Viene de parte IV
Terry sonrió lentamente cuando despertó y la sintió a su lado. No se imaginaba haciendo aquello con nadie más. No se imaginaba mirando a ninguna otra chica de la forma en la que él la miraba a ella. ¿Estaba enamorado? Finalmente, por primera vez enamorado, no lo sabía. Pero se sentía muy bien despertar y que aquel hermoso rostro fuera lo primero que viera en la mañana. Nunca había deseado tanto a nadie. Nunca había tenido a otra persona pegada así y había sentido la necesidad de que estuviese aún más cerca. La deseaba más que el miedo que le daba perderla. Dejó escapar el aire que había estado conteniendo en sus pulmones en un suspiro profundo, y se levantó cuidando de no despertarla. Fue hasta el baño y cuando salió llamó a conserjería para pedir el desayuno a la habitación. No sabía que podría apetecerle a ella, así que pidió de todo un poco, croissants, frutas, huevos, algunos embutidos, quesos, jugo de naranja, té, café. Se aseguró de que lo subieran en una hora. Luego se acercó la cama, y rió divertido al ver el pequeño pie de Candy que se escapaba de las sábanas con las que estaba cubierta. Maldita sea estoy perdido, pensó.
Hasta este momento Terry ignoraba que se podría llegar a conocer a alguien a través de la piel, del deseo, del sexo y del placer. Siempre pensó que el amor debía de comenzar de otra forma, la más convencional, conocer a alguien, salir y enamorarse, sexo. Pero ellos habían pasado de conocerse apenas al sexo, uno excitante y muy placentero a algo más que él no sabía definir, pero se parecía mucho a lo que todos llamaban amor.
La acariciaba con la mirada, pero deseaba más tocarla, probarla, hundirse en ella. Candy era más que un paréntesis en su vida, estaba seguro, y eso le aterraba. Sin poder contenerse más, se subió a la cama, se quitó el pantalón del pijama quedando sólo en bóxer, y comenzó a acariciarla, desde los tobillos, subiendo por sus piernas, muslos, ombligo, abdomen, sus senos, su hermoso y delicado cuello. Ella despertó bajo el asombro de aquella incursión de caricias mirándolo a los ojos, con aquellos luceros color jade muy abiertos, resplandecientes y cristalinos. Le rodeó la cintura con las piernas, y le dio todo el acceso a su viril miembro duro y erecto, ella se arqueo en respuesta a la profunda penetración. Candy no dejaba de detallar la expresión de él mientras se hundía en ella, gimiendo con la fuerza de cada empuje, era tan intenso que ella sintió la necesidad de aferrarse con su boca, con sus dientes en uno de los anchos hombros de Terry, mientras además clavaba sus uñas en su espalda. El placer abrazándolos a la vez y gemidos ahogados por besos. Terminando con las piernas enredadas y el cansancio envolviéndolos, con todas esas palabras atascadas en la garganta que ninguno de los dos se atrevió a pronunciar.
—Buenos días, te ves hermosa —Candy estaba totalmente sonrojada y la cabellera revuelta. —pedí el desayuno, vendrá pronto.
—Gracias.
El teléfono de Candy comenzó a sonar en el justo momento en que ella se acercaba a Terry para besarlo en los labios. Se quedó congelada esperando a que el aparato se callara, pero no sucedió. Continuaba vibrando una y otra vez insistentemente, ella bajó la mirada avergonzada. Él le tomó la barbilla y le dio un beso en la frente.
—Contesta.
Candy tomó el aparato, miró la pantalla, y se lo mostró a Terry.
—Es Karen, la esposa de William.
—Contesta, por mí no te preocupes, iré a darme una ducha.
Candy suspiró, y atendió la llamada. Mientras lo hacía se movió por la habitación buscando una bata, halló una en el sofá, se vistió con ella, y salió a la terraza para hablar en privado.
—Candy, me escuchas...
—Hola Karen, te escucho.
—Linda ¿estás bien?
—Claro que estoy bien. ¿William te mandó a llamarme?
Para Candy era muy evidente que aquella llamada de su cuñada era un recurso de William para convencerla de volver a Chicago. Candy amaba y respetaba a Karen, como a una hermana y era reciproco el cariño, Karen también la quería genuinamente.
—Él sólo está preocupado por ti, es todo Candy. No conocemos a ese hombre, o más bien conocemos lo suficiente para intuir que no terminará bien nada de lo que puedas tener con él. Sea lo que esto sea. Soy mujer, y sé distinguir a un hombre guapo, no porque esté casada con tu hermano significa que no sepa apreciar a un hombre apuesto. Convengo que Terence Granchester es deslumbrante, es rico y educado. Pero no se compromete con nadie querida, conozco al menos cinco mujeres que se relacionaron con él: actrices, modelos, socialités... y todas terminaron con el corazón roto. No es lo que tu hermano, ni yo deseamos para ti. No nos molesta que hayas terminado con Archie, francamente sabía que eso ocurriría de un momento a otro. Pero cariño, tener una aventura con Terence Granchester es una locura. Sólo se divierte contigo.
—¿Y si yo también me divierto con él? —dijo Candy.
Karen guardó silencio sorprendida, sin saber qué decir.
—Por Dios cariño, ese hombre debe estar dándote el mejor sexo de tu vida... por eso hablas así, como si fueras otra Candy.
—¡Así es, el mejor que pude sospechar jamás! —Candy no podía creer que fue capaz de afirmar tal cosa. Se desconocía.
—¿Entonces cuándo regresarás a Chicago?
—Al decir verdad, pensaba regresar hoy, pero me cansé de comportarme como la hermanita obediente de William Albert Ardlay. Iré con Terry a Londres, regresaré el domingo.
