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CAPÍTULO 3
Ira: Sed de justicia Primera parte
—¿Sigues enojada? No deberías, ese hombre era un maldito y tú mejor que nadie lo sabe. Tuviste la oportunidad de conocerlo.
Flammy, estaba sentada en la cama viendo a Candy retirarse la falsa cabellera negra.
—Ese no es el punto. No me dijiste quién era la víctima, ¿por qué me mentiste? ¿Tienes idea de cómo me siento? —Candy tenía la cara roja del coraje.
—¡Ay, ya!, no seas exagerada. Tú también lo odiabas, aunque lo niegues.
Flammy le dejo un folder en la mesa auxiliar. Candy la miró con recelo.
—No, ya te dije que esto se acabó. No seguiré entrevistando a mujeres sanguinarias, ya pagaron los que tenían que pagar. Esto ya no es necesario —señaló la peluca.
—No han pagado todos. ¿Crees que William no merecía ese final?, él fue el culpable de todo, él llevó a esos hombres al Hogar de Pony. Su pobre esposa pagó una fortuna por liberarse de él, era un monstruo, Candy. Nunca la golpeo físicamente, pero Elroy me contó que era un desgraciado, sabes que ella tuvo que callar muchas cosas, entre ellas que a tu querido suegro le gustaba involucrarse con adolescentes, era un enfermo y más de una vez abusó de sus empleadas domésticas. ¿Tu querido Anthony, nunca te lo dijo? —Candy miró a Flammy sorprendida, la pelinegra hablaba con desprecio— ¿no es esa la justicia que buscamos? Hacer pagar a gente que por sus influencias nunca pagan por sus atrocidades.
—No sabía, pero… aun así. Es diferente, él era el padre de Anthony —recriminó Candy— Anthony y Albert siempre estudiaron fuera del país, no tenían manera de saber las atrocidades de su padre —Flammy rodó los ojos.
—¿Así? Y por qué si sus hijos lo amaban tanto, por qué vivían lejos de él. Solo tú crees todo lo que te dicen, primero el tal Terry y después Anthony —Candy sintió que le aguijoneaba el corazón al mencionar al castaño— Sabes, Candy, a veces pienso que es mejor que Anthony se haya muerto, quizás se hubiera convertido en una versión de su padre, en un futuro.
Candy la fulminó con la mirada
—Haré de cuenta que no dijiste eso —se paseó por la habitación frustrada— Flammy, ya no quiero seguir con esto, si tú quieres seguir adelante, hazlo sola. Patty y yo damos por terminada esta sociedad.
—¿Estás bromeando? No se pueden rendir, no me pueden abandonar. Aún faltan dos.
—Se acabó. Has roto las reglas, no has cumplido. Dejó de ser venganza cuando empezaste a aliarte con mujeres que pagan por matar a sus esposos, te has hecho amiga de mujeres asesinas, crueles y despiadadas. Me asustas, cuando hablas con tanta frialdad, Flammy.
—¿Y por qué crees que los mandaron a matar? ¿Por ser unos príncipes y amorosos esposos? No, lo hicieron porque vivían con unos dementes, retorcidos, eso es parte de nuestro objetivo, eliminar a esas basuras, estamos haciendo justicia, ¿no era eso lo que querías?
—No, Flammy, así no. Yo quería vengar a mis hermanas y ahora siento que yo soy más monstruosa que esos hombres que les arrancaron la vida —agregó antes de salir y dejar a su amiga en la habitación—. No tenías por qué buscar a la señora Elroy, no tenías por qué matar al padre de Anthony —le gritó cuando hubo cruzado el marco de la puerta, sin volverse a ella.
Candy salió de la casa que rentaba con Patty. Se subió a su Chevrolet Cavalier y manejó sin rumbo por las calles de Nueva York. Inconscientemente, llegó hasta el edificio departamental donde terminaba casi todas las noches cuando salía de su trabajo, cuando trabajaba para el FBI. Alzó la vista y vio la luz prendida en el cuarto piso, la silueta del hombre detrás de las cortinas se movía de un lado al otro. Ella podía adivinar su rutina, se acababa de duchar, estaría con sus pantalones de pijamas, con el torso desnudo y su cabello húmedo. Buscaría un buen libro para leer —Sherlock Holmes o Hamlet— dijo Candy y sonrió, eran los libros favoritos de Terry, los cuales leía y releía cada vez que se sentía ansioso y hoy era una de esas noches, de lo contrario hace mucho que se hubiese dormido.
