—¿Qué? Estás loca, Candy. No puedes entregarte —Patty se sentó frente a Candy, estaban en la mesa, pero esa tarde ni el delicioso pastel de carne que Patty preparó le abrió el apetito a Candy.
—La llamaré, le pediré que se lleve ese dinero que dejó la semana pasada aquí, ese dinero está maldito —dijo Candy al tiempo que se ponía en pie y caminaba hacia el teléfono que estaba sujeto a la pared de la cocina.
La pelinegra llegó una hora después de la llamada de Candy. La mujer irradiaba felicidad genuina al ver a sus amigas.
—Hola, vine lo más rápido que pude, pero el tráfico es terrible. Me dejaste muy preocupada con tu llamada, Candy. ¿Estás bien? Te escuchabas extraña.
—Toma asiento —Flammy se sentó a su lado— No he podido dormir bien desde hace una semana.
—Se te nota —respondió en tono de burla, tocando las ojeras de la rubia con sus dedos.
—Ya no puedo con la culpa y creo que es tiempo de parar lo que empezamos. Yo… doy por concluida mi venganza.
A Flammy se le borró la sonrisa que tenía al escucharla, sus facciones se endurecieron, pero inesperadamente respondió con una risotada.
—Por todos los cielos Candy. Casi me la creo.
—Estoy hablando en serio Flammy. Voy a entregarme
—No lo harás —Flammy llegó hasta la mesa, corto un pedazo de carne y se la llevó a la boca— eres un corderito miedoso. Tú y Patty no se atreverían, pero ya falta poco para que terminemos, solo nos falta uno.
—No. ¡He dicho que se acabó! —respondió enfurecida Candy, parándose y enfrentándola, la mujer seguía con la sonrisa burlona.
En ese momento Patty salió del cuarto con un maletín negro, Flammy entonces desvió la mirada de la cara de su amiga, para fijarla en el maletín.
— Llévate ese dinero Flammy, no lo queremos —señaló la rubia.
—¡Por favor! Cómo me dicen que me lo lleve si ustedes se lo ganaron. Trabajaron arduamente para obtenerlo —se burló Flammy—. Está bien, si no quieren seguir adelante, solo recuerden que, aunque quieran hacerse las inocentes son tan culpables como yo. Ambas fueron mis cómplices —explotó, golpeando con las palmas de sus manos la mesa.
—¡Y por eso me voy a entregar, porque sé que soy culpable! — gritó Candy, sus ojos se llenaron de culpa y lágrimas. Flammy y Patty la miraron perplejas.
—Estás loca, no vas a hacer eso —dijo Flammy agarrando su bolso.
—Sí que lo haré —refutó la rubia.
—¿Lo harás, Candy? —inquirió Patty asustada— Si lo haces… entonces yo también lo haré —agregó con una nota de miedo en su voz.
—Ustedes se han vuelto locas. ¿Y qué pasará con todo lo que hemos logrado hasta ahora? ¿Se irá por el caño? No hay necesidad de pudrirse en una cárcel, nadie sospecha de nosotras.
Mejor me voy antes de que sigan diciendo tonterías. Ah, y en sus cuentas bancarias hay más dinero, mucho más que la miseria que me quieren devolver, quédenselo, es de ustedes —antes de girar la perilla les dio una última mirada y agregó—. No sean necias y olvídense de esto, olvídense también de mí, no deben temer; saben que yo jamás las traicionaría. Si de verdad están decididas, entonces esta sociedad se disuelve en este momento.
Flammy les dio una sonrisa, pero por dentro se estaba quebrando, sentía sus lágrimas subiendo por las cuencas de sus ojos y un sollozo que se esforzó en guardar en las entrañas de su ser. Se quedó en silencio observando a sus amigas, ellas siempre fueron leales, las únicas que habían demostrado ser sus amigas de verdad.
—Ustedes nunca participaron en esto, si hay una Doncella de la muerte —se burló del nombre que le dieron las autoridades al descubrir que era una asesina serial, ahora el dichoso seudónimo ya estaba en todos los diarios— esa soy yo, y nadie más.
—Pero no puedes hacer eso, tú misma dijiste qué nosotras somos tus cómplices. No dejaré que te sacrifiques por nosotras—replicó Candy.
