NOTA DE LA AUTORA: Hermosas lectoras, esta preciosa Guerra Florida 2023 está en su recta final y para su servidora ha sido un gran honor haber participado en la misma. Este es el último capítulo que presento de mi fanfic AMOR PROHIBIDO en esta fiesta, pero será continuado en wattpad, así que los espero por allá
Ahora continuamos con el siguiente capítulo
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CAPÍTULO TRECE:
CÓMO DEJARTE IR
Georges veía como la joven bajaba con el mayor de los cuidados del vehículo ayudada por un hombre de aproximadamente 33 años. Sus ojos se sorprendieron ante el asombroso parecido que aquel extraño guardaba con el señor Ardlay. Desde la distancia no podía visualizar el color de ojos de aquel hombre, pero sin lugar a dudas eran claros; la única diferencia que había entre ellos era el tono rubio de su cabello.
Oculto tras su sombrero fedora siguió discretamente a la pareja de rubios. Los vio sentarse en una banca del parque y conversar amenamente. Con una tranquilidad envidiable, Georges sacó su celular y realizó una serie de llamadas muy misteriosas.
—¿Cuqui?
—Sí jefe, diga usted.
—Quiero que me averigues a quién pertenece el coche cuya placa te daré ahora. Una vez que tengas esa información, me la pasas a mi portátil.
—Jefe ¿necesita información completa?
—Si Cuqui, lo más completa que puedas conseguir en el menor tiempo posible.
Mientras esperaba la respuesta se puso a meditar la manera que usaría para trasladar a una mujer embarazada sin que levantase sospechas. Ahora que estaba en ese estado no podría usar con ella líquidos fuertes para adormecerla. Tendría que consultar con un muy doctor para que al momento de ser obligada a viajar no sufriera graves consecuencias.
Pasó las siguientes horas siguiendo a Candice. Ahora sabía dónde vivía y sonrió al darse cuenta que la anciana llamada Martha vivía con ella.
—Anciana mentirosa. Ya decía yo que me estabas ocultando a la señora Candice, pero todo es cuestión de tiempo y muy pronto ella regresará conmigo.
Observando la información que llegó a su portátil, verificó que el acompañante de Candice era el doctor Anthony Bower; a pesar de no ser ginecólogo, sacó en conclusión que probablemente era su médico de cabecera. De ser así tendría que tener mayor cuidado con ella al momento de su traslado, pues si su doctor estaba con ella era porque su embarazo era delicado…pero ¿qué doctor muestra tal interés en una paciente cualquiera? Ciertamente ninguno, eso significaba que la rubia mujer era especial para este señor.
Los últimos meses había estudiado el perfil de todos los choferes que trabajaron en la agencia de encomiendas que usaba el corporativo para el traslado de documentación importante y de miembros de la familia Ardlay. Ninguno de aquellos hombres habían levantado la más mínima sospecha, salvo un nombre, Terence Graham.
Sin duda alguna el expediente del joven Graham estaba siendo estudiado detenidamente en su portátil. A pesar de no haber encontrado nada relevante en el celular de Dorothy, las crecientes sospechas que tenía con el mencionado joven se fueron acrecentando cuando leyó sobre su traslado a Londres. Ese dato era algo que no lo había comentado con la matriarca Elroy, pues el joven no era ningún advenedizo, él era sobrino y protegido del señor John Mckenzie. Si bien era cierto que los Ardlay no habían concretado una alianza económica con el señor McKenzie, no era menos cierto que sus relaciones comerciales seguían siendo excelentes. Por ningún motivo iba a levantar una ligera sospecha sobre el joven Graham sin estar totalmente seguro, eso sería enfrentar a dos fuertes corporativos a una guerra financiera. Y la realidad era que el señor Mckenzie estaba actualmente a la cabeza de una de las firmas de abogados más poderosas de los EEUU, el bufete Baker-Mckenzie.
