Advertencia: lenguaje sexual explicito.
Quédate
III Parte
Archie se tambaleó, necesitó sujetarse de la cama para no caer. Terry permaneció en guardia frente a él, con el entendimiento anulado por la rabia que sentía. Obnubilado por las emociones, olvidó que se había prometido así mismo muchos años atrás no volverse a meter en una maldita pelea por el resto de su vida. Pero ahí estaba de nuevo, en medio de una habitación de hotel, en París, cayéndose a puños con un desconocido.
Por su parte, Candy aterrada les rogaba a ambos que no continuarán, pero ninguno escuchaba, mucho menos Archie que apenas recuperado del derechazo de Terry, propinó él también un golpe que su oponente supo esquivar muy bien, al ver su fracaso, volvió a intentarlo una y otra vez, hasta que sintió finalmente el dolor agudo de sus nudillos estrellándose en el rostro de Terry. Temiendo que llegaran a lastimarse mucho más, Candy se interpuso en un movimiento que resultó torpe, y terminó expedida por la contundencia de un golpe que no iba dirigido a ella, sino a Terry. Fue aquello lo único que hizo reaccionar primero al inglés y luego a Archibald. La complexión delgada y pequeña de Candy no era capaz de soportar la fuerza ciega de su novio, y quedó tendida en la alfombra. Verla así hizo que a Terry le hirviera más la sangre, ahora deseaba matar a Archie con sus manos, pero se abalanzó hacia Candy preso de angustia.
—¡Candy! ¡Candy! —le llamaba mientras la levantaba en brazos y la llevaba al sofá. Se arrodilló frente a ella, acomodando su cabello, buscando su rostro para descubrir la mejilla enrojecida.
Archie permaneció congelado, no sabía qué decir o qué hacer, sus intenciones no eran lastimarla, se sintió profundamente avergonzado cuando salió de su bochorno. También se movió para acercarse a ella. Intento tocarla mientras le pedía perdón por lo sucedido, y ella le alejó aterrorizada, Terry giró violentamente, lo tomó por el cuello de la camisa y luego de amenazarlo con llamar a la policía francesa lo sacó de la habitación, aventando luego la maleta de este, cerró la puerta en sus narices y volvió al lado de Candy que lloraba desconsolada.
—Buscaré hielo... a dónde está el minibar —decía aturdido mirando todo a su alrededor.
Candy lo llamó e hizo que la viera, más calmado Terry atendió sus instrucciones y se movió hasta la pequeña nevera sacando de ella trocitos de hielo que puso en una toalla que buscó corriendo en la sala de baño. Volvió a arrodillarse frente a ella, y con delicadeza puso la toalla fría en la mejilla, mientras que con la otra mano acomodaba el cabello de Candy.
—Esto es mi culpa... pero qué hacía él aquí... me dijiste que estaba en Chicago.
—Y eso fue lo que creí... llegó esta mañana. Al parecer me estuvo llamando, pero anoche no le presté atención a mi celular, tanto que lo dejé olvidado en tu habitación.
—Ya no importa... déjame ver —dijo mientras removía la toalla —está muy rojo ¿te duele?
—Un poco.
Se mantuvieron en silencio unos minutos. Luego Candy buscó levantarse.
—Ya estoy bien, debo vestirme... Oh Dios, debo estar en el centro de convenciones en menos de una hora.
—Yo te llevó, mi chofer debe estar esperando abajo. Te dejo de camino a la galería. Dime a qué hora termina tu evento de hoy, enviaré por ti, no permitiré que te quedes sola a merced de ese troglodita.
—No es necesario... Archie, él no es así. No es violento, jamás me lastimaría. Esto fue un accidente, me interpuse entre ustedes.
—Aun así, no te dejaré sola.
—Iré a vestirme.
Candy se levantó, y se fue hasta el cuarto de baño para vestirse. Frente al espejo, observó la mejilla lastimada, estaba un poco roja todavía. Se cubrió el rostro con ambas manos y volvió a llorar. Hizo un esfuerzo por tranquilizarse y se puso maquillaje. Salió un rato después más recuperada. Caminó hasta Terry y se abrazó a su cuerpo, él correspondió el abrazo y la tranquilizó diciéndole que todo estaría bien. Él la tomó de la mano y salieron así de la habitación, Archie se encontraba sentado en la alfombra del pasillo, con sus manos sobre sus rodillas. Terry lo miró con ira, al ver que se levantaba para acercarse a ellos.
