NOTA IMPORTANTE DE LA AUTORA: Chicas hermosas, este fic vio la luz el año pasado aquí mismo en la fiesta florida pero solamente como un ONE SHOT; ahora he decidido darle continuidad y será una historia de varios capítulos; por lo tanto ha sufrido modificaciones necesarias para su continuidad. Recordemos que este amor que vivirán los rebeldes en este mundo alterno empezó con el pie izquierdo y tendrán que sufrir las consecuencias de sus actos imprudentes. Bueno, sin más que aclarar las dejo con mis letras.
por leer mis fantasías.
PRÓLOGO AQUÍ
CAPÍTULO 1 AMARGO DÍA DE LOS ENAMORADOS
—¡Maldito seas!... ¡Te odio, te odio! [llanto] —¿pero en qué estaba pensando? Ya tú me has demostrado que yo no te importo un comino, pero yo de necia queriendo salvar algo de este matrimonio que está muerto hace rato. He pasado todo el día preparando para ti una estúpida sorpresa del día de los enamorados y solo me encuentro con tu maldito engaño. ¿¡Por qué yo!? ¿¡qué más quieres de mí!?
Una angustiada mujer entraba a su recámara envuelta en llanto. Con manos nerviosas se sacaba la extraña peluca y lentes de sol que ocultaban su rostro. Por el piso fuera a dar una caja delicadamente envuelta en fino papel de regalo que ella aventó con la mayor furia posible. Dando un portazo se encerró en su habitación y entre sollozos reclamaba una explicación a la vida.
[toc, toc]
—¿Señora Candy? ¿Le ocurre algo? ¿La puedo ayudar? ¡Señora Candy!
Después de un largo silencio, la mujer contestó —¡Ah! No Dorothy, me encuentro… bien, gracias. Si me puedes traer una pastilla para el dolor de cabeza te lo agradecería mucho.
Candy estaba de espaldas hacia la puerta de su habitación, lentamente caminó hasta su cama y se acostó boca arriba. Las lágrimas seguían fluyendo de sus verdes ojos sin encontrar consuelo.
[Toc Toc]
—Señora Candy, aquí le traigo su pastilla
Candy automáticamente limpiaba sus lágrimas con el dorso de sus manos, pues sentía vergüenza que una vez más la servidumbre de la mansión la viera llorar. Dando la espalda a la puerta, dio paso a su empleada ocultando su lloroso rostro.
—Pasa, deja eso… por ahí
La muchacha entró de manera sigilosa a la habitación de Candy, pues sabía que estaba en uno de esos momentos en que se deprimía tanto que daba lástima verla. La joven se preguntaba cómo era posible que una mujer tan hermosa como lo era su patrona, terminara así en ese estado.
Sus patrones lo tenían todo en la vida; eran jóvenes, tenían fortuna, salud, pero de las manos se les había escapado …el amor.
Luego de lograr que su señora tomara la pastilla, tomó el cepillo de la peinadora y delicadamente comenzó a peinar los largos cabellos de su patrona. Siempre esta acción calmaba a su señora y al verla tan deprimida decidió hablarle.
—Señora, su cabello es tan sedoso que no ha necesitado ningún tratamiento capilar. ¿Sabe que en mi pueblo tenemos un remedio para las ojeras? Si gusta le puedo hacer una sesión de SPA aquí mismo.
—¿Crees que eso ayude?
—Mmmm bueno, no cura corazones rotos; pero hace maravillas con los rostros cansados.
Y así Dorothy se puso en la tarea de dar un masaje relajante y tratamiento corporal a su señora que duró horas. Luego la sentó en el diván que estaba de frente a su enorme peinadora.
Candy miraba su reflejo en el espejo. Efectivamente sus ojos a pesar de reflejar una enorme tristeza, ya no se notaban cansados y su rostro estaba bastante mejor.
—Sabe mi señora… usted es una mujer muy hermosa. Debería aprovechar que se encuentra con su rostro reluciente para salir un rato a distraerse; mire, aún no es tan noche y puede aprovechar que Georges no está aquí vigilándola.
