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Buenas noches chicas del Ciber Hogar de Pony, es para mi un placer enorme estar por tercer año en este bello evento "La Guerra Florida". Esta vez me complace colaborar con una linda y talentosa escritora, yo soy admiradora de Carmín Castle y escribir con ella ha sido un sueño más que el Candymundo me da, no tengo más que agradecimientos para este espacio que me abre puertas y me lleva a conocer y compartir con bellas personas. Gracias a las apasionadas por pensar en mí, querida Lizzi Villers, gracias por tanto. Sin más les dejo el segundo capítulo de La reina
CAPÍTULO 2
VERDADES QUE DUELEN
VERDADES QUE DUELEN
—Tendremos que rodearlos —decía Anthony mirando el mapa.
—No, hermano. Es muy arriesgado, el invierno del norte no es igual al de Inglaterra, te lo aseguro, ya he estado allá. Nuestros soldados no lo soportarán, estaremos en sus tierras a su merced y nos derrotarán, sería entregarnos al enemigo —dijo Terry con firmeza—. Eres inexperto aún y eso sería un suicidio, eres valiente hermano, pero la estrategia en la guerra es la clave de la victoria —Terry puso sus manos sobre el joven rubio cómo su madre, de escasos veinticinco años.
—Déjame en paz —Anthony se sacudió del agarre de su hermano con molestia— Crees saberlo todo y ser el dueño de todo y todos. Te crees el rey y recuerda que mi padre aún no ha muerto —Anthony se puso frente a su hermano, desafiante—. Te demostraré que puedo ser mejor en la batalla que tú.
—¿Qué… hermanito? ¿Acaso es por mi esposa? —dijo Terry en tono burlón, dando la media vuelta y sirviendo una copa de vino. Dejando a un consternado Anthony en la puerta de la tienda de campaña—, tranquilo, no estoy molesto, sé qué hace cuatro años, cuando Eliza llegó al castillo quedaste deslumbrado con ella. Es muy bella, no lo puedo negar, pero créeme, te la habría cedido con gusto si no fuera por la imposición de nuestro padre.
—No sé de qué hablas —se defendió Anthony.
—Vamos, hermano, no tienes que fingir conmigo. Vi como la mirabas y te desviviste en atenciones con ella; te comprendo, solo tenías veinte años, al igual que ella, ustedes dos tenían más cosas en común que ella conmigo —Terry le acercó una copa de vino a su inquieto hermano.
—¿Lo dices por qué yo hablaba su idioma? —preguntó el rubio.
—Entre otras cosas, como los paseos y las distracciones de la corte, las fiestas —decía Terry con indiferencia, agitando su copa al hablar—. Nada de lo cual me interesara —concluyó.
—Estás enamorado de Karen, ¿no es así? ¿Por eso rechazas a tu esposa? —fue el reclamo de Anthony a espaldas de Terry.
—No, la verdad no. Esta guerra es larga y ella y su padre les alegran el corazón a muchos con sus poesías e historias —terminó el castaño.
—Y calentándote en las noches. —contraatacó Anthony— Es mayor que tú —dijo Anthony secamente.
—¿Y acaso eso te molesta? Ella es más valiente, inteligente y mejor amante que muchas jóvenes a las cuales acostumbras —Terry se puso frente a su hermano mostrando su poder, en edad, estatura y experiencia.
—¡Lo sabía!, por eso desprecias a Eliza —le reprochó Anthony—. Ella merece un hombre mejor, y tú a la ramera con la que te revuelcas.
Terry se abalanzó sobre Anthony, a lo cual intervino su consejero, el primo de ambos.
—¡Ya basta! Son hermanos, recuerden que estamos en guerra —Stear trataba sin éxito de separar a sus primos que querían arreglar sus diferencias de cuatro años atrás con una buena pelea— ¡Tom!
Fue el llamado desesperado de Stear, a lo cual el soldado de gran porte y fuerza que estaba cerca intervino, alejando a Anthony mientras Stear trataba de contener a Terry.
