Advertencia: relato tipo lemon con lenguaje sexual explícito.
Terry no podía creer lo que ocurría, maldijo cientos de veces y de forma audible bajo la ducha, ¿acaso no tendría paz? ¿tendría que salir medio desnudo al pasillo? Cerró los ojos bajo el agua caliente que caía sobre su cuerpo y se dijo que unos segundos más no lo mataría.
Afuera todo comenzaba a ser un caos, la alarma contra incendios se había activado dos minutos antes y el pánico entre los huéspedes del lujoso hotel lo convirtieron en un verdadero pandemónium. Finalmente, y después de escuchar la voz de uno de los botones que iba habitación por habitación pidiendo que se desalojara el piso, él con reticencia se colocó un bóxer y la afelpada bata de baño y salió secándose la larga cabellera con una toalla.
Ya en el pasillo miró a un lado y a otro, estaba desierto, los huéspedes de ese piso ya habían abandonado sus habitaciones, y se encontraban pensó atorados en las escaleras de emergencia porque, como era natural en estos casos no se podían usar los ascensores. Toda esta situación no hizo más que empeorar su mal humor, ya había tenido el peor de los días, y todo lo que deseaba era esa ducha que vio interrumpida, una buena cena, y ver una serie en streaming, acostado en la cómoda cama king size de su suite. Olvidarse de todos los contratiempos sufridos desde su llegada a París esa misma mañana.
En el lobby reinaba un caos absoluto, camareros, botones, mucamas, conserjes, y huéspedes corriendo de un lugar a otro. Una vez más un atochamiento en la puerta, todos estaban ansiosos, presos de los nervios y sólo esperaban salir de aquellas instalaciones lo antes posible. No podía sentirse más aturdido, la alarma seguía sonando, a eso se sumaban los gritos de las personas, mujeres histéricas, hombres pegados a sus celulares y para más colmo la sirena de los bomberos que parecía acercarse. Una escena patética, se dijo, al tiempo que detenía a un camarero para preguntarle si se trataba de un incendio u otro tipo de emergencia. Feu, monsieur… le aclaró el empleado.
En la calle, los funcionarios de emergencias los dirigían a la cercana Place Vendôme. Todo aquello le parecía de una comicidad sin igual. Estaba en bata, semidesnudo, en pantuflas caminando por una calle de París huyendo de un incendio, rodeado de desconocidos. Algo podía ser peor qué aquello, no, era realmente patético. Caminaba de un lugar a otro, incomodo. Hasta que alguien llamó su atención y en ello se concentró por unos segundos. Una pequeña y delgada mujer de melena abundante rubia y rizada, con los ojos más impactantes que jamás había visto. Recostada a un auto, hablando por celular sumida en un llanto que parecía indetenible. Se quedó cerca de ella, la chica se veía realmente desconsolada. Con las manos en los bolsillos de la bata, él continuaba caminando de un lado a otro, observando todo a su alrededor y a ella especialmente.
Después de unos minutos, algunos camareros llegaban con sillas plegables, y otros con vino y copas para repartir entre los huéspedes. Terry detuvo a uno de estos chicos, y en perfecto francés le pidió dos de esas sillas, y a otro le sacó de encima una de las botellas. Decidido, se acercó a ella, y le ofreció primero la silla y luego le mostró la botella. Ella levantó la mirada desde su celular y lo miró asombrada unos segundos. Sonrió con apenas una mueca y le dio las gracias: merci. Hablo inglés le dijo él de vuelta, mientras desplegaba la silla para que ella se sentara, él hizo lo propio y se sentó a su lado.
—Gustas —le dijo mostrándole la botella de vino.
—Pero no tenemos copas —respondió ella.
—Tienes razón… contestó mientras se llevaba la botella a la boca.
Ella lo miró perpleja y volvió a sonreír.
—Tienes razón, al diablo —y extendió su mano para recibir la botella y darle el primer sorbo.
Se quedaron unos minutos en silencio mientras miraban todo a su alrededor.
—¿Qué crees qué ocurre? —le interrogó ella.
—Creo que es una bomba… mira el edificio, no se ve humo.
—¡Una bomba! oh por Dios, quién querría poner una bomba…
—Terroristas —dijo él sin inmutarse.
—¿Crees que lo resuelvan pronto?
—No, no lo creo —y volvía a extender la botella para que ella le diera otro sorbo —por qué llorabas… disculpa, pero te vi llorar mientras hablabas por teléfono.
—Ah eso —ella miró su celular y lo guardó en el bolsillo de su abrigo —discutía con mi novio, bueno, ni siquiera sé si todavía lo somos.
—Es un idiota si te hace llorar así…
—En verdad es un escritor muy brillante, y muy atractivo.
—Bah… no sabe lo que tiene, eres muy hermosa.
El sonrojo en sus mejillas tras aquel cumplido provocó en Terry una gran ternura, y antes de detenerse con sus halagos continuó con ellos.
—Eres tímida, te sonrojaste por lo que te dije. Pero es cierto, eres muy hermosa. Es verdad me gusta ser directo, andar sin rodeos… eres por lejos la mujer más bonita entre todas estas mujeres.
—Gracias, sé que lo haces para hacerme sentir mejor. Pero con el vino ha sido suficiente para mejorar mi ánimo.
—¿Qué hacías cuando sonó la alarma de incendios? —preguntó Terry.
—Oh, no de ningún modo podría decírtelo —se puso roja como un tomate.