—¡Claro que ese perro faldero no está aquí! ¡¿Sabes dónde está?! Tapándole las sinvergüenzadas a su jefe, ¡como siempre! El muy idiota no se percató que esta vez los vi. Sabes… como una estúpida fui a su oficina para entregarle un obsequio para celebrar juntos el día de los enamorados, pero estando a punto de bajarme del coche…lo ví. Él salía de manera sigilosa y decidí seguirlo. ¿Sabes lo que vi?
—Mi señora… no recuerde eso.
—Pues yo necesito gritarlo a los cuatro vientos. El desgraciado de mi esposo tenía a una mujer escondida en su carro y lo vi entrar al casino de la mano de esa zorra. No tienes idea de lo ridícula que me sentí al ver como esa mujerzuela barata se pavoneaba de su brazo mientras yo sostenía su estúpido obsequio entre mis manos. ¡JA! vaya día de los enamorados que me ha regalado mi flamante marido.
—Mi señora…¿Y Georges no la reconoció?
—No, su perro no me reconoció. Quería sorprender a mi marido con algo especial, así que me disfracé para darle la sorpresa; pero la sorprendida fui yo. ¡Qué ridiculez la mía, no te parece!
A la sirvienta se le encogió el corazón al saber el triste episodio que su señora había presenciado. Una mujer no debería pasar por esa humillación jamás. Sin que la señora de la casa le diera una orden, tomó aquel regalo que estaba olvidado en el piso y lo alejó de la vista de su patrona para que ella se calmara. Con voz pausada trató de infundir fuerzas en ella.
—Olvídese de eso mi señora. Sé que esto no cambiará la realidad de su matrimonio; pero salir por un momento le hará bien. Mire, yo puedo llamar a una compañía de taxis exclusivos con la cual trabajamos para las encomiendas; y así nadie sabrá de su salida a esta hora de la mansión… .en especial la señora Elroy.
—¿Crees que a mis 30 años debo andar saliendo a escondidas de mi propia casa? Ya no soy una jovenzuela; pero me siento presa en una jaula de oro. Siento que soy un adorno más de esta casa donde solo sirvo para ofrecer banquetes a viejos multimillonarios. Y a pesar de todo, haga lo que haga jamás terminaré por agradarle a… mi suegra
Dorothy sentía verdadera tristeza por su patrona. Siendo tan bella estaba condenada a una relación sin amor y a vivir encerrada en esa jaula de oro como si fuera solo un pajarito en exhibición. Aún la recordaba radiante y feliz hace 5 años atrás en el día de su boda. La ilusión de formar un hogar con su “príncipe” como ella solía llamar a su esposo, el señor William, era su más preciado anhelo, ahora solo era una muerta en vida.
A pesar de que ella había puesto todo el empeño para hacer de su matrimonio una convivencia feliz, la matrona de la familia, la señora Elroy, se había encargado de avinagrar ese hogar. La joven nunca había sido de su agrado por ser una sencilla pasante universitaria de jurisprudencia y sin un apellido rimbombante. La había catalogado como “una trepadora” al saber de su noviazgo con su hijo. A través de los años se había encargado de envenenar el corazón de su hijo, plantando en el mismo un fastidio por su esposa; en otras palabras, la mujer se encargó de incordiar todo el tiempo esa relación.
De pronto, Candy se puso de pie en un solo golpe. —¡Vamos Dorothy! Pásame un vestido bonito que voy a salir y no me importa lo que diga nadie. ¡Apresúrate!
La muchacha, ni corta ni perezosa, se esmeró en el arreglo de su patrona. La mujer era en realidad hermosa. Su cabello rubio estaba bellamente trenzado y caía en uno de sus hombros descubiertos terminando así de enmarcar un rostro delicadamente maquillado. A pesar de que sus ojos seguían reflejando tristeza acumulada; el brillo de las sombras camuflaba perfectamente ese penoso estado. Ella estaba decidida a que la mujer llorosa y humillada quedará atrás y quería dar paso a una nueva Candy segura de sí misma. Ningún hombre valía la pena sus lágrimas, ni siquiera su “príncipe” que terminó siendo un sapo.