Estaba casi seguro que el amante de la pequeña señora Ardlay era el joven Graham, pero ahora comenzó a dudar. Confirmar que Candice estaba viviendo con la anciana O´brien y ahora verla sonriente del brazo de ese doctor, lo puso a meditar. ¿Sería este doctor el amante secreto de la señora Candice? Según lo que había observado, la señora Candice estaba rondando los siete meses de embarazo, y ese cálculo descartaba por completo al mentado doctor, apuntando todas las sospechas hacia el joven Graham; pero al no verlo en escena optó por asumir que los rubios habían sido viejos enamorados y que en EEUU se suscitó algún reencuentro en secreto.
La hipótesis de quién había sido el amante de la señora Candice a estas alturas era irrelevante; pero no menos importante, sin embargo, no dejaría de poner el dedo en el renglón. Lo más importante ya estaba dado, la ubicación de la rubia; ahora tenía que planificar muy bien su secuestro.
Pasó cinco días vigilando las entradas y salidas de las personas que habitaban aquella casa. Se percató que las habitantes de aquel domicilio solo eran mujeres. Estaban: la anciana, una enfermera y la señora Candice; las mismas que eran regularmente visitadas por el doctor Bower y una joven de largos cabellos negros. Sacó su celular para finiquitar los detalles anteriormente planificados con sus secuaces.
[ring] [ring]
—¡Diga jefe!
—Escúchame bien, Cuqui. Tenemos que dejar nuestro plan listo hoy, mañana sí o sí lo tendremos que ejecutar. ¿Ya conseguiste al equipo médico que viajará con nosotros?
—¡Claro, jefe! Usted sabe que con dinero todo es posible.
—Perfecto, no deseo contratiempos. Que no se te olvide que la avioneta debe estar lista con todo lo necesario para atender a una mujer en estado gestante.
—¡Como usted diga, jefe!
Ajena a todo ese oscuro plan que se cernía sobre ella, la rubia mujer arreglaba la ropita de bebé que Anthony había traído como obsequio para el pequeño. Con ilusión decoró la cuna que tenía lista a un costado de su cama y los innumerables zapatitos que había tejido durante su dulce espera. En medio de su ensoñación, un estuche en especial llamó su atención. Era aquel par de pequeños zapatitos que había comprado para anunciarle a Terry la llegada de su bebé.
No pudo evitar que las lágrimas acudieran a su rostro pensando en aquella vida que tanto anhelaba tener, y no fue. Después de que ya habían pasado varios meses en que tomó la drástica decisión de sacar a Terry de su vida, ahora se preguntaba si esa fue una decisión acertada. Con nostalgia pronunció su nombre.
—Terry…amor ¿pensarás en mí?...yo…no he podido dejar de pensar un solo día en ti, en nosotros. A escondidas busco noticias sobre el caso McGregor para saber algo que me hable de ti, pero los diarios se han empeñado en no mencionar más sobre ese tema. ¿qué estarás haciendo ahora? ¿Me habrás olvidado? ¿valdrá la pena que mi hijo no conozca a su padre? [suspiro] después de todo este tiempo…ahora creo que no actué de manera coherente. Tal vez si yo hubiera…
La rubia se levantó de la poltrona con un poco de dificultad por el peso de su barriga de un poco más de siete meses de embarazo, caminó hasta la ventana de su habitación y se quedó observando la noche estrellada. Llevando su mano al pecho para acariciar su amado dije estrellado, susurró.
[suspiro] —En una noche así, nuestras vidas se cruzaron. En una noche así, fui tuya y tu fuiste mío…en una noche así…te entregué mi corazón.
Las manos de la joven acariciaban con gesto protector su redondeado vientre, sin imaginar que en otro punto de Londres otra persona veía el mismo cielo estrellado, y paradójicamente recordando la misma noche vivida.
