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LA REINA
CAPÍTULO 11
Noche, muerte y Skrael.
Terry salió con cuidado de no ser visto por el largo pasadizo. Escuchaba las voces y los pasos presurosos por dentro y fuera del castillo, un gran revuelo que no escuchaba desde la muerte de Rose Mary. Se aseguró que no hubiera nadie cerca y se abrió paso por el bello rosal, hasta quedar a la vista de unos soldados que se acercaban.
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó abrumado Terry, tratando de parecer casual y desinformado.
Los soldados hicieron una leve inclinación de su cuerpo reverenciando a su príncipe, desconcertado uno de ellos inquirió:
—¿Acaso no está informado, Su Alteza Real? —cuestionó apresurado.
Los soldados mostraban un dejo de tristeza por su futuro rey, pensaban que enterarlo de la muerte de su madre sería doloroso para él.
—Me gustan los paseos en la noche, a solas, bajo la luz de la luna. Es un aliciente en mis agitados días. Sin embargo, la turbación que se escucha me ha desconcertado —dijo mirando discretamente el lugar del cual salió minutos atrás, esperando que los hombres no lo notaran—, pero respondan ¿qué pasa? —observó a los asustadizos soldados.
—Su… —intentó decir uno de los soldados.
—La reina acaba de fallecer —intervino el otro guardia.
—¿Qué? ¿Cuándo? —inquirió sorprendido Terry.
—Hace un momento, una de las mucamas entró a darle un medicamento y vio que no respira —explicó el soldado.
Terry aún no salía de su estupor, a pesar de que lo escuchó cuando estaba con Candy, oírlo directamente de los guardias se sentía diferente. Se sabía de la enfermedad de la reina y su delicado estado, pero ¿muerta?, era algo que nadie se esperara que pasara, al menos no tan pronto.
—De hecho, vamos a avisarle al obispo Martín. Su Majestad lo mandó a llamar —agregó el soldado.
—¿Mi padre dónde está? —preguntó Terry.
—En la habitación de la reina. Su hermana Annie y su hermano Anthony se dirigían allá.
—Gracias — dijo Terry caminando al lugar antes mencionado—. Traigan rápido al obispo para que le dé la debida extremaunción.
Terry se dirigió corriendo hacia donde estaba su familia y el cuerpo ya sin vida de su madrastra.
Cuando se acercaba por el pasillo vio a tres mujeres de pie en la entrada y al rey Germánico. Su hermana Annie, Susana y su madre, la cual abrazaba con ternura a una triste Annie que lloraba por la muerte de su madre.
—Tranquila, pequeña, sé que es doloroso, acabas de perder a tu madre, pero aquí estamos nosotros para ti, no te dejaremos sola —Eran las palabras de consuelo que Amelia, le daba a Annie, mientras acariciaba el largo y negro cabello.
El rostro de Susana era de suma tristeza, a su lado Archie que se veía neutro e incómodo. Al percatarse que Terry se dirigía hacia ellos, Susana corrió hacia él, abrazándose a su cintura y descansando su rostro ahora lloroso contra su pecho.
—Lo siento mucho Terry. Oh, cuanto lo lamento —Susana levantó su cara para ver el rostro del príncipe— Estoy aquí para lo que necesites, lo que sea —agregó con voz afectada Susana, con sus ojos azules desbordando lágrimas y sus manos acariciando la espalda de un incómodo Terry por la cercanía de ella.
—¿Y mi padre? —preguntó Terry, mientras se soltaba de las manos aferradas en su espalda de Susana.
—Dentro de la habitación con tu hermano —verbalizó Archie, algo incómodo por estar ahí.
—Ven acá prima, no es momento —Archie tomó a Susana del brazo, avergonzado al darse cuenta de los intentos del heredero por liberarse de ella. Y así dejar pasar a Terry con sus familiares.
El castaño llegó a la puerta y antes de tomar el picaporte dudó. Los recuerdos como flashes se le vinieron a la cabeza, escenas vividas con la mujer que yacía muerta en el interior de la alcoba.
Amargos momentos de ella, siempre dirigiéndole una mirada de odio y a solas le decía que era un hijo ilegítimo, cuya madre era una prostituta disfrazada de actriz, que se desnudaba en los bosques para muchos hombres, además era una bruja que se había valido de conjuros para embrujar a su padre. De lo contrario, Richard jamás hubiese intimado con ella y mucho menos habría engendrado el fruto del pecado como lo era él. Que no era digno heredero de la corona, ya que ella era la única y verdadera reina, sus hijos eran los únicos reconocidos ante Dios y los hombres. Por esa razón, al no poder darle un hijo a su esposo, decidió hacer suyo a Anthony, al menos él era hijo de una princesa y no de una sucia actriz, bruja y prostituta, y no moriría hasta ver a Anthony en el trono. Recordó también cómo lo alejaba constantemente de sus hermanos, como si él fuera un leproso.