—Candy, está visto que estas obcecada...
—No estoy obcecada, quiero estar con él, por qué no puedes entenderme Karen, al menos tú deberías entenderme.
—Sólo espero que no te lastime. Esto es muy serio Candice, William está decidido a no dejarte volver a la familia si persistes en tu capricho.
—No es un capricho.
—Entonces demuestra ser la muchacha sensata que siempre has sido y regresa en el vuelo más próximo a Chicago.
—No lo haré.
—Veo que no hay nada más que decir. Sabes que cuentas conmigo, pero en esto yo tampoco puedo apoyarte. Si cambias de opinión y espero que lo hagas, toma el próximo vuelo y regresa a casa. Adiós, cariño.
Terry salió del baño y la buscó por toda la habitación. La encontró derrumbada en uno de los mubles de la terraza, se acercó a ella, y se acuclilló para preguntarle qué ocurría. Ella lo miró fijamente sintiéndose afligida.
—Era la esposa de William. No podré regresar a la familia si me quedo contigo.
Terry le tomó las manos con dulzura, y luego le acarició el rostro conteniendo el aliento.
—Entonces te llevaré al aeropuerto... no es lo que quiero, pero no es mi intención que te pelees con tu familia por mi causa. Te acompañaré a conseguir un vuelo. Ahora, vayamos a comer, llegó el desayuno y se enfría.
—Puedo darme un baño antes.
—Claro, yo me vestiré mientras te bañas.
Terry la ayudó a ponerse en pie y entraron a la habitación. Por dentro se cuestionaba su falta de valor, su incapacidad para decirle que comenzaba a sentir por ella algo más que atracción. Darle la seguridad que ella necesitaba para decidir por él. Ensimismado, dando vueltas sobre la misma pregunta ¿Qué significa esto? Pasó el tiempo que se tomaron para desayunar y alistar el equipaje. Antes de salir del cuarto, a punto de cruzar la puerta, Candy se sintió abrumada, no podía contenerse más.
—No dirás nada...
—Dime, ¿qué hago…? No tengo nada que ofrecerte, soy el peor maldito, es cierto, tu familia tiene razón nunca he tenido una relación seria. No sé cómo hacerlo. No puedo pedirte de nuevo que te quedes si está en peligro tu estabilidad, tu familia, lo que conoces. No puedo hacerte esto.
—Y si yo quiero arriesgarme...
—A qué. Créeme no vale la pena que arriesgues a tu familia por un fin de semana conmigo.
—Entonces es todo. Aquí termina todo. Nada de lo que ocurrió tiene significado para ti.
—¿Qué dices? —Terry acunó el rostro de Candy, mirándola fijamente. —Significó más de lo que un maldito como yo puede esperar.
Y entonces Candy se puso en puntitas y alcanzó sus labios besándolo con rabia, con anhelo, rodeando su cuello varonil. Terry jadeó al rozar su lengua con la lengua de ella, al ser besado como si no existiese mañana. Candy lo quería todo de él y se lo demostraba con ese pasional beso.
Terry rompió el contacto. Respiró bruscamente mientras sus manos acogían de nuevo el rostro de ella y sus ojos cerúleos se clavaban en los ojos de Candy. Parecía perdido, aunque se sentía más vivo que nunca. Estaba asustado y eufórico, algo desorientado.
—Vámonos de aquí Candy, vámonos a Londres —le sujetó fuerte la mano, de forma posesiva y caminaron hasta el ascensor.
Esa misma noche en Londres...
A diferencia de París, Terry conducía su propio auto y se alojaban en un departamento de su propiedad. Esa misma noche tenían un evento social con la familia Granchester. Terry revisaba correos electrónicos atrasados, cuando ella finalmente salió del cuarto de baño, él alzó la mirada de la laptop, volvió a bajarla y la levantó de nuevo como si no la hubiese visto nunca. Sus ojos azules se deslizaron lentamente por el diminuto pero sensual cuerpo de Candy, perplejo dejó el computador a un lado y se acercó peligrosamente a ella.
—¿Qué, no te gusta? —preguntó ella con inocencia.
—Estás loca... me fascina, te ves hermosa. Quisiera quitártelo y hacerte el amor ahora mismo.
—¡Ay, Terry! ¿En verdad te gusta? lo llevé a París para la gala del congreso, pero nunca lo usé. —Candy daba vueltas mostrándole el vestido a Terry y este la veía embelesado. Era un vestido largo negro, ajustado perfectamente a su cuerpo, con un discreto escote en la espalda. —espero que no sea demasiado para la ocasión.
—No, estás perfecta. Es una reunión de trabajo, sólo que desde algún tiempo a mi tío se le ocurrió la brillante idea de convertirla en una cena familiar. Habrá una junta a puertas cerradas, sólo los directivos de la compañía. Y en un salón continuo estará el resto de la familia en un coctel, después cenamos.
Aquel panorama no resultaba muy alentador para Candy, pero ella no era una mujer tímida confiaba en su buen carácter para poderse adaptar a la situación. Un rato más tarde llegaron a una hermosa mansión a las afueras de Londres. A Candy no la alarmaba el lujo y la opulencia, aunque ella era una muchacha de espíritu sencillo, su familia era una de las más ricas de Chicago, y quizá de Estados Unidos. Así que ese ambiente de riqueza no le era ajeno. Sin embargo, había algo de ceremonioso en el comportamiento de los sirvientes, los primeros en recibirlos y luego de las primeras personas que saludaron.
—¿Por qué te tratan así? Eres como un Dios en este lugar —le dijo Candy divertida.
—¿Será porque soy el hijo de un duque?
