CAPÍTULO DIEZ:
LA DECISIÓN MÁS DIFÍCIL, LAS PALABRAS MÁS CRUELES.
En los amplios jardines de la recepción, Susana bebía una copa de champagne con la sonrisa a flor de piel. Luisa, que había visto la extraña actitud de Terence, se acercó hasta su amiga para averiguar qué había pasado.
—¡Santo cielo, Susana! Graham se fue con una cara de piedra, que ni te cuento. ¡Vamos! ¡Tienes qué contarme ¿qué fue lo que pasó? ¿Algo malo?
[risas] —No, nada malo; es más, yo diría que fue estupendo lo que hoy ha ocurrido.
—¿Pero qué fue lo que le dijiste a Graham como para que él se pusiera de esa manera?
—Bueno… le conté que estábamos las tres conversando amenamente en el tocador de las damas y que de repente su noviecita recibió la extraña llamada de un caballero. Eso la descolocó y por eso decidió marcharse.
—¡Pero Susana! ¿por qué dijiste esa mentira?
La rubia mujer tomó del brazo a su amiga y la increpó.
—¡Escúchame bien Luisa! No vas a echar por tierra todo mi argumento. Si digo que las dos vimos que esa idiota recibió la llamada de un hombre, así debes confirmarlo tú. ¿¡Te quedó claro!?
—¡Caray Susana! ¡Está bien! No tienes porqué ser tan grosera conmigo. Entiendo tu postura y recuerda que yo estoy de tu lado. ¡Ash! mejor me retiro porque ya te pusiste intensa y muy pesada.
—Si, mejor vete. Mi momento de celebración es ahora y nadie me lo va a arruinar.
La rubia mujer alzó su copa en señal de triunfo y continuó su festejo en solitario.
**********.
Estando ya a solas en el departamento, la ojiverde dio rienda suelta a todo ese llanto amargo que tenía atorado en su pecho. Cerró la puerta tras de sí y corrió hasta su dormitorio. Se tiró en la cama y mordió la almohada para que su grito desesperado no fuera escuchado por los vecinos.
No podía creer lo que le estaba ocurriendo. Su día perfecto se estaba tornando en el más amargo de todos. —¿Por qué la vida se ensañaba con ella? —era la pregunta que una y otra vez se repetía.
La vida le estaba jugando la más burda de las malas pasadas. No podía comprender cómo es que había llegado a ese momento. La vida misma le había enseñado que podía renacer de las cenizas, y ahora que por fin había encontrado al hombre que caminaría a su lado, nuevamente era obligada a dejarlo.
¿Qué era lo que tenía que hacer? —se preguntaba.
Si no se alejaba de Terry de forma definitiva, Susana echaría por la borda todo su trabajo y su esfuerzo por abrirse camino. Ella había sido testigo de todo el esfuerzo que le había costado al ojiazul llegar a donde estaba. Incluso se había negado a aceptar la ayuda económica de su tío para realizar sus estudios, y ahora todo se complicaba porque ella estaba en su vida.
Entre sollozos tomaba su vientre y se repetía así mismo.
—¿Qué debo hacer, bebé? Si me quedo a su lado, tu papi sufrirá el desprestigio y seguramente el odio de la matriarca Elroy; finalmente su carrera se acabará.
Si me marcho de su lado para evitar su debacle profesional, nuevamente romperé su corazón como la primera vez. Cualquier decisión que tome terminará por romper el corazón de Terry. ¡Dios! ¿qué hago?
Ella podía soportar el dolor de no estar a su lado, pero lo que jamás soportaría es que por su causa, Terry terminara desprestigiado y con una carrera profesional terminada por la deshonra.
Las lágrimas y el dolor lacerante que la invadieron, provocaron en ella unas enormes ganas de vomitar. Corrió al baño y arrodillada junto al retrete volcó todo su alimento. Las arcadas provenientes desde el fondo de su ser eran la manifestación física de que su organismo ya no soportaba más.
Por largos minutos quedó tendida en el piso sintiéndose la mujer más miserable sobre la faz de la tierra. Tenía que tomar la decisión más difícil de su vida; sin embargo, se percató que cualquiera que fuera la resolución tomada, el resultado siempre sería el mismo. En cada una de las posibles opciones en las que ella pensaba, Terence saldría lastimado.
