CAPÍTULO 11 AQUI
CAPÍTULO DOCE
DÍAS DE MELANCOLÍA
Los meses transcurrían y Candice seguía guardando reposo por recomendación de su doctora. Estaba ya entrando en su séptimo mes de embarazo y no querían que nuevas novedades se presentasen como los ligeros dolores abdominales que se suscitaron el mes pasado.
Annie se había ocupado enteramente de la librería y Martha se encargó por completo de la atención a la ojiverde con la ayuda de una enfermera que el mismo doctor Brown había recomendado. Gracias a esas buenas personas preocupadas por el bienestar de Candice es que ella estaba disfrutando de manera placentera los meses de embarazo.
Con la hermosa sonrisa que caracteriza a las futuras madres, Candice arreglaba la pequeña ropa y escarpines que había terminado de confeccionar. Jamás en su vida se imaginó que ella misma tejería ropa para su bebé, pero, debido al confinamiento obligado, sus manos comenzaron a buscar en qué ser útiles y gracias a las enseñanzas de la abuela Martha, ahora ella poseía varios ajuares para su bebé que eran una verdadera ternura..
Mientras cada pequeño escarpín era colocado junto a la suave colchita para bebé, la joven madre acariciaba su ya prominente barriga. La sonrisa se ensanchó más cuando pudo sentir la pequeña patada que vino desde su interior.
—¡Por Dios, bebe! Eres muy inquieto, creo que serás muy travieso.
Como era su costumbre, cada vez que le hablaba a su barriga, procedía a acariciar su colgante en forma de estrellas. Era la manera en que ella sentía que Terry estaba a su lado.
—¿Sabes una cosa bebé? Sé que tu padre no está aquí para sentir como la vida crece en mí, pero al sujetar esta cadena entre mis manos, puedo sentir su inmenso amor. [suspiro] Tal vez…algún día lo conocerás y los tres podamos estar juntos, sin temores o fantasmas que acechen nuestra felicidad.
Una ligera sombra de melancolía se pintó sobre la joven al imaginar a Terry junto a ella en el momento en el que su hijo viniera al mundo. Mientras Candice mantenía su dulce charla maternal con su bebé, en la sala de la casa se suscita una ya acostumbrada rencilla entre las dos mujeres que cuidaban de la ojiverde.
—Señora Martha, le advierto que si usted sigue alimentando a la señora Candice de esa manera, va a subir demasiado de peso y eso no le conviene para nada. Para controlar su presión debemos controlar la ingesta de sus alimentos y principalmente de la sal.
—¡Pamplinas, niña! Mi caldito de pollo y verduras no tiene un ápice de sal, es más, es mi receta secreta la que tiene a Candy con ese hermoso color rosado en sus mejillas.
—Señora Martha, cuando hablaba de controlar el peso de Candice, no me refería a su caldo de pollo y verduras, esa receta es excelente, más bien me refería a esta tarta de chocolate que usted siempre hornea y la señorita Candice come a escondidas.
—Pero Lily, una rebanada de pastel no le hace ningún daño; además a una embarazada no se le puede negar los antojos. ¡El niño nacería con cara de hambre si le niego el pastel!
—Señora Martha, el problema es que Candice come más de una rebanada de pastel. Por el momento su peso está controlado, pero debo velar que su alimentación sea la adecuada; de lo contrario el doctor Brown me llamará fuertemente la atención. Él siempre está muy preocupado por la señorita Candice.
El brillo pícaro en los ojos de la anciana se hizo presente. Ya había notado la amabilidad y preocupación excesiva que el doctor solía tener para con Candice. Era la primera vez que veía tanta preocupación de un doctor por su paciente. Con gran curiosidad, preguntó.
—Dime algo, Lily. ¿qué tan preocupado está el doctor Brown por Candy?
—Mucho. Siempre revisa mis anotaciones y está al pendiente de que la doctora Hamilton lo mantenga al tanto del embarazo de la señorita Candice.
—Mmm, pero vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí? ¿será que el guapo especialista se ha fijado en nuestra linda y dulce Candy?