—¿Qué? Es en serio... a qué te refieres... ¿eres de la realeza?
—Algo así, la palabra correcta es aristocracia, somos de la vieja aristocracia inglesa.
—Por qué no me lo dijiste antes, no sé... antes de invitarme a Londres por ejemplo.
—No se lo digo a nadie, de hecho, no es algo que menciono. Sólo pocas personas en el trabajo saben porque es algo que no puedo ocultarles a mis allegados en la compañía en Nueva York. Es innecesario mencionarlo. Soy un noble rebelde. Vayamos a saludar a mis primos.
Terry caminó por el medio de un gran salón con Candy tomada de su brazo levantando las miradas de todos los que estaban presentes. Nadie en ese lugar podía creer que el hijo contumaz del duque de Granchester había asistido a la reunión acompañado de una mujer. Se acercaron a un pequeño grupo que tomaba champán y conversaban, Terry los saludó a todos con distancia menos a uno de ellos, a quien abrazó largamente.
—¡Charles!
—¡Terry! Quieres decirme quién es la mujer que te acompaña, es bellísima —Charles no perdió oportunidad de decirle al oído mientras se abrazaban.
Los hombres se separaron y Terry procedió a presentar a Candy.
—Disculpen, ella es Candice Ardlay —dijo a todos sin dar ninguna otra explicación.
Todos se acercaron para saludarla y también presentarse, luego apartados del resto, Terry seguía abrazando al joven por el hombro y en mayor intimidad comentó.
—Candy, él es mi primo Charles, fuimos juntos al colegio, a Eton, cabalgamos juntos, jugamos rugby juntos, en fin, es como un hermano para mí.
—Hola Charles, es un placer conocerte.
—¿Eres americana?
—Sí, soy de Chicago.
—¿Y a dónde conociste a este rufián?
—Ok ya es suficiente —Terry no permitió que Candy se explayara en explicaciones y la tomó por el codo para llevarla a otro lado del salón. —Nos vemos en un rato, la llevaré a conocer al resto —dijo Terry mientras se alejaban.
—¿Por qué hiciste eso?
—Después lo entenderás... te llevaré con mi prima favorita, Elizabeth, quiero que te quedes con ella mientras estoy en la junta, es muy simpática. La única además de Charles que me agrada de mi familia.
—Terry, qué cosas dices —le reprendió Candy.
Antes de que continuaran su recorrido ella le pidió un tiempo para ir al tocador. Con la cortesía que lo caracterizaba él la acompañó hasta el pasillo de los baños y le indicó a donde quedaban, él la esperaría allí. En el privado Candy escuchó la conversación que traían dos mujeres que entraron también al baño de damas, le tomó pocos minutos para darse cuenta de que hablaban de ella.
—¿Viste de diseñador?
—Creo que sí. Es muy bonita, pero es muy distinta a las mujeres con las que suele salir.
—Pero es primera vez que trae a una mujer a estas reuniones. Será que tiene algo serio con ella.
—No, cómo se te ocurre, es la chica de turno, seguro la trajo con algún propósito, apuesto a que, para engañar a Eleanor, hacerle creer que asentara cabeza, como tanto se lo piden.
—Terry es un mujeriego consumado. No va a cambiar jamás.
Estos comentarios agriaron el humor de Candy, tanto que sintió ganas de salir corriendo del lugar y abandonar a Terry ahí mismo, sin darle ni siquiera explicaciones, se sentía de alguna forma humillada, la indefinición entre ellos comenzaba a molestarla. Salió del privado cuando estuvo segura de que estas mujeres se habían marchado. Terry la esperó y la recibió con una ingenua sonrisa, y le pidió que retomaran la búsqueda de Elizabeth porque la reunión pronto iba a comenzar.
—¿Me presentarás con tus padres?
—Por qué me preguntas eso. Claro que lo haré, pero ellos no han bajado de sus habitaciones.
—¿Esta es la casa de tus padres? —dijo Candy con asombro.
—Sí, esta es mi casa, bueno ya no vivo aquí, pero aquí crecí.
Candy se sintió más aliviada. Después de todo no era el cretino que esas mujeres describieron en el baño si estaba dispuesto a presentarle a sus padres. Él apoyó su mano sobre su espalda y caminaron hasta una hermosa terraza ahí finalmente encontraron a Elizabeth. La muchacha era casi de la edad de Candy, y tal como él la había descrito se comportó de forma muy simpática con ella. Los tres mantuvieron una conversación agradable, y ambos primos se comportaban de forma cómplice.
—Elizabeth por favor cuida a Candy mientras estoy en la junta.
—Ay no tienes que pedirlo... no me apartaré de ella.
Mientras seguían charlando un hombre con levita se acercó a ellos. De forma ceremonial se dirigió a Terry anunciándole que sus padres ya estaban en la sala de reuniones, que debía pasar de inmediato, al igual que los otros miembros de la junta. Terry aclaró que iría en seguida y antes de marcharse se acercó a Candy para tomar su mano y depositar un beso en ellas.
—Tengo que irme, el bendito deber me llama.
—Estaré bien.
En las siguientes dos horas, mientras se desarrollaba la tensa reunión a puertas cerrada, Candy departía con Elizabeth, y minutos más tarde se acercó Charles también a ellas. A diferencia de Terry y otros de sus primos, Charles no estaba relacionado con la compañía familiar. Él se dedicaba a la medicina, y siendo Candy ingeniera farmacéutica los dos hallaron muchos temas en común de qué hablar. Los tres parecían haber encontrado refugio apartados del resto de las mujeres, Candy intuyó que seguramente esposas de los primos de Terry, y otros miembros más jóvenes que por edad seguramente tampoco participaban. Elizabeth, se mostró muy discreta a la hora de hacer preguntas.