Terence Graham tenía sobre sus labios su acostumbrado cigarrillo. Cada noche de cielo despejado, le gustaba quedarse por horas mirando las estrellas. Solía hacerse la misma pregunta «¿qué estás haciendo en estos momentos, Candice?» Mientras sus divagaciones lo llevaban por el mundo de los recuerdos, unos insistentes llamados a la puerta de su apartamento lo trajeron a la realidad.
[Toc] [toc] [toc]
—¡Demonios! ¿Quién carajos viene a molestarme a estas horas?
[Toc] [toc] [toc]
Con voz cansina, contestó. —Ya voy. Espere un momento.
Su sorpresa fue grande al ver parada en el umbral de su puerta a Susana Marlow sosteniendo una botella de champagne en una de sus manos.
—¿Qué haces aquí, Susana? ¿No te parece demasiado tarde para una visita?
—¡Ahs! Deja de ser gruñón, querido. Mejor invítame a pasar. Me acabo de enterar que ganaste el caso Johnson, así que he venido a festejarlo contigo.
Sin que el castaño le diera acceso, la mujer se abrió paso al interior del departamento como si fuera su casa. Sintiéndose dueña de la situación, se despojó de su pesado abrigo y procedió a acomodar en la pequeña mesa de la sala las compras que trajo con ella. En un parpadeo apareció sobre la mesita una bandeja de frutillas achocolatadas y una deliciosa botella de champagne. El castaño alzó su ceja izquierda en señal de interrogación. ¿Quién le había dado el derecho a esta mujer para invadir de esa manera su privacidad?
Sin miramientos, la guapa rubia se sentó a disfrutar de la burbujeante bebida mientras cruzaba sus largas y esbeltas piernas de una manera por demás sugerente para que sean observada por unos inquisitivos ojos azules.
—Ven cariño, siéntate a mi lado y brindemos por este nuevo triunfo en tu carrera. Te aseguro que el champagne está en su punto y las frutillas....mmm…deliciosas.
Masajeando cansadamente sus párpados, el castaño contestó.
—Susana, no quiero sonar grosero contigo, pero no estoy de humor para ninguna clase de festejos. Tengo mucho sueño y honestamente deseo descansar SOLO.
—¿Acaso me estás echando de tu apartamento? Aunque pienses que tus intenciones no son groseras, tus palabras si lo son. Estás siendo muy descortés conmigo. Yo solo quiero alegrar tu noche que de seguro está muy aburrida.
—Si yo quisiera compañía femenina, te lo habría dicho, pero realmente estoy cansado y necesito dormir un poco. El caso Johnson vs Carson fue por demás agotador.
La mujer fingió una risa coqueta ante la tajante negativa del castaño. A esas alturas ya estaba acostumbrada a su continuo rechazo, pero para ser honesta con ella misma, esa actitud displicente que él presentaba para con ella la estaba sacando de sus casillas. No era dable que después de haber compartido una noche juntos, él la tratara de manera tan fría.
[risa fingida] —Vamos cariño, ¿qué hombre puede despreciar una compañía femenina como la mía? He traído champagne, frutas deliciosas y…muchos deseos de amar ¿qué más puedes querer? Además, he venido en taxi y me temo que ya es un poco tarde para regresar a mi apartamento en un auto de alquiler..
—¿Y tu auto? —espetó el castaño.
—Dañado. Así que no te queda otra opción más que darme espacio en tu cama...o entre tus piernas, lo que tu quieras que suceda primero.
Reuniendo la mayor paciencia que podía, Terence tomó su teléfono y llamó al servicio de taxis que siempre usaba cuando no quería manejar.
—¿Aló? Buenas noches, un taxi, por favor. Mi código de usuario es el 75845. Les agradecería que no se demoren con la unidad, gracias.
—¡Pero, Terry! ¿Cual es el problema en que yo pase la noche aquí contigo?
—Sencillamente, no quiero. Sabes muy bien que nadie duerme en mi apartamento.
—¿Por qué me tratas de esa manera? ¡Yo no soy una de esas mujeres ocasionales para que me trates así!
