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Hola chicas, la GF está a punto de terminar. Quiero agradecer a las lindas lectoras que han leído mis aportes, esté minific lo terminaré en Wattpad, no quiero correr con el final, por eso decidí pausarlo por ahora. Muchas gracias y a las que me conocen saben que sí termino los fics, no crean que las voy a dejar con la incertidumbre. Así que la que desee seguir leyendo esta historia las estaré esperando en la plataforma naranja para que sigan está aventura conmigo. ¡Gracias!
CAPÍTULO 3 Parte II Ira: Sed de justicia
Terry bajó del auto dejando escapar una exclamación por la hora, era la primera vez que llegaba tarde, nunca en sus ocho años de servicio le había pasado.
—¡Maldición! —masculló al ver a su compañero con una anciana en su oficina.
—Ah, miré, aquí llega el bello durmiente —Terry quiso estrellar su puño en Neal por su comentario.
La mujer se volteó a ver y Terry quedo paralizado al reconocerla.
—Señora Ardlay, qué la trae por acá —la anciana lo miró con el ceño fruncido, girando su rostro sonrojado.
Neal se reía y con una mirada que le dirigió a su bragueta, Terry comprendió que esta estaba abierta.
—¡Diablos! —dijo dándose la vuelta para subirla, se arregló también la camisa y el cabello que le caía en la cara. Le tendió la mano a la mujer, pero está solo lo miró sin estrecharla.
—La señora Elroy Ardlay dice que tiene información importante con respecto al caso de “La lujuriosa” —mencionó Neal
—¡Jesus! —chilló la mujer abanicándose la cara con la mano derecha.
—Disculpe a mi compañero. Entonces usted sabe algo del asesinato de su esposo —inquirió Terry.
La mujer se desmoronó en un convulsivo llanto. Ambos agentes se miraron, Terry le acercó los Klennes y ella los tomó secándose sin delicadeza las lágrimas.
—El señor me está castigando... no tengo tranquilidad desde que mi esposo murió —Terry vio de soslayo a Neal que alzaba las cejas y contenía la risa. Él le dio un puntapié a la pantorrilla del moreno.
—¿Puede explicar a qué se refiere cuando dice que el señor la está castigando?, por el señor usted se refiere a… —Terry levantó un dedo y señaló hacia arriba.
—Debe encerrarme de una vez, debo pagar, solo así podre estar en paz y quizás el señor se apiade de mí.
Neal se acercó a la mujer, se sentó en el escritorio y le pasó un pañuelo.
—Tranquila abuela —Elroy lo miró molesta— ¿Puede decirnos porque dice que la tenemos que encerrar?
—Porque yo… yo mandé a matar a mi esposo. Soy tan culpable como esa mujer, ¡ella es el diablo! Ella me convenció de cometer este pecado —el llanto incontrolable de la mujer no permitía que continuara.
—¿De qué mujer habla? —preguntó Terry, levantándose y sentándose del otro lado del escritorio, ambos estaban sentados frente a la anciana. Ella quedaba en medio de los agentes, pero bajó la mirada porque la culpa no la dejaba mantener su frente en alto.
—No sé su nombre, un día la encontré en una de mis reuniones de bingo. Ella fue muy amable conmigo y poco a poco se ganó mi confianza, sabía cosas de William, me dijo que lo conoció cuando ella era una niña. Fueron meses los que convivimos, meses en los cuales yo me desahogué con ella, hasta que me propuso algo escalofriante —la mujer cerro los ojos y suspiró— me dijo que ella podía hacer que mi tortura terminara. Que ella… conocía gente que podía devolverme mi tranquilidad. No sabía a qué se refería exactamente, por lo que la cuestioné y ella al fin me dijo que podía matarlo si yo quería… dejé de asistir al bingo, pero la idea me rondaba. Cuando mis hijos fallecieron yo lo culpé a él, por culpa de él ellos se subieron a ese auto esa madrugada, ¡él los mató! Por querer convertirlos en él, los hizo salir de la comodidad de sus hogares, de los brazos de su esposa a mi hijo recién casado —Terry se tensó, uno de sus hijos era Anthony, el esposo de Candy— alguien violó la seguridad de la bóveda del banco… William tenía gente que podía hacerse cargo y Anthony y Albert, se hubieran podido presentar a la mañana siguiente, pero no, siempre se hacía lo que él quería… lo odié cuando me dijo que los muchachos perdiendo la vida en un aparatoso accidente, y se lamentaba de que ni siquiera pudieron llegar a las oficinas.
Neal guardaba silencio, con su mirada perdida recordaba aquella fotografía que encabezó la primera plana del New York Time: “Trágico accidente acaba con la vida de los herederos Ardlay”. Sin dejar descendencia, la dinastía de banqueros terminaba con William Ardlay, Terry solo podía pensar en Candy, se preguntaba si había sufrido mucho por la pérdida de su esposo, ¿lo amaría de verdad? Las entrañas se le revolvían al imaginarla en brazos del más joven de los Ardlay.