—¡Aléjate! —le advirtió Terry, y siguieron hasta el ascensor.
—Te esperaré para hablar Candice, si no regresas llamaré a Alistair y le contaré lo que hacías mientras estabas en un viaje de trabajo a nombre de su compañía... qué pensaría William de todo esto.
Las puertas del ascensor se cerraron y Candy cerró los ojos con vergüenza.
—Crees que sea capaz.
—Ya no sé de lo que es o no capaz —contestó ella, recostándose al hombro de Terry.
—No te preocupes por nada, te llevaré al centro de convenciones y por favor llama cuando hayas terminado, mandare por ti.
En el trayecto en auto no volvieron a conversar. Candy se sentía muy perturbada, todo su mundo se había desmoronado esa mañana. Ni siquiera comprendía como tuvo el valor de sincerarse con Archie con respecto a lo que sentía por él en esos momentos, que no era más que tedio, se sentía en una relación que había perdido el rumbo, que no se conducía a ninguna dirección. Por otro lado, estaba él, Terry, quien apareció de forma sorpresiva en su vida descolocándolo todo, tenía que admitirlo eran muy fuertes sus sentimientos de atracción hacia él. Tampoco dejaba de pensar en William y lo que podría pensar sobre ella si Archie cumplía su amenaza de llamarlo y contarle lo sucedido, y Alistair, que además de su jefe en la compañía, era uno de sus mejores amigos. De pronto se sintió mareada, su cabeza daba vueltas, tan aturdida estaba.
Terry no ignoró la palidez en su rostro.
—¿Candy estás bien?
—Sí, es sólo que me maree un poco.
Apenas segundos después, el chofer les anunciaba que habían llegado al centro de convenciones. Se despidieron con un tímido beso en la mejilla. Terry le volvió a pedir que no regresara por su cuenta al hotel, y le ofreció verse nuevamente al final de la tarde si acaso estaba de acuerdo. Ella solo asintió, y a diferencia de otras ocasiones no le dio certeza de volverse a ver. El resto del día fue una tortura para ambos, ella preocupada por las consecuencias que sus actos podrían traerle con su familia, especialmente con su hermano William, que junto a la tía de ambos se había hecho cargo de su crianza, y a quién procuraba no darle preocupaciones. Y él porque no dejaba de pensar en ella y la incertidumbre ante la posibilidad de no volverla a ver. No recibió ni mensajes, ni una llamada de ella en todo el día. Contraviniendo a lo que él le pidió con insistencia, Candy nunca lo llamó para pedirle que enviara al chofer por ella, así que se partía la cabeza pensando en qué hacer, cómo comportarse. Si aquello se trataba de un rechazo de su parte o mero descuido. Apenas terminó su última reunión, la llamó de forma insistente, pero ella nunca respondió.
El humor de Terry se volvió totalmente agrio, el chofer notó apenas lo recogió en la galería, que su rostro era adusto y sus modales más severos. Para colmos de males tenía una cena esa noche con un posible socio francés, a la que había pensado invitarla, ahora estaba con el peor de los humores y sin el tiempo suficiente para buscarla, miró su reloj y supo que apenas si podría darse una ducha y cambiarse de ropa. Así que entró apresurado al hotel, apenas llegaron. Entró al ascensor barriendo con la mirada el lobby, no había rastros de ella, ni de Archibald Cornwell. Genuinamente, pensó que a esas horas el desafortunado hombre ya tendría que haberse marchado del hotel y de París.
De forma apresurada preparó la ropa que vestiría y entró a la ducha. Desnudo bajo el agua tibia no dejaba de pensar en ella, recordando sus delicadas manos recorriendo su cuerpo, él tocándola también sin pudor. Incluso podía volver a escuchar sus gemidos, estaban grabados en su memoria. Trató de exorcizar sus pensamientos golpeando los azulejos, y maldijo sentirse así, y por una mujer, él que solamente tenía relaciones pasajeras, en las que el sexo era la premisa y nada más. Sus últimas relaciones eran meros acuerdos, en los cuales cada uno tomaba lo mejor del otro y se disfrutaban mutuamente, sin involucrar el corazón, enamorarse era impráctico para él, que era un hombre de negocios, un hombre pragmático.
