toqué para que me abrieran, pero la puerta estaba entreabierta, así que entré y subí las escaleras, temeroso, cuando llegué a la azotea pude notar que todo estaba a oscuras, llegué hasta la puerta - ¡Buenas noches! – dije al tiempo que mi puño golpeaba la hoja de madera, solo obtuve silencio como respuesta, volví a tocar, una y otra vez, hasta que la desesperación me venció, era obvio que no había nadie, tal vez tuvieron que salir de urgencia. Regresé al hotel, frustrado, con una sensación de vacío en el pecho, no pude pegar un ojo toda la noche, miles de pensamiento turbios me asechaban, ¿qué tal que se fue con alguno de los tantos pretendientes que la buscan?, no, tenía poco de conocerla, pero estaba convencido de que ella no era así, lo primero que hice la mañana siguiente fue ir a buscarla, siquiera esperé la hora del desayuno habitual con mis amigos, necesitaba saber dónde había estado, me llevé una tremenda decepción al ver que el lugar seguía igual que la noche anterior, con las ventanas cerradas, quise asomarme al interior, pero las cortinas bloquearon mi visión, toqué un par de veces, con la esperanza de que estuvieran dormidas, pero me volví al hotel con las manos vacías. Durante una semana regresé todos los días, mañana, tarde y noche, pero era como si la tierra se las hubiese tragado, nunca encontraba a nadie a quién preguntar, y la única persona que vi salir del edificio, me dijo que no lo molestara, tampoco podía preguntarle a Robert, no podía decirle nada de mí amistad con Eleonor, al menos no todavía, simplemente no sabía qué hacer y la desesperación me carcomía el alma. Thomas había desistido de su intento de tener un encuentro con la “diva” como él la llamaba debido a su rencor por el rechazo, así que esa noche me aventuré a ir al teatro, tal vez ahí encontrara algún indicio de su paradero, no presté atención alguna a la obra ya que mi objetivo no era distraerme o divertirme como los demás asistentes, solo en una parte del último acto centré mi atención en el escenario, tenía curiosidad de saber quién sustituía a Eleonor, sentí con mis ojos se abrieron como platos cuando en escena apareció ella, interpretando a la primavera con tal gracia y naturalidad, en ese instante deseé salir corriendo para ir a su encuentro, necesitaba una explicación aunque sabía no tenía derecho a que me la diera, no era más un simple extraño que se apareció una noche del brazo de su abuela, pero… ¿Por qué me sobrepasaba este sentimiento de pertenencia?, tuve que esperar a que la función terminara y que la afluencia de gente disminuyera, me encontraba en el vestíbulo sentado en uno de esos grandes sillones rojos de terciopelo cuando a mis oídos llegó un comentario de unas damas de sociedad.
- ¿Será verdad lo que se dice de ella? – murmuró una mujer pelirroja.
- ¡No lo dudo! – una dama rubia respondió.
- Dicen que su ausencia se debió a un viaje con el señor Archer y no fue precisamente un viaje de negocios – añadió una joven castaña, sus acompañantes se rieron entre dientes.
- Seguramente la carrera de esa chica Christine Smith crecerá como espuma – entornó los ojos la chica pelirroja. “¿Christine, había dicho?”, me di cuenta de que mis puños estaban cerrados y mi mandíbula apretada cuando empezaron a dolerme. No pude seguir escuchando más, así que me dispuse a marcharme en mi loca carrera pasé a empujar a una de las damas.
- ¡Lo siento! – me disculpé con la mujer, mis ojos grises se encontraron con los ojos verdes de ella.
- No tenga cuidado – ella me sonrió, no respondí el gesto ya que mi mente se veía abrumada por miles de pensamiento turbios. Salí del teatro y cuando lo hice dejé entrar aire a mis pulmones, mi respiración era agitada, sentí como si me hubieran golpeado en el estómago, sentí nauseas, caminé intentado tranquilizarme, “¡No puede ser!”, esa frase se repetía en mí mente, como ecos, pasé mis dedos por mí oscura cabellera una y otra vez, sentí una punzada en la sien como nunca antes me había ocurrido, por mis pensamientos pasó la idea de largarme al hotel y olvidarme de esa tal Eleonor, pero por más que traté… no pude, no pude negarme a la idea de no volverla a ver y ahora, estoy aquí parado frente la puerta de su cuarto con la esperanza de poder recibir una explicación, me armé de valor para tocar la puerta y al tiempo que lo hacía iba ordenando cada una de mis ideas… de mis cuestionamientos. Toqué varias veces sin obtener respuesta, “¿no vino a casa?”, la idea que pasó por mí mente me abrumó por completo, ¡me cegó!, ahora bufaba como un animal embravecido, ¿Por qué?, ni yo mismo lo sé, lo que sí sabía era que no iba a moverme un solo centímetro de esa puerta, esperaría a que la señorita Smith apareciera, me senté en una pila de ladrillos que había junto la puerta, fue entonces que me percaté que antes había una maceta con una linda planta y ahora había desaparecido. Recargué mi cabeza en la pared y miré el azul profundo del cielo, esa noche había estrellas y una luna muy grande y redonda. “¿Si no hubiera hecho este viaje?”, cerré los ojos con ese pensamiento en la cabeza, el aire fresco golpeó mi rostro haciéndome reaccionar, saqué el fino reloj de faltriquera del bolso de mí saco, ya había entrado la madrugada y era obvio que Eleonor no había regresado, bajé la mirada decepcionado y convencido de que tal vez no la volvería a ver, me puse pie, derrotado y suspiré largo y profundo, “es hora de irme”, susurré.