A Terry no le tomó mucho tiempo deducir lo que ella se negaba a revelar, y tras unos segundos comenzó a reírse con sonoras carcajadas. Ella no pudo evitar contagiarse de la risa sonora y desinhibida de él y comenzó también a reírse. Y aún con el sonrojo, sacó de su bolsillo el pequeño Satisfyer última generación con el que pretendía consolarse esa y las subsiguientes noches a solas en París. Encogiéndose de hombros lo devolvió a su bolsillo, y continuaron riendo.
El vino se había terminado y Terry divisó un café bastante cerca de donde estaban, entonces la invitó para que continuaran hablando en ese lugar.
—Estás en bata de baño… y debo confesar que debajo de este abrigo solo hay un camisón de dormir —se excusó ella.
—¡Que importa estamos en París!
—Está bien… pero antes debemos presentarnos formalmente. Yo soy Candice, pero puedes llamarme Candy.
—Yo soy Terence, pero puedes llamarme Terry.
Comenzaron a caminar en dirección al café y continuaron con la charla.
—Y a qué te dedicas Terry.
—Soy curador de arte, estoy aquí porque vine a ver unas obras que llevaremos con mi galería a Nueva York.
—En serio, curador, acaso los curadores no son por lo general, mmm... cómo decirlo…
—¡Gays! —completó la frase, lo que hizo que Candy soltara una carcajada.
—Pues te equivocas en mi caso, de hecho, se me ocurren muchas maneras de demostrarte lo contrario.
El color en las mejillas de Candy volvió a cambiar de una pálido a un rojo encendido inmediatamente. No podía negarlo a ella también se le ocurrieron diversas formas de que él le demostrará su virilidad. Era un hombre realmente atractivo. Muy alto, ella apenas le alcanzaba hasta los hombros, era fuerte, de cabello castaño largo, lacio y lustroso, y unos ojos azules impactantes. Con mucho gusto, ella lo dejaría demostrarle todo de lo que era capaz.
La noche era fresca, estaba comenzando el otoño, y ninguno de los dos deseaba quedarse en medio de la calle esperando a que la normalidad se restableciera en el hotel. Así que se dedicaron al menos por casi dos horas a hablar y hablar. El paso de los minutos les daba más de que conversar y representó un verdadero alivio para cada uno poder tener aquel momento tan agradable.
Al cabo de un rato, uno de los conserjes se acercó a ellos para informarles que todo estaba resuelto y que podían regresar a sus habitaciones. Esperaron una media hora más, porque a Terry le pareció molesto que se enfrentarán al atoramiento de los ascensores y todo el bullicio del resto de los huéspedes intentando volver a sus cuartos. Así que con toda tranquilidad terminaron la botella de vino que habían ordenado, y regresaron con calma.
—Quieres acompañarme, le preguntó él con caballerosidad cuando ingresaron al elevador —puedo pedir champaña y podemos seguir conversando en mi suite.
Candy lo dudó por unos segundos, la proposición de Terry era atrevida, pero también muy excitante.
—Sí —dijo trémula, sorprendida de sí misma, al parecer sus labios respondieron más rápido que sus meditaciones.
Él le sonrió con los ojos llenos de picardía, le encantaba la idea de que lo acompañara, en ese momento agradeció no haber llamado a Astrid, una amiga con derechos que solía llamar cuando iba a París por trabajo. Era una latina que le encantaba, y con quien solía tener sexo salvaje y despreocupado, pero el inconveniente del hotel evitó que la llamara y estaba feliz por no haberlo hecho.
Cuando entraron a la suite, Candy no fue tímida y dio un recorrido admirando el lujo y la comodidad de los cuartos. Miró la enorme cama de soslayo, y sintió como su vientre palpitaba sólo de imaginarse estando allí desnuda con él.
—Pediré champán —le anunció Terry mientras se acercaba al teléfono.
Luego de hacer la llamada, se acercó peligrosamente a ella, la miró directamente a los ojos y con una sonrisa le preguntó.
—A dónde está ese aparato que pensabas usar esta noche.
Ella movió su mano hasta el bolsillo y se lo mostró, él volvió a sonreír, ahora con lascivia. Se acercó a su oído, apartando el cabello, y le susurró: Quieres usar esto, o prefieres mi boca… luego le dio un leve mordisco al lóbulo de la oreja. Ella se estremeció por el contacto tan atrevido. Apenas pudo musitar temblorosa: prefiero probar tu boca. En ese momento Candy sintió como se humedecían sus bragas, y su vientre volvía a palpitar por la anticipación. Terry la pegó a él y pudo sentir el punzante sexo erecto, lo deseo de forma inmediata. Candy comenzaba a necesitarlo, anhelaba que él la tomará toda y a cada segundo se atizaba su deseo.
—Te deseo y quiero hacer el amor contigo, me permites —volvió a hablarle al oído.
—¿Qué? —le preguntó ella aturdida… si es que ella misma no desea otra cosa más que la posea.
—Que quiero tu consentimiento para hacerte el amor —repitió él pero ahora muy cerca de los labios de ella, atreviéndose ahora a besar solo el labio inferior de ella mordisqueando con suavidad.
Con voz lánguida y totalmente abandonada a él, Candy le contestó que sí, que tiene su consentimiento para hacer con ella lo que quiera. Su voz y sus gestos seductores la tenían encendida y no podía más que anhelarlo.
—Entonces no necesitamos esto —le dijo él quitándole el consolador que ella tenía todavía en su mano y dejándolo en una mesita de noche, para luego envolverla con sus brazos y besarla con posesión y apasionadamente, mientras le quitaba el abrigo y descubre bajo este la bata de seda de dormir.