Se vistió de la forma elegante a la que estaba acostumbrado, y cuando estuvo listo salió en dirección al ascensor, allí tuvo un impulso, pisar el botón del piso a donde ella se encontraba. Lo torturaba no saber nada, su evasiva, tenía que verla y en su búsqueda se dispuso, bajo en el piso y paso firme llegó a la puerta de la habitación y con la misma seguridad tocó y espero sin dejar de mirar su reloj. Terry sintió como una corriente helada recorrió su cuerpo cuando la figura de Archibald se presentó frente a él semidesnudo en el resquicio de la puerta.
—Ah eres tú —le dijo con mirada desafiante —perdona, ni siquiera sé cómo te llamas.
—Soy Terence Granchester. Candy está...
—Se da una ducha. Ya sabes... estuvimos reconciliándonos, no pasa nada hombre, ella me lo explicó todo, y me rogó que la perdonara. Siempre ocurre lo mismo, ella se confunde, duda, pero siempre regresa a mí. Lo lamento, pero iré con ella —y diciendo esto, Archibald se disculpó y cerró la puerta.
Terry se llenó de rabia consigo mismo, y consideró que aquello se lo tenía muy merecido por haber seguido un tonto impulso. Se reprochó amargamente haberse expuesto a tamaña humillación. Dando unas cuantas zancadas regresó al ascensor para desaparecer de allí tal como lo deseaba y asistir a su cena.
En el restaurante, hizo un gran esfuerzo para concentrarse en sus negocios, pero le era difícil no mirar la pantalla de su celular cerciorándose de no tener una llamada perdida o un nuevo mensaje. Estaba desconcentrado y lo odiaba, no sintió mayor alivio que cuando la comida llegó a su fin. Dos largas horas que representaron una verdadera tortura. Su instinto de supervivencia lo empujó a un antro muy conocido por él en el barrio latino, apenas entró, pidió una mesa apartada únicamente para él, una botella de buen escocés y una cajetilla de cigarrillos. Se soltó el cabello, y desató la corbata, también dejó a un lado el saco de su traje. Buscaba relajarse, anestesiar la rabia y por sobre todo olvidarla. Sus esfuerzos son infructuosos, incluso llega a confundirla con una chica con su mismo tipo de cabello, por unos segundos creyó que era ella quien caminaba en dirección a él, sintió como se paralizó su corazón, luego se reprochó el desatino, se levantó de súbito y se cambió de silla, ahora miraba solo a la pista donde un grupo de personas bailaban al ritmo de la música electrónica. Tomaba su celular, y jugaba con él, recorría el directorio y se posaba sobre su nombre: Candice. Leer su nombre lo quemaba. No supo cuánto tiempo pensó perdido en sus cavilaciones, volvió a tener conciencia del lugar en donde estaba, cuando unas manos atrevidas acariciaron sus cabellos, y luego un aliento tibio invadió su oído para escuchar a continuación: Cómo estás guapo... así que en París de nuevo. Todo en español, sonrió y se sacudió ligeramente en la silla. Era Astrid. Él tomó una de sus manos, y se levantó lentamente para saludarla con un abrazo. Agradeció al cielo que la bella mujer hubiese aparecido esa noche, cuando más necesitaba una distracción, y ella era perfecta. Hizo que se sentara frente a él, ella aceptó gustosa mientras lo observaba pícaramente.
—Una botella... cigarrillos... acaso un mal día Granchester.
—El peor de todos ¿Te tomas una copa conmigo?
—Sí.
Terry se levantó para ir hasta la barra y buscar un vaso para Astrid, al regresar le sirvió un trago a su amiga, y después de chocar sus vasos, ella también tomó un cigarrillo que él encendió amablemente.
—¿Desde cuándo estás en París?
—Cinco días... juró que pensaba llamarte, pero he estado muy ocupado. Tengo que ir a Londres desde acá a rendir cuentas y volver a Nueva York.
—Lo que quieres decir, es que si no te encuentro aquí no te veo.