- ¿Qué hace usted aquí y a esta hora? – me sobresalté al escuchar una voz femenina, alcé la mirada, frente a mí estaba ella, llevaba su pelo recogió en una trenza que caía en su hombro derecho, también lleva un abrigo algo desgastado y debajo de este un vestido largo en color blanco o tal vez beige.
- Eso debería de preguntarle yo a usted – dije con voz áspera.
- ¿Perdón? – su expresión fue de desconcierto – y ¿qué le hace pensar que tiene derecho a cuestionarme? – apenas y podía percibir su rostro en la oscuridad, pero era obvio que estaba molesta. De sobra sabía que esa sería su respuesta, ¿quién era yo en su vida?
- Tiene razón señorita Smith – expresé – no tengo ningún derecho a cuestionarla, pero me he pasado muchos días, tardes, noches y horas interminables en este lugar para tener una noticia suya – mis labios parecían moverse por voluntad propia, aunque en el fondo sabía que no era correcto confrontarla de esta manera, me acerqué a ella, noté como bajaba la mirada, ¿había motivo para estar avergonzada?, enardecí – creo que al menos debería tener un mínimo de agradecimiento por el hecho de haberme preocupado por usted.
- Pues bien, gracias por su preocupación – Eleonor alzó la voz – ahora si me permite, tengo que entrar a mí casa – en ese momento me di cuenta de que le estaba obstruyendo el paso, ella me rodeó, se acercó a la puerta y sacó una llave.
- ¿Dónde estabas? – la tomé del brazo y la giré hacía mí, me miró a los ojos, en ese momento pude notar que sus parpados estaban hinchados como si no hubiese dormido en días, pensamientos tormentosos atravesaron por mí mente, bajando hasta el corazón para atravesarlo – ¿es cierto lo del tal señor Archer? – apreté los labios – ¿eres su amante? – le grité en la cara.
- ¡Suéltame! – Eleonor hizo el intento de zafarse, pero no se lo permití.
- ¡Respóndeme! – acerqué mi rostro al suyo.
- ¡Te dije que me sueltes! – me gritó, no sé de dónde sacó fuerzas y rompió mi agarre, cuando su brazo quedó libre lo levantó para darme con la palma de su mano un tremendo bofetón en la mejilla que me volteó la cara – eres un imbécil Richard – fue lo último que alcancé a escuchar de su voz antes de darme un portazo en las narices. Ese golpe me hizo tocar tierra de nuevo, ¿qué diablos me había pasado?, me sobé la mejilla y moví mi mandíbula como reacción al dolor, la única persona que me había golpeado alguna vez había sido mi padre y eso fue cuando era niño, todo por romper un jarrón de fina porcelana.
- ¿Qué hice? – susurré al darme cuenta de mí reacción, había esperado con ansias volverla a ver y lo único que hice fue cuestionarla y humillarla, era un patán, me volví a preguntar ¿quién era yo?, nada justificaba mi actitud, por un momento pasó la idea de irme y no volver, solo que algo me detuvo así que me acerqué a la puerta, recargué mi frente en ella, en ese silencio pude escuchar con claridad los sollozos de Eleonor, la había herido y lastimado con mis acciones, con mis palabras, pero aun sabiendo que no merecía una oportunidad para ser escuchado, me atreví a hablar – Eleonor, por favor perdóname – hablé en un tono amable y suficientemente alto para que oyera a través de la puerta – no entiendo ¿qué fue lo que me pasó? – expresé con sinceridad – esta clase de comportamiento no es habitual en mí, me desconozco – sentí que la voz me temblaba – pero estaba muy preocupado, por ti y por tu abuela, sentí desesperación por no saber dónde buscarte, quería verte, deseaba escuchar tu voz, añoraba contemplar esa sutil tonalidad verde que hay en el azul de tus ojos y los asemejan al mar – ahora ya no se escuchaban los sollozos – Eleonor, ayúdame a entender lo que me pasa cuando estoy a tu lado o cuando estoy lejos de ti – en ese instante sentí una gota resbalar por mí mejilla – por favor créeme lo que te estoy diciendo, te juro por dios que jamás en la vida había pensado en un chica, como lo hago contigo – arrastré esas últimas palabras, en ese momento escuché como quitaron el seguro de la puerta y esta se abrió, mis ojos se clavaron en el rostro de Eleonor.
- ¡Richard! – ella dijo mi nombre con tanta dulzura que al entrar el sonido de su voz por mis oídos el cuerpo entero se cimbró. Me sorprendí cuando ella se echó a mis brazos y rodeó mi cuerpo, en ese momento se soltó a llorar desconsolada, no conocía el motivo de su llanto, pero de manera espontánea me nació abrazarla y depositar un beso en la suavidad de su cabello.
CONTINUARÁ…