Candy pudo apreciar de inmediato que aquella muchacha también era una rebelde y que poco se ajustaba a las limitantes normas sociales de la nobleza. Quizá por ello se la llevaba tan bien con Terry. Charles también parecía muy cómodo con el hecho de estar apartado de las obligaciones de estar dentro de una compañía familiar. Ambos dejaron ver que, a diferencia de Terry, por ser hijo único, por tanto, también único heredero del duque no le quedaba más remedio que ceñirse al menos en el ámbito de los negocios, estar lejos de los negocios era lo mejor. Sin embargo, recalcaban que Terry en otros aspectos se comportaba más audaz y hacía con su vida con que le venía en gana. Incluso, se atrevía a ocultar su posición dentro de una dinastía que tenía cientos de años.
La reunión por fin culminó y Terry salió ansioso por unirse a Candy. Mientras conversaba con su madre, la buscaba alzando la mirada y recorriendo el lugar.
—Me presentaras a esa muchacha con la que viniste y de la que todos hablan —le preguntaba Eleanor.
—Sí, sólo que no sé a dónde está, la dejé con Elizabeth...vayamos a la terraza, puede que estén allí.
—Búscala y tráela iré a saludar a unas personas.
Terry tomó un wshisky que le ofreció uno de los meseros y caminó a la terraza bebiéndolo. En el trayecto se entretuvo con uno de sus tíos y continuó su búsqueda. Apenas llego a la puerta que conectaba un gran salón con el jardín y la terraza, divisó su rubio cabello, pero el resto de lo que vio no le agradó en lo más mínimo, y sacando a flote su carácter iracundo, dio pasos agigantados para llegar a los muebles a donde se encontraban, Candy, Charles y Elizabeth.
—Vámonos Candice —dijo Terry con rostro desencajado y voz áspera.
—Pero Terry ni siquiera ha comenzado la cena... —intervino Charles.
—¡Nos vamos Candice!
Terry la tomó posesivamente de la mano y la sacó del salón a vista de todos. Sin decir palabra alguna. Pero era muy fácil adivinar que estaba furioso, y Candy no entendía el porqué de su actitud. Él la llevaba prácticamente a rastras hasta la entrada de la mansión. Pidió su auto al servicio de valet parking y se movía sobre sus piernas con impaciencia mientras esperaba, aún sin decir una palabra. El auto llegó, él le abrió la puerta y subió apresurado. Se mantuvieron ambos en silencio por unos minutos, hasta que Candy no lo soportó más y habló.
—Me puedes decir que fue lo que ocurrió —le pidió Candy en un tono también áspero.
—Nada, estoy cansado, eso es todo.
—Y por eso salimos de esa forma, como si algo te molestara. De hecho, estás furioso, dime qué es lo que ocurrió, porque estás así.
Terry volvió a guardar silencio, y Candy insistió en que le dijera qué ocurría. Él estacionó el auto a un lado del camino, bajó su ventanilla, y sacó de uno de los compartimientos del auto una caja de cigarrillos y encendió uno. Aspiró con fuerza. Ella no lo había visto fumar, aunque sabía que fumaba eventualmente, porque la noche en la que fue a hablar con él, y él la rechazó la habitación estaba impregnada de olor a tabaco.
—¿Por qué dejaste que Charles te tocara?
—¿Qué... de qué hablas?
—Te tocó el brazo... lo vi... se acercó a tu oído para decir algo y te tocó el brazo. ¿Qué te dijo?
—Y por eso estás molesto. Es absurdo.
—No es absurdo...
A Terry lo quemaban los celos... nuevamente los celos, los mismos que sintió cuando creyó que ella estaba con Archie.
—Él únicamente me ofrecía algo de tomar, se acercó a mi oído porque había ruido y yo no lo escuchaba. Además, apenas si se acercó, no fue que se pegó a mi oreja ni nada por el estilo.
—Pero te tocó. Conozco a Charles, es como mi hermano, le gusta coquetear, sobre todo le gusta coquetear con las mujeres con las que salgo. Y la mayoría de las veces no me importa, pero esta vez es distinto —Terry sonaba colérico.
—¿Por qué es distinto? ¿¡dime Terry porque es distinto!?
Terry se le quedó mirando, clavando sus ojos oscurecidos por la rabia en los resplandecientes ojos de Candy, en un movimiento inesperado para ella, él lanzó por la ventanilla el resto de su cigarrillo, se acercó y la sujetó por el cuello, uniendo su frente con la de ella.
—Porque me gustas demasiado, porque siento cosas por ti... —y luego la besó de forma demandante. Separándose de ella para echar el asiento hacia atrás, atraerla y colocarla en horcajadas sobre él.
—¿Qué estás…? —apenas pudo musitar Candy, cuando el comenzó a alzar su vestido, y acentuar las caricias. —Pero Terry estamos en medio de la carretera...
—Nadie viene por aquí... necesito hacértelo ahora... —apartó las bragas de Candy, para acariciarla allí, mientras ella le daba todo el acceso a su cuello para que él continuara besándola. Con habilidad pasmosa, abrió su pantalón, y entró en ella provocándole un placer indescriptible, comenzó a moverse deprisa, cada vez más rápido, profundo, y más fuerte. Terry le hacía el amor con desesperación, y en medio de ese arrebato se atrevió a pedirle lo que nunca le había pedido a nadie.
—Quédate conmigo para siempre... sé mi mujer, sólo mía.
—Sí, me quedaré contigo... —dijo Candy entre jadeos a punto de alcanzar el clímax con él.
