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Buenas noches, es un gusto saludarles. Les comparto el 1er capítulo de este minific o fanfic, aun no sé que tan largo será. Espero sea de su agrado
Doncella de la muerte
Pecados capitales
Capítulo I Lujuria: El ángel de la muerte
Florida 1989
La noche era extrañamente fría para el clima caluroso de Florida, Charlie manejaba confiado en la solitaria carretera recta, en su Cadillac, escuchando a todo volumen la música transmitida a esa hora por la radio. Una silueta borrosa se apreciaba a lo lejos, por lo que el conductor la iluminó con las luces altas para distinguir a la curvilínea mujer que parecía un ángel caminando con unos vaqueros cortos, una blusa holgada y unas botas desgastadas, pero que a simple vista se notaban caras. La espesa cabellera roja le caía en la espalda como una cascada que brillaba con la luz de la luna.
Charlie bajo la velocidad y al pasar junto a la joven se detuvo y le habló desde la ventanilla.
—Te llevo nena.
La mujer le miró con una roja sonrisa en sus labios. Charlie, un hombre de cincuenta años, quedó encantado por la belleza de la muchacha. Se inclinó para abrir la puerta y ella subió sentándose con las piernas cruzadas ante la mirada hambrienta del hombre.
—Gracias, guapo. ¿Puedo subirle a la radio?, me gusta esa canción.
—Adelante —señaló él con su mano el botón para subir el volumen y emprendió la marcha escuchando tararear a la joven— ¿y qué hace una linda chica como tú caminando sola a estas horas?
—Me gusta caminar —ella se encogió de hombros y se colocó un cigarrillo en sus labios —¿Te molesta? —preguntó agitando el cigarro con sus dedos. Charlie negó y ella le ofreció uno, le entregó el que segundos antes había tenido entre sus labios y él lo aceptó gustoso.
—Mi nombre es Charlie y el tuyo cuál es —preguntó sacándose el cigarrillo de la boca y relamiéndose los labios al ver como la mujer jugaba con la basta de su pantalón corto, exponiendo más sus muslos.
—Eliza
Charlie extendió su mano y la puso sobre la pierna de ella.
—¿Cuánto cobras? —dijo el hombre, el comportamiento de Eliza había evidenciado su oficio, Charlie estaba acostumbrado a intimar con prostitutas, pero ninguna tan bella como esta pelirroja.
—El reloj más lo que traigas en la billetera—Eliza le dirigió una mirada, abrió sus muslos invitándolo a explorar en ellos.
Se desviaron de la carretera y se detuvieron en la entrada al bosque, estaban cerca de Daytona Beach. Charlie se deshizo del cinturón de seguridad y con lujuriosa desesperación se montó sobre ella, arrancando la delgada camiseta de Eliza y desabrochando el pantalón corto, ella le metió las manos debajo de la camisa y le acaricio toda la espalda, llegó hasta los jeans e introdujo sus manos hasta sus glúteos y se los pellizcó, siguió acariciando las huesudas caderas hasta encontrar su miembro, lo estrujó con fuerza, Charlie le facilitó la faena bajándose el vaquero.
—Todo tuyo, muñeca —Eliza buscó la palanca para mover la silla hacia atrás y así llevarse a su boca el falo del hombre.
Lo devoraba con maestría, ella en todo momento se mantuvo con los ojos abiertos, le gustaba ver como dominaba con su cálida boca hasta la bestia más feroz. Desde pequeña aprendió que los hombres se volvían locos con los placeres de la carne, su primera vez fue a causa de una horrible violación por su padrastro, no tenía ni siete años cuando el infeliz la sometió a dicha tortura.
Eliza vivió una infancia espantosa, su verdadero padre abandonó a la mujer antes de que la niña naciera. Olivia no la quería, fue obligada por sus padres a no interrumpir el embarazo, pero Olivia distaba mucho de ser una buena madre, era más parecida a una hiena, dejó a su suerte a la niña recién nacida con sus abuelos quienes, por no contar con una estabilidad económica, prefirieron entregarla a servicios sociales, para que la dieran en adopción. La mala estrella de la niña era imborrable, y dos años después de la adopción, su padre adoptivo se separó de su madre, quién en menos de un año se buscó una nueva pareja; que no era mejor persona que sus verdaderos progenitores, era un alcohólico y un enfermo sexual.
Eliza abandonó la casa a los catorce años de edad, harta de ser abusada de todas las maneras posibles. Pronto se dio cuenta de que podía convertir lo desagradable en placer y así lo hizo, ya no era violada, ahora ella era la que se vendía por unos cuantos dólares que apenas le alcanzaba para una hamburguesa y una coca cola en McDonal´s, día a día repetía el ritual que le daba de comer, siendo ahora una adolescente que vivía en las calles. Se refugiaba en donde la noche la sorprendiera, prefería prostituirse a regresar al infierno que era su casa, en donde era violada y maltratada. Eliza desarrollo una adicción al sexo y si esté le daba el sustento para vivir, ella lo aprovechaba al máximo.