—Pues, que le puedo decir señora Martha; conozco al doctor Brown por más de 5 años y siempre ha sido un profesional muy preocupado por sus pacientes; pero ésta es la primera vez que lo veo preocupado por un paciente a nivel…personal.
—¿Nivel personal? ¿qué quieres decir con... a nivel personal? —preguntó la curiosa anciana tratando de sacar más información a la enfermera.
—Mmm, tal vez me estoy precipitando, pero creo que el doctor Brown ya no ve a la señorita Candice como una simple paciente, creo que ella le agrada más como…mujer. Incluso me pidió de favor que me encargue de buscar un ajuar completo de ropa materna para cuando ella pueda dar su primer paseo fuera de los jardines de la casa. Él la quiere llevar personalmente al parque y aprovechar los días soleados. Por supuesto que eso es una sorpresa que él está planeando para la señorita Candice.
Martha calló ante lo dicho, esos minutos de silencio llamaron mucho la atención de la enfermera en vista de lo hablantina y entrometida que solía ser la anciana.
—¿Qué le sucede señora Martha? ¿No le parece maravilloso que entre ellos dos se pudiera dar una relación?
[suspiro] —¡Ay Lily!, esa posibilidad sería maravillosa. El doctor me cae super bien y todo sería perfecto si es que mi Candy ya no amara al padre de su bebé; pero la realidad es que ella aún sigue enamorada de ese hombre.
—¡Vamos, señora Martha! Nadie puede amar a un hombre que fue capaz de abandonarla con un hijo en el vientre; y lo peor de todo es que fue precisamente ese abandono el causante de que su embarazo se tornara de alto riesgo.
—¡Ay cariño!, mejor no toquemos ese tema. Aún hay cosas que no me he atrevido a preguntarle con claridad, y todo por no ahondar en esa herida que de seguro está latente en su corazón.
Los ojos ambarinos de Lily brillaron con tan solo imaginar un romance entre los rubios.
—Pues yo no sé usted señora Martha, pero por mi parte haré todo lo posible para que el doctor Brown conquiste el corazón de la señorita Candice. Ellos merecen dejar atrás sus fracasadas relaciones.
—¿Fracasadas relaciones? ¿Y es que el doctor ha tenido un fracaso amoroso con esa cara de ángel?
La . chica de cabellos castaños miró a todos lados para asegurarse de que nadie escuchara su confesión. Hablando de manera susurrada, confesó.
—Aquí entre nos, en el interior del Saint Thomas se llegó a comentar que la doctora Hamilton y el doctor Brown tuvieron…algo.
La anciana abrió sus ojos desmesuradamente ante lo dicho por la enfermera
—¡Qué dices, niña! ¿Ese hombre con cara de ángel tuvo un amorío con la doctora cara de vinagre? No lo tomes a mal; sé perfectamente que la doctora Hamilton es una excelente profesional, pero hasta el día de hoy no le conozco una sola sonrisa.
—Bueno, bueno, no es una noticia confirmada, sólo era un chisme entre las enfermeras, pero para decir verdad la doctora Hamilton no siempre fue así de seria. Cuando se rumoraba que ellos dos tenían su secreta relación, ella siempre andaba feliz. Se los veía juntos en la cafetería y se los notaba muy cómodos, pero de un momento a otro las cosas se enfriaron entre ellos y es cuando ella se volvió así de seria, como es ahora.
—¡Caray! ¿por qué habrán terminado?
—Pues…nadie lo sabe. Usted ve que la doctora Hamilton es muy reservada y jamás comentó nada al respecto. Ahora su trato es meramente profesional.
El par de mujeres estaban tan entretenidas en su cuchicheo, que fueron incapaces de ver a Candice avanzar a paso lento hacia ellas. Con una sonrisa llena de picardía, las sorprendió.
[risitas] —¡Cuchicheando otra vez! ¿Se puede saber qué tanto comentan ustedes dos?
—¡Señorita Candy! ¿Qué hace fuera de su cama? Debió haberme llamado para ayudarla a levantarse.
—¡Vamos, Lily! No soy tan inútil. Flammy me ha dicho que puedo dar pequeños paseos por la casa y que eso le hace bien a mis piernas.