—¿Dorothy, puedes pedir el transporte desde tu celular? No deseo que William o Georges rastreen mi llamada—Candy se encontraba muy nerviosa, pero estaba decidida a salir esa noche sin que sus miedos la frenen. En menos de un minuto mandó al diablo todos sus miedos y remordimientos.
Un auto negro de alquiler de vidrios totalmente oscuros llegó por la puerta de la servidumbre. No despertó la curiosidad entre el personal de seguridad pues, era costumbre contar con ese tipo de servicio.
El joven chofer extrañamente notó que la persona que abordaba el vehículo no era una de las empleadas de la casa que acostumbraban a usar el servicio para llevar encomiendas privadas al corporativo Ardlay. En su lugar estaba una enigmática mujer cubierta por un largo abrigo negro con capucha que ingresó en total silencio.
El auto negro emprendió la marcha, hasta que una voz varonil sacó del estado de nerviosismo en el que se hallaba Candy. —Dirección por favor—
—¿¡Ah!?… no sé… maneje hasta estar muy lejos de este lugar. Luego le diré la dirección.
El auto siguió sin rumbo por media hora más hasta que su conductor nuevamente se animó a preguntar.
—Dirección por favor—Esta vez, el conductor miraba con curiosidad por el espejo retrovisor a su singular pasajera. Ella había ignorado la pregunta y parecía estar en un mundo distante al que la rodeaba
Candy tenía su mirada fija en el vidrio oscuro; sin embargo, miraba sin ver el paisaje hasta que sintió que el auto detenía su marcha.
—¿Qué sucede? —Candy se puso en estado de alerta hasta que el conductor la encaró
—Señora, he preguntado en reiteradas ocasiones el lugar de destino y usted no me ha dado la dirección. ¡Llevamos una hora dando vueltas sin rumbo! Tengo otras carreras que cumplir.
—¡Pero qué grosero es usted! ¿Qué tipo de servicio es este?
—Un servicio que trabaja para personas serias. Me han contratado para una carrera de media hora y llevo una hora dando vueltas sin sentido. Los viajes de mis demás pasajeros han tenido que ser reprogramados con un nuevo conductor y eso me perjudica. Por si no lo sabe, existen personas que necesitan trabajar para pagar sus estudios.
—¡Oh! Yo… lo siento mucho. Mire, no deseo perjudicarlo. Y la verdad no sé a dónde ir. Por favor envíe la factura de sus servicios por toda la noche a Dorothy, la joven que lo contrató.
—Mmm… Siendo así mi bella dama, estoy a sus órdenes.
El joven manejó por media hora más en total silencio. De cuando en cuando miraba por el retrovisor las finas facciones de su extraña pasajera que para ser honesto, habían llamado fuertemente su atención. De pronto, esa extraña sensación que se da cuando alguien te observa hizo que por un instante sus miradas se cruzaran; ella miró hacia el retrovisor y él de manera sugerente le ofreció una sonrisa ladina de medio lado. Ese gesto del muchacho hizo que un sonrojo repentino invadiera el rostro de Candy provocando en ella un ligero temblor. Con voz sedosa y profunda, él preguntó.
—¿Le ocurre algo?
—¡Oh! no… nada. Es que yo no sé a dónde ir, y la verdad es que no conozco lugares de distracción nocturna. Pensaba solo dar vueltas en el auto
—¿Se ha puesto tan bella para no bajarse de este vehículo? ¡Nada que ver! Ahora mismo le damos solución a eso.
El joven arrancó y tomó un rumbo desconocido para la rubia. Cuando llegaron al sitio Candy abrió los ojos con expresión de asombro. El lugar no estaba en uno de los sitios exclusivos que Candy frecuentaba y eso la puso algo nerviosa.
—¿Está seguro que es aquí? Por el aspecto del lugar me da la impresión que pronto saldrá un individuo volando por las puertas
—Ja, ja, ja por el sitio no se preocupe. Yo trabajo en este lugar cuando no estoy de chofer y le aseguro que tienen un excelente personal de seguridad para evitar tipejos problemáticos. Póngale ánimo a la noche. ¡Vamos!
