Hola queridas lectoras, les traigo actualización de este minific. Gracias por sus comentarios
CAPÍTULO 1
—No tenemos nada, Terry, solo un ignoto que se dedica a la prostitución. El señor William Ardlay, tenía muchos enemigos, pudo ser cualquiera.
Neal dejó la carpeta a un lado, sin darle importancia. Había visto muchos casos como los de Ardlay, quién en vida fue un hombre despiadado, asquerosamente rico, que se la pasaba humillando a quien se le pusiera en su camino.
—Pero es un homicidio. Tiene que haber un culpable y ese es nuestro trabajo, encontrar al asesino.
Terry habló con la cabeza echada hacia atrás de la silla, si cerraba los ojos aún podía ver la imagen de la misteriosa mujer en esa limusina, era tan parecida a Candy, pero con cabellera oscura. No era la primera vez que encontraba parecido en otras mujeres con ella, su corazón se negaba a olvidarla y la veía en cada mujer bonita, de semblante dulce o sonriente. Pero esta mujer no era ni dulce ni sonriente, su rostro detrás de las gafas era frío, pero su cara era hermosa y angelical a pesar del halo sombrío que la envolvía.
Se tragó el dolor que despertó esa tarde al ver a la bella dama, los recuerdos de Candy se hicieron presentes, no la había visto desde hace tres años, cuando ella formaba parte de su equipo de trabajo. Tuvieron una corta, pero tórrida relación que hasta ahora Terry no comprendía por qué Candy lo dejó como lo hizo, sin siquiera tener el valor de terminar con él de frente. Se marchó dejándole una corta nota en su oficina. El pecho le dolía cada vez que recordaba las ácidas palabras que ella le escribió y que se quedaron grabadas en su mente.
Querido Terry
Siento mucho hacer esto, pero lo he pensado, he buscado en mi corazón el sentimiento que me une a ti y hoy puedo decirte que no es amor. Lo siento. Hemos pasado momentos muy agradables, pero no te amo.
He tomado la decisión de continuar mi vida, sin ti.
Adiós, Terry
Ese día, Terry y Neal, estuvieron fuera de la oficina por el reporte de un doble homicidio. Siguieron el rastro y en medio de un fuego cruzado capturaron al homicida, a él lo hirieron en un brazo, no quiso preocuparla y cuando salió del hospital lo primero que hizo fue ir por ella, pero su sorpresa fue encontrar la oficina de su novia vacía, a excepción de un sobre en el escritorio que indicaba que era para él. Al abrirlo se sintió desfallecer, la buscó sin éxito en el departamento que la rubia rentaba, el portero le informó que ella se había marchado temprano con varias maletas y que le devolvió las llaves del lugar donde vivió por varios años.
La última noche que pasaron juntos, Candy le preguntó si la amaba de verdad, que a veces sentía que él no estaba tomando en serio la relación. Qué equivocada estaba, él la amaba con todo su ser, pero la prioridad era el trabajo, no podían darse el lujo de vivir un noviazgo relajado y él no podía ser demasiado afectivo con todos los ojos de la oficina puestos en ellos; no tenían otra opción, si querían estar juntos tenían que ocultar su relación, llevarla con la mayor discreción posible hasta que tomaran la decisión de dejar ese trabajo y buscar otro medio en donde pudieran amarse sin esconderse de nadie.
Pero ahora, tres años después, la duda lo asaltaba. ¿Qué fue lo que pasó realmente? Era acaso Candy, una maestra en las mentiras para fingir que lo amaba con locura cuando en realidad no era así. Se obligó a recordar que desde una semana antes de que ella se marchara, él la notaba extraña, su comportamiento era sospechoso, Terry presentía que ocultaba algo, pero cuando quiso indagar en el asunto ella lo convenció de que eran ideas suyas. Y luego estaba ese caso con el que Candy estaba obsesionada, uno que tenía más de veinte años y ella insistía en reabrirlo. Él para complacerla lo intentó, pero fue inútil, sus jefes declinaron la petición apenas vieron la fecha, alegando que no había nada que buscar en algo que se esclareció en su momento. El caso estaba cerrado, un accidente fue la causa del incendio del orfanato El hogar de Ponny, lugar donde vivió sus primeros años de vida Candy,
Tiempo después se enteró de que Candy se fue de Nueva York, Terry volvió a saber de ella por los periódicos, los cuales anunciaban su boda con Anthony Ardlay; el tabloide contaba una romántica historia de amor de un niño rico y carismático, que la enamoró en Chicago y la llevó al altar. Él fue testigo de esa unión, escondido detrás de un muro de la iglesia, escuchó las palabras que le hicieron añicos el corazón. Odió que ella le hubiera mostrado un lado tierno y desinteresado cuando la realidad era otra. Su matrimonio duró solo seis meses, la vida de Anthony fue arrebatada por un trágico accidente de carretera, le acompañaba su hermano Albert, quién para desgracia de la familia también perdió la vida. Relacionó la ola de recuerdos y sentimientos al asesinato del ex suegro de Candy. ¿Qué sería de la vida de ella?, seguiría en Chicago o habría regresado a la gran manzana o quizás emprendido vuelo a otra ciudad.