—Susana, tú no eres diferente a las otras mujeres, eres igual que las demás. Quiero que entiendas que simplemente, no deseo que nadie ocupe mi cama.
La mujer se levantó del sofá y sin pensarlo, le soltó una sonora cachetada al ojiazul.
—¡Eres un maldito majadero! ¿¡Cómo se te ocurre decirme que soy igual a las… mujerzuelas con las que andas!?
El ojiazul no se inmutó ni un ápice. Acarició su mejilla golpeada y en un gesto que denotaba quemeimportismo, le dijo.
—Susana, que tú y yo hayamos tenido simple sexo, no te da derecho de venir hasta mi casa e invadir mi privacidad.
—¡Pero Terry!... Pensé que tú y yo…
—Pensaste mal. Tu y yo no somos nada. Únicamente somos buenos compañeros de trabajo que tuvimos sexo una sola noche, eso es todo.
—¿Sabes lo que pasará si mi padre se entera que has jugado con mis sentimientos? Él es capaz de hacer pedazos tu carrera profesional ¡No me tientes a acusarte con él!
El ojiazul se carcajeó ante la incipiente amenaza de la rubia.
[risas] —¡Por dios, Susana! ¡Mírate!, eres una mujer de 28 años, con una carrera brillante y los pies bien puestos sobre la tierra; estás lejos de ser una inocente virgen de pueblo a la cual he llevado a la cama con engaños. Dudo que a estas alturas el señor Marlow intervenga en tu vida sexual.
Terence le dio una última calada a su cigarrillo para luego posar una sonrisa cínica sobre su rostro y continuar con su perorata.
—Dime Susana ¿acaso crees que le tengo miedo a empezar desde cero con mi carrera en cualquier otra parte del mundo? Si crees eso de mí, entonces no me conoces ni una mierda.
—Pe…pe…¡Pero Terry! yo… quiero estar a tu lado, ¡en tu vida!
—Pero yo no quiero a nadie. ¿Acaso no entiendes de lo que te hablo?
La mujer ya no sabía qué otro argumento usar. De todas las maneras posibles Terry le estaba dejando en claro que no deseaba tener una relación seria con ella. Se sentía lastimada y humillada. Con palabras arrastradas, espetó.
—Es por esa…maldita. La regalada de Candy que prefirió al multimillonario que a tí ¿verdad? Después de tantos meses…¿aún piensas en esa zorra?
Terence rodó sus pupilas, a esas alturas del partido ya estaba harto de que Susana aprovechara cada discusión para sacarle en cara su antigua relación con Candy. La mujer simplemente no quería entender que él no deseaba empezar una nueva relación con nadie. Con un gesto de hastío tomó su abrigó y se dispuso a salir. Susana se apresuró a tratar de detenerlo.
—¿A dónde vas? ¿acaso me dejarás aquí con la palabra en la boca?
—Es decisión tuya lo que quieras hacer, de igual manera el taxi ya está en camino. Yo me largo, no estoy de humor para aguantar berrinches de mujeres necias. Al salir cierra bien la puerta.
—¡Terry! ¡Terry!
Por más que la mujer pataleaba en medio de la sala, le fue imposible detener a Terence. El hombre cerró la puerta y se fue sin decir media palabra más. Susana salió presurosa del departamento tratando de darle alcance al castaño, pero le fue imposible. El hombre se montó en su coche y desapareció por la larga avenida sin inmutarse por el berrinche de la mujer a media calle.
Mientras conducía su vehículo en medio de la oscuridad, sólo podía maldecir su suerte a viva voz; pues había salido de su apartamento para ya no escuchar más ese nombre que lo atormentaba; no obstante, el rostro de Candice aparecía a cada momento.