—No, en serio, Astrid pensaba llamarte, siempre es agradable verte.
Ciertamente, a Terry desde que la había conocido la compañía de Astrid siempre le fue grata. La chica tenía un desparpajo que a él le encantaba y lo mejor, no hacía preguntas, no deseaba como él amarrarse a ninguna relación seria, sabía disfrutar de los buenos momentos cuando estos se presentaran y ya, era perfecta para él. Ellos reducían su relación al sexo puro y duro, convirtiéndolo en algo divertido y sin obligaciones. En cambio, se tenía que reprochar que erróneamente había permitido que ciertas emociones afloraran por encima del deseo en esas dos noches con Candy, convirtiéndolo en una experiencia más enriquecedora, más espiritual, y estaba arrepentido por ello.
Iban por la segunda botella de whisky, Terry se sentía más alegre y dispuesto. Astrid mirándolo con lascivia comenzó a acariciar la entrepierna del inglés con un pie que deslizaba por debajo de la mesa, él se removió en la silla mientras sonreía y apreciaba los cambios en su miembro. Se pasó los dedos por los labios, cerró los ojos y disfrutó las caricias. Astrid había logrado encenderlo. Era el Terry de siempre pensó, y se comportaría en consecuencia. Se levantó de la mesa, tomó de la mano, y la condujo tras él hasta los sanitarios. En un recodo del pasillo que conducía a ellos en un lugar donde nadie los podría ver, la aventó contra la pared y acarició sus senos, mientras mordisqueaba sus labios. Mientras seguía besándola, rebuscó en el bolsillo trasero de su pantalón, y recordó que no había guardado ningún condón en la billetera.
—¡Maldición! ¡No traigo condones! Su libido estaba al máximo...
—Tengo en mi bolso —dijo Astrid y él vio la gloria.
La chica buscó afanosa en la cartera que colgaba de cruzada hasta su cadera, y luego de romper el aluminio se lo dio mordiéndose los labios. Terry la puso de espaldas a él, bajó sus pantalones lo suficiente para dejar fuera su miembro ya erecto, se colocó el condón y acto seguido le subió la falda, apartó las bragas. Separa las piernas, le dijo al oído, e inclinándola un poco la penetró de un empujón. Muy pegada a él, Terry comenzó a moverse en ella de forma enérgica, cada vez más rápido y más profundo. Cuando sintió que el cuerpo de Astrid se debilitaba, la tomó por la cintura mientras continuaba con su incesante baile dentro de ella. El clímax llegó para él, haciéndolo sentir placer, pero también enfado. Apoyado sobre la espalda de Astrid, buscó recomponerse y que ella se recompusiera también. El recuerdo del olor de Candy lo invadió de pronto, se apretó la cabeza con ambas manos, y peinó su cabello. No se sentía ni siquiera satisfecho. Se acercó a la mejilla de Astrid le dio un beso, y le dijo que debía irse. Se ofreció a llevarla, pero ella decidió quedarse en el antro. Insistió en un gesto de caballerosidad, pero ella no aceptó. Quedaron en hablar al día siguiente, aunque él no estaba seguro de que aquello ocurriría en verdad.
Regresó al hotel. Antes de subir se acercó a la conserjería y pidió que le enviaran una botella de whisky. Ya en la habitación se despojó de toda su ropa, y mientras esperaba la botella puso a llenar la tina. Prácticamente se la arrancó de las manos al botones cuando este llegó, asió un vaso y se fue a darse un baño, se quedó sumergido en el agua bebiendo y lamentándose hasta que estuvo fría. Pensó en concluir su viaje antes de lo previsto, y volar cuanto antes a Londres. Salir de ese hotel, donde ella seguramente en ese mismo momento se acostaba con su novio. Por un buen rato se torturó con la idea, se servía el tercer trago cuando escuchó golpes a su puerta, y luego su nombre, apenas audible. Quiso ignorarlo, y lo hizo por breves instantes, luego su corazón dio un vuelco, era su voz. La voz de Candy tras la puerta lo llamaba nuevamente. Abrió incrédulo, no sería una sorpresa si acaso hubiera sido su imaginación. Pero no fue así. Ella está ahí, parada frente a él.