—Si no intenté amar a mi esposa fue por ti, sabía que la amabas —decía la voz fuerte de Terry.
—Mentiroso, es porque amas a esa artista de las calles —devolvió Anthony, como una daga a su hermano.
—¡Yo no la amo! —gritó Terry, el escándalo había puesto en alerta a todos los del campamento, incluso a Karen y Ralph, su padre.
Tom y John, generales, estaban tratando de separarlos, mientras Stear abría a prisa un documento real.
—Mi tío, su padre, los necesita en Inglaterra —fue la fuerte voz del consejero que hizo el silencio en el lugar.
—¿Qué dijiste? —preguntó Terry sorprendido.
—¿Es de mi padre? —inquirió Anthony.
—Así es. Quiere que regresen de inmediato —Stear le entregó el documento a Terry.
—No es posible. Yo no puedo dejar solo el frente de batalla, no hay quién me remplace —expresó el mayor de los príncipes.
—En eso te equivocas, si lo hay —repuso Stear, ante la consternación de todos. Incluso la de Anthony y el propio Terry.
—¿Quién podría remplazarme? —Replicó Terry, seguro de que nadie podía sustituirlo.
—¡Yo! —fue la grave e intimidante voz del recién llegado.
—¿Tío? —hablaron ambos hermanos.
—Así es. Qué pasa Terry, no crees que el hombre que te enseñó a ser el guerrero que hoy eres, puede remplazarte —dijo Georges poniéndose al lado de su hijo Stear—. Un reino fuerte debe tener dos caras en la moneda —continuó— el rey es el que da la cara al pueblo y a los demás reinos, el que hace alianzas y cuida de su pueblo, el que se sienta en el trono y tiene herederos —los miró.
Y está la otra cara, la oculta, el brazo armado, el guerrero, el que quita las piedras del camino. El guerrero fuerte, el que dirige ejércitos y va a la guerra y ese justamente eres tú, Anthony —terminó el imponente tío.
Tu padre y yo lo entendimos bien y cada quién tomó su lugar sin invadir el puesto del otro. Richard no se mete en mis batallas y yo no interfiero en sus alianzas. Así ha sido y así debe ser, no quiero verlos pelear de nuevo como dos mocosos por una hogaza de pan y menos por mujeres. Son cabeza de Inglaterra y créanme, su lecho estará lleno de ellas.
—Tío —Terry se acercó al hombre que le enseñó el arte de la guerra y lo miró casi con veneración. Era el hombre que más admiraba y respetaba, por encima de su padre, el rey —Me dijeron que con tu herida gangrenada no podrías volver —habló Terry, que ya había calmado su enojo.
—¡Ah! Eso, —Georges se golpeó su greba con su espada— una prótesis creada para poder movilizarme —dijo— una parte de mí no me mataría. Lo que no sirve que no estorbe —aclaró—¿Crees que me quedaría viéndole el rostro amargado todos los días a tu padre? Y al viejo obispo Martín, detrás de mí pidiéndome que me arrepienta de mis pecados o a mi esposa, exigiéndome que no salga porque soy un lisiado. No, Terry, eso se lo dejo a tu padre y a ti, el futuro rey —concluyó Georges, pasando por su lado y tomando asiento con ayuda de un feliz Stear.
—Tío, asumo que yo me quedaré —habló Anthony finalmente.
—No, deben de ir los dos, su padre los requiere. Son órdenes —dijo sirviéndose vino.
—Sí, vayan, yo cuidaré de mi padre —interrumpió Stear, parándose al lado de su padre.
—No, tú también iras. Hace un año que no ves a tu madre y eso la hará feliz, además, necesitas una esposa, una buena mujer, la cual te haga regresar. Estoy seguro de que el rey conseguirá un buen matrimonio para ti. Vayan y alisten todo, sin excusas, yo estoy al tanto de todo, he peleado los últimos diez años en esta tierra, las conozco más que esos salvajes vikingos.
