Estaba deshecha por la infidelidad recién descubierta de su novio, Lenard le había confesado en su estado etílico que no era la primera vez que la engañaba y que si seguía con ella era porque lo mantenía y lo complacía en todos sus caprichos, incluso le daba hasta para sus amantes sin que ella lo supiera.
—¿Apenas te enteras? Llevo años haciéndolo, la rutina es aburrida Flammy, pero, aunque no lo creas, te quiero —intentó besarla—. No puedo prometerte que dejaré de hacerlo porque hoy mismo en nuestra cama le hice el amor a dos mujeres preciosas, mientras tú trabajabas. Tú me has dado todo, amor, una vida llena de lujos, viajes con mis amigos porque tú nunca puedes ir y hasta mantienes a mis amantes —se carcajeó.
Flammy le tiró un pedazo de baguette que tenía en la mano, obligándose a no tirarle el vaso que estaba frente a ella.
—¡Eres un maldito!
Su cuerpo temblaba de rabia, su pecho subía y bajaba conteniéndose para no ir por el arma que descansaba en la encimera detrás de ella.
—Lárgate, no quiero verte nunca más.
—Lo siento mi amor, no puedo irme de mi propio departamento, en todo caso la que debe irse si quieres, eres tú. No te estoy corriendo, pero si estás en ese plan de mujer ofendida puedes irte cuando quieras.
Flammy se puso de pie y se dirigió a su cuarto, con furia abrió el closet y empezó a sacar su ropa, gritando en el acto improperios, no podía calmarse, su ser temblaba por el llanto y el odio descomunal que sentía en ese momento. Antes de que él confesara que no era fiel, ella podía gritar al mundo cuanto lo amaba, incluso estaba dispuesta a seguir manteniéndolo de por vida si era necesario.
Un año había pasado desde que Lenard quedó desempleado y ella se hizo cargo al 100 % de los gastos de la casa. Él seguía dándose la vida de soltero empedernido, saliendo a fiestas y bares con sus amigos, incluso a viajes. Ella no lo juzgaba, ya que ella no podía acompañarlo y era consciente que el encierro durante toda la semana en casa era terrible para él, que acostumbraba a salir todo el día.
Flammy le daba suficiente dinero para que se distrajera, por eso le dolió que Lenard no objetara cuando ella se fue.
Tomó una maleta y la llenó con su ropa desordenada, esperaba que él fuera por ella, sabía dónde estaba, pero él nunca le llamó, mucho menos la buscó. No paso mucho tiempo cuando se enteró de que estaba viviendo con Alexandra, una amiga de ambos. Enojada, empezó a cambiar su actitud con todo el mundo, nunca fue muy sociable, pero ahora tenía un temperamento infernal, un aire de superioridad y diva en su trabajo, porque si algo tenía muy claro es que nadie volvería a burlarse de ella, ella no se derrumbaría por ese tropiezo con Lenard, al contrario, le demostraría a él y a todos los que la rodeaban que ella era la mejor en todos los aspectos, ella no bajaría la mirada ante nadie por lo que le pasó, no quería que la compadecieran. Pero los días pasaban y su mal humor crecía, así como su soberbia; era intolerable con sus compañeros, ya nadie quería trabajar con ella.
Esto era un modo de autodefensa para evitar que le preguntaran de su vida privada, se había vuelto una mujer amargada dentro del FBI, sin embargo, era muy diferente cuando llegaba a su casa. Se quitaba la capa de agente y se maquillaba como una mujer alegre, empezó a irse a los bares los fines de semana después de salir de su trabajo. Rechazaba a todo hombre que se acercaba a ella, porque a pesar de que tenía roto el corazón, sabía que ella era mucha mujer para esos infelices. No cometería el error que cometió con Lenard, darle todo, aunque no lo mereciera.
