CAPÍTULO 8 AQUÍ
CAPÍTULO NUEVE:
QUITÁNDONOS LAS CARETAS
La sombra negra de Georges, que hasta hace unos días atrás se había presentado para atormentar a Candice, al parecer se estaba diluyendo para terminar de desaparecer. Todo indicaba que ese hombre la había dejado tranquila y optó por regresar a EEUU. Candice pensó que probablemente William había mejorado y por lo tanto su presencia ya no era requerida. Pensar de esa manera tranquilizó mucho a Candice y su ánimo regresó; en silencio agradecía no haberle contado nada de ese percance a Terence; pues se hubiera tornado en un problema mayor sin ser necesario, según ella.
El día tan esperado de la convención de abogados llegó. Para Candice era el día y el momento perfecto; pues era el día donde Terence la presentaría como su novia oficial y ella por fin le contaría sobre su embarazo al terminar la convención. Todo estaba perfectamente bien planificado en su cabeza; tenía el eco de control que hace poco se había realizado y el tan atesorado par de zapatitos de bebé que ya moría por enseñarlos. Ahora ya nada podría salir mal.
Se colocó un precioso vestido que había adquirido a muy buen precio. Su tela suelta en color blanco y con detalles en tono azul oscuro, le daban ese toque de elegancia que era requerido para la ocasión. Un delicado sombrero y zapatos a juego hicieron de su look algo digno de admirar.
Cuando por fin estuvo lista y arreglada, salió a la sala donde Terence ya la esperaba.
—¡Candy! Estás…¡estás preciosa!
—¿Lo crees? El vestido lo compré a muy buen precio y creo que con estos zapatos luce genial. Y mira, su escote hace que se luzca perfectamente mi colgante de estrellas.
—Mi vida, luces realmente encantadora y estoy seguro que seré la envidia de mis compañeros al verte caminar de mi brazo. Y lo mejor de todo es que el colgante se te ve hermoso. [carraspeo] Señora Graham, ¿me permite su brazo y ser su escolta?
[risilla] —Será un honor ir de su brazo, señor Graham; además, usted luce tan guapo y seductor que seré yo la envidia de todas esas abogadas tan estiradas.
Envueltos en un abrazo, la pareja salió de su apartamento.
El lugar elegido para la convención de abogados era hermosamente imponente. Las enormes puertas doradas se abrieron para dar paso a una decoración por demás fina y exquisita. Las imponentes torres de apariencia griega daban la bienvenida al enorme jardín con ornamentación floral en lirios y rosas que perfumaban la estancia. Aquella estancia era la descripción gráfica de la opulencia y elegancia que manejaban las grandes firmas de abogados que se dieron cita ese día.
La llegada de la pareja al evento no pasó desapercibida para los presentes, pues a Terence Graham no se le conocía pareja alguna y la mujer que llevaba orgulloso de su brazo era realmente hermosa y de elegante caminar. Su precioso vestido blanco parecía bailar con la suave brisa a cada paso que ella daba. Los detalles en azul marino que venían desde el borde y ascendían hasta su cintura la hacían parecer una bella ninfa que emergía de las profundidades del mar y salía a flote en medio de su espuma. La dulce sonrisa que colgaba de su rostro tenía cautivado a todos los invitados… con excepción de una.
Varias ataches vestidas con hermosos atuendos griegos guiaban a los recién llegados hasta sus respectivas mesas.
—¡Wow, Terry! Me siento que he ingresado al reino del Olimpo. Hasta pienso que en cualquier momento la imagen de Zeus aparecerá por algún lado.
—No te sorprendas si eso ocurre; tengo entendido que Stear supervisó directamente cada detalle de la organización del evento. Mira, es el joven alto, de cabello oscuro y lentes que está por allá. Él es uno de los pocos abogados con los que he entablado una estrecha amistad.
—Me alegro que sea tu amigo, es muy ingenioso. Te digo que me ha dejado fascinada con la decoración. El portal de agua con la figura de Poseidón está genial; y el portal de piedra con el enorme Cerberus de custodia me encantan, hasta parece que el mismísimo Hades saldrá por ese portal de piedra en cualquier momento.
—¡Vaya! al parecer te gusta mucho la mitología griega.