—De todas maneras señorita Candy, no está demás que yo siempre esté a su lado.
La anciana intervino para evitar que la rubia siguiera siendo regañada por Lily. A estas alturas adoraba tanto a Candy que ya la quería como si fuera su verdadera nieta.
—Qué bueno que ya puedes caminar un poco más; sin embargo no debes esforzarte. Ven mi niña, ven a sentarte a la mesa que te he preparado tu caldito de pollo y verduras.
—Gracias, abuela Martha. Honestamente su comida me gusta muchísimo.
—Es que mi comida es sazonada con amor. Cada día veo tu barriguita crecer y sé que ese pequeño angelito se está alimentando con mis recetas cargadas de amor y sabrosura.
La enfermera carraspeó; sabía de antemano los mimos exagerados de la anciana para con la rubia; así que tenía que lanzar su advertencia nuevamente.
[carraspeo] —Señorita Candy, ya sabe que el día de hoy no se debe exceder con el postre; es más, hoy no habrá postre.
La rubia hizo un puchero de tristeza, pues sabía perfectamente que con las 3 rebanadas que se había comido ayer, su cuota de dulces estaba más que completa.
—Lo sé, Lily, lo sé. Te prometo que hoy cumpliré con las recomendaciones de la doctora al pie de la letra.
—¡Eso es estupendo, señorita Candy! Si continuamos así, en unas semanas podremos dar un paseo por los alrededores y podrá lucir el estupendo vestido maternal que el doctor Brown tiene pensado obsequiarle
Candice parpadeó varias veces para tratar de comprender lo dicho por su enfermera.
—¿De qué vestido me hablas, Lily?
—¡Shhhh! ¡Ay, Lily! —resopló Martha —¡Arruinaste la sorpresa que el doctor tenía para Candy!.
—¡Ups! ¡Lo siento! Es que…¡Caray… se me escapó! Lo que sucede es que el doctor Brown quiere ser el primero en invitarle a dar un paseo por el parque una vez que usted tenga autorización para salir de la casa.
—No te preocupes, Lily, no arruinaste nada. Apuesto que tú estás involucrada en todo ese secreto. ¡Muero de ganas por ver ese vestido!
La enfermera sonrió con picardía ante la suspicacia de la ojiverde. Y es que honestamente la pareja de rubios se le hacía ensoñadora.
—Bueno niñas, basta de plática, la hora de alimentar a ese bebé ha llegado. Ven Candy, siéntate a comer.
—Gracias abuela Martha.
La noche llegó y Candy fue llevada hasta su habitación. Un enorme espejo de cuerpo entero acomodado a un costado de su peinadora le daba la bienvenida. Mientras se colocaba su batón de dormir podía apreciar la redondez de su vientre más notoria ahora. No podía parar de imaginar cómo sería su bebé. ¿Tendría los ojos del color del mar como su padre? ¿Y su cabello? ¿Sería rubio o castaño?. Cada noche antes de dormir soñaba con que Terry estaba a su lado y la abrazaba con ternura disfrutando tanto como ella de su maternidad, o mejor aún, que los dos disfrutaban de tener entre sus brazos a su pequeño retoño.
Como cada noche, la rubia se recostó en su cama soñando con la vida que no pudo tener. Siempre las dudas le asaltaban al pensar si guardar aquel secreto había sido la mejor decisión, pero a estas alturas ya era demasiado tarde para arrepentimientos. Las palabras dichas aquella tarde en la que se separaron ya habían causado suficiente daño entre ellos; así que era preferible ya no ahondar más en ese pasado. Su único consuelo era saber que el futuro profesional de Terry no sería arruinado y que en un futuro quizá ellos podrían volver a estar juntos.
Recordó las palabras que el señor Mckenzie le dijera meses atrás. “Terry ha labrado con mucho esfuerzo y dedicación su futuro, así que no merece un amor a medias ni conflictivo” bajo esa premisa ella se prometió así misma que jamás sería la causante de arruinarlo. Con el consuelo de saberlo exitoso y fuera de las garras de los Ardlay, se durmió.
Mientras la joven dormía al calor del cobijo que Martha le brindaba, en otro punto de la ciudad las cosas eran totalmente diferentes.