La pareja entró al lugar y efectivamente nadie los molestaba. Si bien no era un lugar de lujo, si tenía un ambiente privado y acogedor que provocaba el romance en las parejas. El joven pidió una botella de vino y trató de que su acompañante se sintiera de lo mejor. La luz tenue del sitio hizo que ella se tranquilizara y la compañía de aquel joven le resultara encantadora.
El ambiente acogedor era alucinante. Entre copas y música, las nostalgias de la mujer se fueron diluyendo dando paso a su risa cantarina que tintineaban en el oído de su acompañante. Este al verla tan alegre la invitó a bailar.
Al ritmo de la canción sus cuerpos se acompasaron, él la tomaba por la cintura y ella colocaba sus brazos alrededor de su cuello. El tamaño de la mujer le parecía perfecto; pues desde su altura podía observarla esconder sus verdes ojos de la intensa mirada azul que él le prodigaba
En lo que transcurría la noche jamás mencionaron sus nombres, ni tampoco había la necesidad de conocer quién era cada quien. La melodía los envolvía y ellos se dejaban llevar. Poco a poco él pegaba más su cuerpo al de ella sin que esta se molestara. El aroma que su cabello desprendía lo tenía realmente embobado y sin poder controlar las ansias, sus dedos comenzaron a recorrer el escote atrevido de su espalda.
Sus labios rozaban ligeramente el cuello de la rubia y ella se dejaba llevar. No sabía si era efecto del vino o la rabia que tenía en contra de su esposo lo que causaba esa soltura en ella; pero se sentía tan bien en los brazos de aquel joven que no quería que la noche terminara. Obnubilada por la música que la envolvía, recostó su cabeza en el pecho del joven y con un hilo de voz, le dijo.
—Desearía que la noche no acabara nunca.
Él acarició su cabello y susurrando contestó. —Esto seguirá hasta que tú lo permitas.
Aquella frase la descolocó. Un fuego en su interior la invadió repentinamente, y sin poderlo evitar más, tomó el rostro de su apuesto acompañante y lo besó. El joven se turbó por un segundo; pero al ver la decisión en la mujer, la tomó por su exquisita cintura para envolverla totalmente entre sus fuertes brazos.
El beso empezó suave, con pequeños mordiscos entre los labios, no obstante, se fue tornando profundo y pasional haciendo que ella emitiera ligeros suspiros que provocaron en él una naciente excitación. Sin poder detener ese arrebato, la lengua de él invadió la delicada boca de ella sin que existiera la más mínima oposición de su parte.
Minutos mágicos transcurrieron; ella acariciaba sus castañas hebras mientras que las manos de él se atrevieron a recorrer la espalda de la mujer provocándole un mayor estremecimiento. De pronto, él la sujetó fuertemente de su cadera y la pegó hacia su pelvis. Ella emitió un jadeo profundo disfrutando ese íntimo contacto, hasta que un atisbo de cordura llegó a su mente. Apoyando sus manos sobre la camisa blanca de él lo detuvo.
—Esto... esto no está bien. Por favor, llévame a mi casa.
El hombre recobró su compostura al escuchar el pedido de ella. Con renuencia se separaron y le ayudó a colocarse su abrigo. La mujer se aferró a la prenda como si éste le ayudara ocultar la vergüenza que estaba sintiendo en aquel momento.
El joven le abrió la puerta del copiloto para que ella se subiera. Puso en marcha el auto sin decir ni una palabra.
Ella estaba en total silencio y sin que lo pudiera evitar una lágrima negra rodaba por su mejilla. Él la miró de reojo y sin decir más aparcó el auto.
—¡No! No por favor. Así no terminará esta noche. Preciosa, no quiero verte llorar.
Con ternura limpiaba las lágrimas de su rostro y con ternura besó sus mejillas. Le tomó suavemente el rostro y mirándola de frente, le dijo.
—Quiero que siempre sonrías, aunque ya mañana no pueda escuchar tu risa, quiero saber que estás alegre. Sé que no me perteneces y detesto al imbécil que ha puesto esa tristeza en tu corazón; pero, si tu fueras mía jamás permitiría lágrimas en tu vida y a esta hora estarías feliz entre mis sábanas.