Todos salieron tras la orden del imponente Georges, ante la mirada de los soldados y algunos acompañantes masculinos y femeninos, la mirada de Terry y Karen se cruzaron, pero Karen la bajó con pena y tristeza.
Terry ingresó a su tienda con algo de molestia.
—Majestad, ¿puedo hablarle un momento? —escuchó la voz de Karen a sus espaldas.
—¿Qué noticias me tienes? —preguntó Terry con frialdad y sin mirarla.
—Es… —Karen hizo una pausa que heló a Terry, haciendo que se volteará a mirarla, lo cual la puso más nerviosa— negativo señor. No estoy esperando su hijo —dijo con voz apagada, bajando de nuevo la mirada.
Terry soltó un suspiro de alivio por el aire contenido.
—Bien, Karen. Esto no debe volver a pasar, no quiero tener un hijo el cual tenga que esconder —dijo retomando su labor.
—Lo sé, majestad —los ojos de Karen se cristalizaron.
Llevaba una larga relación con Terry, sin importar la diferencia de edad que había entre ellos, ella era nueve años mayor que él. Sin embargo, eso no impidió que él, un joven de dieciséis años y ella con veinticinco, tras una presentación en la que el joven que se había escapado, la conoció a ella y a su padre Ralph Doister, con el cual creo una gran amistad y se volvieron como una familia para él. Y a ese fogoso joven no le importó que ella era una mujer mayor y una simple plebeya, se involucró con la joven, regalándole su primera vez con una mujer.
Desde entonces, Karen lo acompañó en sus batallas con su fiel padre. Sabía que no era la única que compartía su lecho, pero era más fuerte lo que sentía por él, y lo aceptaba gustosamente cada vez que él regresaba a sus brazos. Sintió que lo perdería al casarse con una de las princesas más hermosas que había visto, Eliza Leagan, pero su esperanza de un amor profundo volvió cuando su joven amante la visitó solo un día después de la boda. Creyó que el sentimiento del joven por ella era más grande que el compromiso arreglado y que eso no los separaría. Durante todos esos años soñó que su amor vencería todo protocolo y que algún día dejaría a la princesa por ella y talvez, por qué no, tener una familia con él.
Pero sus esperanzas se desvanecían cada vez que había la sospecha de un posible embarazo, lo cual distanciaba a Terry por semanas, incluso meses, e intimaba con otras amantes. Actualmente Karen tenía casi treinta y nueve años, era una mujer madura sin un esposo e hijos, ahí frente a él se dio cuenta de que siempre corrió tras un espejismo. Dos gruesas lágrimas se deslizaron por su cara, tragó en seco ahogando su dolor, Terry volvió a darle la espalda.
—Si quieren pueden regresar a Inglaterra, aquí no hay nada para ustedes —dijo sin mirarla.
—Terry… me… —el castaño se paralizó ante lo que intuía.
—¿Me amas? —terminó ella con valor.
—Tengo una esposa, Karen —respondió Terry.
—¿Entonces la amas? —Indagó con temor Karen.
—No sé cómo se siente amar, Karen, el dejar todo por alguien, sentir que es diferente a las demás, el anhelarla o ir en contra del mundo. Incluso creo que eso no existe, el amor de los cuentos de tu padre no lo conozco. No existe —dijo un confundido Terry que finalmente la miró.
Con el alma en un hilo, sintiendo que sus sueños se desmoronaban con la revelación del hombre que amaba, Karen sacando valor de lo más profundo de su ser, habló.
—Existe, claro que existe y algún día lo conocerás —terminando estas palabras, Karen salió de inmediato. Terry quiso seguirla y consolarla, pero se contuvo, no quería dañarla más, al principio la deseo y mucho, pero con el tiempo solo fue un cariño disfrazado en costumbre; pero no amor, si la amara de verdad hubiera dejado todo por ella, lo haría sin pensarlo. De parte de él hacia ella solo quedaba cariño y admiración.