—Pues sí, es algo que me atrae bastante; es más, ahora estoy leyendo un libro que nos llegó a la librería; su historia de fantasía se basa en el mito de Hades y Perséfone. La trama me tiene totalmente cautivada, incluso el protagonista me recuerda mucho a tí.
—¿A mi? ¿Por qué? No tengo perros, ni diablillos como sirvientes; tampoco soy azul, y desde que vivo contigo no le he prendido fuego a un solo cigarro como para ser el dueño de todas las llamas del inframundo.
La pareja reía con complicidad por las ocurrentes respuestas del castaño. La camaradería de los jóvenes era evidente a los ojos de todos.
—Ja, ja, ja. ¡Terry! ¡Pero qué dices!, este Hades del que te hablo no es el de Disney. Este personaje tiene tus rasgos. Es alto, guapo, de mirada profunda y de un hermoso color azul-zafiro. Cada vez que lo describen, tu imagen llega a mi mente.
—Lo tomaré como un cumplido ese parecido que ves en mí con Hades; eso quiere decir que tengo el rostro de un dios griego. ¿no es así?
—Ja, ja, ja ¡Pero qué modesto es usted, señor Graham!
—Señora mía, fueron tus palabras, no las mías. Y dime ¿cómo se llama ese libro?
—Se llama ”La mujer de Hades”. ¿Sabes lo curioso de esta historia en particular? La señora Stewart me contó que el libro original lo guardaba celosamente una vieja amiga de ella que hace poco falleció; pero la misma le aseguraba que esa historia estaba basada en hechos reales. ¿Te imaginas? deidades de otros mundos pululando entre nosotros.
—¡Qué imaginación la tuya, mi lady!
Pequeñas risas y miradas cómplices se dieron entre la pareja, hecho que no fue pasado por alto por una persona en particular. De entre los invitados ahí presentes, se encontraba una hermosa mujer de larga cabellera rubia y fríos ojos azules que miraba con molestía y fastidio a la pareja. La mujer en cuestión llevaba puesto un fino traje de diseñador que a la vista de todos hacía gala de su opulencia y del buen puesto que ocupaba en el bufete de su padre; sin embargo no le agradaba para nada que todos los ojos de los invitados se fijaran en la rubia recién llegada.
Con una copa de vino entre sus largos y finos dedos, murmuraba.
—Pero qué necedad la de esa mujercita. Le advertí que debía escoger mejor su guardarropa; pero no lo hizo ¡la muy idiota vuelve a venir con un vestido réplica! ¡Qué mal gusto!
Con pasos seguros se acercó hasta la pareja de recién llegados con el único objetivo de incordiar su estadía.
—¡Hola Graham! Candice. Qué bueno que se animaron a venir. Estaba a punto de pensar que eras un huraño que no quería presentar a Candice como tu novia a todos los del bufete.
—Nada de eso, Susana, pero mi vida privada no es de incumbencia de nadie en la firma. Hemos venido a disfrutar del día en compañía de todos, con Candy de mi brazo como mi novia, eso es todo.
—¡Oh Graham, en eso te doy toda la razón! El día es perfecto; y créeme cuando te digo que yo también he venido a disfrutarlo en su totalidad.
—Bien por tí, Susana. Si nos permites, voy a presentar a Candy con Stear. Con tu permiso.
—Hasta luego, Graham.
La rubia mujer miraba fijamente a la pareja de enamorados irse; no obstante ella siguió sus movimientos con la mirada. Una cruel sonrisa se pintó en su pálido rostro mientras que en su mente ya bailaba la jugada maestra que tenía lista para sacar de su camino a Candice.
—Disfruta el momento, estúpida mujercita. pronto tendrás que salir de mi camino.
Las conversaciones y el buen momento estaban en todo su apogeo. Todos se encontraban muy alegres, a excepción de Susana que mostraba su semblante serio y hasta algo malhumorado porque aún no había conseguido su objetivo. Necesitaba a toda costa estar a solas un momento con Candice para que su plan entrara en marcha. El momento adecuado llegó cuando vio a la rubia ojiverde ir al tocador de mujeres.
Presurosa tomó del brazo a su compañera de trabajo, Luisa, y prácticamente se la llevó a rastras hasta el tocador.
—¿¡Qué te pasa, Susana!? ¡He dejado con la palabra en la boca a Jeff! ¿Cuál es tú apuro?