Charlie jadeante, arremetía con fuerza su masculinidad dentro de ella, sin importarle que Eliza desesperada por obtener aire le empujaba, lo mordió para liberarse.
—¡Hija de puta! —gritó el hombre al momento que levantaba su rodilla para golpearla.
Eliza trató de abrir la puerta para escapar cuando sintió el jalón del cabello.
—¡Maldita zorra!, adónde vas, no hemos terminado.
—Suéltame hijo de perra — le dio una patada y logró salir del auto, cayendo en el suelo.
Pero Charlie también lo hizo, y mientras Eliza se incorporaba, él le golpeó la cabeza con algo que ella no supo que era, desestabilizándola por completo. Él, aprovechando la desorientación, se colocó sobre ella, que permanecía boca abajo y la penetró por detrás en repetidas ocasiones, haciendo oídos sordos a los alaridos y súplicas de ella. Eliza tenía la cara surcada de lágrimas, enterraba sus uñas en la tierra húmeda mientras era embestida con ferocidad, esta no era la primera vez que alguien la golpeaba para tomarla de la misma manera, ella odiaba el sexo anal, de esa forma fue violada en su casa en repetidas ocasiones cuando era niña, la preferida del monstruo que tenía de esposo su madre.
—¡Basta, basta! Por favor —suplicó con el hilo de voz que le quedaba.
Charlie no paró hasta que Eliza sintió que temblaba detrás de ella, con un último jadeo se dejó caer en su espalda. Ella no se movió, permaneció inmóvil, sosegando su dolor con las ardientes lágrimas que salían de sus ojos. Cuando él por fin la liberó de su peso, ella se hincó para acomodar sus ropas y como si el imbécil se apiadara de ella, o estuviera sucediendo un milagro para Eliza, el objeto con el que fue golpeada estaba tirado cerca de las llantas, no muy lejos de donde estaba ella, era una pistola, observó a Charlie totalmente erguido junto a un árbol haciendo sus necesidades y tomó el arma, sin dudarlo la presionó con su pulso temblando, hiriéndolo por la espalda a la altura del hombro.
—Qué mierda crees que haces…
Alcanzó a decir Charlie caminando hacia ella y Eliza volvió a halar el gatillo, una y otra vez, hasta que se quedó sin balas. La pelirroja seguía en el suelo, llorando, pero sintiendo una satisfacción creciente al ver el charco de sangre en el que yacía su atacante. Se puso de pie con una sonrisa y se tomó el tiempo para recoger sus ropas y guardar el arma, su salvación, en el bolso cross body Gucci, regalo de uno de sus clientes. Y retomó la carretera en el Cadillac de su víctima.
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—Vaya, vaya. Tienes un historial muy largo, eh —dijo la refinada mujer, observando a la pelirroja que no le hacían gracia los intentos de chistes de la “elegante dama”.
—Digamos que soy una profesional, mi precio es alto. El trabajo que quieres es muy arriesgado y no lo haré por menos de cinco mil dólares —Eliza subió sus pies al escritorio de la mujer que la observaba sin ninguna expresión.
—No seas ridícula, conozco tu historia o acaso crees que estarías aquí si no te hubiera mandado a investigar —Eliza abrió los ojos asustada.
—¿Eres una maldita policía? —bajo los pies y tiró la silla en donde estuvo sentada, agarrando su bolso para sacar el arma, pero…
—No tan rápido, amiga —la pelinegra sacó una Glock 19, que dejaba en ridículo a su austero revolvert— siéntate y escucha, no tengo nada que ver con la policía, solo necesito saber si puedes hacer o no este trabajo. Es algo sencillo, entras al burdel, haces tu trabajo y te entrego tu dinero, así de fácil.
—¿Y si dices que es tan fácil por qué no lo haces tú? Yo no me dedicó a esto —Eliza se quedó de súbito en silencio cuando vio la risa burlona de la mujer— No es a ti a la que pueden rebanarle la garganta si algo sale mal —Eliza se rascó la cabeza— ¿Por qué quieres matar a este vejestorio? Estoy segura de que el pobre ya ni siquiera tendrá erecciones.
—No estás en posición de cuestionarme, entiende que aquí yo doy las órdenes. Si aceptas seré tu jefe y como tal me respetarás. Y con respecto a que no te dedicas a esto, es verdad, tú matas por placer, sin recibir ni un solo dólar, solo la miseria que cobras por vender tu cuerpo —espeto la rubia.
