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Hola queridas lectoras, les traemos el siguiente capítulo de La reina, disfruten su fin de semana. Gracias por leer y comentar.
LA REINA
CAPÍTULO 18: ALIANZAS
Los ojos ambarinos trataban de sostener la mirada celeste del rubio. La cara del moreno denotaba temor, pero enderezo la espalda, él era el príncipe español, su fama de despiadado le precedía así que debía mantenerla. No se dejaría amedrentar por un simple leñador.
—Co… ¿Cómo que Circe murió? —preguntó Paty atónita— ¿Pero entonces quién la suplanta? ¿Acaso Candy? —se dirigió a Albert, que no entendía por qué la joven preguntaba por Circe.
Cuando la mujer falleció, todo el reino lo supo, muchas personas acudieron a la pequeña choza para asegurarse que el rumor de su muerte era cierto, pero Paty al estar dentro del castillo no se enteró.
—De qué están hablando. ¿A qué se refieren con que esa tal Candy suplantó a la bruja? ¿Quién es ella? ¿Quién es Candy? —Neal empezó a indagar, su voz se fue elevando con exigencia en cada palabra.
Albert, que empezaba a descifrar las intenciones del español hacia Circe y Candy, estalló en furia.
—¡Maldito! no las dañarás, ni a ella, ni a Circe —Albert levantó con facilidad a Neal por el cuello, Paty estaba aterrada.
—Su… Suéltame maldito o la pagarás muy caro. Mis soldados vienen en camino y no descansarán hasta matarte —decía Neil tratando de soltarse del agarre de Albert.
La estruendosa carcajada del imponente rubio resonó en el bosque, haciendo que las aves que se ocultaban en las copas de los árboles se levantaran y se elevaran por los aires.
—Ja, ja, ja Que vengan, los estaré esperando —aseveró Albert, apretando más el agarre, cortando la respiración de Neal que lanzaba patadas desesperadas.
—¡Ya suéltalo!, por favor, te lo ruego. Si lo matas yo también moriré y Candy, si la encuentran —los ojos suplicantes de Paty se llenaron de lágrimas.
Albert, asintió y de a poco fue soltando el agarre.
—¿Dónde está Candy y Circe? —preguntó perturbado Albert—¿Acaso no están en el castillo? —inquirió el rubio, mirando a una contrariada Paty.
—Ella huyó con el ave —dijo en un susurro mientras Neal trataba de retomar el aire.
—¡Maldito leñador, pagarás por esto! Después de acabar con Terry, tú serás el próximo —Amenazó apuntando con el dedo índice a Albert, los ojos de Neal reflejaban odio.
Albert se paralizó ante las palabras cargadas de odio de Neal hacia el heredero.
—¿Terry? ¿Hablas del futuro rey? —inquirió con estupor Albert
—Retírate —ordenó Neal a Paty. Albert mirándola asintió.
Paty se fue directo a la tumba de su amiga, temiendo lo que podía pasar entre esos dos.
—¿Qué quieres decir con acabar con Terry? —cuestionó el rubio.
—Eso no te incumbe. Qué puedes saber tú, eres solo un simple campesino y no te importan los asuntos del reino —el español lo miró con desdén.
—Me importa porque yo quiero matar a Terence —interrumpió Albert a un sorprendido Neal.
—¡¿Qué?! Y tú por qué quieres acabar con la miserable vida de mi cuñado, si solo eres un simple leñador —Neal, veía detenidamente a Albert.
—Soy más de lo que tú crees, español —dijo el gran rubio— tenemos algo en común, ambos queremos muerto a Terry —finalizó Albert, el semblante de Neal era de escepticismo— si tú matas —continuó— estarás en serios problemas con Inglaterra y no creo que quieras eso —Neal lo miró con interés, sabía que en el fondo el leñador tenía razón.
En parte, el matrimonio de su hermana con Terry fue crear una alianza con el reino de Inglaterra y así unir fuerzas contra los infieles Vikingos.
