PARTE 2
La ponencia sobre nuevos métodos de sutura quirúrgica llegó a su fin. La sala de conferencias fue quedando vacía. Unas enfermeras se dirigieron a sus deberes, otras hacia el comedor, los doctores con sus batas blancas y sus ceños geniudos iban en dirección a las oficinas o caminaban de prisa hacia el hospital sin reparar en los “ángeles blancos”, compañeras de oficio que cumplían diligentemente órdenes y tratamientos.
Hamilton no se había ganado el apodo de “la infalible” por ser perezosa o conformista. Al salir de la charla cruzó los corredores del jardín y se dirigió diligente hacia la biblioteca circular que había en medio de las aulas y el hospital. Era un lugar muy poco visitado porque, era una especie de museo lleno de antigüedades, libros de medicina viejos que explicaban a detalle los antiguos procedimientos, hoy en día remplazados por otros con mejores resultados gracias al uso de la penicilina.
Lo que la enfermera adusta que usaba unos peculiares anteojos estilo gato, amaba de aquel lugar, era la quietud. No había ni por error enfermeras parlanchinas en especial una, que su simple tono de voz podía irritar la fibra más escondida de su ser, al grado de perder la poca paciencia que poseía. Estar en aquel lugar rodeada de ciencia, doctores brillantes, gente en la que se podía confiar porque estaba silenciosamente muerta y aprender más de lo que ella se hubiese imaginado. Sobre todo, la sección de tratados de psiquiatría, donde había volúmenes completos de con las revolucionarias teorías de Freud y Jung, colegas que se respetaban entre sí, verbigracia, se anteponían en sus doctrinas. Estudiando sus interesantes teoremas, al fin, ella había encontrado una respuestas sensata, verosímil y satisfactoria a su condición.
“El vicio inglés” resonó su propia voz dentro de su mente. En lugar de sentirse escandalizada, avergonzada o cohibida, ella acogió las razones de su gusto por “el don de mando”. Sin darle importancia a las múltiples razones que pudieron llevarla ahí, estaba feliz por tener la batuta de su vida porque la estaba viviendo, exactamente, como ella quería.
Entró en el lugar casi con reverencia y se encontró con que, algunas de sus colegas también tuvieron la grandiosa idea de refugiarse en aquel lugar solitario y tranquilo. Miró su reloj de pulso y vio que en menos de 15 minutos ellas entrarían su guardia nocturna, así que subió la escalera de caracol metálica y se perdió en el segundo piso recorriendo de nuevo los estantes, sumergida en su mundo donde contemplaba su propio comportamiento y como era que había llegado a ser lo que era, una chica fuerte, difícil de engañar, centrada, sabiendo exactamente qué era lo que quería. Y sí, de vez en cuando se daba el gusto de obtener lo que necesitaba, quizás de manera poco ortodoxa, pero lograba, hasta ahora, contentarla.
Atar pacientes difíciles, histéricos, violentos, otros fuera de control por agudas depresiones. Manejarlos con su voz autoritaria, llamarlos al orden con una mirada y, por qué no, deleitarse con las vistas… y el tacto de vez en cuando. Después de todo, ella estaba haciendo su trabajo ¿qué no? despojar de la ropa a los caballeros que llegaban de urgencias, prepararlos para cirugía diligentemente. Luego asearlos, en la recuperación dar baños de esponja lentos y con la rigurosa asepsia que requiere la piel de un cuerpo, arrancando temblores, estremecimientos, pequeños jadeos y hasta erecciones con sonrisas picaras, las cuales acallaba con miradas reprobatorias mientras por dentro se diluía tibiamente sobre su ropa interior, mientras sonreía complacida. Tener ese poder sobre sus pacientes varones provocaba en ella un estado de relajación, satisfacción y emoción, prohibida sí, pero solo le pertenecía a ella. Nadie nunca sabría cómo amaba su trabajo, uno que además de darle los medios para sostenerse dignamente, también le proveía de satisfacciones de otro tipo, hasta aquella noche…
Aquel joven de cabellos ondulados, ojos ambarinos, perfume viril y ropa cara, un cuerpo que se antojaba armónico y dinámico bajo los trapos de diseñador cortados a mano. No podía sacar de su cabeza la forma en como creció en su pequeña mano, mientras más lo atizaba él hombre mejor respondía, mientras más lo sometía sus ojos centellaban, primero de temor, luego de sorpresa y finalmente de lisonjera incredulidad.