Eliza no dijo nada, trago grueso, al comprender que la mujer si sabía todo de su vida. No era broma cuando dijo que la investigó y se sintió acorralada, qué tal si la entregaba a la policía por negarse. Su espíritu de rebeldía salió a flote.
—No me interesa seguir las órdenes de una alzada que no se quiere romper sus bonitas uñas. Es un anciano, ¿por qué no lo matas tú? —replicó Eliza.
—Muy bien, entonces sal de aquí, mi tiempo es limitado y si no te interesa el trabajo puedes retirarte. Y sí te atreves a delatarme… —la mujer la miró fijamente— tendrás un agujero en la cabeza antes de que puedas tomar aire para suplicar por tu vida.
—Ja, ja, ja. No te ofendas, bonita, pero te ves tan pequeña y frágil que me recuerdas al Pomerania blanco que mi novia me regaló.
—¿Te diviertes? ¿Crees que tus bromas sin gracias me afectan? No soy yo la que duerme en un basurero, ni la que termina matando a los pobres viejos que te suben a sus automóviles para manosearte, si tan solo los mataras antes de que te acostaras con ellos, pero… lástima, al menos se van felices.
—¡Cállate! Eres una perra…
—Sí, sí. Ahora vete, si no te interesa no me hagas perder mi tiempo.
La dama levantó la bocina del teléfono.
—Sami, la chica que me dijiste ayer, puedes agendar una cita con ella.
—Está bien, está bien. Lo haré —farfulló Eliza y la pelinegra cortó la llamada.
—¿Entonces tenemos un trato?
—Cinco mil dólares y tendrás a tu viejito muerto, me esfumaré y nunca más nos volveremos a ver. ¿Qué dices?
—Hum no estoy segura, eso de no volvernos a ver. Por ahora está bien, no hay adelanto, el dinero lo tendrás cuando hayas hecho tu parte. Ahora ve al Distrito Queens, en Flushing, el lugar al que irás se llama Lux, pregunta por Samantha, ella sabrá quién eres.
—Quién lo diría, una niña rica como tú en lugares tan bajos como estos. ¿Tienes un proxeneta de amante? —inquirió Eliza.
—Pensé que ya había quedado claro quién hace las preguntas aquí —respondió la mujer.
Eliza silbó —Debe ser uno muy bueno para tener a una mujer tan bella como tú —caminó hasta donde estaba su empleadora y le acarició el dorso.
Eliza había tenido muchos amantes, una vez uno le prometió sacarla de esa vida, y ella le creyó, la vistió con las mejores ropas y zapatos, la hizo creer en el amor. Pero no fue así, era un aspirante a proxeneta, le buscaba hombres horribles que terminaban golpeándola por puro placer. Por suerte, para ella, su pareja fue asesinada por verdaderos proxenetas y ella huyó de Florida, caminando por horas en la carretera hasta que se encontró a Charlie.
Los hombres solo la usaban y como recompensa la golpeaban, esa era una lección que aprendió muy bien. Por eso, cuando pudo los empezó aniquilar, conoció a Jenny, una joven trigueña que le remendó su roto corazón y le había enseñado lo que era ser amada de verdad, se enamoró perdidamente de ella; el dinero que ganaba se lo entregaba a su novia, quien la esperaba en un viejo cámper que compartían, a veces se daban ciertos lujos como dormir en algún motel. Y era precisamente Jenny quien le había obligado a ir a la estúpida cita en la que estaba, tras un par de regias mujeres que tocaron a su puerta del cámper en Michigan.
—Eres preciosa —Eliza le rozó la mejilla con sus labios, había cerrado los ojos para disfrutar el contacto de la tersa piel —hueles delicioso —pudo articular antes de que su garganta se cerrará por el fuerte agarre que le hizo abrir los ojos y le cortaba la respiración.
—¡No me toques! Ten mucho cuidado con lo que haces, Eliza.
Eliza salió temblando de aquella habitación, la mujer era más ruda de lo que se veía.
—¿Can, estás bien? Casi muero del susto cuando vi por las cámaras que esa mujer se acercó a ti. Le pedí a Raynols que se quedara conmigo por si lo necesitabas.
—Gracias Patty, te preocupas demasiado. Recuerda que me sé cuidar sola.
—Ay Candy, —susurró Patty— hasta cuándo dejarás de hacer esto. Deberías seguir el consejo que siempre te daba…
—¡No lo menciones!, por hoy han sido muchas emociones como para que me lo recuerdes.
—Lo siento.
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Eliza caminaba por la gran manzana como un ángel de la muerte, con una chaqueta negra, un diminuto short de mezclilla, unas medias y unos botines también negros. Con su cabellera roja suelta y unas gafas oscuras. El taxista que la llevó al lugar indicado se despidió de ella con una mirada lasciva, ella levantó su dedo medio antes de entrar a Lux. Samantha ya la esperaba y la hizo pasar a cambiarse a una de las habitaciones, en la enorme cama de sábanas rojas había un vestido rojo vino con encaje en contraste, con terciopelo y una tanga del mismo tono.