—¡Maldita sea mi suerte! ¡Quisiera arrancarte de mi vida de una buena vez!...pero… ¿Cómo te puedo dejar ir sin que te lleves algo de mi corazón? —espetaba el hombre golpeando el volante de su vehículo. — ¡Por dios, Graham! Eres una auténtica porquería…lloriqueando como un adolescente por una mujer que no te supo amar.
Manejaba sin rumbo mientras se hacía mil y un cuestionamientos, ¿cómo era posible que después de varios meses de su ausencia, la imagen de Candice aún lo dominara de esa manera?
Luego de que ella se marchara buscó algo de consuelo en brazos desconocidos, e incluso quiso darse una oportunidad con Susana, pero el hecho era que mientras le hacía el amor a ella, en sus pensamientos solo estaba el rostro de Candice.
—Candy…Candy… estos meses solo me he dedicado a recordarte…a revivir nuestros momentos felices. ¿Por qué no me amaste como yo a tí? Hemos compartido la risa y el dolor, penas y alegrías; y sin embargo, nada de eso fue suficiente para tí.
El castaño aspiró fuertemente para evitar que sus ojos lloraran. Se sentía como un idiota recordando a una mujer que simplemente no lo amó con la fuerza necesaria. Una sonrisa irónica adornó su rostro que ya estaba marcado con la incipiente barba.
—Fuiste la única que logró conocerme por completo, entraste en mi alma y la llenaste con tu aroma, con tu risa, con tu presencia de una manera tan avasalladora que me fue imposible no enamorarme. ¿Cómo pudiste alejarte de mí de esa manera?
[risa irónica] —¡Dios! Si ahora pudieras verme, encontrarías solo un cuerpo vacío, un triste cuerpo que respira al ritmo que tú has impuesto con tu ausencia, un cuerpo que solo es una sombra que espera por tí. [Suspiro] Así es, Candice, ahora soy una sombra que pasa sus noches mirando por la ventana esperando ver tu silueta aparecer entre la niebla. ¿Sabes algo? no me importaría que me vieras llorar, solo te pediría que regreses y me ames como yo te amo a tí…pero sé que eso no ocurrirá.
Después de su monólogo, el castaño ya no pudo retener más sus lágrimas y se soltó a llorar; poco le importó que pareciera un mequetrefe, un adolescente que lloriqueaba por su amor perdido de juventud. Solo quiso dar rienda suelta a ese llanto que había estado atorado en su garganta desde que ella se marchó dejándolo a la deriva.
—Si te ibas a marchar…¿para qué regresaste? ¿por qué me buscaste? Estaba empezando una nueva sin ti, pero apareciste de la nada…con tu sonrisa…con tu amor. Luego decides que ya no me amas y te marchas como si mis sentimientos te importaran una maldita mierda. Si esta iba a ser nuestra separación, era mejor que nunca nos hubiéramos conocido
Cansado de las auto-recriminaciones decidió que era mejor regresar a su departamento. Confiaba que a esa hora de la noche, Susana ya no estuviese ahí esperándolo para hacerle una nueva tanda de reclamos.
Hasta cierto punto justificaba la actitud de Susana. Desde que Candice había salido de su vida, ciertamente su rubia compañera de trabajo había estado a su lado, apoyándolo sin recriminaciones ni exigencias; tan solo quería un poco de amor y cariño a cambio.
Recordó la noche en que tuvieron sexo ocasional. Para él había sido una noche más donde su intención había sido borrar de su memoria a Candice; pero al parecer para Susana había significado algo más que simple sexo.
Su cuerpo estaba realmente cansado. Llevaba varios meses con la misma rutina, por la mañana se enfrascaba de lleno en los casos jurídicos que llevaba hasta ya entrada la noche; luego, el poco tiempo que le quedaba, se sentaba horas enteras a fumar mientras miraba la llegada del amanecer por la ventana de su habitación. Literalmente se sentaba a esperarla a ella, aún sabiendo que ella nunca regresaría.