—Tranquila, Luisa, Jeff no se irá a ningún lado. Solo necesito que me acompañes al tocador de damas para retocar mi maquillaje; además, me muero de ganas por cotillear contigo sobre la parejita que Graham ha traído a la reunión.
—¡Oh bueno! Si vamos a cotillear, por supuesto que te sigo, pero dime, ¿sabes algo más de ella? Yo la veo muy guapa y muy educada ¿qué piensas de ella?
—Espera a que lleguemos al tocador para comentar. Me interesa que charlemos allá
La pareja de mujeres entró al enorme tocador de damas que se encontraba en el ala este de los jardines principales. Se dirigieron al área de los espejos y lavamanos encontrando que dicho espacio estaba vacío. De seguro Candice se hallaba en uno de los cubículos. —pensó la ojiazul.
Que Candice estuviera en uno de los cubículos era lo ideal para Susana, pues de esa manera empezaría con la mejor interpretación que haya hecho hasta ahora. Fingiendo total desinterés, comenzó
—Y dime Luisa…¿crees que esta chica sea por fin la pareja definitiva de Graham?
Luisa algo desconcertada, preguntó —¿A qué te refieres con definitiva?
—Bueno, sé por boca de los otros abogados que Graham ha tenido otros romances. Tal vez ella sea una más de su lista de conquistas.
—¡Por dios, Susy! ¿¡Quién no quisiera ser pareja de ese bizcocho!? Así sea solo para un fin de semana. Yo me apuntaría sin resentimientos.
—Bueno, para ser honesta yo también estoy interesada en él. Y te cuento un secreto, estoy casi segura que no le soy indiferente. En más de una ocasión he visto sus miradas insinuantes hacia mi..
Luisa se extrañó ante ese comentario, porque jamás había visto miradas insinuantes de Terence hacia Susana, no obstante, la rubia le guiñó un ojo con gesto cómplice.
—¿De verdad? ¡Wow! entonces ¿qué harás con esa rubia ojiverde? Se ve que le gusta mucho y no se puede negar que ella tiene clase.
—Pues imagino que será un pasatiempo como lo fueron las otras mujeres, y luego de que la novedad pase, él regresará a insinuarme sus intenciones de conquista.
—¡Dios! siento pena por esa pobre tonta, La muy ilusa se está pavoneando ahí entre todos como si ya fuera la próxima señora Graham, ji, ji, ji, y no sabe que pronto será harina de otro costal.
—Así es querida Luisa, la muy ilusa solo está siendo objeto de burla de parte de nuestro bello amigo Graham, y la pobre mujer ni siquiera se ha dado cuenta.
Las mujeres reían y comentaban divertidas a costa de Candice, hasta que Luisa se despidió y Susana decidió quedarse en el baño.
Con los brazos cruzados y recostada de forma displicente sobre un futón dispuesto en una esquina del tocador, Susana espero a que Candice saliera.
Cuando Candice ya no escuchó más comentarios y mofas de parte de esas mujeres, decidió salir de aquel cubículo en el que había permanecido de manera silente.
—¡Candice! ¡Santo dios! no sabía que estabas metida en uno de los baños.
—Hola Susana. Lo que sucede es que no quería interrumpir tu conversación, por eso opté por esperar que tu divertida charla terminara.
—¿Divertida charla? ¿A qué te refieres con eso? Lastimosamente tengo que decirte que a pesar de que nos reímos de la situación, todo cuanto se dijo es real.
Candice no se amilanó ante el fuerte embate que Susana lanzó contra ella. Sabía muy bien que esa mujer guardaba un interés romántico en Terry, pero ella no estaba para nada dispuesta a cederle el camino. Tomando una actitud desenfadada y hasta con un dejo de cinismo, la encaró.
—¿Sabes algo, querida Susana? Dudo mucho que no te hayas percatado de mi presencia en este tocador; es más, casi puedo asegurar que me seguiste.
Al escuchar esa afirmación, Susana se paró del sillón en un solo impulso, y acto seguido también encaró a su rubia rival.
—¿Seguirte? ¿Para qué diablos yo te seguiría hasta aquí? No te creas tan importante.
Candice le imprimió altivez a su actitud, imitando el cruce de brazos de la airada mujer, la rubia contestó.