Lentamente se incorporó, como si un plomo se hubiese apoderado de sus brazos se dirigió hasta el lavamanos. Mirando su descompuesto rostro en el espejo tomó aquella decisión que le arrancó el corazón como si fuera una rosa seca. Agachó su cabeza y lloró por incontables minutos su desdicha, luego se desvistió y entró en la ducha para tratar de que el agua se llevara sus pesares.
Mientras el agua corría por su cuerpo, la mujer podía sentir como la felicidad que hasta ese día había acuñado la abandonaba poco a poco. Las lágrimas no paraban de aflorar en ella, hasta que logró escuchar la puerta de entrada. Calmó su llanto; no obstante dejó la ducha abierta para que sus sollozos no se escucharan; pues la más cruel decisión había sido tomada.
Tomó su bata de baño y salió envuelta en la misma hacia el dormitorio sin decir una sola palabra. Tenía tantos sentimientos encontrados que si hablaba de seguro rompería en llanto, así que optó por el silencio. Terence, que ya estaba en la habitación observó a la mujer salir sin tan siquiera dirigirle la palabra.
—¿Qué sucede, Candy? ¿Me vas a explicar qué fue lo que ocurrió allá en la fiesta?
—No ocurrió nada. Solo…
—Seguirás diciendo que solo fue un dolor de cabeza ¿no es así?
—Así es… —eso fue lo único que dijo la rubia para luego sentarse al frente de su tocador y proceder a secar su cabello.
La cabeza de Terence era un torrente de ideas que no paraban de dar vueltas. A pesar de que su mujer le daba la espalda sin decirle nada, él sabía que algo no estaba bien.
—Por favor, Candy, tenemos que hablar de lo que te está ocurriendo. Si algo ha pasado, creo que tengo el derecho de saberlo. Dime ¿Quién te llamó esta tarde?
—No sé de qué hablas.
—Sabes bien de lo que estoy hablando. Del hombre que te llamó mientras hablabas con Susana.
—¿Llamada? Nadie me ha llamado.
—¿Tanto misterio guarda esa llamada que me la estás ocultando? Susana y Luisa te escucharon. ¿por qué mientes?
El nombre de esa mujer en boca de Terence la hizo caer en cuenta que ella había continuado con su macabra labor de separarlos. Al parecer esa arpía no lanzaba amenazas al viento; si ella no se alejaba de Terry como se lo había exigido, estaba segura de que cumpliría con lo dicho. Aspiró con toda su fuerza para que sus palabras sonaran lo más convincentes posible, pues el momento de empezar con su actuación había llegado. Con la mayor serenidad que pudo fingir, habló.
—Terry...yo…estoy algo… desilusionada
—¿Desilusionada? ¿Qué me quieres decir? No comprendo tus palabras. Hoy por la mañana estabas muy contenta y sonriente delante de todos. ¿qué ocurrió para que te desilusionaras?
—Bueno… no sé, quizás el ambiente de la fiesta me hizo sentir de esa manera.
El castaño espetó. —Candy, no estás siendo clara con tus palabras.
—¡Caramba, Terry ¿Qué más quieres que te diga? El ambiente de tu fiesta de abogados hizo que me sintiera extraña...triste…¡no sé cómo explicártelo!
—¡Por dios, Candy! ¿¡Podrías hablar con la verdad por delante!?
Candice apretó fuertemente sus manos para soltar toda aquella mentira que estaba obligada a decir.
—¿¡Verdad!? ¿Quieres saber la verdad? Pues justamente fue la verdad quien me abofeteó la cara el día de hoy.
—Candice, será mejor que aclares lo que has dicho.
—¿Qué quieres que te aclare primero? Porque déjame decirte que tengo muchas cosas que aclararte. Puedo empezar diciéndote que ahí, en medio de toda esa opulencia me sentí como una miserable pordiosera; también puedo decirte que mi sencillo vestido de tres pesos me hizo sentir tan diminuta que decidí mejor esconderme en el baño de mujeres. ¿Dime, Terry? ¿Qué más quieres que te aclare?
Terence frunció el ceño. La mujer que hablaba en ese momento no era para nada la Candy que él conocía. Esta mujer en su delante era solo una de las tantas que él conocía y que a menudo se quejaban por el dinero que no podían gastar a manos llenas
—Candice, te dije desde un inicio que si no querías asistir a la convención, no habría ningún problema. ¿por qué me sales ahora con estos reclamos tan absurdos?