¿Qué pasaría con su vida? Honestamente no lo sabía, tan solo rogaba por una nueva jugada del destino. Si ya había jugado en su contra por dos ocasiones, pues ahora esperaba que la ruleta girara a su favor. Quería que esta vez el destino sacara a Candice de una buena vez de su vida; y esta vez quería que fuera para siempre.
No quería pensar en Candice, pero nuevamente era ella la que ocupaba sus pensamientos. Su vista borrosa y el cansancio de su cuerpo no le permitieron frenar a tiempo ante un enorme bulto que se atravesó de repente en medio de la calle. El rechinar de las llantas fue producto de la maniobra extrema que tuvo que realizar para no impactar de lleno con aquel extraño objeto que se le había cruzado de un momento a otro. Con espanto vio que el bulto estaba tirado en medio de la calle.
—¡Mierda! ¡Me lleva el demonio! ¿Qué fue eso que se me atravesó?
Bajó de inmediato del automóvil y corrió a ver qué era lo que estaba a unos metros de su vehículo. Una enorme masa de pelos marrones chillaba debido al fuerte impacto que había recibido.
—Pero…¿qué es esto? ¡Dios! ¡Parece un… perro! ¡Sí…es un enorme perro!
El hombre se acuclilló para ver de cerca al animal golpeado, efectivamente, era un perro de raza San Bernardo color marrón con el pecho blanco que, debido al golpe recibido estaba casi sin consciencia. Al escucharlo gimotear, el hombre no dudó en sacarse su abrigo y tomar al perro entre sus brazos.
Debido al enorme tamaño del animal, le estaba costando un esfuerzo enorme cargarlo, pero gracias a que él no era para nada un debilucho, pudo llevarlo hasta su automóvil y emprender la marcha hasta la veterinaria más cercana.
El auto arrancó a toda velocidad, tanta era su prisa por llegar a una veterinaria, que no se percató del extraño hombre que corría tras su rastro.
—¡Miena…Miena…!—gritaba el pobre hombre que seguía al automóvil. Lastimosamente su avanzada edad no le permitió correr más rápido o gritar más fuerte para que el extraño que se llevaba a su perro escuchara su clamor.
El hombre llevó la mano hacia su pecho para tratar de que sus pulmones volvieran a llenarse de aire. Luego de varios minutos tratando de recuperar la calma, pudo volver a gritar el nombre de su querida mascota en un intento desesperado porque su voz sea escuchada.
—¡Miena! —Gritó varias veces al viento, pero solo el silencio respondió. Solo le tocaba rezar para que aquel extraño cuidara de su amada mascota hasta que él pudiera recuperarla.
Tras el anciano, una cuadrilla de enfermeros llegó al instante para auxiliarlo. Como si se tratara de un enfermo decrépito, fue obligado a sentarse en una silla de ruedas para luego ser maniatado a dicha silla.
—¡Suéltenme, demonios avariciosos! ¡Tengo que seguir buscando a mi perra!
—¡Cálmese señor McGregor! Si sigue así puede sufrir un infarto. Debemos llevarlo de vuelta a casa. ¡Mírese, señor! hasta ha salido en bata de dormir por perseguir a ese perro del demonio. Trate de calmarse un poco, le aseguro que Miena pronto regresará a la mansión, siempre lo hace. Ese animal tiene más vidas que un gato.
—¡Alacranes asalariados! Dispararon deliberadamente al aire para obligar a Miena a huir. Quieren que ella no esté a mi lado para que ustedes puedan hacer conmigo lo que les da la real gana, pero les aseguro que ella regresará. Será mejor que vuelen, cuervos miserables, a decirle al buitre bueno para nada de mi sobrino que Duncan Mcgregor está más vivo que nunca.
Entre los enfermeros murmuraban —¡Santo dios! ¡Qué anciano para más escandaloso! cada vez es más complicado tenerlo bajo vigilancia. Este servicio de cuidadores de ancianos le costará mucho más caro al joven Dalton.