—Maldita sea la hora que me encontré con esa pelinegra —la mujer se río sin ganas— recuerdo que su hermosa cabellera negra me llamó la atención, me recordó a mis días de juventud —Terry levantó la mirada.
—¿Mujer pelinegra? ¿Cómo es ella? —su corazón palpitaba a una velocidad impresionante al recordar a la mujer con la que confundió a Candy el día de la muerte de William.
—Hermosa como un ángel, pero con el corazón negro como la muerte. Esa muchacha tiene el alma envenenada, un rostro de porcelana y unos labios rojos como la sangre.
—¿Y sus ojos? —interrumpió Terry— ¿de qué color son sus ojos— insistió.
—No lo sé. Siempre trae esas ridículas gafas negras —Terry se paró de pronto, una vena cerca de su sien palpitaba.
—¿La recuerda bien?, ¿puede reconocerla?
—Sí
—Iré por el dibujante —Neal se puso de pie y salió en busca del agente encargado de los retratos.
Los sollozos de la anciana alteraban a Terry. Ya había pensado en la posibilidad de que la mujer de la Limusina era Candy, pero de eso a que fuese una asesina no lo creía. Sin embargo, cuando las chicas de Lux le mencionaron que la prostituta que estuvo con William era una pelinegra, no pudo evitar volver a pensar en aquella mujer misteriosa.
Pero algo le devolvía la calma, la Lujuriosa, media aproximadamente 1.70 cm. de estatura y Candy... se le escapó una sonrisa. Su mente viajo a ese día.
—¿Cuánto mides, enana? ¿Acaso un metro? —él se rio de ella, el FBI debía estar muy desesperado como para aceptar a una niña como Candy a aspirante de agente especial.
—Disculpe señor, mi estatura no tiene nada que ver con mi desempeño. Y tengo entendido que usted está aquí para medir precisamente eso, mi desempeño, no mi estatura.
Él la miró con el ceño fruncido cuando las risas bajas se dejaron oír.
—Primera lección. Respetar a sus superiores, insolencias como la de la pequeña… dama, pueden ser motivos de sanciones graves, incluso expulsión y unas lindas vacaciones detrás de las rejas —la miró con severidad, ella le devolvió una mirada altiva, que le provocaron unas ganas inmensas de borrarle ese mohín de sus labios mordisqueándoselos— ¿Cuánto mides? —volvió a preguntar y vio cómo el color le subía por la cara a la rubia, coloreando sus mejillas.
—1.56 cm. —respondió entre dientes ella y agarró su bolso, dispuesta a marcharse ante la humillación, Terry le cerró el paso y la miró detenidamente.
—¡La clase terminó! —gritó agarrando el brazo de la rubia— para todos, menos para usted, enana Pecosa.
Desde ese día iniciaron una guerra de palabras que más adelante terminó en una pasión desenfrenada, para luego convertirse en la única mujer que ocupaba su corazón. Ninguno de los dos podía estar sin el otro, al menos eso era lo que Terry pensaba.
El retrato le devolvió la tranquilidad, la mujer no era para nada parecida a Candy, sin embargo, Neal le pasó un informe y leyó que con la muerte de William eran ya seis casos en donde las vagas pruebas apuntaban a: mujer blanca, de complexión delgada y cabellos negros. Un detalle que no tenía mucha relevancia en su momento, pero que ahora tenía una posible conexión. ¿Pero cuál? se preguntaban los agentes. Para empezar no todos los casos eran de Nueva York, estaban distribuidos en lugares cercanos, era un despiste perfecto, porque la mayoría de casos se cerraban casi inmediatamente.
—Piensa, Granchester, todos estos casos tienen algo en común, la presunta asesina es una mujer de cabellos negros. ¿Será coincidencia que los hombres asesinados eran ricos y de pésimo carácter?
—Eso no es suficiente. Tendremos que contactar a los colegas que atendieron esos casos y así tomarlos como parte de nuestra investigación para atrapar a una posible asesina serial.
Terrence no dejaba de ver el retrato, en el fondo agradecía que no fuera Candy. La prefería lejos de su vida, pero bien, y no involucrada en crímenes.
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—¡Querida, viniste! Estás bellísima, Flammy.
El hombre estaba deslumbrado por la bella pelinegra, Flammy usaba un vestido que no dejaba nada a la imaginación. La cita fue en el departamento de Lenard, su ex novio. Ella le sonrió y lo saludó con un beso en los labios.
Entró con pasos lentos, recordando cuando vivío ahí en ese mismo lugar. La decoración era diferente, la que ella dejó fue sustituida por alguna de sus amantes, así era Lenard, les daba el poder a sus conquistas para redecorar su hogar. Solo para ganarse su confianza, las usaba y luego las dejaba.
—¿Quieres tomar algo, quizás champaña? —dijo él nervioso.
Ella se giró y lo tomó por la solapa de la camisa y lo besó, con un toque de desesperación, lo seguía amando a pesar de los años que llevaban separados. Lenard fue por mucho, el hombre que más amó, el único con el que deseo formar una familia y llegar a ser una anciana a su lado. Pero él la engañó, nunca fue sincero, en realidad solo quería su dinero. La herencia de su difunto esposo Ernesto.