—¿Quieres matarlo tú? —Neal sonrió con superioridad— o propones matarlo entre los dos y tú llevarás la culpa.
—No. Debo vengar a mi madre y al reino de Escocia esclavizado —le informó Albert
—¿Quién eres? —preguntó Neal intrigado por el extraño hombre.
Albert dudó un poco y luego continuó.
—Eso no importa, como has dicho, yo soy un simple leñador escocés, solo quiero hacer algo por mi pueblo —explicó — ¿Y tú por qué quieres acabar con su vida? ¿Acaso no es tu cuñado? Son familia, ¿no? —dijo con ironía.
—No es mi familia. Ese maldito quiere dañar a la persona que más amo, a mi hermana —respondió.
—Por lo visto ambos tenemos algo en común —el rostro de Albert se ensombreció—. Dañaron al ser que más amamos, te propongo un trato, español, tráelo a mí y te aseguro que no volverá a dañar a nadie. ¿Trato? —Albert le extendió su mano.
—Trato —Neal estrechó la mano del leñador después de pensarlo por un momento.
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Candy reposaba en el pecho de Terry, mientras él le acariciaba su cabello con ternura. Algo extraño en él, pensó. No comprendía cómo era posible aquello, ¿acaso eso era el amor?, proteger y querer estar dentro de la piel de la otra persona, no solo en el acto sexual, sino más allá de lo carnal.
—Terry —musitó ella— Mi madre, pronto regresará y no quiero que vea lo que pasó, no creo que lo apruebe —Candy subió su rostro y miró a un callado Terry— ¿En qué piensas? —preguntó con temor— ¿Te arrepientes? —los verdes ojos de Candy se apagaron.
Terry vio su tristeza en su bello rostro y agarró su mentón con sus dedos.
—¿Arrepentirme? Eso nunca —besó sus labios con ternura— ¿dónde estuviste toda mi vida? —Terry besó la punta de su nariz y la abrazó. Sintiendo el latido del corazón de su amada, recordando la culpa y la soledad, incluso el asco que lo invadía después de intimar con una mujer, pero con Candy fue todo lo contrario. Amaba sentir el calor de su cuerpo desnudo contra el suyo, su respiración y sus pequeños suspiros y su olor corporal, ese olor que desde un principio lo volvía loco.
Esa mezcla de rosas y vainilla que al principio creía que era perfume, pero no, ella olía así, como las rosas de la mujer que lo amó como lo haría su madre. Tenía miedo de lo que sentía, él era casado y Candy no merecía ser solo una amante y estar en las sombras; ella merecía tener todo de él. Era una verdadera reina, y cómo tal, merecía incluso un hijo, pensó. Estaba más pensativo que nunca, las pocas veces que intimó con la mujer que ostentaba el título de esposa, no se sentía cómodo y deseoso de ser padre. Y con Karen u otras mujeres irrelevantes, tenía el mayor cuidado de que no quedaran embarazadas, porque el sabía que el día que fuera padre amaría a su hijo con todo su corazón. Quería que su hijo fuera fruto de un amor real y no por compromiso o un descuido, pero este no era el caso, cada momento con Candy en sus brazos y más al saber que él era el primero en tomarla, lo tenía fascinado y deseaba todo con ella, por eso no le importó dejarle su semilla, ansiaba ser padre y que ella fuese la madre.
Su ceño se frunció, estaba tejiendo sueños en el aire con una reina que amaba, pero que no lo era en verdad, no quería tener que esconder a su hijo si ella quedaba en cinta y menos que su hijo o ella corrieran peligro. La cruel realidad lo tenía abrumado, no quería dejarla, anhelaba que fuera la madre de sus hijos, pero no quería condenarlos a una vida donde vivirían a la sombra de su padre y de su esposa, reconoció con pesar. Escondidos cómo si fuesen algo malo, ese era el precio que debía pagar para poder tenerlos y lo odiaba, no aceptaba su realidad, ahora que por fin la había encontrado no quería perderla; pero como confesarle sus miedos y romper el mágico momento del que eran presos. La abrazaba con tal fuerza, como queriendo fundirse en ella y no quisiera que nadie los apartara.