Quédate
V Parte
V Parte
Terry sonrió lentamente cuando despertó y la sintió a su lado. No se imaginaba haciendo aquello con nadie más. No se imaginaba mirando a ninguna otra chica de la forma en la que él la miraba a ella. ¿Estaba enamorado? Finalmente, por primera vez enamorado, no lo sabía. Pero se sentía muy bien despertar y que aquel hermoso rostro fuera lo primero que viera en la mañana. Nunca había deseado tanto a nadie. Nunca había tenido a otra persona pegada así y había sentido la necesidad de que estuviese aún más cerca. La deseaba más que el miedo que le daba perderla. Dejó escapar el aire que había estado conteniendo en sus pulmones en un suspiro profundo, y se levantó cuidando de no despertarla. Fue hasta el baño y cuando salió llamó a conserjería para pedir el desayuno a la habitación. No sabía que podría apetecerle a ella, así que pidió de todo un poco, croissants, frutas, huevos, algunos embutidos, quesos, jugo de naranja, té, café. Se aseguró de que lo subieran en una hora. Luego se acercó la cama, y rió divertido al ver el pequeño pie de Candy que se escapaba de las sábanas con las que estaba cubierta. Maldita sea estoy perdido, pensó.
Hasta este momento Terry ignoraba que se podría llegar a conocer a alguien a través de la piel, del deseo, del sexo y del placer. Siempre pensó que el amor debía de comenzar de otra forma, la más convencional, conocer a alguien, salir y enamorarse, sexo. Pero ellos habían pasado de conocerse apenas al sexo, uno excitante y muy placentero a algo más que él no sabía definir, pero se parecía mucho a lo que todos llamaban amor.
La acariciaba con la mirada, pero deseaba más tocarla, probarla, hundirse en ella. Candy era más que un paréntesis en su vida, estaba seguro, y eso le aterraba. Sin poder contenerse más, se subió a la cama, se quitó el pantalón del pijama quedando sólo en bóxer, y comenzó a acariciarla, desde los tobillos, subiendo por sus piernas, muslos, ombligo, abdomen, sus senos, su hermoso y delicado cuello. Ella despertó bajo el asombro de aquella incursión de caricias mirándolo a los ojos, con aquellos luceros color jade muy abiertos, resplandecientes y cristalinos. Le rodeó la cintura con las piernas, y le dio todo el acceso a su viril miembro duro y erecto, ella se arqueo en respuesta a la profunda penetración. Candy no dejaba de detallar la expresión de él mientras se hundía en ella, gimiendo con la fuerza de cada empuje, era tan intenso que ella sintió la necesidad de aferrarse con su boca, con sus dientes en uno de los anchos hombros de Terry, mientras además clavaba sus uñas en su espalda. El placer abrazándolos a la vez y gemidos ahogados por besos. Terminando con las piernas enredadas y el cansancio envolviéndolos, con todas esas palabras atascadas en la garganta que ninguno de los dos se atrevió a pronunciar.
—Buenos días, te ves hermosa —Candy estaba totalmente sonrojada y la cabellera revuelta. —pedí el desayuno, vendrá pronto.
—Gracias.
El teléfono de Candy comenzó a sonar en el justo momento en que ella se acercaba a Terry para besarlo en los labios. Se quedó congelada esperando a que el aparato se callara, pero no sucedió. Continuaba vibrando una y otra vez insistentemente, ella bajó la mirada avergonzada. Él le tomó la barbilla y le dio un beso en la frente.
—Contesta.
Candy tomó el aparato, miró la pantalla, y se lo mostró a Terry.
—Es Karen, la esposa de William.
—Contesta, por mí no te preocupes, iré a darme una ducha.
Candy suspiró, y atendió la llamada. Mientras lo hacía se movió por la habitación buscando una bata, halló una en el sofá, se vistió con ella, y salió a la terraza para hablar en privado.
—Candy, me escuchas...
—Hola Karen, te escucho.
—Linda ¿estás bien?
—Claro que estoy bien. ¿William te mandó a llamarme?
Para Candy era muy evidente que aquella llamada de su cuñada era un recurso de William para convencerla de volver a Chicago. Candy amaba y respetaba a Karen, como a una hermana y era reciproco el cariño, Karen también la quería genuinamente.
—Él sólo está preocupado por ti, es todo Candy. No conocemos a ese hombre, o más bien conocemos lo suficiente para intuir que no terminará bien nada de lo que puedas tener con él. Sea lo que esto sea. Soy mujer, y sé distinguir a un hombre guapo, no porque esté casada con tu hermano significa que no sepa apreciar a un hombre apuesto. Convengo que Terence Granchester es deslumbrante, es rico y educado. Pero no se compromete con nadie querida, conozco al menos cinco mujeres que se relacionaron con él: actrices, modelos, socialités... y todas terminaron con el corazón roto. No es lo que tu hermano, ni yo deseamos para ti. No nos molesta que hayas terminado con Archie, francamente sabía que eso ocurriría de un momento a otro. Pero cariño, tener una aventura con Terence Granchester es una locura. Sólo se divierte contigo.
—¿Y si yo también me divierto con él? —dijo Candy.
Karen guardó silencio sorprendida, sin saber qué decir.
—Por Dios cariño, ese hombre debe estar dándote el mejor sexo de tu vida... por eso hablas así, como si fueras otra Candy.
—¡Así es, el mejor que pude sospechar jamás! —Candy no podía creer que fue capaz de afirmar tal cosa. Se desconocía.
—¿Entonces cuándo regresarás a Chicago?
—Al decir verdad, pensaba regresar hoy, pero me cansé de comportarme como la hermanita obediente de William Albert Ardlay. Iré con Terry a Londres, regresaré el domingo.