Ella lloraba. No podía creer que en este día tan especial le estuviera ocurriendo eso. Parecía una paradoja siniestra del destino. Su corazón había sido herido de muerte justamente en el día dedicado al amor por el hombre que juró amarla y respetarla; pero ahora y sin buscarlo había encontrado alivio y consuelo en un perfecto desconocido. Como si fuera una súplica, ella exclamó.
—Solo bésame…bésame, por favor.
Él hizo lo que ella le pidió. Sin decir más palabras la colocó a horcajadas en su regazo y la besó con ardor. Sus inquietas manos acariciaban sus piernas subiendo el borde de su vestido, hasta llegar a sus glúteos.
Ella acariciaba su castaña cabellera mientras que los labios del joven devoran su cuello. Entre jadeos y respiraciones entrecortadas bajó su vestido hasta que sus turgentes montes femeninos quedaron al descubierto. Como un desesperado tomaba aquella piel desnuda que se descubría ante sus ojos. Lamía y succionaba a gusto, mientras ella se derretía entre sus brazos. Con su boca recorrió todo ese paraíso femenino, desde sus senos hasta llegar al lóbulo de su oreja; y en un susurro le dijo.
—Quiero amarte, déjame amarte aquí y ahora—Él se encontraba totalmente dominado por el torrente de emociones que aquella extraña rubia le provocaba. Ella casi no podía hablar, solo se permitía sentir eso que ya llevaba años olvidado en el baúl de sus recuerdos.
Con un hilo de voz ella solo atinó a decir.
—Hazme el amor…
El castaño la miró y con la escasa cordura que le quedaba buscaba en sus verdes pupilas un atisbo de arrepentimiento; pero no lo halló. Así que con un beso apasionado reclamó lo que él sentía que esa noche le pertenecía. Esa noche dedicada al amor, esa mujer era suya; aunque lo de ellos fuera un amor prohibido.
Las manos fuertes y expertas rompían lass delicadas bragas para que ella sintiera el ardor de su erección.
Ella con manos temblorosas sacaba de su cuello una corbata negra la cual dejó caer sin precaución; presurosa desabotonó su blanca camisa para luego acariciar y lamer a placer el pecho descubierto de aquel extraño que en ese momento la hacía vibrar. El hombre era su dueño y ella se le entregaría totalmente y sin restricciones.
Sus lenguas danzaban al ritmo agitado de sus corazones, mientras que sus manos traviesas recorrían los cuerpos sudados por el candente vaivén en el que se encontraban. Sus pieles ardían exigiendo más cercanía entre los cuerpos; hasta que las manos de él la alzaron el vilo y la posicionaron al filo de su hombría. Ella jadeaba expectante ante lo que sucedería y él con su mirada oscurecida por el deseo le hizo saber que esa noche ella le pertenecía.
Parecía magia pura, la mujer se amoldaba perfectamente a su cuerpo y él tomaba todo lo que ella le ofrecía. Sus cuerpos se estremecían ante la cabalgata de amor que en ese auto se daba. Los vidrios empañados por el erotismo de la noche denotaban la pasión que los devoraba.
A punto de llegar a la cumbre; el hombre la tomó por los glúteos y la sujetó con más fuerza provocando que ella se sintiera explotar de satisfacción. La mujer sentía que el aliento de él la abrazaba; llena de pasión enredó sus blancas manos en la cabellera castaña y con un grito ahogado derramó todo su placer femenino.
El orgullo masculino no se hizo esperar. El hombre se sentía dichoso de ser él quien le diera placer. Verla temblar y estremecer de pasión lo llevó al nivel más alto de su excitación. Mientras ella seguía aferrada a su cuello, él la tomaba por la cintura para arremeter con más fuerza hasta que alcanzó su clímax.
En medio de jadeos sus corazones se iban calmando. Pegaron sus frentes y entre risas cómplices se besaron. Ella descansó en el regazo de él sin que sintiera la más mínima vergüenza de haberse entregado a un desconocido.
El alba despuntaba y ella llegaba envuelta en su largo abrigo negro a la mansión sin que nadie se hubiese percatado de su ausencia. Solo la angustiada Dorothy la esperaba.