—Terry —dijo Candy contra su oído. Terry se percató de que estaba abrazando a Candy con más fuerza de lo normal—. Mi madre llegará pronto, amor —dijo Candy y se sonrojó en cuanto lo dijo y bajó su rostro abochornado.
—¿Soy tu amor? —Terry levantó su rostro, apoderándose de sus labios una vez más.
—Lo eres —afirmó ella, acariciando las mejillas del castaño y él le detuvo las manos y besó sus dedos— Desde que te vi por primera vez, te amé —confesó recordando las imágenes de la visión.
—Y tú, has sido mi amor desde que nací. Solo que no te había encontrado, siempre te busqué y ahora que te encontré me siento pleno. Eras tú a quien buscaba, siempre fuiste tú —Terry susurraba contra los labios de la embelesada joven. Los ojos de Candy se cristalizaron por saberse correspondida y se quedaron así abrazados, sintiendo su respiración en un confortante silencio.
Pasado un rato, un silbido se escuchó.
—Es mi madre, ya llegó —Candy se sentó de inmediato.
—Tranquila, yo hablaré con ella. Tu madre es sabia y entenderá, además, ella me pidió que cuidara de ti —Candy lo miró incrédula.
—Pregúntale, no miento —Terry le sonrió con sus ojos azules brillantes y Candy sintió la calidez de esa mirada.
Se vistió a toda prisa y salió al salón mientras Terry acomodaba sus ropas. Miró a su madre posada en el agujero que mostraba la cascada.
—Madre… ¿Llevas mucho aquí? —Candy se mostró incómoda, sabía que su madre estaba enterada y tal vez estaría decepcionada—¿Madre? —el ave no se movía, ni siquiera la miraba. Esto preocupó a la rubia que extendió su mano para tocarla.
—Hija, el destino jamás podrá ser cambiado, el mundo es una rueda que gira en la dirección correcta y tú, solo estás siguiendo tu destino —Candy la miró sin entender lo que decía.
Terry salió y el ave se giró para quedar frente a él.
—Circe yo… —Terry calló meditando lo que le diría a Lane, sabía que no era correcto lo ocurrido momento atrás— quiero ofrecerte mis disculpas, te prometo qué…
—No digas nada. La rueda sigue su curso, sin que nada ni nadie pueda detenerla. Pase lo que pase, el agua siempre vuelve a su cauce, no tienen que explicarme nada, es lo que debía pasar, pero no olvides tus obligaciones como el futuro rey. Anda, que vean que estás ahí para tu familia y el reino, en especial en los momentos difíciles. Eso dará paz a tu familia y esperanzas al pueblo, no debes esconderte como nosotras, aquí estaremos bien y seguras, tú debes cuidar de tu reino, también prepárate porque la hora está cerca.
Fueron las palabras que Terry escuchó en su cabeza, jamás pensó que algo semejante le pasaría. Estaba seguro de que no era una simple ave, era la mujer que ese día le dijo que debía salvarlo, que él sería el próximo rey de Inglaterra y eso ni su madrastra, ni su hermano, ni el lobo que lo atacó lo podrían impedir. La voz de Circe se volvió a escuchar.
—La barrera que te separaba de tu padre y el reino ha caído. Ve y reclama lo que te pertenece por derecho y demuestra de que estás hecho —el halcón puso su ala en el hombro de Terry y él solo asintió.
—¿Madre…? —Candy era solo una espectadora que veía a su madre comunicarse con el hombre que ahora sabía que amaba.
—Hablaremos luego, por ahora los dejaré solos —el halcón levantó vuelo y salió del lugar.