—Candy, está visto que estas obcecada...
—No estoy obcecada, quiero estar con él, por qué no puedes entenderme Karen, al menos tú deberías entenderme.
—Sólo espero que no te lastime. Esto es muy serio Candice, William está decidido a no dejarte volver a la familia si persistes en tu capricho.
—No es un capricho.
—Entonces demuestra ser la muchacha sensata que siempre has sido y regresa en el vuelo más próximo a Chicago.
—No lo haré.
—Veo que no hay nada más que decir. Sabes que cuentas conmigo, pero en esto yo tampoco puedo apoyarte. Si cambias de opinión y espero que lo hagas, toma el próximo vuelo y regresa a casa. Adiós, cariño.
Terry salió del baño y la buscó por toda la habitación. La encontró derrumbada en uno de los mubles de la terraza, se acercó a ella, y se acuclilló para preguntarle qué ocurría. Ella lo miró fijamente sintiéndose afligida.
—Era la esposa de William. No podré regresar a la familia si me quedo contigo.
Terry le tomó las manos con dulzura, y luego le acarició el rostro conteniendo el aliento.
—Entonces te llevaré al aeropuerto... no es lo que quiero, pero no es mi intención que te pelees con tu familia por mi causa. Te acompañaré a conseguir un vuelo. Ahora, vayamos a comer, llegó el desayuno y se enfría.
—Puedo darme un baño antes.
—Claro, yo me vestiré mientras te bañas.
Terry la ayudó a ponerse en pie y entraron a la habitación. Por dentro se cuestionaba su falta de valor, su incapacidad para decirle que comenzaba a sentir por ella algo más que atracción. Darle la seguridad que ella necesitaba para decidir por él. Ensimismado, dando vueltas sobre la misma pregunta ¿Qué significa esto? Pasó el tiempo que se tomaron para desayunar y alistar el equipaje. Antes de salir del cuarto, a punto de cruzar la puerta, Candy se sintió abrumada, no podía contenerse más.
—No dirás nada...
—Dime, ¿qué hago…? No tengo nada que ofrecerte, soy el peor maldito, es cierto, tu familia tiene razón nunca he tenido una relación seria. No sé cómo hacerlo. No puedo pedirte de nuevo que te quedes si está en peligro tu estabilidad, tu familia, lo que conoces. No puedo hacerte esto.
—Y si yo quiero arriesgarme...
—A qué. Créeme no vale la pena que arriesgues a tu familia por un fin de semana conmigo.
—Entonces es todo. Aquí termina todo. Nada de lo que ocurrió tiene significado para ti.
—¿Qué dices? —Terry acunó el rostro de Candy, mirándola fijamente. —Significó más de lo que un maldito como yo puede esperar.
Y entonces Candy se puso en puntitas y alcanzó sus labios besándolo con rabia, con anhelo, rodeando su cuello varonil. Terry jadeó al rozar su lengua con la lengua de ella, al ser besado como si no existiese mañana. Candy lo quería todo de él y se lo demostraba con ese pasional beso.
Terry rompió el contacto. Respiró bruscamente mientras sus manos acogían de nuevo el rostro de ella y sus ojos cerúleos se clavaban en los ojos de Candy. Parecía perdido, aunque se sentía más vivo que nunca. Estaba asustado y eufórico, algo desorientado.
—Vámonos de aquí Candy, vámonos a Londres —le sujetó fuerte la mano, de forma posesiva y caminaron hasta el ascensor.
Esa misma noche en Londres...
A diferencia de París, Terry conducía su propio auto y se alojaban en un departamento de su propiedad. Esa misma noche tenían un evento social con la familia Granchester. Terry revisaba correos electrónicos atrasados, cuando ella finalmente salió del cuarto de baño, él alzó la mirada de la laptop, volvió a bajarla y la levantó de nuevo como si no la hubiese visto nunca. Sus ojos azules se deslizaron lentamente por el diminuto pero sensual cuerpo de Candy, perplejo dejó el computador a un lado y se acercó peligrosamente a ella.
—¿Qué, no te gusta? —preguntó ella con inocencia.
—Estás loca... me fascina, te ves hermosa. Quisiera quitártelo y hacerte el amor ahora mismo.
—¡Ay, Terry! ¿En verdad te gusta? lo llevé a París para la gala del congreso, pero nunca lo usé. —Candy daba vueltas mostrándole el vestido a Terry y este la veía embelesado. Era un vestido largo negro, ajustado perfectamente a su cuerpo, con un discreto escote en la espalda. —espero que no sea demasiado para la ocasión.
—No, estás perfecta. Es una reunión de trabajo, sólo que desde algún tiempo a mi tío se le ocurrió la brillante idea de convertirla en una cena familiar. Habrá una junta a puertas cerradas, sólo los directivos de la compañía. Y en un salón continuo estará el resto de la familia en un coctel, después cenamos.
Aquel panorama no resultaba muy alentador para Candy, pero ella no era una mujer tímida confiaba en su buen carácter para poderse adaptar a la situación. Un rato más tarde llegaron a una hermosa mansión a las afueras de Londres. A Candy no la alarmaba el lujo y la opulencia, aunque ella era una muchacha de espíritu sencillo, su familia era una de las más ricas de Chicago, y quizá de Estados Unidos. Así que ese ambiente de riqueza no le era ajeno. Sin embargo, había algo de ceremonioso en el comportamiento de los sirvientes, los primeros en recibirlos y luego de las primeras personas que saludaron.
—¿Por qué te tratan así? Eres como un Dios en este lugar —le dijo Candy divertida.
—¿Será porque soy el hijo de un duque?