—Seguro que sí, hoy me apuntó sin ningún reparo esa vieja espada que guarda en su recámara. El viejo está más loco que una cabra.
A pesar de encontrarse preocupado por la pérdida de su mascota, el viejo McGregor reía pícaramente. Su sobrino había enviado unos supuestos enfermeros para cuidarlo, pero él sabía muy bien que eran otro juego de espías metidos en su mansión.
—Ustedes dos, mequetrefes, ¡Váyanse al diablo!
—¡Vamos señor McGregor! deje de ser tan escandaloso que todos nos miran.
—Entonces sirvan para algo. Llévenme a casa, ¡de inmediato! Quiero cambiarme de ropa para luego buscar a mi perra.
Rodando sus pupilas, los enfermeros contestaron —Lo que usted diga, señor McGregor.
La noche se volvió larga y agotadora para Terence. ¿Cómo había pasado de tener una discusión con Susana a ser un cuidador de perros? En su vida había cuidado animal alguno, y ahora estaba en una veterinaria cuidando a un perro callejero.
—Doctora, este perro salió de la nada y sin querer lo he atropellado. Le pido que haga todo lo posible por este animal callejero. Yo…yo tengo que irme.
—Señor…Graham, este perro no es un simple animal callejero. Fíjese en su pelaje, está muy bien cuidada y alimentada. Le aseguro que esta perra se ha escapado de su casa por alguna razón y sus dueños la deben estar buscando.
—Bueno doctora, eso es una excelente noticia. Que la perra tenga dueño lo hace más sencillo ¿no cree?
La doctora se deshizo de los guantes y el delantal que había usado para la curación del animal. Mirando seriamente al hombre que había traído el perro, le dijo
—Sería todo muy sencillo de no ser por el tiro de bala que tiene el animal en su pata; y lamentablemente tengo que reportar ese hecho a la policía.
—¿A la policía? ¡Pero eso me puede meter en un problema! Yo simplemente traje al animal aquí para que no muera en media calle.
—Eso es lo que usted dice, pero yo puedo pensar que el animal fue herido por algún malandrín que quiso invadir su casa.
Terence alzó su ceja izquierda en clara señal interrogativa ¿acaso la doctora pensaba que él era un vulgar asaltante? La doctora sonrió ante el gesto del hombre y prefirió creer en la buena voluntad de aquel extraño. Con palabras más conciliadoras le dijo.
—Hagamos algo señor Graham. Yo no reportaré el caso a las autoridades, pero usted tiene que hacerse cargo de esta perra hasta que sus dueños aparezcan. De seguro tiene un chip de rastreo y si de verdad los dueños la quieren, pues no demorarán en aparecer. ¿Le parece bien mi propuesta?
—¿Tengo más opciones?
—Me temo que no las hay. O usted se encarga de la perra o yo lo reporto a la policía.
Terence alzó sus manos en señal de rendición, estaba seguro que la doctora no lo dejaría en paz hasta que no se hiciera responsable de la perra herida.
—En fin, no me queda de otra. Le doy mi tarjeta y mi número de teléfono para que me mantenga al tanto. Cargue todos los costos a mi cuenta.
—No ponga esa cara de fastidio, señor Graham. Le aseguro que si esta perra se cruzó en su camino, es porque le dará un cambio de dirección a su vida.
—¿Usted lo cree?. Le he estado rogando al destino un cambio en mi vida, pero no veo como un perro pueda lograr eso.
—Yo le aseguro que esta hermosa perrita le cumplirá eso que usted ha estado pidiendo al destino, ya lo verá.
Mientras Terence pasaba la noche en una veterinaria, en la casa de la señora Stewart las cosas estaban dando un giro enorme para Candice. Extrañas sombras se movían silenciosamente por los jardines esperando el momento adecuado para irrumpir en el interior de la misma.
Continuará…
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Última edición por SHALOVA el Lun Mayo 01, 2023 3:12 pm, editado 1 vez