<> recordó. La cabeza le martillaba de dolor de tanto pensar
Un trozo de papel lo sacó de sus cavilaciones, Neal lo observaba con curiosidad.
—¿Estabas durmiendo? He hablado como loco sin tener tu atención, si no fuera por esta bola de papel que encontré en el piso, no hubieras reaccionado.
Terry parpadeó y vio el reloj en su muñeca, eran las diez con treinta de la noche y ellos seguían conjeturando con las escasas o, mejor dicho, inexistentes pistas que tenían. Unos casquillos, y una mordida en el miembro del sujeto que fue desinfectada minuciosamente con jabón y abundante alcohol por la astuta asesina, porque eso era lo único seguro, el autor intelectual era una mujer, pero no le servía para nada si no había ni una sola huella dactilar, ni un solo rastro. Las mujeres del burdel admitieron que no conocían a la mujer, argumentando que era su primer día de trabajo, dio un sobrenombre que hacía alusión a lo que según la mujer era: “la lujuriosa”
Él y Neal interrogaron por horas a las mujeres de Lux, pero no encontraron nada contundente, solo que la mujer era de piel blanca, de aproximadamente 1.70 cm. de estatura y… cabello negro. Terry se paró abruptamente.
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Cómo cada mañana las empleadas de la familia McGregor ya tenían preparado el menú del desayuno. Frutas y hot cake para los niños, café y tostadas para la señora Lina y huevos fritos con la yema a término medio, ni muy cocina ni cruda, una porción generosa de salchichas, tocinos y jugo de naranja recién exprimido, para el señor de la casa Frederick McGregor.
La servidumbre aguardaba detrás de la puerta apretujando sus manos cuando el hombre se llevó a la boca el primer bocado. Escupió de inmediato el alimento y aventó el plato al piso. Los niños se sobresaltaron en sus sillas, dejando caer sus tenedores y su esposa agachó la cabeza.
—¡Por un demonio! ¡Qué comida tan asquerosa es esta! Estúpida mujer, no puedes supervisar lo que me sirven antes de traerlo a la mesa, ni para eso sirves —le gritó el hombre a la mujer.
—¿Quieres…Quieres que te prepare otra cosa? Yo mismo lo haré —Lina se levantó y se dispuso a ir a la cocina.
—NO. Ya no hay tiempo. Comeré en un buen restaurante en donde si sepan cocinar.
El hombre salió dando grandes zancadas, dejando a su esposa temblando y con lágrimas rodando por su mejilla.
—Mamá…
Alejandra, que presenció todo desde su cuarto, se acercó a su madre. Despidió a sus pequeños hijos con un beso en la coronilla de su cabeza.
—Espérenme en el auto, en un momento nos vamos —los niños obedecieron, con un semblante triste por dejar a su querida abuela en esas condiciones —Es el colmo, que a primeras horas de la mañana papá se comporte así. Ya ni siquiera le importa que los niños estén aquí.
—Esta vez no fue su culpa, yo debí cerciorarme que todo estuviera como a él le gusta. Yo debí… —la madura mujer defendía a su esposo, mientras su cuerpo se sacudía por el llanto.
—No mamá, tú no tienes la culpa que mi padre sea un falócrata—Alejandra hablaba con dolor y desprecio— Es tan déspota, ¿cómo lo has soportado tanto tiempo? Mamá, mamita… —la joven se acuclilló para estar a la altura de la mujer sentada y consolarla— Por qué no lo dejas y te vas conmigo a vivir a Chicago.