Su mente retrocedió a esos días felices.
Subían presurosos por las escaleras, el elevador estaba en reparación y ellos no tenían tiempo que perder, se besaban en cada escalón que subían. Antes de entrar al departamento, la corbata de Terry ya estaba desatada, y mientras él trataba de introducir la llave con una mano para no dejar de besar a su bella novia, ella se encargaba de sacarle el cinturón. Lo que pasaba una vez que se cerraba la puerta, era dulce y desenfrenado, pero siempre terminaban abrazados en la cama, él le decía que la amaba y se lo demostraba cada noche o amanecer, fundiéndose en ella y desnudando su alma, no había máscaras cuando estaban juntos, el hombre de endurecidas facciones no existía en esa habitación. Solo había ternura y amor, pero antes de cruzar las puertas de la Oficina Federal de Investigaciones, Terry le soltaba la mano, se despedía con un “nos vemos al rato” y se perdía entre una pila de folders sin fin de casos sin resolver. Sus compañeras no ayudaban mucho, se acercaban a él con cualquier excusa y además, estaban prohibidas las relaciones entre compañeros, por eso Terry fingía ignorarla; aunque para Candy, Terry la ignoraba de verdad y aceptaba las invitaciones de sus compañeros cuando hacían alguna reunión, ellos iban separados y los celos la carcomían cada vez que alguna de ellas tenía un acercamiento nada profesional con él. Terry le dirigía una mirada discreta, indicándole que no había de que preocuparse, pero para ella era demasiado. Se marchaba sin esperarlo y él terminaba atrapándola antes de subir al auto, doblegando sus sentidos tras un breve forcejeó que terminaba en un ardoroso beso. Muchos de sus compañeros tenían romances entre ellos, guardaban las apariencias en las instalaciones del FBI, pero cuando salían no ocultaban sus sentimientos, pero Terry no confiaba lo suficiente en sus amigos, prefería que su relación siguiera así, en secreto.
Aunque Terry nunca le fue infiel, ella sentía su frialdad fuera del departamento donde daban rienda suelta a su amor. A veces no le hablaba en todo el día, pero sus dudas se disipaban cuando las luces se apagaban en aquella habitación en donde ella le entregó su inocencia.
Los recuerdos de una pelea sin sentido llegaron a su mente. En la oficina se esparció el rumor de que Terry andaba con Susana Marlowe, una chica universitaria que prestaba sus servicios como asistente de Robert, el jefe de ellos, pero que además era el tío de Susana.
Fue solo una cena —se excusó Terry cuando Candy lo enfrentó— y no estábamos solos, por qué te enojas si yo te dije que me acompañaras —le gritó enfadado.
—Por qué fuiste si sabías que iba esa mujer —espetó ella.
Candy reconoció que actuó con inmadurez, pero él, como siempre supo demostrarle que era inocente con una ardiente reconciliación. Lo amaba con toda su alma, pero la ira retenida y el rencor que guardaba en su corazón fue más fuerte que el amor. Le pidió que le ayudara a reabrir el caso del orfanato y aunque Terry lo intentó, no pudo ser posible; no quería involucrarlo en lo que pensaba hacer. Una de las pocas noches que llegó a su departamento se encontró con su excompañera, Flammy, la chica la estaba esperando afuera del edificio para contarle un plan para vengarse de aquellos que les hicieron daño. Candy creyó que Flammy había perdido la cordura, esa noche no pudo dormir pensando en lo que la morena le había planteado. Los siguientes días la pelinegra le seguía insistiendo, reviviendo las horrorosas escenas en su cabeza, Candy le había confiado el doloroso suceso que vivió cuando era muy pequeña.
No supo cuál fue el momento exacto en que su amiga le había convencido, cuando la realidad la golpeo, ya había dejado la carta que con mucho dolor escribió y con la que estaba segura de que Terry la odiaría. Pero ya no había marcha atrás, sus maletas ya estaban en el auto y ella manejaba como posesa alejándose de su departamento. Su cabeza era un caos, Flammy había sembrado una idea para vengar a las niñas del orfanato, puesto que las autoridades nunca lo hicieron y no pensaban hacer justicia, ellas encontrarían una forma de hacer pagar a los culpables.