—No me creo importante, solo que tu actitud me deja en claro que todos tus comentarios son hechos con la finalidad de molestarme e indisponerse con Terry. Pero quiero aclararte algo, nada de lo que digas podrá hacer que yo dude del amor que existe entre Terry y yo, Desde ya te digo que eso debes grabarlo en tu cabeza.
—Pero vaya, vaya ¿qué tenemos aquí? La dulce y tierna Candice ha sacado las garras como una gata de callejón. ¿Acaso nos estamos quitando las máscaras?
—¿Máscaras? ¡Por dios, qué descaro el tuyo! De mi parte siempre ha existido sinceridad. Tu careta de falsa amiga es la que en este momento se ha desbaratado. Es más, nunca creí en tu falsa amistad.
Susana estaba más que furiosa con los comentarios de Candice. Le molestaba sobremanera esa arrogancia y valentía que la rubia reflejaba. Apretando los puños para contener su furia, espetó.
—Así que después de todo, sí resultaste ser una gata.
—Te exijo respeto, Susana. No tengo porqué soportar tus groserías en post de tu obsesión por mi prometido.
—¿Prometido? ja, ja, ja ¡Por favor, Candice! Ser el revolcón de fin de semana de un hombre no te eleva a estatus de prometida. ¿Piensas que con tu pose de niña buena, dejarás de ser el encame de turno de Graham?
Candice hervía de furia por dentro; sin embargo mantenía su sonrisa, no le daría el gusto a esa mujer de verla llorar o derrotada. El cinismo volvió a sus labios y acto seguido, le dijo.
—Me llamas “Encame de turno” sin embargo, darías todo lo que fuera por ser tú el revolcón de Terry. Darías lo que fuera por que él tan siquiera regresara a mirarte; pero como no lo hace, estás aquí arremetiendo con todo tu arsenal hacia mí.
Y Candice no estaba equivocada, Susana estaba dispuesta a todo. No admitiría que alguien le quitara el capricho que tenía por ese hombre.. Estaba claro que Candice no había caído en la trampa.de sus mentiras, así que estaba dispuesta a jugar su última carta... la amenaza .
— ¿Sabes algo? Las moscas muertas venidas a más, no me asustan. Ya en varios juicios he visto a más de una como tú exigir respeto para luego enterarnos que son de lo peor.
—¿De qué hablas Susana? ¿Acaso tú me conoces para catalogarse de esa manera?
—Mmm… conocerte del todo, no. Pero adivina quién si te conoce… y muy bien.
—No comprendo a dónde quieres llegar, Susana.
La rubia ojiazul sacó de su bolso de mano, su celular. La sonrisa sardónica se dibujó en sus finos labios al momento en que le mostró la publicación que había guardado.
Los verdes ojos de Candice se abrieron desmesuradamente al ver su foto en aquel celular. William y ella posaban para el lente de la cámara de la revista FORBES. El título decía. “Empresario del año junto a su flamante y bella esposa”
Susana vió como el rostro de Candice palidecía ante la imagen que su celular proyectaba. Tras varios minutos de silencio, la ojiazul habló.
—¿Sabes qué es lo bueno de este mundo en el que yo me desenvuelvo? Que a mi celular llegan las noticias más relevantes del mundo sin que yo las busque. Y resulta que tu esposo fue nombrado empresario del año por ser la cabeza del emporio Ardlay; y tu eres nada más y nada menos que su flamante ES-PO-SA.
Candice tragó en seco. Había olvidado por completo aquel evento donde su ex esposo fue el centro de la atención debido a su nombramiento como cabeza de las empresas Ardlay y toda la atención que eso provocó. Estaba en shock sin saber qué decir.
—¿Qué te ocurre, Candice? Te has quedado muda de la impresión ¿A dónde se fue tu arrogancia?
—Sabes Susana, no sé que te propones, pero solo te diré que yo soy una mujer divorciada.
—¿Divorciada? ¿Estás segura? Qué extraño,porque leí el artículo de cabo a rabo y no se habla nada de un divorcio en camino; es más, esperan a que la cigüeña los visite muy pronto.
—No tengo nada más que decirte ni explicaciones que darte. Mi vida es privada y no te concierne.
Candice tomó su bolso de mano y alzando su rostro comenzó a marcharse; no obstante Susana dijo algo que la dejó helada.