—Cambie de parecer, ustedes no tienen nada que ver conmigo. Los asesinatos los he hecho yo, no ustedes y eso no es mentira, yo he sido la que ha movido todos los hilos, la que contacta a las chicas, la que inició esta venganza.
Candy intentó contradecir a Flammy, pero ella la hizo callar y siguió parloteando, Patty escuchaba en silencio, aterrorizada con la idea de finalmente ser descubierta e ir a la cárcel.
—Ah, Candy… deberías buscar a ese agente arrogante. Dile que su amiguito es mejor que el de Anthony—se mofó haciendo referencia al miembro del castaño— Y otro pequeño detalle que se me olvidaba… Yo mandé a matar a los hermanos Ardlay, no pensaba dejar viva a la descendencia del viejo William, todo fue planeado, el robo de las bóvedas, la falla de los frenos del auto y…
La mano de Candy se estrelló en la mejilla de Flammy, ella le respondió con una carcajada. A Candy los colores le subieron a la cara, avergonzada al principio por la mención de Terry, pero cuando escuchó que la muerte de Anthony no fue un accidente, la increpó con la rabia corriendo por sus venas.
—¿Cómo pudiste?, te dije que él no entraba en todo esto. Anthony no merecía terminar así… sabías que él me hacía feliz, sabías… tú sabías que lo quería.
Si bien era cierto que el objetivo siempre fue William, Anthony fue una dulce carnada para llegar a él, pero Candy jamás imaginó que el joven le iba a derretir el corazón. Era tan diferente a su padre, solo el color de ojos y el cabello rubio poseía de William, justo así lo recordaba de joven. Pero al conocer el carácter noble de Anthony, su alma tan limpia y transparente, comprendió que él no tenía que pagar los errores de su padre, ni Albert, ambos jóvenes distaban mucho de la personalidad endurecida y corroída de su padre.
—Anthony está fuera de esta venganza, Flammy.
Le dijo cuando se casó con él, ella en verdad estaba dispuesta a olvidarse de todo, del rencor que sentía hacia William y también el haberle destrozado el corazón a Terry, su gran amor. Le daría una oportunidad a Anthony de enamorarla, estaba segura de que él lo lograría, él soñaba con una casa de campo con amplios jardines y correr por ellos con al menos media docena de niños; y ella se permitió soñar con él. Podía entrar en los sueños de Anthony, se imaginaba a tres pequeños, no seis, pero si se veía corriendo con ellos entre los arbustos y las rosas, y Anthony sería su cómplice en toda esa aventura.
Y cuando la punzada en el pecho por el recuerdo de Terry disminuía gracias al amor que le profesaba su esposo, el destino cruel se lo arrebató de sus manos. Y ella se volvió a quedar vacía, con los pedazos de sueños que se rompieron con la triste partida de Anthony, con el alma quemándole y el recuerdo de Terrence más vivo que nunca.
Lo había visto un par de veces después de la muerte de Anthony en los noticieros, se encontraba en algunas escenas del crimen, su mirada acerada se veía vacía, como ella. Aunque siempre entrevistaban a Neal o a cualquiera que no fuese Terry, ya que él detestaba a la prensa por alterar la información, no así Neal, que le encantaba ser el centro de atención.
—No te engañes Candy, ese pobre hombre no tenía cabida en tu corazón, ese ya está ocupado por ese policía. Solo estabas deslumbrada, con el tiempo él sacaría su verdadera personalidad, como la de su padre y quizás serías tú la que en un futuro le arrebatarías la vida. Llevaba los genes de un ser maldito y por ende él y los hijos que engendraran serían…
Esta vez Candy la empujó, tirándola al suelo y si no hubiera sido por Patty que la detuvo, la habría golpeado hasta el cansancio.
—Tú no buscas justicia, Flammy. Lo que tú haces, lo haces por placer, es algo oscuro y maligno.
Flammy se levantó y acomodó su cabello, se despidió tirándoles un beso al aire, y de nuevo pidió que no fueran a cometer la estupidez de entregarse, que ella lo tenía todo bajo control. Salió con una sonrisa y al llegar al auto soltó el llanto, pegó su cara al volante y luego limpió sus lágrimas y se puso sus gafas antes de arrancar el motor y perderse entre el tráfico de Nueva York.
Continuará…