Un mes había pasado y el corazón le seguía doliendo como si se acabara de romper. En la barra del bar, un hombre en peligro de extinción tomaba un whisky doble, estaba solo y parecía triste, ella no había visto nunca a alguien como él. La cara bella y tierna, un cuerpo bien trabajado en el gimnasio, las manos se apreciaban a la distancia tersas y grandes, unos preciosos ojos grises, pestañas negras y abundantes, con una perfecta barba de candado. Por sus rasgos dedujo que era del medio oriente, árabe, quizás. Era una belleza absoluta, la representación del pecado hecha hombre y estaba solo.
Se tomó el trago de golpe y caminó hacia él, se sentó a su lado. Él levantó su vaso brindando sin hablar, ella le sonrío y la química se dio al paso de unos minutos, fuerte y alucinante.
Coqueteos y risas llenaron la pequeña burbuja que se habían creado y antes de que la noche acabara, ellos terminaron en una habitación de hotel.
Él la tomó al principio con delicadeza, ella creía que podía enamorarse de él esa misma noche. Más tarde cuando la volvió hacer suya, le dijo que jugarían, la colocó boca abajo y besó su espalda con sus labios fríos y húmedos de champaña, agarró un trozo de hielo y se lo metió a la boca deslizándolo por la espalda baja hasta llegar a sus glúteos, siguió bajando por sus piernas y luego la volteó y jugueteó con el hielo en su centro de placer, el nirvana se disparó en Flammy, aquello era deliciosamente placentero. Pero ahí no terminó, escupió el trocito de hielo y su lengua siguió torturándola, ella se retorcía y jadeaba escandalosamente con cada caricia de él, tuvieron relaciones de las maneras que Flammy no sabía que existían.
Al final ella terminó encima de él, ella también quería hacerle el amor, cómo no hacerlo si él era un dios del placer. Lo tomó con su boca y disfrutó viendo como él se extasiaba con cada succión que le daba, lo escuchó gemir mientras ella bebía hasta la última gota de su simiente.
Cuando despertó pasaba del medio día, él ya no estaba y se preguntó si en verdad pasó o solo fue la anestesia del alcohol que la hizo alucinar, pero su cuerpo desnudo y las marcas en su pecho y cuello le decían lo contrario.
Se metió al cuarto de baño y al salir vio una nota en el buró, junto a la lámpara.
Eres magnífica en la cama, toda una amazona, una mujer ardiente que recordaré por el resto de mis días.
Aah y bienvenida al mundo del VIH.
Flammy palideció, no sabía muy bien de que trataba la enfermedad, pero la había escuchado escuetamente en la radio sin darle importancia.
Al día siguiente fue con su ginecóloga con la excusa de hacerse un chequeo de rutina y antes de salir de la consulta le preguntó.
—Keisy, ¿qué es... VIH?
La doctora la miró preocupada.
—Es una enfermedad. Un virus que ataca directamente el sistema inmunitario del cuerpo.
Cuanto más le informaba Keisy la gravedad de la enfermedad, Flammy sentía desfallecer, al salir del consultorio destrozada preguntó al cielo qué mal había hecho para ser tratada así, ¿cuál era el pecado que estaba pagando? Esa misma semana renunció a su trabajo y se encerró en su casa, se lamentaba y torturaba al recordar la noche que pasó con ese hombre, que no era más que el mal personificado en belleza y tentación. Culpaba a Lenard de su desgracia, lo odiaba más que nunca, ella moriría mientras él continuaría su vida feliz.
Con el tiempo dejó de autocompadecerse y se recriminó por ser tan estúpida, viviría lamentándose por el resto de sus días, eso no lo podía cambiar, pero no quería pasar su corta vida así, encerrada y alejada del mundo. A penas empezaba asimilar su condición cuando se enteró de que ese infeliz de Lenard sería papá muy pronto, con una de las que se decía ser su amiga. Se tocó su vientre seco y sin esperanzas de florecer, nunca un hijo crecería dentro de ella, nunca nadie le llamaría mamá. Ese fue el detonante para despertar en ella un odio descomunal y decidió ese mismo día que se vengaría de los hombres, todos y cada uno de los que ella conocía que habían cometido un delito y fueron exonerados, lo pagarían con ella. No era justo que esos engendros del mal siguieran sus vidas como si nada, mientras las víctimas como ella tenían que aprender a vivir con sus almas heridas. Su mente empezó a tejer un plan como una telaraña, recordó las historias que más le calaron cuando trabajaba en el FBI, mujeres que frecuentó por algún tiempo para brindarles apoyo psicológico y económico, ella igual fue una víctima en su infancia, por eso se veía reflejada en cada niña o mujer maltratada u ultrajada.