“Hubiese luchado, si hubiera querido –Reflexionó ella- pero no opuso resistencia. Al contrario, por deseo propio reaccionó y obtuve todo que quise de él, a pie juntillas. El sudor corriendo por su cien, sus labios entreabiertos y rosados, sus piernas rígidas y ese ligero temblor en su cadera… ¡ah! -suspiró- me hubiese gustado restregarme contra él –ella cerró los ojos recordando el momento- Ése perfume…”
De pronto por el rabillo del ojo vio a un hombre atravesar el centro del edificio circular, como fingiendo que iba buscando algo ¿un libro quizás? Un hombre de traje con facha de abogado más que de galeno ¡claro! Esos pasos seguros mirando en todas direcciones buscaban a alguien, no a un objeto inanimado. Mientras él se dirigía al fondo del recinto las chicas de blanco en la planta baja se dirigían apresuradas a la salida. Hamilton entre la oscuridad de los anaqueles de la segunda planta y con pasos silenciosos se dirigió a la escalera de caracol, deteniéndose frente a la hermosa obra de arte metálica, consintió que, de bajar por ahí delataría su presencia al recién llegado. Estaba segura que era el “señorito malo”, ése perfume era su carta de presentación en medio de la lignina que abundaba en aquel lugar dando notas de hierbas y vainilla, al hermoso tono amarillento de los libros antiguos.
La enfermera se dirigió al fondo donde había un hueco en el suelo con un tubo pulido al centro, desató la cadenilla que impedía el paso, se prendió del tubo y bajó tan suavemente como un suspiro, sin siquiera hacer ruido. Desde las sombras, viendo que Don John el guardia de aquel lugar casi se quedaba dormido en su silla, increpó al hombre que husmeaba entre las mesas y pasillos de la vieja biblioteca.
- Usted no entiende, ¿verdad?
- ¿Disculpe?
-Su… “amiga”, no está aquí. Pidió un permiso para ausentarse –ella salió de la penumbra como un fantasma blanquecino y se hizo hacia la luz que entraba por los ventanales multicolores por donde se filtraba el haz amarillo de las lámparas del jardín; ya había oscurecido.
El hombre se le quedó mirando, mientras pensaba que ésa información ya la sabía. White estaba en la mansión Adley con Britter y sus bobos primos; pero él no venía buscándola a ella, venía a…
Su mente viajó a la semana que había culminado, donde no dejaba de pensar en esa odiosa chica tan poco atractiva y severa, pero lo que hizo, lo que esa especie de “Gorgona blanca” le había hecho en aquel cuarto apestando a desinfectante… lo había vuelto loco. Al pensar en ello su erección aparecía por arte de magia y controlarla, aplacarla, cada vez le costaba más. Al intentar calmar sus ardores solo lograba seguir fantaseando con sentir aquellas sensaciones extrañas, aquel delicioso cosquilleo, aquella vibración en alguna parte de su pelvis que ni siquiera sabía que existiera algo por ahí, que resonara como un diapasón extendiendo sus ondas mágicas a través de todo su cuerpo hasta que se vertía sin remedio mientras se bañaba o antes de dormirse, en el auto, sentado tras el escritorio cuando estaba aburrido entre las pilas de papeles de los negocios de su padre, que apenas y entendía.
Esa mujer loca, maquiavélica, lo había convertido en una especie de pelele pervertido que ahora no hacia otra cosa que desear con todo su ser, hacerle ver que él no le tenía miedo y que… y que… deseaba fervientemente que volviera a “afinarlo” de la forma en como lo hizo. Y ahí estaba, tratando de desafinar el mundo cuadrado de aquella chica rígida, perfecta y dura, según había investigado ya. Era una idea inverosímil que daba vueltas en su cabeza y aunque su sentido común le reprochaba su comportamiento indebido, queriendo mezclarse con una chica de bajo nivel, que además trabajaba para mantenerse, viniendo de quien sabe que barrio del séptimo infierno; él, el heredero de la fortuna Legan ardía por evaporarse en cualquier averno de donde ella hubiese salido.