Viene de parte II
Quédate
III Parte
Archie se tambaleó, necesitó sujetarse de la cama para no caer. Terry permaneció en guardia frente a él, con el entendimiento anulado por la rabia que sentía. Obnubilado por las emociones, olvidó que se había prometido así mismo muchos años atrás no volverse a meter en una maldita pelea por el resto de su vida. Pero ahí estaba de nuevo, en medio de una habitación de hotel, en París, cayéndose a puños con un desconocido.
Por su parte, Candy aterrada les rogaba a ambos que no continuarán, pero ninguno escuchaba, mucho menos Archie que apenas recuperado del derechazo de Terry, propinó él también un golpe que su oponente supo esquivar muy bien, al ver su fracaso, volvió a intentarlo una y otra vez, hasta que sintió finalmente el dolor agudo de sus nudillos estrellándose en el rostro de Terry. Temiendo que llegaran a lastimarse mucho más, Candy se interpuso en un movimiento que resultó torpe, y terminó expedida por la contundencia de un golpe que no iba dirigido a ella, sino a Terry. Fue aquello lo único que hizo reaccionar primero al inglés y luego a Archibald. La complexión delgada y pequeña de Candy no era capaz de soportar la fuerza ciega de su novio, y quedó tendida en la alfombra. Verla así hizo que a Terry le hirviera más la sangre, ahora deseaba matar a Archie con sus manos, pero se abalanzó hacia Candy preso de angustia.
—¡Candy! ¡Candy! —le llamaba mientras la levantaba en brazos y la llevaba al sofá. Se arrodilló frente a ella, acomodando su cabello, buscando su rostro para descubrir la mejilla enrojecida.
Archie permaneció congelado, no sabía qué decir o qué hacer, sus intenciones no eran lastimarla, se sintió profundamente avergonzado cuando salió de su bochorno. También se movió para acercarse a ella. Intento tocarla mientras le pedía perdón por lo sucedido, y ella le alejó aterrorizada, Terry giró violentamente, lo tomó por el cuello de la camisa y luego de amenazarlo con llamar a la policía francesa lo sacó de la habitación, aventando luego la maleta de este, cerró la puerta en sus narices y volvió al lado de Candy que lloraba desconsolada.
—Buscaré hielo... a dónde está el minibar —decía aturdido mirando todo a su alrededor.
Candy lo llamó e hizo que la viera, más calmado Terry atendió sus instrucciones y se movió hasta la pequeña nevera sacando de ella trocitos de hielo que puso en una toalla que buscó corriendo en la sala de baño. Volvió a arrodillarse frente a ella, y con delicadeza puso la toalla fría en la mejilla, mientras que con la otra mano acomodaba el cabello de Candy.
—Esto es mi culpa... pero qué hacía él aquí... me dijiste que estaba en Chicago.
—Y eso fue lo que creí... llegó esta mañana. Al parecer me estuvo llamando, pero anoche no le presté atención a mi celular, tanto que lo dejé olvidado en tu habitación.
—Ya no importa... déjame ver —dijo mientras removía la toalla —está muy rojo ¿te duele?
—Un poco.
Se mantuvieron en silencio unos minutos. Luego Candy buscó levantarse.
—Ya estoy bien, debo vestirme... Oh Dios, debo estar en el centro de convenciones en menos de una hora.
—Yo te llevó, mi chofer debe estar esperando abajo. Te dejo de camino a la galería. Dime a qué hora termina tu evento de hoy, enviaré por ti, no permitiré que te quedes sola a merced de ese troglodita.
—No es necesario... Archie, él no es así. No es violento, jamás me lastimaría. Esto fue un accidente, me interpuse entre ustedes.
—Aun así, no te dejaré sola.
—Iré a vestirme.
Candy se levantó, y se fue hasta el cuarto de baño para vestirse. Frente al espejo, observó la mejilla lastimada, estaba un poco roja todavía. Se cubrió el rostro con ambas manos y volvió a llorar. Hizo un esfuerzo por tranquilizarse y se puso maquillaje. Salió un rato después más recuperada. Caminó hasta Terry y se abrazó a su cuerpo, él correspondió el abrazo y la tranquilizó diciéndole que todo estaría bien. Él la tomó de la mano y salieron así de la habitación, Archie se encontraba sentado en la alfombra del pasillo, con sus manos sobre sus rodillas. Terry lo miró con ira, al ver que se levantaba para acercarse a ellos.