—Tu madre tiene razón, debo ir y acompañar a mi familia en el funeral. Además, ya deben saber que escapaste y si no llego pueden sospechar —verbalizó Terry, acariciando la cabellera dorada.
—Lo entiendo —dijo Candy cerrando los ojos, las suaves caricias de Terry se sentían como agua relajante.
Terry besó sus labios con ternura y después de un largo abrazo se marchó prometiendo que volvería al día siguiente.
El príncipe heredero salió con sumo cuidado de no ser visto y partió rumbo al castillo.
—Karen, ¿qué haces aquí? Es muy arriesgado que estés en el castillo—expresó Stear desaprobando la presencia de la mujer que estaba junto a Dorothy, la mujer que ostentaba el título de su madre al casarse con Georges, su padre.
Era una buena mujer, hija de la duquesa de Manchester, familia que cayó en desgracia y terminó sirviendo a la reina Isabel como dama de compañía y a la reina le pareció que sería un buen acuerdo matrimonial la relación entre ambos.
No había amor en esa relación, ya que Dorothy tenía solo cinco años más que Stear, pero al ser una jovencita de diecisiete años y el pelinegro de doce años, ella le dio cuidados y cariño, al igual que a su solitario padre, que más que su esposo era todo un caballero con ella, George aceptó casarse con la muchacha, pero nunca consumó la unión, la consideraba una niña para él. Con el tiempo le tomó cariño y ahora la veía como a una hija, pues George seguía enamorado de su Rose Mary.
—Karen, no debes venir al castillo, alguien te puede reconocer —Stear miró a todos lados.
—Solo quería darle el pésame a Terry y a Anthony —replicó ella con ojos apagados.
—A Terry no lo he visto y sabes que Anthony no te soporta, lo único que lograrías es que te eché de aquí ante todos —dijo molesto Stear.
—Joven Alistair, desde que llegó con sus primos no lo habíamos visto por aquí —Amelia llegó hasta donde estaba Stear y Karen, clavando sus escalofriantes ojos grises azulados en la joven de cabellos castaños.
—Estaba en casa de mis padres que está a las afueras del castillo, es una villa muy tranquila, mi madre ama la paz y la tranquilidad —respondió Stear nervioso.
—¿Madre?, o mucho gusto, tú debes ser su madre —Amelia se dirigió a Karen, estaba al tanto de quién era y que iba en busca de Terry, así que destruiría su autoestima.
—No, madame, ella no es mi madre. Le presento a mi madre —Stear tomó del codo a la callada Dorothy.
—¡Oh! Qué joven es usted y muy bella —Amelia le sonrió.
—Gracias, es todo un honor conocerla, claro que hubiera sido mejor en otras circunstancias —concluyó Dorothy.
—La entiendo, es una gran pérdida, el mundo llora la muerte de la gran reina que tenían —Amelia se notó perturbada.
—Sí, es una pena —dijo Dorothy, algo incómoda, sabía bien quién fue la reina Isabel y a pesar de gozar de su favor, sabía que era una mujer de muy mal corazón.
—Pero entonces… ¿quién es esta mujer? —preguntó con fingida inocencia Amelia— ¿Viene con ustedes? —la reina germánica había notado la turbación de Stear al verla.
—Yo… soy una amiga de los príncipes Terry y Anthony —se apresuró a responder Karen, sin dejarse opacar, a lo que Stear cerró los ojos con frustración.
—Ah, pero que descortés de mi parte. Debes estar muy triste por ellos —Amelia, le sonrió y sus ojos brillaron con malicia— Vamos bella dama, yo te llevaré a donde ellos están y será agradable conocer más de usted —Karen le devolvió una sincera sonrisa.