La historia de Candy fue la que más le impactó, ¿cómo pudieron ser tan crueles con esas criaturas?, ¿cómo podían dormir y seguir su vida como si nada hubiera pasado? Luego estaba Patty, esa dulce jovencita que conoció cuando era agente, llegó toda golpeada y en estado de desnutrición, temblaba como una hoja, era apenas una niña, pero la historia que contó era una abominación, el infeliz que la maltrató logró salir bajo fianza “por Dios” ¿cómo era eso posible? Ese infeliz merecía la pena de muerte, mató a uno de sus hijos con sus propias manos y si Patty no hubiera sido rescatada por unos vecinos, ella hubiera sufrido el mismo destino.
Era hora de hacer justicia, ella tenía el poder económico para hacerlo sin levantar sospechas. Era inteligente y la mejor en criminología.
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—Entonces tu teoría es que no es La doncella de la muerte, sino Las doncellas de la muerte —Neil veía los garabatos que Terry hizo en la pizarra, estaba lleno y con letras poco legibles a consecuencia del cansancio por las largas horas que se quedaba después de terminar su jornada laboral.
—Ujum, si te fijas todos estos homicidios están conectados de una u otra manera con una mujer pelinegra, piel blanca y complexión delgada. Además, esto me parece extraño, Williams Ardlay era amigo de Edwar… esto no puede ser una coincidencia, pero ¿por qué tendrían ese final? … Estarían metidos en negocios sucios.
Neil se acercó, Terry estaba perdiendo la razón, se estaba obsesionando con ese caso y viendo moros en donde no existían. Para él eran simples asesinatos de mujeres despechadas, si era coincidencia que todos fueron asesinados por pelinegras, pero ni siquiera era la misma mujer.
Terry había telefoneado a cada uno de los agentes encargados de los diferentes casos de los alrededores, que él creía eran ejecutados por la misma asesina. La realidad era que no había logrado comprobar nada, ni recaudar evidencias contundentes, seguía en cero con el caso y debía cerrarlo ya, pero con lo terco que era no deseaba dejar ningún cabo suelto antes de darle vuelta a la página. No obstante, lo último que dijo si era raro, William y Edwar fueron amigos desde su infancia y habían muerto con apenas meses de diferencias en circunstancias para nada parecidas.
—Estás exagerando estos casos, dale carpetazo y avanza con los otros que tienes pendientes de investigar. ¿Te quedarás otra noche a hacerles compañía a los fantasmas del FBI?
—Me quedaré un rato —dijo sin despegar sus ojos de la pizarra.
—Como tú digas, yo me voy a la fiesta que dará Susana. Deberías de ir, a lo mejor y no te parezca tan desagradable cuando la tengas entre tu cama.
Terry rodó los ojos, Susana le había rogado toda la semana para que fuera a su fiesta de cumpleaños número 25. Neil se había unido a ella para molestarlo y buscaba convencerlo para que se acostará con ella y por fin se olvidara de esa mujer que le rompió el corazón y que Neil desconocía su identidad.
Regresó su mirada a la pizarra y se cruzó de brazos, buscando qué era eso que se le estaba escapando.
—Sé que hay una conexión entre ellos —musitó y esta vez fue Neil el que rodó los ojos, cerró la puerta tras él, dejando a Terry hablando solo con sus escenas de crímenes y garabatos ininteligibles.
Tenía una libreta con información que los agentes de otros condados le habían proporcionado, pero nada importante, ya que sus compañeros cerraron el caso casi de inmediato. Caminó hasta el escritorio y sin sentarse en la silla empezó a leer los expedientes de cada uno de los crímenes que se le atribuían a la doncella de la muerte.
Continuará…
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