—¡Por dios señora! ¡Me ha tenido con el alma en un hilo! Su esposo ha venido a preguntar por usted y he tenido que mentirle diciendo que sigue recostada por su fuerte dolor de cabeza.
La mujer no contestaba, solo tenía una sonrisa que hace mucho tiempo Dorothy no había visto en el rostro de su señora.
No preguntó más, solo se limitó a prepararle el baño con las sales y aromas que a ella tanto le gustaban. La escuchó canturrear como nunca antes lo había hecho, provocando en la muchacha una risilla cómplice.
Candy sumergida en la bañera solo suspiraba. Recordar lo sucedido la noche anterior hacía que su cuerpo se encendiera nuevamente. Sonriendo como una adolescente y murmurando para sí mismo, habló.
—Eres y serás mi mejor recuerdo. Quien quiera que seas, has remendado este corazón herido y me has devuelto las ganas de continuar. ¡Quiero vivir!
Cerró sus ojos para volver a soñar con aquel hombre de ojos azules que la habían hecho vivir un amor prohibido y dejó que el agua la cubriera por completo.
Las semanas pasaron sin que ella volviera a salir; pero su humor había dado un giro de 180 grados. Ahora salía por las mañanas a correr y en las tardes tomaba clases de francés y legislación; pues tenía pensado retomar su carrera. Se veía más radiante y hermosa; y aunque para su esposo eso era irrelevante; para ella era un paso más para su libertad. Ya no le importaba el desdén con el que aquel hombre la trataba. Ese hombre que un día fuera su todo, ahora ya no era nadie.
Sentada en la terraza de su mansión hojeaba uno de sus acostumbrados libros de poesía; por un momento se sintió triste así que fue hasta su recámara y abrió su joyero. Del interior de este sacó una corbata negra la cual enrolló en su mano derecha y nuevamente regresó a la terraza a seguir con su lectura. De cuando en cuando acariciaba contra su mejilla aquella corbata y la sonrisa regresaba a su rostro. Ese era el mudo recuerdo de la noche en que un extraño la trajo de regreso al mundo de los vivos. Esa corbata se había convertido en uno de sus mayores tesoros.
De pronto, una llamada telefónica interrumpió sus pensamientos.
—Candice, en la noche he invitado al señor Jhon Mckenzie, necesito que organices una cena, pues pretendo hacerlo socio del corporativo. Espero que puedas hacerte cargo de esto; ya que últimamente estás demasiado distraída en idioteces sin importancia.
Candy ya no se molestaba por la forma en la que su esposo le hablaba, sencillamente contestó con algo de sarcasmo en sus palabras.
—Por supuesto William, no habrá problema. Te aseguro que esta será otra cena más a la altura de tus socios. [CLICK ] —Idiota— refunfuñó.
Luego de colgar el teléfono Candy se dispuso a organizar la tan esperada cena.
Todo estaba listo, Candy estaba espléndida tanto que su esposo la llevaba del brazo orgulloso de ella. El timbre de la puerta sonó y todos estaban a la expectativa de la llegada del señor Mckenzie.
—Buenas noches, Jhon, señora Mckenzie a sus pies. Sean bienvenidos a mi casa. ¡Pasen adelante por favor!
—¡William, qué tal! Gracias por tu invitación. Señora Ardlay un placer.
Todos pasaron al gran salón y mientras disfrutaban de una amena charla, el timbre de la puerta principal volvió a sonar.
—¡Oh William! ese debe ser mi sobrino, si no te molesta lo he invitado a la velada. Él está haciendo sus pasantías en mi bufete; así es que, lo estoy adoctrinando para que más adelante sea mi mano derecha. Por ese motivo necesito que esté presente en nuestras conversaciones.
—¿Sobrino? No sabía que tenías un sobrino
—Ya sabes William, a falta de hijos, uno se apega a los sobrinos que la vida te da. Y este muchacho es una joyita.
Al gran salón hacía su entrada un joven alto de cabellos castaños, rostro perfilado y de profundos ojos azules. Su mirada al instante se posó sobre la bella señora Ardlay la cual estaba estupefacta con su presencia.
