Yo, por mi parte, llegué a pensar que, el amor a primera vista, era solo una utopía... ¿cómo podría creer en aquella fantasía, si jamás tuve una ilusión que me motivara? En aquel entonces, todas las chicas de mi edad ya habían tenido un novio, o en el peor de los casos, un pretendiente. Yo en cambio, seguía sin experimentar ninguna de las dos cosas. Por eso, creía que lo de enamorarse y sentir mariposas en el estómago, eran una vil mentira.
A pesar de la inevitable apatía, en el fondo de mi ser, deseaba vivir un romance digno de recordar. Yo, era un alma vieja en toda la extensión de la palabra y evidentemente, eso no me hacía muy popular entre la gente de mi edad...
«Hablas demasiado», me dijo un chico que conocí en la primera reunión, a la que me atreví asistir. Recién nos habíamos mudado a Syracuse y creí que era buena idea hacer amigos, sin embargo, no me fue nada bien.
Ir a esa reunión, me recordó que el Estado de Nueva York, estaba muy lejos de ser mi hogar, Syracuse era una ciudad agradable, mas, la gente que la habitaba no lo era. Adaptarme a su ritmo, fue muy complicado.
El verano de 1997, era el segundo verano que pasaba allí. Después de la insistencia con la que se los pedí, mis padres me permitieron buscar un empleo, para hacer dinero durante las vacaciones. Busqué opciones a lo largo de la ciudad, lo único que pude conseguir, fue un turno como vendedora en una heladería. No era la ocupación más glamurosa, pero, pagaban bien y además dijeron que podría obtener helado gratis, ¿a quién le importaba eso? Realmente a casi nadie, no obstante, a mí me encantan los helados y me venía de maravilla ese trabajo.
Los dos primeros días fueron sencillos, porque no había muchos clientes. Después de una semana, las cosas resultaron insoportables; demasiada gente pedía los helados más elaborados, volviéndolo todo en un completo caos. Apenas llevaba una semana en el puesto y ya estaba cansada, a pesar de eso, mi fuerza de voluntad me sacó adelante. Todos los días, salía de casa, teniendo la esperanza de que las cosas me resultaran bien.
Mi recompensa a tanto optimismo, llegó el día menos esperado, un día nublado, en el que todo pintaba para que me fuera pésimo…
Me mantuve en la parada de autobús, rogando para que no lloviera, pues luego de las recomendaciones de mi madre, terminé olvidando el paraguas en casa. Por algunos minutos, mis ruegos funcionaron, pese a ello, el autobús se retrasó y la lluvia comenzó a caer. Era del tipo de lluvia que puede empaparte en segundos... supe que lo más seguro era que yo, estaría hecha una sopa, a la hora de que por fin llegara el vehículo que nos llevaría.
Para mi buena suerte, un muchacho se acercó hasta a mí, era un chico que no había visto jamás... a decir verdad, su aspecto no resultaba ser el de los jóvenes que se suben al transporte público. Vestía de manera muy formal, para alguien de su edad, además su acento, tampoco era del todo común, sonaba como una interesante mezcla entre americano y británico.
«Si quieres, podemos compartir el paraguas...», me dijo él, intentado protegerme de la lluvia, pensé que se trataba de una broma, porque ningún chico hace cosas como esa. Mi inseguridad me llevó a preguntarle, si hablaba en serio, él rodó los ojos como no creyendo lo que escuchaba.
«¿Por qué te mentiría?», cuestionó, frunciendo el ceño.
Yo no estaba en condiciones de negarme a recibir la ayuda, así que accedí acercarme a él. Fue un momento muy extraño, pero, al mismo tiempo, resultó ser un instante especial y entrañable, uno que recordaré por el resto de mi vida.
El autobús no tardó en llegar y la magia de aquel breve momento, bajo la lluvia, simplemente se terminó. Mi corazón latía acelerado, como queriendo salirse de mi pecho, me asusté, porque nunca en la vida me había sucedido tal cosa.
Subí aquel transporte de manera automática y me senté en el primer asiento libre que vi, creo que tuve miedo de sentarme junto a el chico y por ello, elegí quedarme junto a una ancianita... lo observé de reojo, mientras pasaba a un lado de mí, mas, no logré ver en dónde tomó asiento. Todo el trayecto hacia la heladería, estuve al pendiente, para ver si él se bajaba en alguna de las paradas, sin embargo, el chico nunca descendió.
La lluvia seguía cayendo sin dar tregua, así que cuando me tocó bajar del autobús, lo hice rápido y sin voltear. Tenía ganas de ver al chico por última vez, no obstante, fui cobarde y no lo hice. Mi mente había guardado su imagen, con eso fue suficiente para fantasear, mientras trabaja. Al final del día, cuando salí de mi turno, para regresar a casa, me obligué a dejar de lado esa ilusión, porque, ¿acaso volvería a ver ese muchacho? La respuesta era más que obvia para mí, quizá no volvería a verlo. Por lo tanto, no era sano seguir ilusionada.
—¿Cómo te fue en el trabajo, hija? —preguntó mi padre, en el instante en que ingresé a la casa.
—Me fue bien... —respondí, acercándome para darle un beso sobre la frente.
Mi mamá estaba preparando la cena y como siempre todo olía delicioso.
—Querida, aún no comprendo por qué no quisiste que fuéramos por ti —reclamó ella de manera sutil, asegurándose, de que yo no estuviera empapada.
—No tenía caso, el autobús pasa justo frente a la heladería... no quiero que se molesten en ir hasta allá —dije, ayudando a poner la mesa.