Terence estaba sentado al borde de la cama cubierto tan solo por una sábana de seda. Con molestia miraba la hora en su reloj y luego regresó a ver a la mujer que yacía a su lado.
—¡Demonios! — farfulló.
Con determinación salió de la cama y se metió a la ducha para acto seguido salir y comenzar su arreglo sin decir una sola palabra. La mujer que yacía desnuda bajo las sábanas se estiró de manera perezosa. Con palabras en exceso mimosas interrogó a su amante.
—Mmm, ¿pero por qué te vistes cariño? no me apetece irme aún. ¡Vamos muñeco! ¡acuéstate a mi lado para seguir con nuestras travesuras! Hoy estuviste de infarto y si ya la habitación está pagada por una noche completa, pues no veo cual sea el motivo para no seguir aprovechándola.
El hombre ni siquiera se inmutó en seguir escuchando la perorata de la mujer en la cama, simplemente se limitó a terminar de vestirse para luego solicitar un taxi.
—Si quieres quedarte aquí es problema tuyo, yo me marcho.
—¡Pero…cariño! ¿Para qué pides un taxi si yo me voy contigo? ¿es que dejaremos tu coche aquí?
La ceja izquierda del hombre se alzó en señal de incertidumbre. Dejó el celular a un lado para aclararle el panorama a la confusa mujer.
—Tuve la cortesía de pedir un taxi…solo para ti, yo me marcho para mi apartamento. Ya luego tú le dices al chofer del taxi en donde quieres terminar de pasar…la noche.
—¡Terence! ¡no seas grosero! Si vine contigo aquí, pues lo más lógico es que seas tú quien me lleve a mi apartamento; o si quieres podemos terminar la noche en el tuyo.
—Te aclaro que a mi apartamento solo voy yo. Nadie más que yo pasa la noche en mi apartamento, ¿¡entendido!?
—¡Pero Terence!
El hombre se colocó su reloj y terminó por marcharse sin tan siquiera despedirse. La mujer quedó haciendo una rabieta en medio de las sábanas que aún contaban la ardiente sesión de sexo que había tenido que soportar.
Llegó a su apartamento y dejó despreocupadamente las llaves de su vehículo sobre la mesa. Como si fuera un robot, hizo su ritual nocturno. Se desvistió, se puso solamente el pantalón del pijama y se acostó sobre la cama para observar una fotografía de Candice.
La imagen era de ellos dos juntos sonriendo ante una selfie que se habían tomado el día en el que él le obsequió la cadena con el dije de estrellas conjuntas. Con nostalgia recordó el bello momento vivido.
******Flashback*****
—Cierra los ojos, amor. Tengo una sorpresa muy linda para ti.
—¡De verdad! ¡Me emociona mucho este tipo de juegos! ¡Me gustan las sorpresas!
Como si fuesen un par de pícaros adolescentes, él la sentó en su regazo para acariciarla sin pudor, y ella, entre risas y coqueteos dejó que las manos de él la tocaran con total descaro.
—¡Vamos! no seas curiosa ¡Cierra los ojos!
Con la emoción invadiendo su cuerpo, obedeció. Con la delicadeza de un colibrí, el hombre posó sutiles besos sobre el cremoso cuello de la mujer, para luego colocar sobre el mismo aquella cadena que había comprado meses atrás. La joven sintió el frio metal sobre su pecho e instintivamente lo tocó. Al abrir sus ojos vio el hermoso detalle que Terence le había obsequiado. Su brillante mirada del color de la hierba se posó sobre los azules zafiros de él. Con los labios temblando de la emoción, habló.
—¡Está preciosa! ¡Me encanta la forma en que las estrellas se tocan entre sí! Es como si sus puntas fueran manos que apenas se rozan y no se quieren separar.
—Somos tú y yo, Candy. La noche en que te conocí, el cielo estaba plagado de hermosas estrellas. Cuando bajaste del auto de alquiler, no hice otra cosa que mirar las estrellas recordando lo que había ocurrido entre los dos.
—Terry…
—Candy, mírame. Sé que no es una cadena de diamantes como seguramente tenías en la mansión. Es una sencilla cadena de oro blanco; pero te aseguro que en ella guardo todo mi amor hacia ti.