Lo vio el día que saldó cuentas con Eliza. Terry seguía igual de guapo, con ese porte tan varonil y esa mirada que la hacía estremecer. Desde entonces no había dejado de pensar en él, lamentaba haberlo dejado, ahora mismo ella no estaría involucrada con despiadadas asesinas, tal vez su mayor secreto sería seguir entre los brazos de Terry, pero estaría feliz de tenerlo.
Su cuerpo se agitó por el llanto, había sido una tonta por aceptar el infernal trato de Flammy, quien la convenció de renunciar y dejar a Terry. Candy la conoció en las clases de criminología, Flammy tenía un pasado muy triste, algo que nadie debería vivir. Cuando era niña sufrió de maltrato y fue violada por uno de los amigos de su papá, sus padres siempre lo supieron, pero nunca la defendieron; la niña les dijo lo que había pasado y nadie le creyó.
El pederasta siguió llegando a su casa como si nada y siguió abusando de ella, a pesar de que sus padres lo sabían, con el tiempo supo que el hombre pagaba a su padre por permitirle pasar un rato con ella. Eso la destrozó, las personas que debieron protegerla, en las que confiaba porque era parte de ellos, fueron los que permitieron que la dañaran. Se mudó a Nueva York cuando tuvo la edad para ser independiente, el hombre que le arruinó su infancia había muerto ocho años antes, ella jamás le perdonó a sus padres que aceptaran dinero por ella, como si fuese una simple mercancía. Desde entonces rara vez viajaba a Nueva Jersey y su ira aumentó cuando Candy le contó que el orfanato donde vivió de niña se incendió, no por un accidente como lo hicieron creer, sino por unos lobos, los más feroces que haya conocido, eran lobos en el mundo de los negocios, millonarios que se aprovecharon de la pobreza e inocencia de las madres del orfanato.
—Pórtense bien niñas, vendrán unos señores a ver su pastorela y harán un generoso donativo. Dios es bueno con nosotros y nos ha enviado a sus ángeles a través de esos generosos hombres —les dijo la humilde mujer a las niñas.
—¿Y van a adoptar a alguno de nosotros? —cuestionó Candy. Era la más pequeña de todas, tenía solo cinco años.
Un auto lujoso llegó hasta la entrada. Los niños y las madres ya los esperaban en la puerta.
—Ya lo saben niños, sean respetuosos con los señores —aconsejó la señorita Pony.
—No me siento bien, me duele mi pancita —susurró Daisy.
—Aguanta un poco, ya casi terminamos —le respondió Estrella, una niña de nueve años.
—Creo que les está gustando mucho la obra —dijo Eimy con voz suave, pero alegre.
Cuando la obra terminó, Daisy, Candy, Estrella y Eimy, abandonaron la pequeña sala y los cinco niños restantes pasaron al comedor con los elegantes hombres.
—¿A dónde van pequeñas? —preguntó un hombre de cabellos negros que venía de la parte trasera del hogar, acompañado de otro de cabellera castaña. Estaban inspeccionando la humilde morada, antes de ver a las niñas se dirigían a ver a los animales del reducido corral.
—A nuestra habitación, Daisy no se siente bien —informó Estrella.
—Edward es médico, él te puede ayudar con eso. ¿No es así, colega?
—Por supuesto. Alfonso y yo, somos los mejores médicos de Nueva York.
Las niñas dejaron a los hombres pasar al pequeño cuarto. Candy estuvo a punto de decirles que no lo hicieran, ya que la hermana Lane no permitía que sus hermanitos entraran al cuarto de las niñas. "Pero son médicos" se convenció de que todo estaba bien y corrió a la parte de atrás al ver pasar al pequeño coatí que jugaba con ella y Daisy por las tardes.
El animalito saltó al árbol y Candy recordó que tenían visitas y ella debería conservar limpio su vestido. Al entrar escuchó ruidos que provenían de la habitación, Daisy seguía enferma y ella se había olvidado de su hermana por ir detrás del coatí. Al abrir la puerta, la aterrada mirada de Daisy se clavó en la suya.
Una escena macabra apareció ante sus ojos, Daisy, con su vestido roto, estaba siendo ultrajada por el doctor Edward, le tenía cubierta la boca con su enorme mano y Estrella estaba inconsciente debajo del otro hombre, Alfonso. Eimy yacía tirada en el suelo, sin moverse. Candy enmudeció por un momento, luego su reacción fue un grito agudo que alertó al par de hombres, Candy corrió tanto como sus cortas piernas se lo permitieron.