Flammy lo desvistió en un santiamén, él no se dejaba dominar y como siempre lo hacía tomó el control, cuando él iba a colocarse el condón ella lo detuvo.
—No… Lenard —sus ojos se empañaron— hazme el amor, déjame sentirte sin eso— le señaló el paquete cuadrado— Te amo Lenard, sabes que eres el amor de mi vida, y no, no te estoy pidiendo que te quedes conmigo, pero al menos quiero tener algo tuyo… un hijo… Lenard, no tienes que preocuparte por él ni por mí, desapareceré de tu vida. Te lo prometo.
El tentador cuerpo de Flammy estaba desnudo, ella estaba más linda que nunca. El hombre excitado accedió.
—Lo que quieras, nena —se relamió los labios y la besó.
La noche fue larga para los amantes que reconocían sus cuerpos después de años de no explorarse, besándose con ansias y amándose con locura, experimentando nuevas formas de amarse que para muchos pudieran parecer obscenas y pecaminosas. Ella, una mujer que se consideraba recatada, esa noche fue mejor amante que las prostitutas de Harlem o South Bronx.
Él le pidió que se quedara, eran las dos de la madrugada y ella salía del cuarto de baño, con el cabello mojado y lista para irse. Lenard seguía en la cama, somnoliento después de las explosiones de placer que tuvo.
Flammy le dio un último beso y antes de salir se volvió solo para decirle.
—Gracias mi amor y bienvenido a mi mundo, maldito. Ahora sufrirás mi venganza, te vas arrepentir de haberme engañado.
Él la miró sin entender.
—No comprendo a que viene eso Flammy, pensé que eso ya había quedado en el pasado.
—¿Ah, no sabes…? claro, cómo lo sabrías —ella lo miró con odio— sí tú te la pasabas revolcándote con cuanta mujer se te pusiera enfrente, ni siquiera me buscaste —reclamó con la voz cargada de dolor.
Ella iba a bofetearlo, pero antes de que su mano tocara la mejilla, la cerró en un puño y Lenard cayó al suelo, tocando su cara, estupefacto por el cambio drástico de la pelinegra. El hombre temblaba porque sabía que su exnovia no era una mujer delicada, ella fue parte del FBI, combatía perfectamente mano a mano y sabía usar las armas como si fuese un juego de niños, le prodigó repetidas patadas en el estómago y cara, descargando su ira en él. Lo odiaba con toda su alma, lo culpaba directamente a él de su desgracia, el hombre tenía el rostro cubierto de sangre y entre sollozos le suplicaba que se detuviera, Flammy le apuntó con el arma, pero luego negó y volvió a guardar su revolver.
Ahí donde estaba como un ciervo herido podía matarlo si quería, pero ella no deseaba eso para él, sería muy poco castigo para todo el daño que le causó, prefería una muerte lenta, se secó las lágrimas y continuó su relato.
Después de que me dejaste conocí a alguien en un bar. Yo era solo un despojo de mujer, así me dejaste, sin auto estima, me sentía poca cosa y un día en ese abismo lo conocí a él, un Adonis. Era un ángel hermoso que se fijó en mí, en una mujer como yo, a la que tu despreciaste y usaste.
Él me dio la noche más placentera que puedas imaginar, pero también me condenó para siempre.
“Y YO TE CONDENO A TI, INFELIZ”, a morir en vida, lentamente hasta que tu propia sangre sea tu veneno. ¡Nos vemos en el infierno, maldito!
Ella salió con la ira aflorando por su piel, una ira que contuvo por muchos años y que hoy por fin liberaba, Flammy lo culpaba a él de su desgracia, si él no la hubiera traicionado, si hubiera tenido la decencia de terminar con ella, pero él hubiera no existe y ella estaba pagando las consecuencias de sus actos, derivados por la traición de Lenard, él pagaría con una dolorosa venganza que a ella le estaba quemando el alma y Lenard pronto sufriría la misma suerte que ella, sentiría sus venas quemándose por el que antes era un vital liquido y ahora sería letal.
Lenard procesaba cada palabra de Flammy sin poder encontrar una respuesta, adolorido como estaba, se encaminó a su habitación y ahí debajo de la almohada vio un sobre desgastado que sobresalía. Lo abrió con manos temblorosas para leer su contenido.
PRUEBA DE ELISA
Nombre del paciente: Flammy Halmilton
Dirección: 401 7Th Ave, New York, NY
Fecha: 12 de agosto de 1985 Numero de muestra: 0207
Prueba de Laboratorio : VIH Resultado: POSITIVO
Continuará…
LEE EL CAPÍTULO 3 PARTE I "AQUÍ"
Última edición por Lady Ardlay el Mar Mayo 02, 2023 6:30 pm, editado 2 veces
quién lo hubiera imaginado
esa si es una venganza . Que buen relato nos vemos en watt pad
y creo que también soy emana
Ahora entiendo el trasfondo de su odio de flammy