Con pequeños besos sobre la boca del hombre, ella declaró su amor.
—Terry…te amo tanto que a veces me duele el corazón. Te prometo que siempre la llevaré conmigo porque representa nuestro amor, te aseguro que será mi tesoro más preciado.
La pareja de amantes se besaron ardorosamente sin miedos ni restricciones. Una vez más disfrutaron del calor de sus cuerpos y de la dulce sensación de estar con la persona amada.
********Fin del Flashback*******
El ojiazul apartó aquella foto de su vista y la regresó al cajón del buró que estaba a lado de su cama. —¡Mentirosa! —bufó con furia y a viva voz. Ya no quiso seguir recordando más, pues llevaba meses enteros con el mismo actuar y estaba harto de eso. Tenía amantes ocasionales con las cuales desahogaba toda su frustración, pero una vez en la soledad de su habitación se sentía triste y vació. Aún le costaba entender que después de tantas palabras de amor y caricias compartidas, ella se había marchado de esa manera; restregándole en la cara que prefería la vida de opulencia que tenía en la mansión a la sencilla vida que llevaba a su lado. Con su acostumbrado cigarrillo entre los labios, farfulló.
—¿Por qué te llevaste la cadena, Candice? ¿Querías recordar nuestra vida juntos cuando tu marido no te haga feliz?¿Acaso querías acordarte de mí? —burlándose de él mismo, continuó con su reprimenda —¡Vamos Graham! ¡Qué iluso eres! Lo más probable es que la haya arrojado en la primera cloaca que encontró. A ella lo que le gusta son las finas joyas, no la sencilla y estúpida cadena que tú le regalaste. ¡Maldita sea mi suerte! Pero te arrancaré de mi corazón a como dé lugar…Candice Ardlay….Candice Ardlay. Repetiré tu nombre hasta que me quede claro que preferiste ser una Ardlay por sobre cualquier otra cosa. Solo ruégale a tu ángel de la guarda que jamás te vuelva a poner en mi camino; porque no me detendré hasta verte vacía y devastada…tal como yo lo estoy ahora.
Sin más, el hombre se acostó y cerró sus ojos tratando de que el sueño lo devorara; sin embargo lo que estaba siendo devorado por el rencor era su corazón. Sin notarlo, aquel oscuro sentimiento poco a poco se estaba apoderando de su corazón para tornarlo frío y hostil.
La mañana llegó y la figura imperturbable de Terence ingresaba a la oficina de abogados como si nada hubiese pasado la noche anterior. Sin decir una sola palabra se sentó en su escritorio con su acostumbrada taza de café bien cargado y procedió a revisar los papeles del caso que ahora llevaba.
Mientras sus ojos leían detenidamente el proceso judicial en cuestión, la voz mimosa de Susana lo llamó.
—Hola Terence.
—Que tal Susana —contestó secamente
—Ayer te estuve llamando a tu celular para invitarte a cenar; pero solo me contestaba el buzón.
—Estaba ocupado.
—¿Estabas tan ocupado que ni siquiera me podías contestar un mensaje?
—No empieces a fastidiar con tus cuestionamientos, Susana
La mujer apretó los puños y en un acto reflejó golpeó el escritorio de Terence.
—¿¡Por qué me tratas así!? ¿Acaso no merezco algo de tu cariño? Los últimos meses has ignorado todas mis atenciones y prefieres pasar tus noches solo o con cualquier mujer de ocasión que encuentres por ahí ¿¡Por qué!?
El ojiazul no se inmutó ante la rabieta de la mujer. Alzando una de sus cejas le dijo con la mirada que poco o nada le importaba su opinión; pero quería dejarle en claro que ella no tenía derecho a cuestionarlo.
—Ya te lo dije una vez, y te lo vuelvo a repetir. No eres nadie en mi vida para que cuestiones mi comportamiento o peor aún, me hagas reclamos.
—No soy nada en tu vida porque no me lo has permitido. Prefieres a cualquier mujer que recién conoces y te coquetea…¡que a mí! ¿Por qué puedes meter en tu cama a cualquier mujer, pero a mí no?