—¿Qué? Es en serio... a qué te refieres... ¿eres de la realeza?
—Algo así, la palabra correcta es aristocracia, somos de la vieja aristocracia inglesa.
—Por qué no me lo dijiste antes, no sé... antes de invitarme a Londres por ejemplo.
—No se lo digo a nadie, de hecho, no es algo que menciono. Sólo pocas personas en el trabajo saben porque es algo que no puedo ocultarles a mis allegados en la compañía en Nueva York. Es innecesario mencionarlo. Soy un noble rebelde. Vayamos a saludar a mis primos.
Terry caminó por el medio de un gran salón con Candy tomada de su brazo levantando las miradas de todos los que estaban presentes. Nadie en ese lugar podía creer que el hijo contumaz del duque de Granchester había asistido a la reunión acompañado de una mujer. Se acercaron a un pequeño grupo que tomaba champán y conversaban, Terry los saludó a todos con distancia menos a uno de ellos, a quien abrazó largamente.
—¡Charles!
—¡Terry! Quieres decirme quién es la mujer que te acompaña, es bellísima —Charles no perdió oportunidad de decirle al oído mientras se abrazaban.
Los hombres se separaron y Terry procedió a presentar a Candy.
—Disculpen, ella es Candice Ardlay —dijo a todos sin dar ninguna otra explicación.
Todos se acercaron para saludarla y también presentarse, luego apartados del resto, Terry seguía abrazando al joven por el hombro y en mayor intimidad comentó.
—Candy, él es mi primo Charles, fuimos juntos al colegio, a Eton, cabalgamos juntos, jugamos rugby juntos, en fin, es como un hermano para mí.
—Hola Charles, es un placer conocerte.
—¿Eres americana?
—Sí, soy de Chicago.
—¿Y a dónde conociste a este rufián?
—Ok ya es suficiente —Terry no permitió que Candy se explayara en explicaciones y la tomó por el codo para llevarla a otro lado del salón. —Nos vemos en un rato, la llevaré a conocer al resto —dijo Terry mientras se alejaban.
—¿Por qué hiciste eso?
—Después lo entenderás... te llevaré con mi prima favorita, Elizabeth, quiero que te quedes con ella mientras estoy en la junta, es muy simpática. La única además de Charles que me agrada de mi familia.
—Terry, qué cosas dices —le reprendió Candy.
Antes de que continuaran su recorrido ella le pidió un tiempo para ir al tocador. Con la cortesía que lo caracterizaba él la acompañó hasta el pasillo de los baños y le indicó a donde quedaban, él la esperaría allí. En el privado Candy escuchó la conversación que traían dos mujeres que entraron también al baño de damas, le tomó pocos minutos para darse cuenta de que hablaban de ella.
—¿Viste de diseñador?
—Creo que sí. Es muy bonita, pero es muy distinta a las mujeres con las que suele salir.
—Pero es primera vez que trae a una mujer a estas reuniones. Será que tiene algo serio con ella.
—No, cómo se te ocurre, es la chica de turno, seguro la trajo con algún propósito, apuesto a que, para engañar a Eleanor, hacerle creer que asentara cabeza, como tanto se lo piden.
—Terry es un mujeriego consumado. No va a cambiar jamás.
Estos comentarios agriaron el humor de Candy, tanto que sintió ganas de salir corriendo del lugar y abandonar a Terry ahí mismo, sin darle ni siquiera explicaciones, se sentía de alguna forma humillada, la indefinición entre ellos comenzaba a molestarla. Salió del privado cuando estuvo segura de que estas mujeres se habían marchado. Terry la esperó y la recibió con una ingenua sonrisa, y le pidió que retomaran la búsqueda de Elizabeth porque la reunión pronto iba a comenzar.
—¿Me presentarás con tus padres?
—Por qué me preguntas eso. Claro que lo haré, pero ellos no han bajado de sus habitaciones.
—¿Esta es la casa de tus padres? —dijo Candy con asombro.
—Sí, esta es mi casa, bueno ya no vivo aquí, pero aquí crecí.
Candy se sintió más aliviada. Después de todo no era el cretino que esas mujeres describieron en el baño si estaba dispuesto a presentarle a sus padres. Él apoyó su mano sobre su espalda y caminaron hasta una hermosa terraza ahí finalmente encontraron a Elizabeth. La muchacha era casi de la edad de Candy, y tal como él la había descrito se comportó de forma muy simpática con ella. Los tres mantuvieron una conversación agradable, y ambos primos se comportaban de forma cómplice.
—Elizabeth por favor cuida a Candy mientras estoy en la junta.
—Ay no tienes que pedirlo... no me apartaré de ella.
Mientras seguían charlando un hombre con levita se acercó a ellos. De forma ceremonial se dirigió a Terry anunciándole que sus padres ya estaban en la sala de reuniones, que debía pasar de inmediato, al igual que los otros miembros de la junta. Terry aclaró que iría en seguida y antes de marcharse se acercó a Candy para tomar su mano y depositar un beso en ellas.
—Tengo que irme, el bendito deber me llama.
—Estaré bien.
En las siguientes dos horas, mientras se desarrollaba la tensa reunión a puertas cerrada, Candy departía con Elizabeth, y minutos más tarde se acercó Charles también a ellas. A diferencia de Terry y otros de sus primos, Charles no estaba relacionado con la compañía familiar. Él se dedicaba a la medicina, y siendo Candy ingeniera farmacéutica los dos hallaron muchos temas en común de qué hablar. Los tres parecían haber encontrado refugio apartados del resto de las mujeres, Candy intuyó que seguramente esposas de los primos de Terry, y otros miembros más jóvenes que por edad seguramente tampoco participaban. Elizabeth, se mostró muy discreta a la hora de hacer preguntas.