—¡Ayuda, ayuda! Daisy, Estrella. El doctor… —palabras atropelladas salían de la boca de Candy.
La señorita Pony, al ver el estado de la niña, corrió hasta la habitación y vio la horrible escena. Edward la recibió con un disparo en el pecho.
—¿Qué crees que haces? —gritó Alfonso.
—Ya no hay vuelta atrás.
Tras el disparo, la hermana Lane y William llegaron. Otro disparo le arrancó la vida a la hermana.
—¿Pero qué carajos hacen? —William se dirigió a sus amigos.
—No son nadie, o ¿preferirías pudrirte en la cárcel?
William miró detrás de ellos, a las pequeñas niñas ultrajadas y heridas de muerte. Dos yacían en la cama y una sin vida en el suelo. Su cara pasmada y pálida reflejaba el terror en sus ojos.
Los niños gritaban horrorizados detrás de ellos, Alfonso levantó su mano con la firme intención de dispararles a las criaturas.
—¿Qué diablos haces? —William veía el infierno desatado en el humilde orfanato— ¿Se han vuelto locos? —la barbilla le temblaba, se paró frente al pequeño al que su amigo le apuntaba.
—Vámonos rápido antes de que alguien se dé cuenta —gritó Alfonso.
—A nadie le importará —Edward se volvió para ver a sus amigos— es un lugar remoto, este lugar está en el olvido.
Y como si el mismo mal se hubiese apoderado de él, vacío el líquido del quinqué que iluminaba la habitación, mientras Alfonso con lágrimas de arrepentimiento sacaba a un estupefacto William, en estado de shock. Edward tomó otro quinqué y lo derramó en la sala, aseguró la puerta cuando salieron y entonces prendió un cigarrillo y lo tiró dentro del hogar, sin apiadarse de las inocentes criaturas que dejaron llorando y gritando, aterradas por ver a sus madres sin vida. Las paredes de madera ardieron con facilidad. Candy se sentía culpable por haber huido y no regresar para sacar a sus hermanos de ese infierno, pero era muy pequeña para pensar con claridad ante la pesadilla que estaba presenciando, su instinto de sobrevivencia la hizo actuar para salvarse sin importarle quien quedaba atrás. Iba detrás de sus hermanos, pero su vestido se quedó atascado con un trozo de madera suelto de una de las ventanas, ya que la casa se estaba cayendo a pedazos, ese contratiempo le dio la oportunidad de huir del lugar sin ser vista, y no teniendo más refugio que el gran árbol, lo trepó hasta llegar a una de las ramas más altas.
Candy vio desde lo alto del árbol como ardía su familia y como los hombres empujaban al señor rubio, qué contrariado se paraba y miraba hacia atrás, con el rostro mojado de lágrimas, hasta que los tres ingresaron al auto y se perdieron en la lejanía. A la mañana siguiente, las autoridades determinaron que todo había sido un terrible accidente causado por las condiciones de la casa, todos los huérfanos y las dos monjas, se calcinaron esa noche.
—No hay nada que investigar —fue la determinante respuesta que dio el perito que llegó con las autoridades a levantar los cuerpos.
Encontraron a Candy deambulando por la colina, la única sobreviviente de aquella noche de horror. Pero la niña decía frases incoherentes por el trauma que pasó.
Nadie podía creer que lo que la pequeña decía era cierto, mencionaba a unos hombres que iban a donar, sus palabras no eran muy claras, con frecuencia tartamudeaba, nunca se explicó si por el miedo o por el llanto. William y sus amigos fueron interrogados, porque la niña en sus frases entrecortadas logró articular un nombre completo: “William Ardlay”
No era la primera vez que asistía al hogar de Pony, por eso ella recordaba su nombre. Los hombres se deslindaron sosteniendo que ellos dejaron el orfanato mucho antes de la tragedia, incluso se les veía muy afectados. Fueron exonerados de toda acusación y el caso fue cerrado.
Candy fue enviada a otro orfanato y tres meses después fue adoptada por la familia Britton, quienes le dieron amor, pero ella nunca olvidó la injusticia que vivió siendo apenas una niña.
Continuará…
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Última edición por Lady Ardlay el Mar Abr 25, 2023 9:53 pm, editado 2 veces
muchas revelaciones, Candy, Paty y Flammy son justicieras, si hubo una historia entre Terry y Candy, y lo de los hogar de Pony 