—Primero que nada, ninguna mujer entra en mi casa, mucho menos en mi cama; y segundo: no estoy contigo por la sencilla razón de que no quiero compromisos.
—Es por ella…¿Verdad?
—No empecemos con ese tema nuevamente, Susana
La mujer comenzó a lloriquear tratando de que su fingido llanto ablandara el duro corazón de Terence.
—¡Pero Terry! Ya esa mujer te dejó ¡se largó sin importarle tu amor! ¿acaso esperas que esa…aprovechada regrese?
—¡Callate, Susana! Tú no sabes nada de mi vida ni de mis decisiones. Que te quede bien claro de una buena vez; si una mujer ya se largó de mi vida, pues no me interesa tener otra más.
Susana aspiró hondamente para tratar de amainar su molestia. Se dio cuenta que por la vía del berrinche no obtendría nada de Terence. De forma más calmada, le dijo.
—Está bien, no hablaré más de ese tema. De unos meses para acá tu humor es insoportable y ya me di cuenta el motivo por el cual estás así; en fin, quiero que sepas que siempre estaré ahí para ti. Solo deja que me acerque un poco más a tí, te aseguro que yo puedo ser mejor compañía que esas otras mujeres.
Se acercó de manera sugerente al hombre y acarició sus hombros para luego hablarle muy cerca de su oído de manera mimosa.
—Cariño, deja a esas amantes de ocasión que solo te hacen perder el tiempo. No te conocen y seguramente debe ser un fastidio tratar de mantener una conversación decente con ellas. Mejor ayuda a una buena amiga. ¿Crees que hoy podemos salir a cenar? Tengo algunas inquietudes sobre el caso Mcgregor y necesito la opinión de alguien que no esté involucrado directamente con el mismo.
—¿Con la asesoría de Arthur y Stear no te es suficiente?
—Son buenos elementos, pero tú tienes un mejor ojo para estos casos.
—No creo que mi opinión te sirva de mucho. Sabes de antemano que me asquea lo que pretenden hacer con ese anciano.
—Entonces, quiero escuchar tu punto de vista y tal vez logre cambiar la opinión de nuestro cliente.
El castaño rodó sus pupilas en señal de fastidio. Apreciaba mucho a Susana porque en realidad había sido un apoyo moral bastante bueno; pero ese acoso constante que sostenía sobre él ya lo estaba hartando. Para que ella no siguiera con esa insistencia optó por aceptar la salida a cenar.
—Está Bien, Susan. Hoy saldremos a cenar para platicar sobre el caso Mcgregor.
—¡Perfecto! ¿Pasas por mí a las 8 de la noche?
—Yo no tengo problema con el horario. Si quieres podemos salir directamente desde la oficina, es más, sería más cómodo para mí.
—¡Oh no! Yo tengo que ir a mi apartamento a refrescarme. Las 8 de la noche está perfecto para mi.
La rubia mujer salió hecha un bólido de la oficina con una sonrisa de oreja a oreja que casi no podía disimular. Después de varios meses en que Candice se había marchado, esta era la primera vez que Terence le daba la oportunidad de una cita más allá de las paredes de una oficina.
Una vez que la fastidiosa mujer se fue, Terence pudo al fin relajarse. Con sus manos masajeó sus adoloridas sienes y se puso a meditar las palabras dichas por Susana.
—Después de todo…creo que Susana tiene algo de razón. Llevo varios meses con este humor de perros y una vida desordenada con la que ya no puedo lidiar, ya no puedo seguir así. Yo…Tengo que superarte, Candy… Tengo que sacarte de mi corazón para siempre, así sea que me convierta en un cuerpo sin alma..
********
[crash]
Candice no supo porqué motivo sus manos comenzaron a temblar. Llevaba días con un sentimiento de pesar en su corazón, pero ese día una fría punzada similar a la escarcha, se clavó en su corazón. La taza de té que había estado entre sus dedos se había resbalado. Una fría sensación la recorrió de tal manera que ella se quedó estática.
—¡Candy! ¿Estás bien?