Era muy feliz en esos momentos. La verdad, es que siempre, recuerdo con alegría, aquellos años, en los que viví con mis padres. Rosemary y George, no son mis padres biológicos, pero, para mí, son los únicos padres que tengo.
Por algún tiempo, pensé que jamás tendría una familia, sin embargo, me equivoqué. Un buen día, mama y papá aparecieron para adoptarme y hacerme la niña más feliz del mundo. Tenía sólo 6 años, pero, lo recuerdo todo a la perfección...
«Los señores Villers, quieren conocerte…», me dijo la Señorita Pony, arreglando mi salvaje cabello, «Anda, Candy, ven… no los hagas esperar», agregó ella, mientras yo sentía que la emoción me gobernaba, lo cuál era apresurado, porque ni siquiera sabía, si me adoptarían. Para fortuna mía, Rosemary y George me amaron desde el primer momento y no tardaron en hacerme parte de la familia.
Regresé de mis recuerdos y me senté frente a la mesa. El aroma de los alimentos, habían despertado mi apetito. Mientras cenábamos, les conté a mis padres, sobre mi pequeña aventura con el chico del paraguas, mamá parecía estar tan emocionada como yo, papá por el contrario no dijo nada, era evidente que no le agradaba la idea de imaginarme junto a un chico.
Al día siguiente, el sol salió, iluminando todo a su alrededor. Por supuesto llegué tarde a la parada de autobús, prácticamente tuve que correr, para poder alcanzar el transporte. Al subir, observé, buscando un lugar libre ¿y cuál fue mi sorpresa?, entre los asientos disponibles, estaba uno, junto al deslumbrante muchacho del día anterior. El chico más guapo, que había visto en la vida…
Todavía no sé, qué fue lo que me impulsó acercarme, era como si alguien me gritara:
«¡Hazlo, Candy!»
«¡Acércate, cobarde!»
Tomando valor de no sé dónde, me acerqué y le cuestioné si podía sentarme a su lado, él asintió y en cuestión de segundos comenzamos a compartir las galletas que me hizo mamá. Lo vi dudoso de tomar una, pero, después de acabársela, tomó otra. Platicamos en todo el trayecto, aunque Terry recuerda que era solo yo, la que estuvo hablando. Dice que lo que más le gustó de mí, fue mi manera de hablarle...
Ese día mi vida cambió. Por primera vez sentí aquellas anheladas mariposas volando dentro de mi estómago. De hecho, esa emoción, no ha pasado… todavía siento mariposas, revoloteando, cada vez que, Terry está junto a mí.
Después de ese momento, él y yo comenzamos a encontrarnos en la parada de autobús: platicábamos e incluso, nos dábamos el tiempo de compartir nuestros almuerzos... no era una relación romántica, claro está, mas bien, nos convertimos en buenos amigos.
Un grandioso día, a mitad del verano, Terry se presentó por primera vez en la heladería, justo a la hora de mi salida. Como era de esperarse, causó un pequeño revuelo con las chicas de lugar, «¿Quién es?», se preguntaban mis compañeras. Yo me reí discretamente, no dije nada, solo registré mi hora de salida y me fui hacia el exterior.
—Hola Candy —saludó Terry, mientras se colocaba a un lado mío.
—Hola… así que… ¿viniste por mí? —pregunté con cautela.
—No. Solo me bajé del autobús a medio camino, para ver de cerca, la fachada de la heladería —respondió Terry, mostrándome una burlona sonrisa—. ¡Diablos, Candy! ¡Por supuesto que sí!, he venido por ti… digo, eso es lo que hacen los chicos cuando les gusta una chica. Las acompañan a casa y esas cosas… ¿no lo sabías?—añadió, mirándome con aquellos ojos, increíblemente azules.
—¿Estás diciendo que yo te gusto? —cuestioné, alzando una ceja, mostrándome interesada, pero a la vez manteniendo la serenidad.
—Me gustas mucho, Candy —mencionó él, al tiempo que yo experimentaba una extraña sensación, apoderándose de mi cuerpo.
Nos quedamos callados por algunos segundos, mientras ambos nos mirábamos. Terry no solo me gustaba, yo, de hecho, estaba muy enamorada… ¿pero, cómo decirle tal cosa? Así que respondí:
—También me gustas, Terry… —dije, observando cómo él me sonreía.
—Ya lo sabía. —mencionó el engreído—. Te gusto mucho… estás enamorada de mí, puedo notarlo.
—Me pareces insufrible, pero, estoy segura de que eso también ya lo sabías —respondí, intentando alejarme de él. Terry no permitió que me moviera, él tomó mi mano y la estrechó con la suya.
—No te enojes, porque se te notarán más las pecas… —pidió, entrelazando sus dedos con los míos.
—¡Oh Dios!… ¿Ahora te metes con mis pecas? —le reclamé fungiendo estar ofendida, Terry se rio, con aquella risa que resultaba adorable y odiosa. Me miró una vez más y después dijo:
—Me gustan tus pecas, Candice. Estoy muy enamorado de ellas —expresó, acercándose ligeramente hasta mi oído, para añadir—. Y también, estoy muy enamorado de ti… —declaró, sacudiendo mi mundo entero.
Todo se transformó a partir de ese instante. Cuando Terry me dijo eso, supe que mi mamá tenía razón: los grandes romances inician de la forma menos esperada y el amor de tu vida, puede encontrarte con solo cruzar una mirada contigo.
Desde
Desde entonces, supe que amaba a Terry Grandchester y que lo amaría para siempre.
No importaba lo que viniera después, yo sabía que nuestro amor era verdadero y que ese día de verano, me motivaría a seguir adelante, por el resto de mi existencia.
Fiesta Florida 2022