Se rio del vestido que a ella le parecía ridículo, si de todas maneras los hombres la preferían sin ropa. Se puso la diminuta prenda que apenas le cubría las nalgas y sacó de su bolso unos guantes negros de seda y una peluca oscura. Mientras esperaba a su víctima, se dedicó a observar la habitación, las paredes eran oscuras con pilares redondeados en color verde, en la cabecera de la cama había una gran pintura con imágenes de una orgía, seis mujeres rodeando a un hombre completamente desnudo.
—Claro, el maldito macho alfa —dijo con ironía.
La puerta se abrió y entró un hombre alto, de cabellera plateada, con algunos mechones rubios, de aproximadamente sesenta años. Era atractivo para su edad, pero tenía las facciones endurecidas.
—Oh, esta vez Samantha hizo una buena elección. ¿Eres nueva? No te había visto antes.
Comentó el hombre quitándose el saco y desabrochando sus pantalones, en cuestión de minutos estaba sin nada, y se acercó a Eliza, la agarró por la cintura —¿Cómo te llamas, preciosa?
—Eliza, ¿y tú?
—William —respondió y la besó con exigencia. Ella se dejó seducir por tan distinguido hombre, había pensado matarlo antes de tener algo con él, lo que la elegante mujer le dijo le había molestado en gran manera, la enana pecosa tenía razón, pero esta víctima era tan apasionada que se dejó consentir por las fuertes manos, la trataba con delicadeza y la hizo llegar al nirvana en poco tiempo, fue glorioso, nunca había sentido tanto placer con un hombre. Jenny era la única que le había hecho sentir aquello.
El anciano estaba preparado para una segunda dosis de acción, Eliza lo vio tomar una pequeña pastilla y se rio con ¿ternura?, el hombre la tomó de nuevo y ella volvió a viajar al paraíso.
—¿Por qué no hay más hombres como tú? —preguntó bajo el efecto del suculento orgasmo, las exquisitas sensaciones tardaron en abandonarla—¿Por qué no te conocí antes?
—El pasado que importa, si me conoces ahora.
La expresión del hombre cambió y esta vez la besó con brusquedad, la tomó por el cabello y la hizo bajar hasta su miembro, obligándola a complacerlo con agresivas embestidas.
Eliza sentía que se ahogaba y que le arrancaría el cuero cabelludo si la seguía agarrando de esa manera, cansada del abuso, enterró sus filosos dientes en la palpitante hombría de William y sacó el revolvert que dejó debajo de la almohada. Dándole el primer impacto en el hombro, una segunda detonación a su pecho y una tercera en la cabeza, pero no se detuvo ahí, siguió accionando el arma hasta que se quedó sin munición.
—¡Maldito! —se limpió las lágrimas y se cambió la ropa, recogió el preservativo y lo arrojó por el retrete, salió sin levantar sospechas, Candy le había dado un arma con silenciador, aunque Samantha bien sabía lo que pasaría.
—Está hecho, quiero mi dinero.
Un auto negro la esperaba, dentro estaba Candy con una peluca negra corta y un vestido negro, le entregó un sobre del cual Eliza sacó los billetes y una vez contado salió.
—Vete al infierno, maldita pecosa —murmuró al bajar, pero a Candy no le importaron los insultos, el trabajo estaba hecho y era lo único que importaba. Diez minutos después, las patrullas y el forense acordonaban el lugar.
Candy vio llegar a Terry y a Neal. Mostrando su placa de agentes del FBI entraron al edificio.
—Vámonos, Raynols, ya no tenemos nada que hacer aquí.
Antes de entrar Terry tuvo la sensación de ser observado, se giró y a lo lejos vio una limusina que se alejaba, la ventanilla aún estaba abajo y observó el rostro blanco de una mujer pelinegra con gafas oscuras, ella le dirigió una mirada y él sintió un cosquilleo en su estómago.
—Candy… —musitó
—¡Granchester! Qué te pasa, tenemos un crimen allá adentro, deja de tragar moscas —le gritó Neal, y el castaño se introdujo por debajo de las cintas amarillas al burdel, con la intranquilidad que la imagen de la mujer de la limusina le dejó.
Continuará…
Última edición por Lady Ardlay el Mar Abr 18, 2023 1:29 pm, editado 2 veces
️� 
Candy mando a matar a su esposo se me hace
y si no william no hizo nada bueno para terminar asi 
Que dura vida a tenido Eliza, 
En espera del siguiente capítulo me dejaste picada
y llegaron los detectives más guapos 
Candy será una asesina omg, estamos intrigada, esperando con impaciencia el siguiente capitulo 
la vida de Eliza si fue muy difícil 