—A mi no me interesa tu estatus civil, por mí puedes ser una zorra con traje de monja si te apetece, pero te has puesto a pensar ¿qué dirá el bufete de abogados si se enteran que Graham anda de revolcón con una mujer casada?
Candice se volteó y encaró a la rubia que ya reía triunfante.
—¡Deja a Terry en paz! Su carrera es muy independiente de su vida privada.
[risa estridente] —¡Qué ilusa eres! Ya te dije que nosotros los abogados de prestigio vivimos de nuestra imagen, y mucho más aquí en Londres. Si la firma se llega a enterar que uno de sus abogados anda de aventuras con la esposa de un hombre reconocido, ¡te aseguro que no dudarán en cerrarle las puertas!
—Ya te dije que estoy divorciada y mi estado civil no tiene porqué afectar la imagen de Terry.
—Pues que te puedo decir, cariñito. La sociedad londinense aún tiene arraigados muchos prejuicios. Dudo que un hombre de negocios quiera darle un caso importante a Graham después de saber que el hombre no tiene escrúpulos y se revuelca con mujeres casadas.
—¡Basta Susana!
[risa estridente] —Bueno, honestamente estoy casi segura que fuiste tú la que se le metió por los ojos a Graham. A pesar de que tienes buen gusto al vestir, se te nota lo corriente que eres. Tienes toda la pinta de ser esas busconas arribistas.
La ojiverde ya no soportó más el crudo ataque de Susana y arremetió en su contra con una sonora cachetada que prácticamente la tumbó sobre el futón que estaba a su espalda.
[plaf]
La mujer tocaba su rostro sin poder creer que había sido abofeteada de esa manera tan brutal.
—¡Maldita arrabalera! ¿cómo te atreves a golpearme? ¿¡Quién crees que eres!?
—¡Deja en paz a Terry! ¡Te lo advierto!
—¡Advertirme qué cosa! Soy yo la que te advierte. Si no te alejas de la vida de Graham, ¡soy capaz de acabar con su carrera en un tronar de dedos! ¡Haré pedazos su prestigio para que nadie lo admita en ningún bufete de abogados! Tu no tienes ni una maldita idea del alcance y poder que tiene la firma de mi padre. De la carrera de Graham no quedará nada si yo así lo decido.
Candice volvió a palidecer. En un hilo de voz, que más parecía una súplica, dijo.
—No… no serías capaz.
—¡Tú no me conoces! Por conseguir algo soy capaz ¡de todo! ¿Acaso crees que he ganado juicios con falsos moralismos? Yo soy capaz de cualquier cosa…y Graham me gusta, y lo quiero para mí.
—Pero… él no se alejará de mí…él me ama.
—Entonces busca la forma que te odie, que se desilusione de tí. ¡abandónalo! ¡Dile palabras que lo hieran para que no vuelva a buscarte! ¡Haz lo que sea, pero sal de su vida! ¡Hazlo!
Candice estaba estupefacta. Lo último que quería en esta vida era perjudicar a Terence. Apretando su colgante de estrellas, murmuró.
—Y si después de…mentirle con palabras hirientes…él decide no dejarme ¿qué harás?
—Simple, puedo hacer una pequeña llamada al señor Ardley, Candice, estoy seguro que le encantará saber en donde se encuentra su adorable mujercita y querrá destruir a su amante. Piénsalo, Terry no es rival para el magnate Ardlay. Será mejor que hagas lo que te digo, de lo contrario cumpliré mi amenaza.
La ojiverde se sentía asfixiada y asqueada. Los alcances de esa mujer eran por demás malévolos. Al parecer estaba dispuesta a todo por salirse con la suya, sin importar dañar en el camino al propio Terence. No podía seguir soportando las palabras de esa arpía. Se giró y salió corriendo para que esa mujer no viera sus lágrimas caer.
Susana caminó hasta el umbral del tocador y se arrimó al quicio de la puerta para mirar como su rival se marchaba desesperada. Se volvió a tocar su mejilla maldiciendo una vez más la osadía de Candice.
—¡Desgraciada! ¡Te atreviste a cachetearme!… pero no importa, valió la pena. Estoy segura que no volveré a ver tu estúpida cara cerca de Graham. Ahora ese hombre será mío y tendré todo el tiempo del mundo para que caiga en mis manos.