—Adiós, Karen, procuraré que no pases penas con tu padre —dijo al viento. Los carruajes salían de madrugada rumbo a Inglaterra.
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—Y bien, Circe. ¿Por qué no me invitas a pasar? ¿Qué acaso no sabes quién soy yo? —Circe aún seguía postrada sin levantar la cabeza— Debes saberlo, ¿o qué clase de bruja eres entonces? —dijo Eliza mirándola.
—Circe. Ella es…
—Lo sé, es la futura reina de Inglaterra —Interrumpió la bruja con voz áspera, Paty se paralizó.
—Muy bien, eso me gusta. Qué me reconozcas como lo que soy, la futura reina de estas tierras —Eliza se notó complacida.
—¿Y tu hija, Circe? —preguntó Paty, algo inquieta.
—No… ella no está… murió —terminó la mujer.
—¿Qué? ¿Candy murió? Pero… eso… no. —Paty la miró incrédula.
—Fue devorada por los lobos, ahí está su tumba —la mujer señaló un montículo de tierra con una cruz. Paty se cubrió la boca con la mano.
—A mí no me importa quién murió —intervino Eliza—. No tengo mucho tiempo, vamos, levántate, necesitó hablarte.
Eliza ingresó a la casa de la mujer sin ser invitada. Circe corrió tras ella mientras Paty se dirigía hacia el montículo de Tierra, sollozando. Candy era lo único que tenía inscrito la cruz, apenas en pie.
—¡Candy! —la mujer cayó de rodillas frente a la tumba, aun sin creer lo que pasaba.
—¿Está es tu casa? —Eliza miraba a todos los lugares sin mostrar fastidio, mucho menos respeto, estaba fascinada con el lugar, tocando y mirando con curiosidad cada frasco, pócima, ungüento, leyendo los nombres en los frascos.
De inmediato vio una compilación de pergaminos escritos en pieles, encartonados y forrados para protección de estas antigüedades que había fabricado la misma mujer. Tomando uno en sus manos, forrado con piel de lobo y con aplicaciones en bronce y con dos rubíes que parecían mirarla, procedió a abrirlo.
—No lo toque, majestad —se oyó la voz de Circe a sus espaldas.
—¿Qué dijiste? ¿Acaso me estás dando órdenes? —Eliza volteó con gran molestia.
—Majestad, yo sé bien que usted es dueña de todo y de todos, pero la magia es muy peligrosa e inestable. Toma años de práctica y dedicación y solo unos pocos elegidos tienen acceso a esos secretos y pueden leerlos —terminó la mujer con su rostro cubierto por el velo y la capa, quitándole con delicadeza el pergamino a Eliza.
—Soy la futura reina de Inglaterra, elegida por Dios y los hombres. ¿No crees que puedo verlos? —Eliza se notó confiada.
—Majestad, usted está hecha para reinar, no para ser una mujer como yo —terminó Circe.
—En eso estamos de acuerdo, me gusta que aceptes que estoy hecha para reinar, pero si fuese una reina que gobierne la magia sería invencible —Sonrió con los ojos brillando de satisfacción.
—Señora, la magia es diferente —concluyó Circe.
—¿Por qué? —Eliza comenzaba a impacientarse—¿Y por qué no muestras tu rostro? —Eliza la observó curiosa.
—Por el luto a mi hija. Usted es una mujer muy bella, no querrá llevar la maldición de los portadores de la magia —mencionó la bruja.
—¿Cuál maldición? —quiso saber Eliza, inquieta ante el misterio de la mujer.
—La monstruosidad —dijo con voz escalofriante— yo soy algo muy diferente a un humano. Mientras más uso la magia, más dejo atrás mi forma humana.
—¡Ah! Ya veo. Entiendo, no puedo ser alguien así… como tú —la miró con desprecio y algo de miedo, ya que el poder y fama de Circe trascendía a tierras lejanas— Sí, he oído que nadie conoce tu rostro —la bruja asintió— ¡Pobre de ti! Tanto poder y tu aspecto es monstruoso —Eliza dijo esto tratando de sonar sincera, pero con la burla mezclada en sus palabras.