—¡Aléjate! —le advirtió Terry, y siguieron hasta el ascensor.
—Te esperaré para hablar Candice, si no regresas llamaré a Alistair y le contaré lo que hacías mientras estabas en un viaje de trabajo a nombre de su compañía... qué pensaría William de todo esto.
Las puertas del ascensor se cerraron y Candy cerró los ojos con vergüenza.
—Crees que sea capaz.
—Ya no sé de lo que es o no capaz —contestó ella, recostándose al hombro de Terry.
—No te preocupes por nada, te llevaré al centro de convenciones y por favor llama cuando hayas terminado, mandare por ti.
En el trayecto en auto no volvieron a conversar. Candy se sentía muy perturbada, todo su mundo se había desmoronado esa mañana. Ni siquiera comprendía como tuvo el valor de sincerarse con Archie con respecto a lo que sentía por él en esos momentos, que no era más que tedio, se sentía en una relación que había perdido el rumbo, que no se conducía a ninguna dirección. Por otro lado, estaba él, Terry, quien apareció de forma sorpresiva en su vida descolocándolo todo, tenía que admitirlo eran muy fuertes sus sentimientos de atracción hacia él. Tampoco dejaba de pensar en William y lo que podría pensar sobre ella si Archie cumplía su amenaza de llamarlo y contarle lo sucedido, y Alistair, que además de su jefe en la compañía, era uno de sus mejores amigos. De pronto se sintió mareada, su cabeza daba vueltas, tan aturdida estaba.
Terry no ignoró la palidez en su rostro.
—¿Candy estás bien?
—Sí, es sólo que me maree un poco.
Apenas segundos después, el chofer les anunciaba que habían llegado al centro de convenciones. Se despidieron con un tímido beso en la mejilla. Terry le volvió a pedir que no regresara por su cuenta al hotel, y le ofreció verse nuevamente al final de la tarde si acaso estaba de acuerdo. Ella solo asintió, y a diferencia de otras ocasiones no le dio certeza de volverse a ver. El resto del día fue una tortura para ambos, ella preocupada por las consecuencias que sus actos podrían traerle con su familia, especialmente con su hermano William, que junto a la tía de ambos se había hecho cargo de su crianza, y a quién procuraba no darle preocupaciones. Y él porque no dejaba de pensar en ella y la incertidumbre ante la posibilidad de no volverla a ver. No recibió ni mensajes, ni una llamada de ella en todo el día. Contraviniendo a lo que él le pidió con insistencia, Candy nunca lo llamó para pedirle que enviara al chofer por ella, así que se partía la cabeza pensando en qué hacer, cómo comportarse. Si aquello se trataba de un rechazo de su parte o mero descuido. Apenas terminó su última reunión, la llamó de forma insistente, pero ella nunca respondió.
El humor de Terry se volvió totalmente agrio, el chofer notó apenas lo recogió en la galería, que su rostro era adusto y sus modales más severos. Para colmos de males tenía una cena esa noche con un posible socio francés, a la que había pensado invitarla, ahora estaba con el peor de los humores y sin el tiempo suficiente para buscarla, miró su reloj y supo que apenas si podría darse una ducha y cambiarse de ropa. Así que entró apresurado al hotel, apenas llegaron. Entró al ascensor barriendo con la mirada el lobby, no había rastros de ella, ni de Archibald Cornwell. Genuinamente, pensó que a esas horas el desafortunado hombre ya tendría que haberse marchado del hotel y de París.
De forma apresurada preparó la ropa que vestiría y entró a la ducha. Desnudo bajo el agua tibia no dejaba de pensar en ella, recordando sus delicadas manos recorriendo su cuerpo, él tocándola también sin pudor. Incluso podía volver a escuchar sus gemidos, estaban grabados en su memoria. Trató de exorcizar sus pensamientos golpeando los azulejos, y maldijo sentirse así, y por una mujer, él que solamente tenía relaciones pasajeras, en las que el sexo era la premisa y nada más. Sus últimas relaciones eran meros acuerdos, en los cuales cada uno tomaba lo mejor del otro y se disfrutaban mutuamente, sin involucrar el corazón, enamorarse era impráctico para él, que era un hombre de negocios, un hombre pragmático.