La ojiverde trató de disimular lo que más pudo. Limpió sus lágrimas y trató de calmar sus nervios, sin embargo, al acercarse a la mesa en la que Terence se encontraba, éste notó que algo no estaba bien. La llevó hacia un costado de los jardines y trató de averiguar qué era lo que le ocurría.
—¿Qué ocurre Candice? estás toda descompuesta
—No..no es nada…solo que no me siento…muy bien. Creo que la bebida...no me ha caido bien
—Entonces nos vamos, espérame un momento que me despido de mis jefes.
—¡No! No por favor, Terry. ¡Quédate! este evento es muy importante para tu carrera y lo mío solo es un dolor de cabeza.
El castaño insistió —Pero Candy, no te ves bien… déjame…
—¡No! ¡Ya dije que no! pediré un taxi y me iré al departamento. Solo quiero descansar.
La rubia mujer no dijo nada más. Tomó su sombrero, su cartera y de manera discreta abandonó el sitio. Terence sólo miró como ella se alejaba de su lado sintiendo como un mal presentimiento lo invadía.
«¿Qué te ocurrió, Candy?» —pensaba el castaño al ver la figura de su mujer perderse entre los asistentes.
Terence se encontraba sentado y silente, con su mente divagando en lo que pudo haberle ocurrido a su novia. Con el mayor de los descaros, Susana se acercó al castaño para fingir una preocupación que estaba lejos de sentir.
—Hola Graham, dime ¿Qué le ocurrió a Candice para que se fuera de esa manera?
—No lo sé, solo me dijo que le dolía la cabeza.
—¿Dolor de cabeza? ¡Pero si estábamos conversando amenamente en el tocador de las damas! Reímos y hasta bromeamos con Luisa. Nunca nos dijo que le doliera la cabeza.
—Me imagino que fue… de repente. —Fue lo único que Terence atinó a decir, para luego quedarse totalmente en silencio.
Susana quería terminar con éxito el trabajo macabro que había empezado con Candice; ahora le tocaba el turno a Terry; debía hacerlo dudar de su dulce noviecita y ese era el momento preciso.
—Bueno… tal vez y la llamada telefónica que recibió, la dejó muy preocupada.
—¿Llamada… telefónica?
—¡Claro! Estábamos las tres conversando de lo más animadas y de pronto su celular vibró. Ella vio el número del sujeto que la llamaba y se puso… tensa, hasta nerviosa diría yo.
—¿Quién era? —preguntó Terence tomando del brazo a Susana de manera molesta. —¡Habla! ¿Dime quién era? —volvió a inquirir.
— ¡Ouch! —se quejó la ojiazul ante el fuerte apretón que Terence estaba ejerciendo sobre su brazo. —¡Basta, Graham! ¡Suéltame!
El castaño se dio cuenta que estaba actuando de manera incorrecta con la ojiazul y acto seguido soltó su brazo para no llamar la atención de sus compañeros. Aspiró hondamente para tratar de que sus palabras no sonaran groseras, con la mayor tranquilidad que pudo reunir volvió a preguntar.
—Susana, sólo quiero que me digas quién era la persona que llamó a Candy.
—¡Vamos, Graham! ¿cómo diablos voy a saber yo quién llamó a tu noviecita? Lo único que te puedo decir es que era una voz masculina que ella reconoció al instante; apenas escuchó esa voz se puso algo nerviosa para luego despedirse de nosotras y sin más se fue. Su comportamiento si me pareció un poco extraño, dime Graham, ¿quién crees que es? ¿algún familiar?
—No lo sé, pero esta vez no dejaré que decidan por mí.
Sin decir una palabra más, Terence se despidió de todos sus compañeros del bufete y se marchó con rumbo a su departamento. Mientras manejaba, un frío le recorría la columna vertebral al sentir un deja vu golpeándole la cara. Sin ser consciente, su pie imprimió más velocidad al automóvil para llegar lo más pronto posible a su departamento.
Mientras el auto avanzaba por la larga avenida, su mente repasaba una y otra vez la triste despedida que vivieron meses atrás. De manera silente rogaba porque ese suceso no se volviera a repetir.
—No, Candice…otra vez no… yo… no podré perdonarte si decides marcharte de nuevo.
Continuará…
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