—¿Estás loca?, ¿cómo me pides eso? Es tu padre y yo hice un juramento cuando me casé, prometí estar con él, siempre juntos hasta…
—Hasta que la muerte los separe —terminó la frase Alejandra, acariciando el cabello plateado de su madre.
El claxon se oyó, los niños lo aplastaban desesperados porque se les hacía tarde para ir a sus clases.
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—¿Está segura que sabe con quién está hablando, sabe que si me delata usted sufrirá la misma suerte que la persona a la que desea acabar? —cuestionó la pálida mujer de cabellos negros azabache, con grandes gafas negras que le cubrían parte de sus pómulos y finas ropas oscuras.
La cita se concretó en el mirador de la imponente estatua de la libertad, como símbolo de lo que la mujer deseaba, libertad.
—No tengo intenciones de delatarla siempre y cuando usted cumpla con lo que le pido. Lo que menos quiero es verme involucrada, como se dará cuenta ambas deseamos anonimato.
—¿Cómo llegaste a mí? —preguntó la elegante mujer mirando a través de los huecos de la corona del monumento. Solo estaban ellas dos en completa privacidad, ya que la mayoría de los turistas observaban desde el pedestal de esta.
—Por alguien a quien le trabajaron —la mujer se volvió a verla— La señora Elroy Ardlay.
La pelinegra asintió. —La vieja no cumplió con el trato— pensó con amargura.
—Ella se compadeció de mí, incluso me dijo que ella nos pondría en contacto, pero no tuvo respuesta de su parte.
La pelinegra recordó las insistentes llamadas de la viuda Ardlay y sonrió con cinismo.
—Muy bien. Elroy lo hizo por la opresión del bastardo de su esposo, tú dices que lo haces por amor a tu madre, pero… ¿Acaso no es tu padre sanguíneo? ¿No amas a tu progenitor? —una carcajada emergió de la garganta de la mujer—. A mí no me engañas, quiero la verdad, o puedes irte olvidando que tuvimos esta conversación. No haré nada sin antes saber la verdad, no confió en la mayoría de las personas y tú pretendes que lo haga contigo. Se nota a kilómetros que no eres sincera. ¿Cómo sé que no me traicionarás?
La joven mujer irguió su espalda y frunció el ceño. Miró la ciudad desde la altura y sus ojos se endurecieron.
—Es un maldito, desde que tengo recuerdos he sido testigo de las humillaciones hechas a mi madre. Era tan aberrante que… la sometía, incluso para tener relaciones sexuales, yo escuché muchas veces las súplicas de mamá para que no la golpeara por negarse a sus peticiones. No era amable, ahora lo sé, lo vi con mis propios ojos en un viaje que hicimos a Miami, estaba ebrio y no le importó que yo estuviera ahí observando —la pelinegra escuchaba con atención imaginando el horror de esa niña— mi madre no pudo concebir más hijos por ese maltrato, tuvo un aborto que le arrancó la oportunidad de ser madre para siempre —sonrió con tristeza—. Quiero empezar una vida nueva con ella, lejos de esta maldita ciudad que mi padre tanto ama. Yo soy la heredera universal de su fortuna, mi madre será enviada a un asilo en un par de años, por decisión de mi padre. No lo voy a permitir, mi papá cree que yo cuidaré de él y viviremos felices, pero con mi madre encerrada en ese lugar.
Las lágrimas brotaron de los ojos grises —Sí, sé lo que estás pensando, tu sonrisa burlona me indica que crees que lo hago por el dinero, pero no es así. Y si así fuese, en mi defensa diré que lo hago por mi madre, amo más a mi madre porque siempre me cuidó y estuvo conmigo en todo momento. Cuando mi esposo me abandonó, ella no me juzgó, a diferencia de mi padre, que me culpó por no complacer a mi esposo en todos sus caprichos, me tildó de ser una mala esposa. ¿¡Qué padre dice eso de su propia hija!?