Hasta que tres años atrás, la enfermedad la mermó al punto que sus úlceras no sanaron y quedó esclavizada a una cama. No pudo hacer cambiar de opinión al rey de quitarle el título de heredero al trono a Terry y dárselo a Anthony.
—¿Estás bien, hijo? —fue la voz cerca de su oído seguido de una fría mano en su hombro, lo que lo sacó de sus pensamientos, sintió una extraña y molesta sensación, por el contacto de Amelia.
Terry se retiró de la puerta y de la cercanía de la macabra mujer.
—Estoy bien. Solo que tal vez mi padre y Anthony desean estar a solas en el cuarto.
Terry miró a su hermana pequeña, la cual llegó al mundo cuando él era un muchacho de catorce años, una de las etapas más solas y difíciles de su vida. Annie siempre fue dulce con él, a pesar de los consejos de su madre de no hablarle, ella siempre buscaba la manera de convivir con sus dos hermanos. Terry la cuidaba como si fuese una delicada flor.
—Annie —Terry se acercó y la abrazó fundiéndose estos en un triste abrazo. La pelinegra descargó sus lágrimas en el hombro de su hermano, dejando que ese cariñoso abrazo aliviara el dolor de su corazón.
Un par de minutos después salió Richard, con un rostro serio, pero sereno, parecía más joven, como si un peso se hubiese ido con la mujer que aún yacía en la cama, a diferencia de Anthony, que se notaba muy afectado, pues había llorado desde que le avisaron. Isabel siempre lo trató como a un hijo y él se cobijó en sus brazos cuando Rose Mary murió, la veía como a una madre. El cariño que le negó al hijo mayor de Richard, se lo dio en abundancia al rubio.
—¿Estás bien Anthony? —preguntó Terry con sinceridad, colocando su mano derecha en el hombro de su hermano.
—¿Acaso te importa? —respondió el rubio, quitando con rudeza la mano de su hermano, retirándose sin voltear a ver a nadie. Terry solo asintió, comprendiendo que era un momento difícil para Anthony y Annie.
Mientras Terry casi huía de su familia, el obispo venía a toda prisa.
—Y la princesa Eliza, ¿dónde está? ¿No se supone que debería estar aquí? — dijo la voz inocente pero sarcástica de Susana.
—Es de muy mal gusto y una falta de respeto a la difunta reina y a su familia. Eso solo demuestra la falta de compromiso de la princesa española—Intervino Amelia.
—Iré a buscarla —dijo Terry.
—No, ella sabe lo que sucede. Susana y su madre tienen razón, debemos estar unidos esta noche, como familia —esta vez le habló Richard con voz severa a su hijo.
—Nuestro padre tiene razón —intervino Annie a su lado.
—Tal vez no lo sepa aún —Terry trató de defenderla sin éxito.
—No creo que un solo miembro del castillo no lo sepa aún. Incluso en las afueras —refutó Richard.
—Majestad. Permítame darle mi más sentido pésame, las campanas de la partida de la reina ya fueron sonadas —informó el obispo que llegaba hasta donde estaba el rey. Richard y sus invitadas miraron a Terry en esos momentos—. Permítame ingresar a darle los santos óleos a la reina y los rezos debidos para que su alma descanse.
—Sí, obispo, entremos —dijo Richard dándole una última mirada a Terry.
—¿Puedo entrar con ustedes? —pidió Amelia, casi como súplica.
—Si lo permite el rey, yo no tengo ningún problema —respondió el obispo, girando su cara hacia el rey.
—Majestad, solo quiero ver a la que fue la soberana en este reino hasta el día de hoy. Moría de ganas de conocerla, es una lástima que no la pude ver con vida — Amelia mostró un rostro triste y confundido ante los presentes—. Planeábamos una visita, ¿no es así pequeña Annie? —Annie asintió al lado de su hermano.
Amelia sonrió para sí. Eso la dejaría libre de toda sospecha de un posible asesinato y de su participación.
—Madre, hay mucho escándalo en el castillo, crees que la reina haya muerto naturalmente o… —agitó la cabeza en negación— ¿qué crees que esté pasando en el castillo? ¿Siempre es así cuando fallece alguien de la realeza?
Candy ya vestida, miraba por la pequeña ventana que su madre había hechizado para que ellas pudieran observar a las afueras, sin ser vistas. El hechizo bloqueaba la visión de ellas y el cuarto. El ave estaba con su rostro serio y preocupado, viendo un punto fijo entre las rosas.
—¿Madre?, ¿tú sabes algo?
El halcón miró a Candy, sus pupilas se engrandecieron al sumergirse en los grandes y amarillos ojos de su madre. Circe le transmitió lo ocurrido momento atrás y Candy retrocedió poniéndose las manos en su boca con sorpresa.
—Madre, entonces fue… ¿Asesinada? —Candy no salía de su estupor. El ave siguió mirándola fijamente, la voz de su madre en la cabeza de Candy era clara y nítida.
