NOTA: ESTA HISTORIA ESTÁ SITUADA EN UN UNIVERSO ALTERNO, Y ESTÁ ENFOCADA EN UNA NUEVA PAREJA. GRACIAS!!!
"Nace una atracción"
Diez años habían transcurrido para que Tom finalmente fuera adoptado, su ahora padre, había dicho que vio en el niño, cualidades similares a las propias y sumado la fortaleza de su carácter, el señor Stevenson se sintió totalmente seguro de comenzar los trámites necesarios para la adopción. Aunque Tom esperaba llegar a una casa promedio, fue más que grande su sorpresa cuando el señor Stevenson le dijo que le enseñaría cómo cuidar de su propio ganado para asegurarse de que su empresa produjera la mejor carne y proveerla a los restaurantes de la zona.
Pocos niños podrían llegar a ser acogidos en una familia con tanto dinero, más aún cuando se tenía en cuenta que el hogar de Pony era un orfanato que con cierta frecuencia había sufrido la escasez de los insumos que necesitaban para una sobrevivencia tan básica. Por tal motivo, Tom le prometió a su madre, la señorita Pony, pero sobre todo a sí mismo, que cuando pudiera comenzar a ganar su propio dinero, sería un benefactor del hogar. Con una tierna sonrisa y un cálido abrazo, él se despidió de la mujer que lo había cuidado a lo largo de esos diez años, de la misma forma, fue con su pequeña hermana Candice, una niña de carácter renuente y una astucia incomparable que era un año menor que Tom.
Con regularidad, gustaba de enviar cartas a Candy, ella se encargaba de contarle todo acontecimiento ocurrido en el hogar, le decía qué niños habían sido adoptados, las travesuras más curiosas que ocurrían. Un año transcurrió, y finalmente Tom leyó una carta que le hizo sentir la más sincera alegría que su corazón pudo experimentar, Candy sería adoptada por una familia. Como su hermana le relataba, un hombre rubio, alto y de ojos azules llamado William, la adoptaría para llevarla a una gran mansión. Podría decirse que un golpe de suerte les había llegado a ambos, y, a decir verdad, era bastante justo, pues no fue muy agradable ser los niños más grandes en el orfanato que aún no eran adoptados, puesto que los años transcurrían y las posibilidades de ser acogidos por una familia se reducían. Candy le indicó cuál era la dirección nueva a la cual tendría que enviarle sus cartas, y así lo hizo Tom, tras recibir la última misiva junto a una fotografía. Observó el pedazo de papel, veía a una chiquilla de radiante sonrisa que probablemente había crecido unos centímetros más, enfundada en un vestido evidentemente más costoso de lo que acostumbraba llevar, y una diadema que adornaba su alborotada melena. La fotografía, había sido tomada el último día que su hermana pasó en el hogar, a su lado estaba su nuevo padre, lucía bastante joven y el gesto amigable de su rostro hizo que Tom esbozara una sonrisa, los niños del hogar rodeaban a Candy.
Los años no pasaron en vano, Tom Stevenson se convirtió en un joven, con la edad de 19 años, eran evidentes los rasgos de madurez que ahora poseía. Despertó aquella mañana, se duchó y acicaló, se montó en su Mustang de la generación de los 90’s, aquel auto platinado le había fascinado desde que lo vio por primera vez, se dirigió hacia la mansión Ardlay y en la entrada principal, ya le esperaba una jovencita de rizos dorados atados por un listón rosa en una cola alta, vestido amarillo a cuadros, un par de botines negros con plataforma y una chaqueta de mezclilla.
-¡Hola Candy! –saludó Tom bajando del auto
para abrirle la puerta a su hermana
-¡Tom! ¿Cómo estás? –preguntó ella
-Primero déjame darte un abrazo, ¡feliz cumpleaños! –la estrechó entre sus brazos y procedió a entregarle un cassette de su banda favorita- ten, tu regalo de cumpleaños
-¡Nirvana! –exclamó y sonrió volviendo a darle un abrazo a Tom- ¡gracias! ¡gracias!