La carcajada de la pelinegra resonó en el lugar
—¿Me estás diciendo que tu padre prefirió ponerse del lado de tu ex y por eso te sientes ofendida? Ja, ja, ja No me hagas reír, tú quieres muerto al viejo para obtener su riqueza. Acéptalo, tu padre siempre tuvo razón; nunca quisiste al padre de tus hijos, solo te gustaba su dinero. Por esa razón no lo complacías en nada, era evidente, querida. ¿Qué cómo lo sé? Si no la tuviera no estarías aquí pidiéndome que lo desaparezca del mundo. Y qué me dices de tu hermano, el hijo no reconocido de tu padre, pero que siempre cuidó de él en las sombras y que en los últimos meses se les ha visto juntos.
Alejandra abrió sus ojos con sorpresa, la mujer alta y delgada sacó de su bolso un folder con unas hojas, movía sus ojos rápidamente leyendo el contenido de los documentos.
—Eso no es tu maldito problema. Estás aquí para realizar un trabajo, no para que me juzgues —las lágrimas corrían por la cara roja de ira de Alejandra.
—En eso tienes razón. Solo que me resulta gracioso, pero tienes razón —su semblante pasó de la diversión a uno serio— siendo así, no tendrás objeción en darme el veinte por ciento de tu herencia.
—¡Qué! Eso es demasiado.
—Es el precio por desaparecer a alguien que odias y así evitar herederos desagradables, ¿no lo crees? —replicó la pelinegra.
Alejandra empuñó sus manos, las venas azules se marcaban en sus sienes.
—Está bien, pero no quiero que mi nombre ni el de mi madre se vean manchados.
—Si el mío no aparece en las investigaciones de los policías, el tuyo tampoco, al menos no como posible sospechosa —se burló la pelinegra.
Dentro de la limusina, la mujer de negro levantaba el auricular del teléfono del auto.
—Carlota, ¿quieres un poco de diversión? La paga es muy buena, ya sé que eres de gustos caros. Será el doble de lo que te pagué la última vez—dibujó una sonrisa en sus labios, sabía que Carlota sería capaz de vender su alma al diablo por amasar más dinero.
Francamente, no tenía necesidad, salió de la pobreza en la que vivía cometiendo diferentes actos delictivos, entraba y salía de la prisión. Que lejos de ser un castigo le abrió muchas puertas en el mundo al que actualmente pertenecía, cometió su primer homicidio cuando solo tenía dieciséis años, y a sus veintidós años era una maestra en crímenes.
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Alejandra entró al comedor con una linda jovencita detrás de ella, de cabellera negra brillante, una cara redondeada y un cuerpo con prominentes curvas.
—Mamá, ella es Karla, la nueva cocinera —se apartó para que su madre viera a la joven. Carlota dio un falso nombre, solo su amiga conocía su nombre de pila.
La mujer mayor desaprobó de inmediato a la nueva empleada. Primero porque era demasiado atractiva, no deseaba un dolor de cabeza más en su vida y segundo porque dudaba que la joven tuviera el talento de las artes culinarias.
—Alejandra, podemos hablar un momento, a solas —le sonrió a la muchacha. Su hija asintió y con una señal de la mano le indicó a la empleada que la esperara afuera—¡No quiero a esa muchachita!, se ve que lo mejor que sabe hacer es caminar como si estuviera en una pasarela —explotó la mujer mayor.
—Mamá, no me digas que estás celosa. No crees que sería mejor que tengas contento a papá, entretenido con la sirvienta a que te esté gritando por cualquier tontería —dijo con voz suave Alejandra, su madre asintió dejando salir un suspiro.
Carlota no solo se encargaba de la cocina, también era la única que hacía la limpieza en la habitación de los señores de la casa. Esto por indicaciones de Lina, la madre de Alejandra. Frederick McGregor leía el diario mientras la jovencita tendía la cama, él la observaba desde el diván, la muchacha cantaba en voz casi inaudible dándole una visión perfecta al anciano de la plenitud de sus piernas e inicio de sus glúteos, su vestido se levantaba al tiempo que ella se inclinaba para extender las sábanas.
—Karla —habló Frederick, estaba detrás de ella, pasó su mano por la curva de los glúteos de la joven y ella simuló asustarse. Pero era solo parte de su estrategia, para que el viejo confiara en ella, llevaba tres días en la casa y el hombre se negaba a recibir alimentos que no fuesen preparados por su esposa.