—Es el precio por ser una elegida de los poderes ocultos —contestó Circe.
—Ya veo —Eliza suspiró, contemplando los libros—. Que triste tu caso, pero eso no importa, quiero que trabajes para mí y solo para mí —fue el tono autoritario de la mujer— Te llevaré al castillo conmigo y allá harás lo que yo te pida. ¿Entendiste?
—¿Al castillo, yo? Majestad, lo que usted me pide es una locura. Yo siempre he vivido aquí y todas mis pócimas y yerbas están aquí, trasladarme a otro lugar sería un obstáculo para mí —contestó Circe con un dejo de preocupación en su voz.
—Solo serán algunos días, mientras haces tu trabajo —Eliza le sonrió.
—¿Mi trabajo? Majestad lo haré desde aquí, no tengo que ir a ningún lado —Refutó.
A lo lejos, un silbido, seguido de un lamento, se dejó oír en la oscuridad, rompiendo el silencio. Circe salió de inmediato de la cabaña, un soldado llegaba con el ave herida de una de sus alas que miraba a Circe casi con horror y desesperación.
—En vista de que no obedeces a tu reina, me llevaré el ave conmigo y créeme, si no vienes en un par de horas me bañaré con su sangre, tal vez y sirva de algo —Eliza tomó el ave en sus manos y procedió a retirarse, pero el imponente lobo se puso enfrente de ella, lo cual la descolocó.
—Skrael no hagas nada, es la reina de Inglaterra. Hirieron al ave por error y lo llevan a curar —aseveró Circe.
El enorme lobo no dejaba de mostrar sus afilados dientes, pero el halcón le silbó y este retrocedió un poco, parecía entenderle, al igual que Circe que se detuvo. El halcón miró a Circe y ella asintió.
—Iré con usted, majestad. Recogeré todo lo necesario —fueron las palabras de resignación de la extraña mujer.
—Así me gusta, estoy segura de que serás sabia en llevar lo que requieres, por algo dicen que eres una bruja muy poderosa, porque lo sabes todo, ¿no es así? —la futura reina sonrió complacida, al ver a la temible Circe doblegada ante ella.
Un carruaje estará esperándote y te llevará, no tardes o tu amada ave morirá —Eliza se montó en su carruaje con el ave que se dejó llevar sin oponer resistencia. Paty antes de subir miró a la mujer.
—Lo lamento, Circe —dijo viéndola con tristeza y subió de inmediato al carruaje.
Los rayos del sol se asomaban entre las grietas de la humilde cabaña.
—Circe, no lo hagas —dijo la voz.
—Debo ir por ella —Circe guardaba sus últimos libros mientras un par de guardias la esperaban.
—Un mes, Circe. Solo un mes o iré por ti —sentenció la grave y dura voz, del ser que no podían ver.
—Descuida, antes de un mes volveré —Circe le sonrió a la sombra, se puso su velo y su capa y se dispuso a salir.
La mujer viajaba sola en la parte de atrás con sus extrañas cosas, ya que ambos soldados prefirieron ir adelante acompañados por el frío que tener cerca a la extraña mujer. Circe era una mujer misteriosa, que no dejaba ver su rostro a nadie, siempre vestía ropas oscuras, una capa con capucha y un velo. Su voz era baja y áspera, para muchos escalofriante. Se rumoraba que era la bruja más poderosa del reino, vivía en las profundidades del bosque y tenía de mascotas un enorme lobo y un halcón.
Los ojos de Circe se abrieron con sorpresa, espanto y miedo. Desde la ventana del carruaje vio la gran construcción del castillo, que se erguía frente a ella.
—Jamás estuve tan cerca, se dijo.
Continuará…
CAPÍTULO 1
Última edición por Lady Ardlay el Miér Abr 05, 2023 11:33 pm, editado 1 vez