Sin dejar de besarla la levantó y la llevó hasta la cama, dejando medio cuerpo fuera de está, halándola con cuidado, para acomodar sus caderas en la orilla, abriendo sus piernas y arrodillándose frente a ella, justo en medio, grácil las dabre para colocarse en medio. Ella hace un movimiento para verlo, y él le pide que vuelva a tenderse, que no se arrepentirá. Terry sube la bata dejando expuestas las bragas, y comienza a deslizarlas hacia abajo, retirándolas por completo. Dejando expuesto y a su disposición el hermoso capullo femenino. Acercó su boca y le da un dulce primer beso, luego con dedos delicados abre sus pliegues y deja al descubierto el clítoris, que está hinchado y listo para recibir las caricias que con su lengua comienza a darle a continuación. Candy se arquea e intenta nuevamente incorporarse al primer contacto, pero se rinde ante las placenteras sensaciones que la invaden con cada jugueteo de la lengua de Terry sobre su pequeño botón de placer. Estremecida, gime y le pide que no pare. Él sonríe complacido, y sube hasta estar rostro con rostro y la besa posesivo, mientras una de sus manos sigue frotando maliciosamente.
—¿Soy mejor que ese aparato? —le pregunta descaradamente.
—Sí, sí —le responde ella desesperada arrebatada por el placer.
Con habilidad pasmosa, Terry la desnuda completamente, descubriendo que ella no llevaba brasier, se enloquece con la visión de los pechos blancos, lechosos, y firmes, y su boca ahora arremete contra los botones rosados que son sus pezones, chupándolos sin piedad uno y otro, sin que la mano abandone el clítoris, decidido como estaba a otorgarle todo el placer que ella le pide con sus jadeos. Candy se retuerce en la cama y gime mientras aquel desconocido juega con su cuerpo y ella se lo permite. Una y otra vez abre sus piernas y arquea su espalda invitándole a proseguir y él la complace hasta llevarla a un intenso y furioso orgasmo. Terry la ha devorado con auténtica devoción hasta hacerla gritar en un absoluto gozo.
De pronto el timbre de la puerta los sorprende y él es el único capaz de escucharlo. Le dice que regresará en seguida que debe ser el champán. Antes de abrir, Terry tiene el cuidado de cerrar la puerta del cuarto, donde ella permanece desnuda aún convulsionando por los espasmos del clímax.
Él con prontitud recibe el servicio y despacha al botones, además de champán ha recibido una caja de condones. Presuroso sirve la bebida en dos copas y regresa al cuarto, a donde ella lo espera ahora cubierta con las sábanas.
—Champán señorita —le dice acercándole una copa.
Ambos beben unos cuantos sorbos, pero él está ansioso, la desea ardientemente y retira con suavidad la copa de las pequeñas manos de Candy para colocarlas a un lado y vuelve a besarla.
Desnuda y expuesta totalmente a él, la besa una y otra vez. Con habilidad él también se queda desnudo, y por primera vez en la noche ella puede apreciar al hombre con el que se está acostando. Terry es un adonis, además de alto, posee un cuerpo perfectamente trabajado en el gimnasio, definido, fuertes y musculosos brazos, piernas firmes, abdomen plano y definido, es perfecto y hermoso, es un sueño, y ella acaba de enloquecer por lujuria y por deseo…
Su boca baja por sus pechos una vez más. Se entretiene en sus pezones hasta endurecerlos de nuevo y después utiliza sus dedos para excitarlos. Su recorrido sigue bajando hasta llegar al ombligo y sus respiraciones están completamente aceleradas. Él vuelve con su boca a la vagina, la besa y le abre más las piernas. Sus dedos juegan en su hendidura y siente que resbalan por la humedad. Su boca vuelve a posarse en el clítoris, lo chupa, lo succiona y ella no puede más que jadear mientras le abre sus piernas totalmente para que Terry tome todo lo que quiera de ella.
—Estás tan húmeda y deliciosa —le susurra apoderándose de sus labios luego.
Tras decir aquello, él se aleja de ella, para estimular su miembro y colocarse el condón. Candy respira agitada, da un salto al escuchar el paquete de aluminio desgarrado.
Terry vuelve al lado de Candy y dobla con delicadeza sus piernas y separa las rodillas… se posa en su sexo en busca de su hinchado clítoris. Lo mordisquea y ella grita. Lo estimula con la lengua y ella jadea. Candy puede sentir que de nuevo toma ese pequeño botón entre sus dientes y tira de él. Entre sus dientes, le acaricia con la lengua y ella no puede más que gritar la está volviendo loca. Se arquea, gime enloquecida y abre más las piernas. Su juego le gusta y le excita. Desea más y él no se lo niega, porque también está en el paroxismo del deseo, ella es hermosa, la siente exquisita y muere por entrar en ella.
—¿Candy, has sentido placer? —le pregunta al oído.
—Sí… responde ella lánguida.
—Ahora sentirás mucho más…
Candy siente que se quema, que esa promesa le incendia el cuerpo totalmente.
Sin decir más, Terry se pone de rodillas sobre la cama, y le sujeta las caderas con las manos y de una sola estocada la penetra con todas sus fuerzas, hasta el fondo… Candy grita al sentir tal contundencia, tiene la sensación de que su pene la ha invadido totalmente, que no queda espacio alguno dentro de ella... mientras él comienza a moverse dentro, fuera una y otra vez, entrando y saliendo de forma frenética... una, dos, tres veces… ella siente que se parte en dos de puro placer.
—¿Te gusta?