-Ahora vámonos, seguramente estarán esperando por nosotros en el hogar
Tom le abrió la puerta del auto y luego se subió también, ahora se dirigió hacia el hogar de Pony, ella solía visitarlo con regularidad, en cambio él no había podido hacerlo debido a que tuvo que acompañar a su padre a Milán y establecerse ahí durante los últimos años. La última vez que Candy visitó el orfanato, les dijo que les visitaría nuevamente en su cumpleaños, el señor Ardlay se había adelantado a hacer llegar ciertos aperitivos para el desayuno que su hija tendría con su madre. Al llegar a la cabaña que ahora era más grande en comparación a cuando ellos aún vivían ahí, ya los esperaban en la puerta, Candy se apresuró en bajar del auto y los niños corrieron hacia ella mientras extendían todo tipo de regalos, desde pasteles, hasta pulseras y cartas que ellos mismos hicieron. La señorita Pony también se acercó a Candy para darle un abrazo, Tom también bajó del auto y saludó a su madre recibiendo gestos amorosos, todos entraron al hogar y escogieron su respectivo asiento. De la cocina, salió una mujer con atuendo de novicia, llevando entre sus manos una gran olla con chocolate caliente, Tom se levantó de su sitio para ayudarle.
-Permíteme por favor –pidió el joven
-Muchas gracias –respondió ella esbozando una tímida sonrisa
-Tom, es la primera vez que ves a Laine, ¿verdad? –preguntó la señorita Pony- ella llegó al hogar dos años después desde que te fuiste.
-Sí, Candy me contó sobre ella—en una de sus cartas la pequeña rubia le habló a Tom sobre la novicia que vivía en el hogar.
-Laine –dijo Pony dirigiéndose a la mujer- ¿recuerdas que te hablé de Tom? Míralo, ya es todo un hombre, y pensar que hace 19 años lo cargaba entre mis brazos –dejó salir un largo suspiro
-Oh sí, señorita Pony, usted me ha hablado a menudo de él
Tom cargaba la olla mientras pasaban asiento por asiento para llenar de chocolate las tazas de cada niño, mientras escuchaba los comentarios que hacían Candy y su madre, él intentaba observar con la mayor discreción posible a la dama que tenía al lado. Si bien el atuendo de novicia cubría gran parte de su figura, incluso dejando oculto su cabello, su rostros quedaba totalmente visible, y era imposible no percatarse de las finas facciones que lo conformaban, una nariz pequeña, labios perfectamente proporcionados y unos ojos almendrados de largas pestañas, que aunque muy bellos, tenían un leve atisbo de… ¿tristeza? ¿melancolía? No podría descifrarlo muy bien.
Por su parte, Laine, pretendía estar concentrada en la tarea que realizaba, pero era imposible no sentir turbación por la presencia de un joven como el que tenía a unos centímetros. Acostumbraba estar rodeada únicamente de niños, la señorita Pony y algún que otro vendedor o mensajero que pasaba por el orfanato. Se sentía incómoda al tener curiosidad por pararse a observar detenidamente al muchacho, escuchó infinidad de veces las historias que Pony le había relatado del pequeño Tom, todas sus travesuras y malas costumbres de la infancia, pero esto no fue suficiente para que ella imaginara que un niño se convirtiera en… él. Desde que salió de la cocina, y recibió ayuda del tal Tom, estaba esforzándose por no ser evidente al mirarlo cada tanto. Era alto, llevaba puesta una camiseta blanca y encima una camisa a cuadros, pantalón de mezclilla y un par de botines color caquí, tenía un estilo desenfadado que combinaba muy bien con su castaña melena que estaba acomodada hacia un costado.
Cuando hubieron concluido con la tarea, un niño ocupó el lugar de Tom, así que no tuvo más remedio que ubicarse al lado del asiento de Laine.
-Qué rico chocolate, hacía tantos años que no lo probaba, es el mejor –dijo el joven mirando a su madre
-Lo que no sabes, es que Laine lo preparó, solo ella sabe mi receta secreta y ha aprendido a hacerla a la perfección –la novicia se sonrojó ante tal comentario
-¿Habrá algo que Laine no pueda hacer bien? Desde que te conozco, eres buena en todo lo que haces –le dijo Candy sonriéndole amigablemente
-Pero qué dices Candy, ¡sin tu ayuda no habría podido integrarme a este hogar!
-Me das demasiado crédito
La conversación continuó mientras comían pastelillos, panes de diferentes tipos y tomaban más chocolate. Tom prestaba atención a cada palabra, pues al recordar cómo llegó Laine al hogar de Pony, mencionaron que ella aún no era novicia, aproximadamente tenía diecisiete años.
La señorita Pony la encontró sentada en la puerta del hogar, junto a una pequeña maleta, la acogió como a todos los que llegaban ahí.