Era incomprensible para su mente, pero su cuerpo estaba vibrando por la anticipación, su sangre caliente, viva, enloquecidamente feliz, cantaba odas a la intemperancia dentro de sus venas pulsantes. Se quedó mirándola con reto, se odiaba en ese preciso momento quería y no quería estar ahí. ¿Qué responder? En primer lugar, ¿a qué había ido? ¿Por la rubia que lo odiaba y que no lo quería cerca de ella ni por error? o por ésta mujer que también lo odiaba al parecer, pero… en el “pero” estaba el detalle. Candy era la mujer con la que podía imaginarse casándose, siendo atendido a cuerpo de rey cada día, por la caprichosa rubia. Pero esta mujer lujuriosa que tenía frente a él, era a quien deseaba en su cama cada noche volviendo loco, perdiendo el control totalmente en esas diabólicas pequeñas manos.
-Ya le dije que su amiga no está. Y también le advertí qué no quería verlo merodeando por aquí.
-Acaso ha comprado el hospital y sus instalaciones, que tiene el derecho a echarme como cualquier hijo de vecino.
-Es mi hospital, trabajo aquí. Como enfermera debo velar por el bienestar de mis pacientes y asegurarme de que mis compañeras no pierdan el tiempo con jóvenes insulsos que tratan de enamorarlas con frases hechas, mientras estén laborando. Así que, nuevamente, ¡márchese! No tiene nada que hacer aquí –Dijo ella con autoridad, pero en tono controlado para no despertar a Don John.
-No tengo porque irme, mi familia es mecenas de éste hospital, así que, no puede obligarme a…
La chica se acercó y de la cinturilla de su uniforme blanco, sacó una especie de cordón blanco, el castaño se sorprendió, pero no se movió ni un centímetro. Ella jugaba con aquel cordón entre sus manos, como si estuviera nerviosa y constantemente divisaba hacia la puerta de entrada, todo estaba en silencio, solo los ronquidos del viejo portero se podían escuchar levemente.
Al pasar por una de las mesas de estudio sacó una de las pesadas sillas y la dejó justo frente al joven, luego pasó de largo a un lado de él ante su total desconcierto. Parecía que la chica se había dado por vencida o tal vez, no era tan valiente como creía, incluso con un público dormido.
-Espera, ¿eso es todo?
Dijo alargando la mano para detenerla por el antebrazo, de pronto una presión en su muñeca hizo que la alzara sobre su cabeza con una fuerza tal qué tambaleándose se fue hacia atrás, hasta caer sentado en la silla que estaba a sus espaldas. En total consternación, su otra muñeca fue aprisionada con el mismo hilo, que ahora sabía que se trataba de una especie de sonda elástica, ahora estaba con los brazos echados sobre su cabeza, con la espalda arqueada mientras el demonio blanco aseguraba el hilo elástico al respaldo de la silla manteniéndolo quieto, asombrado, asustado y sí, endemoniadamente excitado.
CONTINUARÁ...
*Si la lectura arroja buena cantidad de comentarios, mañana pongo la tercera parte.
"EL REVIEW ES EL ALIMENTO DE UNA IMAGINACIÓN CREATIVA, AGRADEZCO EL TUYO EN COMPENSACIÓN A LA MIA"
SPANKEE PARTE I
https://www.elainecandy.com/t28447-para-the-society-of-the-devil-spankee-una-historia-kinky-by-chica-de-terry
SPANKEE PARTE III
https://www.elainecandy.com/t28586-spankee-3-by-chica-de-terry-for-the-society-of-the-devil
Última edición por ODET la chica de Terry el Jue Abr 28, 2022 11:18 pm, editado 1 vez