Candy pudo apreciar de inmediato que aquella muchacha también era una rebelde y que poco se ajustaba a las limitantes normas sociales de la nobleza. Quizá por ello se la llevaba tan bien con Terry. Charles también parecía muy cómodo con el hecho de estar apartado de las obligaciones de estar dentro de una compañía familiar. Ambos dejaron ver que, a diferencia de Terry, por ser hijo único, por tanto, también único heredero del duque no le quedaba más remedio que ceñirse al menos en el ámbito de los negocios, estar lejos de los negocios era lo mejor. Sin embargo, recalcaban que Terry en otros aspectos se comportaba más audaz y hacía con su vida con que le venía en gana. Incluso, se atrevía a ocultar su posición dentro de una dinastía que tenía cientos de años.
La reunión por fin culminó y Terry salió ansioso por unirse a Candy. Mientras conversaba con su madre, la buscaba alzando la mirada y recorriendo el lugar.
—Me presentaras a esa muchacha con la que viniste y de la que todos hablan —le preguntaba Eleanor.
—Sí, sólo que no sé a dónde está, la dejé con Elizabeth...vayamos a la terraza, puede que estén allí.
—Búscala y tráela iré a saludar a unas personas.
Terry tomó un wshisky que le ofreció uno de los meseros y caminó a la terraza bebiéndolo. En el trayecto se entretuvo con uno de sus tíos y continuó su búsqueda. Apenas llego a la puerta que conectaba un gran salón con el jardín y la terraza, divisó su rubio cabello, pero el resto de lo que vio no le agradó en lo más mínimo, y sacando a flote su carácter iracundo, dio pasos agigantados para llegar a los muebles a donde se encontraban, Candy, Charles y Elizabeth.
—Vámonos Candice —dijo Terry con rostro desencajado y voz áspera.
—Pero Terry ni siquiera ha comenzado la cena... —intervino Charles.
—¡Nos vamos Candice!
Terry la tomó posesivamente de la mano y la sacó del salón a vista de todos. Sin decir palabra alguna. Pero era muy fácil adivinar que estaba furioso, y Candy no entendía el porqué de su actitud. Él la llevaba prácticamente a rastras hasta la entrada de la mansión. Pidió su auto al servicio de valet parking y se movía sobre sus piernas con impaciencia mientras esperaba, aún sin decir una palabra. El auto llegó, él le abrió la puerta y subió apresurado. Se mantuvieron ambos en silencio por unos minutos, hasta que Candy no lo soportó más y habló.
—Me puedes decir que fue lo que ocurrió —le pidió Candy en un tono también áspero.
—Nada, estoy cansado, eso es todo.
—Y por eso salimos de esa forma, como si algo te molestara. De hecho, estás furioso, dime qué es lo que ocurrió, porque estás así.
Terry volvió a guardar silencio, y Candy insistió en que le dijera qué ocurría. Él estacionó el auto a un lado del camino, bajó su ventanilla, y sacó de uno de los compartimientos del auto una caja de cigarrillos y encendió uno. Aspiró con fuerza. Ella no lo había visto fumar, aunque sabía que fumaba eventualmente, porque la noche en la que fue a hablar con él, y él la rechazó la habitación estaba impregnada de olor a tabaco.
—¿Por qué dejaste que Charles te tocara?
—¿Qué... de qué hablas?
—Te tocó el brazo... lo vi... se acercó a tu oído para decir algo y te tocó el brazo. ¿Qué te dijo?
—Y por eso estás molesto. Es absurdo.
—No es absurdo...
A Terry lo quemaban los celos... nuevamente los celos, los mismos que sintió cuando creyó que ella estaba con Archie.
—Él únicamente me ofrecía algo de tomar, se acercó a mi oído porque había ruido y yo no lo escuchaba. Además, apenas si se acercó, no fue que se pegó a mi oreja ni nada por el estilo.
—Pero te tocó. Conozco a Charles, es como mi hermano, le gusta coquetear, sobre todo le gusta coquetear con las mujeres con las que salgo. Y la mayoría de las veces no me importa, pero esta vez es distinto —Terry sonaba colérico.
—¿Por qué es distinto? ¿¡dime Terry porque es distinto!?
Terry se le quedó mirando, clavando sus ojos oscurecidos por la rabia en los resplandecientes ojos de Candy, en un movimiento inesperado para ella, él lanzó por la ventanilla el resto de su cigarrillo, se acercó y la sujetó por el cuello, uniendo su frente con la de ella.
—Porque me gustas demasiado, porque siento cosas por ti... —y luego la besó de forma demandante. Separándose de ella para echar el asiento hacia atrás, atraerla y colocarla en horcajadas sobre él.
—¿Qué estás…? —apenas pudo musitar Candy, cuando el comenzó a alzar su vestido, y acentuar las caricias. —Pero Terry estamos en medio de la carretera...
—Nadie viene por aquí... necesito hacértelo ahora... —apartó las bragas de Candy, para acariciarla allí, mientras ella le daba todo el acceso a su cuello para que él continuara besándola. Con habilidad pasmosa, abrió su pantalón, y entró en ella provocándole un placer indescriptible, comenzó a moverse deprisa, cada vez más rápido, profundo, y más fuerte. Terry le hacía el amor con desesperación, y en medio de ese arrebato se atrevió a pedirle lo que nunca le había pedido a nadie.
—Quédate conmigo para siempre... sé mi mujer, sólo mía.
—Sí, me quedaré contigo... —dijo Candy entre jadeos a punto de alcanzar el clímax con él.