—¿Reclamos absurdos? ¿Te parece absurdo que tus compañeras de trabajo me miren de arriba a abajo por no llevar un vestido de diseñador original? ¡Ja! Por si no lo recuerdas, yo he asistido a este tipo de eventos y créeme que jamás me he sentido tan… humillada.
—¿Humillada por un vestido? ¿¡De qué hablas, mujer!?
El castaño ya no estaba comprendiendo la dirección de los reclamos de la rubia. Ella no era de esas mujeres frívolas de la alta sociedad cuya única preocupación eran los vestidos de diseñador y las fiestas de alcurnia. ¿Qué le ocurría a Candice?
—¿Cómo que de qué hablo? ¿es que no entiendes lo importante que ese evento era para mí? Yo quería impresionar a todos ahí, pero solo resulté ser la pobre mujer mal vestida de la velada.
—¡Candy! Será mejor que te calmes y hablemos de esta locura, mañana.
—¡Terry, por dios! ¡La verdad me ha golpeado en la cara! Hoy me he dado cuenta de que no soy mujer de andar con vestidos de segunda, ni de trabajitos en lugares deplorables como esa estúpida librería. ¡Yo era la señora Ardlay! Y ahora no soy nadie; solo soy la sencilla mujer que tiene una aventura con un simple abogado.
Esa última frase, Candice la dijo con lágrimas en los ojos. Para ella ya no habría un mañana, no había esperanzas; así que su brutal teatro tenía que continuar. Volvió a tragar en seco y dijo aquellas palabras más crueles que pudo pronunciar.
—Yo no estoy hecha para vivir en un departamento diminuto ni para vestir ropa de segunda clase. Yo… jamás debí dejar a William. Estoy arrepentida de vivir aquí siendo simplemente tú… concubina
El hombre estaba azorado ante las palabras de esa mujer. Ella estaba a tan solo unos cuantos pasos de él, pero no quiso tocarla. Sus palabras habían sido tan frías y lacerantes que esa mujer en su delante solo le parecía ser una extraña. Apretando la mandíbula, el hombre habló.
—Yo no te obligué a venir, tú estás aquí por tu cuenta; y para que te quede claro, jamás te he considerado mi concubina. Siempre te he tratado a la altura de una dama, pero creo que me he equivocado. Supongo que la llamada que recibiste fue de William ¿no es así?
—¿Llamada? —preguntó la ojiverde
—¡Deja las hipocresías, Candice! Has decidido escupirme toda tu frustración por haber dejado de ser la gran señora Ardlay, entonces ahora no te sienta para nada poner esa cara de inocencia. ¡Deja de esconder esa llamada!
La rubia recordó las palabras de Terry cuando este le contó sobre la llamada ficticia que Susana se había inventado. Apretó sus ojos con furia buscando fuerzas para que de su boca saliera una mentira más.
—¿Quieres que deje de mentir? Pues… Si… quien llamó fue William. Quiere que regrese a su lado.
—Y asumo que tú le contestaste que sí. Me imagino que le contaste con lágrimas en los ojos la sufrida vida que llevas a lado de un simple abogado. ¿No es así?
Aspirando con fuerzas, dijo. —Si…tienes razón en todo lo que dices…y sí, yo… acepté…regresar a su lado.
Terence cayó por unos minutos, apretó sus puños con tanta furia que sus nudillos estaban blanquecinos por la ira reprimida. Lo único que dijo ante la resolución que Candice había tomado fue —entonces...que así sea—
Sacó un saco de su closet, se lo calzó y luego se giró para marcharse sin voltearse una sola vez para mirarla.
Se fue del apartamento sin mirar atrás. Estaba seguro que cuando regresara al mismo, ella ya no estaría y tal vez era lo mejor. Era la segunda vez que ella decidía dejarlo por William. La primera lo había justificado y hasta lo había comprendido, pero esta vez era por una razón por demás descabellada y estúpida; y no estaba dispuesto a que se lo siguiera restregando en la cara.
