Angelina Britton corrió a abrazar a su hija en cuanto se asomó por el pasillo del aeropuerto, después de no verla en dos años ansiaba estrecharla y llenarla de besos, por fin la niña de sus ojos regresaba a casa. Annie siempre fue su preferida, a pesar de negarlo delante de su esposo y Candy, su hija adoptiva.
Pero es que John no podía comparar el cariño de su verdadera hija, sangre de su sangre, con Candy, la niña que adoptaron cuando apenas tenía siete años, después de perder al bebé que esperaban con tanta ilusión. Ya habían decidido que Annie sería hija única, pero se animaron a encargar por insistencia de la pequeña, que les pedía una hermanita para jugar.
Cuando vieron a Candy, ambos quedaron maravillados con la pequeña rubia de mejillas arreboladas y esas graciosas pecas que la hacían ver encantadora. Además, la niña era un solecito que brillaba cada vez que los miraba con esos ojos verdes y esa sonrisa contagiosa.
Es perfecta para ser nuestra hija —dijo John.
Es perfecta para que juegue con Annie —contesto al mismo tiempo Angelina
Ambos rieron y sin pensarlo tramitaron la adopción. Annie quedó un tanto decepcionada cuando sus padres llegaron con la niña, pues no era lo que esperaba, ella se había hecho a la idea de ser la hermana mayor, en su ilusión por tener una hermana pensó que podía jugar con ella como si fuese una muñeca, ya que su madre le había dicho que su hermana llegaría como una bebé y al principio sería como una muñeca a la cual podría cargar y cuidar de ella; después ella sería su mentora, la hermana mayor. Ver a una niña incluso mayor que ella le desagradó de sobremanera, Candy era un año mayor y las atenciones de sus padres para con ella era algo que la morena no toleraba.
Candy, Candy, Candy, detestaba ese nombre. Angelina quería a Candy, pero se notaban mucho las diferencias que hacía entre ambas niñas, algo que le desagradaba a John. Los mejores colegios eran para Annie, las mejores ropas, las mejores fiestas y a pesar de todo, Candy nunca dejo de sonreír. Ni siquiera se daba cuenta de esas pequeñas excepciones que su madre hacía. Su padre, sin embargo, cuando estaba en casa las trataba por igual, las llevaba de compras y regresaban vestidas iguales, con las mismas muñecas y los mismos peinados.
Annie no le demostraba su desagrado a Candy, por el contrario, le hacía creer que la amaba de verdad y cuando Candy le sugirió ir a la misma universidad, ella lo rechazó de inmediato, iban de compras juntas, pero jamás iban a las mismas fiestas. Annie conocía a los amigos de Candy que a menudo la visitaban en su casa, pero Candy nunca conoció físicamente a los amigos de su hermana.
—Y qué es de la vida de Candy —preguntó Annie distraída, llevando a sus labios un vaso con agua.
—Mi Candy… —suspiró John— me pidió tiempo para estar a solas, desconectada del mundo, así lo llama ella. Después de la muerte de su esposo, la pobre quedo destrozada, tenían todo un futuro por delante.
—Y ese joven, Anthony, ¿cómo fue que lo conoció?
Annie tenía curiosidad, Candy le había hablado de su gran amor por Terry Granchester, un simple agente, del FBI, pero policía al fin. Le hizo gracia cuando le dijo que estaba enamorada de un don nadie, ella que tuvo a sus pies a varios pretendientes potenciales y eligió a ese hombre que conoció en su trabajo, pero era lo que en realidad se esperaba de alguien del linaje de Candy. John se enojó mucho con Candy cuando le dijo que abandonaba su carrera de medicina para exponerse en las filas del FBI, había perdido el juicio, ella tan dulce, inocente y frágil. ¿Cómo pretendía lidiar con delincuentes y mafiosos?
Ser una agente alejó a Candy de su familia, los frecuentaba solo para Navidad cuando podía. Annie, por su parte después de dos semestres en Harvard, decidió que no era lo que quería y convenció a su padre de dejarla irse a estudiar a Europa y allá conoció a Archibald, el hombre que le robó el corazón. Ya no contestaba a las llamadas que Candy le hacía, estaba cansada de fingir ser la hermana buena que escuchaba las aburridas historias de amor de esa intrusa que se metió a su casa para dividir el amor y fortuna de sus padres.