Desde que Terry volvió no la había buscado, le dio a ella y a su padre una generosa cantidad de monedas de oro y le obsequió una propiedad con todas las comodidades para que vivieran. Karen fue con sus mejores galas para que no se notase que era de humilde cuna, pero el ojo crítico de Amelia le examinó de pies a cabeza antes de que llegara a ellos, Karen bajó por un instante su rostro al ver la opulencia de la mujer madura, pero con valor renovado lo levantó con dignidad.
—No se moleste… —Stear habló nervioso— yo la llevaré, pierda usted cuidado majestad.
—Pero solo quería que conociera a mi hija, la princesa Susana y a Archibald rey de Germania. Debe conocerlos, ambos son un encanto y no es porque sean mi hija y sobrino —informó Amelia con una orgullosa sonrisa, Karen ante estos títulos se quedó muda.
—Stear, no te preocupes, tú debes tener cosas más importantes que hacer, no quiero que se vean interrumpidas por mí —dijo Karen para tranquilizarlo, pero la mujer delante de ella la intimidaba mucho—. Está bien, creo que me hará bien compartir con personas nuevas —agregó para que Stear accediera, los ojos de Amelia brillaron y sonrió.
—Claro que sí, además me hace falta una amiga y tal vez compañía en este enorme castillo, vamos —Amelia señalo con el mentón la dirección a la iglesia a Karen, la joven miró a Stear que veía con desconfianza a la germánica, en silencio asintió y él le devolvió el gesto.
—Vamos —verbalizó Karen y partió tras la alta y delgada mujer.
Stear tuvo un mal presentimiento, esas mujeres no le inspiraban confianza. Algo no estaba bien, tanta amabilidad de la reina viuda no era bueno, no después de ver la hostilidad que le mostraron a Eliza.
—Hijo, ¿vamos? —preguntó Dorothy al pensativo pelinegro.
—Sí, vamos madre.
Anthony, al lado de su padre y hermana, miraba a todos lados, esperando ver a su amada. El rubio vio ingresar a Eliza, despampanante con su vestimenta de luto, se movía con seguridad entre los presentes, parecía que el efecto de las gotas había pasado. Al pasar junto a él, lo miró y le dio una sonrisa de lado. Richard advirtió que llegaba sola.
—Pensé que Terry estaba con ella. ¿Dónde está tú hermano? —su tono al preguntar fue de molestia.
—Padre, está claro que a Terry no le importó mi madre y menos nosotros —susurro Anthony.
—Quiero que lo mantengas vigilado, debo saber qué pasa con él y por qué está tan raro últimamente —Anthony asintió.
—Cuente con ello, padre, pierda cuidado —respondió.
Terry llegó y subió a la segunda planta de la iglesia, con la mayor discreción. Al terminar la misa y salir al mausoleo real, Terry se acercó a Stear.
—Primo, es bueno verte —saludó Terry, sonriéndole al pelinegro.
—Lo mismo digo, primo. Siento mucho lo de la reina, es una lamentable pérdida —mencionó Stear por cortesía.
—Dile a Anthony y Annie, eso —Terry le sonrió con resignación.
—¿Has visto a Karen? —inquirió Stear, a Terry le incomodó esa pregunta, tal vez él y Anthony pensaban que estaba en su compañía cuando la realidad era otra. La bella realidad es que estuvo con la mujer que ya sentía que amaba.
—No, tenía algunos asuntos pendientes —concluyó esperando no ser interrogado por su primo.
—Lo imaginé, ya que ella está aquí, vino a buscarte. Está con la reina Amelia Marlowe —anunció Stear.
Terry recorrió el mausoleo con la mirada, pero no vio a Karen ni a la escalofriante mujer.
Continuará…
LEE AQUÍ EL CAPÍTULO 17
y Anthony es como otro enemigo por todo el odio que le transmitió Isabel contra él. Espero que Terry esté atento porque lo van a vigilar. Estupenda historia, gracias.chicas 
Candy siempre sera el destino de Terry pero en esta historia cual es la razón, que los une? Aparte del amorx 