—Sí, sí no pares…
Y él no para, le da todo cuanto ella desea. Candy escucha sus gruñidos, su respiración entrecortada, y es víctima placentera de toda su fuerza, del vigor desbordante del hermoso hombre que la hace suya y provoca sus gritos. Terry le aprieta las caderas, y ella abre más sus piernas para él. Goza a plenitud la posesión que él hace de ella. Su cuerpo grande y musculoso la aprisionan totalmente, pero ella no puede quejarse, está en otro plano, el disfrute es absoluto, su cuerpo se quema, el calor la invade, así como los espasmos, está a punto de llegar al clímax otra vez… Candy cierra los ojos, y se entrega al orgasmo, uno que le arrebata los sentidos y la hace sentir fuera de este mundo… él gruñe también, se ha corrido, luego se inclina sobre ella y, tras una salvaje embestida final, gruñe nuevamente de satisfacción. Ambos se quedan inmóviles por largos segundos. Con la respiración aún entrecortada se separa de ella de a poco, pero antes le da un beso fuerte y posesivo, jugando con su lengua dentro de su boca sin inhibiciones.
Candy se siente laxa y adolorida por la penetración tan profunda, jamás nadie le había hecho el amor así, no puede evitar hacer comparaciones, siendo sincera con ella misma, sólo ha sido de un hombre, de Archie, quien además días antes le ha roto el corazón al negarse a acompañarla a París para el simposio al que asiste en nombre de la farmacéutica para la que trabaja.
Vuelve a sentir los brazos fuertes de Terry que la abrazan.
—Estás bien —le pregunta.
—Sí, muy bien —le asegura mientras es ella quien busca sus labios para besarlo.
—¡Quiero ducharme! Ven —él la tomó de la mano y la llevó tras él. Están desnudos y ella que se queda atrás puede apreciar su contundente y redondo trasero.
¡Dios es perfecto! piensa mientras se muerde los labios.
Dócilmente ella lo sigue hasta la enorme ducha, él abre el agua y entran juntos para recibirla. Ahí permanecen un largo rato solo disfrutando del agua, abrazados. Ninguno se imagina el desconcierto que crece en el otro, la inesperada atracción que experimentan. Se sienten tan a gusto el uno con el otro. Él busca sus labios y consigue en ella una boca ávida de sus besos.
—Si te beso otra vez, tendré que hacerte el amor de nuevo —le dice con atrevimiento mirándola a los ojos.
—Hazlo Terry.
—¿Qué me has pedido, pequeña?
—Que me hagas de nuevo el amor. Como tú quieras.
—¡Oh, eres perfecta!
Terry cerró la ducha y la tomó en volandas hasta llevarla a la cama y ponerla en ella de nuevo.
—Date la vuelta —le ordenó, y ella sin decir una palabra le obedeció.
Candy tiembla al escuchar de nuevo el aluminio del condón rasgarse, de pronto la cama se hunde, él está arrodillado tras ella, besa sus glúteos, la toma con firmeza para alzar sus caderas, luego atrae unas almohadas y las coloca bajo ella, se acerca a su oído y le susurra… soy muy grande espero no lastimarte, ella enloquece con esa declaración… sí que es muy grande ya ella lo sabe, y lo anhela.
Candy cierra los ojos y se abandona al placer, él está de nuevo estimulando su interior, torturándola entre sus pliegues, acariciando su clítoris, encendiéndola.
—Estás húmeda para mí —dice él apenas audible, hundiéndose una vez más de una sola arremetida.
Terry cambia el ritmo de las embestidas y ella grita, si creía haberlo sentido por completo la vez anterior, ahora siente que su pene la desgarra por dentro, se deshace de placer… él entra y sale de ella sin piedad, mientras que con su mano sigue estimulando, pellizcando pezones, el placer es total. Tras una embestida brutal, saca su pene, y le da vuelta, ahora está encima de ella mirándola, deleitándose con el placer que le provoca, ella se pierde en la azul mirada, lo toma del cabello y se restriega contra él… cuando no puede más clava sus uñas en sus brazos y grita liberándose en un potente orgasmo al tiempo que él también se libera. Él se tiende a su lado, mientras trata de recuperar el aliento, y siente que sus piernas tiemblan sin poder controlarlo. Se abrazan y se besan segundos después. Han tenido sexo en estado puro, han tocado juntos las puertas del cielo.
Esa noche volvieron a hacer el amor una vez más. Era algo adictivo, apenas conciliaron el sueño entrada la madrugada. A la mañana siguiente, él fue el primero en despertar. Sin hacer ruido, se duchó, se vistió y la dejó dormir. Deseó despertarla y volver hacerla suya, pero tenía poco tiempo antes de su primera reunión de ese día. Antes de marcharse le dejó una nota en la almohada.
Varias horas después Candy despertó. Necesitó varios segundos para entender que no estaba en su habitación, y recordar todo lo ocurrido en esa misma cama en la que descansaba. Cerró los ojos y se cubrió el rostro con las manos, no podía creer lo ocurrido, se había comportado como una verdadera descarada. Se preguntó a donde estaría él y apenas se reincorporó en cama vio la nota. Desdobló la hoja y leyó:
Buenos días, disculpa tuve que irme. Pide un buen desayuno, y date una ducha si quieres.
Estaré en el Orly (galeria) toda la mañana. Candy sólo si lo deseas podemos almorzar juntos en el bistró que queda justo al frente. Si no vienes lo entenderé, pero si, por el contrario, aceptas, estaré allí a la una de la tarde. Luego daremos un paseo por el Sena, y sí aún te agrado te invito a repetir lo que pasó anoche. Olvida al estúpido novio que te hace llorar, yo quiero conocerte.
Terence Granchester.