—Estúpido…eres un soberano estúpido— Esas fueron las palabras que salieron de sus labios mientras manejaba. El auto avanzaba con rumbo incierto hasta que paró de golpe ocasionando un tumulto en el tráfico. El incesante ruido del claxon de los autos era por demás ensordecedor; no obstante el castaño no despegaba su mirada fija en un punto inexistente en el tablero del coche, hasta que uno fuertes toques en el vidrio de su auto lograron que volviera a la realidad
—¡Oye, amigo! Mueve tu auto, de lo contrario terminarás por armar una verdadera trifulca aquí. ¿Acaso no te das cuenta que todos queremos avanzar?,
Sin tan siquiera mirar a su interlocutor, el castaño respondió —¡Vete a la mierda y déjame en paz!
—¡Idiota! ¿Qué dijiste? ¡Baja el vidrio y ven a decírmelo en mi cara! ¡Vamos, inglesito!
Terence estaba cansado de todo. El día que había empezado de manera perfecta, terminó siendo el peor día de su vida. Qué más le daba si se agarraba a golpes o no con un extraño; es más, era la excusa perfecta que tenía para desahogar toda su frustración.
Se bajó del auto sin tan siquiera medir las consecuencias de su acto, y un tipo de apariencia intimidante ya lo esperaba. Terence era alto y dueño de un físico muy bien trabajado; no obstante su oponente era enorme y corpulento; la barba roja que cubría su lechoso rostro le daba la apariencia de ser un luchador de WWC.
—¡Ya te dije que me dejaras en paz!, ¿qué parte de que te vayas a la mierda no te quedó clara? ¡Cara de cerdo!
—¿Cómo me llamaste, imbécil? ¿¡es qué acaso te quieres morir aquí y ahora!?
—¡Qué día el mío! Primero una mujer me manda al carajo y ahora me he topado con un tipo que aparte de tener la cara de cerdo, resultó ser un completo sordo.
El enorme hombre apretó sus puños a tal punto que claramente se escuchó el tronar de sus huesos. Con una sonrisa sardónica sobre su cara, espetó
–¡Ay caribonito! No sabes las ganas que tengo de desbaratarle la cara a un inglesito como tú. Ahora sabrás de lo que somos capaces los escoceses.
Eso fue lo último que se escuchó en palabras, pues lo próximo que se vivió en ese sitio fue un escándalo callejero de proporciones mayores. Conductores y peatones se agolparon en el sitio para ser testigos de primera mano de la colosal pelea. El castaño no peleaba para nada mal, pero era evidente que tenía pocas probabilidades de salir victorioso en esa contienda por el enorme tamaño de su oponente.
Mientras tanto, en el departamento del castaño, Candice aún se hallaba sentada al borde de la puerta como si fuera una triste muñeca de trapo. Ya más lágrimas no salían de su apagado rostro, tan solo se limitaba a parpadear con cada recuerdo que asaltaba su memoria. Después de todas aquellas palabras que había dicho, Terence se había marchado sin tan siquiera mirarla; y no era para menos, pues todas las palabras que había usado eran suficientes como para quebrar el corazón de cualquier hombre.
Se levantó con cuidado, pues no se estaba sintiendo nada bien; no obstante decidió que ella ya no tenía nada más que hacer en ese departamento. Con nostalgia comenzó a guardar sus pertenencias en su maleta. Mientras sacaba su ropa, la pequeña caja que guardaba los diminutos zapatos de bebé, apareció. Una sonrisa melancólica se dibujó en su cansado rostro al recordar cómo ella había planeado darle la noticia de su embarazo. Su mano acarició el dije de estrellas que colgaba de su cuello y con la voz quebrada por el llanto, habló.
—¿Sabes una cosa, bebé? Es una verdadera lástima que tu papi no se llegara a enterar de tu existencia, pero… tal vez fue lo mejor que así ocurriera. Él no llegará a conocerte, pero yo siempre te hablaré del maravilloso hombre que es tu padre.
Luego de un largo suspiro guardó los zapatitos de bebé en su maleta y con mucha tristeza recorrió el pequeño departamento donde había sido la mujer más feliz sobre la tierra. Sobre la mesa de centro dejó la copia de su llave y con el alma rota se marchó.
La rubia mujer llevaba horas caminando sin rumbo, apenas en ese momento se percató de que no tenía a donde ir. A la única persona que conocía en Londres a parte de Terence era a la señora Martha Stewart. Con la esperanza de que la anciana pudiera ayudarla en ese momento, la llamó.