Este era su segundo año de noviciado, estando ya por concluirlo en unos meses.
—¿Cuál fue su motivación para tomar los hábitos?—preguntó Tom.
Laine esbozo una sonrisa amable antes de contestar, sin embargo una de las pequeñas niñas del hogar se le adelanto en hablar.
—Su padre quería casarla con un hombre viejo y feo, por eso ella se escapó y se quedará por siempre con nosotros…
—¡Heidi!—exclamó con algo me molestia la señorita Pony mirando de soslayo a una Candy que hacía todo lo posible por no reír a carcajadas.
—Yo solo digo lo que escuché —dijo avergonzada la niña.
Lejos de molestarse Laine cargo a la niña en su regazo, le susurró al oído ocasionando que la pequeña le diera un fuerte abrazo y pidiera disculpas por lo que dijo.
Tom observó con agrado aquella escena, aunque también deseaba saber si lo que dijo la inocente Heidi era cierto.
—Respondiendo a tu pregunta, aun me encuentro en un estado de prueba, no fue hasta que llegue aquí, mi segundo hogar que tomé la decisión de servir a Dios, no tengo posesiones materiales ni herencias, lo único que tengo es el deseo de ayudar a las personas, especialmente a los niños—dijo Laine.
—Fue una bendición encontrarla, por muchos años fue de gran ayuda para mi—expresó alegremente la señorita Pony.
La congregación donde fue aceptada la joven Laine, le permitió hacer su noviciado en el hogar, haciendo una excepción a sus reglas por petición de la señorita Pony. Sin embargo, ella debía marcharse de ahí al tomar los hábitos definitivamente y convertirse en monja.
Su interés era ser hermana misionera, siendo África el lugar donde más podría ayudar a los niños como era su vocación.
Ya entrada la noche, Tom y Candy se despidieron de su madre y de los niños, prometiendo volver al día siguiente aprovechando la estadía del joven ya que requerían fuerza masculina para realizar algunos trabajos en el hogar.
Al llegar al auto se percataron que Laine esperaba por ellos, tenía unas bufandas en sus manos, una de color rojo y la otra de color verde oscuro, les ofreció prestárselas para que se protegieran del frio.
—¿Tú las hiciste Laine?—preguntó Candy mientras se acomodaba la bufanda roja.
—En mi tiempo libre me gusta tejer, así que la respuesta es si.
Al momento en que Tom recibió la bufanda verde, sus dedos rozaron los de Laine, haciendo que en ambos una sensación indescriptible recorriera sus cuerpos.
Los nervios fueron evidentes en los jóvenes mirándose fijamente por unos segundos olvidando que Candy estaba ahí con ellos.
—Debemos volver a nuestros hogares—dijo Candy rompiendo el silencio prolongado.
—Cuídense chicos, nos vemos mañana —dio media vuelta y corrió hacia el hogar la joven novicia, tratando de enfriar sus mejillas con el frío de sus manos.
Ya en el auto, Candy empezó a hablar como siempre, pero Tom no le prestaba la misma atención de siempre, sus pensamientos estaban ocupados en aquella novicia, de hermosura físicos y de alma.
—¡Tom!—gritó Candy al ver que su hermano no contestaba a su pregunta.
—Eh… ¿qué pasa Candy?—dijo el castaño frenando bruscamente.
—Te preguntaba si ya habías tomado tu decisión.
—¿Respecto a qué?—contestó confundido. Candy lo miro con el ceño fruncido.
—¿Volverás a Milán o te quedarás en tu rancho de Chicago?
El padre de Tom le dio la opción de elegir que futuro quería, desde niño fue responsable y ahora que se hizo hombre lo era aún más.
—No lo sé Candy, creí tener la decisión, pero ahora en verdad no lo sé —hablo mientras volvía a manejar.
El resto del viaje únicamente dejaron reproducir el cassette que Tom le había regalado, Candy miraba por el retrovisor a Tom, ella quería contarle que conoció a un chico llamado Terrence y que este llamo demasiado su atención, pero ni lo hizo.
Tom dejo a la pequeña rubia en la puerta de la mansión Ardlay, antes de marcharse ella le hizo señas para detenerlo. Se acercó hasta la ventana, se inclinó para poder hablarle más de cerca.
—Hay cosas que no están destinados a darse Tom, por el contrario solo dejaran heridas, piénsalo ¿si?—dijo la rubia dándole un beso en la mejilla.
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