Sígue en parte II
Quédate
Terry no podía creer lo que ocurría, maldijo cientos de veces y de forma audible bajo la ducha, ¿acaso no tendría paz? ¿tendría que salir medio desnudo al pasillo? Cerró los ojos bajo el agua caliente que caía sobre su cuerpo y se dijo que unos segundos más no lo mataría.
Afuera todo comenzaba a ser un caos, la alarma contra incendios se había activado dos minutos antes y el pánico entre los huéspedes del lujoso hotel lo convirtieron en un verdadero pandemónium. Finalmente, y después de escuchar la voz de uno de los botones que iba habitación por habitación pidiendo que se desalojara el piso, él con reticencia se colocó un bóxer y la afelpada bata de baño y salió secándose la larga cabellera con una toalla.
Ya en el pasillo miró a un lado y a otro, estaba desierto, los huéspedes de ese piso ya habían abandonado sus habitaciones, y se encontraban pensó atorados en las escaleras de emergencia porque, como era natural en estos casos no se podían usar los ascensores. Toda esta situación no hizo más que empeorar su mal humor, ya había tenido el peor de los días, y todo lo que deseaba era esa ducha que vio interrumpida, una buena cena, y ver una serie en streaming, acostado en la cómoda cama king size de su suite. Olvidarse de todos los contratiempos sufridos desde su llegada a París esa misma mañana.
En el lobby reinaba un caos absoluto, camareros, botones, mucamas, conserjes, y huéspedes corriendo de un lugar a otro. Una vez más un atochamiento en la puerta, todos estaban ansiosos, presos de los nervios y sólo esperaban salir de aquellas instalaciones lo antes posible. No podía sentirse más aturdido, la alarma seguía sonando, a eso se sumaban los gritos de las personas, mujeres histéricas, hombres pegados a sus celulares y para más colmo la sirena de los bomberos que parecía acercarse. Una escena patética, se dijo, al tiempo que detenía a un camarero para preguntarle si se trataba de un incendio u otro tipo de emergencia. Feu, monsieur… le aclaró el empleado.
En la calle, los funcionarios de emergencias los dirigían a la cercana Place Vendôme. Todo aquello le parecía de una comicidad sin igual. Estaba en bata, semidesnudo, en pantuflas caminando por una calle de París huyendo de un incendio, rodeado de desconocidos. Algo podía ser peor qué aquello, no, era realmente patético. Caminaba de un lugar a otro, incomodo. Hasta que alguien llamó su atención y en ello se concentró por unos segundos. Una pequeña y delgada mujer de melena abundante rubia y rizada, con los ojos más impactantes que jamás había visto. Recostada a un auto, hablando por celular sumida en un llanto que parecía indetenible. Se quedó cerca de ella, la chica se veía realmente desconsolada. Con las manos en los bolsillos de la bata, él continuaba caminando de un lado a otro, observando todo a su alrededor y a ella especialmente.
Después de unos minutos, algunos camareros llegaban con sillas plegables, y otros con vino y copas para repartir entre los huéspedes. Terry detuvo a uno de estos chicos, y en perfecto francés le pidió dos de esas sillas, y a otro le sacó de encima una de las botellas. Decidido, se acercó a ella, y le ofreció primero la silla y luego le mostró la botella. Ella levantó la mirada desde su celular y lo miró asombrada unos segundos. Sonrió con apenas una mueca y le dio las gracias: merci. Hablo inglés le dijo él de vuelta, mientras desplegaba la silla para que ella se sentara, él hizo lo propio y se sentó a su lado.
—Gustas —le dijo mostrándole la botella de vino.
—Pero no tenemos copas —respondió ella.
—Tienes razón… contestó mientras se llevaba la botella a la boca.
Ella lo miró perpleja y volvió a sonreír.
—Tienes razón, al diablo —y extendió su mano para recibir la botella y darle el primer sorbo.
Se quedaron unos minutos en silencio mientras miraban todo a su alrededor.
—¿Qué crees qué ocurre? —le interrogó ella.
—Creo que es una bomba… mira el edificio, no se ve humo.
—¡Una bomba! oh por Dios, quién querría poner una bomba…
—Terroristas —dijo él sin inmutarse.
—¿Crees que lo resuelvan pronto?
—No, no lo creo —y volvía a extender la botella para que ella le diera otro sorbo —por qué llorabas… disculpa, pero te vi llorar mientras hablabas por teléfono.
—Ah eso —ella miró su celular y lo guardó en el bolsillo de su abrigo —discutía con mi novio, bueno, ni siquiera sé si todavía lo somos.
—Es un idiota si te hace llorar así…
—En verdad es un escritor muy brillante, y muy atractivo.
—Bah… no sabe lo que tiene, eres muy hermosa.
El sonrojo en sus mejillas tras aquel cumplido provocó en Terry una gran ternura, y antes de detenerse con sus halagos continuó con ellos.
—Eres tímida, te sonrojaste por lo que te dije. Pero es cierto, eres muy hermosa. Es verdad me gusta ser directo, andar sin rodeos… eres por lejos la mujer más bonita entre todas estas mujeres.
—Gracias, sé que lo haces para hacerme sentir mejor. Pero con el vino ha sido suficiente para mejorar mi ánimo.
—¿Qué hacías cuando sonó la alarma de incendios? —preguntó Terry.
—Oh, no de ningún modo podría decírtelo —se puso roja como un tomate.