“Qué bonita es tu hermana, Annie” “Que agradable es Candy” Por qué no nos la habías presentado… La cuestionaban sus amigos el día que Candy la visitó en la Harvard sin avisarle. Moría de vergüenza, Candy iba vestida casual junto a ese hombre, parecía una vagabunda con aquella ropa ligera y holgada, mientras ella lucía impecable con su outfit de Gucci.
El hombre era muy guapo, sus ojos impresionantes se apreciaban debajo de la visera, restándole importancia a su horrible atuendo económico, andaban en una misión de encubiertos, le confesó Candy cuando estuvo a solas con ella. La creía tan enamorada de ese hombre que no creyó lo que oía cuando su madre le dijo que Candy se casaba con un banquero de Chicago. ¿Qué había pasado con el agente?, por fin Candy había tenido un acierto al dejar a ese hombre guapísimo, pero sin un futuro glamuroso.
—Lo conoció después de renunciar al FBI —habló su padre con nostalgia— una bendición porque Candy estaba deprimida por perder su trabajo, pobrecita mi niña, su corazón es muy grande.
—Por qué lo dices papá, —inquirió curiosa Annie.
—Perdió su trabajo sacrificándose por una compañera, como siempre lo hace. Fue un caso donde hubo muchas inconsistencias que a la muchacha se le pasaron por alto, Candy asumió toda la responsabilidad y eso le costó su puesto. Si su compañera hubiera hecho bien su trabajo, el culpable hubiera estado preso desde hace mucho. La verdad es que yo la prefiero lejos del peligro del FBI.
Su padre siguió tomando su café, ya que estaban desayunando. Siempre era lo mismo, Candy salía a relucir en todo momento, su padre mostraba una fascinación por su hija adoptiva, más que por ella que era sangre de su sangre.
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—Algo raro pasa con tu hermana Annie —dijo Archie viendo unas pelucas negras en el closet de Candy, estaban en el cuarto de la rubia por la simple curiosidad de Annie. No la había visto desde hace dos años, pero Dorothy la dejó pensando por aquella actitud rara de su hermana la última vez que estuvo ahí.
—Traía puesta una peluca negra y unas gafas oscuras, metió el auto al garaje y allí se las quitó. Yo la vi por casualidad, mi pobre niña creo que lo hace para que la prensa no la reconozca, todos querían hablar con la joven viuda de Ardlay, sin pensar en el dolor de Candy.
—Tiene sentido —dijo pensativa Annie, Dorothy había sido su niñera desde que ella nació y por eso Annie le tenía mucho cariño, pues Dorothy siempre le fue leal a ella, por eso le pidió a sus padres que le dieran el puesto de ama de llaves.
Archie hojeaba el periódico sin ganas, no obstante, la sección policiaca le atrajo al ver el titular: Una asesina o asesinas seriales en Nueva York: La Doncella de la muerte. Esos casos de asesinos seriales eran sus favoritos, podía pasar horas viendo documentales de este tema.
La nota terminaba con estas líneas “en todos los casos se ha visto una mujer de cabellera negra”
—Qué coincidencia —murmuró. Archie levantó la vista del periódico cuando Dorothy señaló aquella curiosa acción de su cuñada—¿Cuál es la habitación de tu hermana?
—¿Y eso qué importa?, mejor vamos a la nuestra, no te comportes como enfermo sexual —le regañó Annie
—No haremos nada sucio, aún —dijo riendo— solo recuperemos aquellos pendientes que injustamente te robó, ya que todo eso es tuyo amor, no de la intrusa.
Una espesa cabellera lisa y brillante cayó a los pies de Annie, era una peluca corta.
—¿Por qué lo dices cariño? —se interesó Annie, parándose detrás de Archie y rodeando sus hombros con sus brazos.
—Hmm, es rara. Todo este cuento de usar estas cosas —agarró una de las pelucas y la puso en su mano alzándola y girando un poco su muñeca— me resulta interesante, tal vez esconde algo, pero qué… —Archie trataba de buscar cualquier defecto en Candy, hasta el más mínimo, solo por el hecho del resentimiento que Annie le tenía a la rubia, él ya la odiaba, pues Annie era su adoración. Esa excusa barata que le dio a Dorothy para justificar las pelucas no lo convencía, quizás y la intrusa tenía un amante y por eso se escondía de la gente y a la ingenua ama de llaves le inventó el cuento de que era por que los reporteros la acosaban por ser la viuda de uno de los Ardlay.
Continuará…