Se vistió de la forma elegante a la que estaba acostumbrado, y cuando estuvo listo salió en dirección al ascensor, allí tuvo un impulso, pisar el botón del piso a donde ella se encontraba. Lo torturaba no saber nada, su evasiva, tenía que verla y en su búsqueda se dispuso, bajo en el piso y paso firme llegó a la puerta de la habitación y con la misma seguridad tocó y espero sin dejar de mirar su reloj. Terry sintió como una corriente helada recorrió su cuerpo cuando la figura de Archibald se presentó frente a él semidesnudo en el resquicio de la puerta.
—Ah eres tú —le dijo con mirada desafiante —perdona, ni siquiera sé cómo te llamas.
—Soy Terence Granchester. Candy está...
—Se da una ducha. Ya sabes... estuvimos reconciliándonos, no pasa nada hombre, ella me lo explicó todo, y me rogó que la perdonara. Siempre ocurre lo mismo, ella se confunde, duda, pero siempre regresa a mí. Lo lamento, pero iré con ella —y diciendo esto, Archibald se disculpó y cerró la puerta.
Terry se llenó de rabia consigo mismo, y consideró que aquello se lo tenía muy merecido por haber seguido un tonto impulso. Se reprochó amargamente haberse expuesto a tamaña humillación. Dando unas cuantas zancadas regresó al ascensor para desaparecer de allí tal como lo deseaba y asistir a su cena.
En el restaurante, hizo un gran esfuerzo para concentrarse en sus negocios, pero le era difícil no mirar la pantalla de su celular cerciorándose de no tener una llamada perdida o un nuevo mensaje. Estaba desconcentrado y lo odiaba, no sintió mayor alivio que cuando la comida llegó a su fin. Dos largas horas que representaron una verdadera tortura. Su instinto de supervivencia lo empujó a un antro muy conocido por él en el barrio latino, apenas entró, pidió una mesa apartada únicamente para él, una botella de buen escocés y una cajetilla de cigarrillos. Se soltó el cabello, y desató la corbata, también dejó a un lado el saco de su traje. Buscaba relajarse, anestesiar la rabia y por sobre todo olvidarla. Sus esfuerzos son infructuosos, incluso llega a confundirla con una chica con su mismo tipo de cabello, por unos segundos creyó que era ella quien caminaba en dirección a él, sintió como se paralizó su corazón, luego se reprochó el desatino, se levantó de súbito y se cambió de silla, ahora miraba solo a la pista donde un grupo de personas bailaban al ritmo de la música electrónica. Tomaba su celular, y jugaba con él, recorría el directorio y se posaba sobre su nombre: Candice. Leer su nombre lo quemaba. No supo cuánto tiempo pensó perdido en sus cavilaciones, volvió a tener conciencia del lugar en donde estaba, cuando unas manos atrevidas acariciaron sus cabellos, y luego un aliento tibio invadió su oído para escuchar a continuación: Cómo estás guapo... así que en París de nuevo. Todo en español, sonrió y se sacudió ligeramente en la silla. Era Astrid. Él tomó una de sus manos, y se levantó lentamente para saludarla con un abrazo. Agradeció al cielo que la bella mujer hubiese aparecido esa noche, cuando más necesitaba una distracción, y ella era perfecta. Hizo que se sentara frente a él, ella aceptó gustosa mientras lo observaba pícaramente.
—Una botella... cigarrillos... acaso un mal día Granchester.
—El peor de todos ¿Te tomas una copa conmigo?
—Sí.
Terry se levantó para ir hasta la barra y buscar un vaso para Astrid, al regresar le sirvió un trago a su amiga, y después de chocar sus vasos, ella también tomó un cigarrillo que él encendió amablemente.
—¿Desde cuándo estás en París?
—Cinco días... juró que pensaba llamarte, pero he estado muy ocupado. Tengo que ir a Londres desde acá a rendir cuentas y volver a Nueva York.
—Lo que quieres decir, es que si no te encuentro aquí no te veo.