A Terry no le tomó mucho tiempo deducir lo que ella se negaba a revelar, y tras unos segundos comenzó a reírse con sonoras carcajadas. Ella no pudo evitar contagiarse de la risa sonora y desinhibida de él y comenzó también a reírse. Y aún con el sonrojo, sacó de su bolsillo el pequeño Satisfyer última generación con el que pretendía consolarse esa y las subsiguientes noches a solas en París. Encogiéndose de hombros lo devolvió a su bolsillo, y continuaron riendo.
El vino se había terminado y Terry divisó un café bastante cerca de donde estaban, entonces la invitó para que continuaran hablando en ese lugar.
—Estás en bata de baño… y debo confesar que debajo de este abrigo solo hay un camisón de dormir —se excusó ella.
—¡Que importa estamos en París!
—Está bien… pero antes debemos presentarnos formalmente. Yo soy Candice, pero puedes llamarme Candy.
—Yo soy Terence, pero puedes llamarme Terry.
Comenzaron a caminar en dirección al café y continuaron con la charla.
—Y a qué te dedicas Terry.
—Soy curador de arte, estoy aquí porque vine a ver unas obras que llevaremos con mi galería a Nueva York.
—En serio, curador, acaso los curadores no son por lo general, mmm... cómo decirlo…
—¡Gays! —completó la frase, lo que hizo que Candy soltara una carcajada.
—Pues te equivocas en mi caso, de hecho, se me ocurren muchas maneras de demostrarte lo contrario.
El color en las mejillas de Candy volvió a cambiar de una pálido a un rojo encendido inmediatamente. No podía negarlo a ella también se le ocurrieron diversas formas de que él le demostrará su virilidad. Era un hombre realmente atractivo. Muy alto, ella apenas le alcanzaba hasta los hombros, era fuerte, de cabello castaño largo, lacio y lustroso, y unos ojos azules impactantes. Con mucho gusto, ella lo dejaría demostrarle todo de lo que era capaz.
La noche era fresca, estaba comenzando el otoño, y ninguno de los dos deseaba quedarse en medio de la calle esperando a que la normalidad se restableciera en el hotel. Así que se dedicaron al menos por casi dos horas a hablar y hablar. El paso de los minutos les daba más de que conversar y representó un verdadero alivio para cada uno poder tener aquel momento tan agradable.
Al cabo de un rato, uno de los conserjes se acercó a ellos para informarles que todo estaba resuelto y que podían regresar a sus habitaciones. Esperaron una media hora más, porque a Terry le pareció molesto que se enfrentarán al atoramiento de los ascensores y todo el bullicio del resto de los huéspedes intentando volver a sus cuartos. Así que con toda tranquilidad terminaron la botella de vino que habían ordenado, y regresaron con calma.
—Quieres acompañarme, le preguntó él con caballerosidad cuando ingresaron al elevador —puedo pedir champaña y podemos seguir conversando en mi suite.
Candy lo dudó por unos segundos, la proposición de Terry era atrevida, pero también muy excitante.
—Sí —dijo trémula, sorprendida de sí misma, al parecer sus labios respondieron más rápido que sus meditaciones.
Él le sonrió con los ojos llenos de picardía, le encantaba la idea de que lo acompañara, en ese momento agradeció no haber llamado a Astrid, una amiga con derechos que solía llamar cuando iba a París por trabajo. Era una latina que le encantaba, y con quien solía tener sexo salvaje y despreocupado, pero el inconveniente del hotel evitó que la llamara y estaba feliz por no haberlo hecho.
Cuando entraron a la suite, Candy no fue tímida y dio un recorrido admirando el lujo y la comodidad de los cuartos. Miró la enorme cama de soslayo, y sintió como su vientre palpitaba sólo de imaginarse estando allí desnuda con él.
—Pediré champán —le anunció Terry mientras se acercaba al teléfono.
Luego de hacer la llamada, se acercó peligrosamente a ella, la miró directamente a los ojos y con una sonrisa le preguntó.
—A dónde está ese aparato que pensabas usar esta noche.
Ella movió su mano hasta el bolsillo y se lo mostró, él volvió a sonreír, ahora con lascivia. Se acercó a su oído, apartando el cabello, y le susurró: Quieres usar esto, o prefieres mi boca… luego le dio un leve mordisco al lóbulo de la oreja. Ella se estremeció por el contacto tan atrevido. Apenas pudo musitar temblorosa: prefiero probar tu boca. En ese momento Candy sintió como se humedecían sus bragas, y su vientre volvía a palpitar por la anticipación. Terry la pegó a él y pudo sentir el punzante sexo erecto, lo deseo de forma inmediata. Candy comenzaba a necesitarlo, anhelaba que él la tomará toda y a cada segundo se atizaba su deseo.
—Te deseo y quiero hacer el amor contigo, me permites —volvió a hablarle al oído.
—¿Qué? —le preguntó ella aturdida… si es que ella misma no desea otra cosa más que la posea.
—Que quiero tu consentimiento para hacerte el amor —repitió él pero ahora muy cerca de los labios de ella, atreviéndose ahora a besar solo el labio inferior de ella mordisqueando con suavidad.
Con voz lánguida y totalmente abandonada a él, Candy le contestó que sí, que tiene su consentimiento para hacer con ella lo que quiera. Su voz y sus gestos seductores la tenían encendida y no podía más que anhelarlo.
—Entonces no necesitamos esto —le dijo él quitándole el consolador que ella tenía todavía en su mano y dejándolo en una mesita de noche, para luego envolverla con sus brazos y besarla con posesión y apasionadamente, mientras le quitaba el abrigo y descubre bajo este la bata de seda de dormir.