—Yo…no lo sé, Anthony. Siento que algo no está bien
—Déjame recoger los pedazos rotos antes de que te vayas a lastimar. Pero ¿Ocurre algo con el bebé? ¿Quieres que te examine?
—Mi bebé está bien. Es…otra cosa…es un sentimiento extraño…algo que no sé como…explicar.
La mujer se llevó la mano al pecho sintiendo como aquella punzada de dolor no se iba. Era ese dolor inexplicable que te avisa cuando la persona amada no se encuentra bien. Su mano instintivamente apretó el dije estrellado que colgaba de su cuello, presintiendo que algo le pasaba a esa persona. ¿Acaso Terence tenía serios problemas en su trabajo? ¿o será acaso que habrá tenido algún accidente?
Tratando de serenarse, se sentó en una de las sillas del comedor y se abrazó a sí mismo, aquel extraño sentimiento provocó que su semblante se tornara melancólico y ausente. Para Anthony esa expresión de melancolía no pasó desapercibida. En los meses que tenía de tratar a la joven, se había percatado que ella solía quedarse mirando el atardecer con nostalgia mientras sujetaba con verdadera adoración su cadena de estrellas.
Había llegado a la conclusión de que la joven aún guardaba un sentimiento muy profundo por el padre del niño, pero ese era un hecho que él estaba dispuesto a borrar del corazón de Candice. El sentimiento que tenía por la rubia ojiverde se estaba tornando tan cálido y profundo que estaba dispuesto a ganarse su corazón.
—Candy ¿En quien piensas? ¿Quién es el dueño de tus anhelos?
—¿¡Eh!? Yo…no pienso en nadie en particular. Creo… que estoy algo…nerviosa por mi embarazo. Tal vez estoy más sensible de lo normal ¿no crees?
—Mmm, es probable. Las mujeres embarazadas pasan por un estado de sensibilidad asombrosamente bello, así que arreglaremos esto de una manera fácil.. Candy ¿me acompañas a dar un paseo en mi auto? No será una larga caminata, lo prometo; pero te aseguro que te servirá de distracción.
—¿Estás seguro que no interrumpo tu trabajo?
—Mi turno empieza luego de 2 horas, así que estoy totalmente disponible. Además he venido con la intención de que utilices el vestido que traje para ti la semana pasada. Me complacería mucho verte con este ajuar materno mientras damos un paseo
—Muchas gracias, Anthony, el vestido que me trajiste es realmente bello. Entonces, si no interrumpo tus horarios de trabajo acepto tu propuesta. Creo que me hará bien salir un poco.
Candice se vistió con el dulce vestido maternal que dejaba ver su redondeado estado; arregló su cabello y con el mayor de los cuidados fue llevada hasta el vehículo de Anthony, donde fue acomodada con todas las seguridades para luego partir a un agradable paseo.
La luz roja del semáforo fue el lugar donde la mirada oscura de un hombre se posó fijamente en la figura de una sonriente rubia ojiverde acompañada de un rubio desconocido. Movió su sombrero para ocultar su rostro y sigilosamente la siguió, necesitaba confirmar que era la persona a quien tanto había buscado. El auto en el que viajaba la rubia iba muy despacio, lo cual facilitó seguirlo muy de cerca. Con su acostumbrado gesto apático dibujado en su rostro, tomó su celular y realizó la llamada que tanto había anhelado hacer.
—Señora Elroy, la he encontrado.
—¡Ya era hora! Ya sabes lo que tienes que hacer. Esa desvergonzada tiene que estar en EEUU a más tardar en una semana. El desdichado de Lagan se ha apropiado del control de la Junta Directiva y necesito las acciones de esa mujer ahora más que nunca. ¡Tráela!
—Entendido, señora.
El hombre de grueso bigote y rostro imperturbable cerró la llamada y agudizó la visión. El auto que seguía se aparcó cerca de un parque, él hizo lo mismo pero varios metros atrás. Con algo de asombro vio descender del vehículo a Candice, pero con una figura bastante cambiada.
—Caramba…esto no me lo esperaba. Su traslado a la mansión será más difícil con ella en ese estado. Si la señora pone resistencia las cosas se pueden complicar.
Continuará….
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