—Señor McGregor, me asustó —le devolvió una mirada de inocencia— ¿se le ofrece algo?
—Un café, dígale a mi esposa que lo prepare —ordenó con los ojos puestos en el provocativo escote que dejaba ver los voluptuosos pechos.
—Enseguida, señor.
Salió contoneando las caderas, regresó momentos más tardes con una bandeja de pan, galletas y la cafetera. Le sirvió el café en una taza de porcelana grande, para sorpresa del hombre, tenía mejor sabor que el que tomaba cada mañana.
—Lo preparé yo —dijo bajando la mirada—, pues su esposa salió con su hija.
—Está bien, tiene buen sabor —mencionó y siguió leyendo el diario, Carlota sonrió por su pequeño triunfo.
Para el cuarto día en la mansión McGregor, Carlota ya preparaba y servía el desayuno, almuerzo y cena de Frederick.
—Hija, tu padre no se siente bien —informó un día Lina a su hija.
Frederick llevaba varios días en cama por un permanente dolor en su abdomen, se veía cada día peor por los episodios de intensos calambres musculares y por si eso fuera poco, sus extremidades no le respondían, se le entumecían cada vez que se quería poner de pie. Su semblante demacrado y derrotado provocaba lástima a cualquiera que lo mirara, a penas y era capaz de sostenerse del brazo de Karla para ir al baño a vaciar su estómago. Sumado a los otros males, un cuadro diarreico le atacó severamente.
—¿No has podido contactar al doctor Walter? —preguntó Lina entre lágrimas a su hija.
—No, mamá, sigue en Houston, deberías traer a otro médico para que revise a papá.
—No, ya sabes cómo es, si no es Walter, su médico de cabecera no querrá que otro lo revise.
La vida de Frederick se apagó diez días más tarde, por un ataque al corazón. Alejandra se opuso a que le realizaran la necropsia, pago una fuerte cantidad para que el cuerpo de su padre se conservara tal y como estaba.
—Gracias hija, tu pobre padre sufrió mucho en sus últimos días. Que bueno que no dejaste que dañaran su frágil cuerpo.
Lina se refería a su esposo como si él siguiera con vida, su hija fingía llorar delante de ella, pero en realidad no sentía remordimiento. Fue hasta que el servicio funerario llegó que Alejandra sintió el peso de la culpa, miró por última vez a Frederick, su padre parecía dormido, con una calma que pocas veces tuvo en vida.
—Se ve tranquilo —expresó Alejandra viendo el rostro de su padre a través del cristal del féretro— Mamá, ahora si podremos irnos a Chicago —le sonrió girando su cuerpo para quedar frente a Lina— has cumplido con lo que prometiste en el altar, acompañaste a mi padre hasta el último día de su vida. La promesa que hiciste se ha terminado.
Lina asentía lentamente sin dejar de mirar el féretro.
Christopher, el hijo de Frederick, producto de una aventura con su secretaria, llegó. Se le veía desconsolado, en ningún momento se acercó a ellas a reclamarle parte de la herencia. Se presentó como su medio hermano y le dio sus condolencias a Alejandra, el cuerpo de ese hombre tan parecido a su padre se sacudía por el llanto, pero ella no le creía; sabía que en cualquier momento sacaría las garras, pero se toparía con pared. Legalmente, ella era la única heredera, recargó su cara en el hombro de su hermano y una sonrisa se dibujó en su rostro.
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—Carlota, querida. Eres mi favorita —susurró la pelinegra entregándole un grueso sobre a la chica de cabellos rubios cobrizos, su verdadera cabellera.
—Lo sé. Ya sabes que siempre puedes recurrir a mí si quieres profesionalismo y calidad —le guiñó un ojo y agitó su mano en señal de despedida— Y… Flammy… —Carlota la observó con tristeza, negó con su cabeza y retomó su camino— cuídate amiga —guardó el sobre dentro de su bolso y vio uno de los tres frascos de arsénico que había comprado para Frederick MacGregor.
Flammy se paró y caminó hasta el espejo, tomó aire y se limpió una lágrima. Se pasó los dedos por su sedoso cabello negro y acomodó sus gafas antes de salir por el largo pasillo de su casa.
Continuará…
Última edición por Lady Ardlay el Mar Abr 25, 2023 12:45 pm, editado 3 veces