Sin dejar de besarla la levantó y la llevó hasta la cama, dejando medio cuerpo fuera de está, halándola con cuidado, para acomodar sus caderas en la orilla, abriendo sus piernas y arrodillándose frente a ella, justo en medio, grácil las dabre para colocarse en medio. Ella hace un movimiento para verlo, y él le pide que vuelva a tenderse, que no se arrepentirá. Terry sube la bata dejando expuestas las bragas, y comienza a deslizarlas hacia abajo, retirándolas por completo. Dejando expuesto y a su disposición el hermoso capullo femenino. Acercó su boca y le da un dulce primer beso, luego con dedos delicados abre sus pliegues y deja al descubierto el clítoris, que está hinchado y listo para recibir las caricias que con su lengua comienza a darle a continuación. Candy se arquea e intenta nuevamente incorporarse al primer contacto, pero se rinde ante las placenteras sensaciones que la invaden con cada jugueteo de la lengua de Terry sobre su pequeño botón de placer. Estremecida, gime y le pide que no pare. Él sonríe complacido, y sube hasta estar rostro con rostro y la besa posesivo, mientras una de sus manos sigue frotando maliciosamente.
—¿Soy mejor que ese aparato? —le pregunta descaradamente.
—Sí, sí —le responde ella desesperada arrebatada por el placer.
Con habilidad pasmosa, Terry la desnuda completamente, descubriendo que ella no llevaba brasier, se enloquece con la visión de los pechos blancos, lechosos, y firmes, y su boca ahora arremete contra los botones rosados que son sus pezones, chupándolos sin piedad uno y otro, sin que la mano abandone el clítoris, decidido como estaba a otorgarle todo el placer que ella le pide con sus jadeos. Candy se retuerce en la cama y gime mientras aquel desconocido juega con su cuerpo y ella se lo permite. Una y otra vez abre sus piernas y arquea su espalda invitándole a proseguir y él la complace hasta llevarla a un intenso y furioso orgasmo. Terry la ha devorado con auténtica devoción hasta hacerla gritar en un absoluto gozo.
De pronto el timbre de la puerta los sorprende y él es el único capaz de escucharlo. Le dice que regresará en seguida que debe ser el champán. Antes de abrir, Terry tiene el cuidado de cerrar la puerta del cuarto, donde ella permanece desnuda aún convulsionando por los espasmos del clímax.
Él con prontitud recibe el servicio y despacha al botones, además de champán ha recibido una caja de condones. Presuroso sirve la bebida en dos copas y regresa al cuarto, a donde ella lo espera ahora cubierta con las sábanas.
—Champán señorita —le dice acercándole una copa.
Ambos beben unos cuantos sorbos, pero él está ansioso, la desea ardientemente y retira con suavidad la copa de las pequeñas manos de Candy para colocarlas a un lado y vuelve a besarla.
Desnuda y expuesta totalmente a él, la besa una y otra vez. Con habilidad él también se queda desnudo, y por primera vez en la noche ella puede apreciar al hombre con el que se está acostando. Terry es un adonis, además de alto, posee un cuerpo perfectamente trabajado en el gimnasio, definido, fuertes y musculosos brazos, piernas firmes, abdomen plano y definido, es perfecto y hermoso, es un sueño, y ella acaba de enloquecer por lujuria y por deseo…
Su boca baja por sus pechos una vez más. Se entretiene en sus pezones hasta endurecerlos de nuevo y después utiliza sus dedos para excitarlos. Su recorrido sigue bajando hasta llegar al ombligo y sus respiraciones están completamente aceleradas. Él vuelve con su boca a la vagina, la besa y le abre más las piernas. Sus dedos juegan en su hendidura y siente que resbalan por la humedad. Su boca vuelve a posarse en el clítoris, lo chupa, lo succiona y ella no puede más que jadear mientras le abre sus piernas totalmente para que Terry tome todo lo que quiera de ella.
—Estás tan húmeda y deliciosa —le susurra apoderándose de sus labios luego.
Tras decir aquello, él se aleja de ella, para estimular su miembro y colocarse el condón. Candy respira agitada, da un salto al escuchar el paquete de aluminio desgarrado.
Terry vuelve al lado de Candy y dobla con delicadeza sus piernas y separa las rodillas… se posa en su sexo en busca de su hinchado clítoris. Lo mordisquea y ella grita. Lo estimula con la lengua y ella jadea. Candy puede sentir que de nuevo toma ese pequeño botón entre sus dientes y tira de él. Entre sus dientes, le acaricia con la lengua y ella no puede más que gritar la está volviendo loca. Se arquea, gime enloquecida y abre más las piernas. Su juego le gusta y le excita. Desea más y él no se lo niega, porque también está en el paroxismo del deseo, ella es hermosa, la siente exquisita y muere por entrar en ella.
—¿Candy, has sentido placer? —le pregunta al oído.
—Sí… responde ella lánguida.
—Ahora sentirás mucho más…
Candy siente que se quema, que esa promesa le incendia el cuerpo totalmente.
Sin decir más, Terry se pone de rodillas sobre la cama, y le sujeta las caderas con las manos y de una sola estocada la penetra con todas sus fuerzas, hasta el fondo… Candy grita al sentir tal contundencia, tiene la sensación de que su pene la ha invadido totalmente, que no queda espacio alguno dentro de ella... mientras él comienza a moverse dentro, fuera una y otra vez, entrando y saliendo de forma frenética... una, dos, tres veces… ella siente que se parte en dos de puro placer.
—¿Te gusta?