[ring] [ring]
—Hola, ¿señora Martha?
—¡Hola Candy! ¿Ese milagro tuyo llamándome el domingo?
—Señora Martha, quería pedirle un favor, claro, siempre y cuando usted pueda.
—¡Claro mi niña!, dime. ¿en qué te puedo ayudar?
—¿Usted cree que puedo pasar la noche en la librería? Yo…le prometo que…
—¡Santo cielo, Candy! ¿Cómo es eso de que quieres dormir en la librería? ¿Qué te ha ocurrido? ¿Dónde estás en este momento?
—Estoy en un pequeño café del barrio de Westminster. Es el Coffee´Break
—Escúchame bien, muchacha. No te vayas a mover de ese sitio que en este momento voy para allá.
El mesero miraba preocupado el pálido rostro de la mujer que a duras penas había probado un poco de té con miel. Varias veces se había acercado a ella preguntando por su estado pero la joven solo le decía que no se preocupara. De pronto, una anciana con la angustia reflejada en su rostro se acercó hasta la joven que apenas si se movía.
–¡Candy! ¡Muchacha! ¿Qué te ha pasado?
La joven alzó su rostro y simplemente dejó que sus verdes lagunas se deshicieran en lágrimas. Necesitaba tanto el abrazo consolador de alguien, que en ese momento Martha parecía un ángel caído del cielo.
La joven lloró por largo rato sobre el regazo de Martha, lo único que salía de sus labios eran palabras lastimeras envueltas en sollozos.
—Se acabó, se acabó, señora Martha. He perdido a Terry… ¡para siempre!
—¡Por dios, Candy! ¡ No me asustes! Quiero que te tranquilices y me digas qué es lo que ha ocurrido entre tú y Terence.
—Tuve que romperle el corazón de la manera más cruel. Yo misma he tenido que acabar con nuestra relación.
—Cariño, será mejor que vayamos a mi casa para que puedas descansar. No me gusta para nada la palidez de tu rostro y eso es un detalle que debemos de cuidar. Una vez que te recuperes, hablaremos del tema. ¿Te parece?
—¿No seré una molestia para usted?
—¡Para nada, mi niña! Soy una anciana que vive sola y nunca me cae mal una buena compañía.
El mesero ayudó a la joven mujer a ponerse de pie, sin embargo, apenas la rubia quiso caminar se sintió invadida por un terrible malestar en su vientre y con la debilidad apoderándose de todo su cuerpo. La voz de Candice era apenas un susurro que casi fue difícil de interpretar.
—Yo…yo…no me siento muy bien…. me duele mucho el...vientre. Yo…creo…
Luego de estas últimas palabras, Candice cayó al piso desmayada. Los gritos de los presentes y el nerviosismo de Martha fueron aterradores.
—¡Sangre! —exclamó el mesero —¡la señorita está sangrando!
—¡Santo cielo! ¡Corre muchacho, llama a una ambulancia, ella está embarazada. su vida y la del bebé están en peligro!
El mesero correteaba con los nervios a flor de piel como si fuera una gallina sin cabeza, sus torpes manos no hallaban cómo marcar el teléfono de emergencia; no obstante y para suerte de la rubia, un hombre se acercó a las mujeres de inmediato.
—¡Déjeme examinarla! ¡Soy doctor!
—¡Virgen santa! ¡Por favor, ayúdela! ¡Ella está embarazada! ¡El niño!
—Tranquilícese, por favor. ¿La señora tiene un GP?
—Creo que no. Ella apenas tiene un poco más de un mes de haber llegado aquí a Londres.
—Entonces será complicado que reciba atención sin que antes le pidan llenar un montón de papeles. Mi auto está aquí afuera, yo las llevaré al hospital en el cual trabajo y me presentaré como su médico de cabecera. ¡Está muy cerca de aquí! ¡Vamos!
El hombre tomó en brazos a Candice con el mayor cuidado posible y se la llevó de aquel lugar a la mayor brevedad que pudo. El pequeño rastro de sangre sobre el piso dejó a más de uno con el susto en sus rostros; pues el pálido semblante de la joven que acababa de salir no auguraba nada bueno para ella ni para el bebe que llevaba en su vientre.
Continuará…
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