—¡Señores! Les presento a mi sobrino y futura mano derecha de mi despacho. El señor Terence Graham
El joven con su acostumbrada sonrisa de medio lado y gesto desenfadado procedió a saludar a los presentes. A los caballeros con un fuerte apretón de manos y a las damas con un cordial asentimiento de cabeza.
Los nervios de Candy estaban a flor de piel, tuvo que tomar de golpe una copa de champagne para sosegar sus nervios.
La velada transcurría y ella ya no pudo sostener más la intensa mirada del castaño. Con pasos erráticos se dirigió hasta la mesa de licores para tratar de recobrar la calma. Sin percatarse de los pasos que la siguieron, a sus espaldas una voz masculina la sorprendió.
—Así que eres la flamante señora Ardlay…
Candy no sabía qué decir, tragó en seco y se viró lentamente hasta estar frente a frente con aquella voz que la hacía temblar.
—Señor Graham, yo…yo creo que...—el castaño no la dejó continuar.
—Tranquila preciosa, yo no he venido a importunarte. Esto es una mera casualidad. Si mi presencia te incomoda puedo decirle a mi tío que yo me retiro de la velada.
—¡NO! es decir...no es necesario. Puedes quedarte toda la noche si deseas; además, creo que esta vez no tengo que pagar por una carrera.
—Entonces…¿puedo proponerte un nuevo baile?
—¿Un nuevo baile?
—Sí, un nuevo baile donde pueda verte sonreír.
Entre los dos hubo una mirada cómplice y de mudo entendimiento. Pequeñas sonrisas se dibujaron en sus rostros y el castaño se animó a preguntar.
—¿Qué dice usted bella dama? ¿Se anima a bailar conmigo? Le aseguro que esto seguirá hasta donde usted lo permita…y sin que nadie se entere.
La señora Ardlay sonrió. Su corazón palpitaba ante esa descarada insinuación y sus piernas no dejaban de temblarle con tan solo pensar en la respuesta; sin embargo y ante todas las alarmas de peligro que su cerebro le enviaba, no pudo evitar que su boca dijera —Acepto su baile.
Los dos chocaron sus copas en señal de un pequeño pacto silencioso que más tarde los llevaría por un sendero prohibido.
El joven continuó con sus dos trabajos nocturnos; pues quería salir adelante sin la ayuda del apellido rimbombante de su tío; y la rubia… bueno la rubia continuó contratando los servicios de un transporte privado que siempre la recogía a la salida de sus clases de francés. Curiosamente era siempre el mismo transporte de vidrios negros que hacían aflorar en ella una hermosa sonrisa de verdadera felicidad.
Cada vez que el auto negro se aparcaba a sus pies y unos varoniles ojos azules le daban la bienvenida, la mujer no podía evitar sentirse culpable por su amor prohibido, pero quería vivirlo antes de morir en soledad con alguien que ya no la amaba y no se cansaba de demostrarlo con su indiferencia.
Si, era verdad, el mundo no la perdonaría por su falta de decoro y eso le traía más culpa a su conciencia, pero cada vez que su rostro se entristecía, él la besaba y nuevamente la devolvía a la vida. ¿Qué le deparaba el destino? Ella no lo sabía, pero a su lado estaba segura de que tendría las fuerzas para enfrentarlo todo.... o tal vez ¿no?...quien sabe
Me quemas con tus manos, me abrazas con tu aliento
Amor de horas ocultas, bendito amor secreto
Mi cuerpo te desea, yo también
Es tarde y en mi casa me espera la tristeza
El fútbol, mi marido y un vaso de café
"¿Qué tal en la oficina?", "Prepárame la cena"
"¿Me quieres?", "claro, claro", rutina indiferencia
Beso a beso, dulcemente, abrázame te quiero
Sentirme diferente, el mundo no perdona y yo
Paloma infiel, prefiero estar contigo
Y no morir con él
Es triste, se hace tarde, se está durmiendo el cielo
El tiempo se impacienta y tira de mi pelo
Las ocho y el en casa, ayúdame a marchar
Me espera mi destino, me espera soledad.
Continuará....
CAPÍTULO 2 AQUÍ
Última edición por SHALOVA el Dom Abr 16, 2023 3:18 pm, editado 2 veces