—Sí, sí no pares…
Y él no para, le da todo cuanto ella desea. Candy escucha sus gruñidos, su respiración entrecortada, y es víctima placentera de toda su fuerza, del vigor desbordante del hermoso hombre que la hace suya y provoca sus gritos. Terry le aprieta las caderas, y ella abre más sus piernas para él. Goza a plenitud la posesión que él hace de ella. Su cuerpo grande y musculoso la aprisionan totalmente, pero ella no puede quejarse, está en otro plano, el disfrute es absoluto, su cuerpo se quema, el calor la invade, así como los espasmos, está a punto de llegar al clímax otra vez… Candy cierra los ojos, y se entrega al orgasmo, uno que le arrebata los sentidos y la hace sentir fuera de este mundo… él gruñe también, se ha corrido, luego se inclina sobre ella y, tras una salvaje embestida final, gruñe nuevamente de satisfacción. Ambos se quedan inmóviles por largos segundos. Con la respiración aún entrecortada se separa de ella de a poco, pero antes le da un beso fuerte y posesivo, jugando con su lengua dentro de su boca sin inhibiciones.
Candy se siente laxa y adolorida por la penetración tan profunda, jamás nadie le había hecho el amor así, no puede evitar hacer comparaciones, siendo sincera con ella misma, sólo ha sido de un hombre, de Archie, quien además días antes le ha roto el corazón al negarse a acompañarla a París para el simposio al que asiste en nombre de la farmacéutica para la que trabaja.
Vuelve a sentir los brazos fuertes de Terry que la abrazan.
—Estás bien —le pregunta.
—Sí, muy bien —le asegura mientras es ella quien busca sus labios para besarlo.
—¡Quiero ducharme! Ven —él la tomó de la mano y la llevó tras él. Están desnudos y ella que se queda atrás puede apreciar su contundente y redondo trasero.
¡Dios es perfecto! piensa mientras se muerde los labios.
Dócilmente ella lo sigue hasta la enorme ducha, él abre el agua y entran juntos para recibirla. Ahí permanecen un largo rato solo disfrutando del agua, abrazados. Ninguno se imagina el desconcierto que crece en el otro, la inesperada atracción que experimentan. Se sienten tan a gusto el uno con el otro. Él busca sus labios y consigue en ella una boca ávida de sus besos.
—Si te beso otra vez, tendré que hacerte el amor de nuevo —le dice con atrevimiento mirándola a los ojos.
—Hazlo Terry.
—¿Qué me has pedido, pequeña?
—Que me hagas de nuevo el amor. Como tú quieras.
—¡Oh, eres perfecta!
Terry cerró la ducha y la tomó en volandas hasta llevarla a la cama y ponerla en ella de nuevo.
—Date la vuelta —le ordenó, y ella sin decir una palabra le obedeció.
Candy tiembla al escuchar de nuevo el aluminio del condón rasgarse, de pronto la cama se hunde, él está arrodillado tras ella, besa sus glúteos, la toma con firmeza para alzar sus caderas, luego atrae unas almohadas y las coloca bajo ella, se acerca a su oído y le susurra… soy muy grande espero no lastimarte, ella enloquece con esa declaración… sí que es muy grande ya ella lo sabe, y lo anhela.
Candy cierra los ojos y se abandona al placer, él está de nuevo estimulando su interior, torturándola entre sus pliegues, acariciando su clítoris, encendiéndola.
—Estás húmeda para mí —dice él apenas audible, hundiéndose una vez más de una sola arremetida.
Terry cambia el ritmo de las embestidas y ella grita, si creía haberlo sentido por completo la vez anterior, ahora siente que su pene la desgarra por dentro, se deshace de placer… él entra y sale de ella sin piedad, mientras que con su mano sigue estimulando, pellizcando pezones, el placer es total. Tras una embestida brutal, saca su pene, y le da vuelta, ahora está encima de ella mirándola, deleitándose con el placer que le provoca, ella se pierde en la azul mirada, lo toma del cabello y se restriega contra él… cuando no puede más clava sus uñas en sus brazos y grita liberándose en un potente orgasmo al tiempo que él también se libera. Él se tiende a su lado, mientras trata de recuperar el aliento, y siente que sus piernas tiemblan sin poder controlarlo. Se abrazan y se besan segundos después. Han tenido sexo en estado puro, han tocado juntos las puertas del cielo.
Esa noche volvieron a hacer el amor una vez más. Era algo adictivo, apenas conciliaron el sueño entrada la madrugada. A la mañana siguiente, él fue el primero en despertar. Sin hacer ruido, se duchó, se vistió y la dejó dormir. Deseó despertarla y volver hacerla suya, pero tenía poco tiempo antes de su primera reunión de ese día. Antes de marcharse le dejó una nota en la almohada.
Varias horas después Candy despertó. Necesitó varios segundos para entender que no estaba en su habitación, y recordar todo lo ocurrido en esa misma cama en la que descansaba. Cerró los ojos y se cubrió el rostro con las manos, no podía creer lo ocurrido, se había comportado como una verdadera descarada. Se preguntó a donde estaría él y apenas se reincorporó en cama vio la nota. Desdobló la hoja y leyó:
Buenos días, disculpa tuve que irme. Pide un buen desayuno, y date una ducha si quieres.
Estaré en el Orly (galeria) toda la mañana. Candy sólo si lo deseas podemos almorzar juntos en el bistró que queda justo al frente. Si no vienes lo entenderé, pero si, por el contrario, aceptas, estaré allí a la una de la tarde. Luego daremos un paseo por el Sena, y sí aún te agrado te invito a repetir lo que pasó anoche. Olvida al estúpido novio que te hace llorar, yo quiero conocerte.
Terence Granchester.
Sígue en parte II
Última edición por LizziVillers el Jue Abr 27, 2023 7:46 pm, editado 2 veces