—Esa mujer, la reina viuda, mató a la reina inglesa y su próxima víctima será la princesa española y cualquiera que intente estar con el príncipe Terry, incluyéndote a ti. Toda ella desprende maldad, su corazón es muy oscuro, ten cuidado con ella, Candy. —Terminó el ave y Candy se estremeció. Un fuerte y potente aullido se dejó escuchar muy cerca, lo cual paralizó a Candy y al halcón.
—¿Skrael? —dijo Candy aún más sorprendida— ¡Está aquí!, siente que estamos en peligro y actuará de ser necesario —concluyó la madre de Candy.
Los aullidos retumbaron por cada rincón del pasillo del castillo, como si el animal estuviera adentro. Haciendo estremecer a Annie y a Susana, Amelia, que estaba ingresando tras el obispo, se paralizó en aquel instante.
—¿Qué es eso? —dijo el rey confundido.
—¿Está bien majestad? Está pálida —Richard se dirigió a una perpleja Amelia.
—Eh, sí. Solo que parece que hay lobos cerca. Sería bueno organizar una cacería, pero no esta noche, son demasiadas emociones juntas. Mejor entremos —Amelia le dio una cálida y extraña sonrisa al rey, lo cual le recordó inmediatamente a su difunta esposa, sintiendo algo de temor, pero pasándolo por alto entró tras ella.
El aullido se escuchó de nuevo y Terry recordó la noche que conoció a Circe. Aquella ocasión que siendo solo un muchacho se escapó al bosque y allí se encontró con un enorme lobo de pelaje dorado, la esclera de sus ojos rojos y con iris azul celeste, lo miraba fijamente con furia.
De no ser por Circe no estaría aquí —pensó, entonces recordó a Candy y decidió ir a ver si estaba bien.
—Debo irme —se despidió de su hermana y de los germánicos.
—No, ¿a dónde vas? —fue la voz suplicante de Susana, acercándose a él de nuevo, más de lo debido.
—Iré a ver qué pasa en las afueras —se retiró de la rubia—. Es mi deber, ya que mi padre no está en condiciones de hacerlo —terminó.
—Archie, cuida de mi hermana, por favor. Y bueno, de tu prima no tengo ni que decirte —Terry acarició el rostro de su hermana.
—No tienes que pedirlo, claro que lo haré. Anda, ve a cumplir con tu deber —Archie le sonrió.
—Cuídate hermano, no quiero más desgracias —Annie le besó la mano.
—Cuídate tú, yo estaré bien —Terry besó su frente partiendo de inmediato.
Volvió al lugar de las rosas, pero había muchos guardias afuera, incluso Tom y Michael, que le dieron el pésame.
Regresó al castillo y llegó hasta la habitación de su esposa. Paty al verlo se postró para reverenciarlo.
—Alteza, reciba mis condolencias por la partida de la reina. Su esposa no se encuentra bien, tomó unos medicamentos que le impiden ponerse en pie —Paty dudó, pero al final dijo titubeante— sin importar lo que haga, su alteza solo duerme.
—Gracias Paty, eres una buena mujer. Retírate, yo cuidaré esta noche de mi esposa —concluyó.
—¿Seguro, Alteza? —Paty se notó algo nerviosa.
—Seguro. Ve, descansa, tienes la noche libre — Paty hizo una reverencia y se retiró de inmediato.
Terry aseguró la puerta del cuarto de su esposa y vio que efectivamente ella dormía plácidamente. Se acercó a la cama y pasó su mano por encima del rostro sereno de la joven.
—¿Tienes acceso a ese cuarto desde aquí? —murmuró, Eliza dormía profundamente y se veía feliz.
No sintió nada frente a la mujer en el lecho, a pesar de su blanquecino rostro y el rojo de su cabello. La figura envuelta por la fina sabana de seda que dejaba ver un cuerpo dotado de generosos atributos, sumamente atractivo, que despertaría las más bajas pasiones en cualquier otro hombre, era una visión preciosa, pero no para el príncipe heredero, que había cobijado en su lecho un sinfín de amantes antes y después de su boda.
Terry miró a su alrededor y comenzó a buscar la entrada al pasadizo, cerca de la ventana vio un jarrón de bronce decorado con piedras preciosas y algunas rosas del jardín de Rose Mary, este estaba fijado al muro. Terry lo haló y el muro se corrió un poco, no tuvo que usar mucha fuerza para terminar de abrir el acceso, el pasaje se cerraba con una palanca desde adentro.
Miró con asombro los viejos muros, el castillo guardaba muchos pasajes y se dijo que con el tiempo se daría a la tarea de descubrir. Golpeo con suavidad la puerta.
Candy se estremeció al escuchar los golpes, por estar pendiente de los aullidos y el olor de Skrael, no notó que Terry se acercaba.
—¿Quién…? ¿Quién es? —dijo con voz titubeante Candy.
—Soy yo, Terry.
Continuará…
CAPÍTULO 10
Que Elisa siga durmiendo hasta la siguiente mañana 
Susana es de lo más descarada, resbalosa, arrastrada 
no la soporto 
! 
ahí ahora deben actuar rápido pobre 