—No, en serio, Astrid pensaba llamarte, siempre es agradable verte.
Ciertamente, a Terry desde que la había conocido la compañía de Astrid siempre le fue grata. La chica tenía un desparpajo que a él le encantaba y lo mejor, no hacía preguntas, no deseaba como él amarrarse a ninguna relación seria, sabía disfrutar de los buenos momentos cuando estos se presentaran y ya, era perfecta para él. Ellos reducían su relación al sexo puro y duro, convirtiéndolo en algo divertido y sin obligaciones. En cambio, se tenía que reprochar que erróneamente había permitido que ciertas emociones afloraran por encima del deseo en esas dos noches con Candy, convirtiéndolo en una experiencia más enriquecedora, más espiritual, y estaba arrepentido por ello.
Iban por la segunda botella de whisky, Terry se sentía más alegre y dispuesto. Astrid mirándolo con lascivia comenzó a acariciar la entrepierna del inglés con un pie que deslizaba por debajo de la mesa, él se removió en la silla mientras sonreía y apreciaba los cambios en su miembro. Se pasó los dedos por los labios, cerró los ojos y disfrutó las caricias. Astrid había logrado encenderlo. Era el Terry de siempre pensó, y se comportaría en consecuencia. Se levantó de la mesa, tomó de la mano, y la condujo tras él hasta los sanitarios. En un recodo del pasillo que conducía a ellos en un lugar donde nadie los podría ver, la aventó contra la pared y acarició sus senos, mientras mordisqueaba sus labios. Mientras seguía besándola, rebuscó en el bolsillo trasero de su pantalón, y recordó que no había guardado ningún condón en la billetera.
—¡Maldición! ¡No traigo condones! Su libido estaba al máximo...
—Tengo en mi bolso —dijo Astrid y él vio la gloria.
La chica buscó afanosa en la cartera que colgaba de cruzada hasta su cadera, y luego de romper el aluminio se lo dio mordiéndose los labios. Terry la puso de espaldas a él, bajó sus pantalones lo suficiente para dejar fuera su miembro ya erecto, se colocó el condón y acto seguido le subió la falda, apartó las bragas. Separa las piernas, le dijo al oído, e inclinándola un poco la penetró de un empujón. Muy pegada a él, Terry comenzó a moverse en ella de forma enérgica, cada vez más rápido y más profundo. Cuando sintió que el cuerpo de Astrid se debilitaba, la tomó por la cintura mientras continuaba con su incesante baile dentro de ella. El clímax llegó para él, haciéndolo sentir placer, pero también enfado. Apoyado sobre la espalda de Astrid, buscó recomponerse y que ella se recompusiera también. El recuerdo del olor de Candy lo invadió de pronto, se apretó la cabeza con ambas manos, y peinó su cabello. No se sentía ni siquiera satisfecho. Se acercó a la mejilla de Astrid le dio un beso, y le dijo que debía irse. Se ofreció a llevarla, pero ella decidió quedarse en el antro. Insistió en un gesto de caballerosidad, pero ella no aceptó. Quedaron en hablar al día siguiente, aunque él no estaba seguro de que aquello ocurriría en verdad.
Regresó al hotel. Antes de subir se acercó a la conserjería y pidió que le enviaran una botella de whisky. Ya en la habitación se despojó de toda su ropa, y mientras esperaba la botella puso a llenar la tina. Prácticamente se la arrancó de las manos al botones cuando este llegó, asió un vaso y se fue a darse un baño, se quedó sumergido en el agua bebiendo y lamentándose hasta que estuvo fría. Pensó en concluir su viaje antes de lo previsto, y volar cuanto antes a Londres. Salir de ese hotel, donde ella seguramente en ese mismo momento se acostaba con su novio. Por un buen rato se torturó con la idea, se servía el tercer trago cuando escuchó golpes a su puerta, y luego su nombre, apenas audible. Quiso ignorarlo, y lo hizo por breves instantes, luego su corazón dio un vuelco, era su voz. La voz de Candy tras la puerta lo llamaba nuevamente. Abrió incrédulo, no sería una sorpresa si acaso hubiera sido su imaginación. Pero no fue así. Ella está ahí, parada frente a él.
Viene de parte II